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Su alteza real, Sherlock Holmes por Rukkiaa

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Hacia el país de más allá de las estrellas

 

–¡Fuera de mi casa! –bramó la chica.

–¡Harriet! –gritó John. –No puedes echar a Sherly Holmes de nuestra casa.

–Soy la mayor. Claro que puedo. ¡Cuando crezcas, podrás invitarle a volver si quieres! Pero ahora, se va.

Sherly contuvo el aliento.

–¿Crecer?¿John?

Bufó, dio un par de zancadas hasta que llegó donde estaba el niño rubio y le cogió de la muñeca.

–De eso nada. John no crecerá jamás. Si lo hace, se acabarán las historias. Y es el único de todo Londres que cree en mi—dijo mientras que tiraba de él hacia la ventana abierta. John no oponía resistencia.

–¿De qué estás hablando? –Harry se apresuró en sujetar a su hermano por la otra muñeca impidiendo que pudiera salir de la habitación.

–Me lo llevo conmigo. A mi casa, John.

–¡Bien! –dijo el niño ilusionado.

–Ah no, de eso nada. Tú no te llevas a mi hermano—dijo forcejeando.

–Auch. Me estáis haciendo daño. No soy de goma—se quejó John.

–¡Pero allí nunca crecerá!¡Deja que me lo lleve! –gritó Sherly ignorando las quejas de John.

–¡Estás loco!¡No puedes secuestrar a mi hermanito!¡Y menos estando a mi cuidado!

–John estará bien. Tengo una casa grande y cómoda. Y además estará conmigo mientras investigo y molesto a los piratas. Se lo pasará de maravilla.

–¡Piratas! –John repitió la palabra con el mismo entusiasmo que si hubiera dicho ''caramelos''.

–Sí, John. Hay piratas. Indios. Sirenas. E incluso un cocodrilo que cuando se te acerca deja escuchar el tic tac de un reloj porque se tragó un despertador.

–¿Sirenas? –Harry soltó a John, lo que provocó que Sherly cayera de espaldas contra el suelo y John se le tirara encima. Quedando muy cerca el uno del otro.

–John... estás sobre mi—dijo Sherly ruborizado sin saber muy bien porqué.

Las mejillas del niño rubio estaban teñidas de un suave tono rojo también. Pero antes de que pudiera levantarse, una pequeña e intensa luz entró por la ventana y se lanzó contra su cara.

–¡Aaah! –asustado, John se apartó de Sherly mientras hacía aspavientos con los brazos. –¡Me ataca una luciérnaga con traje y corbata!

–No es una luciérnaga—Sherly rió. –Es Mycroft. Es un hada.

–Lleva un paraguas diminuto. Y está intentando golpearme con él—dijo John usando sus manitas como escudo. –¿Porqué me ataca?

–Oiría la discusión y vendría a mi rescate. Hada estúpida. Siempre tan lento, Mycroft. Eso te pasa por estar tan gordo.

El mencionado pasó de pelear con John a hacer extraños ruiditos amenazantes dirigidos a Sherly con el puño en alto. Éste se había puesto en pie y se sacudía la gabardina y acomodaba el sombrero sin darle la más mínima importancia.

–Vamos, John—volvió a ordenar Sherly.

–Yo también quiero ir—pidió Harry vergonzosa.

–No hay problema.

–¡Espera! Quiero ir, pero... –John miró a su hermana. –¿Qué pasa con mamá? Si ve que no estamos se pondrá muy triste.

–¿Mamá?¿Qué es mamá? –preguntó curioso Sherly.

–¿Qué es mamá? Sherly, una mamá es la que te trae al mundo. Te cuida. Te quiere. Te arropa y te cuenta cuentos—aclaró John.

–¿Cuentos? …¿Entonces tú eres una mamá, John?

–¡Las mamás son mujeres!

–Pero ella no cuenta cuentos—dijo Sherly haciendo un ademán con la cabeza para señalar a Harry.

–Porque soy demasiado mayor para eso—dijo ella como ofendida y cruzándose de brazos.

–Como sea. Pero me gustan los cuentos de John. Y me los contarás en mi casa. Serás mi niño mamá cuenta cuentos.

