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Del acoso al amor sólo hay un poco de obsesión. por DraculaN666

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Notas del capitulo:

Está bien, esto se me está yendo de las manos *Dra-chan entra en pánico*. Contrario a lo que dije en el primer capítulo, me parece que esto puede llegar a más de 4 capítulos si sigo a este ritmo y omfg, sólo los dioses egipcios saben la presión que eso me genera. ¡Es demasiada presión! Pero intentaré no pensar mucho en ello ni caer en la desesperación *come chocolate como si no hubiera un mañana*


¿Nerviosa? ¿Quién dijo eso? ¡Yo no estoy nerviosa!


*Se va a lloriquear por ahí*


Gracias a LadyHenry por betear la historia. Gracias, gracias, gracias.


Y a los que dejaron un comentario (:


Los personajes son míos, así de inestables y todos. No se prestan, no se venden ni se canjean. Así que no al plagio, gracias.


Cualquier parecido con la realidad, con personas vivas, muertas, escondidas, desaparecidas o drogadas es mera coincidencia. Yo no sé nada ni he visto nada (?)


 


Y como le decía a una amiga en la respuesta de su review y la razón por la que Alan y Gabriel no tendrán su affair. Nadie me tiene paciencia con Miguel, los tengo tan mal acostumbrados con los one-shots que ahora que salgo con algo largo y no doy todos los detalles en el primer capítulo me discriminan al mushasho... Pero ya viene su parte, tranquis.

11


Despertar al día siguiente fue algo doloroso, especialmente para Gabriel a quien, después de que se le pasara toda la euforia y la lujuria menguara un poco, su cabeza le recordó su poca tolerancia al alcohol y lo mal que le sentaba aunque fuera un trago. Sentía unas terribles punzadas taladrarle el cerebro y todo parecía más brillante de lo que realmente era.


Casi literalmente tuvo que arrastrase hasta la cocina, donde bebió agua como si no lo hubiera hecho en días. El reloj marcaba casi medio día. Los padres de Alan habían salido, al igual que su hermano y el rubio no daba señales de querer despertar pronto.


Una vez que terminó de beber agua y su estómago dejó de amenazar con devolver todo su escaso contenido, regresó a la habitación, en donde Alan se encontraba aún durmiendo a sus anchas, ocupando toda la cama y mascullando cosas sin sentido.


Gabriel negó con la cabeza y suspiró. Recordando lo de la noche pasada, lo mejor era dejarlo dormir un rato más. Era sábado, así que no había mucho por hacer.


Tomó la ropa de la noche anterior, aunque no la quería volver a usar, pero no pensó en llevar otro cambio de ropa, por lo que se dirigió resignado al baño con esas mismas prendas. Duró un largo rato bajo el chorro de agua fría. La cabeza le dolía mucho menos y por fin sentía que todo ese olor a alcohol y tabaco se le iba del cuerpo. Lo único que seguía quemando era el recuerdo de las caricias que Miguel le había dado. Por más que pasara el jabón o tallara su cuerpo, las sensaciones seguían ahí y no hacían más que intensificarse. Soltó un suspiro, abatido, mientras cerraba la llave del agua. La verdad es que no estaba muy seguro de que las cosas fueran a mejorar de ahora en adelante. Sólo rogaba no ponerse peor o tendría muchos problemas.


Su padre le había dicho que hablaría muy seriamente con él cuando llegara a casa y tenía una clara idea de lo que quería hablar.


Secó su cuerpo con una de las tantas toallas que se encontraban en el cuarto de baño y se vistió ahí mismo.


Grande fue su sorpresa al ver que Alan ya se encontraba despierto y un poco más despejado cuando regresó a la habitación.


— Qué madrugador —dijo el rubio cuando lo vio entrar.


— Me dolía horrores la cabeza. Eso fue lo que me despertó —le dirigió una mirada de fastidio mientras rebuscaba en el cuarto en busca de su gorrito.


— Está bien, me declaro culpable. Pero al final todo salió bien ¿no? No tienes nada de qué quejarte.


— Mi cabeza y mi estómago no opinan lo mismo.


— Toma —el rubio le lanzó la prenda que tanto buscaba y que había sacado de quién-sabe-dónde.


— ¡Por fin! —Exclamó el pelirrojo abrazando su gorro de una forma un tanto dramática.


— Que exagerado. Te lo he dicho, no naciste pegado a esa cosa. Deberías usarlo menos.


— ¡Claro que no! Es lo único que mantiene a raya mi cabello. Sabes lo mucho que odio ponerme mejunjes en el pelo —torció la boca recordando cómo el día anterior tuvo que sentir la viscosidad del gel sobre su cabello—. No volveré a hacerlo nunca.


Alan sólo sonrió sin decir nada más al respecto. Para él simplemente estaba exagerando, pero cada quien con sus gustos.


— Debo irme ya —dijo Gabriel tomando sus demás cosas y observando a su alrededor por si olvidaba algo más.


— ¿Tan temprano?


—Mi papá dijo que quería hablar conmigo de algo. Al mal tiempo darle prisa ¿no? —Suspiró con resignación.


— Me imagino de qué —susurró Alan—. Bueno, entonces nos vemos mañana. Tenemos una pequeña montaña de tarea que siempre dejas para después.


— Lo sé, lo sé. Llámame en la noche para decirte a qué hora nos vemos.


Los dos salieron de la habitación, caminando hasta la planta baja.


— Vale. Supongo que en tu casa. Sabes que los domingos mi hermano es amo y señor de la casa. Con eso de que papá y mamá se van de vagos él aprovecha para traerse a la novia de turno.


Gabriel frunció el ceño ante esa idea y compadeció un poco a su amigo, que tenía que soportar eso constantemente.


