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Del caos al orden por FanFiker_FanFinal

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Notas del capitulo:

Notas de autor: No me extenderé mucho porque veo que lo lee poca gente, pero muchas gracias a los que comentáis. Harry y Draco empiezan a pasarlo mal desde ya.

 


Episodio 2: La desagradable noticia

Draco Malfoy miró el reloj de la salita por última vez. No le daría tiempo a terminar el dichoso informe y llegar a la cita con Pansy. La joven le había enviado una lechuza citándolo en Madame Pudipié en Hogsmeade. Draco esperó que fuese importante, porque tenía muchísimo trabajo.

Llovía cuando salió. Rápidamente se apareció en las calles animadas de la zona y se dirigió con pasos rápidos hacia el local. Pansy ya estaba allí, visiblemente nerviosa, mirando a uno y otro lado, con un té negro en la mesa.

—Creí que no vendrías, capullo —se levantó a besarle en la mejilla.

—Tengo mucho que hacer, te lo dije, Pansy —dejó sobre la silla su carísimo abrigo de diseño y se acomodó los pantalones para sentarse. El camarero le tomó nota y cuando tuvo un vino de saúco sobre la mesa, miró de nuevo a su amiga—. Tú dirás.

—Ay, Draco, tengo una maravillosa noticia —le cogió de las manos como si quisiera bailar con él; el brillo en sus ojos parecía iluminar toda la estancia. Hasta su rostro de duras facciones estaba más suave de lo habitual—. Estoy enamorada.

—Joder, Pansy. Cómo te gusta hacer teatro. He dejado un montón de informes sin rellenar porque me dijiste que…

—Es importante, Draco —ella frunció el ceño, fastidiada—. Él es importante. Yo… voy en serio.

Draco la dejó explayarse. Bien, Pansy se enamoraba muy a menudo, pero en dos semanas se le pasaba la tontería; no sabía por qué demonios no le cuadraba nadie para una relación seria; claro que, Draco adivinaba que las intenciones de ella no eran precisamente casarse y formar una familia; salía y se divertía.

—¿Cuán serio?

La joven, ataviada con una blusa beige que dejaba ver el moderado volumen de sus senos, bajó la cabeza y se sonrojó. Draco se asustó.

—Quiero casarme con él.

Ahora sí. La boca del rubio se abrió como un buzón, aparentemente tratando de discernir si había oído bien; como Pansy no respondiera y sonriera ligeramente, aún con ese rubor en la cara, Draco concluyó que no era una broma. Pansy no hacía bromas de todos modos con el tema "matrimonio", así que su estupefacción quedó justificada.

—¿Casarte? Dime, Pansy, ¿te has tomado algo?

—Solo un té.

—¿Ni drogas, ni pastillitas raras?

—¡Draco! Tómame en serio, por favor. Te he citado para contarte algo importante. Esto es importante, ¿verdad? Quiero casarme. Quiero que seas mi padrino.

El rubio cerró los ojos, trató de serenarse y respiró profundamente.

—Bueno, ¿y cuándo?

—Queremos que sea en octubre. Dentro de cuatro meses.

Draco abrió los ojos, estupefacto. ¿Tan pronto? ¿Y juraba no haber tomado drogas?

—¿Cuatro meses? No estarás embarazada…

Pansy hizo un ademán para levantarse; al parecer, se había ofendido. Draco jamás la había visto así. La retuvo con el brazo, se volvió a sentar y la joven le expuso una cara de furia.

—No estoy embarazada, aunque sí he probado la mercancía. Y me lo quedo. Lo quiero para mí. Todo. Me lo pido.

Draco levantó la ceja al más puro estilo Malfoy y entonces entendió.

—Ya. Sí tiene que ser bueno en la cama si quieres repetir.

—No es solo eso, es... —Pansy elevó la mirada, soñadora, y luego frunció el ceño—. Es impresionante. Parece bruto e ignorante, pero es un animal en la cama. No parece cansarse, como, ya sabes, los señoritos de alta alcurnia, acostumbrados a echar un polvo y ya está.

