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Give me love por Allure

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Notas del capitulo:

Ni Supernatural o sus personajes no me pertenecen y todo eso de un disclaimer que deberia poner.

 

Gracias a todos los que leen y comentan porque por ustedes vuelvo a escribir esto, honestamente yo iba a retirarme de esto de publicar mis escritos. No iba a dejar de escribir pero si de publicar.

Espero les agrade!

Las manos de Dean se deslizarón suavemente por la espalda de Castiel hasta llegar a su cintura. Castiel suspiro tratando de que las relajantes sensaciones que el toque del rubio estuviera provocando en su cuerpo no le hicieran excitarse. A pesar de estar cubierto con solo una toalla no sentía frio. Estaba casi seguro que Dean subía la temperatura de la oficina cada vez que venía a darle el masaje. Como si no fuera poco el solo toque de sus dedos le provocaba ciertas reacciones que hacían que su temperatura corporal subiera un poco más. De pronto sintió las manos del otro acercarse a su trasero y de alguna manera deseo que estas bajaran mucho más. Anhelaba poder ir más allá y rendirse a sus propios deseos. Cuando los dedos de Dean rozaron el nacimiento de sus glúteos no pudo evitar dejar salir un largo suspiro. Suerte que estaba acostado sobre su estómago o Dean vería que su pene estaba comenzando a despertar.

— ¿Esa mujer es tu novia?—Castiel no recordaba haber cerrado los ojos pero cuando oyó la voz del rubio casi pega un salto sobre la camilla— ¿te desperté? Lo siento, pensé que todavía no te dormías—

— ¿Dormido? No lo creo, estaba muy relajado si te soy sincero—dijo Castiel mientras acomodaba su cabeza en el hueco de la camilla. Las manos de Dean se habían alejado unos segundos de su espalda y de alguna manera eso no le agradaba nada. Su piel se enfriaba sin el contacto de las manos del hombre. De pronto recordó la pregunta que acababa de hacerle, no le gustaba hablar de Caroline pero por alguna razón quería que el supiera que su ex seguía manteniendo ese estatus—Caroline fue mi novia pero termine con ella hace algo más de un año, supongo que ella no quería las mismas cosas que yo—

 —Vaya, entonces no quiso casarte contigo—Dean se mordió el labio tratando de no decir nada más de lo que pensaba de la mujer. Quería reírse de felicidad al saber que ella ya no estaba en la vida de Castiel pero saber que él quería algo más serio con ella le recordaba que él era bastante heterosexual.

Suspirando volvió a poner sus manos sobre la piel de Castiel y prosiguió con su masaje. Quería sacar de su cabeza que esa mujer había podido tener lo que el jamás podría tener. Deslizo las palmas de sus manos por el centro de la espalda de Castiel hasta llegar a sus hombros y repitió el movimiento en la dirección contraria.

—Honestamente, ella no me agrado cuando la vi la primera vez, es una suerte que hayas terminado con ella—

 —Pues…creo que…pienso igual—eso se sentía como haber muerto y llegar al cielo al segundo siguiente.

Las manos de Dean le hacían sentir cosas que no podía explicarse. Eran calientes y suaves, se movían habilidosas por su cuerpo haciéndole desearlas en cierta parte de su anatomía. Lo excitaban y lo relajaban al mismo momento, quería tenerlas sobre su cuerpo todo el tiempo que pudiera. Sus músculos se relajaban bajo sus dedos y su espalda volvía a su posición normal. Sus ojos comenzaban a cerrarse, sus parpados pesaban y el aroma que emanaba del aceite que Dean estaba usando en él lo adormecía. Casi sin darse cuenta y con la vista fija en un punto en la alfombra que cubría el piso de su oficina, Castiel se durmió. Abandonándose a las sensaciones que Dean le dejaba sentir. Confiaba en él, sabía que en sus manos nada le pasaría pues a pesar de conocerle hacia tan poco, Dean le parecía un buen hombre.