— Asco —fue todo lo que dijo antes de abrir la puerta de la entrada—. En la noche hablamos.


— Ve con cuidado, no hables con extraños, directo a casa y sin hacer paradas —sentenció el rubio con toda la seriedad que le fue posible pero sin ser capaz de ocultar una sonrisa traviesa.


— Sí mamá, lo que tú digas —respondió el pelirrojo entre risas saliendo de la casa.


Alan caminó un poco detrás de él hasta verle salir del patio, dar vuelta a la izquierda y seguir con su camino.


El pelirrojo se encontraba a varias casas de distancia de la casa de su amigo cuando le dio por girar un poco la cabeza y mirar atrás. No supo bien porqué no le extrañó demasiado ver una figura más alta que él pero igual de pelirroja.


Se alejó sonriendo y pensando en lo mucho que a su amigo le gustaban los pelirrojos y en todos los problemas que éstos le causaban.


— ¿Perdón? —susurró a la nada y continuando su camino a casa.


12


Isaac tuvo que pasar toda una noche llenándose de alcohol y sufrir una terrible resaca al día siguiente para darse cuenta del error tan terrible que había cometido.


Pasó gran parte de la noche bebiendo y recordando todo el tiempo que llevaba junto a Alan.


Al principio fue totalmente consciente de la indiferencia que éste sentía por él y la verdad era que no le importaba demasiado. Estaba bueno y le buscaba por algo. Cada quien obtenía algo a cambio si comenzaban a interactuar un poco. Pero las cosas se fueron tornando diferentes con el tiempo. Alan era divertido, sarcástico, inteligente y muy leal. Posiblemente eso fue lo que más le llamó la atención con el paso de los días. Eran como un contraste. Isaac solía divertirse por aquí y por allá con las personas, de una u otra manera sin importarle demasiado si alguien buscaba algo serio o no. El rubio, por el contrario, era muy extrovertido, sonreía con facilidad y se adaptaba a cualquier ambiente, pero no por ello dejaba que cualquiera se acercara. Su mejor amigo indiscutiblemente era Gabriel –jodido enano pelirrojo, como solía llamarle para sí mismo-, y tenía alguno que otro buen amigo por ahí. Pero era difícil acercarse demasiado.


Y eso le gustó. Porque, por algún motivo ese chico se había acercado por sí solo hasta a él y, joder, no era tonto como para desaprovechar esa oportunidad.


Fue tarde cuando se dio cuenta lo mucho que le gustaba pasar las tardes charlando con Alan, de nada en absoluto, sólo dejar las horas pasar entre risas y comentarios absurdos. Y cuando a todo eso comenzaron a sumarse los besos entre palabras sarcásticas y caricias entre risas, supo que la verdad no le molestaba ni le era tan difícil intentar estar con una sola persona, para variar.


Por eso fue un golpe muy duro cuando Alan se sinceró totalmente y le dijo la verdadera razón por la que se había acercado en primer lugar. El enano ese y el imbécil de su amigo.


El conflicto de emociones que le llenó fue tremendo. El rubio creyó que tuvo una reacción madura y sensata, pero la verdad es que por dentro estaba quemándose de celos y coraje, de tal forma que al principio no supo por dónde comenzar a despotricar. Quería soltarle un puñetazo a Gabriel y moler a golpes a Miguel. A uno por cobarde y al otro por obtuso, porque la verdad sea dicha, si te dedicabas un momento a meditar las cosas, no era tan difícil sumar dos más dos y dar con Gabriel a la primera. No es que pasara totalmente desapercibida su presencia todos los puñeteros días en las gradas del campo de fútbol, ni que conociendo los gustos frikis de Miguel no supieras que la otra persona igual de friki era Gabriel, joder, era el único que había llevado cientos de playeras de anime y videojuegos a la escuela y, joder ¿qué coño le había visto al tarado de Miguel? Era torpe, distraído, tenía una sonrisa boba tatuada en la cara y si le dabas un poco de cuerda no paraba de hablar de Star Wars o de Hora de Aventura y vete a saber tú qué otras cosas.


No, la verdad es que eran la pareja perfecta. Podía imaginárselos amorosamente acurrucados en la cama, cada uno con su laptop jugando enardecidamente al WoW rodeados de cajas de pizza. O lloriqueando los dos viendo alguna película de Disney. Quién sabe, lloriqueando de nuevo por la muerte de la mamá de Bambi o de Mufasa. Sin lugar a dudas, adorables.


Y tenía en cuenta la inexistente atracción que sentía Gabriel hacía Alan, pues no tenía ojos más que para Miguel, y también era consciente del que el rubio sólo sentía un instinto casi maternal por cuidar de su amigo. Pero no podía evitar sentirse tremendamente celoso y la noche anterior, con un poco de alcohol en las venas, no pudo detener su lengua venenosa y decir todas esas cosas hirientes. Razón por la cual su mejilla hoy dolía y estaba roja e hinchada. Pero, sobre todas las cosas, razón de ese terrible malestar que sentía y que nada tenía que ver con la resaca.


Por eso mismo, se tragó su orgullo junto a un par de aspirinas para que todo dejara de girar y brillar tan dolorosamente. Se mentalizó para el rechazo inminente que recibiría por parte de Alan, salió decidido de su casa, que era un total desastre, abandonando a Miguel a su suerte en su habitación y jurando no sólo rogar por el perdón de Alan, sino hacer que Miguel y Gabriel follaran, aunque alguien muriera en el intento. De preferencia los dos antes mencionados.


Y ahí estaba, en la esquina de la casa del rubio, totalmente acobardado después de tanta convicción y monólogos internos diciéndose que él podía, que no tenía nada que temer. Pero estaba acojonado. Así de simple. Le gustaba Alan, y le gustaba mucho. Le gustaba estar con él, charlar con él y, sobre todo, morrearse con él hasta quedarse sin aliento. Por eso mismo y recordando esa voz tan fría diciéndole que no volviera a hablarle le aterraba.


