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Un juego entre dos sinsajos por ErickDraven666

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Capítulo

__ 13 __

Se había hecho de noche en el cuartel militar del Capitolio, donde el escuadrón de Gale se encontraba descansando mientras que otros hacían la guardia nocturna en la que Johanna se prestó para ayudar a los nuevos sinsajos, Gale y Peeta, a escurrirse sin ser detectados hasta el aerodeslizador que los había traído, en el que ambos deseaban compartir a solas, la última noche juntos.

—¿Crees que ese guardia nos vio? —preguntó Peeta, comenzando a quitarse la chaqueta de su uniforme militar, aquel donde guindaba el broche doble que Plutarch le había obsequiado al muchacho.

—No lo creo —notificó Gale restándole importancia a aquel asunto, logrando que el chico se calmara—. Johanna es la mejor escabulléndose, créeme… Ese centinela no se percató de nada extraño. —Peeta asintió arrojando tanto el chaleco como la chaqueta al suelo, sentándose a orillas de la angosta cama.

—Creo que en esta cama no cabremos los dos —comentó mientras se desataba las botas, y Gale se quitaba de igual modo su chaqueta, arrojándola sobre la ropa de Peeta, dejando su arma de reglamento en uno de los costados, pisando con la culata las prendas sobre el suelo.

—Si tú estás sobre mí o yo sobre ti, cabremos perfectamente. —Aquello por supuesto hizo sonreír a Peeta, ruborizándose un poco sin dejar de desatar sus botas, halándolas para quitárselas de encima.

—Suena tentador. —Se levantó sin dejar de mirar al sonriente soldado, el cual se quitó el cinturón, arrojándole a un costado, acercándose a Peeta sin dejar de mirarle como lo hacía—. ¿Imagino que piensas cobrar la deuda que tengo contigo?

—Imagina usted bien, soldado. —Gale comenzó a desabrocharle el cinturón, sin apartar sus lascivos ojos de los de Peeta, quien tampoco quiso dejar de contemplar aquel brillo lujurioso en su mirada.

—¿Y si te pago una parte hoy y otra… —Peeta no había terminado de formular la pregunta, cuando Gale ya le había aferrado por el cuello, mordisqueando y relamiendo de un modo desenfrenado y por demás deseosa los delgados labios de Peeta, quien no opuso resistencia alguna ante el hambriento beso de su amante, el cual parecía estar ansioso por tenerlo en aquel preciso momento sin que nada ni nadie se lo impidiera.

—Gale. —Fue lo único que pudo decir el tembloroso muchacho, el cual fue atacado nuevamente por los sedientos labios del soldado, quien lo aferró con fuerza de los bolsillos de su pantalón camuflado, apretando su duro y palpitante falo sobre el de Peeta, sintiendo como el chico se estremeció, intentando apartarse de él—. ¿Serás bueno conmigo? —El joven soldado le dio un par de besos más, bajándole la intensidad a su anhelo de poseerlo, asintiendo a su pregunta.

—Sí, seré bueno contigo, siempre y cuando tú lo seas conmigo. —Peeta asintió, sentándose nuevamente a orillas de la cama, desabotonándole el pantalón a Gale, sin dejar de mirarle como lo hacía, con una socarrona sonrisa—. ¿Qué haces? —preguntó el apuesto soldado, observando como el chico sacó su empalmado sexo, apartando lentamente la piel del prepucio mientras le respondía.

—Portarme bien contigo, claro. —Le dio un juguetón lengüetazo a la punta de su sexo, lo que consiguió que se le escapara un gemido ahogado de su garganta, donde una segunda lamida junto a un par de sonoros chupetones, desestabilizaron el poco raciocinio de Gale, quien sostuvo bruscamente la nuca del rubio joven, introduciendo su glande hasta la campanilla del asombrado panadero, el cual comenzó a hacer arcadas, sin que el descontrolado soldado dejara de embestir la boca de Peeta, hasta percibir los dientes del chico clavarse en su cavernoso miembro.

—AAAUCH… Joder. —El adolorido joven se apretó con fuerzas el lastimado pene, mirando de mala gana a Peeta, quien clavó sus molestos ojos sobre él, sin dejar de toser.

—Si así vas a tratar mi horno, no dejaré ni siquiera que precalientes la cocina. —Tanto Gale como Peeta se miraron de un modo muy retador, intentando mantener un rictus serio, pero lo que había dicho el joven Mellark rompió toda la tensión entre los dos, logrando que ambos rieran.

Gale se sentó a su lado, abrazándole sin poder dejar de reír, recostándose lentamente sobre la cama individual del camarote, llevándose consigo el cuerpo de Peeta, recostándolo sobre él.

—Lo siento, es tu culpa.

—¿Mi culpa? —preguntó Peeta, intentando acomodarse mejor sobre el cuerpo de Gale, quien aún tenía los pantalones puestos hasta los muslos y el falo al descubierto.

—Sí… por ser tan jodidamente sexy. —Peeta rió, enterrando su avergonzado rostro en el pecho de Gale, quien le abrazó con fuerzas.

—No pretendo serlo.

—Nadie ha dicho que pretendas serlo y es por eso que me gusta, te sale muy natural. —Peeta levantó el rostro sin dejar de permanecer sobre el cuerpo de Gale, quien aún le abrazaba, mirándole con ojos de total deseo hacia él.

—Quiero que te controles. —El joven soldado asintió—. Sabes que aún tengo miedo. —Ambos se miraron por unos segundos, en los cuales Gale apartó los dorados cabellos de Peeta, notificándole en voz baja.