—No voy a darme por aludido porque nunca me has probado —dijo Draco echando otro trago—. ¿Un tío que te sigue el ritmo? Merece todo mi respeto —Draco ahora sí parecía interesado. Al fin y al cabo, uno nunca salía del trabajo para recibir estas noticias bomba—, espero que me lo presentes pronto.

Entonces, Pansy esbozó una sonrisa eterna. Los ojos le brillaron, abrió la boca y despacio, reclamó:

—Claro. El sábado, en mi casa.

Draco no había dormido. La muy perra de Pansy quería mantener en secreto la identidad de su prometido, y eso le escamaba. No podía ser Blaise, porque el capullo no sabía guardar secretos y ya se le hubiera escapado; además, Draco tenía constancia de su relación con una modelo italiana, también bruja, que había conocido al visitar su tierra natal hace unos meses. Theodore Nott tampoco podía ser, porque él la consideraba bastante frívola, incapaz de llegar a sus estímulos intelectuales... y a sus amigos casados, Greg Goyle y Audrey Pucey, los dejaba fuera de la lista. Debía ser alguien fuera del círculo slytherin, seguro. Además, Pansy había puesto una cara como si fuese a dar un bombazo. Por su cabeza comenzaron a aparecer compañeros de Hogwarts que no le daban ninguna importancia a la pureza de la sangre, y se puso malo. Decidió terminar esos malditos informes y preocuparse en pensar en otras cosas, porque el asunto parecía turbio, muy turbio.

Harry Potter avisó a Kreacher de que no volvería a cenar porque esa noche tenía planes con Ron, y el elfo doméstico le había hecho una reverencia y había subido enseguida a la habitación de Regulus Black a ordenar sus cosas. El moreno se miró en el espejo por décima vez; Ron había insistido en que se pusiera sus mejores galas para conocer a su prometida. Suspiró. La noticia le había dejado algo sorprendido, pero aún más el que quisiera mantener su identidad en secreto, cuando, él sabía, se trataba de esa bruja amiga de las Patil que llevaron a la fiesta. Ron estuvo mucho tiempo con ella y sabía que se habían visto después. No entendía el secretismo, pero se haría el despistado. Y así, enfundado en una túnica de mago grisácea de tergal, se apareció frente a La Madriguera. Molly Weasley le hizo pasar y tras saludar también a Arthur y a Bill y Fleur, viajaron a través de red flu. La casa de destino parecía antigua y con adornos del siglo pasado; los candelabros se veían en las paredes, apagados, y una enorme alfombra vestía la estancia. Ron parecía conocer bien el sitio, porque lo guió hasta un cuartito cerrado. Antes de entrar, se giró hacia él.

—Harry. Ella está tras esa puerta. Por favor, sé amable, no quiero que haya malos rollos.

—Si me dijeras quién es, Ron, quizá nos evitaríamos esto —avisó Harry, cuyo corazón empezaba a latir violentamente.

—Eso sonó a amenaza, amigo. Sabes que eres importante para mí, pero aunque te niegues, yo seguiré saliendo con ella —Harry abrió los ojos, sorprendido. ¿Quién podría desatar en él tremendo rechazo, si después de la guerra hasta saludaba a los hijos de los mortífagos en el Ministerio?

—Bueno, Ron, deja el misterio y abre de una vez o lo haré yo —Harry fue a posar la mano sobre el pomo, abrió y se quedó estupefacto ante la visión. O él estaba soñando, o todo esto era una terrible broma; una cruel, astuta y horrible broma.

§§§§

Pansy sonrió al hombre que, vestido elegantemente ante ella, la miró con una cara muy seria.

—¿El atuendo es de tu gusto? —preguntó el rubio, y la chica paseó sus ojos apreciativamente por la figura ataviada con túnica color champán.

—Nunca cuestioné tu buen gusto al vestir. Si eres bueno en algo, es con la etiqueta; algo que mi futuro marido no comparte, pero no importa. Yo le enseñaré. Aprenderá del mejor: por eso quiero que vayas a elegir las ropas por él, Draco.

