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How To Save A Life por Sabaku No Ferchis

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Notas del capitulo:

¡Hola! 

Seis meses después vengo a reportarme nuevamente con la contiinuación de esta historia. Uf, creo que jamás había escrito algo así, pero era necesario xD 

Muchas gracias a todas las personitas que me leen y/o comentan. Por ustedes continúo la historia y saben que jamás de los jamases la abandonaré :3 

¡ADVERTENCIAS! Violación y gore. 

[CAPÍTULO 19]

 

Masacre

. . .

«Toda mi vida me hicieron saber

Qué tan lejos no debería ir,

Pero por dentro la bestia crece,

Esperando masticar las cuerdas.»

[Carnivore-Starset]

. . .

Tu oasis es el dolor físico.

La voz gruesa se arrastraba por sus oídos, como raspando la superficie de los tímpanos.

—Lo es.

¿Lo es?

—Lo es. Lo sabes. ¿Recuerdas, Shukaku?

Gaara juntó sus párpados. La tranquilidad de su subconsciente se vio perturbada cuando la cola del demonio se balanceó, y las ondas sobre el agua se convirtieron en olas que deslizaron a su compás el cuerpo del taheño.

Entre la oscuridad, Gaara comenzó a percibir una escena, como si frente a él se estuviese proyectando una película antigua. Eran las manos pequeñas de un niño; una sostenía una navaja, y la otra tendía el brazo para recibir el filo. Pero justo cuando la punta estaba por tocar la piel, una ráfaga de arena se interpuso y se endureció ahí donde se clavaba la navaja, protegiendo al niño.

De pronto, Gaara sintió las mejillas humedecidas por las lágrimas, y cayó en cuenta de que ese niño no era otro más que él, a la edad de ocho años, cuyos intentos por conocer el dolor físico eran frenados por un escudo demoniaco de arena, cortesía de Shukaku y los otros demonios que su madre le había dado a tragar. Sin embargo, en aquellos tiempos nadie le respondió cómo sanar otro tipo de dolor: el que sentía por dentro, la soledad y el rechazo de los demás; ese tipo de heridas que no se curan con medicina.

Lo recuerdo—respondió el mapache demonio—. Era deber nuestro proteger a nuestro contenedor, ¿sabes? Y desde que estoy solo, con correa encima, mi trabajo es más difícil, mocoso.

—No volveremos a asesinar, Shukaku—El sonido del agua atenuó la respuesta del pelirrojo—. Si te dejo tomar el control…, habrá una masacre.

Gaara abrió lentamente los ojos, concentrándose en mantener el control dentro de su mente. Shukaku comenzaba a pasearse inquieto dentro de su prisión. A veces, su cola golpeaba los enormes barrotes, y sus pisadas creaban olas que perturbaban la tranquilidad del agua.

«Puedo… podemos soportarlo.»

¡Una masacre! —exclamó el demonio, el gruñido retumbó por todos lados y una fuerte punzada azotó la cabeza de Gaara, aunque ésta pudo ser provocada más por el golpe que Deidara le había azotado en la cara, que por el grito del mapache—. ¿Qué hay de malo con las masacres, cuando los caídos son gente que merece ser masacrada?

—No nos corresponde a nosotros decidir el destino de los demás.

Shukaku escupió una fuerte carcajada, clavando las garras entre los espacios de los gruesos barrotes. Era tan estruendosa que Gaara no sabía si dolían más sus tímpanos o su mejilla ardiendo por el puñetazo del rubio. Quién sabe. Sin embargo, así estaba bien. Atenerse al dolor físico siempre era mejor que prestar atención a las punzadas de su corazón.

¡Ah, por todos los jigoku del mundo! ¿Por qué los humanos son tan interesantes? Pequeñas pulgas incognoscibles, unos con grandezas de dios sobre los suyos, otros como ovejas ciegas que sólo sirven de carne de cañón, y luego están los que son como tú, que prefieres que te hagan pedazos antes de defenderte, porque crees que el mundo ya es demasiado justo sin que tú tengas que intervenir.

—¡Basta! ¿No te escuchas? Si yo intervengo no sucede gran cosa; son más fuertes que yo—repuso el taheño apretando los puños—. Pero si te dejo salir, si te dejo intervenir, no sólo vamos a rendir cuentas: ¡Arrasaremos por igual a cualquiera que se nos ponga enfrente!

El mundo está sobrepoblado.

—¡Recuerda la última vez que te dejé tomar el control total!

¡Bam!

El golpe que Deidara le dio sobre la piedra del pozo le rasgó la piel, le sacó sangre, y probablemente sacudió su cerebro dentro del cráneo. El pelirrojo no pudo evitar gemir por el dolor y las punzadas dentro de su cabeza que le quemaban la mente y el pecho. Siempre deseó que el dolor físico pesara más en la balanza a comparación de lo que sentía en su interior; sin embargo, siempre sangraba más por dentro; siempre la opresión y los golpes eran más fuertes dentro de su pecho que cualquier cosa externa que intentara lastimarlo: Desde que era niño le dolían muchas cosas; sin embargo, nada era comparado con el sentimiento de no ser lo suficiente para Sasuke; de que, a pesar de tener su cariño, siempre habrían cosas que intentarían mantenerlos alejados.

