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El sexo no lo es todo... o sí por Misakiyeah

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Ya está la segunda parte y última de Break.  Como siempre, espero que os guste y que me comentéis. También podéis hacerlo con #ESNLT en Twitter. 

Si queréis hacer cualquier FanArt tuiteadlo con el hashtag #ESNLT que los veré todos. Sin más dilación, ¡os dejo con el capítulo! <3

-Mi nombre es Damián Foster, uno de los accionistas del New York Times, ¿qué te trae por "Cielo"? -preguntó, mirándome lascivamente-. Es toda una sorpresa -terminó, dando un sorbo a su bebida.

-Creo que el placer no es mutuo, los periodistas no me traen buena suerte -sonreí dejando la barra. Iría a bailar un poco para despejarme de todo.

En la pista siempre había la misma gente, era como si todos los empresarios, famosos, diseñadores y gente de clase alta cuyas inclinaciones sexuales eran variadas, se juntaran en Cielo. De allí todos salían acompañados para desahogar sus deseos sexuales más profundos y oscuros.

Para entrar en la última planta de Cielo, la exclusiva, tenías que ser alguien de renombre. Si no, era imposible que te dejaran pasar, a no ser que fueses su acompañante. Por esa misma razón, era fácil encontrarse a varios modelos que acababan de comenzar su trayectoria en Nueva York, la que yo bautizaba como "el camino del sexo a la gloria".

-¡Hey! -noté como susurraba detrás de mí una voz conocida-. Que sea periodista no significa que no tenga mis preferencias, y creo que tú eres una preferencia. Si piensas que publicaré que al tigre que le ha robado el corazón a la señora Koch le gustan las pollas, estás equivocado. Más bien, quiero probar la tuya -rió mientras me cogía de las caderas, contoneándose de manera sensual.

Dudé en un primer momento, pero después de haber pasado por las manos de Madeline, me apetecía jugar un poco con algunas que me atrajesen un poco más. Le seguí el juego, al ritmo de "Believe" de la milenaria Cher, me encantaba esa canción.

-Como me la juegues juro que te arrepentirás -respondí, tocándole el trasero.

-Hoy solo vamos a jugar tú y yo -sonrió, pasando sus manos por mi cuello para después besarnos.

Entramos en su apartamento en pleno centro y nos desnudamos lo más rápido posible. Soltaba unas pequeñas carcajadas mientras le mordía el cuello, me gustaba marcar lo que me comía. Arranqué sus pantalones de cuajo y lo empotré dándole la vuelta contra el ventanal del comedor.

Sin esperar a nada, solo lamí sensualmente dos de mis dedos tratando de que me viese para que supiese lo que venía y los introduje en su agujero de forma calmada pero fuerte, mientras lamía su espalda. Sus gemidos entrecortados llegan a mis oídos en forma de música, me gustan.

Saqué mi polla de mis bóxers negros, y se la metí rápidamente. Usaba el sexo para distraerme, desahogarme e intentar no pensar en lo vacía que estaba siendo mi vida, tan rastrera, pero a la vez tan grande. Lo penetré como lo que él quería ser, un objeto que solo había encontrado una bonita apariencia física, ¿qué importaba que nos sintiésemos como mierda por dentro? Ni a él, ni a mí, ni a la sociedad le importa eso.

Al acabar, cogí mis pantalones para sacar un canuto hecho anteriormente. Lo encendí mientras me sentaba en el sofá de cuero blanco que adornaba casi toda una pared. Vi cómo iba recuperando la compostura, acariciándose sus nalgas con una mueca de alivio.

-Follas muy bien para ser tan joven, parece que eres un tigretón en vez de un tigrecito -sonrió, echándose hacia atrás su cabello rubio-. Mola, ¿me lo pasas? -preguntó mientras se sentaba entre mis piernas, pasando su cabeza entre el hueco que había en mi cabeza y mi mano mientras le echaba una calada al porro.