—Ni siquiera conozco al tipo y ya me estás dando encargos —suspiró Draco sentándose despacio sobre el sofá pegado a la pared. Luego consultó el reloj de la estancia—. Una cosa sí sé, Pansy, y es su falta de puntualidad.

La chica se había sentado junto a él, envuelta en un vestido vaporoso color negro. Si bien a Pansy nunca le habían quedado demasiado bien los vestidos muy femeninos, ese era sin duda, todo un acierto; disimulaba su figura recta y la hacía más sobria.

—No empieces, Draco. Dale tregua. Tenía que recoger a su amigo, que será su padrino en la boda. Por favor, Draco, no montes ningún escándalo.

El rubio se removió nervioso en el asiento. Se frotó las manos, algo temeroso.

—Por Merlín, Pansy, espero que no sea ningún estúpido gryffindor que te haya comido el seso —como Pansy sonriera misteriosamente, Draco se puso aún más nervioso. Diez minutos largos de conversación con la chica no le ayudaron a calmarse. Cuando, por fin, se escuchó la red flu y unos pasos y a continuación se abrió la puerta, Draco estuvo a punto de desmayarse, porque... que le comiera vivo un hipogrifo si el que sujetaba el pomo con absoluta incredulidad no era Harry El Elegido Potter.

Cuando Harry abrió la puerta lo último que esperaba era encontrarse su propio gesto reflejado en el de ese hombre rubio tan apuesto, que no era otro que su némesis del colegio, mirándolo con absoluta sorpresa y... ¿temor? Una joven morena con el cabello liso sobre los hombros lo miraba con una sonrisa. Se volvió hacia Ron como esperando a que se hubieran equivocado en su viaje por la red flu, pero el chico lo empujó despacio.

—Adelante, chicos, pasad —la voz de Pansy Parkinson los sacó del estupor. Harry abrió la boca para decir algo, pero fue interrumpido por una ceremonial presentación—. Harry, Draco... os presento a mi prometido, Ron Weasley.

Inmediatamente, ambos se acercaron y entrelazaron las manos. Draco, aún sentado, se tapó la cara con las manos, no se sabe si por vergüenza o porque la luz se le antojó insoportable; Harry, de pie ante todos, no lograba articular palabra. Sus ojos solo registraban las manos de Ron acariciando el hombro de Parkinson; los ojos de Parkinson comiéndose a su amigo de una forma que debía ser pecado. De repente tuvo envidia de Draco Malfoy; él estaba sentado, en un precario estado, pero al menos, sujeto por un mueble; a él le temblaban las piernas y sus neuronas no hacían conexión con el cerebro; lo que debían llamar un estado de shock.

—Vaya —comentó Pansy, aún agarrada a Ron—, no esperaba este silencio enervante; sí había imaginado gritos y maldiciones, pero no este silencio.

Ron no se pronunció; Harry, frente a él, lo miraba sin verlo, y eso no era bueno, no. La última vez que había estado en tal situación, los dejó a él y a Hermione para dirigirse al Bosque Prohibido a que Voldemort le diera muerte.

—Harry. Por favor, di algo —suplicó Ron, dando un paso hacia él, pero no fue Harry quien se pronunció entonces.

—Pansy, estás loca... por Salazar... has perdido todas tus neuronas... un gryffindor ya era bastante malo... pero un Weasley...

—Te agradeceré que no dirijas insultos hacia mi persona —saltó Ron, y la chica se le adelantó, poniendo la mano sobre el hombro de él, llamándolo "cariño", como una pareja de verdad.

—No lo hará, amor —y su cara se tornó malvada—, sé cómo sacarle la vergüenza, ¿verdad, Draco?

Pero Ron ya no la escuchaba: miraba a Harry, quien parecía volver de ese lugar lejano donde se hubiera quedado su alma; apretaba los puños, y su rostro parecía perder toda la amabilidad y comprensión siempre presentes.

—Ron, dime que esto es una broma.

—No lo es, Potter —respondió Pansy algo malhumorada—. Ron y yo estamos enamorados y queremos casarnos.

—Es verdad, tío. Todo ocurrió en la fiesta de San Valentín. Después, coincidimos otras veces y cuando quisimos darnos cuenta, nos gustábamos de verdad. No entiendo por qué no lo aceptas.