«¿Por qué duele tanto amar?»

La última vez nos deshicimos de todos los que se metieron contigo, ¿no? ¡Y fue excelente, carajo! —gruñó el mapache—. Porque ustedes los humanos, lo han estipulado como una de sus principales reglas de convivencia… ¿no?, ¿cómo decía? La libertad de uno termina donde empieza la del otro.

Como eres así de puta, vas a abrirle las piernas a mis amigos también.

¿Escuchas eso? —preguntó el demonio, balanceando la gran cola. Los ojos de Gaara se abrieron como platos—. Sé que me dirás que no te importa lo que pase contigo, pero es evidente que la cosa cambia cuando hablamos de la criatura que llevas dentro, ¿huh? Llevas todo el tiempo intentando protegerte el vientre con las manos.

El corazón del pelirrojo fue abrazado por un torbellino helado que le paró por un efímero momento los latidos.

—Detente. Detente, Namikaze—le rogó al rubio desde lo más profundo de su alma.

Gaara no quería volver a mancharse las manos de sangre, pero sabía que, si Deidara y sus amigos se atrevían a hacerle daño a la criatura dentro de su vientre, no podría (ni querría) contener a Shukaku.

¿Pero cómo podrían imaginarse Deidara y sus amigos de lo que potencialmente sucedería? Por más alocada que pudiera estar su imaginación, no era ni tantito suficiente para dilucidar lo que el pelirrojo era capaz de hacer; pues ellos lo creían un debilucho saco de huesos, huraño y rarito. Fue por eso que se les hizo fácil, y hasta divertido, poder abusar de él como si fuese un muñeco de trapo; golpearlo hasta convertir su rostro en una mezcla de tierra, lágrimas y sangre, arrancarle la ropa y exponer su cuerpo como un pedazo de carne para perros hambrientos…

—¡NO ME TOQUEN!

Creyeron fácil violarlo, pensando que las consecuencias serían apenas risibles.

¿Lo vas a permitir?

El pedazo de carne venoso se abrió paso por las paredes anales del taheño, rozándolas sin cuidado, lastimándole porque su entrada ni siquiera había lubricado. Quien lo estaba penetrando se apoyó sobre los hombros desnudos de Gaara, depositando todo su peso en ellos para que su falo tuviera un mejor acceso al ano del menor. El grito que escupió su garganta quebró las ráfagas de viento alrededor del campo; se escuchaba como si estuviese siendo víctima de atrocidades dignas de la Santa Inquisición, sin embargo, a los abusadores poco les importó, pues Ringo comenzó a embestirlo con rudeza, mientras que Shuji y Takao le toqueteaban groseramente el cuerpo, y Deidara se escupía insultos y burlas.

—¿Por qué te contienes? —dijo Deidara. El viento ya había hecho nudos en su cabellera dorada—. ¡Hacemos esto porque te gusta, así que será mejor que empieces a gemir de una puta vez, hum!

En realidad, Namikaze bramaba en vano. Podría tachársele de idiota si creía que sus palabras ponzoñosas llegaban a oídos de Gaara, pues él estaba tan ocupado intentando librarse tanto de sus abusadores como de las ataduras de su mente, que ni siquiera prestaba atención a algo tan carente de importancia como lo que decía el rubio. Y si una voz podía llegar a llamar su atención, esa era únicamente la del demonio mapache, que taladraba sus paredes mentales como un mosquito en una madrugada calurosa.

¿Vas a permitir que hagan pedazos la poca felicidad que has conseguido en tu vida?

Y, como si Shuji y Takao se hubiesen sincronizado intencionalmente con Shukaku, hicieron a un lado a Ringo, cuyo pene flácido abandonó el ano de Gaara, embarrado de una mezcla viscosa de su propio semen y sangre del taheño.

—¿Tan rápido te corriste? ¡Eres tan patético, Ringo, que hasta el rarito de la escuela puede hacerte venir con nada más meterle la puntita! —se burló Takao, mientras sacaba su propio miembro de sus pantalones para restregarlo contra los muslos de Gaara, cubiertos de semen viscoso.

Shuji imitó sus movimientos. El pelirrojo gritó cuando sintió ambos pedazos de carne separarle el ano lastimado; se enterró las uñas en las palmas de las manos, y mordió el labio inferior con tal fuerza que la carne se le dividió. Había sentido un dolor horrible en el vientre, el cual volvía cada vez más fuerte con cada embestida que sus abusadores le daban.

¿Tienen derecho a hacerte esto?

Deidara, que se había alejado por unos segundos de la escena, volvió con una vieja rama en la mano. Sus labios eran una sonrisa torcida.

—No es suficiente con que se la metan al mismo tiempo, idiotas—comentó el rubio, extendiéndole la rama a Ringo—. No es suficiente para este pedazo de mierda; probablemente ni siquiera sienta cosquillas, así que usen esto.

Ringo enarcó una ceja.

—¿Quieres que le metamos la rama? No sé, Deidara, podríamos lastimarlo en serio.

—¿Y qué piensas que quiero, hum? ¿Jugar con él a las muñecas? ¡HAZLO, MALDITA SEA!

