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Under pressure por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Hola. Perdón por la larga espera.

Capítulo 2

El bandolero de las arenas.

  

   Tres jornadas completas, bajo un sol ardiente, separaban a la cuadrilla de Kylia de la ciudadela de Treos. El calor los obligó a cabalgar de noche los cuatro primeros días, usando como guía las tres estrellas de una inmensa constelación que por esos meses del año brillaba gloriosa. Sin embargo, los dos últimos días el cielo se había encapotado y el presagio de una inusual tormenta escondió entre grandes nubarrones a los luceros guías, así que el líder, temeroso de volver a perder un día entero otra vez, o perder el rumbo de forma mortal, obligó a su cuadrilla a retomar el camino durante la mañana cobijados por sendos mantos negros que los protegieran del sol. La empresa era realmente agónica.

  —Toma, un poco de agua te sentará bien —dijo Vine, extendiendo un pellejo lleno de agua hacia su compañero. Viajaba junto a Kylia y le preocupaba su estado. Aún no lucía del todo recuperado del somnífero que le había inoculado Dyle y por momentos se mareaba. Vine sonrió entre dientes: se lo merecía por no haber apoyado incondicionalmente a su pareja, aunque podía entender que no era una situación sencilla. Cuando Kylia le devolvió el pellejo le dio un gran sorbo y lo guardó. Aún faltaba para llegar.

   —¿Crees que Dyle esté bien? —preguntó Kylia de repente, agazapado contra esa tela oscura que contrastaba hermosamente con su piel bronceada. Vine lo miró por unos momentos y luego asintió mostrando una hermosa sonrisa.

  —Eso espero —contestó—. Dyle es astuto y conoce bien esa ciudadela. Se entrenó allí. Y no es tan tonto como para exponerse demasiado. Trata de serenarte, amigo. No sacaras nada con atormentarte antes de tiempo. Bastante tendremos cuando ataquemos la ciudad.

   —Sí, tienes razón. —Kylia sonrió mientras veía como Vine se limpiaba una pequeña hemorragia nasal que le surgió de repente. En ese mundo los hombres embarazados, o que recientemente habían salido de un parto, como en el caso de Vine, sufrían ligeras hemorragias nasales que no representaban peligro alguno para la salud. Kylia pensó si Dyle habría sufrido alguna de esas hemorragias durante aquellos días y se preocupó.

   Se sentía fatal. Estaba seguro de que Dyle lo había atacado con ese somnífero pero no le guardaba rencor. En los días que transcurrieron mientras se recuperaba había pensado mejor las cosas y realmente se sentía un cobarde. Si Dyle estaba dispuesto a arriesgarlo todo, lo mínimo que él debía hacer era apoyarlo. Pero no, como un cobarde pensó primero en la solución más fácil y le abandonó al primer problema. No merecía llamarse un hombre; aún era como un niño de pecho, llorón y asustadizo. Y Dyle no necesitaba otro bebé, no lo necesitaba en absoluto.

   Cuando la cuadrilla tomó un asenso sobre la montaña, el grupo hizo un alto en el camino. Para poder aprovisionarse de agua y dar de beber a las monturas, tuvieron que desplazarse hacia los derredores de una aldea de nómadas que se encontraban asentados de momento sobre las laderas de una colina. Desde la altura los soldados podían ver las carpas y a un grupos de pastores guiando a sus animales. En total aquellos pobladores no superaban la centena y resultaron ser muy amigables cuando los soldados se acercaron a buscar agua. Había niños pequeños correteando cerca a las monturas y jugando con las cabras. Era realmente una escena preciosa.

   —¿Cómo se llama tu caballito? —preguntó un niño precioso acercándose a Vine.

   —Realmente no le tengo un nombre en especial —respondió éste—. ¿Te gustaría ponerle uno? —preguntó.

   El niño asintió efusivamente y comenzó a pensar en un montón de nombres raros. Vine lo tomó en brazos y lo subió a la montura dándole un breve paseo. De seguro estaba pensando en su hijo, pensó Kylia al verlos. Cuando el niño se alejó, Vine se acercó de nuevo a su amigo y una sonrisa tonta adornaba su labios.

   —Extraño a mi hijo —suspiró evidentemente abatido.

   —En unos meses todos tendremos descanso —aseguró Kylia.

   —Lo sé —afirmó Vine—, y sé que mi esposo cuida perfectamente a nuestro hijo. No pude encontrar mejor compañero.

   —¿Lo amas mucho, verdad? Te conozco desde que entramos y jamás pensé que aceptaras embarazarte. Fue realmente sorprendente cuando nos enteramos.

