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La Ley de la Atracción por MikaShier

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Compartir la habitación en la Academia de Samezuka con Sousuke nunca le había parecido una terrible tortura. No hasta ese día. Evitarlo se había vuelto rápidamente una costumbre. En clases, en los entrenamientos, en la cafetería, en los pasillos, en las duchas, en el campus, en todas partes, Rin desviaba la mirada, fingía demencia y huía de Sousuke aún si este ni siquiera hacía amago de acercarse.

 

La tensión era cada vez más palpable. Rin comenzó a saltarse los toques de queda. Se escabullía por los corredores del edificio residencial de la academia, se escondía en las escaleras de escape y tonteaba hasta entrada la noche, cuando, seguro de que Sousuke ya estaba dormido, entraba a la habitación a tientas y se echaba en la cama para dormir una, dos o quizá tres horas antes de que tuviese que levantarse a proseguir con la estúpida rutina que se había adueñado de su vida.

 

Quizá las cosas hubiesen sido, en cierto modo, más sencillas si Rin se hubiera percatado de que Sousuke no podía siquiera, mirarlo a la cara. No podía, porque había sido esclavo de unos instintos que no sabía que poseía. Sus manos habían recorrido la piel de su mejor amigo, lo había apretado contra sí. Lo había rasgado desde el interior, con posesividad descontrolada. Le había hecho llorar, gemir y suplicar. Lo había perdido en medio de su deseo carnal. Y Rin, tan dejado como de había portado… No sabía qué pensar respecto a nada. Y estaba un poco harto de rehuirle la mirada, pero no podía hacer nada más. La relación que tenía con Rin Matsuoka ya no era la misma.

 

Por eso no le extrañó que, al despertar la mañana del sábado, Rin ya no estaba en la habitación, junto con la mitad de sus cosas.

 

______________________________

 

Sería una patética mentira si dijese que el cambiar de dormitorio con otro Samezuka no se le había pasado por la cabeza. Rin había intentado cambiar, incluso, con Nitori, quien lo arrolló con una tonelada de preguntas que el pelirrojo no quería ni iba a contestar, orillándolo a rendirse de inmediato. Maldito fuese Sousuke con su apatía, que nadie creía salir vivo después de una noche compartiendo litera con el grandulón más nuevo del equipo de natación. Con quien llamaban guarda espaldas personal de Rin. Cosa que era tan estúpida como cierta. La mirada atemorizante de Sousuke le habían quitado el camino de huida a Rin. Le había quitado la salida fácil y lo odiaba un poco por eso.

 

Pero Matsuoka era un pequeño genio en desarrollo, así que, en cuanto dieron las seis de la mañana, tomó una maleta, echó la mitad de sus cosas que estaban a la vista, y corrió por los pasillos de la residencia, sacando un permiso de forma rápida y con mil escusas antes de dirigirse a la estación del tren.

 

No pasó más de una hora antes de que se encontrase tocando con ímpetu la puerta de la casa de Haruka Nanase, quien abrió mientras bostezaba y se tallaba un ojo. Gruñó algo que Rin  no comprendió pero que decidió catalogar como un “buenos días” en vez de un “lárgate de aquí”. Se adentró a la casa y dejó sus cosas a un lado del recibidor mientras Haruka arrastraba los pies hacia la cocina y sacaba de mala gana un plato de caballa cruda y un cartón de leche. Rin sonrió de lado y se acercó a él.


—Caballa con leche, mi favorito —bromeó mientras se asomaba por encima del hombro. Haru arrugó el gesto y guardó la leche antes de reemplazarla por algo de aceite, que seguramente había guardado en el refrigerador de forma accidental.

 

—No molestes —se quejó y comenzó a cocinar. Echó una mirada al reloj sobre la puerta y bufó, desconcertado—. Son las siete quince, Rin. ¿Qué haces aquí?

 

El pelirrojo se recargó en una de las encimeras y se miró las uñas con una actitud despreocupada mientras se debatía mentalmente el qué responder. Ciertamente era demasiado temprano para Haru. Tenían costumbres un tanto diferentes. Rin se la vivía ejercitándose mientras Haru dormía en la comodidad de su cama a esas horas por la mañana en un día donde lo único que tenían que hacer era entrenamiento de Iwatobi a eso de las doce del mediodía. Sábado, día de clubs.

 

Samezuka, por otra parte, tendría el entrenamiento a las diez de la mañana ese mismo día y Rin, la noche anterior, había hablado con Nozomi, haciéndole saber que él daría la rutina de entrenamiento por ese día. Después de todo, era Nozomi quien había tenido el tercer mejor tiempo en la semana pasada. Se merecía un descanso y un ratito de liderazgo.

 

—Vine a visitarte —respondió con tono obvio. Haru lo miró por unos segundos antes de recordar que había llegado con una pequeña maleta. Alzó una ceja y continuó con lo que estaba haciendo.

 

—Visitarme de manera permanente, ¿algo así? —un ápice de burla se distinguió. Rin le miró con algo de indignación.

