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Un juego entre dos sinsajos por ErickDraven666

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Capítulo

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Dos de los cuatro días que Gale había decidido pasar en el distrito doce, se habían ido volando, como la bandada de sinsajos que salieron despavoridos ante la activación de una de las trampas en el bosque, aquella que arrojó a un enorme cerdo salvaje por los aires, cayendo unos cuantos metros más allá de donde Gale y Peeta esperaban el arribo del peligroso animal.

—Lo tenemos —notificó Gale, dejando de apuntar con su ballesta al frente, incorporándose de su postura pecho tierra, ayudando a Peeta a levantarse—. Ese monstruo va a darle mucha comida al distrito junto con los otros dos. —Gale señaló a dos cerdos salvajes que destilaban sangre cerca del riachuelo, el cual se fue llevando cada gota que caía del cuello de ambos animales.

—Yo sigo sintiendo pena por ellos. —Gale rodó los ojos al escuchar a Peeta.

—Eso lo dice alguien a quien jamás le faltó comida. —El joven soldado comenzó a caminar en busca del tercer animal, al cual se le escuchaba agonizar en la distancia, siendo Peeta el único que realmente sufriera por él.

—No digas eso —acotó Peeta algo molesto, mientras le seguía—. Tienes razón, jamás pasé hambre, pero no por eso no puedo sentir pena por los animales cuando los matan… nosotros teníamos cerdos de granja, y cuando mi madre se disponía a matar uno, me iba de la casa hasta que el trabajo estuviese hecho.

El joven soldado siguió caminando sin decir nada, mientras Peeta le observó avanzar, siguiéndole muy de cerca, recordando las pocas veces que él y Gale se toparon en su casa, cuando el chico cambiaba las asquerosas ardillas por piezas de pan, recordando de igual modo, el día que le había arrojado pan quemado a Katniss, temiendo ser descubierto, pensando qué demonios había ocurrido ahora después de los Juegos del Hambre… ¿Por qué todo había cambiado entre ellos? Y sobre todo por qué los sentimientos ya no eran los mismos de hace un tiempo atrás, donde Peeta suspiraba por Katniss y odiaba a Gale.

—Dime una cosa, Peeta. —Gale sacó de sus vagas elucubraciones al joven Mellark, el cual se detuvo, al ver como el soldado se posó frente a él, obstruyéndole el paso—. Cuando fuiste a “rematar” a la chica de la fogata, ¿también sentiste pena por ella? —Peeta se le quedó mirando, sin poder creer aquello, respondiéndole por demás molesto.

—¿A qué viene eso ahora, Gale? —El aludido, rodó los ojos, volteándole el rostro de mala gana, prosiguiendo con su andar—. No sé por qué te molesta que sienta pena por los animales… —Peeta comenzó a seguirle, alzando la voz—. Pero si te sirve de algo, los cerdos no se estaban interponiendo en mi camino y en mi deseo de vivir… la chica sí… era ella o yo, y tarde o temprano, sino la mataba yo, lo haría alguien más. —Gale no dijo nada, siguiendo su camino en busca del animal.

Peeta sintió cierta molestia ante todo aquel reproche de parte de Gale, era como si el aún estuviese sufriendo las secuelas de los Juegos del Hambre, mientras Peeta, lo único que deseaba era seguir su vida como si nada de lo ocurrido hubiese pasado, observando cómo Gale se acercó al moribundo animal, el cual aún intentaba aferrarse a la vida, aunque era cuestión de tiempo que el pobre animal muriera, ya que con el golpe, de seguro su espina dorsal había sufrido severos daños.

—¿Quieres saber qué fue lo que en verdad ocurrió? —Gale negó con la cabeza, tomando al animal por una de las patas, arrastrándole por el boscoso terreno, lo que hizo que el pobre animal chillara aún más, mientras Peeta sacó de su bolsillo un enorme cuchillo—. Yo no la maté, tú lo viste… —Se acercó al animal, y clavándole el cuchillo en la yugular, dio fin a su sufrimiento—. Eso fue lo que hice, Gale… igual iba a morir, los golpes que le dieron fueron demasiados y era cuestión de tiempo que muriera, yo solo adelanté lo que era inevitable, otorgándole un poco de misericordia.

Ambos se miraron a los ojos, los dos con el ceño fruncido y la mirada encolerizada, siendo Gale quien bajara la suya, al darse cuenta de que su rabia no era con Peeta. Desde que había arribado al distrito doce, y había tenido que estarse topando con Katniss, el chico se encontraba predispuesto para molestarse por cualquier cosa.

—Lo siento —se disculpó—. No sé qué me ocurre. —Por supuesto que lo sabía, pero no quería darse cuenta de que su rabia venía consigo mismo y con la posibilidad de ser el padre de aquella inocente criatura—. Sé muy bien lo que pasó en la arena.

—¿Y entonces por qué demonios estás tan molesto? —Gale volvió a tomar al descomunal animal por una pata, mientras Peeta le aferraba por la otra, ayudándole a llevar al animal al lago—. ¿Es porque me sigo rehusando a la penetración? —Gale detuvo su andar, soltando nuevamente al animal, logrando que Peeta hiciera lo mismo.

—No, Peeta… no es por eso. —El joven soldado sonrió algo apenado ante las suposiciones del joven Mellark—. Tú no tienes que ver con lo que me pasa.

—¿Entonces quién? —Gale supo que el chico preguntaría aquello, tomando nuevamente al animal, haciéndose el desentendido.

—Con nadie… Anda, ayúdame a desollar estos animales antes de que sea de noche… quiero repartirlos entre los ciudadanos y llevarle una de las piernas de este monstruo a mi madre. —Peeta no quiso insistir, y Gale dio gracias a Dios por eso, pero Peeta no se quedaría con la incógnita y en algún otro momento retomaría aquella conversación.

