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Casi real por chibiichigo

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Notas del capitulo:

Hola, sé que me tardé... pero actualicé, inicié y terminé muchos fics en el inter. Además, me apuré porque Casi Real es el último fic que actualizaré con 19 años :D ¡Mañana, 27 de octubre, cumplo 20 años!

Felicidades a mí, ustedes lean xDD

Capítulo 6. Algo diferente

 

Los pasos por el corredor vacío resonaban, no sólo contra las paredes, sino que perturbaban el flujo de sus ya revueltos pensamientos. Tenía tanto que considerar y relativamente nulo tiempo para hacerlo.  La posibilidad, esa nueva puerta que le estaba abriendo el profesor lo atraía de una manera malsana, incluso si tenía sus recelos al respecto. Sabía muy bien que nada era gratis en la vida, y no estaba completamente seguro de querer pagar el precio que le sería exigido.

—¿Qué quiere a cambio?— preguntó, ya con la cabeza más fría, mientras lo seguía en dirección al estacionamiento.

Al inicio, muy contrario a sus principios, había decidido aceptar el ofrecimiento, pero conforme la emoción menguaba y su cerebro empezaba a trabajar como normalmente lo hacía, se exigía un panorama más amplio. Incluso sintió un poco de repulsión hacia su persona por ceder como drogadicto frene al motivo de su adicción, no estaba acostumbrado a tal degradación.  

—¿Por qué he de querer algo a cambio? — contestó disperso el otro, como si no le estuviese hablando a él realmente. Sin embargo, un atisbo de algarabía, el retintín odioso de quien se considera sabedor de una verdad ignorada, escapó de entre sus dientes.

—Porque nada es gratis en la vida— contestó anodino.

El pelirrojo enarcó la ceja, le resultaba odioso que subvaluaran su intelecto de esa manera. Ni había nacido ayer ni era lo suficientemente ingenuo como para creer en las obras altruistas y de buen corazón... ¿Qué querría ese moreno mal encarado? ¿Por qué lo habría elegido a él justamente?

—Entra— el Uchiha estaba introduciéndose al auto cuando pronunció esas palabras.

Gaara colocó las yemas de los dedos en la agarradera, pero sintió el cuerpo entumido. No reaccionaba, quizás debido a que su mente estaba en plena bipartición, debatiéndose entre lo sensato y lo deseado.

“¿Qué es lo peor que podría pasar?”

La visión de su cuerpo destazado y su hígado extraído apareció de pronto. Sin duda, no era lo más alentador que podía venir a su mente, ya que sólo le generó una atípica presión en la boca del estómago.

—¿Qué demonios ocurre? Entra de una vez…

Inspiró hondo. Prefería perder su hígado antes que una oportunidad como la que se le había puesto enfrente. Más tarde se ocuparía de conservar todos sus órganos vitales donde correspondía.

La tapicería del auto era oscura, casi diseñada para hacer juego con el cabello del dueño y las gafas de sol. Parecía sacado de alguna película, con los mullidos asientos y muchas lucecillas, de corte tan sofisticado que al taheño le resultó evidente que no era algo que se pudiese costear con el salario infrahumano de los profesores de bachillerato. Algunas dudas al respecto lo asaltaron, pero pronto las olvidó.

Su corazón latía con fuerza, taponándole los oídos y secándole la boca. Estaba a solas con un perfecto desconocido, sentado en un auto cuyo destino ignoraba completamente, pensando en todos los posibles escenarios horribles que lo esperaban e intentando controlarse para no hacer algún comentario concerniente a sus suposiciones. Y, pese a que en general podía reconocer que era una pésima idea, le daba igual lo que ocurriese. Quería obtener el conocimiento que no adquiría en las cuatro paredes del colegio.

Se concentró en las yemas de sus dedos, que súbitamente habían adquirido una importancia magnánima. Eran particularmente bonitas, llenas de líneas desiguales que, misteriosamente, parecían concéntricas, como ondas en el agua… Se preguntó si esas yemas también serían parte del sueño de la irrealidad por el que transitaba. ¡No! No era el momento de fundirse en sus pensamientos ni de usarlos como vía de escape.

Levantó la vista al sentirse observado.

—¿Quieres escuchar música?

El tono desinteresado y casi cordial del profesor lo aturdió un poco. Parecía otra persona completamente diferente al que había visto en el aula, vamos, que hasta había tenido una atención con él.

Se encogió de hombros por toda respuesta. Nunca había sido bueno para pedir cosas, ni para entablar conversaciones triviales (o de cualquier índole)… Se dio cuenta de su increíble falencia social. Procuró recordar una de las enseñanzas de Temari, que era la que mejor se desarrollaba en ese ámbito.