-Toma -dije, llevándole la maría a la boca-. Chupas como condenado, cabrón -reí, viendo como absorbía igual que una aspiradora.

-Se me da bien chupar -respondió mirándome seductoramente mientras daba otra calada.

-Pues deja el porro y fuma otra cosa -manifesté, quitándomelo de encima para cogerle del pelo y arrastrar su cabeza hasta mi pene.

Salí de ese apartamento un poco más aliviado, tanto de mi cabeza de arriba, como de mi cabeza de abajo. No sabía muy bien a dónde ir, así que iría a donde siempre se me recibía bien. Caminé hasta llegar a Brownsville, al piso residencia que compartía con la única persona que me conocía realmente, Harold. Abrí lentamente, intentando no hacer mucho ruido. Después de todo, estaba casi amaneciendo.

Entré divisando trozos de pizza en la pequeña mesa que teníamos en la cocina, donde apenas cabían dos personas, y unas birras tiradas por el suelo del comedor. Apagué la antigua tele que poseíamos para atravesar el pasillo hasta llegar a la única habitación del piso, que compartíamos cuando yo pasaba la noche. Allí lo encontré espatarrado en la cama, roncando y solo con ropa interior.

Me hacía gracia pensar en que era el único que sabía mi verdadera identidad en Nueva York. Antes de que se despertase saqué una foto de uno de los cajones que teníamos en la cómoda, viendo la felicidad que irradiaba Sam en ella. Cuando hui de Minnesota, hui de mis sentimientos. Estaba con su flequillo perfecto y su sonrisa de anuncio, abrazado a mí, tan diferente que era... rubio, más gordito y mis verdaderos ojos, parecía otra persona y no me gustaba pensar en mi antiguo yo. Salí de allí para buscar algo mejor, y para intentar olvidar los sentimientos que causaba un niño de trece años en mí, de dieciocho. Ahora que ya tenía diecinueve, él seguramente estaría a punto de cumplir los quince.

La guardé rápidamente, Harold solo había oído hablar de Sam, nunca dejé que lo viese. Me sentía estúpido por tener celos hasta de eso.

Abrí mi armario, sacando una nueva vestimenta que ponerme. Entre todo el montón de prendas que tenía, divisé las cámaras de última tecnología que había comprado para Sam, aunque al final no mandé ninguna. Siempre que salía una nueva, la última, la compraba, y finalmente no la enviaba. No quería que supiese de mí, quería olvidarme de él, pero me era imposible. Iba a hacer todo lo posible para que se convirtiese en fotógrafo, como él soñaba.

Siete meses después, siete meses de un ciclo al que casi no le veía salida, me encontraba delante del altar de la Catedral de San Patricio, junto a Madeline quien vestía un precioso vestido blanco de encaje que se le ajustaba muy bien para sus sesenta y siete años. Estábamos ante más de mil personas, todos conocidos y falsos amigos de la multimillonaria, que lucía radiante.

-Yo, Bill Flanagan, te acepto a ti, Madeline Koch como mi esposa, y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida -la risa interior me invadía, en esas frases había más mentiras que verdades, solo sonreí exteriormente mientras recibíamos los flashes de todos los medios de comunicación, intentando aparentar un poco de amor oyendo el mismo discurso por parte de ella.

El banquete fue lo más pesado, tener que estar atento de Madeline y de mil personas más que me daban el consentimiento y el permiso, cuando no tenían derecho a nada, ni siquiera a mirarme. Me daban asco, y odiaba a la mayoría, pero tenía que mantener la compostura. Ahora, cuarenta mil millones de dólares, eran míos.

La felicidad, los corazones, los arcoíris, los viajes inundaron mi vida por parte de Madeline. Toda la prensa de alto nivel nos seguía a donde quiera que fuéramos, éramos la pareja más exótica del momento y no me gustaba. Paré todo eso con la influencia que tenía Madeline para hacerlo, todas las revistas pararon de perseguirnos con solo una llamada hecha por su parte.