Unos años antes, si alguien le hubiera siquiera insinuado que él estaría así de asustado por otra persona habría reído hasta desfallecer. Ahora no le causaba tanta gracia, la verdad.


Pero era peor quedarse con la incertidumbre y sin haber intentado nada, ni siquiera pedir disculpas o perdón.


Contó hasta veinte, porque diez nunca es suficiente, y comenzó a caminar hasta la casa, con una decisión que no sentía para nada.


Volvió rápidamente a su lugar cuando la puerta de la casa se abrió y un par de chicos salieron de ella. Controló lo mejor que pudo sus celos cuando vio que eran Gabriel y Alan.


No pasó nada, no pasó nada, no pasó nada. Se decía una y otra vez para tranquilizarse. No conocía esa faceta suya tan celosa y no estaba seguro de hasta dónde podía llegar.


Pero todos los celos o molestia que sentía se esfumó en un segundo, siendo reemplazado por un golpe de culpa al ver los ojos hinchados de Alan. Parecía recién levantado, pero se le veía algo decaído a pesar de su sonrisa y los ojos algo rojos e inflamados.


Eso mismo terminó por hacer que se decidiera y, cuando vio que Gabriel ya estaba algo lejos, se acercó hasta quedar frente al rubio.


La verdad no estaba muy seguro de qué debía decir o hacer. Tampoco tenía muy claro si Alan querría escucharle, pero al menos lo iba a intentar. A fin de cuentas no tenía nada que perder.


No es que fuera un pensamiento mucho más alentador.


— ¿Qué haces aquí? —Fue lo primero que preguntó el rubio después de que se recuperara de la sorpresa inicial.


— ¿Podemos hablar?


— No sé de qué podríamos hablar tú y yo.


— Por favor, Alan —susurró Isaac, algo afligido por la frialdad que le mostraba el rubio.


Más de cerca era capaz de apreciar mejor sus ojos rojos e hinchados y ese surco seco de lágrimas en sus mejillas. El sentimiento de culpa le golpeó más fuerte. Nunca había visto esa actitud tan seca y fría en Alan, y sus ojos grises parecían dos pedazos de hielo queriendo atravesarle.


— Te escucho, pues —dijo por fin después de un breve silencio, cruzándose de brazos.


El pelirrojo esperaba no tener esa charla allí fuera, pero tampoco se pondría quisquilloso cuando en realidad no pensó en que realmente tendría oportunidad de decir algo.


— No estoy tratando de excusar mi comportamiento de ayer —comenzó a decir, tratando de no darle demasiadas vueltas a sus palabras—. Dije cosas horribles que no puedo excusar ni con el alcohol. Siempre que hablas de Gabriel, aunque sea para quejarte de que debería follar ya con Miguel, la sangre me hierve —apretó los puños dentro de su abrigo, conteniendo el enfado que el simple hecho de pensar en eso le provocaba—. Sé que es tu mejor amigo, lo sé, lo entiendo. Sé que te preocupas por él, sé que anoche pudo pasar algo por dejarlo sin vigilar. Lo sé, de verdad que lo sé, pero eso no evita que a veces me gustaría golpearle por ser como es y por acaparar siempre toda tu atención.


Y le hubiera gustado decir muchas cosas más, como “Y que siempre piensas en él cuando estás conmigo. Que odio el hecho de que alguna vez te gustara una pulga como esa, cuando yo soy el doble de alto y ancho. ¿En qué me puedo comparar? ¿Me hace mejor o peor? No quiero sentir que estoy compitiendo contra él, joder, me lleva años de ventaja a tu lado”. Mejor prefirió quedarse callado y bajar la mirada, mordiéndose un poco el labio inferior. Le frustraban todos esos pensamientos.


— Nunca te he comparado con él, Isaac —habló por fin el rubio, soltando un suspiro algo cansado y frotándose los ojos—. Tú eres tú y él es él. Son personas totalmente diferentes ¿sabes? Cabello medio naranja, medio rojo, medio raro y pecas por montones tendrán en común, pero son totalmente diferentes. Lo sabes y lo has tenido muy en cuenta. Nunca te he comparado, ni creo que seas mejor que él. Tú eres tú y me gustas como eres. Por Dios, ¿por qué voy a querer a Gabriel en modo enamorado si se pone así de obsesivo? —Puso una mueca de horror al pensarlo—. Te lo dije, me gustó hace mucho tiempo. Sé que también ha sido mi culpa por toda la atención que le presto, pero no sabes lo frustrante que puede llegar a ser pasar todo el día con él cuando se pone a suspirar de esa forma tan escalofriante.


Los dos se quedaron otro rato en silencio. Alan pensando en cientos de cosas que le frustraban en ese momento e Isaac sintiéndose mucho más relajado.


— Lo siento Alan, de verdad lo siento muchísimo —Fue esta vez el más alto quien rompió el silencio, mirándole como un cachorrito hambriento.


Alan sonrió, un poco más alegre y relajado.


— ¿Quieres pasar? La cabeza me está matando.


—Yo no sé cómo sigo consciente sintiendo como me taladra la cabeza. Las aspirinas son una estafa.


El rubio soltó una ligera carcajada mientras depositaba un beso en los labios de Isaac.


— No habrá una próxima vez Isaac. Y si la hubiera no será tu mejilla lo único que golpee —advirtió seriamente.


— Lo sé, lo tendré siempre en cuenta.


Y poco les importó que los vecinos vieran o alguien pasara cerca. Isaac no pudo evitar casi devorarse a Alan en un profundo y húmedo beso. Aunque tenía la ligera sensación de que estaba olvidando algo.


