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Y se fue el amor por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes de Sherlock Holmes no me pertenecen, sino a su autor Sir Arthur Conan Doyle, la serie “Sherlock” pertenece a la BBC. Este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Personajes: Sherlock, John Watson y otros.

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene Slash, angustia y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

Resumen:Sherlock despertó solo en la cama, como había estado sucediendo en los últimos meses. Después del sexo —si es que llegaba a suceder—, John se levantaba nada más terminar, se daba un baño y se iba a su antigua habitación, dejando al detective con el corazón roto y sintiéndose como una vulgar ramera.

 

 

Beta: Lily Black Watson.

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Y se fue el amor

 

 

 

Capítulo 11.- De colores

 

 

 

 

John disparó a Alonso en el hombro; éste cayó al suelo, aullando de dolor. Ángel —por acto reflejo—, se apresuró a llegar con su amigo, pero, a los pocos pasos cambio de dirección, urgido por ayudar a Antonio. Pero cuando quiso quitarle el clavo de la mano, fue detenido por Watson, al tiempo que éste inmovilizaba al criminal.

 

— ¡Suéltame!  —Gritó Alonso —Ángel, ayúdame. ¡Dios quiere que lo mate!, ¡necesito matarlo!, ¡tengo que limpiar mis pecados! ¡El sodomita debe morir!

Alonso había enloquecido por completo, salivaba en exceso, sus ojos estaban desorbitados y su rostro se contorsionaba de maneras extrañas.

— ¡No han de yacer con hombre, igual que con mujer! ¡Va en contra de Dios!

— ¡Cállate! —le ordenó John, golpeándolo para dejarlo inconsciente.

 

 

 

 

Antonio fue trasladado al mismo hospital en el que James y Lin se encontraban. El español presentaba heridas profundas en los costados; laceraciones en la espalda, que ya presentaban cuadros infecciosos y una grave deshidratación. Su mano izquierda tenía serios daños; cuatro de sus dedos estaban rotos, así como la muñeca dislocada, el clavo había comprometido los nervios y a los médicos les preocupaba que perdiera la movilidad.

 

Por lo menos estaba vivo, fue lo que todos pensaron con alivio.

 

Alonso y sus cómplices, fueron consignados a Scotland Yard, pero España exigía la custodia. Los medios se habían vuelto locos con la noticia del secuestro y posterior rescate de Antonio, dedicaban portadas, primeras planas y espacios completos para cubrir la noticia, todos querían saber la última novedad. El anterior rey de España, incluso había hablado frente a las cámaras de su país, para exigir un castigo ejemplar para aquellos que lastimaron a su amigo y ex médico.

 

 

Antonio llevaba una semana entre el sueño artificial y la conciencia nublada por los narcóticos. Molly pasaba la mayor parte del tiempo cuidando de él, de la otra parte se encargaba Iker o principalmente Teresa. La joven española se dedicaba a cuidar de Sherlock (aunque éste dijera que no era ningún inválido, pero terminaba ordenando masajes o comida), pese a que tenía a la doctora Griffin, la señora Hudson y a John —quien se había mudado al sofá del 221B—, para cuidar de él.

 

Después de un exhaustivo (y casi obsesivo) examen, John y Emily, dieron permiso a Sherlock para visitar a Antonio.

 

Cuando entró a la habitación de Antonio, éste dormía a causa de la morfina administrada; examinó el cuarto, no era muy diferente a cualquier otro en un hospital (salvo por los dos guardias en la entrada y las cámaras de seguridad, cortesía de Mycroft, por supuesto). Sherlock tomó el historial  clínico de su amigo y lo estudio: Hombro dislocado, laceraciones que requirieron cirugía y que, seguro dejarían cicatrices, pero lo peor era su mano… Antonio tendría suerte si lograba recuperar el 10% de movilidad. Su vida normal y como médico se vería seriamente afectada.

 

Todo por su culpa.

 

Antonio gimió, adolorido, la anestesia estaba pasando.

—Hola —dijo Sherlock. Antonio sonrió, lo mejor que alguien en su condición podía hacer.

—Hola. ¿No deberías estar en casa, descansando? —Sherlock rodó los ojos. Antonio era un maldito santurrón, siempre preocupándose por los demás antes que en él mismo.

— ¿Cómo te sientes? —.

—Cansado… la boca pastosa, los síntomas normales. ¿Dónde está Molly? —.

