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No... por Marbius

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… Te atrevas a decir No… [Epílogo]

 

Niña. Bultito era una niña. Y por lo que Tom recordaba, la más bella jamás antes vista por sus ojos; fangirls y groupies incluidas.

—Vamos, Tomi, no seas pesado. Sabes muy bien que no te puedes poner en pie o tus puntadas se abrirán como calceta vieja —intentó razonar Bill con su gemelo para que no se pusiera en pie; argumentos que no funcionaban en lo mínimo. Terco como él solo, Tom ya se estaba apartando las mantas de encima y luchando contra su gemelo para que lo dejara en paz—. Si tus intestinos terminan en el suelo, no va a ser mi culpa.

—Lo que tú digas —respondió Tom entre dientes, tratando de controlar el dolor de la reciente cesárea que había sufrido para así no terminar llorando como una nena.

—No, quédate en cama —empujó Bill a su gemelo por los hombros tratando así de mantenerlo en cama—. Sandra te va a arrancar la cabeza si te atreves a moverte de aquí, Tom. Ya eres un adulto, actúa como tal; tienes una hija, ¿acaso quieres hacer algo que la perjudique a ella?

El mayor de los gemelos soltó un bufido. —¡Bien! Me quedo en cama, pero quiero verla.

Bill exhaló un suspiro. —Tom… Ya hablamos de eso. Aún no se puede. Tienes que ser paciente.

—¡Soy paciente! —Exclamó el mayor de los gemelos.

Bill se presionó el tabique nasal. —Un poco más, ¿sí? Por mí y por tu hija, antes de que me des una migraña o te tengan que volver coser de emergencia, por favor.

Tom no respondió nada ni verbal ni físicamente. En una posición semi recostada, se dejó arropar de vuelta y permaneció en pétreo silencio y carencia de expresiones mientras su gemelo se ocupaba de acomodarlo de vuelta en la cama del hospital donde ya tenía un día completo de hospitalización.

Después de la cirugía, Tom había dormido casi medio día, ya fuera por el estrés de su cuerpo o por el efecto de los fuertes medicamentos que se le habían administrado; la combinación podría ser también entre ambos factores. Así que había sido uno de los últimos en enterarse del sexo de Bultito.

La bebé, una preciosura que él recordaba haber visto antes de desmayarse, estaba desde entonces en la sala de las incubadoras por sugerencia de Sandra, quien antes de darla de alta a ella y a Tom, quería realizarles exámenes a ambos de cualquier anomalía que pudieran padecer.

Al mayor de los gemelos le importaba un pepino si su hija se encontraba en la sala de enseguida o al otro lado del mundo; él quería verla a la voz de ya. Instantáneamente y sin más esperas. Si para ello era necesario distraer a Bill y escabullirse con cuidado en cualquier oportunidad que encontrara, eso iba a hacer.

—Sé lo que estás pensando, Tom —interrumpió la voz de Bill los pensamientos de su gemelo y éste se estremeció al darse cuenta de lo fácil que era descifrarlo—, y lo mejor es que lo olvides. Si Sandra cree necesario que nuestra hija esté en la incubadora un par de horas o un mes, así será.

El labio inferior de Tom comenzó a temblar. —Pero quiero verla…

—Y la vas a ver —se sentó Bill al lado de su gemelo—, sólo no ahora mismo.

—Quizá eso pueda cambiar —entró Sandra a través de las puertas de cristal corredizo que sólo existían en la sala de maternidad. Detrás de ella venía una diminuta enfermera que Tom reconoció como la chica que había estado en su parto; ésta llevaba en brazos un pequeño bulto envuelto en una mantita rosa. El corazón le latió con fuerza—. ¿Adivinan quién viene de visita?

—¿Tan pronto? —Se sorprendió Bill—. Y yo que ya estaba planeando comprar sogas para tener a Tom amarrado a la cama.

La enfermera se sonrojó con incomodidad. Dándose cuenta de cómo sonaba aquello, Bill se atragantó con su propia saliva.

—La buena noticia, es que la bebé está completa y totalmente sana. Los análisis no revelaron ninguna anormalidad, lo mismo que las pruebas físicas. Claro que aún es muy pronto para estar seguros al ciento por ciento, pero debo decir que nunca había conocido a una criatura tan sana y hermosa a la vez —dijo con alegría al tomar a la bebé de brazos de la enfermera e indicarle que se podía retirar.

—¿Puedo…? —extendió Tom las manos con anhelo hacía Sandra al ver que se acercaba a su cama—. El idiota de Bill no me dejaba ponerme de pie para ir a buscarla.

—Con justa razón —le dio la médica la razón a un muy ufano Bill—. Esos puntos que llevas no son moretones, son auténticos cortes. Un esfuerzo más allá del necesario y tu piel podría desgarrarse con facilidad, ¿entiendes eso? Tu hija te necesita en pie lo más pronto posible y no será así si tengo que volver a llevarte al quirófano para que te engrapen de vuelta, Tom. Espero haber sido clara.