   Vine se echó a reír por las palabras de Kylia y a pesar de su carácter risueño y pícaro no pudo evitar un sonrojo. Antes de quedarse embarazado siempre había ocupado el rol activo en la intimidad con su pareja. Realmente era de esos hombres que no disfrutaba de recibir, sólo de dar. Pero amaba a su esposo y aunque seguía disfrutando plenamente ser el dominante en el lecho, las pocas veces que asumió el rol contrario no fueron tan malas como se esperó. Quedar embarazado fue también bonito; a pesar de las nauseas, los mareos y esas incomodas hemorragias nasales que empezaron luego de la cuarta semana y aún no paraban. El parto era lo único que le parecía realmente horrible, aunque estaba seguro de que más adelante iba a estar dispuesto a darle un hermano a su hijo. Por él y solo por él pasaría de nuevo por ese dolor.

   El parto de los hombres de ese mundo era realmente doloroso. El proceso podía durar semanas y seguía doliendo unos cuarenta días después. Cuando el bebé no salía por la hendidura que se les formaba entre las piernas al momento del parto, los médicos debían abrirles la panza y entonces el proceso pasaba de doloroso a francamente horrendo. Vine no tuvo que verse abierto como un pez y daba gracias a Elyon, su dios, por ello, pero sí tenía otro hijo se exponía a eso. Temblaba de sólo pensarlo.

   —¿En qué piensas? —preguntó entonces Kylia al verlo tan cabizbajo.

   —En nada en especial —evadió Vine al tiempo que unos hombres, pastores todos, se dirigían a toda prisa al campamento, arreando apresurados el mayor número posible de animales que pudieran poner a salvo.

   —¡¿Qué pasa?! ¡¿Qué sucede?! —preguntó Kylia al ver a los tranquilos nómadas correr despavoridos.

   —¡Nos atacan! ¡Los bandidos de las arenas nos atacan! —respondió uno de los pastores resoplando de pavor.

   —¿Bandidos de las arenas? —se extrañó Kylia, pero al mirar a Vine éste le respondió con un asentimiento de cabeza.

   —Sí, así es —le contestó—. Son los bandidos de las arenas —aseguró mientras el mencionado grupo de forajidos se acercaban en estampida, descendiendo a toda prisa de las laderas hasta las carpas más periféricas del campamento—. ¡Y son la pandilla más numerosa que he visto!

   Y sí, en efecto se trataba de los bandidos de las arenas, un grupo de malhechores provenientes de los pueblos cercanos, que se organizaban en pequeñas pandillas dedicadas al robo y al saqueo de pueblos pequeños, o como este caso, de asentamientos nómadas que se toparan por el camino.

   La pandilla que se acercó al grupo de Kylia estaba conformada por unos treinta hombres armados que vestían con pantalones anchos, chaquetillas de hilo y sendos trapos sobre las cabezas a modo de coronas. Kylia nunca había visto ese modo de vestir, pero esos forajidos, con ese rugir amenazante, esas espadas de hojas arqueadas y de ojos delineados, se le hicieron sumamente extraordinarios.

   Cuando uno de los bandoleros tiró un hachón encendido sobre una de las carpas, el grupo de soldados finalmente respondió. Kylia y Vine desenfundaron sus espadas y espalda contra espalda empezaron a luchar. Al instante, dos hombres, sentados sobre dos corceles negros, los rodearon. Kylia pudo ver la sonrisita soberbia que se formaba en el rostro del sujeto que estaba frente a él y eso lo alentó a darle el primer golpe. Su contrincante respondió con otro golpe certero de su exótica espada, logrando que Kylia tuviera que desistir, impactándose contra la espada de Vine. El tipo era tremendamente fuerte; no iba a ser fácil vencerle, pensó.

   —Joder, es fuerte —rumió entonces mirando fijamente los ojos negros del bandolero.

   —Shystan —le dijo el hombre en un acento extraño, estrechando la mirada.

   Volvieron a chocar sus espadas. Al cuarto golpe tanto Kylia como Vine se dieron cuenta de que la cosa no iba a ser nada fácil. Si no lograban tumbar a ese par de sus caballos nunca lograrían ponerse en ventaja. Tenían que encontrar alguna forma, y tenían que hacerlo rápido.

   —¿No son huesos fáciles de roer, eh? —masculló Vine contra la espalda de Kylia.

   —Nada fácil —aceptó éste sudando bajo aquel inclemente sol y fastidiado una vez más por la sonrisita de supremacía que no se borraba de la cara de su adversario. En ese momento el hombre que sonreía dijo algo a su otro compañero usando un dialecto extranjero; su amigo le respondió en el mismo incomprensible lenguaje y luego terminaron por carcajearse los dos.

