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Hilo rojo por Ayann

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γ´

Κλωστή Κa2;κκινη 

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Miré a mi alrededor y supe que no había vuelta atrás. Mi mente corrió y pensé en qué podía hacer y supe que no había ayuda, ninguna ayuda tuya…

Thunderstruck, AC/DC

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El mes de agosto tocaba a su fin y bruscamente el calor veraniego había cesado; durante tres días, las lluvias torrenciales inundaron el extremo sur del condado Down en Irlanda. La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas del Sol Escarlata, cayendo por la chimenea hacía chisporrotear alegremente la leña.

—Vamos a tener una buena noche: mucho trabajo y tiempo fresco —dijo Patrick, mientras depositaba las jarras en el mostrador.

—¿Tiempo fresco? —preguntó Sally, irguiéndose, suspiró y estiró los brazos para relajar sus entumecidos músculos. Haciendo a un lado el trapeador, contempló el empapado paisaje—. Viejo, el cielo se está cayendo.

—Nimiedades niña —contradijo Oscar, el propietario, parado ante la chimenea con una pipa en la boca—, son en días como estos que la gente busca un buen tarro de cerveza.

—¡Pero el clima es horrible y anoche trabajé como loca, y nadie me lo agradeció! —gruñó Sally, arrastrando un banco—. Todo mundo estaba nervioso, tiré una jarra y juro que el capitán Burke brincó hasta el techo.

—¡Bah! —resopló Patrick—. Burke siempre está nervioso.

—Pero…

—¡Vamos, Sally! —llamó Oscar—. Deja de tontear y ocúpate de tener lista la habitación oeste.

Sally obedeció a regañadientes.

—¿Espera huéspedes especiales? —preguntó Patrick.

Oscar no respondió, sus ojos siguieron el hipnótico movimiento de las flamas.

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El reloj marcó las nueve con siete de la noche, a pesar de la tormenta, el Sol Escarlata estaba lleno; Sally deambulaba entre las mesas, repartiendo jarras; la ansiedad de los presentes le ponía los nervios de punta. Una mano resbaló traviesa por su muslo derecho, apretó los labios y levantó el puño, a punto de propinarle una golpiza al agresor, el azote de la puerta la detuvo.

Bombarda. —La explosión destruyó la mitad del salón.

Sally apenas alcanzó a esconderse bajo la barra. Entre el humo y rayos multicolores, Patrick disparaba la vieja Remington sin tener claridad de quién era el enemigo.

Estruendosas explosiones colapsaron la pared norte, la lluvia se mezcló con la sangre y los alaridos.

¡Protego!

«Gracias Merlín», pensó Sally, la Orden del Fénix había hecho su aparición. «Por favor, que los aurores lleguen pronto».

Impávido, sentado a un lado de la chimenea, se hallaba Oscar; por tres décadas había procurado al Sol Escarlata como el refugio de squibs y mestizos, y ahora su patrimonio se venía abajo.

—Uno hace lo que considera correcto —suspiró, echando una mirada donde la habitación oeste se ubicaba—. Travers —farfulló ante dos Mortífagos frente a él—, ¿quién es tu amigo? —Se puso de pie.

—Nadie que te importe —contestó Travers—, ¿está aquí?

Oscar miró dubitativo al desconocido enmascarado.

—Sí, pero sólo tú puedes verlo…

—No eres nadie para ordenarme. —Travers elevó la varita, sus ojos detrás de la máscara centellearon peligrosos.

—No hay tiempo para esto —argumentó el desconocido Mortífago.

Los ojos de Oscar se abrieron sorprendidos.

—¡Eres Severus Prince!

—Cierra la boca, anciano —demandó Travers—. ¡Andando!

A trompicones, Oscar los guió. Al final del pasillo, la puerta de la habitación oeste era rodeada por un halo fantasmagórico, al llegar a ella, Severus pasó la punta de los dedos por la madera, varias runas brillaron y la puerta se abrió.

—Por favor —imploró Oscar—, mi Príncipe, no...

Lacarnum Inflamarae —susurró Travers incendiando la ropa del posadero.