—Hace un buen día…

“Joder, esto merece que me corte la lengua y me desangre hasta morir” se recriminó.

—Sí, la temperatura está bien.

¿Qué contestaba a eso? ¡Con un demonio! Sin duda era mucho mejor sumirse en sus pensamientos que intentar hacer el canelo. Estaba empezando a alterarse, pero no podía escapar de esa situación. Optó unos segundos por el silencio, ese gran aliado suyo, pero se sentía pesado, agresivo en cierta manera; lo incomodaba. ¡Qué espantoso era el no poder encontrar paz ni en el sonido ni en el silencio! Le daba nauseas.

—Cuéntame algo sobre ti, lo que sea— pidió el moreno de súbito, mientras le dedicaba una mirada de extrañeza por detrás de las gafas.

—No hay mucho qué decir. No soy una persona muy interesante— los ojos claros se veían discretamente aturdidos. Entre todas las preguntas que se esperaba, ésa era la que menos preparado se sentía para responder.

Un bufido escapó de los labios del conductor, pero no dijo nada más.

—Vivo con mi hermano mayor— empezó a relatar, tanteando el terreno. Nunca se había sentido cómodo charlando sobre su vida privada, y menos con un profesor que había demostrado ser un odioso hijo de puta desde que lo conoció.

—¿Él es quien te ha instruido?— una nota en el registro del catedrático marcó la acuciante necesidad de obtener esa información. Gaara se cohibió. Deseaba irse, de hecho, se iría tan pronto se detuvieran en un semáforo. Su intimidad se veía agravada. Lo único que atinó hacer fue carraspear.

 —Hmpf…

Prefirió desviar su atención hacia la ventana. Las manchas humanas lo serenarían lo suficiente como para poner su confundida psique en orden.

 

La famosa frase de “el tiempo es relativo” nunca había cobrado tanto sentido para él. Estaba a escasos centímetros del hombre que ejercía sobre él una malsana e inexplicable atracción. Podía percibir su aroma y bastaba con estirar un poco la mano para sentir su nívea piel, pero más importante, podía discurrir con él de temas que en clase se veía impedido debido a la apatía que le generaban los demás. Incluso podría pedirle cuentas por todas esas acusaciones de mediocridad que había emitido y que todavía le dolían en lo más profundo de la ciénaga de su ego… pero estaba ahí, callado y escuchando la respiración del otro, intentando hurgar en unos pensamientos que no le pertenecían. En fin, si aquello no era la definición exacta de esperar una eternidad, nada más podía serlo. Incluso si esa eternidad no excedía los diez minutos de convención.

El auto aparcó con un solo movimiento frente a un edificio en la zona exclusiva de la ciudad. El moreno salió hacia la calle, el bermejo hizo lo propio. Tan pronto se encontró fuera del vehículo su tensión disminuyó, se había entremezclado con el aire del exterior.

No puso mucha atención a los detalles del inmueble, sino que se limitó a entrar. No quería darle más vueltas a la situación o corría el riesgo de arrepentirse… Finalmente, no era algo muy sano meterse en la guarida de un desconocido que, pese a ser profesor, en sus ratos de ocio podía dedicarse a la trata de blancas o al tráfico de órganos. Tal vez era un proxeneta que quería abusar de su cuerpo… ¡No era momento para pensar en cosas así!, aunque dándole una segunda impresión, no era que le importase demasiado lo que le ocurriese. Estaba a merced del caprichoso universo.

Se encogió de hombros.

Tomaron el ascensor y subieron hasta el onceavo piso. Unas discretas ansias se asomaban por los ojos del más joven. Era un cambio totalmente inesperado de rutina.

El profesor no hablaba, incluso parecía un tanto cuanto más serio y distante. Gaara no podía culparlo, debía ser la mar de extraño tener a uno de sus alumnos a pocos pasos de lo que suponía era su domicilio. Decidió dejarlo estar. Lo vio rebuscar unas llaves y meterlas rápidamente en la cerradura de la única puerta del piso.

—Entra.

Era, a todas luces, una orden y no una invitación, evento que Gaara agradeció. Funcionaba mejor cuando podía dirigirse con sinceridad y mala leche a la gente, sin remordimientos por no ser políticamente correcto.

Obedeció sin rechistar. El corazón empezaba a latirle con un poco de premura: ¿Qué aprendería? Las manos le sudaban un poco, producto de la  exaltación.

—Sasuke…

Se giró lentamente al escuchar una voz gruesa, aterciopelada y potente detrás de él.

—Itachi, es él… el chico del que te hablé— el aludido habló, señalándolo como si él no estuviese ahí. Sintió una punzada de repulsión, detestaba que hiciesen eso.