El mayor de los gemelos asintió con solemnidad, de pronto avergonzado de su terquedad anterior. Tenía que reconocer lo idiota que se había comportado queriendo ir a buscar a su hija si apenas podía ver derecho con las drogas que llevaba en el cuerpo; los medicamentos que aún corrían por su sistema tratando de mitigar su dolor post operatorio aún eran fuertes. Abogaba al menos a su favor que la emoción maternal o paternal, daba lo mismo, que las hormonas llevaban por su torrente sanguíneo, eran más fuertes que cualquier razón médica certificada. Su corazón palpitaba por su antes Bultito, ahora una simple bebé sin nombre a la que amaba como a la vida misma.

—Ten, con cuidado —le tendió Sandra a la bebé. Ayudando a su gemelo, Bill lo acomodó en una mejor postura, usando para ello varias almohadas.

Cuando Tom al fin tuvo a la bebé en brazos y sintió el calor que emanaba a través de la manta que la cubría, comenzó a lloriquear.

—Estúpidas hormonas —masculló, acercando a su hija contra su pecho.

—¿Seguro que no son las puntadas? —Inquirió Sandra con profesionalismo—. Pueden ser dolorosas al menos por un par de días. Una vez las retiremos, apenas te acordarás de ellas.

—Uhm, hasta que se mire al espejo y grite: “Oh, mi figura de 90-60-90”—dijo Bill con sorna.

—Shhh, arruinan un primer momento de madre de hija —gruñó Tom al colocarse a la bebé sobre el regazo y examinarle la carita. Por ser verano, la niña iba vestida con ligereza de prendas, apenas un conjunto de pantalón y blusa corta—. Es rubia, tal como lo recuerdo… —Murmuró acariciándole un mechón de cabello que era corto y sin embargo se alborotaba—. Y tiene una carita hermosa —se enjugó uno de los ojos—. Es la bebé más hermosa que he visto jamás.

—La única que has visto, creo yo —murmuró Sandra por lo bajo—. Agradece no haberla tenido por parto natural, o no te parecería tan linda. Una paciente, hará cinco o seis años, nos exigió devolver a su primogénito a las incubadoras hasta que se viera tan hermoso como ella quería que fuera.

—Loca mujer —tarareó Tom, maravillado de cómo la bebé le tomaba un dedo con su manita y apretaba en el más imperceptible de los movimientos—. Va a ser luchadora profesional.

—Espera veas sus pañales —bromeó Bill con acritud—, entonces dirás que va a ser elefante o algo parecido. No me creo que sólo esté tomando biberones.

—Eso sólo implica que tiene la fabulosa digestión de los Kaulitz —replicó Tom desdeñoso—. Quizá sea modelo. Es tan hermosa… Y no lo digo sólo porque es mi hija, eh —agregó apartando los ojos de la bebé por un segundo—, sino porque es la niña más bella del mundo, ¿qué digo del mundo?, ¡del jodido universo entero! El que me diga lo contrario, no sabe apreciar lo bello de la vida.

—Bien, bien, creo que a alguien ya le dio la crisis maternal —rodó Bill los ojos.

—¿Cuándo nos vamos a poder ir a casa? —Preguntó Tom a Sandra.

—A partir de pasado mañana es una buena idea. Volverás en cinco días para que te retiremos los puntos y de ahí en adelante, espero no tener que volver a verte como médico-paciente.

—¿Ya no vamos a volver? —Preguntaron los gemelos al mismo tiempo.

—No más embarazo, no más visitas a Sandra, su médica ginecóloga y obstetra, ¿comprenden? —Les explicó Sandra—. ¿O es que planean tener otro bebé pronto?

Tom y Bill intercambiaron una breve mirada de terror.

—Pronto no —se apresuró el mayor de los gemelos al hablar—. Pero quizá…

—En un par de años…

—Si es que todo funciona con Bultito…

—Y si Tom se vuelve a emborrachar… ¡Auch! —Chilló Bill cuando su gemelo le dio un pellizco—. No era necesaria tanta violencia.

—En vista de que tú también tienes un ovario, creo que el próximo hermanito de Bultito lo tendrás tú. Algo así como para nivelar la situación, ¿no crees? —Fulminó Tom a su gemelo con unos ojos que tenían más de metralleta que de órganos oculares. Los nueve meses que él había padecido, quería que Bill los sufriera en carne propia—. ¿Entendido?

Sandra carraspeó. —Temo decir que eso será imposible. —Viendo que ambos gemelos abrían grandes los ojos, se explicó—. Al principio de tu embarazo —se dirigió a Tom—, cuando te examiné a ti y a Bill, exacto, descubrí que cada uno contaba con un ovario y una cavidad parecida a un útero que podría anidar a un bebé en caso de ser necesario, pero…

—¿Pero? —Quiso saber Bill. Tomando una de las manos de su gemelo, comprendió que no era el único que estaba asustado.

