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Nosotros Dos por SHINee Doll

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Notas del capitulo:

13.03.11. Completamente decidido: actualizaciones los lunes y jueves. ¡Saludos!

Capítulo II. Cayendo en las trampas del amor.

 

Un mes había transcurrido desde el regreso de Key y aún no lograba coincidir con él en tiempo, ocasión o espacio alguno. Su celular siempre estaba apagado y tenía un nuevo apartamento en otro punto de la ciudad. Estábamos más lejos que nunca, aunque la distancia que nos separaba no era tan abismal como los dos años anteriores. ¿Qué demonios debía hacer?

 

Tenía más trabajo que nunca. En un arranque de estupidez y poco profesionalismo, decidí que el grupo que nos encontrábamos preparando desde el año anterior debía debutar el mismo día que lo haría el quinteto de Leeteuk. ¿Orgullo? Sí, probablemente era eso. Pensaba demostrarle a Key que estaba al tanto de cada uno de sus movimientos y podía lidiar con lo que yo consideraba una traición de su parte.

 

Estúpido, estúpido, mil veces estúpido. Las cosas iban mal. Los chicos no se sentían listos aunque estaban emocionados. Jinki no dejaba de repetirme que el momento era inoportuno, que no ganaría nada con seguir con esa idea. Yo fingía oírle, pero tan pronto se iba volvía a firmar papeles y revisar lo relacionado con el video, el disco y los programas donde se presentarían. Nunca había estado tan estresado.

 

— Sr. Choi, la Srita. Sooyoung está en la línea uno.

 

Mi prima gritó tanto que tuve que alejar el teléfono al menos treinta centímetros de mi oreja. Decir que se encontraba molesta era poco, podría venir a la oficina y matarme de no estar en Japón arreglando el debut de uno de nuestros grupos allá.

 

Debía hablar con Key antes de que me volviese loco.

 

 

 

 

 

Kibum se volvió tan indispensable para mí como el aire que respiraba. Me aferré a él como a un salvavidas en ese mar de cambios que mi vida estaba teniendo. Solía burlarse de mí a cada rato, pero en ocasiones se volvía serio y repartía consejos que seguía al pie de la letra sólo porque venían de su parte.

 

Fue a mediados de abril cuando decidió hablarme de él como nunca lo hizo con ningún otro. Kim Kibum había nacido año y medio después del matrimonio de sus padres, ambos personas reconocidas. Cuidaron de él los primeros meses, ocultos en un pequeño pueblo, y finalmente entregaron su custodia a su abuela. La prensa sabía del matrimonio y el embarazo, jamás se dejó saber del paradero del menor o se le presentó públicamente como medida de seguridad tomada por sus padres.

 

Creció en ese lugar y cuando cumplió los trece se fue a Los Ángeles a pasar un tiempo con una amiga suya que conoció en uno de sus viajes a China con su abuela. Estuvo dos años allá y luego regresó. Sus padres habían fallecido en un accidente mientras se encontraba en América y no estuvo presente en el funeral.

 

Entró al instituto un año antes que yo, ganándose rápidamente la simpatía del alumnado por su atractivo físico y personalidad. Supo con quienes involucrarse y se volvió popular de la noche a la mañana. Consiguió trabajo en una agencia de modelaje pequeña y pensaba quedarse ahí mientras venía la oportunidad de su vida. No sabía que clase de oportunidad esperaba, pero nada perdía con hacerlo, o al menos eso decía él mientras me miraba sonriente.

 

Él soñaba con llegar a la cima por sus propios medios, así que rara vez mencionaba a quienes fueron sus padres. No quería usarlos como escalón. Yo, por mi parte, no tenía sueño alguno ni ambiciones, me estaba costando el madurar, y debía tomar el control completo de la empresa apenas acabase mis estudios en ese lugar. De momento sólo tomaba clases de finanzas con un tutor privado y seguía a Kangta y Siwon (algunas veces a Sooyoung también) por los diferentes departamentos tratando de ver el funcionamiento del negocio.