El viejo se tiró al suelo, entre más intentaba apagar las llamas más se avivaban.

—Eso no era necesario —indicó Snape, tomando el picaporte.

La carcajada de Travers atravesó los oídos de Severus como uñas en un pizarrón.

—Tienes mucho que aprender, mestizo.

Severus endureció la mandíbula.

«Sólo te aceptan porque el Lord te aprecia», recordó las palabras de Lucius después de su iniciación como Mortífago. «Ignóralos y aprenderán a ignorarte». Respiró profundo.

Aguamenti. —La voz de Sirius tronó a su espalda. El chorro de agua apagó las llamas—. Snivellus, ¡ven aquí y enfréntame cobarde! —gritó evadiendo un maleficio de Travers.

Severus no dudó, adentrándose en la habitación la puerta se selló a su espalda.

—Te esperaba mi Príncipe.

Avada Kedavra —masculló Snape y el fogonazo verde se unió con el hilo rojo en su dedo anular.

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Alguna vez estuve perdido. —El desentonado "coro" de Cokeworth se combinó con la llovizna de septiembre—. Pero ahora me he encontrado. —Más que consolar, la letanía aprisionó el corazón de Severus—. Estuve ciego, pero ahora veo***…

Suavemente el ataúd descendió; la llovizna empapó a los pocos asistentes.

—Lamento su pérdida. —La voz del párroco llegó al pelinegro en un eco sordo.

Cuando el enterrador colocó la lápida, el aire abandonó los pulmones de Snape, levantó el rostro y sus ojos chocaron con la mirada de Sirius, transformado en perro al fondo del cementerio. Por ese instante, Severus se sintió completo, cobijado por los ojos grises.

«Soy un idiota», se reprochó, desviando la mirada, pestañeó para evitar las lágrimas.

—Lamento tu pérdida —susurró McGonagall, frente a Snape—. Eileen era una mujer maravillosa.

Severus afirmó con la cabeza, de pronto el mundo giró, el firme agarre en su codo, por parte de Lucius, detuvo una vergonzosa caída.

—Te has graduado con honores de Hogwarts, pero es en momentos como este —proclamó solemne Dumbledore— que la templanza es la mejor opción. —Dio un apretón al hombro del pelinegro y se alejó seguido de McGonagall.

«¿Templanza?», ironizó Severus. «Si supieras que desde finales de quinto estoy bajo las órdenes del Lord».

—¡Oh Severus! —Una anciana bajita y regordeta envolvió al joven en un apretado abrazo—. Lo que necesites, estoy para ti.

—Gracias profesora Merrythought.

Galatea Merrythought se alejó un poco para mirarlo a los ojos.

—Eileen era como una hermana para mí y tú… —Severus no escuchó, Merrythought le había enseñado todo lo que sabía sobre Defensa y Artes Oscuras, su dominio de la Oclumancia era por ella, su pasión por las pociones también, tenerla ahí lo hacía sentirse seguro—. Y si Tobías…

—Mi padre —murmuró Severus tenso—, está… de viaje.

Galatea le dio una mirada de compresión y giró la vista a la tumba.

«Siempre te dije, Eileen, que ese hombre no era para ti». Abrazó de nuevo a Severus, susurrando al oído—: No dejes que te mate a ti también.

—No volverá —afirmó Severus.

La profesora Merrythought se alzó sobre las puntas de los pies y depositó un beso en la pálida mejilla.

—Cuídate.

—Así lo haré.

Galatea hizo una breve inclinación de cabeza a los acompañantes de Snape y se alejó.

—La lluvia arrecia —indicó Narcisa, cubriendo al pelinegro con un elegante paraguas.

—No —debatió Severus.

Lucius y Narcisa intercambiaron miradas.

—Nada se gana si nos quedamos aquí —dijo Lucius, guiándolo a la salida.

Caminaron por las adoquinadas avenidas, internándose en el laberinto de casas de ladrillo. Los vecinos de la calle de la Hilandera fueron sorprendidos al ver al raro hijo de Eileen Snape acompañado por una elegante pareja.

