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Apostemos.- Temporada I - 'No lo pienses'. por Antonella Ayelen

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— Aaah… aah, así, mi amor, así.

— Mmmh… Bill, eres perfecto. — Apretó más el agarre en mis manos sobre mi cabeza. Yo me mordí el labio inferior sintiendo que llegaba a la cumbre del momento. El éxtasis. Donde el placer se transformaba en goce.

— Ah, ah, ah… no p-pares, Thomi… más, más… — Sus labios aprisionaron los míos, empezando una danza serena. Sin la intromisión de las lenguas, nuestros labios se saboreaban mutuamente queriendo un poco más del contrario. Una especie de ritual en donde siempre se obtenía el mismo resultado.

— Mmmh…— gimió dentro del beso y luego sentí su líquido caliente dar en mi interior, quemándome deliciosamente. A continuación, su mano empezó a subir y bajar sobre la piel de mi miembro. La locura se apoderó de lo poco de cerebro en su sano juicio que me quedaba y me corrí entre nuestros vientres sudorosos.

— ¡Aaah, Tom! — gemí cuando liberó mi boca para oír el gemido final que tanto le encantaba.

— Te amo, Bill.

— Yo te amo más, mi amor. — Me sonrió mientras negaba suavemente.

— Mentira. Es imposible que me ames más de lo que yo a ti. — Alcé una ceja.

— Sí, sí es posible.

— No.

— Sip. — Sin resistirse al pequeño jueguillo, me abrasó de manera posesiva. Mi cuerpo se alejó apenas del colchón y le correspondí por su cuello. Reímos al unísono envueltos en un ambiente de entero amor y lejanía con el mundo real, que siempre era el peor lugar para estar. Y este momento, este pequeño momento lo llamé: felicidad.

 

— Bill… Bill.

— ¿Eh? ¿Qué pasa?

— ¿Puedes, por favor, sonreír? — interrogó escondiendo molestia en una sonrisa fingida y un susurro tormentoso. Sin réplica alguna, hice caso a su pedido. Sonreí ampliamente para los flashes de las cámaras cargadas de morbo. Asquerosos paparazis.

— Hola, chicos… Gracias, gracias. — saludaba con aparente amabilidad mientras avanzaba a la entrada del estudio con mi padre a mi lado. Abrió la puerta, adentrándose y dejándome paso a mí también. Seguidamente, la cerré con fastidio. — ¿Ya?

— Ya. — Borré la sonrisa súbitamente, entornando los ojos de exclusivo fastidio.

— Aún no puedo creer cómo eres capaz de arruinar así mi vida.

— ¿Seguirás con eso?

— Hasta que me desangre.

— Tu actitud es infantil y no es digna de un abogado de tus envergaduras. — Avanzamos por el mediano hall, recibiendo el saludo de Tania, la recepcionista.

— Buenos días, señores.

— Buenos días, Tania. — saludó mi padre a la muchacha de mi edad, a lo que yo sólo moví mi cabeza apenas. — ¿Hay mensajes?

— Sí. El señor Seeger vendrá a las tres para hablar respecto a la reunión en su estudio.

— Okay.

— Jörg. — Llamé cuando volvió a retomar su rumbo, subiendo las escaleras hacia los despachos. — Jörg.

— ¿Qué es lo que quieres, Bill?

— Que me escuches.

— Oiré las mismas cosas un sinfín de veces. — Abrió la puerta de su despacho y fui yo quien la cerró. Caminó a su escritorio mientras desprendía su saco, como le gustaba usarlo en las horas de trabajo. Yo, en cambio, usaba mi camisa con los botones desprendidos en el pecho, fuera del pantalón de Dior y con el saco hecho a medida desprendido. Ojos maquillados, rastas lacias y el mejor estilo en bijouterie.

— Pues me vale.

— ¿Te parece lugar para charlarlo? — Se sentó en su silla, mientras yo lo imitaba en una de las de enfrente.

— La casa no lo fue, tampoco el auto, ni la calle y ahora no es el estudio. ¿Cuándo lo hablaremos?

— Conozco tu opinión en el tema, es suficiente con eso.