—Oh. Te preocupas más por ella que por quien está gestando a tus hijos —dijo Sherlock en su mejor interpretación de novia despechada. Antonio sonrió, con dificultad, tomó una de las manos de su amigo y la acercó a sus labios, para besarla con cariño.

—Sabes que te amo a ti y a nuestros hijos —habló, siguiéndole el juego. — ¿Cuándo me darán el alta?

 

Sherlock no pudo evitar burlarse por el comentario, cualquiera diría que, siendo Antonio un médico, amaría los hospitales, pero claro, los doctores siempre eran los peores pacientes.

 

—Señor, salga un momento para que pueda realizarle las curaciones al paciente —dijo la enfermera que acababa de entrar. Sherlock la observó, 38 años, su esposo la golpeaba, por eso se divorció dos meses atrás, tenía una niña de seis que su madre cuidaba mientras trabajaba.

—Enfermera, le aseguro que Sherlock puede soportar un poco de sangre. Ha visto cosas que a usted le causarían pesadillas —habló Antonio —. Además, me gustaría tener a alguien que me distraiga mientras cambia los vendajes.

 

La enfermera lo meditó un momento, antes de asentir con la cabeza. ¿Cómo negarles algo a esos dos apuestos hombres?

 

Hablar con Sherlock le había ayudado a distraerse y no tener que recurrir a los medicamentos para soportar el dolor, sin embargo, Emily llegó media hora después para llevarse al detective; Luka había llegado a Londres (después de un retraso de una semana), junto al nuevo miembro del equipo, el doctor en psicología, Joshua Taylor, un hombre entrado en años.

 

 Antonio se encontró solo luego de que se llevarán al detective, pero esto no duro mucho, pues, Ángel (vistiendo sus ropas de sacerdote), entró a la habitación. Traía una pequeña maceta con Lantana roja y naranja, la flor favorita de Antonio, por ser una planta que representaba bien los colores de la bandera española.

 

—Supongo que no quieres verme —dijo Ángel. Antonio hizo una mueca de dolor al intentar moverse; todo el tiempo había estado prácticamente sentado, evitando rozarse las heridas de la espalda. El sacerdote se apresuró a ayudarlo, pero él lo detuvo con una señal de su mano sana.

—Estoy bien, sólo me duele cuando me muevo —aseguró con una sonrisa triste —. Me alegra verte, amigo mío—.

 

 Ángel sintió ganas de llorar; hubo un tiempo que odió a Antonio por creerlo responsable de la caída de Alonso al pecado. Finalmente, el párroco se rompió y cayó de rodillas al lado de la cama, llorando.

 

— ¡Lo siento tanto! ¡Si hubiese sabido, yo!... —Antonio le permitió descargarse. Pasó alrededor de media hora para que Ángel se tranquilizara. —Gracias Toño… me has consolado, a pesar de tu situación. Si hay algo que pueda hacer por ti…—.

 

Antonio lo meditó un momento, antes de pedirle que lo confesara.

 

—Tengo miedo —admitió Antonio —. Temo convertirme en un inútil, ya no ser necesario para Sherlock y para los niños—.

—Un padre siempre será necesario para sus hijos —dijo Ángel y Antonio negó con la cabeza.

—Conocí a Sherlock estando ya embarazado. Fueron los medios los que asumieron que él y yo éramos pareja y sobre la paternidad de los niños.

— ¿Por qué dejaste que todos creyeran eso? — preguntó el sacerdote.

 

 

Antonio bajó la mirada, posándola en las sábanas; demasiado avergonzado de sí mismo.

 

—Por egoísmo. Siempre he deseado una familia, hijos. Mi esposa no quería niños porque no le gustaban y no quería perder su figura —suspiró —. Luego de su muerte me era imposible adoptar, (no por ser viudo), aunque mi situación económica es buena, mis responsabilidades para con Su Majestad, me impedían darle a un niño, la atención que requería —.

—Así que de buenas a primeras, decidiste que los bebés que Sherlock Holmes espera, serían tus hijos—.

Antonio no respondió, ¿para qué hacerlo? No lo negaría, si esa era la verdad.

 

—Todo estuvo bien, mientras estábamos en España —el doctor se mordió el labio inferior, apretó las sábanas, en un gesto de frustración —. Londres es diferente. Sherlock está en contacto con la persona que ama… el padre de sus hijos y yo…—.

 

 

Ángel tembló. Todo este tiempo  había creído que su viejo amigo de la infancia, era 100% heterosexual, después de todo, él lo había visto salir, al menos con una veintena de chicas desde que lo conocía.