Más de una vieja se acicaló y un par de atrevidos chiquillos los escoltaron. Cerca del portal de los Snape, el pequeño Montgomery estuvo casi seguro que la señora rubia era una bruja, a la mañana siguiente, cuando la mitad de los vecinos se quejó de sarampión, no tuvo dudas.

—Estúpida gente —maldijo Severus al cruzar la entrada de su casa, hastiado se sentó en el sillón frente a la chimenea.

—Lloverá toda la noche —aseguró Lucius, mirando a través de la ventana. Del otro lado de la calle, Lily Evans observaba la casa, Malfoy apretó los labios.

—Toma. —Narcisa llamó su atención al darle una copa con brandy, un leve movimiento de cabeza y la rubia supo que no estaban solos—. Veré qué puedo hacer.

—No es necesario… —Intentó Severus, pero la flamante esposa de Malfoy se adentró en la cocina.

—Supe que, gracias a ti, el Primer Ministro apoya la causa —congratuló Lucius.

—¿No piensas sentarte? —Severus jugaba distraído con la copa.

—La vista es…

—No correré a sus brazos. —suspiró Snape. Lucius arqueó una ceja—. Sé que Evans está afuera —declaró mirando el brillo de las llamas chocar con el vino—, puedo sentir su presencia a kilómetros de distancia.

—Eso es un despliegue extraordinario de magia. —Lucius giró.

Severus dejó la copa intacta en la mesa de centro, un rayo de luz se coló por las cortinas e iluminó el hilo enroscado en su dedo anular.

—Yo no lo llamaría así, mi madre y mi abuela me entrenaron para enfocarme en la conexión de pareja… las demás sólo las ignoré…

Discretamente Malfoy mordió su labio inferior con curiosidad, él no podía ver el hilo del destino, Narcisa (como todos los Black) podía percibirlo, pero no tenía el poder ni el control de Severus.

—¿Las demás? —Al instante de emitir su duda, Malfoy se arrepintió.

Severus sonrió de lado.

Un hilo rojo, invisible —pronunció con cierto retintín—, conecta a aquellos que están destinados a encontrarse…

A pesar del tiempo —continuó Lucius—, del lugar y de las circunstancias. El hilo puede tensarse o enredarse, pero nunca podrá romperse.

—Sí, pero lo que mi madre y mi abuela nunca me aclararon fue que ese "destinados a encontrarse" puede interpretarse de muchas maneras.

—Nada es casualidad.

—Sí causal, pero no coincidencia.

La energía llama energía.

—Así es —dijo Severus poniéndose de pie—, la energía llama energía…, era lógico que ella y yo nos encontráramos en esta ratonera… El hilo se divide en millones de ramificaciones y toca a cada ser con el que te has encontrado y encontrarás por el resto de tu vida, y la que sigue.

Lucius asintió con la cabeza.

El sonido de la lluvia golpeando el ventanal los envolvió en un extraño instante de comunión.

—Queda en uno usar el otro don —manifestó Malfoy con la mirada en el fuego.

—¿El otro don?

Malfoy clavó sus ojos grises en los negros, a veces olvidaba que Severus sólo tenía 18 años.

—Elegir —manifestó—. Es bonito creer que alguien va a venir a complementarte y por fin serás feliz, pero no somos seres incompletos, Severus… Si no eliges, esa persona puede pasar a tu lado y simplemente no ser parte de tu vida. —La imagen de Lupín cruzando la puerta de Las Tres Escobas al mismo tiempo que Lucius invadió la mente de Snape—. Probablemente Narcisa era parte de esas ramificaciones, pero…

—Tú la elegiste como compañera.

—Sí y no.

—No entiendo.

La mirada de Lucius se suavizó.

—Si ella no me hubiera elegido como compañero no estaríamos juntos. Y probablemente estaría obligándome por tener una relación con Lupin.

Los ojos negros se abrieron atónitos.

—¿¡Lo sabías!?

—Siempre lo supe —recalcó Malfoy condescendiente—, Severus, estar con tu persona destinada sólo es parte de la vida, una muy importante, pero muy pequeña, es iluso creer que la felicidad depende de ese encuentro, de esa persona, la felicidad también se elige y yo elegí vivir mi vida a mi manera.