Pansy alzó sus brazos para pasarlos alrededor de su cuello y lo besó en los labios.

—¿Esto te parece una broma?

Draco Malfoy se había levantado y estaba a pocos metros de Harry. Los miró con repulsión.

—Arráncame los ojos.

—Con mucho gusto —respondió Harry sacando su varita, pero un conjuro muy rápido los dejó a él y a Draco sin varitas.

—¿A qué viene este ataque gratuito? —se quejó Draco dirigiéndose a Pansy para recuperarla.

—No es un ataque, Draco. Os las devolveremos cuando estéis calmados.

El rubio se volvió, enfurecido. Se sacó la túnica con rabia contenida, y la arrojó al sofá, quedándose con una camisa muy fina y pantalones igual de elegantes.

—¿Por esto me has hecho vestirme? ¡Si hubiera sabido quién era tu jodido calienta camas, me habría puesto los harapos de mi abuelo, veinte veces más elegantes que esa mierda que lleva Weasley!

Harry lo miró con furia. Draco Malfoy estaba insultando a su compañero, a su amigo durante años, sin su consentimiento. Y lo gracioso, por una vez, es que le comprendió. De hecho, los insultos le quemaban en la garganta: él también quiso hacerlo.

—¿Qué le has hecho, arpía? ¿Qué poción le has dado? ¿Este imbécil te ayudó a prepararla? —rugió Harry mirando a Draco como si fuera el culpable.

—¿Quién es el imbécil aquí, Potter? ¿Esto significa que tendremos que vernos las caras todos los días? Pansy, te odio. Me voy a casa —sin esperar palabra, Draco agarró su túnica y marchó a paso rápido hasta la red flu. Pansy, preocupada, abrió la boca para decir algo, y es que en su mano yacía la varita de Draco, olvidada. Draco jamás iba sin su varita a ninguna parte. Salió corriendo para tratar de alcanzarlo, mientras Ron quedaba frente a Harry, dolido.

—Compañero, perdóname, sé que debí decírtelo, mira, pero estuve saliendo con varias chicas y entonces ella me pareció diferente, congeniamos y...

Harry apretó los puños por enésima vez. La rabia aún fluía por su cuerpo.

—¿Con Pansy? ¿Precisamente tú, Ron? ¿Qué ha pasado con el odio que tenías a los slytherin? ¡Intentó entregarme a Voldemort, joder! ¿Es que se te ha olvidado?

—¡Maldita sea, Harry! Las cosas han cambiado; tú mismo decías siempre que no querías que los hijos de mortífagos tuvieran que perder nada más.

—¡Obviamente es muy diferente que mi mejor amigo se asocie con uno de ellos! Vas a compartir tu vida con una slytherin, alguien cuyo odio hacia tu familia y la mía era enfermizo, ¿cómo puedes confiar en alguien así? ¿No tienes la impresión de que te quiera por el interés, Ron? Joder, ¡piensa un poco!

Ambas miradas chocaron, apremiantes, exigentes, dolidas.

—¿Y qué crees que pueda interesarle de mí, Harry? ¿Mi dinero? ¿Ese que no tengo? ¿Por qué Pansy podría asociarse con un Weasley, si no tiene absolutamente ningún interés en nosotros? ¿Quién tiene que pensar aquí, Harry? Ten, tu varita, márchate.

