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Tú me amas tal vez por Marbius

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3.- Sí.




Tras superar la prueba de bajar y explicar por qué esa noche de viernes se encontraba en casa y no con Georgie (“uhhh, es que hoy vino su papá de visita y la llevó a la ciudad”, había dicho eludiendo la mirada curiosa de su progenitora), Gus había pasado el resto de la tarde escondida bajo las mantas y repasando en su cabeza mil y un diálogos que podrían desarrollarse al día siguiente que por fin reuniera el valor necesario y hablara de una buena vez por todas con Georgie.
Poco después de medianoche y con los ojos cerrándosele de cansancio a pesar de la siesta, Gus decidió que cualquiera que fuera la decisión de la bajista, ella la aceptaría. Un sí o un no concreto haría poco en cambiar sus sentimientos por Georgie, pero al menos serviría para seguir adelante con su vida en lugar de quedarse estancada en la misma incertidumbre de siempre. Lo que no le restaba ni le desmerecía a su corazón, pero como se recordó a sí misma antes de dormir, a partir de que ella se confesara, el resto le correspondería a Georgie y sobre ello no podía mandar.
Y por el bien de sus sentimientos, Gus prefirió pedir fuerzas ante un ‘no’ que por un ‘sí’ a sus deseos. Mejor optar para protegerse del dolor, porque de la felicidad de verse correspondida… Ya vería en su momento si llegaba a ocurrir y cómo actuaría a partir de entonces.
Permitiéndose sopesar esa posibilidad luego de haberse pasado una semana completa sumida en oscuros pensamientos, Gus se dejó vencer por el cansancio y cayó en un profundo sueño.

—Hey, Gus… —Detuvo Franz a su hermana la mañana siguiente cuando ésta ya estaba por salir de casa, mochila a la espalda y aspecto tenso.
—¿Uh? —Se giró Gus, la mano cerrada en torno al picaporte—. ¿Qué pasa?
—Mmm, sólo quería desearte… Suerte y eso, ya sabes, porque vas a ver a Georgie, ¿no es así?
La baterista suspiró. —Sí. Ya le avisé a mamá que iba a volver tarde.
—¿Le llamaste antes de ir? ¿Para ver si está en casa? —Preguntó Franz esta vez en voz baja. No quería alertar a nadie que estuviera dentro de su rango de audición e indagara por qué Gus necesitaba anunciarse para visitar a su mejor amiga.
—Pues no —volvió a suspirar Gus—. Dudo tener el valor para hacerlo, y en todo caso, ¿qué le diría después? Es mejor que me deje de niñerías y vaya en persona, que lo hablemos de frente a frente. Incluso si no está puedo esperarla, y si no es así… Bueno, que sea antes que después.
—Vas con todo, ¿eh? —Le despeinó Franz el cabello y le sonrió—. Sobra decirlo, pero… Todo irá bien.
—Eso no lo sabes-…
—Lo sé, son mis presentimientos 99% infalibles, confía en mí —la interrumpió su hermano mayor—. Cualquiera que sea su respuesta estarás bien porque eres Gus, y eres fuerte, y todo eso —carraspeó—. Sé honesta.
«Honesta», paladeó Gus la palabra y asintió.
—Vale, nos vemos más tarde —se despidió, ajustando las correas de su mochila en torno a los hombros y emprendiendo a paso firme el camino que la separaba de la casa de Georgie. Frente a ella tenía aún varios kilómetros, un viaje en autobús y caminar después otro tanto; un viaje total de casi una hora a pesar de que en sí, la distancia no era mucho.
El tiempo era lo que le sobraba, pues luego de repasarlo mucho, tenía ya en mente las palabras exactas en el tono preciso de voz para decirle a Georgie cómo se sentía, lo que esperaba y lo que quería de ella, claro, si la propia Georgie así lo aceptaba.
Incluso el miedo había desaparecido. Gus no podía estar segura que una vez frente a la bajista no regresaría el contenido de su estómago a causa de los nervios, pero de momento se sentía libre y capaz de volar si extendía los brazos a la brisa de la mañana. Había llegado al absoluto estado de paz donde comprendía que no se podía tener todo en la vida, pero que no tendría nada si no lo pedía primero.
Vista al frente y paso firme, Gus se lo repitió a lo largo de su viaje y por ningún pretexto se permitió creer en lo contrario. Lo que ocurriera después, estaría fuera de sus manos y ella estaba bien con eso.