—Pero mientras que el ovario de Tom funciona como el de cualquier mujer y libera óvulos con regularidad, el tuyo presentó manchas oscuras, lo que me hace suponer que es imposible para ti el quedar embarazado.

Bill se mordisqueó el labio inferior. —Supongo que era algo que tenía que ocurrir…

Tom adivinó al instante la tristeza en Bill. —Hey, no tienes porqué tomarlo a mal. Es bueno que no puedas tener hijos, después de todo eres hombre.

El menor de los gemelos se sorbió la nariz. —Es muy fácil para ti decirlo, porque tú sí puedes y aparentemente no quieres nunca más.

Tom subió ambas cejas en desconcierto. ¿Hacía dónde iba aquella discusión tonta? Si Bill no podía tener hijos del mismo modo en qué Tom, ¿cuál era el problema? De pronto Tom lo supo.

—¿Es porque crees que ya no tendremos más hijos si yo me niego a llevarlos en mi vientre? —Bill asintió—. Idiota, claro que tendremos más. No hoy, ni mañana. Dudo mucho que el próximo año, pero te prometo que Bultito tendrá al menos un hermano con el que podrá jugar.

—¿Lo prometes? —Apretó Bill la mano con la que sujetaba a su gemelo.

—Lo juro —respondió Tom.

 

Diez días después, y Tom estaba de vuelta en casa, bebé en mano y con Bill resoplando detrás de él, tratando de bajar del automóvil la pila de regalos y demás parafernalia que habían recibido de amigos y familiares con cada visita que les hacían en el hospital.

—Voy a recostar a la bebé y bajo a ayudarte —dijo Tom abriendo la puerta de su hogar.

—Nada de eso —resopló Bill con una maleta en mano, un par de arreglos florales en un brazo y balanceando objetos varios con el otro libre—. Sube y recuéstate. No creas que vi cómo venías cabeceando de sueño en el camino. Cuando suba, quiero verte en pijamas.

Tom no se hizo de rogar al bostezar con fuerza. Abrazando a Bultito más cerca de su cuerpo y acomodándose la maleta donde cargaba los enseres del bebé más cómodamente en el hombro, emprendió el camino cuesta arriba hasta su habitación.

Ahora que ya no llevaba consigo el doble de su peso en agua y un bebé, comprobó con gusto que podía subir los escalones sin perder el aliento o sentir que en cualquier momento se caería de bruces. Aún no quería intentar subir las tablas de dos en dos, no con la bebé en brazos y durmiendo pacíficamente al menos, pero lo haría a la menor oportunidad.

—Aquí estamos, cariño —le susurró por encima de la cabecita cubierta con un gorro blanco que Gustav le había llevado como primera visita y que llevaba bordado en letras rosas ‘Bultito’, pues era así como todos le seguían conociendo al no tener aún un nombre.

Abriendo la puerta de la habitación que era el cuarto principal, el suyo y el de Bill, Tom experimentó un cierto resquemor al recordar que él y su gemelo habían acordado que la bebé dormiría en su propia habitación desde el primer día, porque no querían hacer la separación más difícil desde un principio.

—A papi no le molestará, ¿eh? —Dejó caer la maleta del bebé a los pies de una pequeña mesa de noche que decoraba la entrada y sacándose los zapatos en movimientos simples. Descalzo, avanzó por el alfombrado suelo hasta estar en la cama. Depositando a la bebé en el centro, procedió a estirar los brazos por encima de su cabeza hasta que escuchó los huesos de la espalda crujir—. No pareces tan pesada —le dijo a su hija con un leve tono de reproche, no que en verdad la sintiera.

La bebé pareció sentir el cambio de temperatura, pues empezó a moverse dentro de las mantas que la cubrían y a lloriquear débilmente.

—Oh, ¿hambre o un cambio de pañal? —Se inclinó Tom sobre su hija, consternado de que por primera vez en la semana y media que tenía su bebé fuera de su vientre, no tendría a nadie que le ayudara a él o a Bill con el cuidado de Bultito.

El mayor de los gemelos no tenía cómo estar agradecido con sus familiares y amigos, todos dispuestos no sólo a visitarlo en el hospital y estar pendientes de él y de Bill, sino que además le habían enseñado lo básico en la crianza de su bebé. Era por eso que ahora sabía cambiar pañales y preparar la fórmula para sus biberones, pero incluso así se sentía ineficiente e inadecuado para cuidar lo que él creía, era el tesoro más grande que alguna vez pudiera ser suyo.

—Ven acá —tomó a la bebé en brazos, quien al instante disminuyó su llanto—, ¿quieres dormir aquí con mami y papi, es eso?