§§§§

En la Oficina de Aurores la tensión era palpable entre Ron Weasley y Harry Potter; ya no salían juntos a desayunar, ni tampoco se enviaban pajaritas de papel, y ahora Harry, con su recién estrenado despacho, parecía más solitario que de costumbre, como si hubiera querido alejarse de lo que le rodeaba; y es que aún no podía creerlo. Todavía se reproducían esas palabras de Ron en su mente, esas que lo instaban a pensar con lógica, a reconocer una atracción desinteresada, un amor naciente que parecía envolver a la pareja. Y le dolía, porque si la ausencia en la oficina era insoportable, los fines de semana en Grimmauld Place juntos ya no existían; Harry sabía que ahora Ron pasaba tiempo con Hermione, quien, al parecer, no le había montado una escenita al enterarse, y quien se había atrevido incluso a enviarle una lechuza para ofrecerle una charla con sentido común. ¡A la mierda! ¿Quién quería sentido común? No era sano: Pansy Parkinson era una arpía conocida por todos, retorcida y conflictiva. Ron era noble, algo torpe y muy leal a los suyos. De hecho, ese episodio le había granjeado un nuevo enemigo: Draco Malfoy. Bien, cierto es que nunca congeniaron, pero desde que trabajaban en el Ministerio llevaban un trato cordial, cuanto menos. Y de hecho, en la fiesta de San Valentín hasta estuvieron hablando sin querer vomitar. De repente, los encontronazos con Draco en el ascensor o en las chimeneas los dejaban con miradas de odio y acusaciones, como si hubiera sido el otro el artífice de tal decisión.

Tres días después, Harry recibió una lechuza. Era Ron, echándole en cara su comportamiento y lamentando el no haber recibido noticia alguna. Algo dolido y no obstante, comprensivo, le recordó que siempre serían amigos, pero que no quería basar su relación en una mentira; que si Harry no era capaz de aceptar a su futura esposa, entonces sería mejor dejar de verse. A Harry el ultimátum le sentó como un tiro. Eso y el hecho de que últimamente comía bien poco, gracias a las faltantes tarteras de mamá Weasley que Ron le traía en el pasado; mucha culpa tenía él, pues a veces se le olvidaba mandar a Kreacher a que le hiciera comida para el día siguiente, y su ánimo no pareció mejorar. Ese día en la oficina se encontró de nuevo con Malfoy en el ascensor, se cerró sin ninguna otra compañía y entonces, el rubio, además de mirarlo con odio, replicó:

—¿Cuánto tiempo llevas sin ver a Weasley? —Harry, sorprendido por el atrevimiento del otro y su evidente pregunta, miró hacia otro lado, esperando que el ascensor lo dejase pronto en su planta. Luego observó de nuevo a Draco, y reconoció esa mirada de angustia, de tensión... probablemente, sus ojos reflejaran la misma emoción.

—Tres semanas —y como si fueran ambos de alguna manera cómplices, añadió—. ¿Y tú a Pansy?

—La vi anteayer —ante la sorpresa de Harry, explicó—. No vamos a poder evitarlo. Van en serio. Me ha costado dos semanas aceptarlo.

Harry frunció el ceño. Bueno, si Malfoy lo aceptaba era su problema, él no quería saber nada; viviría en su burbuja feliz hasta que otro amigo de Hogwarts le diera una noticia mejor.

—Solo una cosa, Potter: Pansy quiere saber si vas a ser o no el padrino de la boda —oh, sí, maldita sea, esas bodas mágicas cuyos congéneres podían elegir llevar dos padrinos a sus bodas, o dos madrinas, porque los magos, obviamente, estaban mucho más adelantados que los muggles, siempre de ideas tan fijas y retrógradas—, para buscarse otra persona.

Y por primera vez, a Harry le ganó la curiosidad.

—¿Tú has aceptado?

—Después de varias amenazas y maldiciones, sí —respondió Draco—. Su felicidad está en juego.

Entonces, la voz femenina anunció la planta del Departamento de la Seguridad Mágica y todas sus divisiones y Harry se excusó. Apenas llegó a su puesto, comenzó a darle vueltas a lo escuchado. Draco Malfoy había aceptado la boda de su amiga Pansy la sangrepura con un traidor a la sangre. Definitivamente, ese año cambiarían muchas cosas.

