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Colores primarios por blendpekoe

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Se sorprendió y pude ver que algo pasó por su mente antes de hablar.

—¿Estás seguro?

Su pregunta me hizo reír, aunque mi risa fue una liberación de ansiedad.

—Estoy muy seguro.

Y me sentía seguro, a pesar de haber soltado semejante propuesta en cuanto pasó por mi cabeza. Quería estar con él cada día de mi vida y no tenía ninguna duda sobre eso.

—¿Entonces? —insistí animado.

Me sonrió con una mirada llena de felicidad antes de besarme. Asumí que ese era su sí.

Luego estuvimos hablando tonterías sobre cómo sería vivir juntos, riéndonos mucho, evadiendo el problema detrás de eso. Las reacciones en la familia de Santiago serían muy malas y lo mismo pasaría con la madre de Iris. Después estuvimos más tranquilos y callados. Yo debía dormir para poder trabajar por la noche pero me era difícil con tantas emociones, observando a Santiago, acostado a mi lado, perdido en sus pensamientos. De seguro pensando en todo lo que no mencionamos.

***

Un poco lejos del evento especial que debería ser la mudanza, se convirtió en algo serio. Antes que nada Santiago debía hablar con su abogado para saber cómo podría repercutir esa decisión sobre el régimen de visitas con su hija. Ese día lo acompañé. Fue la primera vez que vi a su abogado ya que nunca participaba en ese tipo de cosas. Santiago hacía lo posible para mantenerme al margen, ni siquiera me contaba sobre las cosas que hablaba en esas reuniones. Ese día lo tomé desprevenido. Le dije que quería estar presente, prometiendo no meterme, estar con él en algo que sería para los dos. En realidad la curiosidad me mataba así como el deseo de llevarlo a compartirme sus preocupaciones. Desde el día de la lluvia perdí un poco de ese miedo que no me dejaba hacer preguntas o planteos. Teniendo más claro lo que Santiago sentía, temía menos al rechazo que mis acciones pudieran generar. Aun así pensé que diría que no o buscaría la manera de evadir la situación, pero no hizo nada de eso. Aunque dudó un poco antes de acceder, fue muy grato para mí escucharlo decir que sí.

Camino a la oficina del abogado comencé a ponerme nervioso al tomar conciencia del límite que estaba por cruzar. Tendría una mayor visión de las cosas que preocupaban a Santiago y no sabía realmente con qué me iba a encontrar.

Llegamos a una oficina donde tuvimos que esperar por lo que la secretaria nos sirvió café. Afuera, una fuerte lluvia comenzó a caer. Desde el sillón que ocupábamos, Santiago miraba hacia la ventana contemplando la tormenta mientras que yo observaba toda la sala de espera un poco ansioso.

—¿Lo conoces desde hace mucho tiempo? —pregunté en voz baja haciendo que volteara—. ¿Al abogado?

La idea de que el vínculo de Santiago con su hija quedara en manos de un desconocido era, como menos, intimidante. Me inquietaba pensar que si estuviera en su lugar, dependiendo del trabajo y esfuerzo de otra persona para ser feliz, la sensación de impotencia me haría llorar.

—Es el cuñado de mi hermana mayor —contó, también en voz baja—. Ella me trajo cuando me separé... creo que se imaginaba que todo iba a ser más complicado de lo que debería.

Eso me hacía sentir mejor, no era un completo extraño.

Pero seguía siendo triste que tuviera que recurrir a uno. Al separarse, Santiago se fue dejando todo, llevándose solo su ropa, en su afán de no querer generar más problemas. Pero su buena voluntad no fue suficiente.

Nos atendió un señor con un rostro muy amigable que decía estar feliz de conocerme. Me senté en silencio escuchando la conversación y el abogado me miraba cada tanto intentando hacer que participe pero yo no quería hacer comentarios por miedo a decir alguna tontería. Así que seguí con mi plan de observar y escuchar.

Su abogado se mostró positivo ante nuestro plan pero nos pidió no llevar a cabo la mudanza hasta que pudiera hablar con el abogado de Julieta y acordar nuevamente el régimen de visitas ya que Santiago cambiaría de domicilio. Lo quiso hacer sonar como un trámite sencillo, una formalidad tonta, pero no lo era. Sí sería un trámite pero el tiempo que demandaría dependería de la cooperación de Julieta. En la charla la mitad de las cosas no las entendía, mencionaba términos y procesos que eran ajenos a mí. Santiago lo escuchaba con atención y preocupado, más acostumbrado, comprendiendo lo que decía por todas las veces en que tuvo que estar ahí sentado.