Bien. Así a secas.

Frente a la puerta principal de la casa Listing, Gus sintió como el valor acumulado de las últimas veinticuatro horas se le escapa del cuerpo por todos los poros. Ahí estaba ella, ni cinco minutos atrás tan tranquila y resignada a su suerte, que costaba creer lo mucho que le temblaba el dedo índice al presionar el timbre.
Atenta al ruido de la campañilla y los pies que se escuchaban dentro de la casa y que con cada paso se acercaban más y más, Gus consideró en verdad el darse media vuelta y salir corriendo como loca, o al menos el tirarse entre los arbustos y fingir que no existía.
—Ay Dios —musitó por lo bajo cuando la puerta al fin se abrió y se vio de frente a frente (tal como se lo había dicho a Franz) con Georgie, aún en pijama, y si era válido decirlo, peor aspecto que el de la baterista.
—Eres tú —gruñó la bajista, cruzándose de brazos y mirando a todos lados menos en dirección hacia donde Gus se encontraba—. ¿Sabes? Después de que ayer jamás apareciste ni te tomaste la molestia en decir que no vendrías, la verdad es que tampoco esperaba verte en lo que quedaba del mes.
—Georgie… Lo siento —articuló Gus una disculpa. Su discurso preparado con antelación en el olvido—. Yo… Ayer yo no…
—¿Ayer o toda la semana pasada? Porque francamente… —Bufó Georgie—. No me importa, ¿vale? Ya te disculpaste, ¿era todo lo que venías a hacer aquí? Porque estoy ocupada y no quiero perder el tiempo en tonterías.
—¡No! —Chilló Gus, el corazón latiéndole al doble de su capacidad y amenazando con salírsele de la boca—. Vine a disculparme y a hablar contigo y a decirte todo lo que siento porque… porque… —Gus se enjugó las lágrimas y se recriminó («estúpida, no llores ahora, ¡no llores!») por su debilidad—. Por favor, Georgie, escúchame. No tardaré mucho y después si así lo deseas, me iré. Sólo escúchame antes, no tardaré.
Georgie suspiró y se hizo a un lado. —Vale. Pasa, hablaremos en mi habitación.
Aún limpiando el rastro de sus lágrimas por las mejillas, Gus siguió a Georgie escaleras arriba hasta la habitación de la bajista. Por inercia, se descolgó la mochila y la dejó en el suelo apenas cruzar el umbral tal y como hacía siempre que estaba de visita. De pronto, el gesto le pareció poco familiar y ella fuera de lugar por tomarse una confianza que quizá ya no le pertenecía.
—¿Y bien? Te escucho, soy toda oídos —dijo Georgie, sentándose a los pies de la cama y clavando su mirada en Gus.
—Yo… —Luchando con la repentina sequedad en la boca, Gus comenzó a hablar—. Quería decirte que… Me gustas, ¿sí? Más que eso. Estoy enamorada de ti, Georgie. Desde hace tiempo ya. Meses por lo menos. No diré que te amo porque… Es cierto, y lo que menos quiero ahora mismo es asustarte. La última semana fue horrible y después de lo que dijiste… En su momento creí que tú y yo… Que sentías al menos una pizca de lo que yo siento por ti. Me dio pánico y felicidad y al mismo tiempo sentí miedo como nunca antes, pero te retractaste y… —Gus se enjugó más lágrimas que tercas, le corrían hasta la temblorosa barbilla—. Lo que quiero decir es que quizá sea lesbiana, no lo sé, pero estoy segura de que t-te quiero y q-que me gustaría que t-tú y yo f-f-fuéramos pa-pareja o novias o algo, d-digo… —Fastidiada de cómo los nervios la traicionaban haciéndola tartamudear, Gus se detuvo unos segundos para respirar profundamente y continuar—. No estoy segura de cuándo comencé a verte de otra manera que no fuera la normal, uhm, como amigas quiero decir, pero después de aquella primera vez que nos besamos en el sofá… Y luego cuando, ya sabes, lo hicimos… No he podido dejar de pensar en ti desde entonces. Y desde siempre he creído que eres tan linda, y talentosa y graciosa y tantas cosas más. Me aterra la idea de que no signifique nada para ti, pero… Tengo que saberlo, Georgie… Quiero creer que después de todo sientes algo, aunque sea pequeñito, por mí. Algo. Y me basta con eso. Algo. Pero si no… No quiero que te sientas obligada ni nada. Yo siempre quiero ser tu amiga. Y está la banda… No lo arruinaré para todos si dices que no me quieres igual, y me costará pero lo lograré, ¿sí? Prometo que sí.
