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Entre líneas por Kuromitsu

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Notas del capitulo:

Después de horas de escribir, les traigo el nuevo capítulo. Ojalá les guste <3

Al fin había terminado con todos los trámites que el accidente de Damián había producido. Isabel había contado su versión de la historia, y había puesto caras bonitas ante la madre de Damián mientras explicaba la situación. Al menos ahora estaba en manos de la policía local, y mi orden de alejamiento estaba siendo procesada. Si todo salía bien, ella no podría acercarse ni a mí ni a Damián a menos de cincuenta metros, y era algo que me ayudaba a respirar un poco más tranquilo.  

Había contado, con un montón de gesticulaciones, que había irrumpido en el apartamento para tener una pacífica conversación con Damián, con intención de preguntarle si acaso estaba seguro en su decisión de "seguir siendo un maricón" (exactamente con esas palabras) a mi lado. Él en esos momentos estaba con su pijama, y lo vio con un vaso en la mano: acababa de tomarse su pastilla para controlar su gripe. En ese momento de la narración, se le había escabullido un detalle importante de su acoso en contra de Damián; el hecho de que ella había entrado con una copia no autorizada de la llave del departamento, y por lo mismo Damián había gritado que qué hacía allí y cómo había podido entrar. Mientras narraba pude ver cómo su boca se contraía en una mueca de molestia consigo misma al revelar demasiado, y si yo lo había visto, no había ninguna duda de que al relatar los hechos a la policía había cometido el mismo error.  

Lo había retenido en contra su voluntad, y le había recriminado todo el daño que le había causado, "...porque cómo decirle a una mujer como yo que todo lo vivido juntos era una mentira, ¡que nunca le habían gustado las mujeres! Fue lo peor que me han hecho..." añadió en ese momento de su relato, y mis dedos se me crisparon de rabia. Luego de un tiempo en el cual le había escupido a la cara todo el daño que le había realizado junto con una gran lista de etcéteras, la pastilla dejó aparecer su efecto secundario, impidiendo que sus piernas pudiesen seguir sosteniéndole el cuerpo y haciéndole caer. Pero justamente por la posición en la cual habían estado hablando no cayó limpiamente al suelo, no, se había golpeado con la mesa del comedor en la cabeza. Al menos no se había roto el cráneo ni nada por el estilo y un pequeño chichón era lo único que lamentar, pero el golpe sumado a la pastilla le habían dejado inconsciente.  

Isabel por supuesto, no sabía nada de la pastilla y pensó que todo era mucho más grave de lo que en verdad era, pero por suerte solamente había que esperar a que el efecto de la pastilla le dejase despertar. Pero eran ya cerca de las nueve de la noche y seguía durmiendo plácidamente en su camilla, sin darse cuenta de nada de lo que había pasado a su alrededor durante las últimas horas. 

Le acaricié su mejilla mientras sonreía. Afortunadamente todo estaba bien ahora, y era lo único que me importaba por el momento. La madre de Damián no se había quedado mucho tiempo, solamente para poder saber qué le había ocurrido a su hijo y luego se había marchado, no sin antes decirme que le cuidase por ella. No era falta ser un genio para adivinar que su marido, el padre de Damián no aparecería para ver el estado de su hijo y que no aprobaba la visita que su esposa le había hecho. Pero al menos, su madre seguía siendo humana con él, seguía queriendo ser su madre, y la confianza que había depositado en mí para que yo velase por la seguridad de su hijo era algo que no tenía precio. Me sentía de cierta forma, feliz. 

—¿Uhm?  

Contuve la respiración. ¿Damián? 

—¿Por qué todo es tan blanco...? 

No pude evitar sonreír. Su espontaneidad era algo que definitivamente no perdía en ningún momento. Cosas como ésas, pequeños detalles eran los que me enamoraban más de él a cada día que pasaba.  

—Estás en un hospital Damián. 

Al fin sus ojos se abrieron lo suficiente como para poder observarme, y para poder distinguir yo a mi vez su pupila. Su rostro de confusión era patente. 