—Nada de dormir con mami y papi—resopló Bill al entrar a la habitación—. Dijimos que iba a dormir en su cuna y así será.

—Podemos traer su cuna a nuestra habitación —abrazó Tom más de cerca de su hija—. Mejor dicho, tú puedes. Ay, mis puntos —fingió dolor como venía haciendo desde días atrás.

—Ya no me lo creo, Tom —rodó Bill los ojos—. Y no, la nena no va a dormir con nosotros. Dijimos que lo iba a hacer en su propia habitación y así será. —Se cruzó de brazos.

El mayor de los gemelos hizo un puchero. —No es seguro que duerma sola. Es taaan pequeña —exageró el sonido y batió pestañas—. Cualquier cosa puede sucederla si no la cuidamos.

—Para eso tenemos las radios en ambos cuartos, Tom —no cedió Bill—. Si llora, la escucharemos desde cualquier habitación. Demonios, escucharemos cualquier cosa.

—¡No! —Se abrazó Tom a la bebé—. No está segura ella sola en su habitación. ¿Qué tal si algún ladrón entra por la ventana ¿Y si hay un incendio o una inundación? ¡Los aliens pueden llegar a la tierra y llevársela!

Bill rió entre dientes. —¿Sabes que eso es imposible, verdad? —Pasó de largo de la sonrisa de autosuficiencia que su gemelo llevaba en la cara—. Bien, dormirá con nosotros, pero no será para siempre.

—Claro que no será por siempre, no seas tonto—dio Tom unos golpecitos en la cama como una clara invitación a su gemelo para que se acostara a su lado—. Sólo hasta el día de su boda.

Tendido de espaldas, Bill suspiró. —Ay Diox mío…

 

—¿Tan pronto? —Tom intercambió una mirada con su gemelo—. Díselo, Bill, que está loco y es demasiado pronto como para dejar caer una bomba como ésa en los medios.

Por desgracia para él, ni Bill lo pensaba, y Jost no parecía dispuesto a ceder ni un centímetro.

—Han sido casi los nueve meses que ni las fans ni la prensa han recibido noticias. El disco está por salir y la publicidad, cualquier publicidad, siempre es buena —intentó Jost hacer que Tom entrara en razón—. Lo admito, podría ser demasiado muy pronto, pero juega a nuestro favor.

Tom denegó con la cabeza. —Me niego.

Jost debía estar loco por pretender dar noticia a los medios del nacimiento de Bultito. El mayor de los gemelos tenía ganas de gritarlo, de asegurarle a su manager que tenía que estar totalmente idiota como para creer que él iba a permitir que la noticia se colara tan pronto en los periódicos y revistas que circulaban por toda Alemania.

Él era consciente de que el secreto no permanecería como tal por mucho tiempo. También de que entre más rápido saliera a la luz, menores serían los daños a minimizar, pero la simple idea de ceder una fotografía o la entrevista necesaria, le hacía sentir mal del estómago.

La historia era sencilla. La ‘madre’ de Bultito había muerto al darla a luz y los padres de la chica no habían querido saber nada de su nieta, así que con dos días de nacida, la habían entregado a las puertas de la disquera con una tona sencilla que declaraba a Tom como el padre. El resto sería publicar, pasado el tiempo necesario para darles aires de realismo, un comunicado que confirmara, que en efecto, Tom era el padre de la criatura.

La mentira era mucho mejor que la verdad, al menos para el público.

Tom y Bill sabían que ello implicaría una marabunta de fotógrafos, reporteros y hordas de fieles, fans y detractores que creyeran tener algo que opinar en el tema, pero era necesario. De otra manera, ¿cómo explicarían después que tenían en casa a una criatura que era el vivo retrato de ellos?

—No me agrada la idea en lo mínimo —murmuró Tom con la vista baja.

—Es lo que se tiene que hacer —declaró Jost—. Los altos mandos en la disquera no están dispuestos a esperar. Sólo necesito tu aprobación, porque de una u otra manera, ellos van a filtrar la noticia a la prensa.

—¿Entonces no tenemos nada qué decir al respecto? —Bufó Bill—. Si de cualquier modo ellos no nos dejan tener una opinión al respecto, no veo porqué estás en nuestras casa e intentas convencernos, Dave.

El hombre mayor suspiró. —Porque son mis amigos, de un modo bizarro, también son como mis hermanos menores, y no quiero que salgan lastimados. Es cierto, digan sí o no, la noticia llegará a los tabloides en cuestión de días, pero preferiría al menos que fuera bajo sus términos. Si aceptan, serían ustedes y nadie más, quien tendría el control al hablar del tema sin tapujos o vergüenzas, en lugar de negarse y dejar que la disquera los acose por fotografías y entrevistas.

Tom tuvo al menos que admitir que una opción era mejor que la otra, sin importar que ambas conducían al mismo final que no quería.

