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Colores primarios por blendpekoe

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Me desperté en medio de la noche, con cansancio y pesadez. Dormir de noche comenzaba a sentirse menos reparador cada vez. Después de un par de vueltas en la cama descubrí que Santiago no estaba, así que extrañado me levanté sin saber ni siquiera qué hora era para encontrarlo sentado en la sala. Primero pensé que estaba dormido pero no era así, me imaginé que pensaba en lo mismo que había quedado rondando en mi mente: ese momento donde su expresión cambió completamente al escuchar a su hija contarle lo que su abuela le decía. Y su expresión no era por la indicación de esa abuela en particular, era porque el comentario de esa abuela en particular representaba muchas más indicaciones de muchas más personas que rodeaban a la niña. Cuando lo escuchó no hubo sorpresa en su rostro, ya había oído cosas como esas, hubo dolor ante una decepción a la cual no se podía habituar. Él mismo lo dijo antes, su familia hablaba mal de él frente a ella. Caminé hacia el sillón y me senté a su lado.

—¿No puedes dormir? —pregunté en voz baja.

—No.

Me recosté sobre él bostezando, su brazo rápidamente me rodeó.

—Todo va a salir bien.

Aunque yo mismo no creía mucho en esa afirmación, tenía que decirlo.

***

El lunes, sentado solo en mi trabajo, pensaba sin parar en toda la situación. Sentía que debía hacer algo. Deduje que mucho no estaba a mi alcance y que no podía entrometerme en el drama familiar de Santiago, lo que me dejaba muy limitado. Su imagen sentado en el medio de la noche sin poder dormir no me dejaba en paz. Entonces, de repente, supe qué podía hacer.

Decidí que debía cambiar de trabajo porque, aunque la posibilidad de vivir juntos era un tema que evitábamos tocar, podríamos, aún así, pasar más tiempo juntos y más noches también en las que él no tendría que estar sentado solo con su conciencia. Así que esa noche estuve más despierto que nunca en mi trabajo, repasando mi decisión y el cambio que traería en mi vida. Fue en ese punto donde la lógica se hizo presente para recordarme que tomé ese empleo para huir del mundo, pero que hace mucho tiempo la razón que me llevó a hacerlo había desaparecido.

Aunque un miedo se había reemplazado por otro: el miedo a la realidad de Santiago. Su hija me aterraba porque detrás de ella existían dos familias luchando silenciosamente contra la decisión de Santiago. Si ellos ganaban, si ellos eran más fuertes que él, él siempre elegiría a su hija. Y eso me aterraba; que su realidad lo venciera.

Con el tiempo, ese miedo fue disminuyendo. Ver que de alguna manera resistía contra ese mundo que no lo dejaba ser, más comenzaba a creer que no se arrepentiría de su decisión. Santiago no quería involucrarme en sus problemas, quería arreglárselas solo, pero yo podía acompañarlo en sus desvelos para decirle que todo saldría bien.

Se volvió claro para mí que ya no tenía ningún sentido seguir escondiéndome en ese trabajo.

***

Comencé a buscar un nuevo empleo, sin contárselo. A diferencia de la última vez, me puse selectivo y exigente con los horarios. Lo más importante: nada de hospitales. Así estuve ocupando mi tiempo varias noches en mi trabajo.

Pronto recibí mi primera llamada y mi primera entrevista fue para una aseguradora, para ser parte de un equipo médico que se dedicaba a evaluar la gravedad y las secuelas de los accidentes laborales. Sin dormir fui a la entrevista, en un edificio propiedad de la misma empresa. Para mi sorpresa, allí mismo funcionaban sus consultorios médicos, llenos de espacio y lujo. La propuesta que recibí fue muy buena económicamente, además de un horario cómodo y flexible. Pero terminé rechazándola ante la idea de tratar con pacientes que en su mayoría intentarían llevar adelante algún tipo de fraude. Así como la enorme posibilidad de tratar con jefes que buscarían la forma de evitar diagnósticos que perjudican sus finanzas.

Sí, me había puesto muy quisquilloso.

Después de eso, pasaron un par de semanas sin recibir llamada de otro lugar y en internet no encontraba más búsquedas que las que había visto anteriormente. Como decidí no contárselo a Santiago, recurría a mi hermano para hablar del tema y descargar mis preocupaciones, aunque mucha de la conversación se daba por mensajes, ya que verlo parecía difícil. Reclamárselo fue algo que dejé de hacer para evitar ser contraatacado con cuestionamientos sobre el motivo de mi renuncia al centro de diagnóstico donde solía trabajar, él decía recordar que fue extraño y que no di explicaciones. Gabriel sabía jugar sus cartas para, por lo menos, nunca salir perdiendo. Pero una vez dejado atrás el choque de intereses, intentaba darme el ánimo que necesitaba y apoyaba mi quisquillosidad.

