El resto del fin de semana fue más que normal pero mi cabeza solo pensaba en Valentín, ese niño de nueve años que tenía una estatura promedio para su edad, poseía un rubio cabello con mechas castañas muy hermoso, ojos color chocolate, piel suave y delicada, una nariz perfecta, un par de labios colorados y de una forma y tamaño demasiado idealizada. Su voz era angelical, poseía una actitud de rebeldía y quería demostrar fortaleza todo el tiempo pero en el fondo no dejaba de ser un ser inocente, bastante inteligente por sus casi 10 años. Era simpático dependiendo la persona y en el colegio era un alumno más. Muy amigo de sus amigos, siempre fue una persona muy generosa. ¿Desde cuando había sentido esa atracción tan fuerte hacia él? Difícil de decir, al principio, nunca lo había visto con atención debido a que es radicalmente diferente a su hermano, mi compañero de curso el cual era morocho, ojos verdes y bastante petiso. La primera vez que sentí cosas hacia él fue una vez que la madre de Federico y Valentín me llevo a mi casa debido a que yo había ido a la casa de el a pasar la tarde andando en bicicleta. Casualmente lo tenía que llevar a Valentín a su clase natación por lo tanto íbamos ambos sentados en la sección trasera de esa enorme y lujosa camioneta. Desde el minuto en que me senté y luego el me acompaño muy al lado mío, no podía dejar de verlo, admirarlo, envidiarlo por su belleza nata, su personalidad tan madura pero a la vez tan inocente y un sentimiento de incomodidad crecía cada vez que el me miraba de reojo. Mi corazón latía fuertemente y el rubor de mis mejillas eran más que evidentes, por suerte, la madre venía hablando tanto que prácticamente no noto mis nervios tan profundos. ¿Qué me pasa? ¿Cómo puedo reaccionar así? ¡Solo es un niño! Eran algunos de los tantos pensamientos que circularon en mi mente durante los quince minutos de estadía en la camioneta. Y así cada vez que estábamos juntos era la forma en que yo me sentía. ¿Que pensara el de mí? Era una interrogante siempre presente en mis pensamientos. Físicamente, soy un chico de 14 años, alto y flaco. Tengo unos bellos ojos verdes, un pelo de color negro brilloso y una piel pálida. No soy demasiado bello físicamente pero tampoco soy el vómito de un monstruo, soy un adolescente normal que me encanta pasar tiempo con mis amigos, jugando a diversos videojuegos. Tengo excentricismos como cualquier persona, por ejemplo, mi pasión por el manga, mi adoración por la historia, mi amor por la literatura y el cine clásico, mi enamoramiento del rock. Valentín es la primera persona de la cual me enamoro. De niño era muy enamoradizo y siempre me gustaban distintas compañeras pero cuando entre en la adolescencia no sufrí la típica revolución sexual que sufren los adolescentes, en cambio, hasta ahora, no he sufrido grandes cambios físicos en mi cuerpo y, por suerte, no tengo los vicios de ingerir sustancias toxicas, beber alcohol, reírse todo el tiempo y sufrir un renacer sexual muy importantes (ejes que algunos adolescentes sufren en la pubertad), en cambio, siempre fui muy tranquilo, muy compinche de mis amigos y la primera persona que en verdad me ha hecho sentir en la nubes a nivel físico psicológico fue Valentín, ese chico de casi diez años que me estaba volviendo loco.
El lunes fui con miedo al colegio, no sabía lo que Valen le pudo haber dicho a su hermano con respecto a mí. Cuando me lo encontré a Federico no lo vi ni enojado ni nada por el estilo, en cambio, estaba demasiado de buen humor por ser lunes a la mañana. No sabía cómo encarar el tema pero tome ánimo y le dije:
-Y Fede, ¿Ya aclaraste mi asuntito con Valen?- Lo dije en tono irónico, pero no ofensivo.
-Sisi, boludo. ¡No te podes poner así si te pregunta de quién gustas! Tampoco es que se lo va a andar diciendo a todo el mundo, el pendejo por más que sea chico tiene muchos códigos. No pasa nada, yo exagere mucho- Mientras lo decía, reía y yo quedé perplejo: el chico le había mentido, le puso una excusa para ¿no hacerme quedar mal? Si era así, sin lugar a dudas había algo muy raro que giraba entorno a Valentín, yo estaba desesperado por saber el porqué de su mentira, por un momento quise ir corriendo, ir a buscarlo y preguntarle tantas cosas pero no me atrevía. Tenía mucha ilusión, durante toda esa semana estaba completamente seguro de que el también sentía atracción hacia mí, pero luego durante el fin de semana posterior me di cuenta de que durante esa semana el chico me había saludado cortes y amablemente, como hacia siempre y no note nada raro con respecto a el para conmigo. Luego me di cuenta de que el no sentía nada, que yo tenía una ilusión irrisoria, falsa, que había salido de esa gran especulación del porque le había mentido. Un sentimiento de angustia se gestó en mí durante ese fin de semana donde no me junte con nadie. Mi evolución para con él durante esa semana había mejorado muchísimo. ¡Bah! Eso es lo que pensaba yo, ya que él seguía tratándome siempre de la misma manera. Era solo yo el que pensaba que Valentín sentía cosas hacia mí por lo que me di cuenta de que no hubo ninguna evolución, ni tenía que tratar de buscarla. Si el asunto iba mejorando, iba a ser por voluntades de ambos, no por una falsa ilusión mía. Llegar a esa conclusión un domingo por la noche tras tres días de meditación y reflexión exhaustiva fue muy cansador, desalentador y me genero una tristeza muy grande mientras me reprochaba a mí mismo: Vos también sos más tonto que un mono sin cerebro, Santino. El chico te cubrió en una situación incómoda para no hacerte quedar mal y vos ya pensas que es porque está enamorado de vos. Mi mente tenía toda la razón y me dormí pensando y tomando la drástica decisión de no seguir empeñado con él, con mirarlo, admirarlo y ¿amarlo? Debía tirar la toalla, porque en el fondo mi mente me decía que la situación no iba a mejorar pero mi corazón no se conformaba. Internamente había una tremenda lucha entre mi corazón y mi mente. Mi mente era abanderada de dejar todo atrás, tirar la toalla, volver a la realidad pero mi corazón me alentaba a seguir luchando por mis ideales e intentar no seguir sufriendo de la forma en que lo hacía. Mientras mi corazón y mi mente tenían una feroz guerra interior, yo me quedé dormido esperando algún momento despertarme con todo el asunto resuelto. ¡Vaya idiotez la mía!