 

—Bueno, solo durante los fines de semana, de ahora a un tiempo indeterminado. Pero si te molesta tanto, puedo ir con Makoto Santurrón Tachibana. Él no me echaría. Sí, de hecho, creo que eso haré. Come tu caballa con leche, me largo.

 

—Puedes quedarte. Pero dormirás en el futón, no voy a cederte mi cama, por más apuestas que quieras hacer —advirtió. Rin asintió, bufando.

 

—Aunque no lo creas, Nanase, yo no me aprovecho de los anfitriones cuando me he metido a su casa sin previo aviso —recargó los codos sobre la encimera, inclinándose, y miró al azabache desde abajo. Haru sintió su corazón detenerse por un segundo antes de latir con más fuerza que antes. Asintió levemente y continuó preparando la caballa.

 

— ¿Por qué has huido esta vez?

 

—Yo no… ¿Eh? ¡Nunca he huido, Haru! No sé de donde sacas esas cosas, me ofendes. Los Matsuoka nunca huimos de nuestros problemas, los enfrentamos y los solucionamos…

 

—No lo dudo, Gou lo ha demostrado. Aseguro que tu madre también lo ha demostrado. Y tú… De una forma extraña, lo intentas —comentó. El vómito verbal que estaba experimentando era sumamente extraño. Rin no podía evitar mirarlo como si fuese la cosa más rara del mundo. Pese a eso, Haru no se detuvo—. Solo que, para ti, resolver un problema es armar las maletas y atravesar el océano.

 

— ¡Eso no cuenta! Yo fui a aprender natación…

 

—Sí, pero desde que te fuiste, lo único que haces es darte la vuelta y correr. En fin. ¿Pasó algo con Sousuke?

 

Rin tragó grueso y se mordió el labio con suavidad, debatiéndose internamente. Decirle la verdad a Haru… ¿Qué podría suponer? El chico podría realmente ayudarlo. O podía mirarlo mal. Pero Haruka no era el tipo de persona que lo miraría mal si notaba lo mucho que la situación lo afectaba. Haru miraba mal a la gente por minimices, como decir que la caballa apestaba, impedirle meterse a la piscina en primavera, cosas por el estilo. Cosas que no causaban daño emocional.

 

Así que, suspirando, hizo acopio de toda su fuerza mental. Escondió el rostro entre sus brazos mientras se retorcía los dedos con las manos entrelazadas. Entonces, lo soltó.

 

—Me acosté con él.

 

Haru no se lo esperaba, definitivamente. Rin dio un respingo hacia atrás cuando el azabache, sorprendido, ladeó el sartén donde freía la caballa, provocando que el aceite se derramase un poco e hiciese contacto con la flama de la estufa. Se encendió una llama enorme que envolvió todo el contenido del sartén. Haru tomó con rapidez una tapa y, sin más, tapó con ella el artefacto, haciendo así que la llama se apagase casi de inmediato.

 

— ¡¿Qué hiciste qué?! —cuestionó con incredulidad. Rin lo miró con molestia y señaló el sartén.

 

— ¡Fíjate en las estupideces que estás haciendo! ¡Casi quemas tu estúpida casa! ¡Casi nos matas con tu estúpida caballa frita! ¡¿Por qué la has prendido en llamas?! ¡Contéstame!

 

—No fue a propósito. Me ha tomado por sorpresa que seas tan… promiscuo —Rin alzó una ceja mientras su corazón asustado se calmaba. Y, sin más, comenzó a reír.

 

—No soy promiscuo.

 

—Lo eres. Te acostaste con… esa cosa.

 

—Creí que ya te llevabas bien con él.

 

— ¿Y por eso se acostaron? De haberlo sabido, Yamazaki hubiese seguido en mi lista negra… —picó la caballa con un tenedor y suspiró— No está quemada, creo que solo se ha terminado de cocer… Pon la mesa.

 

—No voy a comer caballa quemada —se apuró a aclarar. Haru lo miró con semblante irritado. ¿Rin estaba sordo? Acababa de decirle que no estaba quemada—. Pero… ¿Solo eso vas a decir? ¿Qué soy promiscuo?

 

—No, no es todo —admitió. Colocó la comida en un par de platos y encaró al pelirrojo—. Estás aquí por una razón. ¿Él te obligó, Rin?

 

— ¿Obli…? ¡Por supuesto que no!

 

—Entonces, sí. No tengo nada más que decir.

 

El interior de Haruka quemaba. Ira y celos, sentimientos a los que se había acostumbrado en los últimos meses. Bueno, que va, desde el momento en que Rin había vuelto de Australia. Soltó el aire con suavidad y acomodó la mesa él mismo en un intento de despejarse. Rin había hecho su elección al acostarse con Yamazaki. Si se entregó por pasión o por amor, no hacía diferencia alguna. Sin embargo, el pelirrojo estaba reacio a dejar las cosas así.

 

—Algo extraño pasó, Haru… Yo… él…

 

—Sí tomé la clase de sexualidad, Rin. No entres en detalles… —se acomodó en la mesita, así que no vio como los colores se acumulaban en el rostro de su amigo.

