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No... por Marbius

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… Escatimes en amor para Bultito [Mes 7]

 

Grrr…. Frunciendo el ceño aún entre los niveles de la inconsciencia, Tom intentó ignorar lo mejor posible aquel molesto ruido y regresar a dormir como si nada hubiera pasado.

Acurrucado en los brazos de su gemelo y por primera vez en semanas completamente libre de toda carga emocional o mental, casi lo hizo. Muy mal para él que aquel terrible ruido, un grrr repetitivo que le llegaba desde lejos como alguna podadora en el jardín del vecino o el taladro del vecino le impidiera dormir tal y como lo planeaba.

—Bill —llamó a su gemelo, que contestó con un quejido—, apaga el maldito televisor…

—Nostapeido… —Murmuró Bill con el rostro hundido en la curva de su cuello—. Duerme, Tomi…

Tom quiso hacer caso a aquella sugerencia, en verdad que lo intentó, pero un nuevo grrr resonó con eco por la habitación y terminó haciéndolo abrir los ojos.

La oscuridad que aún reinaba en la habitación le dijo que aún era demasiado temprano como para estar despierto, dado que el sol seguía sin despuntar y la luna seguía alumbrando a través de la ventana. Las sombras desdibujadas por todo el cuarto a causa de ésta, bailando al compás de unos pasos que se movían en el piso inferior.

Grrr… ¡Y de vuelta ese horroroso ruido!

Con cuidado de no despertar a su gemelo, Tom se deslizó fuera de su abrazo, quitando uno de sus brazos de su estómago y apartando las mantas que los cubrían. A pesar de que el comienzo del verano se dejaba sentir con cálidas tardes, en la noche aún era necesario abrigarse; y agregando que Tom experimentaba desde el embarazo los pies fríos y muy para su placer, Bill estaba más que deseoso por calentárselos cada noche.

Sentándose en el borde del colchón, Tom miró con adoración a su gemelo. Con la boca abierta y una expresión total de paz en su rostro, Bill dormía a pierna con ninguna preocupación aparente pintada en sus facciones. Tom apenas si podía creer el nervio con el que la noche anterior les había dicho a sus padres y a Gordon que él era el padre de su bebé.

Luego de aquello, ambos se habían retirado al piso superior, donde luego de cambiarse la ropa por los pijamas y meterse bajo las mantas; habían caído dormidos en cuando habían cerrado los ojos.

La noche anterior todo había parecido tan adecuado, tan… correcto. Tom apenas si podía creer que el plan era permanecer en casa de su familia durante el fin de semana.

—Bueno, con lo que pasó anoche —murmuró para sí—, será suerte si nos dejan empacar nuestras cosas antes de sacarnos a patadas…

Grrr… De nuevo aquel ruido.

Tom se sujetó el vientre con ambas manos e incrédulo se dio cuenta de que el sonido no procedía del exterior, sino de su propio estómago.

—Oh Dios —exclamó con asombro. Si sus tripas eran capaces de hacer semejante ruido, seguramente sus teorías eran ciertas y su vientre anidaba a un alien que en sus primeras etapas de gestación le producían náuseas y vómito, así como luego antojos irreprimibles—. ¿Alguien aquí tiene hambre? —Se palpó por debajo del ombligo. Como si fuera una señal esperada, el bebé dio una patadita leve seguida de otra casi instantáneamente—. Ok, tomaré eso como un sí.

Calzándose las pantuflas, Tom se puso en pie con mucho cuidado. Sandra ya le había advertido luego de su caída, que su equilibrio no era ni la mitad de lo que solía ser ante. Incluso las mujeres tenían dificultades durante el embarazo y se las veían difícil con aquel peso extra que les restaba balance, pero para Tom era aún peor, no contando con una cadera adecuada para ello.

Sin embargo, ni una pierna rota lo detendría en esos instantes de ir a vaciar el refrigerador.

Inclinándose sobre su gemelo para depositar un suave beso sobre la punta de su nariz, Tom se dio media vuelta y salió de su habitación. Con cuidado de no pisar ninguna tabla suelta del piso, caminó casi de puntillas a lo largo del corredor hasta donde se encontraban las escaleras.

Comprobando la hora -seis de la mañana, justo como él sospechaba-, calculó que era demasiado temprano como para que alguien estuviera de pie. De ser posible, prefería evitarse toda confrontación por lo menos antes de que fuera la hora del desayuno o que su estómago estuviera lleno; lo que sucediera primero.

Aferrado al barandal de las escaleras como si su vida dependiera en ello, Tom se deslizó escalón por escalón hasta encontrarse en el rellano. Unos pasos más y el refrigerador estaría a su alcance y merced.

Tom casi podía saborear la comida. Era tanta su hambre que hasta creía estar oliendo cosas. Su nariz decía ‘tocino, huevos y pancakes’ con tanta claridad, que comenzó a salivar en el instante.

Por desgracia para él, su nariz no hablaba con mentiras sino con la verdad.

Tom se congeló apenas entró a la cocina y la figura de Simone frente a la estufa se dejó ver.

—¿M-Mamá-a? —Tom se cubrió la boca con la mano al darse cuenta de que se había delatado. De no haber dicho nada, podría haber regresado a su dormitorio sin mayores explicaciones. Ahora en su lugar estaba atrapado y sin salida aparente.