—Gus…
—No, espera, déjame terminar… —Se limpió Gus los ojos con el borde de su camiseta—. De algún modo siempre creí que mi primera vez sería con un chico y la idea me… espantaba, uhm. La imagen no encajaba del todo en mi cabeza y me costó encontrar la razón, o tal vez no, porque se trataba de ti, otra chica. No lo había pensado antes del modo en que lo sé ahora, no estaba del todo segura, pero soy lesbiana, ¿sí?, y es un alivio haber perdido mi virginidad con una chica. Contigo. Porque fue especial aunque dolió un poco y casi me morí de vergüenza con la sangre y la mancha en tus sábanas a pesar de que dijiste que no pasaba nada…
—Es normal un poco de sangre para la primera vez —murmuró Georgie—, lo siento si te lastimé.
—Uhm, no es eso —murmuró Gus, contemplando la idea de terminar de romperse y ya, mandar todo al cuerno y soltarse llorando, pero su orgullo y la necesidad de expresarse pudieron más—. ¿Te gusto al menos? Porque si lo que hicimos significa para ti algo, al menos debes de, no sé, ¿sentirte atraída por mí? Un poquito… Oh Dios… —Los hombros le temblaron y por más que apretó los labios un quejido de dolor abandonó su boca.
—¿Dices esto por lo del otro día o…? —Inquirió Georgie, dejando la pregunta inconclusa.
—Sí. No. —Gus se limpió la nariz—. Es algo que venía pensando desde antes. Cuando dijiste que querías hacer esto por siempre… Fui tan feliz, y reaccioné tan mal… Luego te retractaste y-…
—Porque pensé que te había hecho enojar —susurró Georgie, pasándose las manos por el cabello y exhalando el aire de sus pulmones—. No quería verte molesta. Gritaste como aterrada y creí que ibas a salir corriendo si no hacía algo.
—Ahora mismo quiero salir corriendo, no significa nada en realidad —dijo Gus, mordiéndose después el labio inferior—. Excepto que soy pésima para lidiar bien con la ansiedad.
—Ok —respondió Georgie—. Ven. Siéntate aquí —palmeó el colchón a un lado suyo y Gus la obedeció, cuidando de dejar una distancia prudente entre ambas.
—¿Y luego? —Preguntó una vez que las dos estuvieron al mismo nivel.
—Es mi turno de decir que te quiero, Gus. Mucho. Yo tampoco diré ‘te amo’ porque apenas tengo dieciséis años y tú catorce-…
—Sólo por un par de meses más —gruñó la baterista, haciendo crujir los nudillos sobre su regazo—. En septiembre tendré quince.
—El punto es que somos jóvenes, y no puedo prometer que lo nuestro dure hasta que llegue ese día —continuó Georgie—. Puede que nos adelantemos a los hechos o algo cambie antes de tu cumpleaños.
—¿Es tu manera de rechazarme? —Balbuceó Gus, preparada para lo peor. En su cabeza, visualizándose ya recogiendo su mochila del suelo, saliendo de la casa Listing y abordando el autobús que la llevaría de vuelta a casa. Franz estaría orgulloso de ella por ser valiente y le recordaría que no todo en la vida se podría tener. Y lloraría mucho y…
—No. Es mi manera de decirte que no puedo prometerte nada pero que igual te quiero, y siento lo mismo por ti, eso si también se te llena el estómago de mariposas cuando me ves.
Gus levantó la cabeza de golpe y miró a Georgie, incrédula de lo que escuchaba. —¿Es en serio?
—Yep, te quiero y quiero que seamos novias. Aceptas, ¿Gussi? —Preguntó Georgie, entrelazando los dedos de su mano con los de la baterista.
Sonriendo, Gus dejó que las lágrimas le rodaran libres por las mejillas.
—No llores —pidió Georgie frunciendo el ceño.
—Me debo de ver terrible, pero es que no puedo… Necesito llorar… —Cerró los ojos Gus y maravillada aceptó los besos con los que Georgie le limpió las lágrimas.
—Entonces llora, y cuando estés lista…
—¿Uh?
