Espejo en la oscuridad
II
Eavan se despertó por la mañana con un enorme dolor de cabeza. Los gritos de su madre inundaban la casa.
“Esa mujer… ¿No se cansará de gritonear tanto? Yo lo haría.”
Se incorporó en su cama lentamente con una de sus manos deteniéndose la frente. Al bajar de la cama se percató de un ligero ardor en la planta de su pie. Sintió como un escalofrío le recorría todo el cuerpo al recordar sus “alucinaciones” de la noche anterior, pero esos pensamientos salieron de su mente rápidamente cuando un nuevo grito de su madre se escuchaba afuera de su alcoba.
“Como molesta. Ya le dije que no tiene por qué esperarme para desayunar. Bien puede dormirse otro rato, ¡Vamos! Son como las 6:00 am. Yo me dormiría otro rato si no tuviese que ir a la escuela.”
Cuando Eavan llegó al comedor, su madre terminaba de recoger la mesa, dejando únicamente el desayuno de él. Luego de darle la orden de lavar sus trastes al terminar, ella desapareció por las oscuras escaleras que daban a las recámaras. Ciertamente, ese día no lo esperó. Tras un largo suspiro Eavan ingirió rápidamente su desayuno, lavó sus platos, tomó su mochila y salió por la entrada principal de la casa para finalmente llegar a su escuela y sentarse en la misma banca de todos los días a esperar porque a su profesor no se le hiciera tarde esa mañana.
“Tal vez soy un asco en clases, pero puedo apostar a que no soy más idiota que todas estas personas. Sus temas de conversación son una pérdida de tiempo. No son más que máquinas diseñadas para seguir órdenes. No importa a donde vea, siempre está el mismo tipo de gente. Las chicas tontas que únicamente se interesan en verse bonitas. Los chicos que tienen la mente llena de sexo. Los adultos aburridos, con sueños rotos que no lograron aspirar a nada y terminan dando clases en un apestoso lugar como éste.”
El día transcurría lenta, muy lentamente. La hora del descanso llegó y Eavan aprovecho para ir al sanitario. En el pasillo se encontraba con varias personas a las que intentaba ignorar, pero éstas insistían en acercarse para saludarlo o preguntarle cosas. Eavan simplemente respondía tajante o regresaba los saludos con una falsa sonrisa cuyo significado simplemente era: “ya te sonreí, no molestes”.
Llegó al sanitario y se inclinó sobre el lavamanos para refrescar su rostro con un poco de agua. Sentía ese frío líquido resbalar por sus mejillas, inundar sus parpados y recorrer sus labios.
Al abrir los ojos, ese rostro sádico que creyó haber alucinado se encontraba frente a él nuevamente. Eavan se quedó helado.
“No puedo gritar… No puedo correr… Incluso respirar me parece complicado. ¿Qué es esto? No puede ser real. Anoche lo vi tan solo por in instante, pero ahora, aquí está, frente a mí. Él… o… esa cosa, tampoco se mueve, no dice nada, sin embargo sigue sonriendo… ¿Sonriéndome? Extiende sus brazos hacia mí y finalmente logro reaccionar”
Eavan dio torpemente algunos pasos hacia atrás, y cayó al frío suelo. Sus ojos no se despegaban de los de aquella figura demoniaca, que parecía salir del espejo y se arrastraba hacía él. Casi podía escuchar el crujir de sus huesos. Mientras más salía del espejo, aquella cosa, más se iba deformando. Sus ojos se hundían, sus mejillas sobresalían más, el cuello se le alargaba al igual que los brazos, parecía hacerse más pálido y huesudo, pero solo una cosa no cambiaba: Aquella sonrisa burlona, traviesa y sádica permanecía fija en ese blanco rostro, y se aproximaba lentamente hacia él.
Eavan retrocedió lo más que pudo hasta que su espalda chocó contra los blancos azulejos de la pared. Su deforme copia seguía avanzando. Sin prisa. Casi como si disfrutara del rostro de terror que Eavan proyectaba.
“¿Qué va a hacerme? Sus manos se colocan a mis costados… Su rostro se me acerca. No puedo dejar de ver como lo que parece ser su lengua comienza a salir… Larga, como todo él, de un color enfermizo, como purpura. Me tiembla todo el cuerpo. ¿Qué debo hacer? Tengo miedo… Tengo miedo… Su lengua me toca. Es fría y muy húmeda. Siento asco. Comienza a recorrer mi cuello y sube por mi mejilla…”
Eavan cerró los ojos dejando escapar un enorme grito. Alguien llamó a la puerta del baño en ese momento. Al no recibir respuesta, aquella persona entró.
- ¿Eavan? ¿Qué haces ahí tirado? – Era Jaden, uno de sus compañeros, al que consideraba el menos idiota de los de su clase.
- ... – No respondió. Aún tenía los ojos fuertemente cerrados y con ambas manos cubría su cabeza.
- Ven, vamos a clases. – Lo ayudo a ponerse de pie. Cuando Eavan finalmente abrió los ojos, Jaden se dio cuenta de que sus ojos se veían cristalinos, como si hubiese estado llorando. Sabía que probablemente no se enteraría del porqué, pues Eavan era bastante reservado.
“No importa lo que digan… Sé que no fue un sueño. Fue real. Yo lo sé.”