—Pero él…

—Lupin no iba a darme plenitud, sólo sobreviviríamos, exigiéndonos completar algo que nunca ha estado incompleto. —Malfoy dio un par de pasos y tomó a Severus por los hombros—. ¿Entiendes la diferencia de dejar al destino tu vida y elegir tu vida? —Snape parpadeó—. Yo soy dueño de mi vida. ¿Eres dueño de la tuya?

Un relámpago tronó, la Marca en sus antebrazos quemó.

—El Lord nos llama —indicó Snape.

Parada bajo el dintel de la puerta de la cocina, Narcisa los vio desaparecer, miró hacia la ventana, los Merodeadores se habían unido a Evans, esbozando una retorcida sonrisa, hizo un zigzagueante movimiento con la varita, la imagen de Lucius y Severus sentados frente a la chimenea se proyectó en el cristal. Recreando el hechizo consigo misma y la cocina, sedesapareció del lugar.

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Crucio.

La maldición atravesó la mandíbula, el dolor, afilado e intenso, se expandió por toda la columna vertebral, latigueando cada terminal nerviosa y entumeciendo los músculos.

«¡Haz que pare!», clamó sin proferir palabra.

Crucio.

«Por favor».

—Espero que mis órdenes se acaten al pie de la letra.

—S-Sí-sí, m-mi L-Lord. —Con el cuerpo tembloroso, Severus logró hincarse en una rodilla, en tres años de pertenecer a los Mortífagos su señor nunca había sido tan cruel.

Voldemort puso un dedo bajo la barbilla de Snape, suavemente elevó el pálido rostro.

—Soy un hombre cabal. —La pupila rojiza centelleó, el Lord soltó al joven y se volvió hacia los demás, en peores condiciones que Severus—. Doy todo por ustedes —pronunció elevando las manos dramáticamente—, estoy creando un futuro para ustedes. —Hizo una pausa—. Algo que les pertenezca. —Ninguno se atrevió a levantar la mirada—. ¿Es mucho esperar de mi parte que cumplan con lo que les pido? ¿¡Qué quieren de mí!?

—Nada, mi Lord —respondió Lucius, hincado a lado de Severus. La túnica de Voldemort flotó al girar—, es un honor para nosotros estar bajo su mando.

—Mi leal Lucius, ¿podrías decirles por qué estamos aquí?

—Porque el Lord guía una causa seria: nuestra sangre y respeto a quiénes somos.

Severus se mordió la lengua.

—¡Por ustedes! —espetó Voldemort—. ¡Soy yo quien ha sacrificado todo! ¿Y así me pagan? —Dejó que las palabras crearán una extraña sensación de deuda—. No pido nada, más que su lealtad.

Y los aplausos tambalearon a Severus.

—Contrólate —le susurró Lucius.

—¿Y de esto eres dueño? —masculló Snape con la mirada al frente.

—La otra opción no es válida —contestó Malfoy, sin una pizca de dolor en el rostro—. Elegí. —Los ojos grises chocaron por un instante con los negros—. ¿Sigues creyendo que no soy dueño de mi vida?

El moreno no respondió.

—Retírense. Severus. —Una reverencia sincronizada y poco a poco abandonaron el salón. Snape permaneció hincado, Voldemort le daba la espalda, mirando por los ventanales de la mansión Lestrange—. ¿Quién es el traidor?

Severus inspiró hondo, la misión había sido exitosa: había modificado el destino del Primer Ministro, pero a ojos de Voldemort todo lo hicieron mal.

—Oscar Moore —mintió, recordando que el fallecido propietario del Sol Escarlata no tenía familia.

—¿Me estás diciendo que nadie en nuestro ejército nos traicionó?

—Sí, mi Lord.

El silencio que siguió heló las venas de Snape, la realidad era que no tenía idea del traidor.

—El vejete marica tiene ventaja —siseó Voldemort, acercándose a un tablero de ajedrez—. Tendremos que ganar este juego. —Severus cerró los ojos con fuerza—. ¿Tomarás el cargo de maestre de pociones en las empresas Malfoy?

—Sí, mi Lord, empiezo en dos semanas.