—Haremos la entrevista —aceptó Bill al final, casi como leyendo los pensamientos de su gemelo—. Mañana mismo. ¿Necesitas algo en concreto?

—Una fotografía de la bebé y que cuando los llame en la mañana, estén dispuestos a salir —consultó Jost su reloj—. Si me doy prisa, la noticia podrá estar en el periódico a primera hora.

Tom se puso en pie, no queriendo lidiar con todo aquello. —Voy a ver que todo esté bien con Bultito —indicó alzando el radio bebé que llevaba en mano.

Sin esperar respuesta, subió las escaleras con prisa y entró a la habitación de su hija.

Porque a fin de cuentas el mayor de los gemelos había tenido qué ceder, la bebé dormía en su habitación de día y en la de ellos de noche.

Asomándose a la cuna, la encontró dormida y con la manta que la cubría un poco desarreglada.

—Oh, nenita… —Se inclinó para rozarle el rostro con el dedo índice. Era tan pequeña e inofensiva, que a ratos Tom temía tocarla con excesiva rudeza. El Bultito que había llevado en el vientre y el que ahora llevaba en brazos no parecían ser el mismo. Ambos tenían una energía espectacular y como comprobó Bill al cambiarle un pañal, seguía dando unas patadas espectaculares de campeona de Kick-Boxing, pero no era lo mismo—. Vas a tener que perdonarlos por lo que vamos a hacer mañana. Es por tu bien y el nuestro. Lo siento tanto… Tendrás que perdonar a tu mami…

La bebé ni se inmutó. Era de esperarse, siendo que era aún una recién nacida que requería dormir la mayor parte del día. Tom no podía ni esperar el momento en que cruzara esa fase y pudiera realmente conocerla.

No tenía ni la menor duda de que sería una niña activa. Ya fuera de rosa y muy femenina o vestida como crío y con gorra, sabía que a ella le encantaría correr, saltar y gritar siempre que tuviera la oportunidad.

—Casi no puedo esperar a que crezcas —le susurró inclinándose sobre la cuna y tomándola en brazos. El pequeño cuerpecito apenas se movió—. Voy a ser tan bueno contigo…

—Seremos —dijo Bill desde el marco de la puerta, conmovido del cuadro que veía—. Jost se acaba de ir —le explicó a su gemelo sin necesidad de que le preguntara—. Mañana estará en todo periódico de Alemania. Dave dijo que estemos preparados por si acaso alguien intenta cruzar el muro o recibimos llamadas extrañas.

—¿Mencionó cuándo será la rueda de prensa? —Quiso saber Tom, sentándose en una mecedora que descansaba al lado de la ventana en el cuarto.

—Mañana también —se sentó Bill a su lado, en un pequeño taburete—. Sé que la idea no te gusta, pero…

—No es nada —murmuró Tom—.  Lo hacemos por ella, ¿no es así? —Besó la cabecita desnuda de su hija, donde el fino cabello rubio formaba un remolino—. No pensé decirlo en el momento en que supe que estaba embarazado porque no te pusiste condón, pero —gruñó ante el recuerdo—, ahora haría cualquier cosa por ella y por ti. Por nosotros como familia. Esta es la clase de felicidad que no estoy dispuesto a perder.

—Yo tampoco —confirmó Bill al apoyar la cabeza en el hombro de su gemelo.

 

Tal como lo esperaban, desde el instante en que la noticia llegó a los medios de publicidad, el caos no dejó de suceder en la casa Kaulitz. Harto de cómo su línea telefónica era acribillada con llamadas sin parar, Tom terminó desconectando el teléfono porque el constante sonido no dejaba a la bebé dormir.

Apenas dieron las nueve de la mañana, una hora propicia para visitas, Jost apareció con un periódico de cada uno de los que se publican en toda Alemania y juntos, en compañía de Gustav y Georg, examinaron cada reportaje que se hacía referente a ellos o a la banda.

Casi sin esperarlo, las notas que encontraban no ponían en duda ni una palabra de lo que habían escuchado e inclusive un prestigioso periódico de Münich clamaba tener el certificado de defunción de la susodicha madre de Bultito, hecho que le arrancó las primeras carcajadas a todos en la sala.

—Si dicen eso, es porque se lo creyeron todo —vio Gustav el lado bueno.

—No contemos victoria aún —les había advertido un tenso Jost.

Más tarde ese mismo día, habían dado la primera entrevista, Bill como apoyo y Tom con la bebé en brazos. Por suerte para ellos, la entrevistadora había estado de su lado proclamando que era asombroso el ver cómo Tom se hacía responsable de sus actos y declaraba que se iba a hacer caso de su hija.

—Siento que ya la quiero más de lo que podría expresar con palabras —dijo Tom en televisión a cadena nacional, y para antes de que el sol terminara de desaparecer en el día, todo blog, foro o página no oficial de la banda ya lo sabía.

