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Una puerta separa nuestros corazones por saga_pau3

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Notas del capitulo:

No se qué decir la verdad, empecé este fic hace tres años O_O y el tiempo ha pasado y pasado y se me olvidó por completo. Hace unos días encontré, cosas del destino, el archivo donde tenía empezado el segundo capítulo y tomé la decisión de terminarlo porque aquí lo que una empieza tiene que acabarlo.

No me enrrollo más, espero que os guste el segundo cap. 

 

[FLASHBACK]

Otra vez le miraba desde arriba, con superioridad. Lo era, era infinitamente superior. Aun reconociendo eso, no le iba a permitir aquella mirada. Se levantó en cuanto su rival le dio la espalda. “Grave error”, pensó volviéndole a subestimar. Por mucho que sus ataques fuesen firmes y fuertes, siempre se los esquivaba. Esta vez, no fue la excepción. Le rozó la camisa, agarró su muñeca  y lo tumbó de nuevo.

- Arg…

- Roronoa, ¿no sabe cuándo rendirse o es que desea acabar mal?

- Jamás daré una batalla por perdida hasta que no vea mi rival en el suelo.

- Pues hemos terminado por hoy.

- ¡No! Hay que seguir.

- Por mucho que sigamos, no logrará mejorar.

- Pero…

- Descanse.

- Me iré al gimnasio entonces.

- Cabezota como él solo. Se perderá, venga conmigo.

- ¿A dónde?

Sin ánimo de responder, se introdujo en el castillo. Zoro suspiró, recogió sus katanas y entró tras el shichibukai. A pesar de lo mal orientado que estaba el peliverde, supo que dejaron atrás la puerta que llevaba al gimnasio. En cambio, se quedó anonadado al entrar a una sala que jamás había pisado, en seguida se dio cuenta porqué. Era una biblioteca inmensa. Llena de estanterías repletas de libros de todos los tamaños. No sabía que hacían los dos allí pero como le obligara a leer algo…

- Esto se llama biblioteca y lo que hay en una biblioteca son libros. Los libros son, para que lo entienda, muchas hojas juntas con miles de palabras escritas que narran o explican cosas.

- ¡No soy gilipollas!- le gritó con dientes de sierra.

- Bien. Una vez aclarado el primer concepto… el segundo aún está por averiguar…

- ¿Qué has dicho?

- Nada- le había oído perfectamente.

- ¿Qué hacemos aquí?

- Tengo que enseñarle unas cuantas nociones.  

- ¿Y está en los libros? Se supone que soy un espadachín, no me hace falta leer, solo tengo que entrenar duro para mejorar.

- Siéntese.

- No.

- Pues puede ir recogiendo sus cosas, no pienso entrenarle.

Mihawk se cruzó de brazos y cerró los ojos. Zoro se quedó mirándole un buen rato esperando a que el mayor esbozara una sonrisa dando a entender que estaba de broma, una muy buena por cierto. Pero seamos realistas, el pelinegro no le hacía gracia ni las cejas del cocinero idiota, ¿había algo más gracioso que eso? No, pues entonces Mihawk jamás se reiría por nada. El mugiwara esperó un rato más intensificando la mirada, la última esperanza en obtener su salvación de las garras del conocimiento literario estaba cada vez más lejos. Finalmente soltó un suspiro, quería irse de allí pero algo le decía que disgustaría a su maestro si lo hiciese.

- Además, no tengo ni idea dónde demonios está la maldita salida.

Mihawk, satisfecho con la decisión de su aprendiz, chasqueó los dedos haciendo que el libro se abriera por la página que deseaba. Zoro botó en la silla tras la mágica acción. Al principio empezó en una posición lejana a la mesa, reclinado hacia atrás casi tumbado en el asiento mostrando desinterés. Poco a poco, y sin que se percatara, fue enderezándose, hasta el punto de acercar la silla para poder observar las ilustraciones que le enseñaban las páginas. La lección iba sobre espadas, justo lo que más le interesaba en el universo. Mihawk iba explicando los diferentes tipos de las armas de filo y sus respectivas características, haciendo hincapié en los materiales que las componían. Si quería ser el mejor espadachín del mundo, tenía que estar al tanto de los puntos fuertes y débiles de todas las que tendría que derrotar para obtener el ansiado título.

Al estar en el centro de la enorme sala, las ventanas no les podían mostrar el paso del tiempo, el sol se había escondido hacía unos minutos y el exterior estaba oscuro, Zoro había pasado prácticamente toda la tarde en la biblioteca. Robin estaría orgullosa. El peliverde hizo crujir los huesos de la espalda al estirarse y con ánimo de seguir con la lectura, fue a inclinarse de nuevo hacia la mesa pero el mayor decidió acabar la lección por hoy. Iba a recriminarle la decisión tomada cuando las tripas le rugieron en medio de un completo silencio. Zoro, algo avergonzado, miró de reojo a su mentor llevándose una sorpresa. Juraría, por un escaso segundo, haber distinguido un pequeño tirón en la comisura del labio del pelinegro.

- Se está riendo de mí.

Ahora sí, muerto de la vergüenza y con un leve color carmín subiéndole por las mejillas, se levantó rápidamente del asiento dispuesto a largarse hacia la cocina o cualquier lugar la verdad, con suerte se encontraba con la pelirrosa por el camino y le guiaba. No tuvo en cuenta que se había pasado unas cuatro horas sentado sin usar las piernas y estas se le habían dormido. Sus rodillas temblaron y el cuerpo perdió su apoyo. El ridículo que iba a hacer cayéndose de esa manera tan torpe era ya lo más hondo que podía caer por hoy, ¿verdad? A escasos centímetros de precipitarse contra la estantería más cercana y llevarse un golpe considerable en la nuca, sintió unos brazos rodeando su cintura y deteniendo su caída de una forma elegante.