Dean siguió deslizando las palmas de sus manos por la espalda de Castiel. Contando casi por inercia los lunares repartidos por ella. El olor del aceite que estaba usando se expandía por la habitación, recordándole el pequeño viaje que hiciera hacia un par de años cuando su trabajo le permitía pequeños lujos. Recordó su experiencia en Tailandia y como a duras penas logro hacerle entender a la chica que le diera un masaje que no quería el “final feliz”. Sonriendo, Dean llevo sus manos a los hombros de Castiel y masajeo sus músculos con las yemas de los dedos para luego volver a bajar hasta su zona lumbar.

 Un suave ronquido le hizo saber que su cliente había vuelto a dormirse. Cada vez que trabajaba en el cuerpo de Castiel este caía dormido. No le molestaba que él lo hiciera, lo consideraba un halago a su pericia como masajista, además, su cuerpo siempre parecía tan contractura do. No entendía como es que siempre parecía tan estresado, probablemente Sam podría decírselo pero eso no le llamaba la atención. Lo único que le importaba en ese instante era erradicar el estrés de Castiel. Quería eliminar cualquier cosa que le causara dolor.

 Deseaba despertarlo y decirle que él estaba más que dispuesto a estar a su lado. Aunque, como las veces anteriores guardo silencio y siguió masajeando su espalda. Siguió bajando por el cuerpo de Castiel, evitando su trasero y enfocándose en sus piernas. Trabajando en sus músculos, masajeándolos mientras se abría paso hacia abajo. De verdad le gustaban las piernas del hombre. Tenían una forma perfecta y cada vez que se acercaba a sus tobillos, Castiel suspiraba de placer. Amaba como su cuerpo le hacía saber cuánto le gustaba lo que estaba haciéndole.

Su pantalón empezaba a apretarle y eso no estaba bien. Debía actuar de manera profesional, se dijo a sí mismo al tiempo que sus manos llegaban a sus muslos.

Trago saliva al tiempo que volvía a bajar. Debía quitar esos pensamientos de su cabeza y seguir trabajando pero a casa segundo, con cada movimiento de sus manos Castiel parecía tentarlo a propósito. Como último intento comenzó a masajear la planta de sus pies. Sin embargo, obtuvo exactamente lo contrario: Castiel gimió como si en vez de sus pies, Dean estuviera trabajando su pene y como si eso no fuera suficiente, Dean pudo verlo frotarse descaradamente contra la toalla que cubría la camilla. Aquello fue la gota que rebasó el vaso y sin detenerse a pensar en lo que estaba haciendo, Dean se inclinó y levantando la pierna de Castiel comenzó a repartir besos por su tobillo antes de subir por su pierna.

Beso y mordisqueo su piel sin detenerse, enceguecido por los sonidos de gusto que abandonaban la boca de Castiel. Sus manos no se mantuvieron quietas y mientras el besaba sus muslos continuó masajeando sus pantorrillas. Sus dedos trazando movimiento a circulares.

De pronto su boca chocó con algo y avergonzado, Dean descubrió que se trataba de la toalla que cubría la parte baja del cuerpo de Castiel. Se enderezo un poco, asustado de que el pudiera haberse dado cuenta de lo que estaba haciendo, sin embargo, el hombre siguió dormido como si nada fuera de lo común hubiera pasado. Es más, incluso se acomodó separando un poco más las piernas. Una sonrisa apareció en el rostro de Dean al tiempo que ponía su mano derecha sobre una de las nalgas de Castiel. La masajeo con suaves movimientos circulares y tal como esperaba el volvió a gemir.