— Cagaste mi vida.

— No cagué nada. Es tu hermano.

— Ese bastardo no es mi hermano.

— Bill.

— ¿Qué? No es mi hermano.

— Es mi hijo.

— Mamá debe estar revolcándose en su tumba. Me encajas un hermano que ni siquiera parió. Eres de cuarta. — Serenó su expresión, apoyando sus manos en el escritorio y observándome. — ¿Qué? — cuestioné a la defensiva.

— ¿Cuándo dejarás de ser tan inmaduro? No aparentas veintidós años.

— Mal por mí.

— Y por todos aquellos que tienen la desgracia de estar cerca de ti.

— Mal por ustedes.

— Escucha, Bill. — carraspeó. — Estos días he estado pensando. Medité acerca de la gravedad de mi asunto.

— Papá…

— No, escucha. — Callé. — El estudio necesita a mi heredero cuanto antes. No podré estar más aquí con todo el estrés, los nervios y la presión que se maneja. Tom es un gran abogado, ha mejorado notablemente. — comentó sonriendo casi con orgullo.

— Conozco a Tom.

— No, él está totalmente cambiado. Lo vi el fin de semana y me asombré de su madurez.

— Oh, perfecto. — ironicé.

— Yendo al grano, necesito de alguien responsable a quien dejarle este lugar. Una herencia familiar que heredé a mucha honra, entre dos hermanos más.

— Ajham, muy interesante. Ahora, escucha, ¿no te han bastado estos días que estuve a cargo en tu licencia para entender que soy lo suficientemente responsable? Estoy capacitado. Este estudio funcionó de maravilla.

— Y te lo agradezco, hijo. Pero es necesario debatir entre tus compañeros, Tom y tú.

— Joder. Es increíble. — resoplé. — Estás anteponiendo a un extraño entre nosotros.

— No es ningún extraño.

— ¡Sí que lo es!

— Baja la voz ahora mismo.

— Mierda. — maldije cerrando mis ojos y masajeándome la frente con notorio fastidio. — Thomas es una mierda.

— Es tu hermano. Antes se llevaban bien. — Abrí mis ojos inmediatamente, deteniendo el movimiento de mi mano en mi rostro y observándolo serio.

— Antes. — Sin decir más, me puse de pie y acomodé el cuello de mi camisa.

— Llegará esta tarde, a las seis. Le darás la bienvenida como se lo merece, vivirá en la casa y trabajará aquí mismo. Es mi última palabra, y sabes que es definitiva.

— Jamás te lo perdonaré. — solté en su cara y volví hacia la puerta invadido por un gran rencor. ¿Cómo es posible que me deje en un segundo plano por culpa de un imbécil que no ve desde hace cinco años ya? Claro, ahora todo cambia con la llegada de su perfecto hijo. A la mierda con todos. Yo fui quien lo soportó durante todo este tiempo con su maldita enfermedad en el corazón que no hacía otra cosa más que demandarme tiempo. Mientras que el otro infeliz permanecía ‘estudiando’ en Nueva York, dándose la gran vida libre de cualquier cargo. ¡Aaaahg! Estallaría como dinamita. — Váyanse todos bien a la mierda. — Entre maldición y maldición, transité el tramo que me separaba de mi despacho. Mi suerte parecía empeorar a cada segundo, ya que la irritante morocha de escote y pollera corta se me cruzó subiendo por las escaleras. Una sonrisa de satisfacción y su paso a base de un meneo sensual de caderas.

— ¡Kaulitz! ¿Volviste a tu antiguo puesto?

— Nunca me fui de él. — respondí tajante.

— Oh, pues no parecía. Digo, por cómo tratabas a todos aquí.

— ¿Te refieres a las órdenes? — Asintió sentándose en la mesa central de la sala, donde debía estar Tania, pero valla a saber uno dónde estaba ahora. Me crucé de brazos observando cómo se sentaba. La forma más ramera del mundo, personificada en sus piernas cruzadas de modo que la pollera (ya corta) se levantara un poco más. — Estaba ocupando el cargo de mi padre, ¿qué querías que hiciera?