El Lord tomó el alfil.

—Es demasiado suspicaz…

—¿Mi Lord?

Voldemort dejó la pieza en el tablero, frente a la reina y miró al ventanal.

—Invité a James Potter y a su prometida a formar parte de nuestra causa. —Severus alzó la cara sorprendido, el Lord continuó—: necesito otro títere dentro de los terroristas delvejete, pero el niñato me rechazó, idéntico a su padre… —Caminó lentamente hasta la silla donde Nagini descansaba enrollada. Sonrió condescendiente, dejando ver una putrefacta dentadura—. Gánate su lealtad como te has ganado la mía.

—Sí, mi Lord. —Con una exagerada inclinación de cabeza, Snape se dispuso a partir.

—Y Severus…

—¿Mi Lord?

—No me falles.

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Media hora después, Severus, absorto en sus pensamientos, se encontraba en el umbral del Cabeza de Puerco, durante sus años de colegió había evitado el lugar.

«No es de sangres puras», el murmullo de sus ex compañeros de Casa lo golpeó trayéndolo al presente.

Cabeza de Puerco era todo lo contrario a Las Tres Escobas y a lo que había sido el Sol Escarlata: las ventanas opacadas por la mugre, la mayoría de las sillas tenían rotos los respaldos y otras carecían de asiento, las únicas tres mesas parecían a punto de colapsar, la barra extremadamente sucia y el suelo cubierto de aserrín instaron a Snape a salir de ahí.

Severus estudió regresar a casa o ir con los Malfoy, inhaló despacio, se acomodó la capucha sobre el rostro y deambuló hacia la mesa en contra esquina de la puerta. Simulando que limpiaba un vaso, el tabernero siguió cada uno de sus movimientos; sintiendo las punzadas del cruciatus, tuvo cuidado al sentarse, dejó un par de monedas en la mesa, una botella del mejor whisky y un vaso que parecía haber sido lavado en tierra le fueron entregados.

Snape permaneció con los ojos en el líquido sin probar una gota; la campanilla de la puerta tintineó un par de veces, dejando pasar a hombres encapuchados que se sentaron en la barra, los susurros le llegaron como plegarias a un dios desconocido y magnánimo.

«¿Madre, estarás orgullosa?», se preguntó, no pudo evitar soltar un bufido. «Al final, lo único que siempre te importó fue él… Nunca te amó; te aferraste como si fuera un salvavidas y me arrastraste a esta mierda de vida». La garganta se le cerró. «Si tan sólo hubieras hecho la elección correcta».

La campanilla de la puerta volvió a sonar, el alegre saludo del tabernero lo hizo levantar el rostro, Sirius Black acababa de entrar y departía bromas con el hombre tras la barra. Severus se hizo hacia atrás, bajó el mentón, asegurándose que la sombra de la capa cubriera todo el rostro. Los minutos pasaron y Snape dejó de escuchar la estruendosa risa de Black, el dolor del crucio punzaba sordamente junto a otro, mucho más profundo.

«La vida sólo es un cúmulo de historias inventadas…», el pensamiento fue roto por el arrastrar de una silla.

Sirius se sentó frente a él, colocó dos vasos limpios, tomó la botella y sirvió hasta la mitad.

El ex Slytherin lo miró sin pensar en sacar la varita, estaba cansado, demasiado, cuando Black le acercó el vaso lo tomó sin dudar. La botella se acabó, siguieron dos más, ninguno habló.

Al inicio de la cuarta botella, Severus colocó el vaso boca abajo, al intentar levantarse su mano derecha fue aprisionada por la zurda de Sirius. Miró su mano apresada, subiendo por el antebrazo, el hombro y el cuello de Black, los ojos negros chocaron con unos claros, demandantes.

—Elige. —La ronca voz de Sirius vibró en una onda de energía que envolvió a Snape.

Un leve movimiento de cabeza, la aparición en una oscura habitación.

Las aristócratas manos de Sirius acunaron el pálido rostro, un beso suave rozó los delgados labios de Severus; el destartalado colchón recibió ambos cuerpos.