Draco observó al gran auror Harry Potter salir del ascensor con una ceja levantada; quien esparciera esos rumores de que Harry Potter aceptaba a todos por igual, era un imbécil. Claro que para él no debería haber sido agradable saber que su amiguito, leal y tan gryffindor, hubiera caído por una slytherin. Después de dos semanas, Pansy se había personado en Malfoy Manor sin avisar y exigiéndole una conversación. No sacaron mucho en claro salvo decirse a la cara todo lo que pasaba por sus cabezas. Pansy gritó que los Weasley eran estupendos: que había conocido a Molly y preparaba unos platos riquísimos, y que la dejó entrar en casa sin cuestionar absolutamente nada a su hijo; que el gemelo vivo era muy ingenioso y pronto le daría descuentos en la tienda de El Callejón Diagón; que la chica, Ginevra, la miraba mal pero no necesitaban a ese miembro de la familia; que Arthur Weasley era amable y sincero, y ella valoraba eso en un suegro. Y le recordó que no eran mestizos, pues aparecían en el árbol genealógico de los Black como prueba de ello. Draco le gritó que a Callidora y Cedrella, las hijas de Arcturus, les faltaba medio cerebro, porque una se casó con un Weasley y otra con un Longbottom. Y así, Pansy, agotada de tanto gritar, lloró de impotencia y amenazó con irse de su vida. Draco estuvo dos días pensando, tratando de sentir empatía, consiguiéndolo solo a medias, pero claudicó. Finalmente, reconoció que nada era tan importante como ver feliz a Pansy.

Fue cuando se le ocurrió algo: estaban vendiendo la piel antes de cazarla, cuando quizá se cansaran el uno del otro antes de la boda. Porque por mucha intención que llevaran a la cama, las diferencias entre ambos eran incontables. Cuando Pansy llevase a Weasley a las fiestas de su familia, le faltarían motivos para echarlo de casa; cuando supiera que el otro ignoraba lo que era la inflación y los estudios de mercado y tuviera que condenarse a conversaciones banales; cuando el pobretón la llevara a los partidos de quidditch, deporte que Pansy no soportaba, se tiraría de la grada; cuando viera los horribles trajes que usaba, comprados con sus escasos galeones, lo miraría con desprecio, solo como Pansy sabía, y nadie se resistía a esas miradas, pues nadie volvía a ser amable con ella después.

Feliz de haber descubierto esto, se personó en su casa con una disculpa (solo las palabras justas, porque uno tiene orgullo) y le otorgó el permiso ávidamente buscado por ella. Pansy solo lo abrazó, le musitó un quedo "gracias" y propuso un almuerzo entre ellos tres para el día siguiente. Eso, sin embargo, fue más difícil de soportar: los modales de un Weasley a la mesa no debía sufrirlos cualquier aristócrata que se precie, ni aguantar sus chistes malos, ni sus estupideces. Y Draco recordó al idiota de Potter, sentado probablemente tomando un whisky de fuego en el sofá de su casa, servido por su elfo quejumbroso, ajeno a todo esto, despreocupado y feliz. Y se dijo que él, Draco Malfoy, no iba a aguantar eso solo: arrastraría, aunque fuera a patadas, al idiota de Potter para que lo sufriera con él.

Alguien había mandado dos memos explosivos y Harry los recibió, sin apenas mover un músculo de su cara. No iban dirigidos a él, pero su destinatario, Edmund Sigfred, no tendría tanta suerte si los llegaba a leer. El tipo era bastante dado a pasárselos a sus subordinados, y estos se echaban a temblar en cuanto esto ocurría, y perdían un día de papeleo entre su fallida concentración; y Harry debía revisar esos informes y reportar aquello que estuviera mal. Y tal como estaba la situación, prefería que le gritaran a la cara para no recordar. Ya era bastante duro tratar de evitar a un compañero de trabajo del que además era responsable y tenía que asignarle tareas; esos días atrás lo mandó como apoyo de varias divisiones, pero esa noche no tenía más remedio que rellenar papeleo, y Harry elevó la vista, cansado, cuando vio al otro entrar en su despacho, con cara de pocos amigos.

—Auror Potter —escupió el cargo como si fuese venenoso—, vengo a entregarle los informes de las misiones de las dos últimas semanas.

—Gracias, Ron —el moreno se levantó de la silla para tomarlos, pero el otro se las dejó sobre su mesa.

—Quería preguntarle si puedo marcharme hoy. He acabado el trabajo y he quedado con mi preciosa novia —Harry lo enfrentó; su amigo lo trataba de usted, y él lo odiaba, y ahora le estaba restregando en la cara que seguía saliendo con Pansy, contra todo pronóstico.