Y así se hizo. Todo sucedió en pocos segundos; sólo bastó que la entrada del pelirrojo fuese invadida bruscamente por un pedazo de rama vieja con terminaciones puntiagudas y astillosas, cuando la mente de Gaara perdió el equilibrio y los barrotes que contenían a Shukaku comenzaron a quebrarse.

—¡NO TIENEN DERECHO!

Dentro de su cabeza, el agua que rodeaba el cuerpo de Gaara fue arrastrada con una fuerza brutal hacia arriba, mientras el joven gritaba a tal grado que sus cuerdas bucales podrían reventarse. Su espalda se arqueó en un ángulo doloroso para los huesos, sus ojos eran dos círculos blancos llenos de bosques de venas rojas, y en los rabillos escurrían gotas de sangre.

El ambiente estaba lleno de gotas flotantes que temblaban a medida que los barrotes de Shukaku iban quebrándose. El sello seguía ahí, por lo que el demonio todavía no era capaz de romperlos por completo. Cerró las garras sobre ellos y llamó al pelirrojo en un grito infernal.

¡Quita el sello! —bramó; su tono era una mezcla entre súplicas y carcajadas—. ¡Se creen con el derecho de hacernos daño, así que nosotros tenemos el derecho de hacer con ello un festín de carne y sangre! ¡QUÍTALO, MOCOSO!

Las pupilas aguamarina regresaron a los ojos de Gaara. Su aspecto era el de un muerto que había regresado del infierno a cobrar venganza. Las facciones se habían endurecido y afilado. Estaba flotando frente a la jaula del demonio. Entre los millones de gotas, extendió los brazos hacia los lados. El agua cayó, y desde la oscuridad nació una ráfaga de arena que se estrelló como una bala sobre el sello, rompiéndolo, debilitando los barrotes hasta convertirlos en un cúmulo de arena.

La risa de Shukaku se extendió por el lugar cuando una de sus patas cruzó la jaula rota; su cola se balanceó golpeando lo que quedaba de la estructura. Los ojos amarillos relucían como el fuego del sol más potente del universo.

Vamos a jugar.

 

 

Aquel día, los hermanos Uchiha tuvieron que ajustarse al protocolo que antaño seguían en su hogar en Tokio, cuando todavía eran niños menores de diez años que soñaban con convertirse en ninjas poderosos. Se levantaron a las siete de la mañana, tomaron una ducha rápida y se encontraron con sus padres en el estacionamiento del campus para ir a desayunar a la ciudad.

—Itachi—había dicho Fugaku, harto del largo silencio que había entre su familia desde que la mesera les trajo sus pedidos—. Me comentó Tsunade que obtuviste el mejor promedio de tu generación, estoy muy orgulloso. No podía esperar menos de un Uchiha.

Itachi, que estaba demasiado ocupado en hacer puré su guarnición de papas, miró a su padre, tardándose en procesar lo que el hombre le había dicho.

—Oh—exclamó—. Sí, me dijeron que tendré mención honorífica durante la ceremonia.

—¿En verdad? ¡Qué buena noticia, cariño! —exclamó Mikoto con las palmas juntas y su sonrisa maternal.

—Tu madre tiene razón—siguió Fugaku—. Ya tenemos otra razón para quedarnos a la ceremonia.

Ante aquello, Sasuke levantó la mirada hacia su padre y notó que éste le estaba mirando también, reafirmando la indirecta tan obviamente, que tanto Itachi como Mikoto se dieron cuenta.

—Lo arreglaré, padre. No tienes de qué preocuparte—contestó el menor, intentando controlar su mano que temblaba junto con el tenedor.

El Uchiha mayor bebió de su taza de café. Su expresión era más dura que la de una roca.

—Confío… no—se corrigió—. Sé que tomarás la decisión correcta, hijo.

Sasuke no dijo nada más, y los demás miembros de la familia evitaron hacer algún comentario al respecto. Itachi estaba sentado a un lado de su hermano, así que pudo notar que el menor sostenía su celular por debajo de la mesa, mirándolo cada cuarto de minuto. Sabía que estaba esperando un mensaje de Gaara.

Itachi tomó su propio celular (cuyo fondo de pantalla era una foto mal tomada de Sasori) y le envió un mensaje a su hermano.

«Tranquilo. Cuando volvamos podrás verlo. No se va a ir a ningún lado, bobo hermano menor.»

Sasuke sabía que su hermano tenía razón. En un rato lo veré, se dijo, haremos todo tan rápido que papá no podrá detenernos.

Sin embargo, jamás pudo estar tan equivocado, pues ese pequeño desayuno familiar se transformó en un paseo por la cuidad con varias horas de duración.

 

 

Kayane apenas podría creer que lo que tenía en frente era la vida real y no la escena de una película snuff de bajo presupuesto. Sus amigos estaban violando brutalmente a un muchacho envuelto en hematomas y sangre. ¿Por qué demonios estaban haciendo eso? ¿El hecho de que Uchiha Sasuke rechazara a Naruto por Sabaku no Gaara era razón suficiente para abusar del pelirrojo? Además, ¿qué tenía eso que ver con él? No era su problema, no tenía por qué meterse…

Entonces, ¿por qué estaba ahí?