  Kylia y Vine se sintieron tan ofendidos por esa actitud que no dudaron en abalanzarse hacia ellos y los dos hombres, sintiéndose sorprendidos, les respondieron con igual ímpetu, iniciándose un enfrentamiento sin par.

   Mientras tanto, el resto de la cuadrilla de Kylia había iniciado una intensa labor de defensa del campamento nómada, enfrentándose de tú a tú con los aguerridos malhechores e impidiendo que éstos incendiaran más carpas, robaran más animales o se hicieran con los niños más pequeños y se los llevaran como esclavos.

   La gente corría y se resguardaba, llevándose con ellos todo lo que podían. Los niños más pequeños, y los hombres más ancianos eran protegidos por los jóvenes más valientes mientras los hombres de mediana edad apagaban el fuego y resguardaban a los animales.

   En una de esas Kylia escuchó un grito. De inmediato su cabeza giró por reflejo y cuando sus ojos enfocaron el sitio a donde sus oídos guiaban, el muchacho pudo ver como uno de los vándalos trataba de arrebatar de los brazos de su padre a un niño de pecho. El infeliz tiraba de las piernas del bebé mientras su progenitor lo aferraba del torso, impidiendo que se lo llevaran. Kylia ardió de ira al ver eso y pensó repentinamente en Dyle, en Dyle y en su hijo. ¿Si alguna vez Dyle estuviera en una situación similar, protegería al hijo de ambos como hacía ese hombre? ¿Arriesgaría hasta su vida?

   Sí, lo haría, se dijo Kylia en la mente. De hecho, ya Dyle estaba arriesgando su vida en esa misión y todo para poder conservar a su hijo y su carrera. Dyle lo arriesgaba todo, lo arriesgaba todo por el hijo de ambos, ese hijo que a pesar de haber llegado en pésimo momento, era obvio que ambos ya anhelaban.

   —¡Sueltalo, infeliz! —rugió entonces lleno de rabia y sin pensárselo dos veces corrió hacia los dos hombres, hiriendo al bandido en un brazo mientras el nómada huía con su pequeño crio.

   Una vez herido el forajido, no fue difícil para Kylia acabar con él. Cuando la sangre del infeliz mojó sus botas, Kylia se sintió lleno de orgullo y sintió su sangre vibrar. Iría a Treos y haría lo mismo por Dyle y por el hijo que esperaban, iría hasta ellos y los defendería hasta el final.

   Pero sin saberlo aún, Elyon tenía otros planes para Kylia, y una vez vuelto a su posición el muchacho notó de inmediato que Vine no estaba a la vista.

   —¡Rayos! —se irritó intentando mirar para todos lados. Sentía la sangre agolpándose en su cabeza y el corazón bombeándole en el pecho. Todo de repente se había vuelto más denso, más lento. Kylia pensó por un momento que todo se debía al terrible calor que los azotaba pero rápidamente se dio cuenta de que no era así.

   Sus malestar se debía a un presentimiento, un terrible presentimiento.

   Kylia giró sobre su eje y sus ojos se abrieron de par en par ante lo que vieron.

   —¡No! —gritó despavorido pero eso no impidió que frente a sus ojos, uno de los hombres con los que había estado luchando antes, enterrara su espada en todo el costado derecho de su compañero Vine, al que justamente, había dejado sólo al momento de correr en ayuda del padre nómada, dejándolo tirado sobre el suelo bajo un charco de sangre.

   Para Kylia todo empezó como a dar vueltas. Los gritos de los pastores, de los niños, de sus propios compañeros, se volvieron como ecos lejanos. Su cabeza era un remolino de sensaciones, todas ellas revolviéndose sin parar hasta el punto de querer enloquecerlo. Aferro fuerte su espada y apretó los dientes. Sintió que perdía el juicio.

   Justo en ese instante los vándalos iniciaron su retirada, resignados a llevarse menos de la mitad de lo que estaban acostumbrados a saquear. Era obvio que el encuentro con los soldados de Shystar no entraba dentro de sus planes y la cosa se les había complicado al punto de hacerles perder casi media docenas de hombres de su pandilla. Sin embargo, aquellos hombres estaban demostrando que eran lo suficientemente salvajes y orgullosos como para no aceptar irse con las manos vacías. Y sí, finalmente no pudieron hacerse con ningún niño ni con adultos fuertes para ser vendidos como esclavos, pero sí que se llevaron una docena de cabras y alguno que otro objeto de valor.