La conmemoración se dio cuando grandes revistas, nacionales e internacionales comenzaron una puja por la primer foto oficial de Bultito. En el momento en que la cifra sobrepasó los seis dígitos, los gemelos recibieron una llamada de la disquera, que por primera vez, los felicitaba sin pero alguno.

Cuando al fin todo terminó y las veinticuatro horas se cumplieron, Bill y Tom se arrastraron a cada lado de la cama y unieron las manos por encima de Bultito, quien ajena a su reciente fama, dormía a pierna suelta.

—No lo puedo creer —susurró Bill con cansancio—. Todo el día fue una locura.

—Y que lo digas —murmuró Tom—. Por un segundo creí que no se iban a creer esa patraña de que una groupie salió embarazada y no dijo nada por nueve meses.

—Cierto —rió Bill—, pero lo creyeron y es lo que cuenta.

—Exacto.

Con una sonrisa en labios, los dos cayeron dormidos casi al instante.

 

Con motivo del cumpleaños de los gemelos, la mañana del treinta y uno de agosto, un muy desvelado Bill abrió la puerta de su casa para encontrarse con su madre y Gordon, los dos cargando sendos pares de maletas consigo y una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Mmm? —Abrió un ojo perezoso ante la pareja—. ¿Qué diablos hacen aquí? ¿Ya es Navidad?

—Oh, Billy, ven y besa a mamá —lo abrazó Simone, dejando caer su equipaje apenas entró a la casa, por poco dándole en el pie al menor de sus hijos—. Como sé que ustedes dos, par de distraídos, olvidaron que mañana es su cumpleaños, planeo celebrarlo con ustedes y mi nieta. —Miró a su alrededor como si esperara una niña de cinco años corriendo a su encuentro—. ¿Y tu hermano?

—Durmiendo, mamá, como todo mundo en la ciudad —bostezó Bill hasta que los huesos de la quijada le crujieron. Consultó el reloj de la entrada—. Son las cinco de la mañana y apenas hemos dormido dos horas.

—Otra vez se desvelaron —lo amonestó su madre—. Ahora son padres, no pueden hacer eso.

—Por que somos padres lo hacemos —dijo Tom en igual estado de sueño, bajando las escaleras con la bebé en brazos—. Bultito no ha querido dormir en toda la noche. Sandra dice que puede ser reflujo.

—Mi pobre nieta —se la quitó Simone de los brazos a su hijo mayor—. Con un par de padres como estos, no me sorprendería encontrar que tiene varicela o algo peor.

Los gemelos rodaron los ojos y saludaron a Gordon, que durante todo el intercambio de palabras, había permanecido tranquilo. —Hola, chicos —los saludó—. Quise llamar primero antes de caer por sorpresa, pero ya saben cómo es su madre.

—Una loca —corearon Bill y Tom.

—¡Los escuché! —Llegó la voz de Simone desde la cocina.

—Ésa era la intención —explicó Tom con un deje de fastidio en su tono—. Ahora, madre querida, quisiera que me devolvieras a mí bebé y nos dejaras volver a la cama.

Simone regresó con la bebé en brazos y una mamila en la otra. —¿Cómo que la bebé? ¿Aún no han decidido nombre para ella?

Los gemelos se sonrojaron, cada uno mirando en la dirección opuesta a la que se encontraba Simone.

—No.

—Ninguno.

—Hijos míos, ¡hombres! —Se quejó su progenitora—. ¿Es que acaso van a seguir llamándola Bultito hasta que cumpla la mayoría de edad o qué?

—Aw, mamá —le trató de quitar importancia Bill—, simplemente no hemos tenido tiempo para pensar en un nombre. Todos suenan tan… horribles. Bultito necesita un nombre especial.

—No, necesita un nombre ya, o crecerá creyendo que es un saco de patatas —refunfuñó su madre.

—Entonces dame a mi querido saco de patatas y déjanos en paz —le arrebató Tom a la bebé, cuidando de sostenerle la mamila—. Nosotros lo decidiremos cuando llegue el momento, no tú. Ni antes ni después de que tenga que suceder.

—Eso, y si nos disculpan —comenzaron a subir los gemelos las escaleras de vuelta a su habitación—. La habitación de invitados es la misma de siempre. Acomódense y no nos hablen hasta pasado el mediodía.

El ‘no se escaparán tan fácil más tarde’ que llenó la habitación por parte de Simone, no se le fue de largo a ninguno de los dos.

 

—Ugh, este libro sólo tiene nombres horribles —desechó Tom el mamotreto que Simone les había dado a la hora del desayuno. El objeto en cuestión era una especie de enciclopedia con una numerosa colección de nombres en diversos idiomas; al parecer el intento desesperado de su madre por darle un nombre a su nieta aunque fuera de manera indirecta—. Me rindo, no quiero ponerle Eucaricia, suena horroroso.