13


Cuando por fin abrió los ojos y la luz del sol le golpeó de frente, el primer pensamiento coherente que tuvo fue un “Ugh, joder” mientras volvía a cerrar los ojos y maldecía a toda la humanidad y al que dejó las cortinas abiertas.


Duró un par de minutos con una mano sobre los ojos, apretando tan fuerte que casi era doloroso, pero más dolorosa era la idea de volverlos a abrir y ver la habitación tan iluminada.


Una vez que se acostumbró a la luz del día y se dio cuenta que el mundo ya no giraba, se incorporó un poco en la cama e intento ubicarse.


Recordaba que la noche anterior Isaac había dado una fiesta en su casa. No una reunión de amigos y esas cosas, sino de esas fiestas donde no conoces ni a la cuarta parte de los presentes pero igual dejas que te manoseen un poco y manoseas un poco en respuesta.


No es que realmente a él le gustaran esas cosas, la verdad preferiría pasar la noche en su casa jugando algún videojuego, viendo alguna película o cosas de esas. Pero Isaac se había puesto tan insistente, y luego otros amigos se habían unido insistiendo también, que no le quedó de otra que aceptar y tragarse el largo rato que duraría la fiesta.


Pero en algún punto de la noche las cosas se habían salido de control. Su último recuerdo era el estar bebiendo con un par de chicas. Después de ahí todo era bastante incierto. Las imágenes se revolvían en su cabeza, no sabía si algunas eran ciertas, qué había pasado primero o al final.


Lo que si recordaba es haber ido al baño al primer síntoma de malestar, aunque en el camino le habían metido mano en lugares non santos y alguien había intentado meterle la lengua hasta la campanilla.


Sin embargo, lo más vivo de sus recuerdos era una mata de cabellos rojos, unos enormes ojos verdes y ese aroma que se le hacía tan familiar.


Isaac quedaba totalmente descartado, gracias al cielo. La figura dueña de la piel que había saboreado con sus manos era más pequeña. Los labios eran carnosos y húmedos. Ojos verdes y enormes que le miraban de una forma que se podría catalogar de obscena y unas manos pequeñas que habían sabido muy bien cómo llevarle al límite y hacerle desfallecer completamente.


Pero era el olor lo que le tenía más intrigado. En su momento había sentido todas sus alarmas alerta a pesar del malestar causado por lo que sea que hubieran metido en su bebida, pero las había ignorado por completo y ahora que estaba un poco más despejado intentaba atrapar eso que tanto se empeñaba en rehuir de él.


Se incorporó totalmente de la cama, estirándose un poco y desentumeciendo sus músculos. Su cabeza parecía ceder con el dolor y ya no era tan terrible ver la luz que se filtraba por la ventana.


Esa definitivamente no era su habitación, por lo que supuso que debió quedarse dormido en casa de Isaac, del cual no se veía rastro.


Fue al baño a lavarse la cara para despejarse totalmente. Pero al abrir la puerta fue como si los recuerdos le llegaran de golpe. Los besos, las caricias, las gotas de agua que escurrían por ese rostro plagado de pecas y el tenue susurro de un: “Te quiero” que no estaba seguro si realmente había escuchado. Sin embargo, todo eso hizo que atrapara esa idea esquiva y regresara corriendo a la habitación, donde rebuscó por todos lados hasta encontrar su cartera.


La tarea de encontrar sus cosas fue titánica, considerando el caos que reinaba en esa habitación que reconoció como la de su amigo pelirrojo, pero cuando por fin la encontró, debajo de la cama entre su ropa y ropa de su amigo que no sabía desde que año se encontraba ahí, extrajo un pedazo de papel que tenía cuidadosamente doblado.


Una misiva llena de palabras algo cursis y otras tantas subidas de tono. Había recibido cientos de ellas a lo largo de su vida, modestia aparte, pero esa en particular le había gustado mucho y por eso la conservaba. También porque era de ese admirador que le había enviado docenas de cosas en los últimos meses y tenían la particular característica de estar perfumadas.


Llevó el papel hasta su nariz, olfateando el fino aroma que aún perduraba en la carta y supo de inmediato que era el mismo aroma del chico pelirrojo. No había duda. Era un perfume extraño para un chico de su edad, no solo por el precio sino porque parecía algo adulto y refinado. Por eso mismo no había duda de que esas dos personas eran la misma. Tenía que ser así. Ya no sólo por el aroma de la carta, sino porque todas llevaban como firma al final de la carta, en una esquina como si las palabras necesitaran su propio espacio, un: “Te quiero Miguel”.


Le había hablado de tantas cosas en sus cartas. Cosas subidas de tono, cosas dulces y hasta infantiles, hasta historias bobas de nada en particular. Pero esas palabras nunca variaban.


— Joder, joder, joder —comenzó a murmurar por lo bajo.


Si no hubiera estado drogado o borracho o lo que fuera, había sido la oportunidad perfecta para, de una maldita vez, saber quién era el que le enviaba todas esas cosas.


Era obvio que nunca podría corresponderle con un te quiero. No de momento. Pero había algo en ese chico, con sus cartas, sus palabras, con lo poco que dejaba entrever, que le llamaba muchísimo la atención. Parecía conocer sus gustos y aceptarlos tal como eran. Así de rarito con sus juegos y su anime, hasta lo sentimental que se ponía con las películas infantiles. Como si aceptara eso que escondía, no por vergüenza sino porque lo consideraba algo suyo, sólo algo que los demás no deberían molestarse en saber a menos de que fueran muy amigos. Y le agradaba esa aceptación. Era como si viera más allá del chico alto, de cabello oscuro y “misteriosos” ojos azules que jugaba al fútbol todas las tardes. Al menos esa forma le veían las chicas de la escuela. Pero aunque había salido con un par de personas, hombres y mujeres, al final, todos decían que su forma de ser era muy diferente a lo que dejaba ver. No sabía qué era lo que los demás esperaban de él, pero le parecía ridículo que al final terminaran la relación por no llenar los estándares. Y ese chico era diferente en eso. Le impulsaba a querer conocerle y saber cómo era el otro y ver hasta dónde podían llegar.