Podía echarle la culpa a Castiel por provocarlo o decir que estaba actuando movido por la pena de la pronta separación pero lo único cierto era que no logro detenerse. Con la misma mano que había masajeado su trasero comenzó a empujar la toalla que lo cubría. Lentamente y centímetro a centímetro, con su completa atención descubrió aquella parte de Castiel que tanto había deseado ver. Su piel suave y pálida le provoco deseos no del todo inocentes. Quería darle una nalgada, de verdad lo deseaba pero no podía hacerlo sin despertarlo. Así que cumplió su siguiente deseo en la lista: se inclinó sobre el trasero de Castiel y suavemente dejo un beso en cada una de sus nalgas. Quizás estaba actuando como un pervertido, pero Dean se encontró a si mismo sin ningún arrepentimiento.

Acaricio sus piernas con una mano y llevo la que tenía libre al trasero de Castiel. Estaba a punto de hacer algo que se jurara jamás hacer, algo que estaba seguro le pesaría durante muchísimo tiempo pero no encontró fuerzas para detenerse.

Se acercó a la camilla y enterró la nariz entre las nalgas de Castiel al tiempo que comenzaba a lamer la suave piel que rodeaba su abertura. El olor del hombre lo enloquecía, el fino vello que cubría aquella zona le hacía cosquillas en la lengua. Lentamente siguió lamiendo y ensalivando aquel lugar. Estirándolo lentamente al tiempo que metía y sacaba su lengua. Guio su mano al mismo lugar en el que su boca se encontraba y muy lentamente lo delineo con la yema de su dedo. Quería seguir. Su cuerpo se lo pedía, se lo exigía.

Deseaba tanto a Castiel que su propia entrepierna estaba despertándose. Estaba excitándose con solo lamerlo. Por suerte, el pantalón que traía era de deporte y no le apretaba demasiado la entrepierna pero el roce de la tela le hacía desear más. El cuerpo de Castiel comenzaba a ceder a sus atenciones y para su desgracia parecía estar disfrutándolo tanto como él y así se lo hizo saber empujándose contra su boca. Sin embargo, aquello fue lo que logro hacer despertar a Dean. Retrocedió un par de pasos, chocando con una estantería que se encontraba cerca de una ventana. Los objetos que esta contenía tiritaron pero por suerte no cayeron. Castiel se removió inquieto en la camilla y aterrado, Dean vio que había olvidado por completo volver a cubrirlo con la toalla. El aire se detuvo en sus pulmones mientras Castiel se incorporaba lentamente. Estaba seguro que iba a darse cuenta de lo que había estado haciéndole y cuando lo hiciera se enfurecería con el ¡incluso podría enviarlo a la cárcel! Eso arruinaría por completo su carrera y perdería su credibilidad. Ni siquiera podría conseguir empleo en el crucero.

Castiel se acomodó y saco la cara del hueco de la camilla. Dean estaba completamente seguro que vería al hombre abrir los ojos y que todo estaría acabado para él. Castiel se giró en su dirección y arrugo el entrecejo aunque sus parpados nunca se abrieron. Parecía como si estuviera soñando y tan rápido como se moviera volvió a acomodar la cabeza sobre la mullida superficie que cubría el hueco de la camilla. Lentamente, Dean noto como el corazón descendía de su boca y volvía a su lugar normal. Recupero la compostura y tras una profunda respiración volvió a acercarse a Castiel. Cogió unos pañuelos desechables de una cajita que se hallaba sobre el escritorio y lo más suave que pudo quito su saliva de la piel del hombre dormido.

Tras regresar la toalla que cubría el trasero de Castiel a su lugar, Dean se permitió sentirse un poco más calmado. Miro el reloj en su muñeca y vio que aún faltaban diez minutos para que se cumpliera el plazo. Volvió a masajear la espalda de Castiel al tiempo que trataba por todos los medios de alejar de su cabeza cualquier pensamiento que no fuera darle a su cliente un excelente masaje. Su entrepierna aún estaba despierta y no se le ocurría otra manera de devolverla a su estado normal que masturbarse. Volvió a mirar de reojo su reloj y enfadado descubrió que solo había pasado un minuto.