—No quiero imaginar los apodos que le pondrían en la escuela —mordisqueó Bill de la tostada con mermelada que comía—. Prueba buscar un nombre con R; esa letra suena fuerte.

—Romina, Rachel, Rihanna, ¡UGH! —Rezongó Tom, cerrando el libro de golpe—. Me niego a seguir con esta tortura. No pensé que elegir nombre fuera tan difícil.

—Pero es necesario —se inclinó Simone sobre sus platos para servirles un poco de huevo a cada uno. Usando la espátula en tono instigador, no pudo decirles nada cuando el timbre sonó.

—Yo voy —se puso en pie Bill, huyendo de su progenitora como si tuviera la peste.

—Tu hermano es un cobarde —balanceó Simone la cabeza, tratando de encontrar apoyo en su otro hijo y dándose cuenta que no podría ganar contra ellos dos juntos—. Saben muy bien que no lo hago por molestar, pero mi nieta necesita un nombre apropiado.

—Estamos buscando —recitó Tom su letanía—. Quizá no tanto como tú lo deseas, pero lo hacemos, ¿ok?

Simone inhaló aire con fuerza, dando el tema por perdido. —Ustedes deciden, ya son adultos.

—Exacto —cortó Tom un trozo de huevo y lo pinchó con su tenedor—, somos adultos.

 

—Bill…

—Mmm… —Le llegó la respuesta de su gemelo.

—Pst, Bill —pateó a su gemelo por debajo de las mantas. Por primera vez desde su llegada, la bebé no dormía con ellos. No queriendo parecer padres débiles que no podían dormir sin su bebé al lado de ellos, la había acostado en su cuna, para que así una muy incrédula Simone, los dejara en paz—. Despierta —sacudió un poco a su gemelo.

—¿Es Bultito? —Intentó Bill ponerse en pie—. Ya voy, ya voy…

—No, no es eso —susurró Tom, abrazándose a su gemelo, feliz de que la enorme barriga ya no era un impedimento físico entre los dos. Aún le faltaban un par de kilos por perder; en su consideración, todos ellos en la cara y el estómago, pero nada que el ejercicio y una alimentación sana no pudieran remediar—. Bultito está bien —dijo, y al instante su gemelo se relajó entre sus brazos—, pero es lo del nombre.

—¿Qué con el nombre? —Intentó Bill seguir el ritmo de la conversación—. Pensé que no querías decidir nada si mamá te estaba obligando.

—Y no quiero —se mordió el labio inferior—, pero ella tiene razón. Necesitamos un nombre. Ya bastante tengo en la consciencia con tener que decirle que no supimos que era niña sino hasta que nació, como para admitir después que casi cumplía la quincena de nacida y no teníamos ni idea de qué nombre ponerle.

—Tienes razón, Tomi, toda la razón —bostezó el menor de los gemelos—. Si tan sólo no fuera medianoche y no estuviera tan cansado. ¿Podemos hablar de esto en la mañana?

Tom tuvo que darle la razón. —Sólo una última cosa.

—¿Qué? —Gruñó Bill, deseando ya regresar al país de los sueños.

—Feliz cumpleaños.

 

Aquel fue uno de los mejores cumpleaños que los gemelos hubieran podido desear o tener en su vida.

Hubo pastel, comida al por mayor y la visita de amigos y familiares cercanos culminó cuando las luces se apagaron y Simone apareció con una tarta especialmente para los gemelos, cubierta de betún y con el número de velas exacto para su cumpleaños. Las voces que les cantaron deseándoles un nuevo año más de felicidad, eran lo suficientemente poderosas como para que el desastre que se tuviera que limpiar luego de la fiesta, valiera por completo la pena.

—Wow, no lo esperaba —se enjugó Tom los ojos, un poco abochornado de soltarse llorando frente a todos. A su favor, aún tenía el pretexto de las hormonas de su lado y planeaba usarlo hasta el fin de sus días.

—Tomi, no llores —abrazó Bill a su gemelo.

—¡Pero si no estoy llorando! —Refunfuñó éste con una tira de papel higiénico en la nariz—. Es una basurita que me entró en el ojo.

—Ajá —chanceó Georg a su amigo, aceptando un poco del pastel que Simone repartía entre los invitados.

Antes de que pudiera encontrar una réplica mordaz, el timbre sonó. —Si me disculpan —entregó la bebé Tom a Bill—, alguien parece haber llegado.

Esquivando personas por toda la sala, cuando abrió la puerta se llevó la sorpresa del día al encontrar a Sandra, llevando consigo de cada mano a Gweny y a Ginny, las dos con vestidos, uno rosa pastel y el otro verde menta y una sonrisa en labios.

—Siento llegar tarde, pero ciertas personitas querían venir. No hubo modo de convencerlas de lo contrario —se excuso Sandra.