El hombre que se había presentado como Itachi lo saludó ceremonioso, pero sin quitarle los ojos de encima, lo estaba examinando con tanta cautela que el adolescente se sintió cohibido. ¿Por qué esa mirada era tan fría y tan calculadora? Era tan similar a la de su profesor.

—El estudio es la primera puerta a la derecha en ese pasillo.

No tuvo siquiera que pensarlo para dirigir sus pasos en esa dirección. Se sentía fuera de lugar, alienado de todo, como si le hubiesen puesto una película ajena en lugar de la sublime abstracción que era su vida.

Llegó al estudio tan pronto como sus pasos le permitieron y se puso a mirar en las enormes repisas, muchos libros de crítica literaria, de historia, de filosofía, de matemáticas, de metafísica, de química, de psicología. Era un campo vastísimo para enriquecer su cultura, totalmente distante a los tomos viejos que había en la biblioteca de la ciudad o en la raquítica instalación de estantes en el colegio. Sintió una punzada parecida a la que le generaba el profesor, pero ésta lo encandilaba más a lo que veía, lo invitaba a explorar.

Fijó su atención en un libro de pasta azul, antiguo y con las páginas desgastadas. Lo invitaba a abrirlo, a descubrir entre sus páginas un motivo más para sentirse nada más que la obra de una mano autora que regía todo lo que pasaba en la novela de su vida. No Dios ni ningún ser extraterreno, sino una energía que se compenetraba en todo, que todo lo imaginaba y todo lo creaba.

“La vida es una cámara de tortura de la cual sólo saldremos muertos.”

Así rezaba la primera frase, tan acorde con sus pensamientos que lo hacía creer que él pudo haber escrito algo similar, en fin, un sentimiento que le acontecía con frecuencia.

¿Qué era para él la vida? Su vida, la vida que le pertenecía, y que se rodeaba de más vidas…

—Mierda— susurró. Había olvidado que vería a Haku a la salida de clases por todo el ajetreo que se había desencadenado.

Sacó el móvil y empezó a teclear un mensaje torpe, luego dudó y lo borró. No estaba seguro de que esa tentativa clase particular que le impartiría Sasuke Uchiha debiese convertirse en un secreto a voces. Tal vez con una mentira blanca todo quedaría saldado…

—Apaga el teléfono. Ahora.

El chico enarcó su inexistente ceja, sin saber cómo reaccionar. Las hábiles manos del Uchiha lo separaron de su aparatejo.

—No sabía que seguíamos en la escuela— bufó con acidez.

—No en la escuela, pero sí en clase… y sigo siendo el que dicta las normas.

—Sí, olvidé que el facismo sigue siendo vigente, mi error.

El Uchiha rodó los ojos, escondiendo lo que Gaara asumió como una sonrisa y lo invitó a tomar asiento. Se quedaron viendo frente a frente un largo rato, sin que ninguno emitiera palabra.

—Todavía no entiendo qué ocurre, o por qué tengo fe en un mocoso como tú...— emitió una sentencia el azabache, que bien pudo ser un pensamiento en voz alta. Cambió el tono.

—Puedo enseñarte muchas más cosas de las que te imaginas a tu edad, abrirte los ojos incluso en el mundo cotidiano, presentarte el mundo como el caótico disparate que es… Te puedo enseñar alquimia, a ver con el ojo interno y entender la cábala.

Gaara poco a poco se acercó al críptico y posiblemente loco hombre. No entendía un comino de lo que le hablaba, pero le empezó a sonar a la típica perorata de gitano de feria, de esos que anunciaban hielo en Macondo*. Tuvo un momento de meditación, en el que decidió si dar crédito a esas palabras ambiguas y poco convincentes, pero no tenía nada mejor qué hacer.

—Si decides que quieres aprender, te prepararé, si no, sólo márchate.

—Que me vas a… que me va a enseñar ¿qué?— se corrigió. Tal vez fuese una impertinencia por su parte, pero no era sano escuchar tanta idiotez junta.  

—A a entender el verdadero significado de las religiones, a ver en la Literatura la salida de todos los males de la humanidad… Te puedo enseñar desde distinguir plantas medicinales hasta los principios básicos para viajar en el tiempo…

—Claro, y a transformar el plomo en oro— interrumpió la esotérica e infructuosa plática. Se sentía totalmente frustrado, había perdido la tarde por seguir a un charlatán, aparentemente excéntrico que daba clases de Literatura en un instituto— Con su permiso, me largo de aquí.

Empezó a andar hacia la puerta, sintiendo cómo una vorágine de sentimientos se conjuntaban en él.