 

Repartieron los tres cerdos entre los ciudadanos del distrito, junto al nuevo cargamento de comida que había llegado al lugar, donde una comitiva de tres altos mandatarios del Capitolio arribó al distrito doce, en compañía de la guarnición del capitán Hawthorne, donde Johanna y cuatro soldados más, escoltaban a los altos mandatarios, quienes pretendieron dirigirse a los ciudadanos, desde lo alto de una tarima improvisada de metal y madera.

—Nos encontramos hoy en el distrito doce con la finalidad de informarles que no están solos y que pronto se les enviará un gobernador que organice todo en esta zona de Panem —notificó el afeminado hombre de traje del Capitolio, mientras la mujer que les acompañaba, sonreía tal y como lo había hecho Effie en cada una de las presentaciones de los Juegos del Hambre.

—Estamos en la búsqueda de las personas que serán las más idóneas para gobernar a cada distrito… nosotros…

—¿Y quiénes son? —preguntó alguien entre la muchedumbre, donde ya Haymitch, Effie, Hazelle y todos los ciudadanos que ahora vivían en la Aldea de los Vencedores, se encontraban a la expectativa.

—No queremos basura del Capitolio gobernando a nuestra gente… —gritó Sae la Grasienta, alzando la voz por sobre las habladurías de todos, quienes asintieron a la petición de la mujer.

—Orden… Orden, por favor… —exigió el tercer mandatario, intentando imponerse por sobre la voz del pueblo, mientras Gale y Peeta se miraron a las caras, intentando mantenerse al margen de todo, aunque por supuesto, el capitán Hawthorne debía estar atento por si el pueblo se sublevaba, esperando el momento justo para entrar en acción—. Orden, por favor… la presidenta Paylor…

—No queremos a la gente del Capitolio gobernando nuestro distrito… —gritó otro hombre a la distancia, logrando que el pueblo se alebrestara aún más, teniendo Gale que subir a la tarima.

—Orden… silencio… vamos a callar y a escuchar lo que los mandatarios tienen que decir… Orden, por favor… —exigió en un tono de voz alto y fuerte, observando desde aquel lugar, como Johanna le sonreía, alzando el pulgar, apoyando su rápida intromisión.

Las voces se fueron apagando, Haymitch observó todo con una amplia sonrisa, dándole de vez en cuando miradas furtivas a Peeta, quien contempló a Gale, el cual intentaba imponer la ley y el orden.

—La presidenta Paylor ha decidido por este distrito, ya que la mayoría de ellos han escogido a su nuevo gobernante menos el distrito doce y el once, los cuales han estado por más de un año ante la anarquía de un pueblo sin ley.

—¿Y quiénes les han dicho a ustedes que nosotros somos un pueblo sin ley? —gritó Haymitch, alterando nuevamente a la ciudadanía, los cuales le dieron la razón—. No hemos infringido ninguna ley, no hemos matado a nadie, incluso Katniss Everdeen se ha mantenido en este distrito tal y como la presidenta Paylor se lo ha ordenado. —Todos asintieron, alzando sus voces de indignación por todo el terreno de la plaza central.

—Haymitch tiene razón… —gritaron unos cuantos, mientras Gale observaba a Johanna colocarse un enorme abrigo de pieles, el cual se le era entregado por uno de sus subalternos—. ¿Así le pagó la presidenta al Sinsajo toda su ayuda? —Todos se encontraban tan indignados y por demás molesto ante el nuevo gobierno, alegando que lo único que había cambiado era que los Juegos del Hambre ya no existían y que podían salir del distrito doce si querían, pero la realidad era que los ciudadanos de cada distrito, no se veían conviviendo con los demás distritos, ya que el Capitolio siempre los habían puesto unos en contra de los otros.

—La señorita Everdeen… —Intentó, nuevamente hablar el afeminado hombre de cabello rojizo, secándose el sudor de la frente—… asesinó a la que hubiese sido nuestra presidenta, la señora Alma Coin… Creo que su condena fue muy baja para lo que hizo. —Todos comenzaron a abuchear y a maldecir al pomposo hombre, mientras los otros dos se miraron a las caras como si estuviesen a punto de salir corriendo rumbo al aerodeslizador que les había traído.

—Alma Coin era alguien que carecía de lo que alardeaba… —se exasperó Haymitch, subiendo a la tarima sin ser invitado—… O sea de Alma… estaba tan podrida y tan llena de sed de venganza como Snow… así que creo que más bien Katniss nos hizo un favor. —Todos asintieron, siendo Peeta el único en pensar realmente en la chica, la cual aunque no estaba presente, debió sentir lo mismo que él sentía en ese momento. Odio hacia todos los que le pagaron mal y aprecio por los pocos que siguieron apoyándole.

—Ese no es el punto que venimos a tratar hoy, señor Abernathy… —espetó por demás molesto el otro mandatario, el cual era menos afeminado aunque más odioso que el desgarbado—. El distrito doce necesita un gobernante. —A lo que Haymitch respondió, cruzándose de brazos.

—¿Y por qué no podemos nosotros tener nuestro propio gobernante?... uno que sepa sobre los problemas de nuestro distrito, uno que haya nacido aquí en estas tierras, que sepa lo que es pasar hambre y que haya sufrido el dolor de perder a sus seres amados en una guerra que solo trajo más hambre y más división entre los distritos. —Todos asintieron a las palabras del ex–mentor, mientras Peeta contemplaba todo aquel revuelo y Gale observaba a Johanna, la cual comenzó a mezclarse entre la gente, subiendo la capucha de su abrigo de piel.

—Pues si no lo han hecho, es porque no poseen un candidato acorde a las exigencias del gobierno y las leyes de Panem… —espetó la encopetada mujer, acercándose a Haymitch—. No creo que usted esté a la altura de la gobernación.

