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My Precious Realist por AoISuwabeStark

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Notas del capitulo:

Perdón por la espera, prometo publicar más a menudo >____<U

Llegaron al comedor, que iba llenándose con el alegre murmullo de los alumnos que comentaban los últimos exámenes que habían realizado, creando una cacofonía en la que las voces se unían para formar un único sonido, a pesar de la variedad de temas y actitudes que estos demostraban en sus diversas charlas. Había chicos de uniforme por doquier, y las largas mesas de madera estaban cada vez más ocupadas, mientras el sonido de los cubiertos chocando contra la cerámica de los platos luchaba para abrirse paso y hacerse escuchar.

Siguiendo a sus dos compañeros de clase, y con una cara de hastío previendo que la comida, como siempre, iba a ser asquerosa, hizo cola para que le pusieran en la bandeja dos platos que no sabía exactamente qué eran, algo de pan y un trozo de tarta que tenía pinta de llevar en la cocina demasiados días. Apenas había llegado al mundo humano y ya estaba echando de menos a Baphomet y su deliciosa comida. Pero aguantaría, porque incluso esa tortura era un precio muy pequeño a pagar por tener la oportunidad de estar al lado de William.

Era el rubio quien les guiaba todo el rato hasta que al final se sentaron en la punta de una mesa, cercana a la pared de piedra. Allí ya estaba Camio, quien, bajo su apariencia humana y su fachada del perfecto estudiante Nathan Cackstone, comía con estoicismo, tal y como se esperaba del delegado. A su lado, Sytry había dejado a un lado la bandeja intacta, e iba royendo unas galletas que sacaba de esa bolsa azul que le acompañaba siempre.

Mientras él comía, vio que un par de chicos le miraban embelesados y levemente sonrojados. Entendía que la imagen algo afeminada y dulce del demonio de pelo azulado podía llevar a engaño, y que, de hecho, eso era lo que le convertía en uno de los alumnos más populares de la escuela, pero el fanatismo exacerbado que algunos mostraban por él no dejaba de sorprenderle, teniendo en cuenta las estrictas normas que existían en el mundo humano, y especialmente en aquel país, en relación a la homosexualidad.

Sacudió la cabeza, intentando quitarse aquello de la cabeza. Él mismo estaba locamente enamorado de alguien de su mismo sexo, no era nadie para juzgar lo que les gustaba o dejaba de gustar a los demás.

Con la cuchara, empezó a remover el mejunje que intentaba hacerse pasar por un pastel de carne mientras fijaba de nuevo la vista en William, pues ahora que le tenía al fin cerca, no podía evitar perseguirle constantemente. Sentía la necesidad de observarle todo el rato, comprobar con sus propios ojos que ya no era un recuerdo lejano en sus horas de solitud en el Infierno. El poseedor de aquellos ojos verdosos hablaba distraídamente con Isaac, pero no comía, y parecía tener la mente en algún lugar muy lejano.

Aquella actitud en el rubio no dejaba de extrañarle y preocuparle cada vez más. Por eso, se inclinó sobre la mesa tras levantarse levemente y, ignorando a Isaac, que estaba sentado entre ambos, aprovecho para apoyar la mano cariñosamente en el antebrazo de William, quien se le quedó mirando fijamente al notar el contacto.

- ¿Estás bien?  - preguntó en tono suave, dirigiéndose sólo a él a pesar de saber que los demás les estaban observando, sin perderse un detalle de su conversación.

- Claro que sí – contestó él, sonando seguro y convencido. Pero él veía en aquellos pozos de color esmeralda que no, que había algo ahí que no encajaba.

- No me digas que has estado triste porque me echabas de menos.

Se lo dijo de broma, esbozando una sonrisa pícara, intentando aliviar un poco la tensión que notaba entre los dos. Debido a sus sentimientos no correspondidos, siempre había existido, pero ahora la notaba aún más profunda, era como una barrera que se interponía entre él y el rubio, una barrera que no sabía cómo derrumbar. El ceño de William se frunció aún más, y esquivó de golpe su mirada, girando la cara mientras se levantaba de repente, dando un golpe al banco en el que se sentaban.

- Me voy a mi habitación, no tengo hambre.