Cuando los besos exigieron más que sólo caricias sobre la ropa, Sirius se acomodó lentamente de lado, apoyando la espalda de Snape en su pecho, apisonó la cintura del pelinegro con los brazos, dejando las manos sobre el ombligo de Severus.

Snape se quedó con la mirada clavada en el muro.

Hundiendo la nariz en los negros cabellos, Black lo estrechó más a su pecho.

Severus colocó las manos sobre las de Black, dio un intenso apretón y rozó en círculos el dedo anular de Sirius, enroscando ambos hilos.

El ex Gryffindor cerró los ojos, escondiendo el rostro en el hueco del cuello y hombro de Severus, lloró por ambos.

—No seas condescendiente —susurró, liberando dócilmente al ex Slytherin, se puso de pie.

Snape no se movió, percibió el suave roce de la tela al ser acomodada, los silenciosos pasos a la puerta y, cuando ésta se cerró, permitió que las lágrimas brotaran.

—Tú eres el condescendiente —murmuró, haciéndose ovillo, ahogó sus gritos en el colchón.

Cuando el alba despunto, una figura encapuchada cruzó Hogsmeade rumbo al colegio de magia y hechicería.

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Dumbledore despertó con la novedad que Severus Snape lo esperaba en su oficina.

—Querido muchacho es…

—Lamento mucho haberlo despertado, profesor —se disculpó Severus poniéndose de pie—, pero dado las circunstancias, me fue imposible esperar más.

Los ojos azules detrás de los anteojos centellearon enigmáticos.

—Caramelo de limón —ofreció, tomando asiento tras el escritorio.

—Gracias, no.

Albus hizo un ademán con la mano, Severus se sentó.

—¿Qué necesitas, Severus?

—La muerte de mi madre modificó mis objetivos. —Hizo una breve pausa—. Sé que el puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras está disponible y haría una maravillosa contribución el que yo…

—Severus. —Snape paró, Dumbledore estudiaba cada uno de sus gestos—. Es una loable solicitud, pero ser profesor conlleva más que enaltecer la memoria de Eileen.

—Lo sé…

El director colocó los codos sobre el escritorio, entrelazó los dedos, bajó el rostro y los lentes resbalaron hasta la punta de la nariz.

—Eres un extraordinario mago, grandioso en pociones, pero te falta experiencia.

—Comprendo. —Severus se levantó rígido—. Lamento haberlo molestado. —Esbozó una débil sonrisa, dio una breve inclinación, viró sobre los talones.

—Severus. —El joven giró la cabeza—. Estoy aquí para cuando me necesites.

—Lo sé. —Y abandonó el lugar.

Fawkes cantó en desacuerdo.

—Aún no es tiempo —argumentó Dumbledore.

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La Mansión Malfoy era rodeada por una bruma gris, los escasos rayos de sol le daban un toque tétrico, Severus caminó por el sendero de los pavorreales albinos hasta la puerta trasera, antes de tocar fue recibido por Dobby con los labios zurcidos.

—Tu señor —pidió Snape con una extraña sensación en el estómago, el elfo asintió con la cabeza y lo guió por los pasillos.

El matrimonio desayunaba en silencio.

—Buenos días Lucius, Narcisa —saludó acercándose a la mesa.

Una inclinación de cabeza de Lucius y se sentó.

—Así que has decidió aceptar mi invitación —expresó Narcisa, elegantemente añadiendo dos terrones de azúcar a su té.

—Si no es demasiada molestia, sí.

—Eres bienvenido a quedarte el tiempo que desees —indicó Lucius, dejando la servilleta en la mesa, se incorporó—. El Lord ha partido a Albania y ha dejado a Bellatrix como la cabeza de la causa.

Severus apretó los labios, a pesar de su don, a excepción de Lucius, los Mortífagos del círculo interno no confiaban en él.

—Eso te dará tiempo para mostrar tus habilidades —planteó Narcisa— y demostrarles porqué eres el favorito del Lord.

Snape sonrió afable, bien sabía que Bellatrix lo excluiría de toda actividad para, después, delatarlo con el Lord.

—¿Cuándo regresa? —preguntó a Lucius.