 

—Estás enamorado de Holmes —dijo el párroco, casi, conteniendo la respiración. Quizás, esa era la razón por la que Alonso enloqueció e hizo todas esas cosas horribles; nunca sería correspondido.

—Lo amo, sí, pero no como crees. Lo amo como amo a mi hermano. Le amo como se quiere a un hijo —sonrió por unos segundos —. Estoy seguro que Sherlock perdonará tarde o temprano a John y los dos formaran una linda familia con los pequeños, pero… yo… yo… seré un inútil ahora y tengo miedo—.

— ¿A qué le temes? —.

—Ser un inútil; ya no poder usar mi mano y… yo —con cada palabra, la voz de Antonio se iba quebrando, las lágrimas poco a poco comenzaron a fluir. —Los doctores dicen que recuperaré la movilidad de la extremidad, pero… vi el reporte médico…—.

—Los milagros existen, Antonio —dijo el sacerdote —. Recuerda quién hizo caminar a los inválidos y ver a los ciegos e incluso revivir a los muertos.

 

Antonio trató de sonreír, pero le fue inútil. Él, un médico que había dedicado toda su carrera a ayudar a hombres embarazados, ¿Dios vería eso con buenos ojos?

 

—Estoy enamorado de una persona —admitió Antonio de repente.

— ¿Cómo se llama? —preguntó Ángel, preocupado de que su amigo tuviese sentimientos por algún hombre.

—Molly Hooper —el sacerdote suspiró aliviado. —La conozco hace muy poco, pero… cuando estaba secuestrado, no podía dejar de pensar en ella, en invitarla una cita—.

—Tal vez, deberías hacerlo. Eres zurdo, te preocupa no tener la vida de antes, sin embargo, estás vivo y aún te queda la otra mano, aprenderás a usarla, con el tiempo —dijo Ángel tratando de darle apoyo a su amigo. —Eres un gran hombre, un estupendo amigo y esa mujer sería ciega sino viera todas tus cualidades—.

 

 

Siguieron hablando un rato más, hasta que Molly llegó y los dos españoles tuvieron que despedirse.

 

—Gracias por venir —Ángel sonrió.

—Ya que te quedarás en Londres, tal vez podamos tomar un chocolate caliente y hablar de viejos tiempos —Antonio asintió con la cabeza.

—Me encantaría—.

 

 

 

Antonio sería dado de alta para cuando Sherlock estuviera en la semana treinta y cuatro. Tanto para  De La Rosa como para John, compartir el mismo espacio sería algo sin duda incómodo.

John observó a Sherlock usar su portátil (que para variar, el detective había tomado sin permiso), pero no estaba molesto, al contrario, le enternecía ver al Holmes usando su redonda barriga para sostener la computadora.

 

 

Watson miró su reloj; Antonio iba a ser dado de alta a las 17:00 y ya eran las 12:00.

 

—Sherlock —el aludido levantó la vista de la pantalla para ponerle atención. —Sé que no hemos hablado de esto, pero… —John se  puso frente al detective.

— Sé que he sido un idiota, que no merezco tu perdón—.

 

Sherlock observó a su ¿ex? Bueno, en definitiva lo eran, después de todo, John le había engañado, no una, sino repetidas veces  con distintas personas. Cualquier otro en su posición ni siquiera querría tener a John cerca, sin embargo, él no lo odiaba, no podía.

¿Por qué? Simplemente porque era John Watson, sin él, Sherlock Holmes estaba incompleto. Pero le engañó, le hirió y fue por eso que permitió que hablara el orgullo.

 

—Cierto. No lo mereces —dijo Sherlock con el mismo tono que usaba para hablar con algún criminal —. Antes de conocerte, pensaba que los sentimientos eran una tontería que me distraía de mi trabajo. Los lazos afectivos me parecían una tontería, sin embargo, tú lograste hacerme comprender  lo equivocado que estaba—.

—Sherlock —John sintió la fuerte opresión en el pecho. El vacío era tan doloroso; tenía ganas de llorar, pero debía aguantar lo que estaba muriendo en su interior y callar.

—Siempre pensé que la idea de formar una familia era una excusa de las mujeres para no criar solas a sus pequeños tumores—.

—Los niños no son tumores, Sherlock —lo regañó John con voz entrecortada. Era difícil mantenerse calmado con toda la revolución de sentimientos que estaba teniendo en esos momentos.