—¡Oh, no!... Dios me libre de eso —respondió Haymitch, sonriéndole con ironía—. Yo no hablo de mí. —Señaló al pueblo—. Ellos decidirán a quién quieren como gobernador… el pueblo del doce sabe quién ha estado pendiente de ellos todo este tiempo… quién ha estado trayendo el sustento sin cobrar ni un solo centavo, quién es la persona que les ha ayudado a pesar de que nadie le ha apoyado a él con su sufrimiento interior. —Todos comenzaron a cuchichear, sin saber a ciencia cierta a quién se refería el desaliñado hombre, siendo Johanna quien diera el primer empujón, ante la falta de memoria de los ciudadanos, fingiendo la voz.

—Peeta Mellark. —Gale apretó los labios, intentando disimular su puesta en escena, pero lo que nadie sabía, era que tanto Haymitch, como Johanna y el mismo capitán Hawthorne estaban involucrados en todo eso, a sabiendas de que aquello era la mejor oportunidad que tenían para que Peeta tomara el mando del distrito doce.

Por supuesto la reacción de Peeta no se hizo esperar, negando con la cabeza, por demás ruborizado, mientras el pueblo asentía, siendo Sae la Grasienta la que secundara la moción de la falsa voz de la supuesta ciudadana del doce.

—Claro… el joven Mellark ha estado cuidando de nosotros, incluso ha aprendido a cazar, ya que Katniss está embarazada, siendo él quien nos sustente de pan y carne con ayuda del capitán Hawthorne. —La muchedumbre se comenzó a alzar, alegando que en efecto no había nadie más idóneo para aquel cargo que el chico del pan, mientras Peeta negó una y otra vez con la cabeza, siendo la misteriosa voz, desde otro ángulo, quien alzara sus palabras por sobre las demás.

—Incluso ha enviado peticiones de comida al Capitolio. —Todos enfocaron sus ojos en el pasmado muchacho, el cual aún no podía creer cómo demonios se había metido en todo aquel predicamento.

—¿Quiénes están a favor de que Peeta Mellark tome el mando de la gobernación del distrito doce? —gritó Haymitch, alzando la mano en un muño, incitando a las masas.

Cada uno de los presentes en la plaza central alzó su brazo a favor de Peeta, quien siguió negando con la cabeza, sin poder creer lo que había ocurrido, ya que hacía tan solo unos instantes su mayor preocupación era no vomitar sobre los cerdos degollados y despellejados, y ahora todo un distrito lo aclamaba como su nuevo gobernante, subiéndose a la tarima, negándose rotundamente a eso.

—Momento… momento… —Peeta alzó los brazos, intentando acallar el vitoreo y el apoyo del pueblo—. Yo no creo estar capacitado para un cargo como ese. —Gale no dejó de mirar a Peeta cómo lo hacía, él sabía que se negaría a ello, siendo Haymitch quien hablara.

—Recuerdo perfectamente como manejaste la situación cuando comenzó la guerra, tu diplomacia, tu temple, llamando siempre a la paz, siempre con las palabras justas… tú…

—Yo solo estaba intentando seguir vivo… —interrumpió Peeta las alabanzas de Haymitch para con su persona—. Intentaba que Katniss recapacitara… Yo no quería una guerra.

—Nadie quería una guerra, Peeta —respondió Haymitch a las palabras del muchacho—. Solo Coin esperaba el momento propicio para ejecutar su venganza, ¿al final qué obtuvo?... —Ambos se miraron a los ojos, siendo el desgreñado hombre quien volviera a hablar—. Su propia muerte… quien a hierro mata, no puede morir a sombrerazos… ¿No te parece? —Peeta no dijo nada, siendo Johanna quien hablara una vez más haciéndose pasar por una simple ciudadana.

—Escuchen a ese joven… —Gale solo tenía ojos para ver a Peeta, quien siguió observando detenidamente a su ex–mentor, mientras Haymitch enfocó sus ojos en el pueblo—. Es justo lo que necesitamos. —Las masas se alzaron otra vez en gritos de júbilo y total apoyo a la candidatura del chico del pan, quien habló nuevamente, enfocándose en las personas a su alrededor.

—Yo jamás pasé hambre… —Las voces comenzaron a aminorar su cacofonía inconexa e inentendible en todo el lugar—. No tuve que mendigar, no tuve necesidad de aprender a cazar ni infringir las leyes para sobrevivir.

—Pero eso no te excluyó de ser nombrado dos veces tributo del distrito doce —alegó Gale en voz alta, logrando que el chico volteara a verle—. El que hayas tenido privilegios, no te hizo libre… —Peeta le miró fijamente sin saber que decir—. Yo era todo un cazador, estaba preparado para la arena de juego, pero el destino quiso que fueras tú, que el chico del pan, quien jamás tuvo que pelear por un plato de comida, tuviese que arriesgar su vida en los asquerosos juegos de un maldito demente al que no le importaba si eras un simple obrero de la mina o un joven con suficiente comida en su casa como para no tener que pasar por lo que tu pasaste, él solo quería “entretener a las masas”.

Peeta bajó el rostro, reflexionando sobre todo aquello, y aunque Gale tenía razón, eso no era un motivo de peso para tomar el cargo de todo un distrito, aunque este no fuera el más grande, pero si uno de los más productivos. La mina se había detenido, lo que por supuesto no ayudaba con la economía de aquel lugar, y por consiguiente, debían recibir solo las migajas que le enviaba el gobierno.

—Soy muy joven para esto —notificó, más para sí mismo que para los demás, siendo el odioso hombre de cabellos cortos y panza pronunciada quien hablara.

—Él tiene razón, es muy joven… y no creo…

—Tiene la edad perfecta… es mayor de edad y la ley dice que para tomar un cargo solo hay que ser mayor de edad, haber culminado el colegio y estar en sus cinco sentidos. —Peeta pensó en todas las veces que había perdido el juicio, pretendiendo salirse por la tangente con aquel pretexto, pero Gale parecía haber leído en su mente lo que pensaba decir, soltándole al oído, en un rápido movimiento de acercamiento y retirada.