—Oh, cariño, toma asiento —indicó Simone con voz limpia y clara, ningún tono oculto, por encima de su hombro. En la mano, una espátula—. El desayuno pronto estará listo.

Tom sopesó sus opciones. Correr al segundo piso ya no parecía tan válido y un nuevo crujir de su estómago le hizo entender que primero era la supervivencia y después la cobardía, no a la inversa. Muy a su pesar, el mayor de los gemelos tomó asiento en una de las sillas que descansaban guardadas bajo la mesa. Desde su postura, viendo de frente la espalda tensa de su madre.

—¿Qué haces despierta tan temprano? —Preguntó Tom maldiciendo su curiosidad innata, deseando eliminar aquel silencio mortuorio de la cocina.

—No podía dormir —dijo Simone aún sin darse media vuelta, trabajando sobre un sartén—. Ni siquiera fui a la cama. Bueno… A eso de las cuatro pensé que sería una buena idea desayunar todos juntos. Tu padre decidió quedarse en el cuarto de invitados y ya sabes como le gusta el tocino con sus tostadas así qu…

—Mamá —musitó Tom—, ¿al menos intentaste dormir? ¿No estás cansada?

Simone se limpió los ojos con el dorso de la mano. —¿Cansada? Para nada. Una madre no puede estar cansada cuando va a ser abuela en tan poco tiempo, ¿verdad? Eso es…

La sensación de hambre que Tom sentía en el estómago fue dando paso a una enorme cantidad de culpa que se condensó ácida como un limón y barbotó en su garganta, amenazando con salir.

—Si es por lo que pasó anoche… Lo siento. Mucho. —El mayor de los gemelos se cruzó de brazos—. Lamento que tuvieras que enterarte de esa manera, lo mismo es para Gordon o papá, pero no me arrepiento. No voy a pedir disculpas.

—Nadie dijo que lo hicieras —dijo su progenitora al abrir la alacena y sacar un par de platos—. En ningún momento… —Se detuvo en seco—. ¿Sabes? En realidad creo que lo sospechaba. Yo también debería pedirte disculpas por haberte presionado tanto, cariño. De no haber tenido miedo a mi reacción, me habrías dicho antes, estoy segura. Yo también tengo un poco de culpa.

La boca de Tom se secó no ante la declaración completa sino por aquella revelación que develaba el secreto de su relación con Bill. Los ojos se le abrieron enormes y la humedad los invadió como si alguna de sus tuberías interiores estuviera en desperfecto; el embarazo hacía eso y más en su organismo. Malditas hormonas…

Intentó repetidas veces articular alguna palabra, cualquier sonido, pero su mandíbula se negaba a cooperar. Simone, que lo contempló con cuidado durante el proceso de apagar la estufa y servir desayuno para ambos (tal como Tom lo había predicho: Pancakes, tocino con huevo y de beber leche entera con chocolate en polvo), al depositar su plato enfrente suyo, dio unas palmaditas sobre la cabeza del mayor de sus hijos.

—No es necesario que digas algo, Tom. Todo está bien.

Tom miró incrédulo su desayuno, si es que se le podía llamar así a lo que él consideraba una comida fuera de horario que él bebé le había pedido so pena de devorarle un trozo de intestino o el páncreas, pero el habitual menú que su madre cocinaba para ocasiones especiales tenía dicha etiqueta y sería un sacrilegio no dársela.

—Gracias —susurró al fin, no muy seguro si sus palabras se debían a la comida o a la comprensión demostrada. Quizá a ambos.

Lo cierto fue que los dos comieron en un silencio tranquilo, en donde la tensión no tuvo lugar.

Cuando poco antes de terminar Bill apareció en el umbral de la puerta y sus facciones se endurecieron como las de quien espera una pelea, Simone se puso en pie para servir un tercer plato, muy para asombro de sus dos hijos. Un intercambio de miradas bastó y Bill tomó asiento al lado de Tom.

Durante el resto del desayuno, su madre no dijo ni una palabra. No cuando se tomaron de las manos sobre la mesa y no tampoco cuando Bill se inclinó sobre su gemelo y lo besó en la comisura de los labios.

En silencio, porque así tendría que ser todo al menos mientras la situación se normalizaba, fue que Gordon y luego Jörg los encontraron.

Cada uno uniéndose a la mesa en igual carencia de palabras.

 

Pese a que la primera semana de su estancia osciló entre la tensión y la comprensión, el siguiente lunes cuando ya iban a cumplir diez días en la casa familiar, la situación en sí se normalizó.

En un acuerdo tácito, Bill abandonó su papel como hijo y tomó su lugar al lado de Tom como el padre del bebé, del mismo modo en que Simone olvidó ser su madre y se comportó como la abuela que todos esperaban tomara su sitio una vez las aguas llegaran a su nivel normal.

Para Gordon, al que todo le calzaba para bien sin importar qué fuera, fue desde el momento de la noticia como una especie de Navidad que se contagió en el ánimo de los demás. Su sonrisa perenne y su exclamación plagada con emociones al decir “¡Voy a ser abuelo!” cada dos por tres, inundaron la casa con buen humor. Incluso para Jörg, que en un principio prefirió no dar su opinión, aquella declaración terminó haciendo mella, y aunque su trabajo no le permitía permanecer en la ciudad tanto como quería, prometió volver más seguido.