—Por favor, Ron. No seas así conmigo.

—Solo le trato como se merece, señor —dicho esto, Ron salió por la puerta rápidamente, cogió su maletín y se marchó, dejando al auror Potter solo en la espaciosa oficina que ahora era de su propiedad.

Harry volatilizó los memos, haciéndose buena cuenta de informar al día siguiente a Edmund, y tras agarrar con demasiada fuerza el maletín, buscó la red flu del Ministerio, casi desierto a esa hora de la tarde. Al coger el ascensor se encontró al conserje patrullando, William Dolz, un joven de veintiún años que siempre le hacía ojitos; el bastardo no paraba de coquetear, y Harry ya no sabía qué inventarse para rechazarlo. No es que fuera un gigoló, pero al confesar su orientación sexual, muchas personas cambiaron su trato hacia él en el Ministerio; algunas, se alejaron; otras, como Miley Johanson, lo trataban con furia, como si él tuviera la culpa de no poder corresponderlas; y otros, como este conserje, trataba de metérselo en la cama al precio que fuera. Harry lo ignoró completamente, a pesar de que no tenía excusa para no verlo, y se metió a toda prisa en el elevador. Cuando alcanzó las chimeneas se deslizó por una de ellas y en varios segundos se dejó caer en el sofá más próximo, ya por fin en Grimmauld Place. Apenas tuvo tiempo para dejar el maletín en el suelo y disfrutar de un descanso, cuando la chimenea comenzó a vibrar: alguien pedía comunicación. Cuando Harry dio su permiso, la rubia y peinada cabeza de Draco Malfoy apareció entre llamas verdes.

—Hola, Potter. Necesito hablar contigo, ¿puedo entrar?

Harry, escamado ante tanta educación y prisa, asintió. El rubio apareció vestido con una túnica ligera color negro y una camisa con dos iniciales bordadas en el pecho. El rubio, sin un rastro de hollín, miró a un lado y a otro e hizo un gesto de desagrado.

—Qué casa tan simple y lúgubre.

—Como el dueño —se mofó Harry, incorporándose del sofá, sin levantarse y con cierto aire rebelde—. Y supongo que la tuya es compleja y soberbia.

—Ni siquiera entra la luz, ¿seguro que no eres un vampiro? —ese imbécil de Malfoy... insistía en que lo dejara pasar para criticar su casa. Seguro que su padre era igual, mirando a todos por encima del hombro, como si no fueran dignos.

—Bueno, habla y date prisa, ya que no eres digno de estar aquí para poder volver a tu enorme mansión, que ilumina tanto que os deja la piel y el pelo blancos —Draco lo miró atónito y estalló en risas. Harry elevó la vista, confuso. Draco reía a carcajadas, y no parecía la risa sardónica mostrada siempre en su presencia.

—Bien, Potter, después de tu... conclusión nada acertada; te diré que los genes Malfoy son así porque vienen de la pureza de la sangre, pero entiendo que te sorprendas, al rodearte de otro tipo de... personas.

—Malfoy, empiezas muy mal tu visita —advirtió el otro—, habla y di qué quieres.

Draco Malfoy parecía realmente fuera de escena, tan elegante, sentado sobre su sillón viejo y quejumbroso, con esas piernas torneadas... con ese gesto de altivez y señorío, solo porque él había nacido en una familia "mejor". Kreacher apareció entonces en escena, arrastrando sus sucios pies, envuelto en un trapo verde botella de algodón, regalo de Hermione. A Harry le había costado horrores que lo aceptara, y tampoco podía decir que era suyo o significaría la libertad; no necesitaba al elfo desesperadamente, pero sabía cuánto cariño le tenía ese ser a las paredes desconchadas de la casa Black y sus antepasados. Simplemente, su amiga no quería verlo tan andrajoso.

—El amo ha vuelto a casa, bienvenido... Oh, no sabía que estuviera acompañado, amo. Y qué buena compañía, Kreacher se retira. ¿Necesita algo?

—No, gracias, Krea...