—Ni te atrevas, o juro que te haré callar besándote delante de todos. —Peeta se ruborizó tanto ante aquella amenaza que sintió como su rostro se acaloraba, dándole una rápida mirada a Hazelle, quien le sonrió de medio lado.

—Pues la presidenta Paylor nos envió con órdenes específicas de… —Una vez más los tres monigotes intentaron imponerse por sobre la voz del pueblo, quienes volvieron a alebrestarse al escuchar la fingida voz de Johanna, lo cual les hizo acreedor de unos cuantos tomatazos, pedradas e insultos de parte de los molestos ciudadanos, quienes le exigían que volvieran al Capitolio y dejaran al distrito seguir con sus vidas.

—Por favor… basta… —gritó Peeta, alzando sus brazos, intentando controlar a las masas—. Dejemos que hablen. —Gale sacó su arma de reglamento al ver que no pretendían controlarse, disparando tres veces al aire, lo que hizo que cada una de las personas apostadas en la plaza, dejaran de gritar, agachándose ante las estruendosas detonaciones, cubriéndose el rostro.

—Quiero orden… —espetó Gale, haciéndole señas a sus subalternos, quienes tomaron posición de defensa—. Dejemos que los señores del Capitolio digan lo que tengan que decir. —Peeta miró por demás orgulloso a Gale, el cual se apartó, dejando que los mandatarios hablaran.

—Gracias… —agradeció el regordete caballero, acomodándose el saco, comenzando a hablar nuevamente—. Decía que la presidenta Paylor nos envió a notificarles su decisión sobre la gobernación del distrito doce. —A lo que Haymitch respondió, acercándose al odioso hombre.

—Pues notifíquele a la presidenta que los ciudadanos del distrito doce se rehúsan a tener un gobernante que no pertenezca al distrito… —El pretencioso hombre de cabellos oscuro pretendió interrumpirle, pero Haymitch no le dejaría—. Dígale que el pueblo ha decidido y que quieren a Peeta Mellark como su gobernador. —El aludido negó nuevamente con la cabeza, pero la muchedumbre comenzó a alzar sus voces, gritando su nombre y vitoreando por adelantado su cargo en la gobernación, haciéndole callar.

—Peeta… Peeta… Peeta… —Retumbaron sus voces por sobre la de los tres mandatarios, quienes se miraron los unos a los otros sin saber qué hacer, mientras el joven Mellark no podía creer aún, el berenjenal en el que se había metido, sin ninguna intención de hacerlo, siendo Gale quien le susurrara al oído y a sus espaldas.

—Tienes mi apoyo al cien por ciento y siempre te protegeré. —Sus palabras lo arrastraron de aquel lugar de gritos y algarabía a un rincón seguro, uno donde sintió que no habría nada ni nadie que pudiese lastimarlo, al escuchar la incondicional promesa de Gale.

—Todo va a salir bien, Peeta… —La voz de Haymitch le hizo regresar de sus vagas elucubraciones, girando el rostro para verle—. Sé que tú eres el indicado… eres lo que este distrito necesita. —El chico bajó la cabeza sin poder creer aún lo que estaba ocurriendo, mientras Johanna se deshacía de su disfraz, sonriéndole maliciosamente a ambos hombres, quienes le devolvieron la sonrisa, agradeciéndole toda su ayuda con un simple gesto de cabeza.

—Le… le notificaremos esto a la presidenta, tal y como han sucedido las cosas —les informó el amanerado hombre de largas facciones, a Gale a Haymitch y a Peeta, quien aún seguía en shock, sin poder asimilar lo ocurrido.

—Pueden contárselo como les dé la gana, lo que queremos es que la presidenta entienda que no queremos que impongan a un gobernador del Capitolio, pudiendo nosotros mismo escoger a alguien. —El joven Mellark volteó a ver a los dos hombres enfrascados en aquella polémica con Haymitch, mientras Gale se acercó a Peeta, tomándole del brazo.

—Escoltaré a estos tres idiotas al Capitolio. —Peeta, levantó el rostro, encontrándose con los hermosos ojos de Gale, el cual le sonrió afablemente.

—Pero me prometiste que no te irías sino hasta el domingo. —Gale asintió.

—Y así será… Iré a llevarlos y así podré hablar con Paylor… —Los tres mandatarios bajaron de la tarima, dejando a Gale y a Peeta sobre esta, mientras la muchedumbre les escoltaba hacia el aerodeslizador junto a Haymitch—. En tres horas y media más o menos estaré de vuelta.

—¿Lo prometes? —preguntó Peeta, a lo que Gale asintió, apretando su mano fuertemente como si aquello fuese un simple saludo.

—Lo prometo. —Alzó la mirada en busca de su madre, pero Hazelle ya había comenzando a caminar de vuelta a la Aldea de los Vencedores, sin tan siquiera esperar a que todo se calmara, sin darle a su hijo la oportunidad de notificarle lo que haría, observando su lento y taciturno andar—. Explícale a mi madre lo que he planeado… ¿Vale? —Peeta asintió.

—Te estaré esperando.

Gale le sonrió, y después de observar a todos lados y percatarse de que nadie les miraba, salvo Johanna, le dio un fuerte abrazo.

—Te amo —le susurró al oído.

—Y yo… —respondió Peeta, correspondiendo a su abrazo—. Pero quiero que sepas que no estoy convencido de esto y aún no he dicho que sí. —A lo que Gale respondió apartándose del tembloroso muchacho, haciéndole un ademán a la oficial Mason para que volviera a la nave.

—Déjame eso a mí… primero convenceré a Paylor y luego vendré a convencerte a ti. —Peeta sonrió algo nervioso.

—Manipulador… no diré que sí solo por darme buen sexo. —Gale soltó una risotada, bajando de la tarima, incitando a Peeta a hacer lo mismo.

—Ya veremos… —Volvió a abrazarle, y después de palmear su espalda y acariciársela dulcemente, se despidió, prometiéndole que volvería lo más pronto posible.