Aunque, debía admitir, sentía algo de miedo también. Era consciente de que se había topado con ese chico más de una vez en foros de Internet y alguno que otro juego online. Como si le siguiera o le investigara muy a fondo. Era un poco escalofriante y a la vez emocionante. Sabía bien que era un poco rarito por emocionarse con cosas como esas, bien se lo había dicho Isaac cuando se lo comentó, pero era lo de menos.


Y la noche anterior lo había tenido entre sus brazos, comiéndose a besos en el baño de una casa ajena, metiéndose mano hasta donde les alcanzara y dejándose llevar por esas increíbles sensaciones que aún hacían estremecer su cuerpo.


Pero el chico no le sonaba de nada. No es que recordara al cien por ciento todo su rostro, su cuerpo o su complexión aparte de lo que más saltaba a la vista. Y tampoco es que los pelirrojos abundaran por la escuela.


Y ese era exactamente el problema. El único pelirrojo que conocía era Isaac. Lo cual no era de mucha ayuda.


Suspiró derrotado, guardando todas sus cosas. Lo mejor sería comenzar el lunes con la búsqueda. Debía sí o sí encontrarle.


Buscó por todas partes a su amigo, pero no se encontraba en ninguna habitación del segundo piso. La primera planta, por otra parte, era un caos total. No estaba muy seguro de cómo haría el pelirrojo para limpiar todo y luego darle una explicación a sus padres. Aunque sospechaba que estos últimos seguramente se encontraban de viaje.


En la puerta del refrigerador encontró una pequeña nota de su amigo, explicándole que había ido a casa de Alan a medio día y no sabía a qué hora volvería.


Miró el reloj con horror al ver que eran las tres de la tarde. Rebuscó de nuevo entre sus cosas hasta dar con su celular. El número de llamadas perdidas que tenía parecía burlarse de él, anunciando el inminente sermón con el que sería recibido en casa por su hermano. Le había comentado vagamente que saldría y que no estaba seguro de volver a dormir. Pero de eso y no responder ninguna de las quince llamadas que le había hecho a lo largo del día era diferente.


Volvió a guardar el aparato y soltó un suspiro algo lastimero. Lo mejor era partir de una vez.


Antes de salir se aseguró de cerrar bien la puerta y después se perdió por las calles del barrio hasta su propio hogar.


14


Gabriel estaba seguro de que si no había tenido un ataque es porque sus nervios eran resistentes y alguien debía darles un premio por eso. No sólo había sobrevivido a la larga charla con su padre, sino a las constantes amonestaciones de Alan durante toda la tarde que estuvieron haciendo tarea.


El sábado, en cuanto llegó a casa, fue inmediatamente abordado por su padre, con esa cara de “necesitamos una charla de hombres, y la necesitamos ya”. Le habló de su falta de atención últimamente, de la caída en picada de sus calificaciones, de sus miradas ausentes y sus aires soñadores. Sabía muy bien que su padre no era idiota y tenía muy en cuenta a qué se debían todos esos síntomas.


— Estás enamorado. Y por enamorado me refiero a te estás comportando como un idiota y no hay duda de ello —fue la forma en que lo describió su progenitor y él no tuvo manera alguna de negarlo.


Pero aceptarlo frente a él sólo acarrearía más problemas y más preguntas “¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿Es linda? ¿Tan buena está para mantenerte en ese estado?”.


Y ahí es donde radicaba el problema. En que no era “ella” sino “él” y no estaba preparado aún para hablar sobre su sexualidad con su padre.


— ¿Quién es él? —Había preguntado el hombre al ver su mutismo.


Si los ojos del pelirrojo eran de por sí grandes, su padre pudo apreciar que podían serlo mucho más cuando se abrían de sorpresa e incredulidad. Y se sintió ligeramente ofendido de que su hijo no tuviera en cuenta que era plenamente consciente de que era gay.


— ¿Qué…? ¿Cómo…? ¿Por qué…? Oh joder, ¿qué?


Era adorable ver como de rojo podía ponerse su rostro por la vergüenza y como sus pensamientos no se organizaban en frases coherentes.


— Me ofende que creas que puedes ocultarme algo a mí. No sabes siquiera esconder tu porno, hijo.


— Oh por Dios —había lloriqueado mientras enterraba su rostro entre sus manos y sentía su rostro arder.


Desde ese momento no sólo tuvo que soportar su discurso moralista de: “Está bien que estés enamorado, pero la escuela siempre es primero, blahblahblah…” sino que también tuvo que soportar frases como “¿De dónde sacas esos vídeos?”, “Una cosa es ver a dos hombres teniendo sexo, ¿pero dos caricaturas?”, “Está bien, eres adorable cuando te sonrojas, pero no por ello lo uses para ligar, ¿de acuerdo?”, “Siento que estoy hablando con mi hija en vez de mi hijo”.


— Está bien papá, ya entendí —había dicho después de esa última frase, totalmente agobiado—. Pondré más atención en clase, te lo prometo, sólo, por favor… cállate.


Y odió la sonrisa de satisfacción que puso el hombre. Era casi tan odioso como Alan.


— Acepto como eres Gaby, quería darte tu espacio y todo eso hasta que tú me lo dijeras. Pero se te está yendo de las manos y me parece oportuno hacértelo ver. El chico no está mal pero… creo que es algo obsesiva tu atracción.