Fue así como días después, luego de una copiosa comida y una reparadora siesta, Tom se vio sacudido para despertar por su madre. Ésta lo tomaba por el hombro y le hablaba en tonos bajos que apenas comprendía.

—Mamá —se quejó con la boca pastosa—, estaba durmiendo muy cómodamente. Quiero regresar a eso si no te importa —intentó darse media vuelta, pero con tan mal tino había elegido tomar su siesta en el sillón de la sala y apenas si tenía espacio para permanecer de costado, ni hablar de maniobras peligrosas con la barriga que se cargaba a cuestas.

—Oh, Tom, pero si hay tanto que planear. No es momento de que duermas —le apartó Simone unos mechones de cabello—. Bill dice que aún no han comprado mucho para la criatura.

—Eso… —Tom frunció el ceño tratando de pensar; tarea nada fácil cuando se tiene la mente nublada con nubes esponjosas de sueño—. Nunca decidimos nada porque esperábamos que nos perdonaras antes.

—Bill me lo dijo y me siento halagada—besó Simone la frente de su hijo mayor—. Pero ahora que todo está bien, es hora de elegir lo necesario para la criatura. Una cuna, pañales, ropa…

—Con respecto a la ropa —abrió Tom un ojo—, aún no sabemos qué va a ser.

—Dudo mucho que tengas un cachorrito, Tom —arqueó una ceja su madre, no entendiendo del todo.

—No, me refiero —se semi incorporó el mayor de los gemelos sobre un codo— a que todavía no sabemos el sexo del bebé.

Simone soltó una exclamación de asombro. —¿Cómo que aún no saben el sexo de mi primer nieto?

—Ah, mamá, no empieces —dejó caer Tom la cabeza sobre el cojín en el que estaba—, antes no pensamos que fuera necesario, ¿por qué tienen que ser las cosas diferentes?

Su progenitora soltó un resoplido. —¡Hombres! —Gruñó al alejarse—. Nadie los entiende…

Tom bostezó con desgana. Para él, el sexo del bebé era tan… Bah. Poco importante. Fuera niño o niña, lo querría igual, ¿así que por qué tenía que importar lo que llevara entre las piernas?

Desdeñando lo que él consideraba eran locas intromisiones de su madre, volvió a cerrar los ojos y cayó dormido casi al instante.

 

En sueños, porque la realidad no podía ser, Tom llevaba en brazos un bebé. Con su pequeña carita arrugada y roja, lloraba sin un sonido. Envuelto en una mantita blanca, sólo era su rostro el que sobresalía. Las facciones limpias, casi cinceladas en la piel que era pálida. Una manita que sobresalía por el borde de la tela y las uñas transparentes que Tom contó una por una hasta llegar a cinco…

—Tomi… —El mayor de los gemelos volvió a abrir los ojos con fastidio, ahora no sólo molesto por haber sido despertado, sino también por haber sido arrancado tan brutalmente de uno de los mejores sueños que había tenido en mucho tiempo—. Hey, dormilón, ya es tarde…

Tom enfocó la vista a las penumbras de la habitación para encontrar a Bill a su lado, de rodillas en el alfombrado y de frente al sillón.

—Estaba soñando… —Murmuró con cansancio.

—Me di cuenta, estabas contando “uno, dos, tres…” —sonrió Bill con dulzura—. ¿Qué soñabas?

Tom parpadeó de nueva cuenta, sus pupilas adaptándose a la oscuridad. Si era tan tarde, seguro había dormido todo el día y sin embargo, se sentía con ánimos de seguir por más horas. El cansancio se llevaba siempre lo mejor de él.

—No lo recuerdo —musitó—, pero era muy feliz… Creo que era nuestro bebé —prosiguió al cabo de unos segundos—. Pero no recuerdo mucho.

Bill se inclinó sobre su cuerpo, colocando la mejilla contra su abultado vientre. —Mamá me dijo que habló contigo del bebé, precisamente. Está un poco molesta por nuestra falta de responsabilidad —rodó los ojos—. Le dije que iríamos esta semana a comprarlo todo, pero dice que vendrá de visita después para ver si es cierto.

—Uhm, ya qué —bostezó el mayor de los gemelos hasta que la mandíbula le crujió.

—Tomi, tenemos taaanto por hacer —dijo Bill con un poco de preocupación en su voz—. En dos meses, nuestro hijo o hija va a estar aquí y no tenemos nada. Mierda, ni siquiera sabemos qué es.

El mayor de los gemelos agitó la mano en el aire como espantando sus preocupaciones. —Bien, iremos con Sandra y ella nos dirá, ¿contento? Ya después sabremos de qué color comprar la ropa.

—Perfecto —besó Bill la barriga de su gemelo—. ¿Escuchaste eso, Bultito? Pronto sabremos todo de ti.

—¿Bultito? —Rió Tom entre dientes—. ¿De dónde sacaste eso?

—Suena lindo —arrugó el menor de los gemelos la nariz—. Y por ahora, sólo es un pequeño bulto. Cuando sepamos su sexo, entonces decidiremos un nombre adecuado.

—Trato hecho —concedió Tom con una sonrisa grande pintada en su rostro.