Apretó los puños y dientes, preguntándose qué debería hacer ahora. Estaba claro que no iba a participar; las personas que estaban abusando de Gaara ahí en frente estaban completamente mal de la cabeza, sin embargo, eso lo le quitaba la responsabilidad a Kayane de haber cooperado en el secuestro del pelirrojo.

Así que pensó: lo mejor sería regresar y avisar a la directora Tsunade; de todas maneras, Deidara y los otros dos estaban demasiado ocupados como para notar su ausencia.

«Pero haré mucho tiempo en ir y volver con ella.» Se dijo. «En ese caso, será mejor que mande un mensaje a Suigetsu para que le avise a la directora.»

Kayane sacó el celular de su bolsillo. Fue cuando notó que granos de arena en el aire se interponían entre sus ojos y la pantalla del aparato.

«¿Arena?»

Levantó la mirada hacia la escena de la violación. Las partículas de arena estaban en todas partes, volando sobre el ambiente como en un infinito desierto antes de una tormenta. Era lo más irreal que Kayane había visto… hasta ahora.

Nadie más parecía haberse percatado. Se preguntó si debería avisar a los otros que una extraña tormenta estaba cerca, pero nada más dio un paso al frente, y escuchó un alarido que le hizo cubrirse los oídos. Ni siquiera tuvo tiempo para procesar lo siguiente.

El ocaso estaba cayendo, llevándose la escasa luz de sol. Una ráfaga de arena se levantó como si se tratara del prefacio de un tornado, sintió las partículas entrar en su ropa y vio, con los ojos abiertos como platos, cómo los cuatro abusadores fueron azotados al suelo por una fuerza que ni siquiera pudieron identificar.

—¡Arhg! —gritó Takao, producto del dolor de su trasero al estrellarse contra la dura tierra del campo—. ¿¡QUÉ DEMONIOS FUE ESO!?

—Qué voy a saber—contestó Ringo, gimiendo por el mismo dolor—. ¿Qué es toda esta arena?

—¡Oye, Deidara, ¿estás bien?! —preguntó Shuji.

El rubio, tan desconcertado como el resto de sus amigos, se sobó la cabeza. Tenía su rostro hecho un mohín y el cabello lleno de nudos y arena.

—Sí…

Cuando se detuvo y levantó la mirada, vio que el pelirrojo seguía tendido boca abajo sobre la tapa del pozo. Lo tenía justo enfrente suyo, así que pudo notar algo que le pareció irreal en la mirada del chico. Era como si le miraran dos personas completamente diferentes: un ojo aguamarina, cubierto por un bosque de espinas rojas, y otro amarillo con la pupila deformada, tan demoniaco que se le hizo la piel de gallina. Gaara le estaba sonriendo.

—Deidara, ¿ya viste esta arena? —preguntó Ringo.

—¿¡DE QUÉ DEMONIOS TE RÍES, IDIOTA!? —gritó el rubio a Gaara con tono colérico, pues no iba a permitir que esa escoria roja se burlara de él—. ¡A la mierda la arena! —se volvió hacia sus amigos—. ¡Continúen! ¿¡No ven que el estúpido no ha aprendido la lección!? ¡Metan esa rama hasta que le salga por la garganta!

Pero, antes de que ellos pudieran levantarse, el pelirrojo se incorporó. A Kayane le recordó a un muerto emergiendo de su tumba, con el don de la inmortalidad y la sed de sangre. Era un cuerpo completamente desnudo, cubierto de sudor, sangre, semen, y con una rama enterrada en el ano. El cabello le cubría los ojos, pero Kayane estaba seguro de que el pelirrojo tenía la mirada fija en Ringo, Shuji y Takao.

Todo, por un momento, fue silencio.

Gaara echó el mentón hacia atrás, de manera que sus ojos quedaron al descubierto: uno aguamarina y el otro amarillo, ambos hieles, filosos y asesinos. La curva de sus labios temblaba en una sonrisa torcida.

—¿¡De qué mierda te ríes!? —dijo Ringo, impulsándose para levantarse y arremeter contra el taheño. Entonces algo le detuvo por los tobillos con fuerza, impidiéndole separar los pies del sueño—. ¿Qué?

Ringo cayó de un sentón. Shuji y Takao quisieron echarse para atrás, pero pronto supieron que corrían la misma suerte que el primero. Ellos, Deidara y Kayane, vieron algo que desafiaba las leyes de la naturaleza: un cúmulo petrificado de arena encerraba los tobillos de los tres chicos, como si fuesen grandes puños. Éstos provenían del mismo suelo, aunque todos estaban seguros de que estaban hechos de arena y no de tierra de campo.

Los granos que flotaban en el aire abundaban cada vez más; el ambiente tenía todo el peso del mundo.

—¿¡Qué es esto!? —exclamó Shuji. Los tres intentaron librar sus piernas de la arena, pero fue imposible.

Deidara frunció el ceño, pero no entender lo que estaba pasando no significaba que se pondría a llorar como los patéticos que tenía como amigos. Caminó hacia ellos y el pelirrojo, sin embargo, tuvo que detenerse cuando Gaara hizo el primer movimiento.