—Eso espero… —Entró a la nave después de que los tres mandatarios se despidieran de Haymitch, ordenándoles a sus subalternos el cierre de la rampa de descenso, exigiendo el despegue de la nave, mientras Peeta y su ex–mentor observaban el ascenso del aerodeslizador—. Te odio… —notificó Peeta a Haymitch, haciéndole sonreír.

—Bueno, yo te detestaba a ti y a Katniss cuando los conocí, así que estamos a mano. —Haymitch se aparto de él, caminando entre la muchedumbre, la cual se fue dispersando por todo el lugar, tomando a Effie del brazo para que le siguiera. Peeta se giró, buscando al risueño hombre, quien se dirigió apremiante hacia la Aldea de los Vencedores.

—Sé que eso es mentira, Haymitch. —Y sonriendo ante las odiosas palabras de la persona que Peeta más apreciaba, comenzó a correr tras ellos, intentando pasar desapercibido entre las personas que le habían nombrado como su nuevo gobernante.

 

Peeta le había contado sobre todo lo ocurrido en la plaza a Katniss, la cual no podía creer que los ciudadanos del doce aún la apreciaran y mucho menos que quisieran al chico del pan de gobernante, pensado en la posibilidad de lograr con eso lo que ella tanto anhelaba… su libertad.

—Este asado de cerdo salvaje estuvo genial… ¿no te parece? —preguntó Peeta a Katniss, la cual asintió dejando el plato a un lado.

—Sí, está bueno… pero creo que no puedo comer más… —El chico asintió, ofreciéndose a lavar los platos por ella, quien agradeció el gesto, levantándose de a poco de su puesto.

Peeta lavó los trastos y guardó lo que había quedado del cerdo que Hazelle les había regalado, observando su reloj de pulso, imaginando que Gale estaría por regresar, acercándose a la sala, donde Katniss veía la televisión, mientras intentaba seguir el cuaderno de plantas de su padre.

—¿Necesitas ayuda con eso? —Katniss negó con la cabeza—. Bien… iré a agradecerle a Hazelle el cerdo y a conversar un rato con Haymitch y Effie. —La chica asintió si tan siquiera levantar el rostro, lo que Peeta agradeció enormemente, aunque a veces, el comportamiento de su mujer, era algo que le incomodaba demasiado.

Por supuesto Peeta se dirigió directamente a la casa de Haymitch, tocando la puerta e introduciéndose en la pequeña y acogedora vivienda, la cual Effie intentaba mantener lo más confortable y habitable posible.

—Tu novio no está aquí. —Peeta se detuvo en medio de la sala, observando como Effie le atestaba un par de manotazos, exigiéndole a Haymitch que dejara de incomodar al muchacho—. ¿Qué?... ¿Por qué me pegas?... es cierto… Gale no ha llegado y sé que él está aquí porque sabe que vendrá hasta acá. —El joven Mellark negó con la cabeza, sentándose entre ambos.

—Déjalo, Effie… —contestó Peeta—. Solo le gusta molestar y hacerse el insufrible. —Los tres siguieron mirando la televisión, conversando sobre todo lo que había ocurrido hoy en la plaza central, terminando con una discusión entre los dos hombres sobre por qué el chico se oponía a tomar las riendas del distrito y Haymitch le explicaba los motivos que todos tenían para ponerlo a él en aquel cargo—. Pues sigue sin gustarme esto… No me siento preparado.

—Effie y yo podemos ayudarte con eso. —Peeta dejó escapar el aire en sus pulmones, ante la insistencia de Haymitch—. Y sé que Gale está dispuesto a lo que sea para que tú seas el nuevo gobernador de este distrito. —El chico negó varias veces con la cabeza, cruzándose de brazos.

Tocaron a la puerta, siendo Effie quien diera el permiso a entrar, encontrándose con el cansado y por demás serio rostro de Gale, el cual entró azotando la puerta, arrojando su chaqueta militar sobre uno de los muebles.

—Genial… al fin llegó por quien llorabas.

—¡Haymitch, por favor! —le pidió en un tono molesto la extravagante mujer, pero el serio y terco hombre se levantó del sofá, exigiéndole a Gale.

—Anda… dile que es lo que más le conviene… Dile que lo mejor que le pudo haber pasado es que lo hayan nombrado gobernador.

—Aún no lo soy… —espetó Peeta de mala gana.

—Lo serás… así tenga que… —Gale apartó a Haymitch de Peeta, al ver que el hombre parecía querer arrojársele encima y darle un par de nalgadas al muchacho como si este fuese su hijo.

—Deja de cacarear, Haymitch… a veces eres insufrible… —Se arrojó pesadamente sobre el sofá, suspirando largo y pausado, dejando caer su cabeza hacia atrás, cerrando los ojos.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Peeta, acomodándose mejor sobre el sofá, observando el cansado rostro de Gale, mientras Haymitch miró al joven soldado como si aún no pudiese asimilar lo que el chico le había dicho, llamándole gallina.

—El ir al Capitolio fue la peor idea que he tenido —comentó, abriendo los ojos, observando el techo—. Hoy era la ejecución pública de varios ciudadanos del Capitolio que trabajaron para Snow. —Incorporó un poco la cabeza, para mirar a Peeta—. Entre ellos se encontraba, Claudius Templemith. —Effie emitió un gemido de asombro, mientras Haymitch simplemente le miró, siendo Peeta quien hablara.

—No puede ser… ¿y bajo qué cargos? —preguntó, sin poder creer aún que el comentarista de los Juegos del Hambre, la voz que había nombrado a ambos tributos del distrito doce ganadores de los septuagésimos cuartos Juegos del Hambre, estuviese muerto.