—¿Qué... qué me pasó? —susurró, y acercó una de sus manos a su cráneo, palpando justo en el punto donde el chichón se estaba formando— ¿Me caí? 

Apretó los dientes en signo de dolor, y por efecto de un impulso le besé nuevamente la frente, esta vez disfrutando por un poco más de tiempo el roce entre mis labios y su piel. Cuando volví a verlo frente a frente, le vi sonreír ampliamente a pesar del dolor que debía de producirle su chichón palpitándole el cráneo, y un escalofrío —esta vez agradable— me inundó. 

—Sí, te caíste —afirmé. 

—Creo que lo recuerdo, pero esa pastilla... —suspiró y miró a su alrededor— ¿Isabel dónde está? Ella estaba ahí...  

"¿O acaso lo soñé?" le escuché murmurar entre dientes con la mirada perdida.  

—Sí, ella estaba ahí, está siendo custodiada por la policía mientras dura la investigación. 

Sus ojos volvieron a enfocarse en mí, confusos. Comencé a pensar en los posibles resguardos que podría tener ante ella, en la orden de alejamiento que se estaba procesando y la frustración se hizo presente. Lamentablemente, pensándolo bien era imposible que la orden fuese procesada con éxito, porque según me había dicho el policía que había seguido el caso, "si no existía clara evidencia de violencia física no había nada que hacer". Y ése era justamente un problema, porque a pesar de que estaba completamente seguro de que ella era la persona que había entrado al departamento de Damián antes, que le había lanzado las cosas por doquier y que había escrito esa frase en la puerta, no tenía forma de probarlo. En resumidas cuentas, no podía probarle a nadie de que era una maldita acosadora. 

—Ella entró... —susurró— Entró sin mi permiso, Álex, tenía la llave para entrar y no entiendo cómo... 

—Lo supuse cuando relató todo —le respondí, besándole la frente— Te contaré lo que ella nos dijo y tú me interrumpes si encuentras algo raro, ¿sí? 

Pero a pesar de que conté el relato como recordaba que había dicho y no con la exactitud con la que hubiese deseado, no había nada raro en la historia. Al menos ése era un punto a su favor, Isabel tenía un límite para las mentiras en momentos como éste. Pero no me fiaba nada de ella, ¿cuál sería su próximo movimiento? No podía estar seguro.  

—Sé que suena un poco asustadizo, pero no te quiero dejar más a solas en tu departamento, y menos bajo medicación. 

Las palabras salieron de mi boca como un torrente sin siquiera proponérmelo, y me avergoncé casi de inmediato al ver su sonrisa aflorar. Me molestaba mucho el ponerme nervioso por algo así, pero de todas formas no era algo que pudiese controlar por lo pronto.  

—Pero en ese momento no me querías a tu lado, ¿verdad? —inquirí sintiendo opresión en mi pecho— Sino me hubieras llamado.  

Su mano se acercó lentamente a mis labios, y disfruté su tacto tembloroso. Era imposible que él pensase todo el tiempo en mí, como lo que a mí me sucedía con él, pero de todas formas agradecía en todo momento la posibilidad de estar a su lado. Las cosas se irían dando con el tiempo, y algún día si el futuro nos lo permitía tendríamos una mejor base de pareja, y por lo mismo me sentiría amado. Al menos eso era lo que pensaba para intentar no decaer por tonterías como ésas. 

Era obvio que él no me quería como yo lo quería. Pero estaba bien. 

—Álex, ¿de verdad creíste que no te quería a mi lado? Pensé que no querías quedarte otra noche conmigo por eso no te invité. 

—Pero... —susurré confuso, sintiendo el suave tacto de sus dedos acariciando mi rostro— Hoy tampoco me llamaste, y cuando pasó todo esto ya eran más de las cuatro de la tarde.  

Creí ver enojo en su mirada. 

—Porque la anterior pastilla me había hecho dormir hasta las tres y media de la tarde, y para cuando pude recuperarme totalmente ya me tocaba la otra pastilla —su mano cayó y me sentí desprovisto de energía— No podía pensar con claridad, y cuando apenas me había tomado la pastilla Isabel apareció. La verdad es que no quiero seguir tomando ese medicamento Álex, prefiero vivir con una gripe fuertísima antes que seguir durmiendo tanto.  