—Sabaku, espera…—le llamó desde su sitio. Volteó rápidamente donde él— Eso era mentira. Sólo quería ver si realmente valías mi esfuerzo.

Gaara rechinó los dientes. Si de verdad había sido una broma, ése sujeto habría muerto de hambre como payaso… y si no lo había sido, era más charlatán y pretencioso de lo recomendable.

—¿Valía su esfuerzo?— le hizo eco, era lo único lógico que se le ocurría sin soltarle un puñetazo y largarse.

—Sí, me veo psicológicamente incapacitado para perder mi tiempo con idiotas que se creen cualquier bobería mística. Ni con los idealistas, ésos me molestan sobremanera.

—Pienso lo mismo…

El de cabellos oscuros le dedicó media sonrisilla soberbia y le indicó que fuese de nuevo a su sitio.

—Te comentaré entonces las reglas: No puedes hablar sobre estas clases con nadie, me generaría problemas innecesarios con maestros y tú te provocarías la fatal muerte por ahorcamiento de adolescentes locas y hormonales. Esto es una clase… así que has de estar aquí a tiempo para darle inicio, cosa que no te debería resultar difícil porque vendrás directo a casa conmigo. Y, finalmente, no digas todo lo que piensas, pero piensa todo lo que dices… Me jode la estupidez. Creo que eres un interesante proyecto, no lo eches a perder.

El pelirrojo asintió. Le parecían cosas suficientemente válidas.

—¿Por qué hace esto, profesor?— preguntó de improviso. No podía dejar de pensar que nada era gratis en la vida y que, en algún momento le llegaría la cuota a cubrir.

—Podría decirte que porque veo en ti algo que me asombra y que me invita a querer compartir mis  conocimientos contigo pero eso sería mentirte. Si lo hago es por el mismo motivo que tu accediste a venir: Estaba aburrido y, sí, veo que tienes un potencial interesante. Me gusta lo excelente, no lo meramente bueno.

Se quedaron de nuevo sumergidos en el silencio. Sólo se escuchaban sus respiraciones, acompasadas e irregulares al mismo tiempo…

—Agarra eso— el maestro recuperó un tono formal e impersonal.

El objeto que señalaba era una enorme esfera plateada que a primera vista parecía pewter pero  que resultaba ligera como una esfera navideña. La sostuvo entre sus manos con mucho cuidado.

—Mírate dentro de ella…

Así lo hizo. Su reflejo, distorsionado y aterrador, que mostraba sus ojos claros del tamaño de los de una moca, agrandaba su cráneo hasta hacerlo parecer un balón y desproporcionaba su cuerpo lo saludó. Podía ver la habitación, igual de distorsionada, de ajena a ese mundo, tan surreal y odiosa.

Recordó que cuando era niño detestaba las esferas, o cualquier cosa que pudiese mostrar un retrato desproporcionado. Le generaba un serio complejo el no saber cómo era, ni cómo se debía ver en realidad, pero más todavía lo impactaba esa imagen en el espejo… ¿quién era el otro, ese ser dentro de la esfera que lo miraba atentamente? ¿cómo se vería él desde el otro sitio?

Soltó la esfera tras colocarla en la mesa nuevamente. Se sentía agitado, ofuscado por ese vivo recuerdo de una infancia que se había esforzado por erradicar de su memoria.

—¿Qué viste?— los oscuros orbes de Sasuke lo escrutaban implacables.

—Vi una de las peores imágenes que podría tener un hombre…

—Y, ¿qué fue?

—La posibilidad de que él no sea como se percibe, que sea un monstruo distorsionado, amorfo…

El más alto se llevó la mano a la barbilla.

—¿Eso significa que tú eres como yo te percibo o que yo te percibo como eres?

Gaara se encogió de hombros.

—No tiene caso preguntar eso… finalmente la Verdad es muchas verdades yuxtapuestas.

—Tienes razón, pero cuál es entonces tu  verdad.

—No lo sé, tampoco me importa.

—¿No te gustaría descubrirla? — preguntó intrigado Sasuke.

—No. Si todo es subjetivo, nada es real…

—Pero podría ser casi real.

—Podría, tiene razón.

—Te avisaré de nuestro próximo encuentro— el mayor cerró la discusión solemne.

 

El de rojas mechas salió a la calle. No sabía si algo se había gestado dentro de él, tampoco si aquello sería trascendente… sólo quería ir a casa, hacer sus deberes y alejar la imagen de era rara versión de sí mismo que se asomaba desde una esfera.

Ésa había ocurrido algo diferente, estaba seguro. 

*Referencia a la obra de Gabriel García Márquez Cien años de soledad

Notas finales:

Sé que no me salió como siempre, pero espero que les haya gustado :D Saludos y gracias por leer. 


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