 

— Yo podría ayudarte, ¿sabes? — me propuso una tarde cualquiera de mayo. — Sé más del negocio musical de lo que puedes imaginar porque, aunque crecí lejos de ese ambiente y de mi padre, dediqué parte de mi vida en Estados Unidos a aprender sobre ello con el propósito de un día ayudarle. Aunque claro, no se dio la oportunidad y ahora me doy cuenta que no habría sido capaz de aceptar quedarme con la empresa. — le escuchaba con atención, y él se aventuró a continuar con su discurso cuando le pregunté la razón. — Soy un espíritu libre… — dijo, riéndose de sí mismo. — no sería capaz de atarme a una oficina, pero sí me gustaría volverme artista alguna vez. Sería divertido.

 

— No tendrías problema alguno para entrar a la empresa de tu familia. — señalé, y él apoyó la cabeza en mi hombro, sorprendiéndome.

 

— Es verdad que la empresa quedó en familia. — susurró, cerrando sus ojos de gato. — pero si un día decido hacer esa locura, firmaré un contrato para ti.

 

No me atreví a cuestionar sus motivos. Estaba demasiado complacido con sus palabras como para arruinar la declaración con una duda absurda que de nada me servía aclarar. Estaba nervioso cuando pasé el brazo sobre sus hombros y lo atraje un poco más cerca de mi cuerpo.

 

Comenzaba a caer por Kibum, y él no se daba cuenta.

 

Permanecimos de esa forma algunos minutos. Fue el primero en apartarse, buscando mis ojos con un brillo travieso en los suyos.

 

— Minho, te diré todo lo que sé de este mundo con una condición. — suspiré, asintiendo. Kibum nunca daba algo sin esperar recibir otra cosa a cambio. — Ven conmigo a la fiesta de fin de cursos.

 

— Faltan tres semanas para eso. — rezongué, oponiéndome a la idea de verme arrastrado a una de esas famosas reuniones donde al final acababa más de uno dentro de una celda y con resaca al otro día. — Pídeme otra cosa.

 

— Soy tu mejor amigo… — me recordó. Se arrepintió y negó. — Soy tu único amigo. — corrigió burlón, estirando su mano para pellizcarme una mejilla, pero se lo impedí al sujetarle por la muñeca.

 

— ¿Qué con eso? — seguía sin poder hablar como una persona normal, aunque a él no le molestaba especialmente, salvo algunas veces donde mis monosílabas le agotaban la paciencia y me daba un golpe en el brazo.

 

— Minho, por favor…

 

Me conocía. Sabía que ese truco nunca fallaría conmigo. Terminé accediendo ante sus pucheros. Odiaba el latir errático de mi corazón cuando abultaba los labios de esa forma que lo hacía. Me abrazó y dejó un beso en mi mejilla, riéndose escandalosamente. Jamás pude negarle algo.

 

 

 

 

 

El día de la fiesta llegó tan rápido como me lo temía. El curso finalmente había concluido y mis notas mejoraron considerablemente, al igual que mi inglés y japonés. Lo último se lo debía a Kibum y su excéntrica idea de enseñarme idiomas con la finalidad de usarme como palanca en el futuro para sus planes hasta el momento inciertos. Yo sabía que sólo estaba tratando de ayudarme con eso que decía indispensable para el negocio y pasar algo de tiempo conmigo. Apostaba especialmente a lo último, pero sólo porque me reforzaba el autoestima y me inflaba el ego. Nunca me dijo si era así o no, y dudaba que lo hiciera en el futuro.

 

Pasé a recogerlo en el coche que Siwon me compró con motivo de mi cumpleaños diecisiete, para el cual faltaba un montón de tiempo aún, pero él alegaba que de esa forma sólo se preocuparía de mi obsequio por las navidades y no por otra cosa.