Asentí, pero antes de que pudiese decir algo me miró y su boca se abrió para seguir añadiendo cosas. 

—¿Acaso pensaste de que no te quería a mi lado? Dios, estaba asustado Álex, nunca pensé que un medicamento me podría causar un efecto secundario tan grande y... 

Lo abracé antes de que pudiese seguir diciendo palabra, y sentí sus gentiles manos aferrarse a mi espalda con fuerza. Sonreí para mis adentros. No se había dado cuenta de que había revelado mucho más de lo que hubiese querido, y de cierta forma había reafirmado sus sentimientos por mí. Viéndolo por mi punto de vista, por mi propio cristal al menos lucía así, y no quería cambiarlo por nada del mundo. 

—Iremos al doctor para que pueda cambiarte de medicación, ¿sí? —su espalda era tan menuda que parecía irreal entre mis brazos, parecía algo hecho de porcelana. Era tan frágil... 

Un carraspeo en la puerta me sobresaltó y volteamos a mirar quién era. Una impecable pero molesta enfermera nos indicó que el doctor venía para acá para poder determinar el alta, y mirándonos acusatoriamente hizo resonar sus tacones mientras se alejaba.  

Miré a Damián fijo durante unos segundos, y ambos nos pusimos a reír.  

 

 

 

 

 

Esa noche volvimos a dormir juntos, en el mismo departamento, pero en lugares distintos. Me había ido a dormir a la cama de huéspedes porque tenía más que claro que a Damián le incomodaba aún el hecho de dormir con tanta proximidad. No le culpaba y prefería yo mismo "autoexiliarme" de su cuarto para tenerlo más tranquilo. Aunque autoexiliarme no era el término correcto, porque, ¿cuándo me había pertenecido ese espacio en su cama? Nunca. 

Tenía mis sospechas y no podía negarlo. A pesar de que me había quebrado la cabeza pensando en que si alguna vez me había confesado que había perdido la virginidad con alguien, pero no recordaba nada de nada. La ilusión, no podía negarlo, me desbordaba pensando en que quizás conmigo perdería su virginidad, que yo estaría allí para ver y escuchar sus primeras reacciones. ¿Era un pervertido? Quizá sí. 

Había podido contactarme con el doctor y me había dicho que la medicación de Damián podía ser interrumpida sin ningún riesgo, y que por el momento no era recomendable un sustituto. Si las cosas no mejoraban entonces tendría que volver a llevarlo, y ésta vez sería puesto en un tratamiento mucho menos invasivo. Era algo que me dejaba respirar tranquilo. 

Volteé a mirarle. Estaba mucho más radiante después de haber normalizado un poco su ciclo de sueño, y luego de tomar desayuno conmigo se veía prácticamente recuperado de su enfermedad, y también de los efectos adversos del medicamento. Nuestras miradas se cruzaron, pero ninguno de los dos hizo ademán de desviar la vista. 

—¿Qué?  

Apoyé mi cabeza en mi mano, sonriendo. Su voz había sido apenas un hilillo, algo que apenas había podido notar, era algo que denotaba su nerviosismo. La verdad era que lo había pensado bastante. 

Había pensado mucho en cómo acercarme más a él. Cómo hacerle sentir amado sin ahogarlo, cómo defenderlo ante todos los posibles sucesos que podrían ocurrir con Isabel rondando por ahí; y considerando su debilidad ante los fármacos, su fragilidad natural... 

Quería saber si él estaba listo también para seguirme. Me aclaré la garganta. 

—¿Te irías a vivir conmigo, Damián? 

Quise cerrar los ojos para evitar su respuesta, pero no lo hice. Es más, ni siquiera desvié la vista. El corazón me latía tan fuertemente que me asusté, pero intenté mantener la calma de la mejor forma posible, respirando pausadamente.  

Su mano se apoyó en la pared del pasillo que conducía a su pieza, y me miró, incrédulo. Un leve rubor asomó por sus pómulos, pero no vi rastro de sonrisa. La preocupación me punzó dolorosamente. 

