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Samaín por neomina

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Notas del capitulo:

Una más. Basada en otra leyenda que pudo ser o no ser...

También con el contenido duplicado para llegar al mínimo de palabras.

                Cada noche escuchaba sonar la campana de la iglesia. El repicar metálico podía oírse por todo el lugar, pero nadie sabía quién la tocaba. En más de una ocasión, algún curioso había subido hasta el campanario, pero no encontraran allí a persona alguna.

                ¿Cuál era el secreto de las misteriosas campanadas?

                Una noche, adelantándose al repique, Shura entró en la iglesia y se escondió en el púlpito; cada vecino tenía su propia teoría al respecto del sonido vespertino, pero él quería saber la verdad. Escondido y en silencio esperó. De allí a un tiempo escuchó un sonido ronco y grave, como de dos piedras rugosas deslizándose una sobre la otra, y eso era. Entre penumbras  vio como se destapaba un viejo sarcófago y salía de él una etérea figura que, con grácil fluir, se deslizó en el interior de la sacristía.  Pensó en salir de su escondite, para seguirlo y ver qué hacía allí dentro, pero la translúcida aparición no tardó mucho en reaparecer de nuevo, vestida ahora como un clérigo preparado para decir misa y, justo entonces, las escuchó. Las campanas llamando a la oración.

                –No te escondas, por favor. Ven… –el aparecido lo llamó con voz queda.

                Dudoso de aceptar la invitación de un ser del otro mundo, Shura siguió quieto en su esquina pero, como una sombra movida por el viento, el espectro llegó junto a él, flotando frente a la reducida plataforma que ya no lo ocultaba de su vista y, sin decir palabra, le tendió la mano.

                Shura alargó su brazo; ahora que lo veía de cerca, el rostro del espíritu parecía reflejar en sus facciones la serena divinidad que, a su parecer, debería mostrar el rostro de un ángel; sin embargo, no llegó a tomarla; sus dedos largos se desvanecieron entre los suyos.

                –Por favor… –mostrándole una sonrisa, el aparecido se alejó, invitándolo a seguirlo al altar.

                –¿Quién eres?–preguntó Shura, llegando a su lado.

                –Hace muchos años yo era el cura de esta iglesia –habló despacio, muy dulcemente–. Me encargaron una misa por las almas del purgatorio que no pude celebrar porque la muerte me llevó con ella antes de que pudiese hacerlo… Y por ello estoy penando… Pero si tú me ayudas –lo miró esperanzado–podré decirla ahora y seguir mi camino.

                El joven asintió; el alma de un buen hombre no debería estar condenada a penar. El cura penado alzó los brazos y le mostró su agradecida mirada:

                –Dios te pagará el haber venido aquí esta noche –susurró–. Gracias.

                Sin esperar más, pues eran ya demasiados los años que su labor se había pospuesto, se colocó tras el altar, de frente a los bancos usualmente vacíos a esas horas, pero cuando Shura lo imitó sus ojos se abrieron pasmados. La iglesia estaba llena de gente hasta la puerta. Eran las ánimas asistiendo al oficio.

 

FIN        

 

_ __ ___ ____ _____ ____ ___ __ _

 

                 Cada noche escuchaba sonar la campana de la iglesia. El repicar metálico podía oírse por todo el lugar, pero nadie sabía quién la tocaba. En más de una ocasión, algún curioso había subido hasta el campanario, pero no encontraran allí a persona alguna.

                ¿Cuál era el secreto de las misteriosas campanadas?

                Una noche, adelantándose al repique, Shura entró en la iglesia y se escondió en el púlpito; cada vecino tenía su propia teoría al respecto del sonido vespertino, pero él quería saber la verdad. Escondido y en silencio esperó. De allí a un tiempo escuchó un sonido ronco y grave, como de dos piedras rugosas deslizándose una sobre la otra, y eso era. Entre penumbras  vio como se destapaba un viejo sarcófago y salía de él una etérea figura que, con grácil fluir, se deslizó en el interior de la sacristía.  Pensó en salir de su escondite, para seguirlo y ver qué hacía allí dentro, pero la translúcida aparición no tardó mucho en reaparecer de nuevo, vestida ahora como un clérigo preparado para decir misa y, justo entonces, las escuchó. Las campanas llamando a la oración.

                –No te escondas, por favor. Ven… –el aparecido lo llamó con voz queda.

                Dudoso de aceptar la invitación de un ser del otro mundo, Shura siguió quieto en su esquina pero, como una sombra movida por el viento, el espectro llegó junto a él, flotando frente a la reducida plataforma que ya no lo ocultaba de su vista y, sin decir palabra, le tendió la mano.

                Shura alargó su brazo; ahora que lo veía de cerca, el rostro del espíritu parecía reflejar en sus facciones la serena divinidad que, a su parecer, debería mostrar el rostro de un ángel; sin embargo, no llegó a tomarla; sus dedos largos se desvanecieron entre los suyos.

                –Por favor… –mostrándole una sonrisa, el aparecido se alejó, invitándolo a seguirlo al altar.

                –¿Quién eres?–preguntó Shura, llegando a su lado.

                –Hace muchos años yo era el cura de esta iglesia –habló despacio, muy dulcemente–. Me encargaron una misa por las almas del purgatorio que no pude celebrar porque la muerte me llevó con ella antes de que pudiese hacerlo… Y por ello estoy penando… Pero si tú me ayudas –lo miró esperanzado–podré decirla ahora y seguir mi camino.

                El joven asintió; el alma de un buen hombre no debería estar condenada a penar. El cura penado alzó los brazos y le mostró su agradecida mirada:

                –Dios te pagará el haber venido aquí esta noche –susurró–. Gracias.

                Sin esperar más, pues eran ya demasiados los años que su labor se había pospuesto, se colocó tras el altar, de frente a los bancos usualmente vacíos a esas horas, pero cuando Shura lo imitó sus ojos se abrieron pasmados. La iglesia estaba llena de gente hasta la puerta. Eran las ánimas asistiendo al oficio.

 

FIN         

Notas finales:

Eso fue todo...


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