Capítulo 23: Quién debo ser.
Los estantes estaban abarrotados de libros desde los pies a la cabeza excediendo por mucho su estatura. Cada uno de ellos ubicado de acuerdo a su categoría, algunos inmóviles, en otros la vida se había albergado ya sea en el papel, papiro o cuero que poseyera la información, la magia desbordaba se su interior.
Incluso existían algunos escritos en piel humana.
Los libros se elevaban, volaban al raz del techo tomando así su lugar original. Eran tantos, pero ni una sola vez chocaban entre ellos.
Todo en perfecto orden.
La bibliotecaria lo había mandado a una de las esquinas, frente a él se encontraban los archivos de los periódicos aunque era monopolizado completamente por El Profeta.
Sólo se encontraban registros de las visitas protocolares, algunos anuncios, prácticamente nada. Resultaba curioso que el diario El Profeta que estaba tan acostumbrado a los titulares amarillistas se comportase como un periódico respetable cuando la noticia trataba de él.
Siempre intentaba prepararse antes de empezar algo, pero él sabe que la vida usualmente no se lo permitirá.
Eso era todo lo que podía hacer, ya era tarde y pronto cerrarían la biblioteca además mañana el horario sería normal.
Marvolo Slytherin sonreía para las cámaras atrapado en un bucle eterno, se veía joven.
Sus dedos se hundieron en su cabello creando el desorden con el que batallaba cada mañana.
Consideró por unos instantes llevarse la foto, atrapado sin saberlo como muchos otros en el hechizo que proyectaba.
Slytherin parecía sonreírle a él, sus ojos parecían verlo sólo a él.
—Potter—llamó.
La mujer se veía cansada, el paso del tiempo empezaba a verse con la aparición de marcas de expresión en su rostro. Lento, pero constante.
La magia obraba milagros, pero las brujas no podían evitar envejecer, nadie podía.
El tiempo era un cruel enemigo que dejaba mella en los muggles y en ellos aún cuando fuese más lento, ambos tendrían el mismo fin. Nadie podía rehuir a la muerte.
Soltó el periódico e inmediatamente tomó su lugar junto a los otros en el archivero.
—Tendrá que irse, falta poco para que sea hora del toque de queda—comunicó—ya no son horas para estar en la biblioteca.
—Lo siento.
Harry Potter era un joven amable, pocos estudiantes eran como él. Ella lo había visto crecer y creyó que el amor que sentía por los libros se desvanecería con el pasar del tiempo, pero no sucedió a diferencia de otros.
Ella acaba de echar a rastras a Thomas, era consciente de las diferencias que hacía, pero quién no las tenía.
Thomas sólo se dedicaba a hablar, reírse cuando creía que no lo veían, el niño intentaba proyectar una imagen falsa frente a una de sus compañeras al igual que otros.
Nadie podía culparla por dar un mejor trato a alumnos que seguían las reglas como Potter.
Supuso que no era extraño, pero esperó sentir algo al ver a Rondsale y Thomas conversando en el corredor. A Draco solía molestarle ver a Parkinson con otro.
Pasó junto a ella sin darle otra mirada.
Rondsale había cumplido su propósito, ella era la respuesta a las preguntas jocosas de su padrino y su padre.
“¿Harry hay alguna bruja que te interese?”
Se besaron un par de veces, fue torpe al inicio.
Pese a lo que muchos dijesen no era dejarse llevar, ella no poseía experiencia e incluso estando en igualdad de condiciones el peso recaía en él.
Se lo había comentado a su padrino, él sólo sonrió para luego decir que era un Potter y mencionar lo popular que había sido su padre en sus días en Hogwarts.
“Debería ser natural para ti”
Con hechos reales no hay necesidad de mentiras elaboradas, las palabras suenan sinceras porque en cierto modo lo son.
Hablar con Sirius es hablar con su padre, su pensamiento se reaseguró con las miradas y las palabras que los acompañaban
Como la mayoría de las veces fue práctica y error.
Juntos, tan incómodo cómo pudo ser en un principio habían aprendido.
No fue placentero aún cuando ya no parecía querer devorarlo, aún cuando se volvieron más coordinados y su ojos comenzaban a nublarse por la continuidad de ellos.
Sus emociones son apagadas.
Él aún conserva su foto, desconoce el motivo, quizás porque su primer beso debería significar algo.
Quizás porque existen huecos en sus recuerdos y teme olvidar, el duda y teme preguntar.
Muerde su labio, debe calmarse. Saberlo había traído de vuelta esas horribles sensaciones.
“Vacía tu mente”
—Ey Potter, ¿estás bien?
La mano en su hombro lo sacó de su ensoñación, Rondsale lo veía detrás de él con preocupación.
—Te quedaste parado y creímos que te había pasado algo—explicó.
—Estoy bien.
Sonrió porque era lo que debía hacer.
—Supongo que pasé mucho tiempo leyendo.
Pasó su mano derecha sobre su cabello enredándolo un poco más, rozó su frente sin perder la sonrisa.
Que Thomas le hablase era prueba de su trabajo, su acto resultó creíble y era incluso aceptado por un gryffindor
Era un Potter, su padre había sido un gryffindor, pertenecía a Slytherin, pero era un mestizo y Draco sin saberlo con su comportamiento lo ayudó a crear ese perfil.
—Está bien—se alejó—parecía que ibas a caerte por eso pensamos en ayudarte.
— ¿Quieres que te acompañemos a la enfermería? —preguntó ella.
—No creo que sea necesario, sólo necesito descansar un poco.
Pudo sentir sus ojos sobre él hasta que dobló el corredor tomando otra ruta.
Ella parecía preocupada, pero Thomas se veía algo incómodo, en un inicio sus comportamientos era iguales, pero al notar la falta de urgencia las prioridades en su mente comenzaron a cambiar.
Obliviate era un hechizo cruel si lo analizabas, Draco había tomado algo de Marie, ella no podría recuperarlo y jamás se percataría de ello.
“Vacía tu mente”
Él recuerda ciertas cosas o cree que se tratan de recuerdos, los vacíos en su memoria sustentan esa idea, quizás también lo mejor es olvidar si la única otra opción es la añoranza, la desesperación.
Verla andar como si nada hubiese pasado es un cruel recordatorio de lo que él también puede haber sido.
Quizás se lo merece.
Tenía prioridades, mañana tendría que encontrarse con el primer ministro y debía verse presentable.
Tenía que hacer sentir orgullosa a su abuela, él que con sólo nacer provocó todos sus males, tenía que hacerla sonreír, demostrarle que era útil.
Nott sabía, pero como muchas otras veces calló, la necesidad imperante de contarlo a otro empezaba a desvanecerse cuando la lógica tomaba el control.
Además de qué serviría y por qué a Harry le importaría los malos ratos de su vida, una alegría amarga lo invadió, eran tantos ciegos.
Su padre le había permitido ver el mundo en el rojo de esos ojos.
Era una lección.