Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Lo azul por Marbius

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Como la existencia sin…

 

—¡Gus, ven acá! –Pasada la conmoción inicial y tras conseguir que Bill superara su estado de pánico inicial para dar cabida a la maravilla total del medio que los rodeaba, Georg apenas podía con el ser inquieto en el que el tritón se había convertido.

Dando sus primeros pasos con las recién estrenadas piernas que se veían lisas y perfectas con un poco de humedad aquí y arena allá, azotaba cada tanto al intentar ir más rápido de lo que sus capacidades le permitían en un inicio.

—¡Gus! –Harto de verse ignorado, Georg decidió que bien podía estar Bill sin su supervisión unos pocos de segundos en lo que iba a buscar al cangrejito… —Oh –exclamó al ver que no era tal.

Refunfuñado que se sentía más desnudo que nunca, Gustav tamborileaba los dedos sobre su rodilla como un día atrás lo hacía con sus tenazas.

—Soy un inmundo humano –bramó—. Uno con piernas, brazos y sin caparazón. ¡No caparazón, me oyes! –Poniéndose de pie con aparente facilidad, le restó dramatismo a su gesto al caer directo a la arena cual largo era—. Por Tritón, qué hice yo para merecer esto…

—Pudo ser peor –dijo Georg en un tono bajo—. Tú sabes que sin nosotros, Bill podría haber… Él estaría sin remedio…

—Lo sé, lo sé –rodó Gustav sobre su espalda.

Antes de poder decir algo más, se encontraron siendo salpicados por Bill, que de regreso al agua, chapoteaba en ella como si nunca antes hubiera estado en el océano y fuera la primera vez que se zambullía en él..

—Oh, por el tesoro de Poseidón –abrió grandes los ojos Gustav al sentarse de golpe y contemplar horrorizado al adolescente—, ¿qué tienes entre las piernas?

—Ah, ¿esto? –Bill se sujetó aquel apéndice extraño—. Ni idea. Ha de venir con el paquete. Soy tritón así que mi equivalente humano es un varón. –Se soltó el trozó colgante para agitar las caderas y reírse de cómo se meneaba—. Es gracioso.

Gustav se dio en el rostro con la mano.

—No toques eso, quién sabe cómo funciona –se estremeció Georg al mirarse entre las piernas y encontrar uno igual—. Se parece a esas horribles anguilas…

—No –se dobló Bill para verse mejor en esa zona—, se siente… Bien –admitió con un rubor escarlata en el rostro—. Es suave y no tiene la consistencia viscosa de…

—¡Basta ya! –Harto de aquella estúpida conversación, y porque además contaba con uno de esos apéndices entre las piernas, Gustav se puso de pie con la poca dignidad que le quedaba—. Tenemos que encontrar la manera para regresar al mar sin ahogarnos. El rey Jörg podría…

—¡No, me niego! –Se cruzó de brazos Bill—. No se puede enterar.

—Pero… —Gustav examinó la situación lo más rápido que podía. Varados en la tierra, sin su forma original y tampoco sin medios reales para comunicarse con su soberano, no veía cómo hacer entrar en sus cabales a Bill, que pasando olímpicamente de él, enfilaba con paso decidido rumbo a tierra firme.

Dispuesto a traerlo de regreso a como diera lugar, terminó de rodillas y con las manos en la cabeza en un burdo intento de protegerse de una criatura de esas tierras.

Lanudo y con una lengua roja de fuera, saltaba sobre Bill para hacerlo caer en la arena.

—¡Bill! –Presto a su rescate, Georg apartó al animal de su príncipe sólo para encontrarlo con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Estás bien?

Haciendo eco a su voz, un desconocido repitió la pregunta al inclinarse sobre el tritón y pasarle la mano por el rostro.

Los ojos de Bill se iluminaron al reconocer al hombre que había rescatado del mar semanas atrás. Despierto y a la luz del sol, tenía un aspecto inmejorable. Cuando éste se acercó sobre él para corroborar su estado, no pudo sino sentir un aleteo en el corazón al poder apreciar su olor humano. Algo entre almizclado y perfume que le recordaba el frescor del mar.

—Mi señor se encuentra bien –respondió Georg al inclinar la cabeza—. Nos hemos visto atacados por un grupo de mercenarios y nuestro estado es deplorable.

Tom asintió comprendiendo la situación. Sujetando a su perro para apartarlo de los desconocidos, alzó un brazo para llamar a uno de sus sirvientes, que como siempre no estaba muy lejos. Apenas estuvo a su lado, dio órdenes explícitas de traer ropa para los desconocidos y una caravana sobre la cual llevarlos al castillo como invitados suyos.