— Mhm. Suena justo. — Ambos volteamos la cabeza a las escaleras, donde Georg ingresaba con Axel charlando animadamente. Al vernos, Geo alzó su mano sonriendo, acercándose a mí.

— ¡Amigo mío! Es bueno verte de este lado de la civilización. — Alcé una ceja mientras contenía las ganas de reír.

— ¿Para tanto era? — reímos mientras nos uníamos en un abrazo casual. Georg Listing: uno de los abogados del estudio y mi mejor amigo. De hecho, el único que tenía. Lo conozco desde que cursamos la escuela primaria. Su padre era jardinero y su madre ama de casa, sin embargo, él asistía a una de las escuelas más caras de Berlín. Siempre admiré eso de sus padres. Desde el quinto grado que no nos separamos más. — ¿Todo en orden?

— Seguro.

— Tengo que hablarte de algo.

— Entendido. — Observé fugazmente a Axel, quien conversaba muy confianzudo con Richael. Cuando uno llega a creer que no puede existir tanta zorredad en una sola mujer, llega ella a derrumbar tus teorías. Lo que es la prostitución; llega hasta un estudio jurídico. Admirable.

— Oh, hola, Bill. — Saludó al azar el imbé… digo, Axel. ¿Cabe aclarar que detesto a ese par? Bien, mejor.

— ¿No lo viste a Andreas en el parking? — Le pregunté a mi amigo, quien se encogió de hombros simplemente.

— Ese viene a la hora que le place. — Se entrometió Axel, desde un lado de la morocha. — Como es el novio del hijo del dueño… — Dejó la frase suspendida en el aire. Tuve dos opciones en ese momento: romperle la cara y, de paso, romperme las uñas, o hacer oídos sordos y hablar con mi amigo en mi despacho. Así que simplemente rodé los ojos y le hice una señal a mi compañero.

 

— ¿Hablas en serio?

— Como oyes.

— Wow.- se sorprendió. — Qué… inédito.

— Inédito. Já… bonita forma de decirlo.

— ¿Cómo estás con todo esto? — Exhalé el humo del cigarro que venía conteniendo desde hacía segundos.

— Como el orto. Hiervo de la ira.

— No creo que sea para tanto. — Algo en él le dijo que tal vez, sólo tal vez, sería una pésima idea decir eso. Pero, como la mayor parte de la humanidad, hizo oídos sordos a esa sabia vocecilla.

— ¿¡Disculpa!? ¿¡Que no es para tanto!? ¡Dios mío! Él sabe cuánto odio trabajar con alguien más en un caso. Sin embargo, llama a mi irritante hermanastro, a quien no veo desde hace cinco años, con quien mantengo una terrible relación y a quien describe como un jodido orgullo, ¿¡crees que eso no es demasiado!? Y, como si fuera poco, no es más que el caso Cortez.

— Caramba…

— ¡Eso! ¡Caramba! El caso más codiciado por miles de estudios, de abogados. ¡Genial! Me toca a mí, pero… aaaash, pero tengo que trabajar con él. ¡Mierda! — Le proporcioné un golpe a la madera de mi escritorio, llevando de nuevo el cigarro portador de cancerígenos masivo, a mi boca. Repentinamente, la puerta de mi oficina se abrió.

— Amor, los chicos piden silencio.

— Oh…— Suspiré buscando tranquilizarme. — Ya, me calmé. — Sonreí de lado, recostándome mejor en el respaldo de mi silla.

— Hola, Georg.

— Andreas. — Le devolvió el saludo estrechándole la mano que le extendía cuando estuvo a su altura. Andreas Markett: mi novio. Desde hace un año y medio que estamos juntos. Rubio, de ojos azules preciosos. Una musculatura levemente marcada que me encantaba. Al principio era algo físico únicamente, pero con el tiempo… emm… continuó siéndolo. — ¿Por qué la demora?

— Ya sabes, problemas familiares.

— ¿Tu hermana Julieta de nuevo?

— Sí. Esa mujer me enloquecerá. — Rodó los ojos y continuó caminando hasta mi asiento. Pocos podían hacer eso. Creo que hasta Georg lo tenía prohibido.