- ¿Se encuentra bien?

- P-por supuesto… ni que fuera de porcelana.

- No me podría perdonar que se lesionara por un accidente tonto.

Su voz era grave y masculina. Sonaba siempre sosegada, dando la sensación de que todo le daba igual y que jamás le haría falta alzar el tono para intimidar a sus enemigos. Zoro había descubierto que el pelinegro era peligroso hasta en los pequeños aspectos de su ser. Aquella voz penetraba en sus oídos y dejaba los pensamientos quietos, la mente helada por unos segundos y el cuerpo completamente adormilado. Además desde que se había quitado el sombrero dejando su cabello al descubierto, había tomado el aspecto de un elegante halcón convertido en el hombre que explotaba su atractivo apenas sin darse cuenta.

Perona no era una mujer capaz de pasar desapercibido aquel carácter y presencia seductora del mejor espadachín del mundo pero, la situación era la que era y no dudó en hacerle un favor al peliverde. Simplemente por diversión. Les vio entrar a la biblioteca pero no les hizo caso, fue cuando le entró hambre que decidió ir a la búsqueda del dueño del castillo. Mandó a sus fantasmas a buscarlos y uno de ellos le informó de que seguían en el mundo literario. Extrañada, fue volando hacia allí. Entró con cautela, quería pillarles haciendo lo que fuera que estuviesen haciendo. Ella se situó al otro lado de una estantería y, casualidades de la vida, el maestro y el aprendiz estaban en una mesa del pasillo contiguo. Cuando se estaba empezando a aburrir de que no ocurriera nada interesante, fue testigo del tropiezo del menor y el agarre sugerente del otro. Se elevó hacia lo alto de la estantería y como si no fuera con ella la cosa, empujó delicadamente un libro haciendo que este se precipitara hacia el otro lado donde se encontraban sus compañeros de casa.

Zoro fue el único que lo vio venir pero no pudo hacer nada al respecto ya que su cuerpo seguía en trance a causa de la mirada aurea. Una risa aguda se pudo escuchar antes de que la Biblia de tapa dura impactara en la nuca del pelinegro y su rosto comenzara a descender peligrosamente. Pasó, definitivamente pasó. Sus labios hicieron contacto y Zoro, recibiendo la calidez inesperada del mayor, solo pudo pensar una cosa.

- Juro por el tesoro de Gold D. Roger que algún día de estos la mato.

[FIN DEL FLASHBACK]

 

Un golpe fuerte le saca del sueño, o más bien pesadilla (una de las muchas) que vivió en los dos años que se pasó bajo las órdenes del hombre que sustenta el título de mejor espadachín del mundo. Mira al suelo de madera y ve una de sus tres katanas tiradas en el suelo. Después de recogerla, levanta la mirada para recordar que la noche anterior se había quedado dormido frente a una puerta, la Puerta. Han pasado los días y el paciente sigue en la enfermería. Chopper entra y sale de vez en cuando para verificar que está estable. Sí, sigue inconsciente, pero según ha comentado el médico es porque su cuerpo lo necesita. Al parecer su organismo está muy cansado y se mantiene en bajo rendimiento para recuperarse. Realiza un par de estiramientos laterales para intentar paliar el dolor de espalda, pero algo le cubre. Es una manta, pero él no recuerda habérsela traído consigo. Zoro solamente se mueve del pasillo para comer, hacer sus turnos de vigilancia e ir al baño. Nadie le impide entrar a la enfermería, bueno… Mihawk.

Sanji está recogiendo los platos sucios que Chopper colecciona en la enfermería siempre que tiene trabajo. No se lo puede echar en cara, el renito es como un hermano pequeño para él y sabe que se toma muy en serio su labor como médico. Levanta la mirada del escritorio del susodicho al escuchar un grito agudo proveniente de la cubierta. Mira a través de la ventana para descubrir que el capitán alocado y Usopp han enganchado sin querer a Chopper con la caña de pescar. El chico de goma es el único que se ríe a carcajadas, el reno parece un peluche enojado que ha sido capturado con el gancho en la máquina. Sanji niega con la cabeza con una sonrisa efímera en su rostro, la verdad es que no se puede quejar de la familia que tiene, está feliz de que en su día Luffy le hubiese escogido entre todos los cocineros que hay en el mundo.

Termina de colocar los platos en la bandeja y da media vuelta con la intención de volver a la cocina, dentro de poco tendrá que lidiar con una bestia hambrienta. No da ni dos pasos cuando se queda clavado en el sitio, una mirada aurea le analiza de arriba abajo. Es una tontería pero la sensación es perturbadora, siente presión sobre sus hombros, como si la gravedad hubiese aumentado. Mihawk observa al rubio trajeado con cierta desconfianza. Es uno de los mugiwara, el cocinero del Baratie para ser más exactos. Aquel hombre que tanta gracia le hace a Roronoa, el de la ceja rizada. Sanji Vinsmoke.

- ¿Dónde estoy?

- Estás, que es lo importante- Sanji golpea con los nudillos las paredes de madera de la enfermería-. Te encuentras en el Thousand Sunny, barco de la tripulación de los sombrero de paja.

- Mnm…

- Bienvenido a bordo. 

Notas finales:

Hasta aquí :) Si eres nuevo bienvenido y si empezaste a leer este fic a principios del siglo XVI, gracias por continuar. Espero que la espera haya valido la pena. 

 

Un saludo y nos leemos!!! (más pronto que tarde, jeje...)


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