 

El piso de Kibum era el último de un edificio elegante y costoso. Se había negado a vivir en la mansión de sus padres porque alegaba que la casa se sentía grande, solitaria y vacía. Su abuela había fallecido dos meses antes que se cambiara de instituto y la casita donde vivió su infancia le hacía caer en depresión. Al final optó por usar una parte del dinero que le dejaron sus padres (el cual pocas veces tocaba) para instalarse en ese lugar.

 

Me invitó a pasar apenas abrir la puerta y dejó un vaso con agua en mis manos. Corrió de vuelta a su habitación antes que tuviese tiempo de decirle “hola” siquiera. Volvió veinte minutos más tarde, listo para marcharnos. Contuve la respiración al verle.

 

Kibum me parecía hermoso con el simple uniforme escolar y los zapatos que todos usábamos en el colegio y su cabello castaño oscuro. Sin embargo, lo resultaba aún más en ese momento con sus pantalones negros ajustados, el blusón asimétrico en tonalidades de rosa, la chaqueta oscura con adornos plateados, las botas… y el maquillaje. ¡Santo cielo!, ¿por qué sus ojos se veían tan espectaculares con ese delineado negro?, ¿por qué sus labios resultaban tan apetecibles con el bálsamo de cereza en ellos?, ¿desde cuándo tenía ese aspecto de muñeco? Incluso su cabello estaba más claro y con luces de colores.

 

— Tuve una sesión fotográfica hace un par de horas. — se justificó al ver la forma en que le miraba. — apenas alcancé a llegar al apartamento y cambiarme de ropa. Esto… — señaló su cabello. — y esto… — luego sus ojos. — son parte del nuevo concepto. Es extraño, ¿verdad?

 

— Es perfecto. — quise darme una bofetada mental al soltar tales palabras, aunque su sonrisa me confirmó lo que ya sabía: eso es lo que necesitaba escuchar.

 

— También tú te ves así hoy. — susurró al tomarme de la mano para salir de ahí.

 

— ¿Así cómo? — me miré disimuladamente, recordando lo extraño que me sentí al dejar mi casa vestido de esa forma que mi prima me dijo.

 

— Perfecto. — respondió sin mirarme. — aunque siempre te ves así.

 

Mentía. Estaba completa y totalmente seguro de que lo hacía. Era él quien siempre se veía bien, no yo. Podría ponerse un costal de patatas como traje y se vería fabuloso también, no tenía la menor duda de ello.

 

 

 

 

 

El anfitrión de tal fiesta y dueño de la mansión donde nos encontrábamos, respondía al nombre de Son Dongwoon, y era compañero de clases de Kibum. Estaba vestido completamente de blanco, con un montón de collares y pulseras plateadas como accesorios, llevaba el largo cabello castaño y revuelto recogido en una coleta baja. Recibió a Kibum con un abrazo largo y apretado y a mí con una expresión de total sorpresa. Esa era la primera vez que nos veíamos fuera de la escuela.

 

— ¡Kibum! — en un parpadeo media docena de chicos le rodearon. Suspiré, y busqué la mesa de las bebidas, tomando un vaso de contenido desconocido.

 

Transcurrieron quince minutos antes de que me lo topara de nuevo. No lucía complacido cuando chocamos a mitad del pasillo, tampoco yo lo estaba. Tomó el vaso de mis manos y dio un trago, aún no lo probaba, sólo anduve por ahí paseándome con él.

 

— Vodka. — sentenció, dando un trago más. — Los padres de Dongwoon están en el negocio de los licores, por eso siempre es él quien organiza las fiestas. No hay necesidad de pagar por las bebidas.

 

Asentí como estúpido, dejándolo arrastrarme en dirección contraria a la que iba en primer lugar. Había demasiada gente, incluso algunas que en mi vida vi en el instituto y otras tantas que no parecían alumnos de secundaria. Kibum me señaló a varios y me dijo sus nombres. No recordé uno solo para cuando terminó de hablar.

 

— Iré por un trago. — me dijo con media sonrisa. El vaso que cargué intacto por un cuarto de hora se encontraba vacío entre sus manos. Fui con él más por costumbre que por otra cosa. Nunca había bebido antes y tampoco pensaba comenzar a hacerlo. Kibum difería en opinión. — Odio hacerlo solo, así que toma uno también.