No había sido una buena decisión, para nada... 

—¿Lo dices... en serio? 

Suspiré. Sí, claro que lo decía en serio, no pensaba en nada más que tenerle a mi lado todos los días, todo el día, cada segundo de mi vida. Ya no era como antes, los tiempos pasados en los que a veces evitaba verle a propósito para no sufrir habían terminado. Ahora lo único que quería era cuidarlo lo más posible, hacerle feliz y amarlo sin ataduras.  

Me levanté del sillón y caminé hasta donde estaba él, apoyado en la pared, y tomé su mano libre. Observé sus nudillos junto con su dedo anular, vacío, desprovisto de cualquier tipo de adorno. Quizá algún día lograría ganarme ese espacio en su corazón, pero por ahora... 

—Lo digo muy en serio, Damián —respondí mirándole a los ojos, y sentí un pequeño tirón de su mano para zafarse— No quiero que te sientas comprometido de ninguna forma, si no quieres no te obligaré ni te convenceré de lo contrario. Quiero —susurré, ansioso— que el día en el que vivamos juntos sea porque te sientes prepara--- 

—Yo... 

Me interrumpió con voz temblorosa, impropia de él. Sus ojos vagaban de un lado a otro, hasta que finalmente los cerró y vi su pecho inflarse de forma vigorosa. Quizá aún no era tiempo.  

—Nunca pensé que esto pasaría pero... sí. 

Un escalofrío me inundó. Sus ojos me miraban ahora directamente, no importándole que todo su cuerpo estuviese temblando al igual que el mío... 

—Más lo pienso y más lo quiero —enterró mi cabeza en mi pecho, y me apretó fuertemente la mano, trazando círculos en el dorso— Y sí, tengo miedo, no tienes ni idea cómo me late el corazón ahora pero sí quiero vivir contigo. 

Besé su cabeza con ternura. Quería levantarlo en vilo, apretarlo contra mí con todas mis fuerzas, besarlo sin cansancio, amarlo con todo el torrente de emociones que había reprimido por tantos años. Pero todo se tradujo en un beso en sus labios, suave y limpio, con lo que me sentí desfallecer de felicidad. 

 

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Las cosas estaban pasando muy rápido, pero no lo estaba lamentando y sinceramente, me sorprendía mi propia naturalidad ante todo. Sí, era gay, ¿para qué negarlo? El problema era que... a pesar de que estaba aceptando todo con naturalidad, aún tenía residuos de rechazo ante mi cambio de orientación sexual. Aún me costaba desprenderme de todo lo que había sido mi vida hasta el momento. 

¿Y a quién no le pasaría? Era un cambio de raíz, era descubrir que todo lo que creía saber de mí mismo estaba equivocado desde el principio. Era la respuesta a muchas de mis interrogantes, y la puerta de bienvenida a muchas más. Si acaso hubiese sabido todo desde antes, ¿habría tenido una buena experiencia en el campo de lo sexual? ¿No sentiría tanto repudio como lo siento ahora? ¿Hubiese aprovechado más el tiempo junto a Álex? 

¿Lo amaría ya, o me tomaría más años amarlo? ¿Cuánto tiempo se demoraba alguien en amar a otra persona? ¿Terminaría todo destrozándose al cabo de poco tiempo? ¿Cuánto dolía una separación?  

¿Nos pasaría a los dos, seríamos iguales que las demás parejas? 

Pensé en la posibilidad de terminar con todo esto, con nuestra relación apenas empezada, y sentí una aguja clavarse en mi corazón. Si así se sentía con sólo pensarlo, ¿cómo se sentiría vivirlo? Me aterré. 

—¿Pasa algo?  

Lo miré. Por un momento creí ver al adolescente de antaño, con su cabello negro tapando a veces su mirada, y sus ojeras... 

Al fin pude definir bien qué era el sentimiento que pasaba por mi cabeza cuando lo veía, era atracción. Me atraía enormemente su aspecto en aquél entonces, pero lo confundía con admiración y orgullo de tenerle como amigo, a él, alguien tan bien parecido.  