Se llevó la mano derecha al trasero, sin apartar la mirada maquiavélica de los tres chicos (dándole la espalda a Deidara), esa sonrisa torcida temblaba como si fuese a quebrarse, pero jamás lo hacía. Tomó la rama que seguía encajada en su ano y la movió de un lado a otro. Los cinco muchachos no pudieron evitar hacer una mueca de dolor cuando el taheño retiró la rama de su interior con un solo movimiento, liberando tras de ella un chorro de sangre que le escurrió por las piernas, mezclándose con los otros fluidos que ya estaban secándose sobre su piel.

—¿Qué mierda le pasa? —mustió Deidara para sí—. ¡Oye, estúpido! ¿Qué estás haciendo? ¡Pensé que te gustaría más eso que dos vergas, hum!

El pelirrojo lanzó la rama ensangrentada al suelo mientras ladeaba la cabeza hacia el rubio. Fue cuando éste notó la sonrisa maquiavélica, y por primera vez algo dentro de él le dijo que todo esto había sido una terrible idea.

—Te mostraré qué es lo que nos gusta—la boca de Gaara se movió, aunque los cinco muchachos jurarían por sus propias vidas que no sólo era una voz la que habló. Una, lo sabían, era del pelirrojo; pero la otra parecía provenir de los espacios más atroces del jigoku.

Deidara abrió y cerró la boca, sin poder decir algo. Ringo le había gritado a Gaara que no se atreviese a burlarse de ellos y le aventó una roca del tamaño de un puño que estaba a su alcance. Pero ésta ni siquiera alcanzó a tocar un pelo de Gaara, porque de inmediato la arena en el aire formó un escudo perfecto para proteger al pelirrojo, que ni siquiera se inmutó.

La cara de Ringo era un poema. Shuji y Takao se incorporaron lentamente. Tenían tanto miedo que ni siquiera se percataron de que sus pantalones seguían abajo y sus flácidos penes estaban al aire libre.

—Oye, Sabaku…—pidió alguno de los tres, optando por la súplica. Sin embargo, Deidara interrumpió.

—¿QUÉ MALDITA COSA ERES TÚ?

Gaara, que no había quitado la tétrica mirada del rubio, aguardó a que el escudo de arena se dispersara en el aire, y entonces levantó la mano en dirección a los otros tres. Como acatando la orden, más de un millón de granos de arena salieron disparados hacia Ringo, Shuji y Takao, y se ciñeron sobre ellos como los vendajes de una momia, levantándolos por el aire.

Deidara retrocedió y cayó sobre el trasero, soltando un grito endemoniado. Por otro lado, Kayane encontró motivo suficiente para salir corriendo, con el corazón colgándole de un hilo y el miedo palpable en su pecho de que esa arena lo persiguiera y le arrastrara al mismo destino que los otros tres.

Las tres presas eran como muñecos de trapo en manos de un niño travieso, y la expresión de sus caras se asemejaban a “El grito”, con las bocas echas una perfecta O, los ojos destilando terror, y con el grito atorado en la garganta. Los sonidos que escupían apenas eran gemidos, balbuceos sinsentido, pobres intentos de súplica para Gaara.

Alrededor de ellos, las partículas de arena se agitaban cual enjambre furioso.

—Patético—exclamó Gaara entre su sonrisa; ambos ojos clavados en el rubio, mientras el resto de su cuerpo y su mano extendida apuntaban a los tres bultos en el aire—. Son de la escoria humana más patética que he visto.

Las pupilas azules del rubio bailaban incontrolables sobre sus cuencas, su cuello sudaba frío y el corazón le latía con rapidez. Si hubiera sido otra persona… si su orgullo y su coraje no fueran más duros de quebrar que su cabeza, probablemente habría intentado huir. En su lugar, sus facciones se hicieron una mueca colérica, levantándose de un salto hacia el taheño.

—¡RARO DE MIERDA! —gritó.

Sólo bastó con que Gaara entrecerrara los ojos un poco para que la arena arremetiera contra Deidara, encadenando sus tobillos con cúmulos en forma de puños gigantes. El rubio perdió el equilibrio de nueva cuenta.

El taheño abrió la boca para reír. Era una carcajada burlona, y los otros cuatro podían escuchar tanto el eco del sonido en las cuerdas bucales, como la presencia de la voz demoniaca.

¿Qué sucede, Namikaze? —hablaron las voces—. ¿Se te olvida que querías darnos diversión?

El rubio tragó saliva; no podía articular palabra.

¿Cuáles fueron tus palabras? —la mirada de esos ojos dispares e infernales se hendía sobre Deidara como un chuchillo sobre mantequilla; los gritos de sus tres amigos sobre el aire eran ecos a mil años de distancia—. “Hacemos esto porque te gusta”. ¿Sabes qué nos gusta más que dos vergas, pequeño humano? —con la mano que no apuntaba a los tres bultos, Gaara señaló su propio trasero bañado en sangre y mugre—. Esto. Dulce y cálida, arrancada del dolor de la penitencia. Cuando te arrastres como gusano suplicando perdón, lo entenderás.

Deidara se puso una máscara de valentía. «Eres temerario, hijo.» Le había dicho Minato «Y con la fuerza de tu corazón y tu voluntad, podrás con cualquier cosa que se ponga frente a ti, no importa lo peligrosa que sea.»