 

—¿Y bien? —Preguntaron a coro los gemelos la siguiente semana, de vuelta a una de las consultas quincenales que tenían con la doctora Dörfler.

—Es difícil de decir —entrecerró la médica los ojos—. Podría ser… No, esperen…

Tom alzó las cejas con sorpresa fingida, convencido de que alguna especie de maldición vudú había caído sobre ellos por no haber querido saber desde un inicio el sexo del bebé. Ahora que al fin todo estaba planeado para que así fuera, el bebé se encontraba de espaldas y al parecer con sus genitales escondidos y cubiertos con una placa de plomo, porque no importaba en qué posición se colocara el mayor de los gemelos para así facilitar el ultrasonido, simplemente no podían vislumbrar nada. O al menos nada que no fuera la espalda, la cabeza o las extremidades del bebé; todo el frente escondido al interior del cuerpo de Tom.

—Es curioso —murmuró Sandra al guiar el instrumento sobre el vientre de Tom—. Siempre se había visto y ahora no. El bebé ha tomado la posición de parto casi un mes antes de lo planeado.

—¿Eso es bueno o malo? —Inquirió Tom con nerviosismo, su mano sujetando la de Bill con fuerza.

—Ninguna de las dos —se encogió de hombros la doctora—. No tiene relevancia para tu caso si tomamos en cuenta que no vas a tener a la criatura por parto natural, ¿o sí? —Se alzaron la comisura de sus labios levemente—. Aunque si quieres un consejo de médico a paciente, no te lo recomiendo. La abertura anal no tiene precisamente esa función, aunque si has practicado fisting…

—Cesárea, por favor y muchas gracias —dijo Tom, deseando cubrirse las orejas con ambas manos—. Los partos naturales se los dejo a las mujeres.

Sandra soltó una carcajada. —Bien dicho.

Bill los desdeñó con un ruido de la boca. —No cambien el tema. ¿No hay otra manera de saber el sexo del bebé? Le prometimos a mamá que le daríamos la noticia al salir de la clínica. Seguro ha de estar pegada a un lado del teléfono.

—Me temo —cogió Sandra una toalla de papel y procedió a limpiar el gel de la barriga de Tom—, que al menos por hoy no será posible.

—Pero lo ha visto antes, ¿o no? —Se sentó Tom, bajándose la camiseta—. ¿Es que acaso no lo recuerda?

—Cada día atiendo entre cinco y diez pacientes —le amonestó Sandra—. Temo decir que no recuerdo el sexo de cada bebé que atiendo.

Los dos gemelos intercambiaron miradas preocupadas.

Era un hecho seguro, más porque su madre se los había advertido aquella misma mañana al llamar por teléfono que por simples suposiciones, que si para el mediodía no tenían el sexo del bebé, conocerían su furia de abuela. Bastante mal que al menos por otros quince días, fuera imposible saber nada que no fuera el estado de salud de la criatura.

—Más importante que eso —los miró Sandra de reojo, demasiado ocupada con rellenar el formulario de la consulta—, ¿ya planearon fecha de parto?

—¿Esas cosan se planean? —Dijo Bill en voz alta, un poco confundido y decepcionado gracias a sus clases de biología—. Pensé que eso pasaba de manera natural.

—Normalmente, pero no teniendo posibilidades de un parto natural —su vista se posó un segundo en Tom, quien se sonrojó levemente—, lo más aconsejable es elegir un día y realizar la cesárea a una hora programada.

—¿Es seguro? —Tom no quería ni la más mínima posibilidad de que algo que él hiciera o decidiera, afectara la salud del bebé.

—Totalmente —les aseguro Sandra a ambos—. Ahora bien, tomando en cuenta el calendario… —Se inclinó sobre su escritorio para extraer una pequeña tarjeta con los días y los meses impresos—. Agosto parece ser el mes más adecuado. Si fuera un parto natural, diría a finales de mes, pero a partir del día primero está bien.

Tom se colocó ambas manos en el vientre, tratando de ver si su bebé daba alguna reaccionaba de alguna manera. Últimamente lo hacía mucho. Al no poder decidir entre pan integral o blanco, el bebé lo hacía por él. Sabía que estaba actuando un poco tonto, pero le encantaba como siempre los resultados finales terminaban siendo de lo más placenteros.

—Hey, Bultito—susurró sólo para ellos dos, aprovechando que Bill hablaba con Sandra de cuáles serían las mejores fechas para la operación y ninguno de los dos le prestaba atención—, ¿qué día te gusta? Mano derecha es a inicios de agosto y la izquierda a finales… ¿Qué dices? —Apoyó ambas manos sobre su costado y el bebé dio una justo en el centro, donde su ombligo estaba—. ¿Mediados de agosto? —Otra patada cayó en el mismo sitio que la anterior—. Ok, tú mandas.

Llamando la atención de su gemelo, Tom se lo hizo saber. —Quince de agosto. Me parece una fecha perfecta.

Bill lo confirmó con Sandra, los dos anotando la fecha en la agenda de la médica mientras que Tom tomaba asiento y se acariciaba el vientre con calma.