—Me acordé de cuando éramos adolescentes —confesé. 

—¿Sí? ¿Por qué? —me preguntó mientras servía dos tazas de café— No quiero que pienses en cosas malas del pasado... 

Estábamos descansando de mover mis muebles a su apartamento. Lo único que faltaba era intercambiar las camas, habíamos hecho bien los cálculos y mi cama tamaño king entraba sin problemas de ningún tipo. Con eso, silenciosamente había aceptado dormir a su lado todas las noches. Sería raro, me costaría enormemente dejarme acariciar por las noches pero... no era algo que necesariamente involucrase sexo en los primeros días. Quizá me sentiría preparado el próximo mes, o quizá el próximo año, no lo sabía. Lo mejor de todo era que sabía que Álex me daría mi tiempo para acostumbrarme a todo, y no me presionaría. Lo conocía cada vez mejor y no tenía duda alguna de ello. 

Tragué saliva. Habían muchas cosas que pugnaban por salir al exterior y comunicárselas, pero antes que nada debía ordenarme, e intentar formar una oración coherente. Tomé un gran respiro. 

—No lo hago —respondí sonriéndole, apretando los puños del nerviosismo— Pensaba en lo afortunado que fui de tenerte en mi pasado. Y siento que todo esto está ayudando... a que te quedes en mi presente y futuro. 

Ya está, lo había dicho. Bajé la cabeza, avergonzado, pero al menos la opresión que estaba otrora presente en mi pecho se había alivianado un poco y al fin podía respirar un poco más tranquilo. 

—Damián, mírame. 

Hice como me indicó y antes de poder reaccionar siquiera sentí sus labios presionando contra los míos, devorándome más y más. Su peso me obligó a acostarme en el sillón. El corazón me latió mientras se posicionaba sobre mí, y ahogué un grito al sentir una de sus manos entrando por debajo de mi polera. 

—No, no Álex, no quiero, no. 

Mi cuerpo estaba tenso por completo, la cabeza me daba vueltas. Aún no era tiempo, no quería, no. Mis ojos se cerraron apretados involuntariamente, y sentí cómo mis uñas pequeñas rasgaban el sillón con desesperación. 

—¿Damián?  

Sentí su cuerpo apretarse contra el mío, fundirse conmigo en un abrazo que no tenía nada que ver con la pasión de antes. Pero aún así no podía abrazarlo, estaba demasiado tenso y nervioso. 

—No volveré a hacerlo a menos que tú quieras, ¿sí? —su voz había bajado tanto que apenas era un murmullo en mi oreja, y junto con su respiración me hacía cosquillas en el cuello— Pero, ¿puedo preguntarte algo? 

—Por su-supuesto —tartamudeé, dejándome abrazar.  

—¿Eres virgen? 

 No, no maldita sea, no de nuevo esta pregunta. Nadie sabía nada de mi primera vez, lo había mantenido en secreto por tantos años que se me hacía extraño tener que confesar. No, no debía, quería contarle. Quería que supiese todo sobre mí. 

—No lo soy —contesté, temeroso— Perdí mi virginidad con una joven hace muchos años atrás... 

Repentinamente quise ser virgen aún. Repentinamente quise que Álex fuese mi primera, mi segunda, mi última vez. Si él hubiese sido mi primera vez seguramente nunca me hubiese sentido así, con tanto asco y repugnancia ante el sexo. Todo sería tan distinto... 

—¿Sabes? —su voz estaba un poco temblorosa— Yo tampoco soy virgen, lo he hecho con unas tres o cuatro veces antes, siempre con hombres —se interrumpió, dándome tiempo para procesar todo— Y sonará extraño, pero me arrepiento de todo ello. Quiero que tú seas mi primera vez Damián.  

Su declaración me abofeteó en la cara como si de un impacto eléctrico se tratase. ¿Sentíamos lo mismo? Me invadió una alegría tan inmensa que cerré mis ojos para impedir que mis lágrimas cayesen. 

—Siento lo mismo que tú. 

