Tregua
—Me gustaría poder odiarte.
Dean se acercó cada vez más, sintiendo la cálida respiración del otro hombre.
—¿Y por qué no lo haces, Dean?
Una mano se posó en su cintura y la sensación a través de la tela era ardiente.
—¡Maldición!—gruñó—. Más quisiera, Cas—sonrió sin ganas y sus palabras se estancaron en el aire.
—Yo también lo he intentado, créeme.
Esos ojos azules se situaron a cada momento en sus labios. Era una provocación traicionera.
—Bien… entonces voy a dar el primer paso—contestó Dean con poca convicción. Terminó por acortar el espacio que aún los separaba y beso con dura pasión a su enemigo.
Un dulce castigo para ambos.
Rivales…
Amantes…