Mientras veía a su gemelo y a su médica ultimar detalles, no podía más que sentirse relajado. Claro, lo iban a abrir en dos por la mitad del cuerpo como si fuera ganado en el matadero; técnicamente él no tendría que estar angustiado por una cesárea, y por supuesto, siempre estaba el facto de riesgo, pero intentaba mantenerse siempre lo más tranquilo posible. El ‘¿qué tal sí…?’ era algo a lo que le temía como loco. Si algo le pasaba a él o al bebé, en el peor de los casos a ambos… Tom prefería no tener aquellos pensamientos sombríos en la cabeza, pero no podía evitarlo al mismo tiempo. Bill y su bebé eran las dos personas por las que más se preocupaba en el mundo y daría su vida por cualquiera de los dos sin dudarlo. Él sólo esperaba no tener que llegar a tomar una decisión como aquella en ningún momento; prefería limitarse a lo bueno y esperar lo mejor del futuro por venir.

—¿Listo, Tomi? —Sujetó Bill la mano de su gemelo, sacándolo de sombrías ensoñaciones—. Mamá nos va a matar por no poderle decir si va a tener nieto o nieta, pero antes de eso podemos parar en McDonald’s y pedir lo que más te apetezca —sonrió—. ¿Quieres?

Las mejillas del mayor de los gemelos se colorearon de rojo. —¿Puedo pedir papas fritas con jarabe de maple? —Ante la afirmación de Bill, agregó—: Mamá siempre puede comprar ropa blanca y amarilla para el bebé si quiere…

Bill le besó la frente, concediéndole toda la razón.

 

—Tenemos que averiguar el sexo de Bultito ya —gruñó Bill con el rostro por detrás de su catálogo de ropa. Haciendo uso de la tarjeta de negocios que le habían dado Clarissa y Melissa, el menor de los gemelos había llamado a la compañía y pedido el último catálogo de ropa para recién nacido que tuvieran, seguro de que mirar no podría hacer ningún daño.

Craso error. Ahora quería todos y cada uno de los conjuntos para bebés menores de un año que hubiera en la revista. Rosas, amarillos, azules, verdes, estampados diversos, fueran para nene o nena, todos y cada uno de ellos resultaban ser una delicia a la vista. El menor de los gemelos casi consideraba seriamente el hacer un pedido total de todas y cada una de las prendas mostradas y fingir durante el primer año de vida de Bultito, que era niño y niña a la vez.

—Argh, lo quiero ¡todo! —Exclamó Bill cerrando de golpe la revista y espantando en el proceso a su gemelo.

—Mándale el catálogo a mamá y lo tendrás —dijo Tom con aburrimiento. Tendido en la cama que compartían de noche, los gemelos estaban a punto de irse a dormir—. Ahora que por fin decidió ser abuela, no deja de llamar para darme consejos. Que si esto o aquello —bufó dándose media vuelta en l cama—. ¿Bill? —El menor de los gemelos soltó un ruidito que le dio a entender que tenía toda su atención—. Apenas tenemos la cuna y tres bolsas de pañales, ¿crees que eso baste?

Bill soltó un suspiro. —En lo mínimo, pero… No es como si pudiéramos salir a comprar esas cosas nosotros.

El mayor de los gemelos se permitió imaginarse la escena por un segundo. Ellos dos, de compras en un centro comercial… Algo en todo ello sonaba catastrófico. Empezando porque en el mismo instante en que alguna fans los reconociera, su destino estaría sellado. Lo primero sería correr; bolsas de compras en la mano o no, tendrían que huir por sus vidas si es que querían permanecer en una misma pieza o al menos con su cabello en su sitio lo mismo que sus extremidades. Lo segundo, y no por ello menos importante, sería que con su barriga de siete meses, el mayor de los gemelos rodaría más que correr. Siendo que aún era un secreto su embarazo para cualquiera que no fuera familia, amistades cercanas o la disquera, la noticia de su estado se dispararía en prensa sensacionalista por toda Alemania, primero como un absurdo rumor y después como el chisme del siglo, cuando parecieran fotografías y fuera acosado por la prensa… No, en definitiva, la idea de ir al centro comercial por más pañales era ridícula.

Tom tragó saliva. —Nah, creo que estamos jodidos. Bultito tendrá que usar servilletas como pañales y viviremos hacinados aquí hasta que alguien nos descubra.

—Oh Tomi, estás siendo exagerado —desechó Bill finalmente la revista para inclinarse sobre su gemelo y darle un beso esquimal—. Nos faltan pocas cosas. Biberones, más pañales, un poco de ropa; quizá un par de juguetes, unas mantas y leche en fórmula —presionó una mano juguetona contra su pecho aún plano.

—Nunca me lo vas a perdonar, ¿eh? —Gruñó Tom con las mejillas ardiendo en rojo.

Muy para su consuelo agridulce, Tom, a diferencia del otro caso que Sandra había tratado de embarazo masculino, no había desarrollado glándulas mamarias capaces de producir leche para su recién nacido. El mayor de los gemelos no sabía si estar feliz o no, al no tener que comprar varios sostenes de talla grande, pero al mismo tiempo un poco decepcionado de que su pequeño Bultito tendría que vivir de leche en fórmula.

—Como sea —desdeñó al fin el tema—, algo tendremos que hacer. Ya tengo siete meses, por el amor a Dios —bufó—. Si mamá quiere inmiscuirse, déjala. Ella ya tuvo práctica con nosotros dos y sabrá qué hacer.