—Mi nombre es Tom –se presentó, apenas su sirviente, un mozuelo que era casi un niño, corrió a cumplir su encargo—. Soy el príncipe de este reino. Me complacería que aceptaran ser mis huéspedes hasta que su situación se solucioné –dijo con corrección. De estar ahí, David Jost estaría complacido de la desenvoltura con la que asumía su papel como futuro soberano del reino—. Perdonen mi pregunta, pero ¿ustedes son…?

Bill abrió la boca para hablar, pero Georg le hizo una seña para permanecer silencioso. Frunció el ceño sin comprender la razón, intranquilo de qué era lo que sucedía.

—Yo soy Georg y aquel es Gustav –se señaló el pescadito a sí mismo y luego al cangrejo, que penoso y de malas, subía desde la orilla del mar hasta donde ellos se encontraban—, nosotros somos los sirvientes personales de nuestro señor Bill, quien es príncipe en un reino vecino.

—¿Bill? –Tom se concentró en aquel pálido príncipe que permanecía silencioso.

El aludido asintió con deseos de abrir los labios, aun cuando no supiera exactamente qué decir.

Para llenar el silencio, Gustav carraspeó haciéndose notar. –Mi príncipe, tiene heridas a causa del sol… —Se inclinó encima de Bill, que al contacto de la mano del cangrejo en el hombro, siseó de dolor.

Atento al malestar de su invitado, Tom se despojó de la camiseta que portaba y pasándosela por encima del cuerpo al recién conocido, cubrió su desnudez.

Apenas verse vestido, Bill esbozó una tenue sonrisa de agradecimiento. Extendiendo los dedos hasta rozarlos con los de Tom, porque ese era el nombre de aquel humano, consiguió su atención hasta atrapar sus ojos y en ellos expresó su gratitud.

Por desgracia suya, el momento no duró cuando los sirvientes que Tom había llamado, comenzaron a aparecer y tras proveer de ropa a Gustav y a Georg, los montaron en el carruaje que los llevaría al castillo.

El camino entero, Bill extasiado de la calidez que aún podía sentir en la yema de los dedos corriendo por dentro de su cuerpo.

 

—Bill, lo siento tanto… —Murmuró Gustav al abrazar a Bill que temblaba de pies a cabeza—. Aún podemos regresar al mar, el rey Jörg sabrá qué hacer. Él podría…

—Ugh, no –Bill se apartó de Gustav para limpiarse los ojos con el dorso de las manos—. No puedo, no ahora que… —Suspiró—. No es no.

Deprimido por las malas noticias, ni siquiera el haber llegado tan lejos en su travesía parecía valer la pena. En algún punto, entendía que el precio a pagar con Bushido sería caro, que no sería fácil y que además, conseguir su objetivo no era nada sencillo, pero las noticias recién recibidas le oprimían el pecho.

No podía hablar. Ningún sonido que los humanos pudieran entender salía de su garganta. Para auxiliarse, sólo tenía a Georg y a Gustav, que a cambio de su vida, tenían hasta el inicio de la siguiente luna para permanecer como humanos y después morir.

—A menos que… —Georg le pasó la mano por la espalda a Bill, que llorando en silencio, apenas distinguía los contornos de su nueva habitación—. Sólo tienes que conseguir que te dé un beso. Uno nada más, uno que sea la prueba de su amor…

Uno que Bushido sabe de antemano que Bill no puede conseguir, no en tan poco tiempo al menos.

Tom había resultado ser todo ojos, todo atento para Bill en el camino al castillo. Ante la servidumbre, dando órdenes claras y concisas de que se les debía atender en todo capricho y sin ninguna dilación de por medio; ante sus padres, presentándolos uno a uno como invitados especiales que permanecerían mientras lo desearán.

Había posibilidades; así Georg y Gustav podrían volver de regreso al océano. Era lo menos que podría hacer por ellos luego de que contra todo obstáculo posible, lo mantuvieron con vida incluso en peligro de la de ellos, pero…

Bill frunció los labios. Luego de un baño de tina y de untarse la piel quemada con aceite de coco, lo único para lo que se sentía con fuerzas era dormir.

Con los mismos dedos con los que tocó a Tom pegados a sus labios, cayó dormido sin soñar.

 

Porque es honesto consigo mismo, Tom siente pena de sí.