—Ja. ¿Pero qué estupideces estás diciendo, hum? —preguntó, haciendo el mayor esfuerzo de su vida para que su voz abandonara todo timbre de terror—. No hables como si fueses superior a cualquiera de nosotros. ¿”Pequeño humano”? ¿Qué demonios te crees, hum? ¿Un dios? ¡De lo único que pues ser dios es de los lunáticos! —intentó removerse de la arena que lo sostenía—. Baja todo tu teatrito, escoria roja. No sé qué demonios hiciste para hacernos creer que eres mago, o algo así, pero no te funcionará para deshacerte de nosotros, hum.

Los dos ojos le miraban, el aguamarina con lástima y el amarillo con burla.

Son tan divertidos los de tu especie, Gaara—dijo la voz gutural—. Desde tiempos antiguos ven el mundo esperanzados de que cosas extraordinarias sucedan frente a sus ojos; lo plasman en libros, películas y arte. Pero cuando en realidad sucede, no pueden hacer más que mearse en los pantalones. Patéticos. Él nos subestima todo el tiempo. ¿Ya le mostramos? Sí. La función apenas está por comenzar.

Gaara movió el dedo índice de la mano que apuntaba hacia los tres bultos de Ringo, Takao y Shuji. La arena que les enterraba todo el cuerpo a excepción de la cabeza comenzó a disolverse ahí en los genitales, dejando expuestos sus penes flácidos.

—¿Saben algo? —habló el pelirrojo, arrastrando el sonido de su voz como un ronroneo—. Me han hecho pasar un momento tan memorable con estos pedazos de carne, que no aguanto las ganas de llevármelos como recuerdo, ¿puedo? Sí, podemos.

Los tres jóvenes se sometieron a gritos desesperados de súplica y misericordia, a pesar de que sus pobres cerebros no encontraban la forma de darle coherencia a la situación en la que se encontraban. Deidara estaba a la expectativa, pero sus piernas le temblaban incontrolablemente.

Gaara comenzó a mover los dedos de la mano, como si estuviera apachurrando algo en el aire. Entonces, la arena terminó de envolver el rostro de los jóvenes; lo único que quedaba al descubierto eran los miembros. Dejaron de gritar cuando la arena llegó a sus gargantas, pero todavía se retorcían entre el bulto.

—Son como hormigas—dijo Gaara—. Y nosotros un par de niños con una lupa a la luz del sol. ¡CRASH!

Fue cuando el pelirrojo cerró la mano, con un movimiento rápido, fino y simple. La arena que cubría a los muchachos comenzó a comprimirse alrededor de ellos, presionando sus músculos, apretándoles el diafragma e impidiéndoles la respiración; la cual de por sí ya era nula por la cantidad de granos en sus fosas nasales. Deidara, dentro de su shock, estaba seguro de que podía escuchar las súplicas de sus amigos. «¡Ayuda!» «¡No quiero morir!» «¡Perdón por todo!» «¡Por favor!»

—¡PARA! —gritó el rubio—-. ¿Qué les estás haciendo? ¡Los vas a matar, idiota! ¡Detente!

Gaara le dedicó una mirada divertida al rubio. Éste notó las partículas de arena revolotear alrededor del taheño, rozándole la piel. El ojo amarillo con cuenca negra tenía el filo de diez mil katanas.

—Los envolvemos—dijo—, en su ataúd de arena.

Su puño se retorció. La arena que rodeaba los penes presionaba con tal fuerza que Deidara fue capaz de ver cómo éstos comenzaban a separarse del resto del cuerpo, en un corte tan liso del que cualquier carnicero se sentiría orgulloso. Los genitales cercenados cayeron al sueño; al rubio se le revolvió el estómago.

En ese momento se escuchó un crujido similar al que hacen las cáscaras de huevo: huesos quebrándose, enterrándose en la carne de los músculos, las costillas filosas hendiéndose en el corazón y los pulmones, pedazos de cráneo clavándose en los cerebros frágiles y blandos. Deidara se cubrió la boca con las manos, preso en una mueca de terror; el pelirrojo siguió retorciendo la mano hasta que Shukaku estuvo seguro de que, quienes antes habían sido tres muchachos de preparatoria, quedaron reducidos a partículas diminutas de carne y hueso que se mezclaban con la arena.

Aquella mezcla cayó como lluvia, bañando tanto al pelirrojo como al rubio. A Deidara se le revolvió el estómago y el vómito le trepó por la garganta.

«Este no es ningún juego. Basta. ¡Huye!» ¿Debía hacerle caso a su cerebro? En primer lugar, ¿debía creer que lo que sus ojos le estaban mostrando era cierto? ¿Qué tal que todo era un maldito sueño?

Se mordió el labio, apretando los puños y tragándose el vómito. Ahora no era el momento para encontrar la lógica del asunto, sino de defenderse. Si lo que acababa de presenciar era verdad, Sabaku no Gaara era un asesino; peor aún: un monstruo, y siendo él ahora el único que lo sabía con certeza, debía ponerle un alto… debía proteger a Naruto.

Ya el menor se lo había dicho, había algo demoniaco dentro de ese pelirrojo.

El ambiente pareció relajarse un poco cuando la lluvia de cadáveres terminó. Los granos de arena seguían fluyendo por el aire, pero no estaban agitados. El rubio se dio cuenta de que los puños de arena que le sostenían los tobillos se habían dispersado por el suelo.