— ¿Cómo sabes que…?


La sonrisa que puso su papá fue toda la respuesta que necesitaba. Si había encontrado el porno y el yaoi, no había duda de que había encontrado el álbum de fotos.


— Joder, joder, joder —murmuró volviendo a enterrar la cara entre sus manos.


Aunque por un momento pensó que no podría volver a mirarle a la cara, minutos después se sentía más tranquilo. Le hacía bien saber que su papá no estaba en contra de sus gustos. Nunca habían sido muy comunicativos entre ellos y la cosa no mejoró cuando su mamá se fue sin ni siquiera intentar ponerse en contacto con ninguno de los dos. Pero le gustaba esa actitud relajada que veía ahora en su papá.


Tuvo que hacer mil promesas sobre mejorar en la escuela y dejar de ser tan obsesivo.


— Puede que eso lo hayas sacado de mí, pero recuerda no hacer nada ilegal —había dicho casi al final de la charla.


La verdad es que no quiso ahondar mucho en el tema. No por el bienestar de su salud mental.


Y llegó el domingo y su tarde de tareas con Alan.


Aunque el rubio parecía de muchísimo mejor humor, no por ello fue más clemente a la hora de recriminarle sobre los trabajos en equipo que tenían acumulados, las tareas atrasadas y los exámenes que se acercaban.


Fue una tarde insufrible pero que él solito se había buscado, por lo que se tragó todos sus reproches y aceptó su castigo, no de muy buena gana. Hasta que fue libre en la noche, con casi todo lo pendiente finalizado, pero con la promesa de continuar con ese ritmo hasta que la cosa mejorara.


— Yo te ayudé la otra noche, es lo mínimo que puedes hacer. No quiero hablar de nuevo con tu papá sobre esto —había dicho el rubio el algún momento.


También hablaron sobre la charla que tuvo con su padre y en lo mejor que le hacía sentir eso. Alan se sintió verdaderamente feliz de que de una vez se decidiera a contarle al hombre sobre su sexualidad, aunque nada le preparó para la noticia de que el hombre ya lo sabía.


— Fue tan vergonzoso —lloriqueó el pelirrojo totalmente sonrojado de sólo recordar ese momento.


Y Alan, obviamente, no pudo evitar casi ahogarse de la risa.


Gabriel, por su parte, se sentía mucho más tranquilo al saber que Alan había arreglado sus problemas con Isaac. Por lo menos todo parecía ir mejorando. Aunque eso le ponía nervioso. Tantas cosas buenas de un solo golpe siempre le ponían nervioso. Era como si para compensar todas esas cosas buenas siempre tuviera que pasar algo malo.


Ese mismo pensamiento le inundó la cabeza al día siguiente, cuando Alan le había pedido, inocentemente, claro, que le llevara su calculadora a Isaac, porque era totalmente urgente, no podía esperar porque tenía un examen de-vete-a-saber-tú-qué y él no podía llevársela ya que un profesor, jodido profesor inoportuno, le había pedido que fuera a su oficina por quién-sabe-qué-asunto y entonces debía ser Gabriel, obviamente, quien se la llevara. Como si el pelirrojo fuera tan idiota como para tragarse esa mentira. Pero esos ojos grises ligeramente húmedos mirándole de esa forma tan suplicante, y ese puchero de “por favor, por favor, por favor, por favor, Gaby, me lo debes” eran letales para su determinación.


Así que ahí estaba él, caminando hasta el salón del otro pelirrojo, embutiendo todo lo que podía su cabello rojo entre su gorro, rogando porque Miguel estuviera lejos, muy lejos, acomodando sus lentes para ocultar sus ojos y encogiéndose de hombros todo lo que podía, rezando para que la tierra se abriera y se lo comiera.


Pero nada de eso pasó. Se le hizo odioso que el camino hasta el salón de Isaac se hiciera tan corto.


Mordió sus labios, indeciso, deseando que por arte de magia el más alto se materializara frente a él y no le obligara a acercarse más. Vio la hora en su reloj y con horror se dio cuenta de que faltaban menos de diez minutos para que comenzara la siguiente clase.


— Jodido karma —murmuró entre dientes.


Eso era exactamente lo que se temía. Que algo como eso pasara. Era obvio que nada bueno pasa así de golpe sin que algo malo se presente inmediatamente.


Aspiró aire con fuerza, intentando controlar sus nervios y comenzó a caminar con una determinación que no sentía.


Gracias al cielo o algún dios que aún sintiera un poco de compasión por él, Isaac estaba fuera de su salón, totalmente solo y enviando un mensaje.


Continuó mordiendo su labio inferior, caminando de forma titubeante. Era plenamente consciente del desagrado que sentía el otro hacia su persona. Aunque el sábado arreglara sus problemas con Alan, nada le garantizaba que no siguiera molesto con él.


— Isaac —llamó su atención en un pequeño susurro y tocando levemente el hombro del otro.


El más alto se giró y bajó su rostro para verle mejor. Se sintió un poco menos nervioso cuando recibió una sonrisa como respuesta.


— Hola Gaby, ¿qué te trae por aquí? —Preguntó sospechosamente amable.


— Eh… Alan dijo que te trajera esto, dijo que era urgente o algo así —le mostró la calculadora de la discordia.


— Vaya, sí, justamente le enviaba un mensaje. La necesito para la siguiente clase. No pensé que la traerías tú.


Sí, claro. Pensó el más pequeño, pero considero prudente no expresar su desconfianza en voz alta.


— Bueno, pues aquí la tienes. Ya me voy.


— Espera, espera —le detuvo el otro antes de que se diera vuelta—. Ya que estás aquí deja que te dé un libro de Alan, siempre se me olvida devolvérselo. No tardo.