—Ya sabes… él era uno de los comentaristas, así que lo más seguro es que lo hayan ejecutado por lo mismo que enjuiciaron a Caesar. —Peeta preguntó de qué habían acusado al anfitrión de los juegos—. Apoyo al gobierno de Snow, alentar la barbarie de unos juegos donde nadie ganaba, ya que hasta el tributo ganador tenía mucho que perder, ya sabes lo que ocurrió con Finnick. —Peeta bajó el rostro, recordando todas las veces que compartió con el agradable hombre, al que muchos tildaron de falso ante su exagerada forma de llevar las entrevistas, donde muchos pensaban que Caesar tan solo se hacía el agradable para que la audiencia le amara como lo hacía.

Effie comenzó a llorar, ella había conocido íntimamente a ambos hombres, y para la entristecida mujer, ellos jamás fueron malas personas, solo hacían su trabajo y le pareció completamente injusto que asesinaran a Claudius.

—¿Y Caesar ya le han dictado sentencia? —preguntó Peeta, a lo que Gale asintió, mirando el adolorido rostro de Effie, quien era contenida por Haymitch.

—Sí, así es… —No quería decirlo delante de ella pero todos esperaban su respuesta, soltándola en voz baja—. Su condena es ser asesinado en cadena nacional… —Effie se levanto del sofá, corriendo hacia la alcoba que compartía con Haymitch, el cual le miró retirarse, sin hacer ni decir nada.

—¿Por qué?... es demasiado… Caesar solo hizo lo que el gobierno le impuso, lo que siempre conoció como lo moralmente correcto, nada más. —Gale se encogió de hombros.

—Creo que eso no es lo que piensan los demás distritos… sabes que tienen sed de venganza por todos los seres amados que perdieron a causa de los Juegos del Hambre, y no se detendrán hasta desterrar de este mundo al último culpable de incitar a la barbarie que Snow llamó ley.

Peeta supo que así sería, y calmar ese odio, esa rabia que tenían todos los que perdieron un ser amado a causa de los juegos, no se desvanecería de la noche a la mañana… a lo mejor, ese rencor jamás se iría, destruyéndoles como el ácido hasta el punto de corroer sus almas.

—¿Para cuando será su ejecución? —Gale alegó que no tenía la más mínima idea, pero lo que sí sabía era que las ejecuciones se habían postergado hasta el año entrante—. Bueno… por lo menos tiene un poco más de tiempo para…

—Sufrir… —interrumpió Haymitch—. Es una tortura estar vivo y saber que en cualquier momento programarán tu ejecución en cadena nacional… preferiría morir de una vez. —El desaliñado hombre tenía razón, sin duda el pasar del tiempo para Caesar se le haría eterno e insufrible en prisión, siendo tratado como escoria, esperando una muerte segura.

—Bueno… no podemos hacer nada por él —notificó Gale, colocando su brazo izquierdo sobre los hombros de Peeta—. Quien abogue por Caesar será tratado como traidor.

—Lo mismo que hacía Snow… Tal parece que no hemos cambiado nada. —Peeta tenía razón, pero era mejor no involucrarse en aquella decisión, aunque el joven Mellark no era de simplemente pasar la página y seguir como si nada, pensando que a lo mejor, el tomar aquel puesto de gobernador, era lo correcto.

—A lo mejor si te decidieras a aceptar el puesto de… —Peeta interrumpió.

—Aceptaré. —Haymitch alzó los brazos, agradeciéndole al cielo.

—Bueno… no cantemos victoria aún… —comentó Gale, soltándole los hombros a Peeta, colocándose de medio lado para verle mejor—. Los tres imbéciles le notificaron todo a Paylor y esta ha decidido organizar una reunión de altos mandatarios, yo hablé con ella, pero no será una decisión que ella tome sola y a la ligera.

—¡Ja!... —Rió Haymitch irónicamente—. Como si ayudaran mucho todos esos lamebotas… —A lo que Gale alegó, levantándose del sofá.

—Pues allí es donde quiero que tú metas tus narices. —Haymitch descruzó los brazos, preguntándole a qué se refería—. Uno de los altos mandatarios que tiene mayor poder  de convencimiento sobre Paylor es tu amigo, Plutarch Heavensbee. —El pensativo hombre contempló a Peeta, levantando lentamente una ceja, volteando la mirada para ver a Gale, sonriéndole con malicia.

—Déjamelo todo a mí. —Comenzó a caminar hasta su recamara—. Cierren las puertas antes de salir y ojo con lo que se ponen a hacer en mi casa… ¿Eh? —Gale intentó no reír—. Y apaguen la televisión. —Ambos se percataron, hasta ahora, que el aparato audiovisual aún se encontraba encendido, pero con bajo volumen.

—Aquí el único que fornica con las puertas abiertas eres tú, Haymitch. —Gale soltó una risotada ante las reveladoras palabras de Peeta, logrando que el molesto hombre se detuviera frente a la puerta de su recamara.

—Pues es mi casa, yo puedo follar con las puertas abiertas y cacarear cuantas veces se me dé la gana. —Ambos chicos rieron, mirando la televisión, percatándose de que el programa favorito de Haymitch estaba por comenzar—. Y por cierto… pueden quedarse a ver el programa a ver si aprenden algo. —Se introdujo en la alcoba y cerró la puerta de mala gana, dejándoles a solas.

—Pensé que jamás se iría —expresó Gale poniendo los ojos en blancos, colocando nuevamente su brazo izquierdo sobre los hombros de Peeta.

—No me gusta que ustedes dos vivan como perros y gatos. —Gale se encogió de hombros, mirando el programa.

—¿Y esto?... —preguntó el joven soldado señalando la pantalla.

—Es un programa de televisión donde al parecer muestran a parejas disparejas unirse para toda la eternidad. —Peeta gesticuló los brazos, notificado todo aquello con voz irónica.

—¿No crees en el… “Y fueron felices por siempre”? —El joven Mellark miró fijamente la pantalla pensándose la respuesta. Deseaba creer, pero ya había tenido su primer desamor y pensaba que no era buena idea creer que todo duraba eternamente.

—Bueno… —Se encogió de hombros—. Pensamos que este gobierno sería eterno y mira lo que ocurrió. —Gale le contempló, mientras Peeta veía la pantalla, donde la anfitriona presentaba a la primera pareja de la noche.