— ¿En qué año está? — preguntó mi amigo.

— El tercero y el último. No veo la hora de que se reciba.

— ¿Para dejar de llevarla a la Facultad?

— Jaja, no. Anhela con todas sus fuerzas ser pediatra y no imagino cómo se pondrá en la graduación. — Sonreí con ternura.

— Es cierto. Bueno, iré a ponerme al día con mis tareas. — dijo finalmente Georg, poniéndose de pie.

— Vale, nos vemos en la junta. — Nos guiñó un ojo y salió a paso tranquilo. — ¿Y tú, amor?

— Yo, ¿qué? — Se sentó en mi escritorio, a un lado de donde mi computadora portátil descansaba.

— ¿Sigues molesto con el tema ‘hermano usurpador’? — Acarició mi mejilla con la punta de sus dedos, mientras mi mirada se mantenía estática en mis papeles.

— Algo.

— Algo…

— Mucho. Bueno… demasiado.

— Se notó, descuida. — Sonreí de lado, mirándolo a los ojos. — ¿Vienes a mi departamento esta noche?

— No puedo. Él llega a las seis.

— Puedes venir igual.

— Andreas. — Torció los labios, alejando su mano de mí. Tomé aire intentando mantener mi paciencia en el frágil borde del abismo. Me puse de pie para posar mi mano en su muslo. Entonces apareció una sonrisa traviesa en su rostro. — Pero puedes venir tú.

— Tenemos un trato. — Sonreí ampliamente. Siempre consigo lo que quiero. O, bueno, en este caso lo consiguió él. A medias. Tomó mis mejillas con ambas manos, besándome con cierta demanda. Su lengua penetró mi boca y la mía se vio más que gustosa en corresponderle el acto.

 

— Muchas gracias por asistir, chicos. — habló mi padre como si les hablara a sus hijos. Algo que siempre detesté en él. Yo me encontraba sentado del lado izquierdo de la cabecera (desde su percepción). A mí lado estaba Georg, enfrente se encontraba Andreas con Richael y finalmente Axel. Jörg estaba parado en la cabecera, observándonos a todos de forma pausada. — Como ya todos estarán enterados, habrá algunos cambios. Para empezar, el punto principal es mi enfermedad. Aunque no he tenido, gracias a Dios, otra crisis, tanta tensión me altera un poco. Amo estar aquí, mi trabajo es lo que me hace sentir capaz, pero necesito de mi salud también. — Hizo una pausa en donde sonrió. — Estoy muy agradecido y creo que todos deberían estarlo también, ya que mi hijo aceptó tomar el mando de este estudio durante la semana pasada. — Observé a todos de manera fugaz, recibiendo sonrisas y movimientos de cabezas cargados de hipocresía, descontando el de Georg, que sólo consistió en una sonrisa de lado. Él ya me había agradecido y apoyado desde un principio. — Ahora, bien, mi reemplazo no puede ir turnándose de semana en semana. Debe ser permanente.

— Creo que no entendemos a qué te refieres, Jörg. — Dijo Andreas tomando la iniciativa y la voz general, como siempre lo hacía.

— Bueno, pienso retirarme. — Se oyeron murmullos de disconformidad. — Mi salud así me lo exige y la edad viene con intereses. — bromeó, pero nadie rió. — Escuchen, chicos, esta tarde vuelve a la ciudad mi hijo. — Vaaale, eso nadie se lo esperaba.

— ¿Qué? … No comprendo. — Dijo Axel.

— Para quienes nos conocen a Bill y a mí desde hace menos de cinco años, no entenderán. Como tú, Axel, y Richael. Pero Georg y Andreas conocen la historia perfectamente.

— Es hijo de otra mujer y lo conocí con quince años de edad cuando él tenía diecisiete. — expliqué. — Vivió con nosotros durante dos años, hasta que, negándose a estudiar los dos años que yo estudié e ingresar a este estudio, quiso ir a estudiar a Nueva York, donde vive con su madre. Es obvio que se fue, vivimos cinco felices años y ahora viene a querer tomar el poder de todo. Fin.

