—Ya estamos cerca...— jadeó el pelinegro, inclinando su cuerpo hacia adelante para posar sus manos en las rodillas, tratando de recuperar el aire que había perdido en el camino.
—¿Estás seguro?— preguntó Lloyd. Le dolía el cuerpo, pero no se podía permitir un descanzo. Hacia unos minutos había sentido de nuevo esa punzada en el pecho, pero había sido la última. Esas punzadas eran constantes hace más o menos una media hora o más. ¿Algo le habría pasado a Kai.
—Más que seguro— respondió, ahora estirándo su espalda y sus brazos—. ¿No nos siguen, o sí?
Lloyd negó con la cabeza, mirando hacia atrás. Ninguno de sus amigos los seguían, pero tampoco ningún otro enemigo. No sabía si era buena o mala señal, aunque le daba mala espina.
—Sigamos entonces— dijo, emprendiendo la marcha nuevamente. Al se encogió de hombros y se colocó al lado del rubio.
—¿Kai no te ha vuelto a llamar?— posó su mano en el hombro de Lloyd. Éste volvió a negar con la cabeza.
—No desde hace media hora— se tocó el pecho, mirando al suelo. Nada.
Guardaron silencio mientras caminaban. Un silencio bastante incómodo. El menor miró al pelinegro de reojo. Tenía una cara seria, pensativa; miraba hacia adelante, pero no prestaba atención al camino. ¿Estaría sospechando algo? ¿Sabría que le pasó a Kai? ¿Por qué no decía nada? En una esquina giraron hacia la derecha, siguiendo el camino vacío. El mutismo de ambos hacia que la ciudad a esas horas fuera una especie de pueblo fantasma.
—Al...
—Lloyd— fue interrumpido por éste. Su tono era serio, por no decir severo—, ¿tienes alguna idea de quién pueda ser el causante de todo esto? Es decir, ¿sospechas de alguien? ¿Algún conocido o viejo enemigo que quisiera vengarse más concretamente en Kai o en general de ustedes?
La respuesta era complicada. Había muchísimas personas que quisieran vengarse de ellos. Tantos derrotaron. Pero no sabía nada sobre Kai. ¿Alguien que quisiera vengarse de su castaño? Le era imposible pensar en alguien, sin embargo, todo era posible considerando el trabajo que tenían.
—Sí. No. Quiero decir, hay muchas personas que quisieran darnos otra paliza o intentarlo, pero... Les es imposible. Todas están en prisión. Y sobre Kai... Tampoco lo sé. No sé casi nada de él, ni de su pasado. Cuando me doy cuenta de ésto, me siento triste, ¿sabes? No saber nada de tu pareja...
—No te pongas así— dijo Al con una sonrisa, dándole palmaditas en la espalda—, que no eres el único. Aquí estoy yo.
Suspiró y paró en seco, haciendo que Lloyd también parase.
—Bueno, aquí es— señaló con la barbilla. El menor miró a su lado derecho y, en efecto, habían llegado.
Lo miró atento. El edificio se alzaba hacia el cielo moderadamente. No era alto, pero tampoco bajo. Su estilo era tosco, las paredes estaban horribles; la pintura se caía a pedazos. El estado de la calle que adquiría estaba sucio. ¿Cómo nunca antes había visto este lugar? La respuesta era fácil: no era un lugar en el que rapararas. Podrías pasar mil veces por ahí y se te olvidaría a los pocos segundos. El que había planeado todo lo hizo bien.
—Entonces... ¿tocamos al timbre o entramos por la ventana?— bromeó el rubio, mirando al pelinegro. Éste sonrió.
—Opto por la ventana.
Abrió sus ojos y observó al vacío durante un buen rato. ¿Dónde estaba ahora? Parpadeo varias veces y se sentó, frotándose la sien. Su cabeza ya no dolía, ni su cuerpo tampoco. Sólo sentía ligeros mareos. Volteó a ambos lados. No reconocía el lugar; no era ni la celda ni aquélla sala en donde se había desmayado. Lo que si era claro es que estaba otra vez acostado en el piso. Chasqueó la lengua y se puso de pie. Sus rodillas ya no temblaban y era buena señal. Tampoco su entorno oscuro totalmente se distorsionaba como antes. Podría decir que se encontraba en la nada, hasta que una voz le hablo casi al oído:
—Los efectos ya pasaron, sólo necesitabas descansar.
Se estremeció y cubrió su nuca. Sintió su aliento en ella, era frío. Giró por completo, pero no estaba ahí. Volvió a mirar al frente, o lo que creía que era frente, y entrecerro los ojos, forzando su vista a acostumbrarse a la terrible oscuridad.
—¿Ya te sientes mejor, no, mocoso?— preguntó la voz, en tono burlón.
—A ti qué te importará. Sólo muestrate de una vez. Da la cara, joder— quiso gritar, pero se controló.
—Las groserías y el tono serio no le quedan a la voz de crío que tienes en este momento, ¿sabes?— rió.
—Ya deja de decir esas idioteces— se quejó, colocándose a la defensiva.
—Oh, ¿acaso quieres pelear? Con ese pequeño cuerpo tuyo te será imposible. Estás solo y eres débil. Podría machacarte con tan sólo un puñetazo o una patada.
—Qué interesante, de verdad— dijo con sarcasmo. La voz rechinó los dientes y soltó un gruñido.
En aquel instante la luces se encendieron, encándilando su vista. Se cubrió la frente con el brazo y observó su alrededor una vez más.
Era una sala grande, seguramente un sótano. Las paredes también eran grises y el suelo estaba agrietado. Dedujo que se encontraba en un lugar bastante viejo y desgastado, seguramente sería demolido un día de estos. El techo se hallaba en peor forma que el piso y de él colgaban las luces, que de vez en vez parpadeaban, sumiendo en breves el lugar en la oscuridad.
—¿Así que deseas probar mi fuerza, eh? No seas engreído, mocoso. Soy más fuerte que la última vez— bufó con desdén la persona que estaba tras él. Voltó lentamente, y abrió los ojos, sorprendido.
Aquella persona, si así podía ser llamado, ¿cómo no había podido identificarla antes?
—Tú...— gimió Kai, retrosediendo dos pasos.
La negra figura sonrió.