John hizo una mueca de disgusto ante su nuevo apelativo, pero se aventuró hacia la ventana donde estaba el otro. Aunque se detuvo en el alfeizar.

–Sherly... ¿Cómo vamos a irnos Harry y yo contigo? –preguntó apartándose de la ventana con algo de miedo.

–¿Pues cómo va a ser? Volando, por supuesto.

–Volando por supuesto—repitió Harry divertida. –Nosotros no sabemos volar, ''genio'' –dijo haciendo comillas con los dedos.

–¡Cierto! –Sherly movió el dedo indice –Mycroft, ven aquí.

El hada obedeció a regañadientes. Sherly le cogió por los pies sin miramientos y lo sacudió encima de las cabezas de sus dos acompañantes rociándoles con algo parecido a la purpurina dorada. Con lo que se ganó más incomprensibles improperios por parte del pequeño ser alado.

–Ya está. Polvo de hada. Ahora podréis volar. Dame la mano, John.

Sin esperar respuesta, cogió al más bajito de la mano y le hizo subir al alféizar de nuevo. Harry les imitó algo temerosa y miró hacia abajo, sintiendo el tirón en el estómago a causa del vértigo. Cogió a su hermano por la mano que tenía libre y siguieron a Sherly, fascinados por la sensación y las hermosas vistas de la ciudad que quedaba bajo sus pies.

Cuando finalmente llegaron a la estrella más al norte de la constelación, tras bastante tiempo de travesía, Sherly les hizo detenerse en la cima de la más alta montaña para que pudieran contemplar el paisaje que se abría frente a ellos.

–No es como yo lo había imaginado—dijo John que desde que había empezado a contar las historias de Sherly Holmes, siempre le había puesto en escenarios ruidosos y abarrotados, como el de la ciudad donde vivía. Pero nada que ver con la realidad.

Aquello era un paraíso rodeado de un mar cristalino y frondosos bosques hasta donde alcanzaba la vista.

–¿No te gusta? –preguntó Sherly con un deje de preocupación en la voz. Lamentaría mucho que John quisiera volver a Londres, creciera y se olvidase de él. Había pasado mucho tiempo bajo la ventana de los pequeños Watson escuchando la dulce voz de John narrando aquellos relatos, como para darlo todo por perdido de un plumazo.

–¿Dónde están las sirenas? –cuestionó Harry oteando el horizonte usando la mano a modo de visera para ver mejor en la lejanía.

–En la laguna de las sirenas. Dónde sino.

–¿Aquel es un barco pirata? –John se inclinó tanto hacia adelante, que apunto estuvo de caerse.

–Así es. El capitán Moriarty y su tripulación viven en ese navío. Verás que divertido es hacerles rabiar, John. Pero ahora vamos a mi casa. Quiero escuchar una de esas historias tuyas.

–Yo quiero ver sirenas, Sherly. ¿Puedo? Al fin y al cabo, todas las historias de John me las sé al dedillo.

Sherly miró a Harry y después a John.

–Está bien. Yo te llevaré. Eres una desconocida para ellas y si vas sola, podrías acabar mal parada. Mycroft, lleva a John a casa. Avisa a los chicos para que se vayan. No voy a necesitarlos hoy.

Mycroft escoltó a John, pero iba demasiado deprisa para el niño, porque el hada quería llegar antes a la casa para hacerle una jugarreta al pequeño, que a su criterio, iba a traer muchos problemas a la vida de Sherly, y su deber como hada era protegerle, incluso de John Watson, por mucha pinta de criatura inocente que tuviera. No es que le cayera mal el crío, pero consideraba que estaría mucho mejor en su casita de Londres.

En la acogedora casa de Sherly había un pequeño grupo de niños de aspecto desaliñado, esperando a su líder que todavía no llegaba. Dormitando u comiendo, según les apeteciera.

Mycroft entró cual exhalación y les comunicó que por órdenes de Sherly, debían acabar con el intruso que se dirigía hacia la casa. El inofensivo John.

John por su parte, buscaba desesperadamente al pequeño Mycroft, pero era un esfuerzo inútil. Hasta que sintió que le empezaban a lanzar todo tipo de cosas. Piedras, palos, e incluso canicas.