—Tienes razón. —Gale pensó en aquello y sin duda que era mejor tener los pies en la tierra, sobre todo si la olla podrida que Katniss y él escondían, terminaba explotándoles en la cara como una olla de presión—. El destino no está escrito aún. —Peeta volteó a verle—. Y cualquier cosa puede pasar. —El capitán Hawthorne le contempló nuevamente a los ojos, bajando lentamente la mirada hasta sus labios—. Así que mientras seguimos enamorados y embriagados de deseo el uno por el otro, podemos aprovechar el sofá y la oscuridad… —Los labios de Gale, aprisionaron los de Peeta en un repentino e inesperado beso, el cual fue muy bien recibido por la boca del joven Mellark.

Peeta mordisqueó, lamió y aprisionó de igual modo los carnosos y seductores labios de Gale, quien le abrazó intentando recostar a su amigo y amante sobre el sofá, pero el temeroso joven, le apartó, incorporándose rápidamente de su puesto.

—Haymitch dijo que no se nos ocurriera…

—Él no tiene por qué saberlo. —Pero la voz de Haymitch se dejó escuchar desde la alcoba, espetándole a ambos.

—Atrévanse a batir chocolate con leche en mi sofá, malditos. —Peeta cubrió su rostro en un gesto de vergüenza, mientras Gale soltó una risotada, pensando en lo soez, vulgar y mal hablado que era aquel hombre, aunque no podía negar que era gracioso.

—Ya nos vamos, Haymitch. —Peeta apagó el televisor y Gale se levantó de su puesto.

—Pensé que veríamos el programa. —Peeta negó con la cabeza.

—Es tarde… —notificó él rubio joven, acercándose a Gale—. Temo que comiencen a sospechar, ya sabes… —Bajó el rostro, sintiendo como Gale se le acercó aún más, tomándole de las manos.

—Me desconciertas. —Peeta levantó la mirada—. A veces creo que quieres seguir adelante, que quieres que en verdad esto funcione, y en otras me bajas todo indicio de esperanza. —El chico negó con la cabeza.

—A veces siento que nos estamos engañando, Gale… —El aludido le miró, esperando a que prosiguiera—. Katniss me dará un hijo… ¿Qué crees que debo hacer con algo así?... ¿Podemos seguir viéndonos?... ¿Escaparnos cada vez que se pueda? —Negó con la cabeza—. ¿Qué voy a decirle a ese bebé? —A lo que Gale respondió, estrechándole entre sus brazos.

—Que te enamoraste. —Peeta recostó su cabeza sobre el hombro de Gale, cerrando los ojos pesadamente—. Que no pudiste evitarlo, así como no pude evitarlo yo tampoco, simplemente pasó. —El joven panadero levantó nuevamente el rostro, abriendo lentamente los ojos.

—¿Es lo que le piensas decir a tu madre? ¿O a Hazelle y a tu familia la seguiremos engañando como hemos estado engañando a Katniss? —Gale no supo qué decir, simplemente contempló los tristes ojos de Peeta, quien parecía estarse echando para atrás ante todo aquel revuelo de sentimientos y nuevas experiencias, vividas entre ambos hombres—. Imagino que no será fácil para ti, así como es difícil para mí confesarle a Katniss que ahora amo a su ex…

—Amigo… —Culminó las palabras de Peeta—. Katniss y yo jamás fuimos novios.

—Pero hubo un sentimiento de ambas parte, hubo un beso… de hecho creo que hubo más de un beso… ¿No? —Gale no podía creer que Peeta le estuviese preguntando aquello, apartándose de él, dándole la espalda.

“¡Ay, Peeta!… si supieras, no te estarías torturando tanto”, pensó Gale, sintiendo nuevamente aquel arrepentimiento de haber tenido la osadía de fornicar con Katniss, respondiendo al fin a su pregunta.

—Sí, así fue. —Recordó la noche en la que Katniss le besó, percibiendo en aquel beso la inseguridad en los sentimientos de la chica, donde Gale sintió que más que besarlo a él, ella besaba a Peeta—. Pero no fue nada del otro mundo. —Giró sobre sus pies, encarándole nuevamente.

—El punto es que ambos amamos a la misma mujer, y al mismo tiempo… ¿Qué crees que pueda decir ella al enterarse que los dos hombres que se disputaban su amor, ahora se aman el uno al otro? —A lo que Gale respondió, acercándose nuevamente al serio muchacho.

—Que ambos se cansaron de intentar alcanzar su corazón y decidieron entregarse el amor que ella jamás valoró. —Aquello hizo sonreír a Peeta, el cual le abrazó por la cintura a lo que Gale correspondió rodeándole con ambos brazos.

—A veces tienes unas respuestas que logran derribar todas mis defensas. —Gale sonrió, acariciándole el cabello.

—Eso intento… Me agrada cuando eres el chico soñador que imagina un futuro a mi lado, y no el centrado y lúcido chico que tengo ahora entre mis brazos. —Se contemplaron en silencio por un largo rato, donde Gale no dejó de acariciar el sedoso y rubio cabello de Peeta, mientras que a su vez, el chico del pan frotó la espalda del joven soldado sin que ambos dejasen de abrazarse.

Gale acercó la punta de su nariz a la de Peeta, frotándola y jugueteando con la del sonriente muchacho, el cual sentía que todas las ganas de desistir de aquel amor prohibido se desvanecían rápidamente entre sus brazos, acercando sus labios a los de Gale, jugueteando con ellos, entre pequeños besos y mordiscos que lograron estremecer sus cuerpos, deseándose nuevamente como la noche anterior, donde no lograron controlarse, entregándose una vez más una noche de prohibida pasión.

El por demás excitado soldado, apretó con fuerzas el tembloroso cuerpo de Peeta, quien dejó que Gale introdujera su hábil e impúdica lengua dentro de su boca, sintiendo que no podría ya negarse a intimar con él una vez más.