“Debo dejar de pensar en esa mierda” pensó Dean llevando sus manos por los omoplatos de Castiel y dirigiéndose hacia sus brazos. Su estrés siempre tensaba más esos lugares que otra parte de su cuerpo. Suave pero firmemente trabajo sus músculos hasta llegar a sus manos. Esa era otra parte que le gustaba de Castiel, sus manos eran suaves y sus dedos largos, de manera inconsciente pensó en cómo se sentiría tenerlos dentro de su cuerpo. Ante eso su pene volvió a dar un salto y automáticamente aparto las manos del cuerpo de Castiel. No podía y mucho menos quería seguir pensando en eso o esta vez su erección seria más notoria de lo que ya era. Inspiro y exhalo rápidamente al tiempo que trataba de aplacar la lujuria dentro de sí. Solo faltaban cinco minutos para salir de ahí corriendo.

Cinco minutos más y saldría corriendo.

—Mira, Gabe, ya te dije que no quiero ir a esa cena con tu padre y estoy seguro que él tampoco lo quiere—dijo de la manera más suave que pudo para no hacer sentir mal a su esposo del otro lado de la línea—sé que es el cumpleaños de Andrew pero estoy cansado con todo esto de las firmas… ¿sabes? Discutámoslo en casa…si, adiós, te amo—

Sam hizo girar su silla hacia la estantería en la que se encontraban todas las fotografías que allí se encontraban. En una aparecían Gabriel a la edad de diez años y su suegro, Chuck, un afamado escritor de fantasía. Los dos se llevaban muy bien, sin embargo, ambos odiaban los eventos que involucraban a demasiada gente y no habían sido pocas las veces que acabaran charlando en una esquina. Gabriel, en cambio, tenía facilidad para rodearse de gente y su trabajo como chef le había hecho conocer a más gente aun. Siempre estaban invitándolo a fiestas y esta vez no era la excepción. Andrew era uno de los tantos amigos de su esposo y un gran fanático de la saga “Supernatural” de la cual Chuck era autor. Apenas se enteró que Gabriel era su hijo le rogo dos semanas a este que se lo presentara, ocasión que se presentó durante su cumpleaños.

Se levantó de la silla y cogiendo una carpeta de las tantas sobre su escritorio abandono su oficina en dirección a la de su jefe. Por el camino comenzó a leer uno de los papeles que contenía la carpeta, tan ensimismado que ni siquiera noto los gestos casi desesperados que Joan, la secretaria de Castiel, le estaba haciendo desde tras su escritorio.

Siguió caminando hasta hallarse frente a la puerta de la oficina de Castiel y como siempre, cogió el pomo de la puerta y lo giro. No necesitaba tocar. Su mejor amigo no estaba haciendo nada que él no pudiera ver…o eso fue su último pensamiento antes de que su cabeza quedara en blanco al contemplar la escena que estaba desarrollándose delante de sus ojos.

Sam sabía que debía llevar su reloj a reparar. Era un buen reloj y Gabriel se lo había regalado en su tercer aniversario, en la parte de atrás su esposo hizo grabar algo que siempre le sacaba una sonrisa cada vez que lo veía: “Gabe ama a Sammy” acompañado por el dibujo de un alce. Realmente amaba su reloj pero esta vez quiso lanzarlo contra una pared porque por su culpa fue testigo de algo que no esperaba ver. El condenado aparato marcaba las cuatro y cuarto, así que no esperaba para nada que su hermano siguiera allí.

Aunque si se lo preguntaban tampoco se hubiera esperado ver a su siempre profesional hermano repartiendo besos por la espalda desnuda de Castiel.

—Mierda—susurro dejando caer la carpeta que sostenía entre sus manos y al mismo tiempo que los papeles se desparramaban por el suelo tuvo el presentimiento que tendría un dolor de cabeza monumental.

Maldito reloj.

 

 

Notas finales:

Continuara...


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