 

—Qué… no… ¡No me refiero a eso, imbécil! Me refiero a que él no era él mismo y yo no era yo mismo. Fue como si… Como si nos desconectaramos… Lo vi en sus ojos. Él no quería y al mismo tiempo, quería… No sé como explicarlo…

 

—Rin… Haya sido como haya sido, lo hecho ya no se puede borrar.

 

—Haru… Necesito que me entiendas…

 

—No lo necesitas, Rin. Te dejaré quedarte cuanto tiempo quieras, pero realmente no quiero saber cómo pasaron la noche tú y Yamazaki.

 

Rin, pese a todo, asintió y comió su porción de caballa quemada en silencio. Sentía algo roto en su interior y, por alguna razón, Haru, a quien consideraba un mejor amigo, no quería escucharlo.

 

______________________________

 

Una semana había pasado desde el incidente con Sousuke y Rin, por fin, se había dejado de ocultar entre los salones de Samezuka. Se limitaba a vagar por los pasillos como alma en pena mientras que Sousuke lo acompañaba con algo de resentimiento. No hacia él, precisamente. No habían hablado de lo ocurrido en ningún momento, pero, sin decir nada, sabían que el día había llegado. Tenían que aclarar las cosas si querían que la tensión desapareciese. Si querían continuar siendo amigos.

 

Echaron pestillo a la habitación y se alejaron de la puerta. Rin se sentó sobre su colchón y Sousuke estuvo a punto de sentarse a su lado, sin embargo, dándose cuenta de la situación, optó por voltear la silla de su escritorio y sentarse en ella.

 

El silencio inundó la habitación de inmediato. Rin acariciaba las arrugas de su cama mientras la mirada insistente de Sousuke se posaba sobre él. Suspirando, clavó sus ojos carmesí en el cian del mayor.

 

—No pasó nada —acordó. O al menos intentó. Sousuke negó de inmediato.

 

—Claro que pasó. Negarlo no va a hacer que nos sintamos mejor.

 

—Pues no, pero…

 

—Tampoco es como si fuera a proponerte tener encuentros ocasionales ahora que nos hemos comido la torta —el comentario le sacó una sonrisa al pelirrojo, quien, más animado y menos incómodo, cruzó una pierna sobre la otra.

 

—Nos hemos comido la torta, ¿de verdad? —se mordió el labio ligeramente y negó— Suena tan estúpido…

 

—Ha sido estúpido. Es decir… Estabas vestido de maid.

 

— ¿Gracias a quién, Sou? No me puse el vestido voluntariamente, me has obligado.

 

—Has perdido la apuesta.

 

—He perdido muchas cosas ese día —se quejó. Sousuke elevó una ceja y asintió.

 

—Al menos no la perdiste con cualquier imbécil, fue con tu mejor amigo.

 

—Oh, vaya, ese razonamiento me llena de paz.

 

Rotó los ojos y se levantó, dirigiéndose a la ventana y mirando hacia el campus. Suspiró y pegó la frente en el cristal. Sousuke se acercó a él y se recargo en la pared, a su lado.

 

—Lamentarse no servirá de nada. Pese a que ninguno de los dos estaba completamente en sí… Lo disfruté. Y sé que, aunque te cueste admitirlo, a ti también te gustó.

 

Rin asintió mientras cerraba los ojos. Podía ser uno de los peores errores de su vida, su amistad había podido romperse de una forma irreparable, pero… Vale, que le había encantado y el recuerdo aún lo estremecía. Repetiría si no fuese porque valoraba muchísimo su amistad con Sousuke y preferiría evitar que esta se viese afectada.

 

—Entonces… No lo olvidaremos…

 

—Pero no hablaremos de ello tampoco —continuó Sousuke. Rin le miró y asintió.

 

—No insinuaremos nada —se acercó al azabache, clavando la mirada en sus ojos.

 

—Tampoco intentaremos hacerlo de nuevo —había duda en su voz, pero Rin asintió.

 

—Solo será una marquita en el pasado —terminó el pelirrojo.

 

Se habían acercado lo suficiente. Sousuke se inclinó sobre Rin y este último se estiró un poco. Sus labios se rozaron y, entonces, el móvil del Matsuoka comenzó a emitir una suave melodía. Se separaron de inmediato y Rin contestó.

 

Sintió que su corazón se detenía para latir con más fuerza, con mejor ritmo. Sus mejillas se sonrojaron un poco y el nerviosismo lo invadió. Sonrió levemente.

 

—Vale… Te espero —musitó con un intento de que su voz no sonase emocionada.

 

— ¿Por qué pareces más idiota que antes? —cuestionó Sousuke, mirándolo desde su lugar, recargado en la pared. Rin le sonrió ampliamente y se encogió de hombros.

 

—Makoto me ha pedido una cita.

Notas finales:

LAMENTO la tardanza. Un año, creo. Lo siento mucho. Espero tener tiempo este año xD En fin, espero hayan pasado una feliz navidad. ¡Felices fiestas! Nos vemos 


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