En una exhalación, William se fue del comedor, haciendo que más de la mitad de los que estaban allí se giraran para verle correr en dirección a la puerta de madera que separaba la estancia del corredor principal de la escuela. Camio también se levantó antes de que se fuera, mirándole furibundo.

- Twining, vuelve aquí y compórtate como el prefecto que eres – le oyó gritarle, más por obligación ante el resto de los alumnos que porque realmente lo pensara. Él también parecía estar preocupado por el elector.

Pero él no se detuvo, y desapareció rápido sin que nadie tuviera la oportunidad de decirle nada más. Dantalion suspiró. De acuerdo que William no era la alegría de la huerta ni la persona más simpática del mundo, pero tampoco estaba en su naturaleza montar aquellos espectáculos en medio de la escuela. Le gustaba llamar la atención por su inteligencia y sus buenas notas, no por arranques emocionales que quizás ni siquiera él sabía de dónde venían.

Dantalion se disculpó delante de sus amigos y, tomando tanto su bandeja como la que había dejado William, las llevó al lugar en el que se debían dejar al acabar la comida. Cuando él se iba, la gente aún parloteaba sobre la repentina salida de William, pues había sorprendido a todo el mundo.

Anduvo un rato por los pasillos, sin saber muy bien qué hacer. Por una parte, tenía la sensación de que William, como había dicho demasiadas veces, no le quería cerca, y se sintió tentado de volver al Infierno. Pero él necesitaba verle, sentirle a su lado a pesar de la distancia que les separaba, y ahora que por fin estaba ahí, no quería irse y dejarle solo, y mucho menos si estaba tan mal. Por más que el rubio le dijera que era una molestia.

Se paró ante una de las ventanas que daban hacia el campus de la escuela. Las montañas se veían lejanas, y el sol se escondía rápidamente detrás de ellas, aunque sus rayos apenas conseguían traspasar las nubes que cubrían el cielo. Tenía toda la pinta de que iba a llover por la noche, algo perfecto para el humor de perros que tenía en aquel momento. Suspiró mientras se apoyaba en la fría piedra, disfrutando del aire que se colaba por la ventana.

- Así no vas a conseguir que te elija.

Oír la voz a su espalda le provocó un escalofrío. Estaba tan ofuscado con lo de William que no había sentido su presencia. En el lugar en el que estaban, aquello no era peligroso, pero si por casualidad le pasaba lo mismo durante alguna batalla, podía llegar a herirse gravemente. Se giró con cuidado, fijando la vista en los ojos azules que le miraban desde abajo, y en el palo del caramelo que estaba comiendo, que sobresalía de su boca.

- Ese no es el problema – contestó él, esbozando una sonrisa triste.

Sytry se apoyó dejadamente contra una columna, y le vio cruzar los brazos por encima del pecho mientras no apartaba la vista de él. Era muy extraño que el demonio, que al fin y al cabo era su rival, se acercara a hablarle tan amigablemente.

- ¿Pues qué pasa?

- Que no sólo quiero que me elija para rey substituto – se sinceró él, sabiendo que no servía de nada esconder lo que era obvio para todo el mundo excepto para William.

- Contarle a tu enemigo tu debilidad no es lo más inteligente que puedes hacer.

- No es ningún secreto, ¿verdad?

Sytry se echó a reír suavemente, sacándose un momento el caramelo de la boca para observar su color rosado y acristalado a la leve luz del sol.

- Hace tiempo que me di cuenta, ¿y tú?

- Poco después de conocerle.

- Estás pasando por lo mismo que con Salomón – le recordó el demonio, volviendo a ocuparse la boca con el caramelo.

- No tiene nada que ver, aunque admito que al principio pensaba que William me gustaba porque se parece a él, pero… Después descubrí que se parecen en nada, que son completamente diferentes. Salomón era carismático, inteligente y todo lo que quieras, pero William tiene una fuerza interior y una pureza que él no poseía, y es lo que me atrae de él – explicó, casi sin importarle que el otro lo escuchara. A veces también necesitaba decírselo a sí mismo. – Además, nunca estuve enamorado de Salomón. Eso creía, pero al lado de lo que siento por William, de lo mucho que le echo de menos y lo que le deseo, sé que lo de Salomón sólo era curiosidad y parte del hechizo que nos mantenía a todos a su lado. Nunca había sentido nada tan fuerte por nadie.