 

Me ganó la curiosidad. Tal vez fue la estupidez. No sé, pero hice lo que me pidió y me dio un mareo a medio vaso. Él se rió de mí, divertido, y se aferró a mi brazo, llevándome a otra parte. Al final del segundo él tenía esa sonrisa imborrable. No terminé mi bebida por miedo a emborracharme con tan poco.

 

— Bailemos. — pidió contra mi oído. Alguien le subió a la música y apenas podía escuchar mis pensamientos. Decliné amablemente; él insistió hasta que logró convencerme. — Eres demasiado aburrido, ¿te lo he dicho antes?

 

— Como un millón de veces. — la improvisada pista de baile estaba atestada, a él no le costó trabajo alguno encontrar un lugar para los dos. — ¿Q-Qué haces? — pregunté cuando rodeó mi cuello con un brazo y deslizó la otra mano por mi pecho. Nuestro contacto físico se reducía a su cabeza en mi hombro, su brazo alrededor del mío y los golpes que me daba de vez en cuando. — Kibum.

 

— Minho. — pronunció mi nombre muy suave, tanto que el corazón me dio un vuelco dentro del pecho, justo bajo su palma abierta. — Podría cambiar eso también, si me dejas, claro está. — sus ojos brillaban traviesamente cuando me crucé con ellos. El alcohol me nubló el razonamiento y tontamente creí que bromeaba, así que decidí seguirle la corriente si con eso conseguía un par más de sus sonrisas. — Podría hacer muchas cosas si tú me dejaras.

 

Le rodeé la cintura en un ataque de valentía y necesidad, atrayéndolo hacia mí. Se rió por lo bajo, y le sonreí. Adoraba esa forma suya de hacerme caer en sus trucos. Pasó el otro brazo por mi cuello y se movió contra mi cuerpo, sin quitar sus ojos de los míos o morderse el labio inferior.

 

— ¿Qué podrías hacer? — pregunté contra su oreja, bajando las manos a sus caderas. Dio un respingo y suspiró, tocándome la nuca con sus dedos largos y delgados. — ¿Volverás mi vida divertida, Kibum? — asintió, y aspiré el perfume de sus cabellos. Todo él olía a vainilla, y me encantaba. — ¿Cómo lo harás?

 

— Así. — susurró, tomando mi rostro con sus manos y chocando nuestros labios.

 

Kibum no teme decir o hacer lo que quiere. No debía sorprenderme que fuera él quien diese el primer paso en nuestra relación. Sin embargo, en ese momento si lo hizo. Quedé paralizado cuando su boca se juntó con la mía. Él movía sus labios y yo era incapaz de corresponder. Después de lo que me pareció una eternidad (un par de minutos solamente) cerré los ojos y traté de devolverle el beso tan bien como pude. Teníamos dieciséis años, cierto, y yo nunca había salido con alguien (ni chica ni chico), así que tampoco sabía cómo se daba un beso.

 

— Me gustas, Minho. — susurró al separarse, limpiando la comisura de mis labios con su dedo. — ¿no te habías dado cuenta?

 

Para serle sincero… no. ¿En qué momento habría de notarlo?, ¿durante los almuerzos, las tutorías o el rato que nos sentábamos en la banca del parque? Vale, no sé a quién trataba de engañar, ¡claro que hubo tiempo!, sólo que yo era demasiado idiota para darme cuenta.

 

— ¿Te gusto también? — él sabía la respuesta. — ¿Es así, Minho? — volvió a bajar su mano por mi pecho y rozó mis labios, asentí como un imbécil, tratando de besarle y él me esquivó. — ¿Te gusto tanto como me gustas tú?

 

— Tal vez más. — señalé y finalmente encontré su boca. Sonrió y ¡demonios!, no sabía que tan prendado de él estaba antes de esa noche.

Notas finales:

Próximo:

Capítulo III. Descubriendo otra cara.

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