—Tráeme un vaso de vino de saúco de la reserva de los Black —habló Draco, y Harry lo miró, atónito—. Deberías agasajar mejor a tus invitados, Potter. Mi madre dice que las reservas de vino de los Black siempre han sido excelentes.

Kreacher ni siquiera miró a Harry en busca de aprobación, para él seguía siendo un honor poder servir a sangrepuras decentes, bajó hacia la bodega de forma inmediata. Harry, aturdido, y desafiado por esa mirada de acero aún quieta en el sofá, dispuesta a humillarlo pero no a marcharse, frunció el ceño.

—Creí que venías a hablar —advirtió, mientras el elfo caminaba escalera abajo hacia el sótano.

—Oh, sí, sí, con la emoción de estar en Grimmauld Place se me olvidó por completo —¡Menudo falso!, se dijo Harry. Es tan irritante... debía estar muy borracho en la fiesta de San Valentín porque hasta pensé que era agradable—. Mira, Potter, no es que me guste mucho sacar el tema, pero mi mejor amiga quiere cometer suicidio casándose con ese... zopenco de Weasley —inmediatamente, alzó la mano para pedir tregua—. Solo vine a decir que... sé lo que sientes, pero ellos lo están pasando mal.

Draco recibió una fría mirada verde esmeralda.

—¿Y desde cuándo te importa eso?

—Desde que Pansy está involucrada. Y yo. Y tú, siendo los padrinos —se hizo un largo silencio, roto únicamente por Kreacher llevando una bandeja con dos copas de vino.

—Kreacher se ha permitido traerle una copa, amo —Harry se cubrió la cara con las manos, en gesto de derrota extrema. Tomando aquello como una invitación a pensar y recular, Draco aprovechó el momento.

—Son nuestros amigos, Potter. Debemos apoyarles en sus locuras. Sobre todo si esas locuras son transitorias... —ahí el moreno sí elevó la vista, curioso. Obviamente, estaba esperando un último cartucho; Draco Malfoy no era una persona generosa, y siempre escondía un detalle interesado detrás. Si le dio mala espina el escucharle hablar de "ayudar", "apoyar" y "entender", verle regresar a su yo habitual le hizo relajarse un poco. Draco Malfoy generoso era para estar alerta; Draco Malfoy siendo interesado, no.

—¿De qué hablas?

Draco, satisfecho de sí mismo de llevar su plan a la perfección, explicó:

—Creo que estamos exagerando el tema. Pansy y Weasley apenas llevan tres meses juntos. ¿Qué les ha empujado a organizarlo todo tan rápidamente?

—Oh, Merlín, no me digas que Pansy está embarazada —Draco sudó frío y tomó un trago de ese vino, paladeándolo para distraerse.

—Por Salazar, espero y deseo que no. Pansy no me ha dicho algo así y no espero una noticia tan escalofriante, sería demasiado que asimilar. Solo estoy diciendo, Potter, que aún no se conocen lo suficiente. Es evidente que son diferentes, y si esas diferencias desaparecen en la cama, fuera no lo harán —Harry se removió, incómodo. ¿De verdad el aristócrata Malfoy iba a hablar de temas íntimos con él?—. ¿De qué sirve que tú y yo montemos un numerito? Lo más probable es que rompan antes de la boda. Piénsalo. De ese modo tú tendrás a tu amigo, yo a mi amiga, y seremos los primeros a los que acudirán cuando se les pase la tontería.

Terminando su vaso de vino, el rubio se levantó y se dirigió hacia la chimenea.

—Piénsalo —el moreno le observó con cuidado.

—Conozco muy bien a Ron, ¿qué pasa si ellos no rompen? No quiero aguantar a una slytherin lunática toda mi vida —Draco sonrió. En llamar a Pansy lunática tenía algo de razón; sus cambios de humor lo avalaban.

—Hablaremos entonces si eso ocurre, Potter. Hablaremos —y desapareció por la red flu tras gritar su lugar de destino. Harry, desde el sofá, contempló el oscuro vino de saúco y sin pensar, lo tomó y lo bebió de golpe.

Notas finales:

CONTINUARÁ


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