Quise correr hacia mi padre, pero no me moví. Había desobedecido sus órdenes. ¡Salí con el muchacho drogadicto que él me había prohibido ver!
De pronto me sentí culpable y responsable de lo ocurrido. ¡YO ME LO BUSQUE!
Estaba desecha física y moralmente. Me sentía sin fuerzas, como un muñeco inútil al que se le acabo la cuerda para siempre.
Después de un rato me tranquilicé y camine a la puerta de mi casa. Mi madre me abrió. Preguntó cómo me había ido con Connor y le dije que bien. Ella no me observo; prefirió adivinar.
-Te dijo que no se casará contigo ¿verdad? ¡Lo sabía! Siempre me dio mala espina. ¡Es un irresponsable!
Asentí. Me rodeo la espalda con su brazo.
-¡cambia esa cara! Si no quiere casarse contigo, tal vez sea mejor – camino llevándome al interior de la casa – sé que debes estar muy decepcionado pero no te preocupes. Todo mejorara. Cuéntame, ¿le hablaste claro? ¿Le hiciste ver sus obligaciones y responsabilidades? ¿Qué te contesto? ¡Por dios! ¡Te vez muy mal! ¡No te aflijas tanto!
-¡Maldición! Deja de hablar mamá – estaba pensando
Me negué a decir una sola palabra. Fui directo a mi habitación con pasos lentos y mecánicos. Mi madre me siguió, pero se detuvo en el corredor al verme indispuesto a hablar. Cerré la puerta, le puse seguro y me derrumbe en el suelo, mi cuerpo me dolía horrores.
Pase la noche tirado, quieto, me sentía asqueroso, sin ánimos de salir, era ante mis ojos como un despojo humano, una bola de basura en descomposición.
La voz de un demonio me susurraba al odio: “tú eres responsable, participe, culpable, provocador; mereces todo lo que paso”.
El despertador empezó a sonar, lo vi, eran las ocho de la mañana.
Intente moverme y logre levantarme muy despacio con la ayuda de la cama, necesitaba ir al baño. Mis pasos eran vacilantes como los de un minusválido que está aprendiendo a caminar. Abrí la ducha y sin verificar la temperatura, me metí al agua helada con todo y ropa. Lo que fue un gesto de masoquismo puro, se convirtió en el estímulo que me hizo reaccionar; el agua fría activo mis células y mi depresión se fue y ahora lo que tenía era coraje. Me quite la ropa y Salí a buscar en el mueble del lavado los implementos de limpieza para el excusado. Tome desinfectante en polvo, piedra pómez y fibra metálica, regrese a la regadera y comencé a restregar mi cuerpo con mucha fuerza. En algunas partes me produje rasguños profundos. Me vestí con una prenda de manga larga y cuello alto para que nadie notara las heridas que me hice al lavarme; no me arregle, ni me peine.
Fui a la universidad en busca de la maestra de psicología que me había hecho la entrevista para ingresar. Entre a su clase sin pedir permiso.
-Necesito hablar con usted – pronuncie en cuanto se volvió a mirarme; mi voz sonó temblorosa.
La clase se interrumpió.
-Hola, Andy. ¿Hay algún problema?
-Sí.
-Se acercó a mí. Cuando estuve seguro de que los alumnos no escucharían, susurre sin dejar de mirar la maestra.
-Voy a matarme.
-¿Qué dices? – se acercó adivinando mi angustia legitima.
-Voy a acabar con mi vida.
-Siéntate – me invito – en cuanto termine la clase hablamos.
Negué con la cabeza, di media vuelta y Salí de ahí.
-Andy, ¡Espera!