—Hace más de quince minutos que no les escucho hablar —gritó Haymitch desde su recamara, lo que hizo que ambos se sobresaltaran, intentando contener las risas—. Si no escucho ruidos a la cuenta de tres juro que me levantaré y…

—Por todos los cielos, Haymitch, déjalos en paz. —Un golpe seco y el grito del odioso ex–mentor se dejo oír por toda la casa, logrando que ambos chicos rieran sin poder contenerse.

—Effie, cielo… vas a causarme atrofia cerebral —espetó en un tono de voz que dejó percibir el dolor que estaba sufriendo Haymitch ante el golpe.

—Ya nos vamos… buenas noches —se despidió Peeta, tomando del brazo a Gale, quien no podía parar de reír.

—Buenas noches, cariño —se despidió Effie—. Hasta mañana, Gale.

—Hasta mañana… —respondió Gale, intentando controlar la hilaridad que le embargaba, abriendo rápidamente la puerta trasera, encontrándose con su madre a punto de golpearla—. ¿Mamá? —Peeta soltó rápidamente el brazo de Gale, quien dejó de reír de ipso facto—. ¿Qué… que haces aquí? —A lo que Hazelle respondió, mirando seriamente a Peeta y luego a su hijo.

—Pues me pareció que era muy tarde. —Gale sonrió con ironía, saliendo al fin de la casa de Haymitch, dejando que Peeta hiciera lo mismo, cerrando al fin la puerta.

—¡Vaya!... yo pensé que ya había pasado esa etapa de pedir permiso o tener que llegar temprano a la casa. —Hazelle, frunció el ceño.

—No, Gale… no tienes que pedir permiso, simplemente me pareció descortés estar en una casa a tan altas horas de la noche. —Miró a Peeta—. Además… Peeta debería estar pendiente de su esposa. —Gale rodó los ojos de mala gana, mientras Peeta asentía dándole la razón.

—Hazelle tiene razón, me voy a dormir… con permiso… —Gale le atenazó el brazo.

—No tienes que hacer lo que diga mi madre… —Peeta contempló la mano que le aferraba, levantando la mirada para observar fijamente el molesto rostro de Gale—. No, si no quieres. —Peeta enfocó sus ojos en Hazelle, quien parecía estudiarles con detenimiento.

—Debo irme… buenas noches… Hasta mañana. —Se soltó del agarre del joven soldado, el cual no podía creer la actitud de su madre, girándose rápidamente, mirándola de muy mal humor. Ninguno de los dos dijo nada, simplemente se miraron de un modo retador, siendo Gale quien rompiera la conexión visual, encaminándose hasta su casa.

El chico entró a la vivienda por la puerta trasera, observando el plato de comida sobre la mesa, pretendiendo irse hasta su alcoba, justo cuando su madre entraba a la casa, preguntándole en un tono de voz bajo.

—¿No vas a comer? —Gale negó con la cabeza, acercándose a la puerta de su recamara, preguntándole a su madre.

—¿Puedo saber qué demonios te ocurre? — A lo que Hazelle respondió, acercándose a su hijo.

—Eso mismo quiero saber yo, Gale… ¿Qué ocurre? —El joven soldado miró fijamente a su madre sin comprender de qué demonios hablaba—. Hoy en la plaza me di cuenta de algo, algo que me ha tenido pensativa todo el día. —Gale, soltó el pomo de la puerta, mirándole algo consternado—. La forma en la que miras a Peeta no es normal, tampoco como por él eres capaz de disparar un arma y hacerles callar a todos. —El chico miró sin tan siquiera parpadear a su madre, mientras ella proseguía—. Te mueves a su alrededor, es como si orbitaras el espacio donde Peeta se mueve. —Gale bufó por la nariz.

—Por favor, mamá, ¿te estás escuchando?... —Hazelle suspiró, dejando escapar el aire de sus pulmones muy lentamente—. No sé qué demonios está pasando por tu cabeza…

—Si me dices que está pasando por la tuya, a lo mejor yo pueda explicarte lo que pasa por la mía. —A lo que Gale respondió, pretendiendo culminar aquella conversación, sintiendo que la careta que intentaba mantener, estaba a punto de caerse.

—Por mi cabeza no pasa nada, mamá, no sé de qué hablas y tampoco quiero averiguarlo… buenas noches… —Y abriendo rápidamente la puerta de su alcoba, se introdujo dentro de ella, cerrándola con seguro, paseándose de un lado a otro.

No supo por qué, pero un enorme miedo se apodero de él, demostrándose a sí mismo que no estaba listo para decirle la verdad a su madre, ni a nadie de su familia, sintiéndose completamente indefenso e impotente ante aquel atenazador sentimiento de culpa.

—No, no te pudiste haber dado cuenta de todo… —Negó una y otra vez con la cabeza, ya que imagina que si su madre lo había notado, a lo mejor, los demás también lo habían hecho—. No estoy preparado para esto. —Se arrojó sobre la cama, golpeando una y otra vez el colchón, sintiendo una fuerte frustración y sobre todo rabia… rabia de no ser tan valiente como creyó que sería ante una situación como esa.

Sus lágrimas comenzaron a drenar no solo su ira contenida, también el dolor de sentir que en cierto modo seguía siendo el mismo miedoso de siempre, el que sentía deseos de huir y refugiarse en el distrito dos bajo un cargo que no se merecía, ya que si no podía encarar a los demás y defender el amor que le profesaba a Peeta, era sin duda un completo cobarde.

Poco a poco se fue quedando dormido, soñando con lo ocurrido en la plaza, mientras que Peeta, aunque no soñaba con aquel momento, le recordaba en sus vagas elucubraciones, sin dejar de mirar el techo de su recamara, pensando que a lo mejor, la gobernación era un paso importante en toda aquella nueva historia en su vida, donde al parecer, dos sinsajos parecían querer volar alto y cantar al mismo tiempo, la misma tonada.


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