Gabriel no tuvo tiempo de replicar nada, pues el otro se perdió rápidamente en su salón.


Miró nervioso a su alrededor. No había rastro de Miguel, pero no podía confiarse.


Por su parte, Isaac sentía un poco de lástima por Gabriel. Se veía pequeño e indefenso ahí fuera, mirando para todos lados como si de pronto alguien fuera a saltarle encima. Debía admitir que Alan era un poco sádico enviando al chico allí sólo. Pero él se lo había buscado. Bien dicen que a momentos desesperados, acciones desesperadas.


— Isaac, ¿dónde estabas? —Preguntó Miguel llegando hasta donde se encontraba rebuscando en su mochila el libro que Alan le había entregado estratégicamente el sábado.


— Esperando que me trajeran esto —le mostró la calculadora—. Y ahora debo darle esto antes de que se vaya —sacó por fin el libro.


— Oh —sonrió de forma cómplice—. ¿Tu novio vino hasta acá sólo para dártelo? Qué considerado.


— No, vino su amigo.


Los dos continuaron la charla mientras caminaban hasta la salida.


Isaac tuvo que reprimir el instinto de sonreír de oreja a oreja. Miguel había sido tan jodidamente oportuno, ahorrándole excusas para que fuera con él hasta la salida. Las cosas no se pudieron dar mejor ni planeadas.


Cuando los dos salieron del aula para encontrarse con Gabriel, casi pudo sentir una punzada de culpa y comprender porqué Alan era tan débil ante Gaby. Era pequeño, indefenso y cuando ponía esa expresión de pánico a cualquiera le daba una erección. Se prometió a sí mismo no volver a dudar de Alan ahora que confirmaba todo eso.


Gabriel, por otra parte, tuvo que voltear a cualquier otro lado que no fuera el moreno, suplicando con la mirada a ese terrorífico pelirrojo que parecía disfrutar de la situación. Como pudo jaló más su gorro, asegurándose de que ningún mechón de cabello rojo se escapara.


— Disculpa Gaby, aquí tienes —dijo Isaac extendiéndole el libro.


El menor bajo la cabeza y la mirada, tratando de concentrarse en el libro y sólo en el libro para poder mantenerse controlado.


— Tú siempre atraes a los bonitos —escuchó que murmuraba Miguel, que tenía su vista fija en él.


— ¿A que sí? Este pequeño es adorable —exclamó Isaac poniendo una mano sobre su cabeza acariciándola fuertemente.


El pánico que le dio pensar que ese simple movimiento podía dejar al descubierto parte de su cabello fue suficiente para hacer que su mano se moviera, tomara rápidamente el libro y se alejara todo lo que pudiera de los otros dos.


Le dedicó la mirada más furiosa que sus nervios le permitieran al pelirrojo, que se sintió levemente intimidado.


— Llego tarde —fue lo único que dijo antes de dar media vuelta y regresar a su salón.


Está bien, era un total cobarde. Pero de verdad que no se sentía listo aún. Aunque apreciara todas las vueltas que daban Isaac y Alan con eso, se sentía muy presionado y eso no mejoraba la situación si básicamente le obligaban a enfrentarse cara a cara con Miguel.


Soltó un suspiro exasperado. Sabía que tenía que terminar pronto con todo eso, de verdad que lo sabía. El mejor que nadie sabía la frustración que causaba esa situación. Por eso mismo no requería presión extra de otras personas.


Ya hablaría con esos dos en su momento.


— Creo que no le agradas —dijo el moreno cuando la pequeña silueta de Gabriel se perdió por los pasillos.


— Y a veces el sentimiento es mutuo —masculló Isaac más para sí mismo que para su amigo.


Los dos volvieron a su salón, dedicándose cada quien a lo suyo. Miguel tenía la impresión de haber visto algo rojo bajo el gorro del más pequeño. Aunque tampoco le dio muchas vueltas al asunto.


15


— Lamento mi reacción de hace rato —mintió descaradamente el pequeño pelirrojo, pero se sentía en la obligación de disculparse.


— No hay problema, yo también me pasé un poco —Fue el turno del pelirrojo más alto de mentir, no se sentía para nada culpable y, si por él fuera, le habría arrancado el estúpido gorro, los lentes y les habría dicho algo como “follen y dejen follar al prójimo, por favor”. Pero Alan estaba presente y era su deber fingir arrepentimiento.


Obviamente, Alan no era ningún estúpido y veía la palabra “mentira” tatuada de color rojo en la frente de los dos presentes, pero prefería no meterse en el asunto y fingirse desconocedor de la situación. Ya suficientes problemas había tenido con ambos.


— Sé que quieren ayudar. Bueno, sé que Alan quiere ayudar y que tú quieres quitarte el problema de encima —dijo Gabriel mirando a Isaac de forma poco amable—. Pero de verdad, de verdad, de verdad, no hagan eso de nuevo. Prometo que haré algo al respecto. He estado pensando sobre ello todo el fin de semana y me gustaría hacer las cosas a mi modo. Lo cual ya es suficiente presión sin tener su altruista ayuda. De verdad que lo agradezco.


Los tres se quedaron en un incómodo silencio.


Era hora del almuerzo y los tres se encontraban en una mesa al aire libre, cerca de un árbol que les daba sombra suficiente sin obstruir la brisa fresca que corría por el lugar. Gabriel les había pedido amablemente, y por eso se entiende que tiró de Alan para que le siguiera y éste con un mensaje le aviso a Isaac que estaba siendo secuestrado, que se reunieran con el para hablar. En esa hora el rubio y el pelirrojo más alto pasaban tiempo juntos. Así que el pequeño sentía que sobraba, y mucho. Planeaba vagar por ahí y despejar un poco la mente, pero debía dejar las cosas en claro, aunque aún debía pedirle un favor al mayor.