La voz se me quebró mientras caía una lágrima. Me había emocionado, yo, me había pasado aquello que siempre veía desde afuera y nunca había experimentado. Existían tantas emociones... tantas que estaba descubriendo gracias a él, y no podía sentirme menos que apabullado. Feliz. 

—Estás llorando... —sentí su pulgar limpiarme los rastros de lágrimas.  

—Me emocioné —respondí abriendo los ojos para mirarle. Estábamos sumamente cerca. 

—Te amo Damián.  

Definitivamente yo también le quería. 

Apoyó su cabeza en mis clavículas, y sentí su cuerpo sobre el mío. No podía negar que tenerle tan cerca con su corazón abierto me excitaba un poco, sí que lo hacía. Pero al menos mi cuerpo no lo dejaba notar en absoluto.  

Pero hubo algo, un recuerdo que me estremeció visiblemente. Esa llamada de antes, esa risa tan natural que a Álex le salía al hablar con esa persona. Era una risa completamente distinta a la que expresaba conmigo, era una alegría distinta, era... era como si fuese más feliz con esa persona. Me irrité. 

—Ya que estamos con confesiones —mi voz sonó áspera— ¿Quién es Jonathan? 

Su cuerpo se tensó y me puse nervioso, me aterré. ¿Por qué se ponía tan nervioso? Mi mente ató cables sin que yo se lo ordenase. 

—Es una de las personas con las que te acostaste, ¿cierto?  

Se puso a reír. Se estaba burlando de mí, claramente estaba jugando a dos bandos, claramente... 

Respiré hondo. No tenía que ponerme así, así de... celoso. Si era una de las personas con las cuales se había acostado, no volvería a hacerlo mientras estuviese a mi lado, no sería capaz. Tenía que aceptar su pasado del cual no había sido parte, y continuar. 

Ésa debía ser la base para cualquier relación, ¿verdad? 

—¿Y que pasaría si te dijese que sí? 

Mi corazón se paralizó por un micro segundo, antes de escuchar su risa nuevamente. Su cuerpo volvió a levantarse un poco, lo justo para verme a los ojos. 

—No, Jonathan es un amigo —el alivio debió de notarse en mi cara porque volvió a sonreír— Él sabía que yo estaba enamorado de ti, y me ha apoyado en los momentos en que me sentía desfallecer por tener que callar mi amor por ti.  

Mis brazos se extendieron y al fin le devolví el abrazo, tan fuerte que le oí decir un "auch", seguido de una risa pequeña. Yo también me permití reír. Besé su oreja, antes de sentir un ligero estremecimiento de su parte.  

Mi teléfono sonó sobre la mesa, y rompió la atmósfera de un golpe. Me molesté, y rápidamente Álex volvió a pararse para yo también poder levantarme. La pantalla de mi celular decía... 

—¿Mi madre? —exclamé sorprendido antes de contestar. 

—¿Aló? —su voz sonaba distante, como si estuviese hablando muy bajito— Damián, hijo... 

—Mamá... ¿qué pasó? 

—Hijo, perdón por no haberte apoyado antes, seguí a tu padre y... mi prioridad eres tú, y que seas feliz. Lo pensé bien y te apoyaré con tu decisión de ser gay, ¿sí?  

Miré el café frío, incrédulo. No podía creerlo. 

—Cuando te vi el otro día en el hospital, cuando te fui a ver y me di cuenta que tu... pareja, Álex, te cuidaba tan bien me di cuenta que no podía seguir siendo así. Yo siempre quise que encontrases una buena mujer porque quería que te cuidara bien, que tuvieses una buena familia, y si bien aún tengo rabia y pena porque me hubiese gustado que hubieras tenido una familia... no normal, tradicional, me di cuenta que si seguir ese camino te hace feliz, yo también soy feliz hijo.  

—Mamá... gracias, de verdad, yo... —me quedé atónito— Sí, soy feliz con la decisión que tomé a pesar de todo, y sí, Álex me hace feliz. 