Bill asintió. —Bien, pero si ella hace algo que no te gusta, no vengas llorando conmigo, ¿ok?

—Ok —rodó los ojos Tom, presintiendo muy dentro de sí, que lo lamentaría.

 

—¡Feliz fiesta de Baby-Shower, Tom! —Saludó la multitud al mayor de los gemelos cuando éste regresó a casa después de pasear a sus mascotas apenas una semana después de haber llamado a su madre para pedirle ayuda. Del susto, las llaves que aún llevaba en la mano golpearon el parqué de la entrada.

—¡¿Q-Qué…?! —Chilló de la sorpresa, aún no dando un primer paso dentro de su hogar. Bill, que venía detrás de él, tuvo una reacción similar al contemplar a los pocos conocidos que tenían conocimientos del estado de Tom, inundando su recibidor, todos sus excepción portando gorros de fiesta, globos en tonos pastel y serpentinas multicoloridas.

—Oh, cariño, pensamos que sería adecuado que fuera una fiesta sorpresa para ti —se adelantó Simone a abrazar a sus dos estupefactos hijos—. Un Baby-Shower es perfecto para ustedes dos. Así podrán conseguir todo lo necesario para mi futuro nieto o nieta —palpó suavemente el vientre de su hijo mayor—. ¿Y bien, van a pasar o se van a quedar ahí como estatuas?

Tom y Bill avanzaron dentro de su hogar, saludando por todas partes a cualquiera que se les acercara, muchos de ellos parientes que apenas conocían y que estaban enterados del embarazo del mayor de los gemelos por chismorreos de su madre.

—Mierda, ahí viene la abuela —murmuró Bill con mal tono y una sonrisa de oreja a oreja que no encajaba con sus verdaderas emociones.

La abuela Kaulitz era reconocida por dos hechos; uno su sordera crónica que la hacía gritarte en la cara a una distancia poco prudente y el otro el modo en el que te escupía al hacerlo.

—¡Tomichu, nene, ven a darle un beso a tu abuela! —Gritó la anciana, una mujer alta y con el cabello repleto de canas. El mayor de los gemelos se inclinó para darle un beso en la mejilla y recibir uno por igual que le manchó la frente  con su lápiz labial de carmín—. Esa barriga tuya está cada día más enorme. ¿Es la cerveza?

—Abuela, Tom está embarazado —se inclinó Simone sobre su ex suegra—. Hablamos de eso antes de venir.

—¡¿QUÉ?! —Gritó la abuela, sorda como estaba—. ¡No te entiendo, Simie! ¡Habla más fuerte!

Los gemelos rodaron los ojos al mismo tiempo, huyendo en otra dirección lo más pronto posible. Volvería a haber dinosaurios en la tierra antes que la abuela Kaulitz entendiera de qué iba todo aquello.

Por fortuna para ambos, no sólo su loca y desquiciada familia estaba invitada, sino también algunos de sus amigos más cercanos, así como algunas personas de la disquera y por supuesto, Georg y Gustav, los dos acorralados en un rincón del sofá por su tío Franz, que tal como era su costumbre, hablaba de política como si fuera el tópico del siglo.

—¿Crees que si huimos por la puerta de atrás lograremos zafarnos de esto? —Susurró Tom a su gemelo, no muy convencido de si quería rescatar a sus compañeros de banda o no.

—Creo que ya no cabes por la puerta de atrás —dijo Bill a su gemelo—. Espera aquí, yo iré por ellos y tú… No sé, vi una fuente de comida en el comedor. Dale uso.

Tom vio a su gemelo saludar al tío Franz y como éste lo succionaba a una conversación que siempre estribaba en el tópico de cuáles eran las nuevas vertientes del partido que iba ganando en las elecciones. En una palabra: ABURRIDO en tonos fucsia.

—Nadie me puede obligar a estar aquí, ¿no, Bultito? —Se tocó Tom el vientre con amor. Decidido a que lo que necesitaba era un baño y una siesta, quizá un tentempié de por medio, el mayor de los gemelos enfiló a las escaleras con tan mala suerte que se topó con Jost.

—Tom, ¿cómo va todo? Verás… —Sin esperar una respuesta con respecto a su estado de salud, su manager ya estaba hablando de posibles fechas para el nuevo disco, la gira, ruedas de prensa y demás.

—Uhm, yo… Dave… Este… —Tom miró por todos lados en la habitación abarrotada de personas tratando de vislumbrar a alguien que lo sacara de apuros—. Eso que dices es muy interesante pero… Emmm… Tengo que ir al baño —mintió al final con una sonrisa apenada—. Quizá luego hablamos —murmuró como excusa antes de darse media vuelta y casi correr en dirección contraria.

Escabulléndose de más de un par de personas con las que no quería ni intercambiar dos palabras, Tom acabó en la cocina.

Ahí, sentada frente a un plato de comida, estaba Sandra.

—¿Huyendo? —Preguntó la médica sin mucho interés—. Lo mismo aquí.

Tom se dejó caer en una silla que estaba a su lado. —Estoy agotado. Si alguien vuelve a darme otra palmaditas en el estómago o preguntarme si tengo una barriga por cerveza, voy a estallar…

—Suele pasar —dijo la Sandra con el tenedor en la mano—. Supongo que Bill debe estar pasando todo igual de mal… Aunque hablo a favor de tu madre, fue muy amable de su parte a invitarme a esta fiesta sorpresa.