Gaara le daba la espalda completamente. Luego de unos segundos, ambas voces en él comenzaron a hablar:

—Las amargas lágrimas carmesíes de los cadáveres fluyen y se mezclan con la interminable arena, alimentando el caos dentro de nosotros y haciéndonos más fuertes*—una pausa de silencio. Gaara, como si estuviera en una habitación lleno de personas calladas, comenzó a reírse. Los hombros le temblaban—. Pudimos haberlo hecho sin dolor, pero, ¿dónde queda la diversión entonces?

«¡Está loco! ¡Está jodidamente loco!» Pero Deidara no tenía tiempo para ponerse a pensar qué demonios pasaba con ese monstruo. Por ahora, el pelirrojo estaba balbuceando consigo mismo, sin siquiera advertir su presencia. No debía desaprovechar una oportunidad como aquella, se dijo mientras empuñaba la navaja que tenía guardada en el pantalón.

 

Lo primero que Sasuke pensó cuando llamó a la habitación de Gaara y éste no contestó, fue que probablemente su novio ya estaba en el auditorio. Antes, el pelirrojo acostumbraba a llegar tarde a todos lados, pero el moreno le había hecho prometer que llegaría temprano a reunirse con él. Sin embargo, los hermanos Uchiha habían regresado media hora antes del inicio de la ceremonia, así que tenían el tiempo contado para darse una ducha y ponerse el traje.

Se encontraba en su habitación, ajustándose la corbata frente al espejo, cuando su celular, que estaba sobre su escritorio, comenzó a sonar. Un tirón le sacudió el estómago con la esperanza de que fuera su Gaara, y en menos de un segundo estaba desbloqueando el aparato.

El nombre que se leía en la pantalla era el de Suigetsu.

—¿Qué pasa, Suigetsu? —preguntó Sasuke con decepción en su timbre.

—¡Milagro que contestas! Has tenido a tu mejor amigo muy olvidado últimamente, idiota—se interrumpió a sí mismo—. Bien, esto es importante, ¿recuerdas a Kayane?

—¿Kayane? —repitió el moreno, volviendo frente al espejo para seguir ajustando su corbata—. ¿No es el chico con el que siempre compites en la alberca?

—¡Sí! Verás, me acaba de mandar un mensaje muy extraño, se trata de Gaara... Deidara y sus amigos lo tienen en la cabaña del campo a las afueras del campus; dice que es necesario llevar a la directora hasta allá, incluso a la policía. La verdad yo no entiendo nada, pero me pidió que te dijera también…

—Voy para allá—fue lo único que dijo antes de colgar, y abandonó su habitación con el corazón estancado en su garganta.

Cuando llegó a la salida trasera del campus, se encontró con un mar de adolescentes vestidos con sus mejores galas, ansiosos por que la ceremonia comenzara y terminara para dar paso a la fiesta de graduación. Maldijo mentalmente tanto ajetreo, y atravesó el gentío sin importar los empujones y pisoteadas que propinó. Estaba a centímetros de la salida cuando una mano se cerró sobre su muñeca.

—¿Sasuke? ¿Qué haces? —era Itachi, ya ataviado en su traje.

—¡Suéltame! —exclamó el menor, su ceño estaba fruncido, con los ojos rojos de impotencia—. ¡Suéltame, Itachi! ¡Gaara está en problemas!

—¿Qué problemas?

—¡El idiota de Deidara lo tiene, se lo llevó! —gritó, sin importar que todos los que estaban cerca pudieran escucharle—. ¡Debo ir por él, Itachi! Nuestro bebé…

Itachi estaba por responderle, cuando algo captó la atención de ambos. Allá afuera, corriendo en dirección a ellos, venía Kayane; Sasuke reconoció los cabellos verdes de inmediato, pero entrecerró los ojos con incertidumbre al notar la expresión de terror que cubría las facciones del muchacho.

Una vez que estuvo frente a ellos, Kayane apoyó los brazos sobre las rodillas, intentando recuperar la respiración. Tenía los ojos hinchados; su rostro estaba cubierto de sudor y algo que parecía ser arena.

Itachi, que no conocía al muchacho, lo miró con duda. Sasuke, por su lado, le tomó por la camisa, desesperado.

—Suigetsu me lo dijo. ¿¡Qué está pasando!? ¿¡Dónde está Gaara!?

A medida que sus pulmones y su ritmo cardiaco se estabilizaban, Kayane habló.

—Está en la cabaña, sólo sigue el camino derecho; son como quince minutos caminando… corriendo no sé—aspiró otra bocanada de aire—. Escucha, Uchiha, por más que quieras no te recomiendo ir solo, pasaron cosas jodidamente imposibles allá.

El moreno afiló la mirada.

—¿Por qué se lo llevaron?

Kayane tragó algo de saliva.

—Deidara quería vengarse por lo que Sabaku le hizo a tu hermano, porque tú lo elegiste a él… pero créeme Uchiha, no es buena idea que vayas tú solo, déjaselo a la policía… dios, espero que Suigetsu les haya llamado…

—¿¡POR QUÉ? ¿POR QUÉ DEBE INTERVENIR LA POLICÍA? —gritó Sasuke. La mitad de él quería salir disparado hacia Gaara, y la otra moría por conocer la verdad y quedarse a escuchar al de pelo verde.