Nos fuimos teniendo en claro que la mudanza ocurriría cuando el abogado lo dijera. En mi cabeza resonaba el consejo que nos dio de "no apurarse ni ser imprudentes". Obviamente nada era tan simple y yo sentí la desilusión golpearme fuerte.

En la puerta tomé el brazo de Santiago para detenerlo y no dejar que se volviera a mojar, tratando de disimular lo mejor posible mi estado, sabiendo que él se sentía peor. Estuvimos en silencio viendo la lluvia.

—Nos da tiempo para que conozcas a mis padres —dije tratando de sonar objetivo—. Ellos se pondrían muy mal si yo viviera con alguien a quien todavía no conocen.

No era importante, en lo absoluto, pero quería distraerlo de lo que fuera que estaba pensando. Me miró con cariño adivinando mi intención y me sonrió.

***

Después de ese día no volvimos a tocar el tema de la mudanza pero quedé muy pensativo. Comenzaba a entender cómo funcionaba todo. Cualquier cambio drástico que Santiago quisiera hacer debería estar hablado antemano con el abogado, quien se ocuparía de notificar formalmente al abogado de Julieta y nadie podría acusarlo de no manejarse de manera correcta, estén de acuerdo o no. Y no correría riesgo alguno con su régimen de visitas. Así parecía en grandes rasgos. Me di cuenta, cavilando sobre lo mismo en mis horas de trabajo, que la mudanza era lo más drástico de todo. Yo tampoco me había percatado de lo que significaba: Iris podría quedarse donde Santiago viviera.

***

Me recosté en el sillón de mi hermano quien escuchaba toda mi locura mientras comía galletitas.

Las visitas de Gabriel a mi casa cesaron y sabía que era a causa de Santiago, aunque él lo negara. Pero pude volver a entrar tranquilo a la suya al saber que no estaba con su exnovia Ana. Lamentablemente, para poder platicar con mi hermano, tuve que aprender a no hacer preguntas con respecto a la chica con la que parecía andar porque eso terminaba en discusión y pelea. Su nivel de terquedad no conocía límites.

En un momento puso el paquete de galletitas frente a mí con intención de convidarme.

—¿Me estás escuchando? —reclamé.

—Sí. Tu vida es una miseria y el mundo una injusticia —respondió con voz monótona.

Agarré las galletitas que me ofrecía.

—Sin café esto no sirve —me quejé haciendo un ademán con la galletita.

Gabriel se levantó y fue a la cocina.

—¡Que insoportable! —gritó desde allí—. Deberías dar gracias que alguien te quiere.

Él no era experto al momento de dar consejos, no sabía ser sutil, solamente respondía con ironías. Pero sus ironías tenían un buen efecto sobre mí y me traían a la realidad.

Volvió con café y se sentó frente a mí.

—Soy un loco que exagera todo. Ya lo sé —dije tomando una de las tazas.

Empezó a reírse. Me volví a recostar en el sillón mirando el techo con la taza entre las manos.

—Mi verdadero problema es que no sé cómo ayudar —reflexioné con un suspiro.

***

Volví a casa con varios libros para leer. Gabriel los traía de la editorial donde trabaja, según él, se los regalaban con la esperanza de que alguien les hiciera una reseña, cosa que no sucedía a menudo. Yo los leía y luego se los llevaba a mi madre, a quien le gustaba donarlos a la biblioteca y quedar bien frente a otras señoras que también hacían buenas acciones, especialmente cuando las miraban.

Llegando al ascensor vi una mujer sentada en el lobby completamente sola quien se paró e interrumpió mi camino. La observé sin reconocer a ninguno de mis vecinos en ella, su rostro mostraba seriedad y angustia como si hubiera llorado.

—Daniel. ¿Verdad? —preguntó.

Tuve un muy mal presentimiento. Alrededor no había nadie, en la calle tampoco, por lo que deduje que no estaba acompañada.

—Sí.

Se me quedó mirando como si mi respuesta la hubiera sorprendido. Luego se acomodó el cabello en un gesto nervioso mientras se aseguraba de que seguíamos solos en el lobby.

—Soy Julieta, la mamá de Iris.

Eso era algo que sospeché desde el momento que se paró frente a mí. Nuevamente se me quedó mirando.

Notas finales:

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