—Así es ella —se encogió Tom de hombros—. De cualquier modo, dudo que Bill lo esté pasando peor que yo. A mí me duelen los pies —gruñó Tom—. Lo que es peor, me duelen y no me los puedo ver por culpa de la barriga.

—El padre no la tiene tan fácil como crees, Tom —declaró Sandra con seriedad, una sonrisa leve en la comisura de sus labios al decirlo, atenta a cómo Tom se congelaba a su lado.

El mayor de los gemelos sintió una opresión en el pecho, por lo que sus siguientes palabras salieron estranguladas desde su interior. —¿Q-Qué? ¿Cómo que el padre? —Intentó reírse; un ruido nervioso que lo delató aún más—. Bill es mi hermano, mi gemelo, tú lo sabes, no el padre de mi bebé —mintió con todo el dolor del alma; negarle el derecho de paternidad a Bill ante todos le iba a pesar toda su vida—. No sé de qué hablas, en serio.

—Sé que él es el padre del bebé —puso Sandra las dos manos sobre la mesa, viendo a Tom directo a los ojos—, ¿no es así o me equivoco?

Tom sintió como Bultito daba patadas sin control en su interior.

Por seguridad, desde un principio de las consultas, tanto él como Bill habían accedido a no aclarar la paternidad del bebé. Sandra jamás había preguntado, por lo que dejar pasar de largo la respuesta había sido lo más obvio. Ser gemelos era su ventaja cuando acudían a las citas y actuaban lo más fraternalmente posible, siempre cuidando de no excederse con sus demostraciones de cariño o haciendo algo que pudiera comprometerlos más allá de una relación normal.

Por desgracia, al parecer no había funcionado.

Los os ojos de Tom se inundaron de lágrimas al instante. —No le digas a nadie —musitó—, por favor…

Sandra pareció sorprenderse por un segundo, antes de recobrar su fría fachada de siempre. —Eso está de más. No tengo porqué decir nada.

—¿Entonces por qué…? —Se atragantó Tom.

—¿Por qué a qué? Simplemente decía la verdad, Tom, no te asustes. Soy tu médica, no tu confesora. Mi trabajo es que tu bebé crezca sano y nazca bien, el resto no me interesa.

—¡Pero acabas de decir que Bill es el…! —Se limpió Tom las mejillas con un par de servilletas que encontró sobre la mesa—. Mierda, mierda, eso me asustó.

Sandra denegó con la cabeza. —Lo siento, creo que olvidé realmente que no se suponía que lo sabía, ¿no es cierto? A veces olvido eso.

A Tom le costó un par de minutos tranquilizarse. El estómago le dolía de nervios, por no hablar de que no podía levantar la vista de su regazo, demasiado abochornado por el incidente.

—Nada va a cambiar en nuestra relación médico-paciente, tranquilo —le tomó la mano Sandra.

Tom aspiró una gran bocanada de aire. —¿Podemos ignorar esto?

Sandra asintió.

 

—Pues… —Abrió Tom otra caja de regalos, sacando de ésta un nuevo par de calcetines miniatura bordados con abejitas en ellos.

El Baby-Shower no había sido una pésima idea después de todo. No como Tom había creído en un inicio al menos, si es que tomaba en cuenta que de ropa, pañales y enseres básicos, tenía de sobra como para el primer año de vida de Bultito. Claro, estaba el hecho de que la abuela Kaulitz había escupido sobre toda superficie visible y que la tía Eva había discutido con cualquiera que le prestara atención respecto a como Tom era incapaz de cuidarse a sí mismo, ni hablar de un bebé, pero más allá de eso, había sido un éxito.

Quizá exceptuando a Simone, quien con ayuda de toda la familia, había entregado a Tom dos listas tan largas como la carretera de Berlín-Hamburgo repletas de nombre de bebés, ya fuera niños o niñas en letra diminuta y apretada para que cupieran todos.

—¿Armenia? —Leyó Gustav en voz alta; él y Georg ayudando a los gemelos a limpiar después de la fiesta, agradecidos de la intervención de Bill con su tío Franz—. ¿Dorotea? ¿Epifanio? ¡¿Furúnculo?! —Explotó con asombro—. ¿De verdad alguien anotó Furúnculo como nombre de bebé? Oh, mierda…

—Ni remotamente uno de los peores nombres que escuché hoy —refunfuñó Tom. Sentado frente a la mesa de la cocina, era el único que no trabajaba en la limpieza. Mientras que Georg se ocupaba de recolectar todo lo que estuviera fuera de lugar, Gustav lavaba los platos y Bill le ayudaba a secarlos y guardarlos en su sitio dentro de la alacena.

—Dispara —dijo Bill, preparándose para lo peor.

—Golgoteo —saboreó Tom la palabra—. Tío Lucas dijo que era el sueño de su vida tener un primogénito con ese nombre, pero que tía Eva jamás lo había dejado. Ni la menor duda de por qué… —Rodó los ojos—. Ponerle así a un bebé debería ser en contra de la ley —se colocó las manos en el vientre—. ¿Verdad, Bultito? —Casi en sincronía con sus palabras, el bebé en su interior dio un par de pataditas—. Ni qué hablar.