Catorce posibles futuras prometidas rechazadas. ¡Catorce! Porque lleva la cuenta a cuestas gracias a David Jost que no cesa de enumerarlas con malévolo placer. Catorce las que mandó rechazó sin miramientos ni dobles pensamientos y vino a caer en gracia de los hados porque otra posibilidad no existía.

Al menos eso pensaba cuando harto de dar vueltas en la cama, tiraba las mantas al suelo con una patada y en ropa interior se quedaba mirando al vacío.

Bill, el desconocido de sonrisa tímida que no podía hablar, según sus sirvientes, por haber nacido sin el don de hacerlo, le estaba quitando el sueño de la manera más cruel: Sin pretensiones, tampoco sin saberlo. Era el colmo.

—Dios, qué locura… —Murmuró Tom al cruzar una pierna encima de la otra y rememorar la tarde que había acontecido aquel día. Como ya en el castillo y tras haberse recuperado del robo, Bill no apartaba la mirada de Tom. Y si Tom lo admitía, la atención era mutua.

Un chispazo. Una premonición. Un ‘lo-que-fuera’, el nombre no importaba.

Rodando por el colchón hasta quedar bocabajo y con un brazo de fuera jugueteando con el alfombrado persa que cubría el suelo de su alcoba, entonces recordó que el dueño de aquellos labios abultados como si estuvieran haciendo un puchero, era varón. Bastante de ello había visto ya en la playa cuando los encontró a él y a sus guardias desnudos.

Y sin embargo…

—Ajá, ¿y sin embargo, Tom Kaulitz? –Se preguntó a sí mismo en voz alta, el eco de las altas paredes tipo catedral contestando con sorna que no existía una sola respuesta.

 

—Entonces… —Atento a las visitas, Tom llevaba de paseo a la mañana siguiente a Bill y a sus guardias por los jardines. Caminando de lado a lado a primera hora de la mañana y antes del desayuno, ambos trataban de vencer la inicial tensión de los recién conocidos—. ¿Piano? Manos delgadas de dedos largos, puedo imaginarte así…

Bill sacudió los dedos enfrente de Tom al tiempo que negaba con la cabeza.

La diversión de aquella mañana era adivinar cuáles eran los pasatiempos de Bill. El mismo tritón sin saber qué mentira inventar, sólo diciendo ‘no’ a todo.

—No va a adivinar jamás –masculló Gustav desde atrás, que fingiendo interés en las, en su opinión, marchitas flores terrestres, no se perdía ni una palabra de la conversación.

—Shhh –le amonestó Georg.

Ajenos a ellos dos, Bill y Tom proseguían en su juego.

—¿Qué me dices de tejer? Son unas manos muy lindas como para que no hagas algo con ellas –dijo sin problemas antes de darse cuenta de que el comentario era propicio a malinterpretarse y enrojeciendo en el acto—. Yo… Perdón… —Se disculpó dando un paso atrás.

El tritón se conformó con encogerse de hombros. Tejer era una labor que no conocía. Lo mismo que tocar el piano, o la flauta o cualquier otra idea que al joven príncipe se le ocurriera.

Tampoco que pudiera explicarle de la pasión que sentía por coleccionar restos de naufragios humanos sin palabras de por medio, empezando porque era un pasatiempo bastante fuera de lo común incluso entre su gente. Arrugando el ceño en un intento de recordar algo que fuera útil, algo que pudiera explicar, chasqueó los dedos al abrir la boca y hablar.

Hablar sin palabras, sin sonido, sin emitir un ruido.

Tom lo observó con interés antes de emitir su juicio. —¿Actuar?

Bill le sacudió un dedo negando al instante.

—Mmm… —Tom contempló lo movimientos de Bill. La manera como estiraba el cuello blanco y la garganta vibraba—. ¿Cantar? –Adivinó inseguro, no muy deseoso de ofender a su visitante. Desde atrás, apreciando que uno de los sirvientes de Bill carraspeaba.

A modo de contestación, Bill tomó una de las manos de Tom y posándosela en la línea de la clavícula, prosiguió. Tom sintiendo en la yema de los dedos las vibraciones que subían y bajaban de intensidad.

No era necesario ser un genio para entender, que en efecto, Bill cantaba. Incluso sin voz, lograba una de las melodías más bellas que Tom jamás hubiese apreciado. Cerrando los ojos y con la mano apoyada en el pecho de Bill, se dejó envolver por el sonido que sólo él y su creador escuchaban.

Atrás de ellos y no ocultando sus sonrisas, Georg y Gustav.