Aun así, la felicidad la llenaba, lo notaba, yo le hacía feliz y no lograba entender el porqué. No es que fuese el mejor marido del mundo, no era atento, no le hacía regalos, no era cariñoso, solo cumplía en la cama y la perseguía a donde ella quería que la acompañase.

No me importaba lo que hablasen, estaba medianamente contento con lo que había conseguido. Comencé a comandar una parte del imperio de Madeline, el de las discográficas en el que metí a Harold como guardaespaldas, aunque más que nada, era para tener un colega al lado.

Cuatro meses más tarde, observaba, vestido con un abrigo negro que me cubría hasta el cuello y con mis manos metidas en los bolsillos, un cartel gigante en pleno centro de Nueva York, en el cual se veía "Día de luto nacional por Madeline Koch". No sabía si sentir tristeza, alivio o un poco de alegría por ser por fin, libre. No me alegraba su muerte, lo que me alegraba era que por fin había llegado a donde quería llegar sin depender de nadie.

El imperio Koch era mío, el imperio Flanagan acababa de cobrar vida y no iba a dejarlo caer. Era mío, era el rey, era el auténtico rey. Una sonrisa se asomó por mis labios, mientras comenzaba a caminar hacia la mansión. Mi mansión.

Llegué a casa, donde se encontraba Harold, quien estaba sentado en mi escritorio, con una mirada neutra.

-¿Ahora qué harás, Bill? El fantasma de Madeline te perseguirá hasta que mueras -suspiró.

-¿Crees que me importa? Estos años que han pasado entre Madeline y mi familia, ahora solo soy yo. Solo soy un animal caliente en movimiento, escucho conversaciones espantosas cada día sin poder echar el freno mientras solo puedo cerrar los ojos. ¿Te crees que me importa que me llamen trepador? Naturalmente lo haría si tuviera a alguien conmigo, pero como no, ¿a quién le importa, si es mi vida? Nunca se sabe, Harold, podría ser una buena idea, solo me he dado una oportunidad para crecer. He sido un eco en repetición, me lo sé todo de memoria. Se nace para florecer, se florece para morir. La única llave que tengo es haber nacido atractivo, y eso no dura toda la vida.

-Es difícil Chad, no vayas a culpar a la sociedad -dijo levantándose, para abrazarme-. Sé que la vida es corta, y tú eres más que capaz para hacer lo que sea.

-Gracias Harold -sonreí, sabía que era sincero.

Cuatro años después, por casualidades de la vida, me enteré por un reportaje robado a Jennifer López en una de las tantas revistas de moda, firmado por... Sam Slade. El mismo Sam Slade que había robado mi corazón, era el que firmaba un reportaje cutre de moda, robándole cuatro fotos a una cantante. No me quedaba más que buscarlo.

Poco a poco fui intruseando en su vida, hasta conocer exactamente toda su rutina. Me extrañaba que trabajase en el Charlotte's, si era el puterío de Nueva York. Camareros y camareras guapas que se vendían al mejor postor y además te servían café, ¿qué más se podía pedir? No me extrañaba que cogieran a Sam para trabajar allí, su carita de ángel resaltaba entre todos los demás, mostraba una inocencia pura que me negaba a creer que habría perdido por cualquier baboso. Tenía que actuar.

Entré en el Charlotte's con un modelo al cual me había tirado un par de veces, quería repetir un poco, aunque la verdad es que lo elegí para no ir solo a mi reencuentro con Sam, tenía miedo de que me reconociese, pero a la vez quería que lo hiciese. Era una contradicción intermitente, pero aun así, pedí expresamente que él fuese el que me atendiese.

-Buenas noches señor Flanagan, ¿Qué va a desear para tomar junto a su acompañante? -Se le notaba que estaba nervioso, solo me limité a quedarme frío por fuera, pero por dentro solo podía sonreír de lo embobado que me había quedado al oír su voz nuevamente. Había sido un break de casi siete años, un break de amor que ahora sí podía unir con todas mis fuerzas.

 


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