— Ya me voy, deja de mirarme así Isaac —refunfuño el más pequeño sacando una nota de entre su ropa—. Como único favor, me gustaría que pusieras esto entre las cosas de Miguel. Donde sepas que lo encontrará. Por favor.


El mayor tomó el papel, desdoblándolo con curiosidad para ver lo que ponía.


— ¿Una dirección de correo? —Preguntó confundido.


—No lo leas, no es para ti —le reprendió el rubio, quitándole el papel—. Hay una nota más abajo. No leas, no es para ti, ¿puedes prometer eso?


Isaac frunció el ceño, poco complacido. Pero asintió levemente.


Alan le regresó la nota con una sonrisa y se aseguró de que la guardara.


— Bueno, me voy —dijo Gabriel, a quien la verdad no le preocupaba mucho si leían o no lo que había escrito.


— ¿Irte? ¿A dónde? —Saltó Alan de inmediato, sabiendo lo poco social que era su amigo.


— Eh… —Vaciló por unos segundos mientras veía la mueca de fastidio que ponía el novio de su amigo. Por lo menos había intentado disimularlo, ya era algo—. Por ahí, no te preocupes. Nos vemos en clase —se alejó antes de que el rubio pudiera decir algo más.


— Por lo menos se está volviendo considerado —observó el mayor bastante complacido.


— Lo sé, pero me encanta ver cómo te enojas —sonrió encantador ante el enfado del otro.


— Ya decía yo que lo haces a propósito.


Los dos permanecieron sentados en el mismo lugar, muy juntos y acariciándose levemente. No es que pudieran ponerse todo lo cariñosos que quisieran en ese lugar precisamente, al aire libre y con otros cientos de estudiantes pululando por ahí, pero tampoco se escondían de las miradas.


— Deberíamos ir al cine —murmuró el pelirrojo.


— Podríamos ver El Hobbit —respondió Alan, más pensativo de lo normal.


— ¿El Hobbit? ¿Por qué querría ver eso? —Hizo una mueca de desagrado ante la idea.


— No, en serio, deberíamos ver El Hobbit —saltó de pronto el de ojos grises, mirando a su pareja con un brillo travieso.


— ¿Por qué? ¿Te gusta El Señor de los Anillos? —Volvió a interrogar sin entender muy bien.


— Sí que me gusta, pero ese no es el punto. ¿Sabes a que otras dos personas les gusta esa saga? ¿Eh, eh? ¿Lo sabes?


Y fue como si de pronto algo hiciera clic en la cabeza del mayor.


— Pero creí que no… —Comenzó a decir, pero se vio abruptamente interrumpido.


— Oh vamos, ¿tú crees que porque le dé una nota con un nuevo correo y que le diga que espera comenzar a conocerse poco a poco y sin agobios las cosas se van a solucionar rápidamente como esperamos? Aquí los ingenuos son Gabriel y Miguel y, como bien dicen, a situaciones desesperadas, medidas desesperadas —sonrió ampliamente, intentando convencer al otro de que cayera en su sucio juego.


La verdad es que la idea tentaba mucho al mayor. No había mejor forma de obligarles a hablar de frente que usar todas esas cosas frikis que les gustaban a su favor.


— Está bien, tú ganas. Pero después de eso yo escogeré la siguiente película, y no quiero replicas —sentenció algo resignado.


— ¡Bien! —Exclamó el rubio antes de darle un corto beso en los labios.


Los dos se separaron cuando el timbre de regreso a clases resonó por todo el lugar.


— El miércoles será un buen día. No olvides darle la nota a tu amiguito —fue la frase de despedida de Alan, que regresó casi corriendo a clases.


Isaac asintió y le vio marchar antes de regresar él también a su propio salón.


De esta semana no pasa. Pensó tratando de darse ánimo. De esta no pasa o Alan sabrá lo que son medidas desesperadas.

Notas finales:

WoW: World of Warcraft. Todo el mundo lo sabe, ¿verdad? ¿Verdad? Claro que sí.


Tengo que decir que el final de este capítulo fue un poquito improvisado por una escena que saldrá más adelante y que se me ocurrió mientras fumaba. Mua-ha-ha-ha... así me llegan las ideas. Pero en fin, todo parece ir funcionando de momento. Esperemos que continúe así, ¿verdad? Claro que sí.


Ahora, como la vez anterior no me quejé como Ra manda, está vez sí lo haré. Ya se pueden ir sino quieren leer (?)


La verdad creo que ya me he quejado de esto y sino... bueno, ya he mencionado mi mala memoria, pero quería volver a hacer énfasis porque de verdad me jode como no tienen idea.


El otro día yo andaba por ahí pululando en Internet buscando alguna historia yaoi interesante en un fandom cualquiera y vi el título de una historia que me llamó la atención... pero entonces vi el "resumen" Que decía algo como "¿Qué? ¿Les tengo que hacer un resumen de todo lo que escribo? Sólo entren y lean. El título no tiene que ver con la historia".


A veeeeeeer chingada madre. Si no me haces un resumen y, a parte de todo, el título no tiene que ver con la historia ¿qué coño voy a leer? ¿Cómo me va a interesar la historia sino sé qué encontraré ahí dentro? Mierda, el secreto de la eterna juventud o qué sé yo.


No hagan eso, por favor, no lo hagan. Que se hagan los interesantes no funciona y tampoco le agrada a nadie...


Pero en fin, qué sé yo. Tampoco es que mis resúmenes sean geniales, pero se hace lo que se puede ¿no? Claro que sí.


Amor, chocolates, odio y muerte, los reviews son una forma gratis de enviarlos (?)


Continuara..... esperemos que este año.


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