—Odio admitirlo, pero estaba equivocado en eso, ambos fuimos unos estúpidos, al tomar nuestros conceptos de familia como los verdaderos. Antonio se convirtió en mi familia en poco tiempo —John apretó los dientes con la sola mención del español, gesto que por supuesto no pasó desapercibido para el detective.

 

Sherlock dudó por un momento en si debía seguir expresando sus conclusiones o callar y no parecer cruel.

 

—Antonio me enseñó que no es necesario compartir lazos de sangre o esas cursilerías que las personas comunes usan como excusa para no sentirse solas. Las familias son de diferentes colores, no todas deben tener un padre, una madre e hijos. Ni siquiera es necesario que compartan la misma sangre.

 

 

John bajó la cabeza, sentía que había fallado; Sherlock jamás le perdonaría todo lo que le había hecho.

—Entiendo —Watson comprendía que era un idiota, el más grande en la faz de la tierra, había tirado a la basura toda una vida con la persona que amaba —. Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero… Por favor, permíteme estar con ustedes, acompañarte en los casos… Ver crecer a los gemelos—.

—Supongo que Sherly y Anthony tienen derecho a conocerte —dijo Sherlock. Ben se acercó al detective para exigir que le prestara atención. —Necesitaré ayuda en los casos, ya que Antonio no podrá acompañarme a causa de su trabajo—.

 

 

 

 Los doctores Griffin y el resto de su equipo arribaron al 221B. Había dos personas que John no había visto antes, uno de ellos tenía aspecto de ser nórdico, era alto, incluso unos centímetros más que Sherlock; sus ojos eran azules y sus cabellos rubios, pero quien de verdad lo impresionó fue el otro hombre.

 

— ¿Doctor Taylor? Soy John, John Hamish Watson —dijo con emoción. El hombre al que se dirigía era una persona que estaba por entre los 70 u 80 años, usaba unos gruesos lentes y un bastón para ayudarse a caminar.

— ¿Hamish? —Los ojos del hombre brillaron en reconocimientos — ¡Oh! Pero que pequeño es el mundo. ¿Te convertiste en doctor? No sabía que eras miembro del equipo.

—No lo es —dijo el nórdico en tono tajante. Luka Wyss era muy selectivo con las personas con las que trabajaba y John no le agradaba, en especial por creerle ser el reemplazo de Antonio.

—Es amigo de Sherlock —explicó Emily —. No le tomes mucha importancia, querido. Luka es algo… amargado—.

—No lo soy —espetó frunciendo el ceño.

—En fin. Joshua decidió que tus sesiones fuesen en tu zona de confort —explicó James y luego sonrió. —Además, Antonio sale en algunas horas más del hospital, y queremos llevarlo a festejar—.

—Por supuesto que están invitados —agregó Emily, prácticamente arrastrando a Sherlock a la habitación de éste —. Vamos Josh, el tiempo apremia—.

—Nos veremos después, Hamish. ¿Te parece si vamos a comer o tomar un café, mañana? —.

 

John sonrió emocionado.

—Me encantaría.

 

 

 

 

Sherlock odiaba tener que hablar de “sus sentimientos”, con el doctor Taylor, ¿acaso el hombre creía que era tan tonto para no comprender lo que le pasaba y lo que sucedería dentro de unas semanas? Se había leído cuánto libro escribieron los doctores Griffin, Wong y aún el de Antonio; no necesitaba que su vehículo comprendiera lo que su mente ya hacía.

—Bueno, creo que por hoy hemos terminado —dijo Joshua sonriéndole a Sherlock. Sacó una paleta y se la extendió al detective quien, prácticamente se la arrebató para meterla a su boca, esa era la única razón por la que soportaba las sesiones diarias.

 

 

 

Cuando salieron de la habitación;  Emily, con ayuda de la señora Hudson, habían terminado de decorar el lugar; una gran manta, escrita tanto en inglés como en español, se encontraba en una de las paredes: Bienvenido a casa Antonio.

Molly y Teresa eran las responsables de traer a Antonio del hospital. Después de la fiesta, Antonio acompaño a Molly hasta a la salida.

—Gracias por todo —dijo el español.

—Me alegra que estés mejor —Antonio la besó en la mejilla, pero para ninguno fue suficiente ese contacto; el deseo que los había estado invadiendo desde que se conocieron, fue más poderoso que la razón. Sus labios se unieron en un inocente contacto, pero cargado de sentimientos.

—Me gustas, Molly —susurró el español embelesado.

 

 

Continuará…


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