Después de aquella "incinuación" por parte de Cole y de comer una pedazo de pastel, ambos pelinegros se encaminaron a uno de los patios escolares más vacíos donde ni siquiera la Directora posaba sus ojos, y por lo tanto, ese patio era el punto de reunión más concurridos por parejas. Vacío pero lleno, había dicho Al con una sonrisa.
En cuanto pisaron el asfalto descuidado de aquél lugar, que a esas horas se encontraba sin un alma, Al aprovechó la oportunidad y atrajó a Cole hacia él a pesar de una queja que salió de la boca de éste último, pues aún se encontraba un poco cohíbido. Pero se dejo hacer, pudiendo así sentir la cálidez del otro pelinegro mayor, que en seguida lo tranquilizó. ¿Era él o se estaba saliendo de su contexto? Poco le importó responder a la pregunta en el momento en que Al acarició su mejilla y lo besó tiernamente. Aunque sea un niño, besa bastante bien, pensó Cole antes de que su mente fuera reemplazada por una maraña de letras negras yendo y viniendo de un lado para otro sin parar, como un garabato de niño pequeño.
Sin darse cuenta, se encontraba acorralado contra un árbol descuidado, con los brazos del pelinegro mayor -sólo de estatura- a cada lado de su cabeza, impidiendo que moviera un sólo músculo. Ambos seguían fundidos en el fogoso beso aún cuando sabían que pronto se quedarían sin aire en sus pulmones y tendrían que separarse, algo que absolutamente no querían. Pero el momento llegó, y sus miradas deseosas se cruzaron. Nunca antes nadie había hecho que Cole se sintiera de esa manera; deseoso, impotente, excitado, tembloroso, a punto de desfallecer contra la tierra y rogar por más. Nunca nadie. Hasta ahora. El chico que se encontraba en frente suyo, de nuevo atrayendo hacia él los labios del menor, era el único que había logrado todos los contradictorios y preocupantes deseos de Cole.
El beso comenzó de nuevo, pero con un ritmo más intenso, como si intentaran devorarse el uno al otro, robando el aliento del contrario para luego intercambiarlo y dejarlo salir como un suspiro retenido en la humedad de las bocas. Pero no duró mucho, y no por el hecho de que el oxígeno fuera a acabarse nuevamente, sino por un error que Cole cometió. Abrió los ojos de manera incosciente, con la intensión de ver los de su contrario que lo apresaba con más fuerza contra el árbol, y lo que vio hizo que empujara a Al lejos de él. Sus ojos se abrieron de sorpresa y le preguntó al pelinegro menor que pasaba. Éste se echó al suelo, completamente sonrojado y ocultó su rostro en sus manos sin decir ni una sola palabra. El mayor se preocupó enormemente, hasta que se digno a voltear atrás suyo, donde, a unos cuantos metros de distancia, se encontraba el muy divertido castaño de Jayn y el sereno Zane, que habían mirado aquella escena en silencio de sus dos amigos. Al, al descubrirlos, también se sonrojó un poco, pues nunca antes le había pasado lo que le pasaba justo ahora.
—Cole...— llamó Al. Cole, aún rojo de la vergüenza, levantó su mirada hasta ver claramente el rostro de quien le hablaba.
—Y-yo.. nn-no...— musitó nervioso el mencionado.
—¡Oh, lo sentimos!— se escuchó decir a Jayn, que caminaba hacia ellos. Zane pareció decir algo cómo "¿sentimos?". El castaño se giró hacia el peliblanco— Sí, "sentimos". Tú también estás aquí, ¿no?
—Pero no fue mi idea quedarse a curiosear, te dije que siguieramos de largo— explicó Zane, tranquilamente mientras que Jayn refunfuñaba y se giraba otra vez a los dos pelinegros avergonzados.
—No sabía qué salías con alguien, Cole— rió.
—C-cállate, idiota... Largo de aquí— dijo, entre dientes.
—¡Uyyy, perdón! Siento haber interrumpido su tan apasionado beso. Zane y yo nos retiramos en ese caso. Ustedes sigan con lo suyo— Zane se disculpó sinceramente antes de seguir a Jayn y perderse en la lejanía de los pasillos y edificios.
—Cole, ¿estás bien?— preguntó preocupado Al, tocando por segunda vez las mejillas sonrosadas del pelinegro menor.
—... so te dije...— se escuchó murmurar.
—¿Eh? ¿Dijiste algo?
—Por eso te dije que prefería el "armario"— casi gritó Cole, pero se contuvo. Volvió a cubrir su rostro en las manos. Pasados unos minutos de silecio y compañía mutua, el menor se tranquilizó y soltó un suspiro antes de acercar su rostro al de Al y susurrar en los labios de éste:—. ¿Podemos continuar?