Una le golpeó en la cabeza, haciendo que cayera en picado contra las rocas del fondo del bosque. Se temió lo peor mientras descendía sin control.

Afortunadamente, Sherly llegó para cogerle justo a tiempo.

John, con los ojos llorosos por el miedo, se abrazó tan fuerte del cuello del más alto, que fue un milagro que no le asfixiara.

–Casi me matan—dijo hundiendo la cabeza en el pecho de Sherly. Sollozando.

–Debe de haber un error. Nadie se atrevería a hacerte algo así.

Entonces el pequeño grupo de niños llegó corriendo hasta donde estaban, armados hasta los dientes con más palos y más piedras.

–¡Lo matamos, Holmes!¡Lo matamos! –chillaron a coro. –¡Tal como tú querías!

–¡No está muerto! –. Los ánimos del grupo se congelaron ante la voz de su líder y John por fin pudo soltarse de su agarre y contemplar a aquellos extraños y curiosos niños. –¿Se puede saber por qué intentasteis acabar con la vida de John? Lo traje a vivir conmigo porque va a contarme cuentos maravillosos. Es un niño mamá que viene de Londres, ¡y vosotros lo queréis matar!

John se llevó la mano a la frente avergonzado. Odiaba que Sherly lo llamara niño mamá.

Uno de los niños comenzó a llorar.

–Pero Mycroft nos dijo que tú querías que lo matáramos.

El mencionado estaba escondido entre los matorrales contemplando la escena.

–¡Mycroft! –el grito de Sherly resonó a través de la extensa arboleda. El hada no tuvo más remedio que mostrarse. Con el rostro serio, y el paraguas abierto sobre su cabeza. –¿Por qué lo hiciste? –tintineo. – ¿Protegerme?¿De John? –más tintineos. –Eso es absurdo. Márchate Mycroft. Te has pasado de la raya. Vete. Y por hoy, no vuelvas—ordenó Sherly señalando a lo lejos con la mano en alto. El hada obedeció, muy enfadado. –Vamos, John.

El niño rubio sujetó a Sherly por la manga antes de que comenzara a andar rumbo a la casa.

–Sherly, ¿porqué no dejamos el cuento para la noche, antes de dormir? Me gustaría conocer la isla. Quiero conocer a los indios. A los piratas. Y a las sirenas. ¿Harry está con ellas?

–Sí, lo está, pero... –Sherly miró los intensos ojos curiosos de John, ávidos de aprender todas las cosas que él podía enseñarle, y no pudo negarle lo que le pedía. –Está bien, John. Así se hará. Niños, marchaos. Después le enseñaremos a John nuestro hogar.

–¡Sí!

Los niños estallaron en gritos de júbilo, dando brincos y palmas al ver que el enojo de su líder se había esfumado.

John les contempló extrañado y fascinado al mismo tiempo.

–¿Quienes son? –se atrevió a preguntar mientras seguían una senda.

–Son los vagabundos. Mis colaboradores.

–Creí que trabajabas en solitario.

–Normalmente sí, pero ellos me proporcionan valiosa información siempre que la necesito. Si quieres robarle el tesoro a un pirata y esconderlo en un lugar donde jamás lo encontrará... Ellos son una buena ayuda.

–Así que eso es lo que haces. En mis historias trabajas encubierto para la policía. Sin embargo, aquí parece que tus casos son...

–Investigo todas las cosas que ocurren. Si desaparece un indio, recurren a mi. Si las sirenas pierden algún objeto valioso para ellas, recurren a mi. Si los piratas... Ellos no recurren a mi. Me acerco a ellos por voluntad propia. Para molestarles. El capitán Moriarty se cree demasiado listo, pero yo soy la horma de su zapato.

–El capitán Moriarty... ¿Tu archienemigo?

–Uno de tantos.

Cuando por fin llegaron a la laguna de las sirenas, John se asomó al borde del acantilado para admirarlas. Se quedó asombrado de la belleza de tales criaturas, y se dio cuenta de que sobre una roca, sentada en una pose elegante, se encontraba Harry. Con una flor a un lado del cabello y admirando embelesada a sus acompañantes, que al parecer la habían aceptado como una más.