Al acabar de soltar su perorata, se giró hacia Sytry, quien le miraba completamente sorprendido. Aun así, cambió en seguida de expresión, echándose a reír levemente mientras negaba con la cabeza, esbozando una sonrisa suave.

- No me esperaba que fueras tan sincero, ahora tengo aún más claro que William es tu debilidad – contestó, aun riendo por lo bajo. – Pero si tanto te importa, deberías encontrar la forma de animarle.

- Cuesta mucho hacerlo si me rechaza constantemente.

- Creo que hay alguna razón más detrás de su rechazo que no tiene nada que ver con su personalidad realista. Si te fijas, eres el único al que se lo hace de esa forma tan exagerada.

- Eso es verdad – admitió Dantalion, por mucho que le doliera darle la razón a Sytry.

- Quizás hablando con él a solas y dándole algo que le guste le anime.

- ¿Algo que le guste? – preguntó él, pensando en libros o en ofrecerle un asiento en el Parlamento británico.

- Claro. Dulces, por ejemplo.

Dantalion puso los ojos en blanco ante la respuesta y la cara de inocencia del otro demonio, aunque no pudo evitar soltar una carcajada.

- Eso sólo te interesa a ti.

- A todo el mundo le gustan los dulces.

- Lo que me sorprende es que me ayudes tanto. A este paso, sí que me va a elegir a mí – bromeó, disfrutando del buen ambiente entre ambos.

- ¿Un sucio nefilim como tú siendo el rey substituto? Eso jamás – contraatacó él, mostrando una sonrisa traviesa y decidida. – Sólo te he ayudado porque nadie mejor que yo sabe lo complicado que puede ser el amor.

Vio a Sytry suspirar, y no necesitó preguntar para saber a qué se refería. En el Infierno, era un secreto a voces que el demonio no era sólo la marioneta de Baalberith políticamente hablando. Lo que no le entraba en la cabeza era cómo Sytry podía llegar a amar a alguien que le trataba como si fuera basura y era extremadamente cruel, que le usaba de diversas formas. Pero entonces, recordaba que William era también hasta cierto punto cruel con él, y eso, por loco que suene, hacía que se sintiera más atraído aún por él. Claro que lo suyo no era tan enfermizo como lo de Sytry, pero aun así le parecía cuestionable.

El demonio de ojos azules, que parecía haberse entristecido hacia el final de la conversación, le dijo adiós con la mano y se alejó mientras empezaba una nueva caja de galletas, pues ya había acabado con el caramelo. Por una vez que era simpático y amable con él, y no le daba la oportunidad de darle las gracias por su ayuda. Bueno, ya aprovecharía otro momento. A pesar de que Sytry estaba en la facción Anti-Nefilim y eran enemigos por naturaleza, le había gustado charlar con él, acercarse un poco más a aquella muñeca de hielo que, como había podido comprobar ahora, a veces le daba por mostrar sus sentimientos.

Se quedó un rato más en ese rincón solitario, pensando una y otra vez sobre los consejos que había recibido. También repasó la parte del día que había vivido en el mundo humano, pensando en qué sería lo más aceptable para regalarle a William y, así, tener una oportunidad para acercarse a su habitación y poder hablar con él a solas. Bendita época de exámenes y su falta de clases, aquello le daba bastante margen para pensar y preparar algo, y la seguridad de saber que probablemente William pasaría todo el tiempo en su habitación estudiando a solas.

Entonces, su mente se iluminó, y supo lo que tenía que hacer. Algo que a William le encantaría y le haría feliz, además de que le convenía. Por eso, llamó a Amon y Mamon de nuevo, igual que por la mañana, y sus pequeños sirvientes murciélagos se presentaron a su lado en un santiamén.

- Id al Infierno y pedidle a Baphomet que prepare algunos pasteles, de los que le gustan a William. Cuando estén hechos, volved inmediatamente y dádmelos.

Después de que ambos aceptaran inmediatamente y les viera perderse contra el cielo, con su destino bien claro, él se alejó canturreando por lo bajo en dirección a su habitación, sintiéndose más activo y animado, mucho más feliz al saber por fin cómo tratar con William, teniendo un plan claro para conseguir que se sintiera mejor. 


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