Un día vi una búsqueda de trabajo que llamó mi atención. Una publicación anónima que no decía para qué entidad era la propuesta. Eso significaba que se trataba de un lugar sin prestigio alguno o de actividades cuestionables, mayormente clínicas fantasmas. Pero lo que logró captar mi atención fue la ubicación, la cual era en el mismo vecindario donde vivían mis padres. Allí no había nada que necesitara un radiólogo, excepto por una supuesta clínica de cirugía estética. Entre desconfiado y curioso, terminé postulándome para el puesto. Al día siguiente me citaron para una entrevista.

Ese día llegué a un lugar de muros altos que no dejaban ver hacia dentro y que no contaba con ningún tipo de nombre que lo identificara. Al entrar, luego de anunciarme, vi algo muy parecido a una mansión. Los detalles dejaban ver que ese lugar funcionaba como una clínica exclusiva. El edificio lucía impecable, como nuevo, a pesar de recordar haber visto la construcción de niño, cuando no tenía los muros. Lo mantenían en perfecto estado y su uso quedó confirmado cuando me encontré con un pequeño estacionamiento, innecesario para una casa familiar, y una unidad de traslado junto a una amplia rampa a un lado de la propiedad. La entrevista fue con la directora de la clínica, quien primero quiso confirmar si hablaba inglés de forma fluida para comenzar la entrevista en ese idioma. Según me explicó, sí se dedicaban a las cirugías estéticas y una decisión comercial hizo que se reemplazara el personal con personas bilingües ya que tenían intenciones de dedicarse al público extranjero. A pesar de la frialdad con la que se refirió al necesario cambio de personal y lo elitista de varios comentarios, la propuesta era muy atractiva. La directora, cuya apariencia joven no coincidía con sus años de trabajo, se mostró interesada en mi experiencia dentro de una guardia. Experiencia que no negué a pesar de no sentir que me había aportado mucho. Y también se mostró conforme con las instituciones donde cursé la primaria y secundaria; otro indicio de que no solo buscaba personas capacitadas, también buscaba personas que encajaran con el estatus social de sus pacientes. No me sentí incómodo en la entrevista poco común, de hecho quedé entusiasmado ante la exclusividad del lugar.

Concluida la entrevista fui a casa de mis padres, arrastrado por la conciencia, donde mi madre, ya avisada por mí, me esperaba. Aunque ella insistió en que me quedara a almorzar el sueño no me permitía darme ese lujo. Pero mi madre era mi madre y no desaprovechaba la compañía de sus hijos, por lo que me encontré con un pequeño e improvisado brunch ya preparado que, junto con su alegría, no pude rechazar. Le conté sobre la entrevista que tuve y debo reconocer su esfuerzo para evitar hacer comentarios con respecto al trabajo que abandonaba y mi tardía decisión de cambiarlo.

—¿Cuándo vas a venir a pasar un día de familia con nosotros? —preguntó con un tono despreocupado.

Seguí comiendo sin dar una respuesta puntual.

—Tu padre está de acuerdo en que nos presentes a tu novio —agregó.

Aún tenía pendiente esa tarea con ellos. Me costaba confiar en que lo aceptarían, que no harían ninguna escena que pudiera incomodarlo.

—Voy a hablar con él entonces.

—Yo me encargo de organizar todo —contestó alegre—. Una cena va a ser lo mejor. Un almuerzo se extiende mucho y puede incomodarlo. Aunque una cena puede parecer formal. —Quedó pensando cómo resolver el dilema.

Traté de ser positivo porque sabía que no iban a cambiar de opinión de un día para el otro. Que Santiago haya estado casado y tuviera una hija era un gran problema para ellos. Y yo, educado en una familia unida, bajo valores más o menos católicos, con más peso cultural que religioso, a ojos de ellos, y, según ellos, de quien se enterase también, había sido cómplice de tal osadía. De seguro aún pensaban que me estaba equivocando y accedían a fingir que no era así por el bien del vínculo familiar. Pero seguía siendo una oportunidad para demostrarles que no era un error y que Santiago no era una mala persona.

—Mientras tanto, ¿por qué no vienes este domingo? Vamos a tener un almuerzo especial. Y de paso traes a tu hermano. No sé qué le pasa que también huye de nosotros.

Claro que ellos no sabían nada de la aventura, o lo que fuera, de Gabriel. De saberlo, mi situación habría sido la menor de sus preocupaciones.

Me quedé pensativo evadiendo la propuesta.

—Después me confirmas qué dice tu hermano —insistió sabiendo que yo me hacía el tonto.

Notas finales:

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