—Alto, ¿eso quiere decir que aún no tienen nombre? —Entró Georg a la cocina, cargando consigo una docena de platos  apilados que dejó en el fregadero para que Gustav los lavara.

Bill y Tom intercambiaron miradas de desconcierto.

—No, aún no —declaró Bill con un vaso chorreando agua en la mano—. ¿Qué tiene eso de malo?

—Todo en el mundo —murmuró Gustav con su habitual tranquilidad—. Lo lógico sería que ya supieran el sexo del bebé y planearan con respecto a ello, no que esperaran hasta el final para hacerlo.

—Exacto —secundó Georg, abriendo una nueva bolsa de basura para meter en ella el resto de desperdicios que llevaba consigo—. Imaginen en unos años cuando Bultito decida saber los orígenes de su nacimiento y tengamos que decirle que ustedes eran un par de irresponsables —se rió.

—No te atreverías a decirle nada —amenazó Bill—. Especialmente porque nada de eso es cierto, ¿no es así, Tomi?

El mayor de los gemelos evitó mirarse al vientre, como si el bebé que estuviera en su interior pudiera amonestarlo por su falta de devoción.

Claro, habían esperado saber el sexo del bebé en un principio porque su madre aún estaba molesta con ellos, y quizá tampoco habían tenido muchas ganas de saberlo en un inicio. Entre el shock de la noticia, que no era un tumor y el miedo a que algo malo sucediera, apenas si habían podido seguir con sus vidas. El mes anterior tampoco había sido fácil y sin embargo, ciertamente parecían malos padres no teniendo al menos un nombre en reserva para su pequeño Bultito.

—Tenemos que pensar nombres —arrugó Tom la lista que le dio su madre y la tiró a la basura en una canasta perfecta—. No quiero que cuando el bebé crezca se dé cuenta de lo malos padres que fuimos.

—Bah —encaró Bill a su gemelo—, hay peores padres que nosotros. Sólo hay que elegir nombres y ya…

—No olviden —agregó Gustav, cerrando los grifos de agua—, que tienen que habilitar un cuarto para Bultito.

—¿Bultito no va a dormir con nosotros? —Se abrazó a sí mismo Tom, como si temiera que la posibilidad de que el bebé tuviera su propia habitación fuera una terrorífica—. ¿Por qué no?

—Algo leí de eso —aclaró Georg—, que si duermes con el bebé en la misma cama corres el riesgo de aplastarlo mientras duermes.

—¡Yo jamás aplastaría a Bultito! —Chilló Tom poniéndose de pie de golpe en un ex abrupto que apenas reconoció como suyo.

Con la cara ardiendo de vergüenza, apenas se disculpó, se excusó de la cocina para subir a su dormitorio.

Tendido de costado y con la mano sobre el vientre desnudo, prodigando caricias a su querido Bultito, se prometió ser un mejor padre y madre de lo que alguien pudiera ser jamás.

 

—Ya se fueron, Tomi —dijo Bill apenas entró a la habitación que compartía con su gemelo—. Ambos se disculparon contigo y esperan que no estés molesto con ellos. Se veían apenados al irse…

—No estoy molesto con ellos —murmuró Tom a través de la almohada que usaba para cubrirse el rostro—, sino conmigo…

Lo cierto era que estaba más que molesto. ¿Qué clase de padre -o madre, según se viera- era él si tenía una barriga enorme que no le dejaba ni verse los pies, pero no tenía en el cuarto de su bebé nada para él? Estaba molesto consigo mismo y avergonzado de sus ideas fantasiosas que le habían tenido la idea de que después de la cesárea la criatura apenas necesitaría nada.

—Me siento del asco —masculló apartándose la almohada. Bill, que estaba despojándose de la ropa para acostarse a dormir a su lado, frunció el ceño—. Voy a ser el peor padre del mundo, o a la madre, o lo que sea. Mi bebé me va a odiar.

—No es cierto, Tomi —se sentó el menor de los gemelos en la cama—. Te va a amar tanto como tú a él o ella sino es que más.

—Qué va —habló Tom con la voz tensa—, no me va a querer y cuando sea grande, me recriminará por haberle comprado malos pañales, por no saber elegir ropa o por darle de comer algo que no le guste.

Bill tomó la mano de su gemelo. —¿De verdad piensas eso?

—Eso creo —se sorbió la nariz Tom con la funda de la almohada—. Quizá sean locuras mías o tal vez las hormonas. Argh, deben ser las hormonas.

—Tienen que ser —abrazó Bill a su gemelo, poniendo el rostro contra el cuello de éste—, porque yo pienso que serás una madre genial —le besó detrás de la oreja, obteniendo un estremecimiento—, y Bultito también lo pensará así.

—¿Hablas en serio? —Musitó Tom con inseguridad.

—Totalmente. Ya verás que así será.

—Espero tengas razón —dijo Tom.

—Nada que no se solucione con un poco de empeño, Tomi, ya lo verás… —Abrazó Bill a su gemelo, los dos demasiado cansados por el Baby-Shower sorpresa como para molestarse en meterse debajo de las mantas. No como si importara; el calor del verano estaba ya presente y les recordaba no sólo que los días serían más calurosos y largos, sino que la fecha del parto estaba cada vez más cerca.

 

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