—Quién lo sabe —respondió el rubio, tomó con dulzura la mano de su esposa y besó las puntas de los dedos—, descansa por hoy —se dirigió al pelinegro—, mañana te mostraré el imperio Malfoy. —Con pasos refinados se perdió tras la puerta.

—Dobby te acompañará a tu habitación —señaló Narcisa—, pediré que te lleven el almuerzo.

Severus agradeció en silencio. En cuanto tocó el mullido colchón se quedó dormido con la sensación de unos fuertes brazos rodeando su cintura.

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La lluvia arreciaba en la calle de la Hilandera, cerca de la chimenea industrial un perro negro acechaba la oscura casa de los Snape. El sonido de la aparición lo hizo voltear a la derecha.

—Vamos Padfoot —farfulló Remus, cubriendo al can con una capa—, él no está ahí. —El perro agachó las orejas, un pinchazo sacudió el corazón de Lupin—. Si yo pudiera hacerte feliz…

—Lo haces. —Sirius, cubierto sólo con la capa, acunó el rostro de Remus y depositó un beso en la frente—. Vamos a casa.

El rostro de Lupin se iluminó.

Black entrelazó la mano derecha con la izquierda de Remus, antes de desaparecerse, echó un vistazo a la desolada vivienda.

«Perdóname».

El sonido del hechizo quedó opacado por los truenos.

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Sirius, a sus 19 años, tenía todo lo que un joven podía desear: libertad, una pareja, dinero y su pasatiempo favorito, perseguir Mortífagos; pero había uno que nueve meses atrás había desaparecido del radar.

Oficialmente, Severus Snape estaba en San Petersburgo, dirigiendo el área de Investigación de las empresas Malfoy. Extraoficial, los rumores decían que el último de los Prince esperaba su oportunidad para acceder al círculo interno del Señor Tenebroso. Black no consideraba que esa oportunidad llegaría.

—Es un mestizo… —masculló, tomando el último trago de su segunda botella—. HeyAberforth —gritó al mal encarado tabernero del Cabeza de Puerco—, una más. —Hundió la cabeza entre sus manos. La silla frente a él fue arrastrada, alzó la vista, unos ojos negros lo acribillaron—. El idiota fue marcado hoy. —Sonrió mordaz—. ¿A qué debo tu generosa visita?

Snape no contestó, había visto a Regulus entre los novatos, colocó una nueva botella en la mesa, sirvió dos vasos, le alcanzó uno Sirius y bebió el suyo.

Las botellas se acumularon, a la media noche la misma habitación los recibió. Testigos mudos de besos y caricias, los muros nunca se impregnaron de la entrega.

—¿Por qué no puedo hacer que me ames? —insistió Sirius.

—Cada uno vive para lo que considera correcto.

Black se giró entre los brazos de Snape, delineó los labios de Severus con la punta de la lengua.

—Y moriremos por ello.

—Moriré por ello —contradijo Snape.

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La tercera vez que se encontraron, Sirius llegó tarde…

Las campanadas dando la bienvenida a 1980 hacía tres días que callaron, el Cabeza de Puerco bullía con una peculiar clientela: Albus Dumbledore estaba sentado en la mesa a lado de la ventana, acompañado de una extravagante mujer.

—Será un placer tenerte como profesora, Sybill.

Sirius no se detuvo a esperar la respuesta de ella, un vistazo a la mesa del fondo y se encaminó a la parte superior. Abrió la puerta de la habitación de siempre con una radiante sonrisa.

«¡Voy a ser tío!», gritó en su mente. Un segundo después, apenas tuvo tiempo de hacerse a un lado, una botella se estrelló contra la pared.

—Ahí va una buena cosecha —gimió teatralmente con las manos en el pecho.

Severus se levantó de la cama, acomodó la capa sobre el rostro y avanzó a la puerta. Sus brazos se rozaron al pasar, Sirius lo detuvo, las miradas se encontraron.

—Felicítame a Potter —ironizó Severus con una velada nota agridulce—, espero que su hijo no sea tan idiota como él.

—No hagas nada de lo que puedas arrepentirte —dijo Black, afianzando el agarre.