   Pero Kylia no vio nada de eso. Para Kylia sólo existía el cuerpo de uno de sus mejores amigos tirado sobre el polvoriento suelo. Estaba convencido de que estaba muerto y fue por eso que furioso como un toro, y desobedeciendo a las ordenes de su comandante que le ordenó no ir tras los vándalos, los persiguió a galope y no regresó sino tras una hora de carrera cuando finalmente, y para sorpresa de todos sus compañeros, en especial de Vine, que sólo estaba herido, regresó con uno de los bandoleros, atado y amordazado tirándolo de una cuerda.

   —Increíble —dijo el comandante al verlo llegar. Kylia estaba sucio de polvo, con el uniforme hecho trizas y con una herida en el hombro. Pero estaba entero y saludable. No podía decirse lo mismo del bandolero, quien tenía una herida profunda en una de sus pierna, lucía cansado y pálido y era justamente quien había herido a Vine.

   Nadie comprendió por qué Kylia había traído al hombre de regreso al campamento en vez de matarlo en el acto. Vine lo comprendió cuando, caminando despacio por la herida de su costado, ingresó a la carpa donde se hallaban Kylia, el comandante y el capturado, reparando muy bien en el estado de este último: Estaba embarazado.

   —No puedo creerlo —dijo despacio acercándose al sujeto que, amarrado y echado sobre una piel, los miraba a todos con un desprecio flipante mientras se sobaba la panza con una ternura que contrastaba con la fiereza de sus ojos.

   —Es imposible preguntarles algo —suspiró Kylia encogiéndose de hombros—. No hablan nuestro idioma.

   —¿Y para qué rayos queremos interrogarlo? —refunfuñó el comandante cansado y molesto por haber perdido todo un día de trabajo.

   Kylia resopló y se acercó hasta el bandolero señalando un tatuaje perfectamente visible en su tobillo derecho: Era el símbolo de una de las casas más nobles de Treos. El hombre capturado era un noble perteneciente a la ciudadela que pensaban invadir. La pregunta era por qué un joven como ese, y embarazado además, estaba feliz de la vida saqueando pueblos en compañía de  un montón de desadaptados en vez de estar en su casa con su familia.

   —Si Dyle estuviera aquí podría interrogarlo —dijo Kylia con pesadumbre. Como respuesta el forajido fruñó e intentó morderlo, lo que le ganó que lo amordazaran de nuevo.

   Cuando la tarde cayó Kylia se quedó sólo en la carpa junto a su detenido. Como estaba dormido, Kylia aprovechó para verlo bien. No era tan joven pero tampoco viejo; debía rondar unos treinta inviernos más o menos. Tenía una cabello negro lacio que le caía hasta la nuca y una incipiente barbita de pocos días. Sus cejas eran pobladas pero no muy anchas, su nariz recta y larga y su rostro aristocrático y de pómulos pronunciados terminaban de completar el conjunto. En pocas palabras, era un hombre bello. Y su cuerpo; su cuerpo era lo mejor. Su músculos fibrosos y bien definidos resaltaban a cada movimiento, su trasero era voluptuoso y firme, sus piernas eran largas y atléticas y sus torso, de pectorales más definidos por el embarazo, tenía los pezones más provocativos de todo Sefer.

   Resolvieron llevarlo el resto del viaje y de esta forma pudieron conocer más de él. Le gustaba frotarse el vientre con aceite de almendras y por el tamaño de su panza debía rondar los tres meses. Ahora a Kylia le parecía extraordinaria la gran batalla que le había plantado ese hombre a pesar de su estado. No le había sido fácil capturarlo, y sólo lo logró cuando el hombre comenzó a sangrar por la nariz, lo que hizo detener la espada de Kylia y a la vez casi le cuesta la vida.

   Pero por alguna razón, una que Kylia no comprendía todavía, ese sujeto tampoco lo había matado cuando tuvo la oportunidad. En cambio detuvo su espada e intentó huir. No pudo hacerlo y terminó capturado. Y eso era todo lo que había sucedido.

   Ahora iban ambos en la misma montura y Kylia podía sentir la panza de ese sujeto rozando contra su espalda. Era una sensación extraña y a la vez dulce. Era muy raro.

   —¿Tienes sed? —le preguntó durante un alto en el camino. El bandolero le contestó con un escupitajo en la cara que demostró lo bien hidratado que seguía estando. Kylia resopló y volvió a mirar hacia adelante. Faltaba todavía una lago trecho y quería pronto ver a Dyle. Era todo en lo que de momento podía pensar. Eso y en el aliento de su rehén, tibio y delicioso sobre su nuca.

 

   Continuará…

 

 

 

Notas finales:

Capítulo super corto pero necesitaba revir este fic. Igual será un fic corto. El proximo cap trataré de que más largo. Gracias por leer. 


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