Kayane desvió la mirada.

—Deidara hizo que Takao, Shuji y Ringo lo violaran, pero Gaara…

Eso fue suficiente para que Sasuke lo soltara y echara a correr en dirección al pelirrojo.

 

 

Fue rápido y certero. No había margen de error. El filo de la navaja debió traspasar la piel de su costado; debió provocarle una hemorragia y matarlo, pero era como si hubiese intentado clavar un cuchillo para mantequilla en un bloque de mármol.

Abrió y cerró la boca mientras hacía otro intento por que la navaja se enterrara en Gaara, sin embargo, lo único que consiguió fue formar una especie de grieta. Dejó caer la navaja a sus pies, en shock. Cuando el pelirrojo, sin inmutarse, se volteó hacia él, Deidara notó la burla en los ojos dispares. Desde la grieta en su costado comenzó a caer una pequeña cascada de arena.

—¿Qué mierda? —exclamó y cerró sus puños para estrellarlos contra el rostro del taheño, utilizando toda su fuerza. Pero era igual, lo único que lograba era agrietar las mejillas y el mentón de Gaara, como si estuviese golpeando una marioneta de madera—. ¿¡QUÉ MIERDA ERES!?

Sus nudillos se llenaron de su propia sangre. Quedó agotado a los pocos minutos, y Gaara seguía estático como piedra, con la sonrisa demoniaca pintada en los labios. La arena caía de las grietas de su rostro, flotaba y volvía a postrarse sobre él, como una máscara protectora. No podía hacerle ni un rasguño.

¿Terminaste? —el taheño extendió las manos a los lados y la arena en el aire comenzó a fluir como un enjambre—. Es nuestro turno.

Deidara se echó hacia atrás, presa del terror, recordando la expresión de sus amigos antes de que la arena los sepultara por competo. Tropezó con sus propios pies y cayó al suelo, así que comenzó a arrastrarse con los codos para atrás, desesperado.

Gaara caminaba hacia él con lentitud.

—¿Sabes algo? —se escuchó la voz del taheño—. Naruto se volverá un parásito por tu culpa, acudiendo a ti cada que un niño más grande le robe un dulce. Entonces mátalo. ¿Qué vas a hacer, Namikaze? ¿Mandar a violar a cada persona que se le ponga en frente? ¿Golpear a la gente sólo porque quien tu hermano quiere prefiere a otros sobre él? No es nada frente a nosotros, sólo una hormiga indefensa, suplicando para que la aplastemos—el pelirrojo llegó hasta donde estaba la rama que momentos antes penetraba en su ano. La recogió. Deidara intentaba alejarse, pero la arena llegó a retenerle por los tobillos y las muñecas—. Es patético. Eres patético. ¿Quién lo diría de ti, Namikaze Deidara?

—¡Cierra la boca y déjame ir ahora mismo, hum! —suplicó el rubio aún en su timbre arrogante—. Te juro que no dejaré que vuelvas a hacerle daño…

—Ah, ¿sí? ¿Qué vas a hacerme? ¡Hacernos!

Cuando el pelirrojo estuvo frente al rubio, se hincó con la rama en manos. El ojo aguamarina y el amarillo brillaban como flamas.

—¡Todos sabrán que eres un asesino!

Gaara puso la rama frente a Deidara para mirarla detenidamente. La sangre estaba cubierta por tierra y arena, pero aun así el pelirrojo dio una lamida y sonrió. Luego, apuntó con ella hacia el rostro del aterrorizado rubio y con la punta le quitó el pelo de la cara, dejando al descubierto ambos ojos.

—¡Maldita escoria roja, no me toques! ¡Eres un monstruo!

—¿Sabes cuántas veces he escuchado eso?

Y acto seguido, le clavó la punta de la rama en el ojo izquierdo, removiendo con movimientos circulares. Deidara soltó un grito que pudo haber sido escuchado hasta el otro lado del mundo, pero fue amortiguado por la risa desquiciada de Shukaku.

Siguió enterándola hasta que el ojo del rubio se volvió un puré viscoso y rojo, la sangre escurrió a montones por su cara cuando el pelirrojo retiró la rama. La arena soltó las muñecas del rubio, y éste se cubrió la herida con ambas manos.

—¡Hazlo, mátame! ¡Mánchate las manos de sangre otra vez, todos sabrán lo que eres, todos de odiarán, hum! ¡Terminarás en un laboratorio para que hagan experimentos con tu cuerpo, te perseguirán con tanques militares! —habló entre lloriqueos, la voz expresando el dolor punzante.

Sin embargo, Shukaku tenía en mente otros planes.

No te mataremos, eso sería muy aburrido, y terminaríamos muy rápido. ¿Tienes idea de cuánto me costó deshacerme del sello? —arrojó la rama lejos—. No, así no. Tú vas a sufrir en serio. Verás con tus propios ojos como convierto a tu hermanito en un puré gelatinoso de vísceras.

 

 

Notas finales:

* Quise hacer honor al Gaara de Kishimoto, así que tomé una de las freses que dijo en el capítulo 34 del anime. :3 

¡Muchas gracias por leer! Traeré la continuación lo más pronto que pueda :3 


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