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Yifan abre con lentitud la puerta de la habitación de su pequeño hermano, procurando no provocar ningún chirrido que pudiera despertarlo. Entra en silencio y camina entre la oscuridad, midiendo cada uno de sus pasos y evitando chocar con algún objeto, logrando llegar hasta la cama donde el menor yace dormido. Se acuclilla frente a él y suspira. Luego aparta de su mejilla uno de sus mechones rubios, dejando en su lugar una suave caricia.
Por la oscuridad no puede ver su delicado rostro, pero puede imaginarse el mal estado en que se encuentra. Sabe que su hermano menor se ha quedado dormido por tanto llorar, y aunque este hecho le entristece en demasía, lo que más le rompe el corazón es saber que todo ha sido su culpa.
Su maldita culpa.
«Mantente alejado de mí, mocoso. Me molestas»
Aquellas palabras retumban otra vez en su conciencia y él sólo puede cerrar sus ojos y apretar sus puños con fuerza, odiándose profundamente por haberlas dicho. Sin embargo, no se arrepiente en lo absoluto. Por muy doloroso que le resulte herirlo, realmente cree estar haciendo lo correcto. Por el bien de ambos, debe mantener a su inocente hermanito lejos de él. Debe mantenerlo lejos de sus impulsos.
«¿Por qué me odias, hyung?»
—Yo no te odio, Hannie —susurra en su oído mientras acaricia sus cabellos, a pesar de saber que el menor no está escuchando su explicación—. El problema es que te quiero más de la cuenta... Y sé que no debería sentir esto pero… Te amo. —Yifan se inclina hacia él y deposita un pequeño beso en su frente; el único sitio que sus labios pueden besar. Aunque no el único donde deseen hacerlo. Luego se incorpora rápidamente y escapa de aquella habitación cómo si acabara de confesar allí su mayor pecado; algo que realmente ha hecho. Aun así, tiene el consuelo de que nadie jamás lo sabrá.
Será su eterno secreto. O al menos eso cree él.
A los pocos segundos de haberse marchado, Luhan abre sus ojos y junto a una sonrisita traviesa, murmura:
—Yo también te amo, hyung.
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