—Me di cuenta hijito, cuando te defendió ante tu papá y cuando te cuido mientras estabas en el hospital. Yo siempre quise que te quisieran así, y estoy agradecida con él porque sé que te cuidará bien. Y mira, te llamo por celular porque tu papá sospechó del otro día en que te fui a ver al hospital a escondidas, y prefiero que se le pase el enojo antes de ponerlo más nervioso, ¿ya? Te iré a ver pronto al departamento... 

—Es que mamá —interrumpí— Ya no vivo en mi departamento, me fui a vivir con Álex... 

Silencio al otro lado de la línea. La mano de Álex se había posicionado en mi espalda y ahora me acariciaba firmemente, dándome ánimos. 

—Las cosas están yendo muy rápido con él, ¿cierto? ¿Él te hace feliz? ¿Estás seguro de dar pasos tan agigantados? 

—Sí, completamente seguro —respondí sin duda alguna— Además, así Isabel no nos molestará más.  

La verdad era que después de todo el asunto con ella, no se había vuelto a acercar a mí ni tampoco a Álex. Era francamente un alivio, pero viendo todo lo que había sucedido ninguna precaución estaba de más. Pensándolo bien, ella había conseguido unirnos, y a pesar de todo por lo que había pasado no podía agradecerle lo suficiente.  

—Eso es cierto... y pensar que creí que era una buena muchacha... Damián, ¿puedes darme con tu pareja un momento?  

—Bueno... —susurré, confundido, y le tendí el celular a Álex— Quiere hablar contigo. 

Se apuntó al pecho con el dedo índice, incrédulo, pero rápidamente tomó el celular. Lo vi sonreír y decir algunas frases que no me permitieron averiguar lo que estaban diciendo, antes de pronunciar un "adiós" y colgar. 

—¿Qué te ha dicho? —interrogué. Aún estaba un poco saturado de toda la carga emocional que ésa llamada había producido en mí. 

—Que por favor te cuide y no te haga daño. Que te ame sin importar el "qué dirán". Que te haga feliz. Que tenía toda su aprobación —me dijo, confuso. Sonrió— Ah, y que llamaría pronto para coordinar una visita. 

Reí, aliviado, más contento que nunca. Isabel ya no nos molestaría. Mi madre aceptaba mi relación con Álex, y asimismo estaba tranquila con mi orientación sexual. El futuro se veía mucho más brillante que nunca, con todas las cosas claras en mi cabeza, con todo el amor que tenía para entregar.  

La noche había caído con su manto que todo lo cubría, y Álex había prendido un cigarrillo como no le veía hacer desde hace mucho tiempo. No era por mi causa, sino por otro problema que a mí me tenía de bruces contra el piso, sin saber qué hacer. 

—¿Qué haremos sin tu cama, Damián?  

La cama no podía entrar de lado por la puerta de entrada al departamento y por lo tanto no podíamos hacer el cambio como habíamos previsto. Lo abracé por detrás.  

—Tendremos que dormir más apretados entonces —respondí. 

—Eso está perfecto conmigo, ¿y contigo?  

Apagó el cigarrillo en su cenicero de madera, y sentí sus manos apretar las mías. Sonreí.  

—Ningún problema. 

Retiró mis manos de su cuerpo, y se dio la vuelta. Pero antes de darme cuenta mis pies flotaban por encima del piso: me había levantado en vilo. 

—¡Oye! —grité, jugando— ¿Qué se supone que haces? 

—Estreno mi cama, contigo.  

El corazón me dio un vuelco, y suspiré, con un cálido escalofrío extendiéndose por mi pecho.  

Y si bien esa noche no estrenamos la cama propiamente tal, al fin pude dormir abrazado a él, debajo de las sábanas. Al fin pude escuchar sus latidos mientras dormía. 

Al fin dejé mis prejuicios atrás, y le di la bienvenida a una nueva y mejor vida.

Junto a él. 

Notas finales:

Muchas gracias a todos los que siguieron esta historia, de verdad. Los comentarios siempre me hacen sonreír :)

No olviden de seguir las otras historias que subiré por acá y por wattpad también. ¡Nos vemos pronto, con otra historia! <3 


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