 

—Oh… Luce… —La boca de Georg se abrió como nunca. La comida del día era pescado, lo que no venía a ser ninguna sorpresa dado que el reino en el que se alojaban estaba precisamente a un lado del océano, pero igual, para él si además era canibalismo, también era una náusea inexplicable de la que no se pudo disculpar más que pidiendo para ir al sanitario y no volver.

—No le gustan mucho los mariscos –lo excusó Gustav con la servilleta retorcida entre los dedos al rechazar comer por igual—. Voy a asegurarme de que se encuentre bien.

Tom asintió no muy convencido de las razones que le habían dado, pero tampoco muy inquisitivo cuando justo enfrente de él, tenía a Bill.

Aún vestido con pijamas a esas horas del día, se sujetaba las largas mangas para alzar la charola de plata y encontrar un cangrejo bañado en salsa. Con un pequeño sobresalto, lo volvió a cubrir.

—¿Pasa algo? –Se alarmó Tom al ver que el color de su invitado se le drenaba del rostro—. Si no es de tu agrado, en la cocina pueden preparar algo más.

Bill se apresuró a denegar con la cabeza. Adivinando lo que ‘algo más’ podría significar en esa cocina, rápido tomó una hogaza de pan de las del canasto que descansaba en el centro de la mesa y la mordió. Masticó con dificultad y tras unos segundos, tragó.

Alzó el pan de nuevo y con un nuevo trozo en la boca, sonrió lo mejor posible sin saber qué más hacer para evitar otro platillo como el anterior.

Por fortuna, Tom encontró aquello gracioso. Apartando su propio plato, aceptó una mordida de la hogaza que Bill le ofrecía y compartiendo una de aquellas secretas miradas suyas que le daban hormigueos por toda la espalda, olvidó que había langosta y caviar para comer.

 

—Oh, pero qué bella jovencita tenemos aquí… El porte de una reina, si me permite decirlo, príncipe Tom. Yo no la dejaría ir tan fácil de estar en su lugar –elogió la costurera a Bill, al rodear la encorvada figura del adolescente y apartarle el cabello del rostro—. Una hermosura peculiar. Un pequeño diamante en bruto que requiere de un buen corsé y…

—Verá, señora Schiller –intentó Tom interrumpirla, pero a mal tiempo, pues la mujer le daba un golpe a Bill entre los omóplatos para que enderezara la espalda y sacar el busto inexistente que esperaba encontrar—. Ella es un él. Se llama Bill.

—¿Con ese talle? ¡Pamplinas! –Lo desdeñó la mujer, que no se rendía ante jovencitas sin curvas. Ningún hombre en todo el mundo tendría un perfil como ése, y ella los conocía a todos. Sin tomar en cuenta la advertencia, tiró de la camiseta que cubría a Bill para encontrarse con los pezones más pequeños y sonrosados que hubiera visto jamás en una mujer. Nada de busto.

Avergonzado, Bill hundía el mentón en el pecho y se cruzaba de brazos ante la escrutadora mirada de aquella mujer que parecía devorarlo con los ojos.

—Nada que un vestido con un buen corte no solucione. El relleno ha sido la bendición de muchas chicas en edad casadera como la suya –tomó de la barbilla de Bill para decirlo con dulzura—. Haré que luzcas como la futura reina. Ni siquiera el príncipe Tom podría decirte que no pese a su récord de… ¿Cuántas dijo ya el señor Jost?

El aludido se atragantó con su propia saliva.

—Le digo que no es…

—Catorce, señora Schiller, y seguimos contando –se ufanó David Jost en inmiscuirse en recalcar la renuencia del príncipe del reino en contraer matrimonio.

—Pero Bill no es…

—Una más y le regalarán otra gratis –bromeó la mujer al rodear a Bill con su cinta métrica en torno a la cintura y hacerlo tomar aire profundo—. Aguanta, cariño, que el corpiño debe quedarte a la medida.

—¡Señora Schiller! –Gritó Tom, atrayendo la atención de todos en la sala. Bill observándolo como si fuera su salvador, puesto que lo aquella mujer le hacía no sólo era vergonzoso, sino también cercano a la tortura—. Bill es varón. Él…

—Pamplinas, querido –le quitó un mechón de cabello a Bill de la frente—. Veo perfectamente y si bien aprecio formas y figuras angulosas, dictamino que un guardarropa a base de vestidos es lo mejor. Sin discusiones. Si el resultado no te gusta, entonces hablaremos.

Tom tuvo que encogerse de hombros ante que Bill, que ante aquella lógica, se tuvo que dejar tomar más medidas.

 

/*/*/*/*


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).