—Ven acá —la envolvió Georgie en un abrazo, tirando de ella hasta que las dos quedaron recostadas sobre la mullida cama y tan cerca la una de la otra que sus labios se rozaban—. Tengo algo que confesarte…
—¿Qué eres heterosexual? —Se animó Gus a bromear a pesar de que de las pestañas le colgaban sendos lagrimones—. Creo que es un poco tarde para eso.
—Boba, no. Estoy segura que no me gustan los chicos, y para ser honesta, no me gusta nadie que no seas tú, Gussi. Pero… Promete que no vas a enojarte —suplicó a media voz.
La baterista tragó saliva. —¿De qué se trata?
—Uhm, verás… Ayer cuando no te encontré a la salida del salón de tutorías me enojé bastante. Me habías evitado toda la semana y me puse tan furiosa. Estaba echando humo de las orejas. Ahí fue cuando Daniel me volvió a preguntar si quería ir a comer con él o al cine…
—¿Estamos hablando del mismo Daniel Berger de siempre? —Frunció Gus la nariz, deseando enseñar los dientes y demostrar lo mal que le sentaba esa noticia—. Le dijiste que no, ¿verdad?
—La verdad es que… —La bajista torció la boca—. Le dije que sí. Estaba tan furiosa y segura de que no te iba a ver en todo el fin de semana que acepté ir por venganza a la función de las seis con él. Vimos una comedia romántica tan estúpida que casi me dormía en el asiento.
—Ajá, ¿y luego? Porque dudo que temas que me enoje si sólo fuera eso —gruñó Gus.
—Ya… No dejé que me tomara la mano ni nada, y yo pagué mi entrada y los dulces pero… Me acompañó a casa después.
—Ugh, Georgie… —Tapándose los ojos con un brazo, Gus rodó hasta quedar sobre su espalda—. Sólo dilo. Prometo no enojarme sea lo que sea.
—Me besó —barbotó Georgie las palabras, atenta a cómo la baterista flexionaba los músculos de todo el cuerpo y se ponía rígida—. Y lo besé de vuelta… Sólo unos segundos, luego lo empujé y cayó sobre los arbustos de la entrada. Perdón. Mamá ya me regañó por sus plantas, no lo hagas tú también.
Gus apretó los labios hasta hacer de ellos una delgada y tensa línea. —Ok, te besó y lo besaste. Genial.
—Prometiste que no te ibas a enojar —murmuró Georgie, apartándole a Gus el brazo de la cara y observando como una nueva tanda de lágrimas se formaba en sus ojos.
—No quiero ser dramática, es sólo que ahora mismo… No, no estoy enojada. Joder —resopló, parpadeando para que la humedad excedente se disipara—. ¿Te gustó?
—Nah, para nada —denegó la bajista—. Fue húmedo y me dejó helada. …l no tiene el mismo sabor que tú.
—¿Pero lo besaste de vuelta?
—Insisto, sólo por unos segundos. Quería ver por qué tanto alboroto, ver su podía hacerlo y punto. Estaba enojada contigo, sé que no es excusa para lo que hice, pero no me diste oportunidad de hablar contigo por una semana entera. Y ayer me dejaste abandonada sin avisar ni nada. La idea de salir con Daniel de pronto pareció tan buena para olvidar todo…
—Igual que besarlo —siseó Gus, maldiciendo por el curso al que iba su conversación y decidida a cambiarlo—. ¿Pero sabes qué? No me importa en lo absoluto.
—¿Ah sí? —Arqueó Georgie una ceja, a medias escondiendo el miedo que de pronto se le extendía desde la base del estómago a las extremidades como si de veneno se tratara.
—No, porque eso fue antes y esto es ahora. —Como tal, Gus redujo el espacio entre ambas y besó a Georgie en los labios—. ¿Ves? Ahora. Así no tendrás que besar a Daniel Berger de nuevo. Jamás.
—¡Jamás! —Rió Georgie, uniendo de nueva cuenta su boca con la de Gus, esta vez en un largo y profundo beso que les hizo separarse minutos después con las mejillas arreboladas y un leve jadeo—. Te quiero.
—Yo también, Georgie…
—Y en un par de meses…
—¿Uh?
—Usaré palabras más serias, como ‘te amo’, pero sin cometer el error de hacerlo a las dos semanas de estar juntas. Odio cuando las parejas nuevas hacen eso. Pero sí, te amo, Gus. Y esperaré para demostrarte que es cierto.