–¿Quieres que te las presente? –preguntó Sherly a John al verle tan maravillado.

–Sí, por favor.

El más alto le cogió nuevamente de la mano y bajaron hacia las rocas. Las sirenas, al ver que se trataba de Sherly, se alegraron mucho con la visita.

–¡Sherly ha vuelto! –anunció una de ellas.

–¡Hola, Sherly! –dijo otra haciendo un gesto coqueto con la mano a modo de saludo.

John se sorprendió, porque no parecían niñas, pero tampoco adultas. Parecían más bien adolescentes como su hermana mayor. Aunque con larga cola de pez.

–¡Sherly!, ¿nos echabas de menos?! –preguntó una poniéndole ojitos.

–Pues no, la verdad—admitió el chico sin cortarse un pelo. Sin embargo, ellas parecían acostumbradas a su indiferencia. –Os presento a John. Es el hermano de Harriet.

Las sirenas se quedaron mirando al niño rubio, y no les pasó por alto que Sherly le cogía de la mano.

–¿Qué está haciendo él aquí? –preguntó una molesta.

–Y escoltado por Sherly—dijo otra igual de disgustada.

Otra le guiñó el ojo a las demás. Sujetó un poco de la tela del bajo de los pantalones de John y tironeó de sus piernas.

–¡Ven a nadar con nosotras!

John cayó de rodillas sobre la roca, pero evitó darse de bruces contra la superficie acuática.

–No gracias—dijo apurado intentando zafarse del agarre.

–Que sí, venga—otra sirena le tiró de la camisa.

–¡Ya basta! –gritó Sherly con voz grave deteniendo a las chicas en el acto. Harry solo contemplaba la escena como si de una película se tratase. Nada más le faltaban las palomitas.

Pero no perdía detalle.

La forma en la que Sherly ayudó a John a ponerse en pie de nuevo, su voz preocupada al preguntarle si estaba bien. E incluso la mirada asesina que lanzó a las bellas sirenitas por haber hecho que John se hiciera el más mínimo daño.

No era tonta. No señor.

–Sólo queríamos jugar con él—dijo una sirena retorciendo un bucle de su cabello de manera inocente, pero falsa.

–Y ahogarlo—musitó otra.

–No quiero seguir aquí, Sherly—dijo John afligido. Ya iban dos veces en las que no era bien recibido en aquella isla. Primero los niños vagabundos y ahora las sirenas. Sin embargo, Harry sí parecía estar muy a gusto entre ellas.

Sherly se compadeció de él, y le acarició el cabello con ternura.

–Tranquilo, John. Te llevaré a otro lugar. Y esta vez confío en que te agrade—miró a las sirenas de nuevo con desdén y tiró de John alzando ambos el vuelo, seguidos de Harry.

–¡Hau! –exclamó el jefe indio en cuanto vio aparecer a Sherly. El resto de la tribu también se acercó para ver a tan grata visita. John se entusiasmó. El recibimiento de los indios parecía ser más cálido que el del resto.

En un instante, formaron un círculo de bienvenida en el que John, Sherly y Harry ocuparon sus puestos y empezaron a pasarse unos a otros la pipa de la paz.

–Cualquier cosa que querer preguntar, amigos de Sherly Holmes, nosotros responder—dijo el jefe que llevaba un gran tocado de plumas.

–¿Qué tribu sois? –se animó a decir John.

–Pieles rojas.

Le tocó el turno a Sherly de usar la pipa y dio una larga calada antes de pasársela a John, que la rechazó y se la dio al indio que tenía al lado.

–Sólo soy un niño—objetó.

–Yo también—dijo Sherly soltando el humo en forma de aros perfectos.

Mientras tanto, en otro lugar de la isla, el pequeño Mycroft era capturado por uno de los secuaces de Moriarty.

El capitán tenía planes. Desde que los rumores acerca de que el dichoso Sherly Holmes había discutido con su hada, sabía que si jugaba bien sus cartas, quizás podrías conseguir por fin su ansiada venganza. Descubrir la guarida de Sherly y acabar con él de una vez por todas. Ordenó a su más fiel discípulo que atrapara al hada, y le comían las ansias por tener una conversación con el protector del detective.