—No importa, vengan acá —abrió Tom los brazos a las niñas, que lo sujetaron de cada lado, cuidando de no ser muy bruscas, que por indicación de Sandra, sabían que no hacía mucho Tom había tenido a su bebé—. Es una sorpresa excelente.

—Trajimos regalos —dijo Gweny, con un poco de vergüenza.

—También le compramos algo a tu bebé —agregó Ginny con idéntico gesto.

—Muchas gracias —les besó Tom las cabezas. Algo en volverlas a verlas, situación que no creía que fuera a suceder de vuelta, le animaba aún más el día—. Pasen, hay pastel.

—¿Podemos ver a la bebé? —Musitó Ginny su petición.

—Por supuesto —dijo Tom.

Una vez llegaron a la sala, Tom se encontró con que ni Bill ni Bultito estaban presentes, así que con una gemela a cada lado, las guió a la cocina.

Ahí se encontraba su gemelo preparando un biberón y cantando nanas a su pequeña bebé.

—Es muy bonita —se puso Gweny de puntitas para verla mejor—. Se parece mucho a ustedes dos.

—No es bonita —dijo Ginny con rubor, acaparando la atención de los adultos—, sino bella.

—¿Cómo se llama? —Preguntaron a coro, ajenas de la presión que los gemelos llevaban encima con la simple tarea de darle un nombre a su primogénita.

Bill se sentó en una silla y con la bebé en brazos, dejó que las gemelas le tomaran las manitas. —Aún no tiene nombre, pero estamos pensando en algunos, ¿nos ayudan?

Gweny pareció meditarlo unos segundos, igual que su gemela. —Mamá nos puso el nombre de nuestras abuelas paternas. No sé si eso sirva de algo.

—¿Simone, uh? —Intercambió Tom una mirada con Bill. Ambos convencidos de que no era tan mala idea, pero que ese nombre sería el segundo. Con eso no sólo lograrían quitarse de encima a su progenitora, sino que además la halagarían hasta el fin de sus días.

—Hecho —concedió Tom a las niñas—. ¿Y qué dicen de un primer nombre? ¿De qué tiene cara la bebé?

—De Bella —balbuceó Ginny, siempre más tímida que su gemela. Usando su meñique para acariciar la mejilla de Bultito, lo volvió a murmurar—. Es que es muy Bella. Podría llamarse… Isabella.

—¿Isabella Simone Kaulitz? —Consultó Tom con su gemelo, y si la sonrisa que esbozaba en labios era indicación, aquel era el nombre perfecto.

—Voy a extrañar decirle Bultito, pero ahora ya tiene nombre —besó Tom la cabeza de las gemelas—, no se imaginarán jamás la ayuda que han sido. No sé cómo pagarles el favor.

Las niñas batieron pestañas con ternura. —¿Podemos comer más pastel?

 

—Oh, por Diosss… —Se dejó caer Tom en la cama. Muerto, porque en otro estado dudaba poder sentir tanta pesadez. A casi dos años de haber elegido el nombre de Isabella, lejos estaban ya los días en que era una bebé pequeña. Ahora era una niña que corría por toda la casa y adoraba balbucear sus primeras palabras a todo aquel que la quisiera escuchar.

Simone estaba encantada, lo mismo que cualquiera que la conociera o se cruzara por su vista. Era la delicia de los medios y las fangirls la habían terminado adorando sin remedio.

Tom creía que la vida no podía ser mejor, pero…

—Uf, ya se durmió… —Se tiró Bill a su lado, luego de haber pasado la última media hora recostado junto a Bella y cantándole viejas canciones hasta que cayera rendida—. Te juro que tu hija tiene su dotación secreta de caramelos, porque parece inagotable su energía.

—Es eso, o secretamente he dado a luz al conejito de las pilas Duracell —gruñó Tom—. ¿Masaje? —Pidió con una vocecita, convencido de que a pesar del agotamiento, su gemelo cedería.

—Qué remedio —gateó Bill hasta el final de la cama—. Tú siempre sabes cómo convencerme…

—No estoy solo en ello —se puso Tom las manos en el vientre, palpando su barriga de cuatro meses y medio de embarazo—. Mi pequeño niño también se une.

—Presumido —murmuró Bill antes de tomar los pies de su gemelo y masajearlos con la fuerza necesaria para tenerlo gimiendo—. A veces creo que prefieres esto al sexo.

—Elijo ambas, muchas gracias —gruñó Tom.

Satisfecho con su vida, el mayor de los gemelos no tenía más que pedir. Con una niña de dos años y un bebé que desde el primer ultrasonido que se pudo confirmas supieron que era niño, además de Bill, claro estaba, Tom era la persona más feliz del mundo.

¿Quién podría adivinar lo que vendría después de una noche de excesos alcohólicos? Él, por seguro, no.

Porque si alguien le preguntaba si cambiaría todo eso por una vida diferente, él sólo diría no…

 

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