Los labios de la baterista se curvaron hacia arriba. —Yo también, Georgie.
Metiendo sus manos por debajo de la camiseta de Gus, la bajista volvió a besarla numerosas veces. Una, dos y tres veces, hasta perder la cuenta y volver a empezar.
Tal como Franz había pedido para Gus, el sí pendió de sus cabezas cuando la ropa terminó de caer por el borde de la cama y sus cuerpos se encontraron bajo las sábanas.
Aquel no era un simple final feliz, sino el mejor de todos los posibles.

Seis días después y luego de casi una semana de dicha absoluta, Gus volvió a ocupar su lugar de siempre frente al aula 303 donde Georgie tomaba sus tutorías de geometría cada viernes. Con la mirada perdida en el mundo de la ensoñación y marcando el ritmo alegre de una batería imaginaria frente a ella, Gus no podría ser más feliz, espera de una hora o no a que su chica saliera. Su chica.
La expresión, de momento, aún sonaba extraña en su lengua y Gus se la reservaba para sí misma, no del todo convencida que Georgie aceptara como si nada esa faceta suya de macho alfa reclamando alguna propiedad sobre su persona. De ahí que Gus se refiriera a Georgie por su nombre y no bajo ningún mote cariñoso y evitar así la idea de la orina como medio para marcar propiedad.
Su relación previa poco había cambiado en los últimos días. Como siempre, era su amistad la que ocupaba un lugar primordial por encima de todo, salvo que en esta ocasión se besaban siempre que les apetecía (lo que era un 24/7 total) si la distancia y la soledad lo permitían. Ninguna de las dos estaba del todo segura cómo sacar su relación de manera abierta frente a amigos y familiares, especialmente estos últimos. Por parte de Gus, era evidente que Franz ya lo sabía y le guardaría el secreto frente a sus padres, de lo que ésta ya no se preocupaba más porque como había dicho su hermano, al parecer era algo que se esperaba de ella por su gusto a la batería y al rock pesado.
En el caso de Georgie, las variantes diferían un poco porque seguro que Melissa, la madre de la bajista, se sorprendería al grado en que no podían calcular su reacción. Ya Georgie había hablado con su padre al respecto y al menos ese campo lo tenían ya cubierto, pero Melissa…
—Mejor no pensar en eso, aún queda tiempo para decidir cómo se lo decimos —había dicho Georgie entre besos la tarde anterior, las dos en el cuarto de Gus y disfrutando del escaso tiempo libre que tenían antes de que Franz las llevara al viejo garaje donde esa tarde iban a ensayar con los gemelos.
Gus había quedado convencida de que era lo mejor, temerosa de que su frágil relación de menos de una semana sufriera los embates del destino si actuaban tan públicas respecto a su amor.
Por lo tanto, habían también acordado no besarse, no abrazarse, y mucho menos, no tomarse de la mano en terrenos escolares ni tampoco si había público presente. En parte para ahorrarse el tedio de responderle preguntas indiscretas a gente entrometida, pero también para evitar el mal trago del rechazo y la burla.
Gus entendía que eso sería parte del resto de su vida si quería vivir bajo sus propias reglas, amando a quien le parecía correcto, pero no por eso dolía menos.
Así, lo que había empezado como una hora de espera alegre y plagada de los recuerdos de los últimos días, no tardó en tornarse una atmósfera asfixiante de la cual quería huir.
Sumida estaba en esos pensamientos cuando una mano se posó sobre su hombro izquierdo y el sueño agridulce terminó. Era Georgie, que sonrisa en labios, le recordaba sin palabras que era viernes y tenían toda la tarde para ellas solas. Una perspectiva a corto plazo que sonaba encantadora a más no poder.
—¿Lista para irnos?
—Sí, claro.
—Georgie, ¡espera! —Las interceptó Daniel Berger—. No te vayas, por favor.
—Joder —masculló la bajista en voz baja, retrocediendo hasta quedar pegada a la pared y con Daniel más cerca de lo que ella consideraba agradable—. ¿Qué pasa?
—No contestas mis llamadas, me ignoras, ¿qué ocurre contigo? —Exigió saber el chico, reduciendo aún más el espacio entre ambos y sin darse por aludido como compañía indeseada. Como si de pronto se diera cuenta de su existencia, le dedicó a Gus una mirada de desdén—. Uhm, disculpa, ¿podemos hablar a solas?