Así que cuando Sebastian Moran apareció con Mycroft en un saco de arpillera, se le iluminaron los ojos.

Mycroft se sacudió las alas y la ropa cuando por fin le dejaron salir dentro del camarote de Moriarty y se posó sobre un taburete. El capitán se mostraba relajado, tumbado en un diván mientras escuchaba música clásica a bajo volumen.

–Bienvenido, Mycroft. Te pido disculpas por la manera en la que te han traído hasta aquí, pero de otro modo sé que no hubieras venido y necesitaba hablar contigo.

Mycroft se cruzó de brazos y le dio la espalda, enfadado.

–He escuchado lo que ha pasado entre Sherly Holmes y tú. ¿Ha sido por esos extraños invitados que trajo consigo de Londres?

Mycroft secundó la apreciación del capitán. Su enfado había mudado de causa y comenzó a tintinear.

–O sea que John Watson es su nombre ¿eh? –Mycroft asintió con entusiasmo sin dejar los tintineos. –¿Y no es bueno para Sherly?...Y para colmo, tú le proteges y él se enfada contigo. Si yo pudiera hacer algo... –Moriarty soltó un exagerado suspiro de tristeza. –Podría capturar a John y llevármelo muy lejos de esta isla. Allá donde Sherly jamás le encontrase. ¡Sí!¡Es un plan estupendo! –. Se puso en pie para darle más énfasis a la actuación, pero entonces cambió el gesto por otro afligido de nuevo. –Lo malo es...que no sé donde vive Sherly Holmes. No puedo sacar a John de su casa, porque no tengo ni idea de dónde es.

Mycroft voló rápidamente hacia su rostro, llamando su atención.

–¿Tú me lo dirás?¿De verdad? –. Tintineos. –Claro que no haré daño a Sherly Holmes.

Mycroft, conforme, señaló en un mapa sobre la mesa la localización del joven detective.

–¿Ahí?... –Moriarty y Sebastian cruzaron miradas complacidas y el capitán atrapó con fuerza a Mycroft, para que no pudiera escapar, y le encerró en una jaula vacía que tiempo atrás había sido ocupada por un loro de colorido plumaje. –Gracias, Mycroft. Pero mira tú por donde, el que hará daño a Sherly Holmes no será ese John Watson. Serás tú.

Y el capitán Moriarty se marchó del camarote riéndose a carcajadas.

Harry, John y Sherly entraron en la casa junto al pequeño grupo de niños vagabundos. Todos habían estado esperando a su líder, para pedirle disculpas a John por lo que había ocurrido. Y Sherly se sintió tan satisfecho por su acto que les dejó que se quedaran a pasar la noche allí con ellos.

–Ya ha anochecido, John. Y tal como dijiste, antes de dormir, me contarás un cuento. Bueno, nos contarás.

Sherly dio un brinco y se subió en su cama. El resto de niños sacaron colchones, hamacas e incluso una toalla sobre la que recostarse, mientras Harry y John alucinaban.

–¡Escuchemos a John, nuestro niño mamá! –anunció Sherly con entusiasmo.

–No me llames niño mamá, Sherly. Ya te dije que las mamás son las que cuidan de ti. Te dan la vida. Una mamá es la más hermosa de las personas en todo el mundo.

–Tu eres una persona hermosa, John—dijo Sherly convencido, haciéndole sonrojar.

–Pero yo...

–Sí, John. Eres muy hermoso—Harry tuvo que controlar la risa que comenzaba a atacarle y se cubrió la boca. –Cuéntale un cuento, lo está deseando. Ya no le hagas esperar más.

John no pareció comprender el trasfondo que había en las palabras de su hermana y carraspeó para aclararse la garganta.

–Bueno, este es el primer caso de Sherly Holmes, que por supuesto, resolvió con mucho éxito. Cuentan que una vez, apareció en una casa abandonada, un misterioso hombre muerto. Sin identificación, y sin herida alguna. ¿Y entonces cómo era posible que estuviera muerto? Pues eso se preguntaron muchos. Y como ninguno lo sabía, llamaron a Sherly Holmes, el mejor detective del mundo. Se presentó en el lugar de los hechos, y claro está, él supo al instante qué había matado al hombre...

Continuará...


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