Los ojos negros brillaron iracundos, el cuerpo de Sirius fue azotado contra la pared del pasillo.

—No me digas lo que tengo qué hacer, perro —demandó Severus, pasando de largo el aturdido cuerpo de Black.

.

Los pasillos de la mansión Lestrange estaban impregnados de olor a sangre y magia negra, Severus atravesó cauteloso cada uno de ellos. Al girar a la derecha se topo de frente con la dueña de la casa.

—¿Qué haces aquí —amonestó Bellatrix—, mestizo?

—El Lord llegó hoy —indicó Snape— y necesito verlo.

Bellatrix endureció la mandíbula

—No has sido llamado.

—Que hayas llevado las riendas en su ausencia, no significa que deba darte parte de la misión que él me encomendó.

Lestrange rechinó los dientes, se hizo a un lado, vigilando cada movimiento del odioso muchacho.

Severus hizo una elegante e irónica venia, se acercó a la puerta de la biblioteca y tocó, un Mortifago enmascarado y que evidentemente fingía su estatura, lo recibió.

«¿Quién eres?», indagó Snape mentalmente, el hombre escondió el rostro tras la capucha y pasó de largo.

Voldemort estaba sentado frente a la chimenea con Nagini en su regazo, cuando la puerta se cerró, cuestionó:

—¿A qué debo tu visita, Severus?

Snape hincó una rodilla.

—Mi Lord —dijo con la mirada en el piso—, esta noche, Dumbledore se entrevistó con la tataranieta de Cassandra Trelawney… —Las caricias a Nagini cesaron, el ambiente se enrareció—. Al principio, la entrevista señalaba que se trataba de una embustera, pero Trelawney entró en trance.

—¿Y qué ha profetizado?

El único con poder para derrotar al Señor de las Tinieblas se acerca… Nacido de los que lo han desafiado tres veces, vendrá al mundo al concluir el séptimo mes…

—¿Es todo? —cuestionó Voldemort a un paso del joven, sorprendiendo a Severus.

—No lo sé, mi Lord.

—¿¡No lo sabes!? —vociferó el Lord, tomando por los hombros al pelinegro lo hizo levantarse y lo sacudió—. ¿¡No lo sabes!?

—Dum-Dumbledore me descubrió y tuve que salir de ahí…

Las uñas se enterraron en los hombros de Severus, los iris carmesíes escudriñaron el pálido rostro.

Crucio. —Aunque la agonía fue brutal ni un solo grito brotó de los jóvenes labios, Voldemort sonrió orgulloso—. Mi querido Severus, de todos mis Mortífagos eres mi favorito, el único en quien confío.

Hincado, con ambas rodillas en el piso, ejerciendo todo su autocontrol para no caer en la inconsciencia Severus masculló:

—Gracias, mi Lord. ¿Requiere algo más?

—Los nombres.

Severus creyó que su vida se paralizaba.

—Longbottom y Potter —reveló, pestañeando para evitar que las lágrimas rodaran.

—¡Los traidores de la sangre!

La mirada que Voldemort le dio, erizó la piel del pelinegro.

—Mi Lord, yo… —Aguantando la respiración, Snape bajó la frente hasta el piso—. Pido clemencia para Lily Evans.

Voldemort ladeó la cabeza.

—No entiendo tu fascinación por la chica.

—Por favor, mi Lord.

El señor Tenebroso caminó hasta el escritorio, se sentó, colocando los codos sobre la mesa, unió las manos.

—¿A cambio qué recibo yo?

Snape jugó su única carta.

—Dumbledore me ha otorgado el puesto de Pociones para el siguiente ciclo escolar.

—Es demasiado tiempo para la vida de una sangre sucia.

—He sido reclutado para la Orden del Fénix —mintió Severus.

La carcajada de Voldemort retumbó por toda la sala.

—Tráeme la sangre de ese niño y Evans será tuya.

—Así será, mi Lord. —Con las piernas temblorosas, Severus dejó la habitación.

Voldemort se giró al tablero de ajedrez, tomó el alfil y lo colocó frente al rey.

—Jaque al rey.

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Notas finales:

***Fragmento de Amazing Grace.


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