—No hay nada que hablar, Daniel, así que no, no podemos hablar a solas. Vamos, Gus —hizo amago Georgie de escabullirse, pero el chico la sujetó por el brazo.
—Salimos juntos, me besaste y ahora actúas así de fría, ¿a qué juegas?
—No juego a nada, mucho menos contigo. Ahora suéltame —siseó la bajista, intentando sacudirse el agarre del chico pero sin mucho éxito. Daniel Berger, pese a todo, medía casi el metro con ochenta centímetros y no era precisamente un enclenque cuando su fisonomía incluía hombros anchos y espalda amplia—. Además, deja te recuerdo que tú me besaste a mí, no al revés.
—Lo que sea —farfulló éste—, el punto es que hubo química entre los dos, ¿es que no quieres salir hoy también? Hay una buena película en el cine y-…
—Olvídalo —intervino Gus—, ella no quiere ir contigo. Suéltala de una buena vez.
—¿O qué? —La retó Daniel, usando su mano libre para empujar a Gus. Apenas un empellón leve, más de fastidio que de daño verdadero, pero fue todo lo que la baterista necesitó para agarrar valor e impulso, golpeando después al chico en el costado (difícil sería darle en la cara ya que Gus no le llegaba ni a la barbilla) y lanzarlo al suelo como si nada.
Tantas horas frente a la batería al fin rendían su fruto y de la manera más imprevista jamás calculada.
Desde el suelo y apretando los dientes para contener el dolor, Daniel Berger le dedicó una mirada de incredulidad. —¡¿Qué diablos…?!
—O esto —gruñó Gus en voz baja—. Aunque tenga que subirme a una silla, la próxima vez que te atrevas a tocar a Georgie sin su consentimiento te dejaré los dos ojos morados, idiota.
—¡Es ella a quien le gusto!
—En tus sueños, Daniel —le sacó Georgie la lengua, permitiéndose ser infantil—. Y olvídate de que te preste mis apuntes de geometría. En lo que a mí respecta, te puedes ir a la mierda. Ahora si me disculpas, mi novia y yo nos vamos.
—Exacto —apuntó Gus, recogiendo su mochila, tomando la mano de Georgie y con los dedos entrelazados, las dos abandonar el corredor semidesierto. A su alrededor, los pocos estudiantes que aún quedaban en los corredores, se apartaron de su camino, todos con la boca abierta y los ojos grandes por la impresión.
Una vez fuera y a distancia prudente de la escuela, Georgie detuvo el paso errático de Gus y sin palabras insulsas de por medio, la abrazó y la besó en los labios bajo la sombra de un árbol protector.
—Eso fue tan…
—¿Territorial? Ough, lo siento —se lamentó Gus, flexionando los dedos de su mano derecha y resintiendo el impacto de las duras costillas de Daniel—. De verdad que no quería entrometerme en tus asuntos, pero luego ese imbécil-…
—Shhh —volvió a besarla Georgie—, no estoy enojada. Iba a decir que fue sexy. No me preguntes por qué. Nadie nunca antes se había liado a golpes por mí.
—Golpe, en singular, y no hubiera tenido oportunidad alguna si él golpeaba de vuelta.
—Pero no lo hizo, es un cobarde, y no lo digo como si fuera algo malo. Si él se hubiera atrevido a tocarte también… Dios, le hubiera saltado a la espalda y tratado de estrangular. ¿Cómo está tu mano?
—Repito: Ough. Pero estará bien con un poco de hielo —sonrió la baterista apenas—. ¿No estás molesta?
Georgie fingió considerarlo. —Nah. Debería pero no lo estoy. Si fueras un chico, y no es que desee que lo fueras —agregó apresurada—, me habría parecido un gesto romántico. Un tanto salvaje, pero romántico a fin de cuentas. No planeo tener dobles estándares sólo porque eres una chica. Gracias.
—Uhhh —se dejó Gus envolver por los brazos de Georgie y el dolor que ya iba escalando de la mano a la muñeca pareció disminuir un poco.
Unidas por los meñiques, no tardaron en caminar rumbo a la casa de Georgie, listas para una tarde de viernes como las que tanto les gustaban: Besos frente al televisor, caricias en el sillón, amor en la cama de la bajista…
De momento, y mientras todo era simple, planeaban disfrutarlo al máximo.
¿Después? Quién sabría decirlo. Sólo… tal vez.

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