— ¿Es necesario, Bill? — interrogó cansado mi padre. Yo desvié la mirada manteniendo mi orgullo al tope, sin darle lugar a retracciones. — La historia es así como la contó, pero obvien las ironías.

— Wow… estoy sorprendido. — murmuró atónito Axel. — Entonces vendrá a heredar junto con Bill.

— No exactamente. Con el nuevo régimen que regirá el futuro heredero, se modificarán los rangos. Me he encargado de formar parejas de trabajo. — dijo abriendo la gran carpeta color marrón que mantenía frente a él, sobre la mesa. — Será como una emulación.

— Una competencia. — intervine.

— Quizás tú lo veas así, Bill. Pero será una prueba de cuán capaces son.

— ¿Para qué? Uno de tus hijos heredará la presidencia.

— ¿Disculpa? — Me dirige incrédulo a la idiota que se hacía la molesta. — Cuidadito con cómo le hablas a mi padre.

— Karrent, Kaulitz, suficiente. — Nos callamos. — Todos tienen posibilidades de tomar la presidencia. De todas las parejas, elegiré una. De esa pareja, decidiré cuál de los dos integrantes merece el cargo de presidente y su fiel socio, ya sea por mérito, responsabilidad o compromiso con la causa — explicó. —, pero mi intención es comunicarles la llegada de Thomas Trümper al estudio y pedirles que lo traten bien y lo hagan sentir a gusto. ¿Preguntas?

— Sí, yo tengo una. — Axel, Axel, Axel. Siempre es el primero, último y el que desea toda la atención. Con su jopo a lo futurístico y sus aires de galán. Jamás me cayó bien y jamás lo hará. — ¿Por qué Trümper?

— ¿Cómo?

— ¿Por qué Trümper, y no Kaulitz? — Maldito desgraciado. El tema del apellido es algo delicado para Jörg.

— Bueno… — Titubeó mi padre. — Él tiene el apellido de su madre porque…

— Tiene el apellido de su madre, punto final. — Intervine mirando a Axel con recelo. — ¿Alguna objeción? — Rió con soberbia ante el término jurídico que utilicé.

— Ninguna, su Señoría. — Ese es un tema que siempre entristece a mi padre. Aunque la relación de Thomas y él siempre ha sido favorable, mi hermanastro nunca aceptó su apellido. Si bien lo reconoció como su hijo, el apelativo así no lo demuestra.

— Bueno, es hora de entregarles los casos a las parejas. — Entrelacé mis dedos y me recosté en la silla. Caso Cortez, pareja­: mi hermanastro. Lo sabía todo, no sería sorpresa para mí. — Pareja número uno: Listing y Markett. Caso: Venegas. — Tomó la primera carpeta, dentro de la primera más grande de tamaño. Georg y Andreas intercambiaron sonrisas de complacimiento y el primero recibió la carpeta. — Pareja número dos: Kaulitz y Trümper. Caso: Cortez. — Noté casi con placer la mueca que formularon Richael y Axel. ¿Envidia? A joderse. A Albert lo defendía yo y nadie más que yo.

— Gracias. — dije tajante al recibir ese caso que tanto he deseado, pero solo, desde luego.

— Y pareja número tres: Karrent y Graffman. Caso: García. — Los dos resentidos sonrieron forzadamente a mi padre, recibiendo el archivo. —Eso es todo por hoy, chicos. Espero que esta no sea una competencia, como la catalogó mi hijo, sino un momento en donde pueden mostrar sus facultades. Recuerden que todos tienen posibilidades y que el juicio de cada caso se llevará a cabo dentro de nueve semanas. — Todos nos pusimos de pie al mismo tiempo para la despedida. — Será hasta mañana. Que pasen la mejor de las tardes y noches. — Todos lo saludaron con el respeto o la chupada de medias cotidiana. — ¿Vamos, hijo?

— Claro. — respondí con desgano, mirando fugazmente a Andreas, quien leía el caso con detenimiento. Chasqueé la lengua y salí de la sala de juntas con mi padre.

Notas finales:

Parte II -->


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