—Te amo, prometo no lastimarte. —Por alguna extraña razón, Gale recordó el día en el que había hecho suya a Katniss, sintiéndose algo incómodo ante la idea de hacerle aún más daño de lo que le podía llegar a hacer en aquel primer encuentro con derecho a penetración, el cual Gale deseaba tanto.

—¿Todo está bien? —El joven soldado asintió, regalándole una sonrisa a Peeta, imaginando que sus culposas elucubraciones lo habían delatado delante del muchacho.

—Sí, todo bien… no puedo dejar de sentirme triste al saber que mañana ya no estarás conmigo. —Peeta le espelucó el cabello, acercando sus labios a los de Gale, depositando un par de húmedos y sonorosos besos en la boca del sonriente soldado, el cual giró sobre el colchón, recostando el cuerpo del joven Mellark sobre la cama, pegando su espalda contra la pared.

—Yo también me siento un poco triste, pero… —Besó nuevamente a Gale, quien comenzó a forcejear con el pantalón, intentando sacárselo de entre sus piernas—… Hoy estoy aquí y quiero que ambos aprovechemos el tiempo. —El capitán Hawthorne logró al fin deshacerse de sus prendas inferiores, ya que los bóxer también se habían ido junto con el molesto pantalón al suelo.

—¿Y qué hacemos hablando? —Peeta se encogió de hombros, sonriéndole con picardía—. Ven aquí. —Tironeó del cinturón del muchacho, intentando dejar al descubierto el duro sexo de su amigo y amante, el cual dejó que lo desvistiera de la forma más brusca que pudo hacerlo Gale.

—Menos mal que no es mi ropa.

—Al diablo la ropa. —Jaló aún más de las prendas hasta que estas quedaron atascadas en los muslos del sonriente panadero, mientras Gale contempló el endurecido miembro de Peeta, quien observaba de igual modo el sexo del soldado—. Yo solo quiero que te entregues a mí sin temor. —Le acarició la punta del pene y comenzó a bajar los dedos, dibujando las protuberantes venas del palpitante sexo del joven panadero—. Quiero saborear ese trozo de pan que tienes en medio de las piernas. —Peeta estuvo a punto de soltar una risotada, pero se contuvo alegando entre ahogadas palabras a causa del intenso deseo de reír.

—Menos charla y más acción, capitán. —Gale se arrodilló sobre la cama, quitándose la camisa, mientras Peeta se deshizo de su pantalón sin dejar de permanecer recostado sobre el colchón.

—Hazme un espacio —le exigió Gale a Peeta, colocándose entre sus piernas, mientras el joven Mellark se acomodó mejor en medio de la pequeña cama, mirando al techo del camarote, dejando escapar el aire de sus pulmones al percibir los besos, las lamidas y las constantes caricias sobre su sexo, cerrando lentamente los ojos, dejándose llevar por el estremecimiento que aquella hábil boca lograba causar en todo su cuerpo.

—Mmm… Johanna sí que te ha instruido bien —soltó Peeta acariciando el oscuro cabello de Gale, el cual no dejó de darle toda la atención al erecto miembro del muchacho, quien se encontraba tan deseoso como el del joven soldado, aquel que golpeaba con insistencia sobre la cama.

—Y aún no has visto lo mejor. —Levantó las piernas del excitado muchacho, pidiéndole que él mismo las mantuviera en alzas, recostando todo su cuerpo sobre la cama, teniendo que doblar sus rodillas y dejar los pies en el aire, ya que no cabía por completo en aquel reducido espacio.

Apartó sus bien torneados glúteos, acariciando con la punta de su lengua al fruncido orificio anal, saboreando la intimidad de la piel de su amante, mientras Peeta comenzó a darse a sí mismo las atenciones que Gale había dejado inconclusas sobre su deseoso sexo, masturbándose con mayor vigor, recreando la vista del joven soldado al tener frente a él los danzantes testículos del panadero, sin dejar de lamer y chupar el estrecho y suave agujero.

—Hazlo, Gale.

—Aún no —respondió el embelesado soldado, quien todavía no podía creer que disfrutase tanto de todas aquellas perversiones, el saborear, no solo el falo de otro hombre, sino también degustar el almizclado sabor de su entrada posterior, aquel diminuto espacio entre sus nalgas, donde Gale deseaba tanto correrse y hacerlo suyo—. Aún no estás preparado.

Volvió a chupar y a lamer unas cuantas veces más, hasta sentir menos apretada la entrada, comenzando a juguetear con el índice sobre la húmeda cavidad, empujando lentamente el dedo, palpando la resistencia de los músculos anales del muchacho.

—Mmm… —Dejó escapar Peeta un gemido de total deleite, dándole carta blanca a Gale para que introdujera y sacara rítmicamente su dedo, probando esta vez con un segundo dedo, logrando que el chico se estremeciera, acariciándose con mayor vigor el duro miembro, el cual comenzó a escurrir pre-cum.

Gale no dejó de estar atento a cada una de las expresiones corporales de Peeta, de cómo el chico se estremecía sobre el colchón, sus jadeos y el constante frotar de su falo, haciéndolo cada vez más rápido, junto a las caricias que el mismo se daba sobre su desnudo cuerpo, apretándose los cabellos o pellizcándose a sí mismo uno de sus endurecidos pezones.

“Sin duda eres tan sexy”, comentó Gale para sí mismo, sin poder dejar de mirar la erizada piel del muchacho, introduciendo hasta el fondo el par de dedos que jugueteaban con su ya dilatado trasero, el cual aún daba un poco de resistencia a la penetración.

Movió sus dedos dentro del reducido y húmedo espacio, palpando aquel punto, esa pequeña protuberancia que Johanna una vez osó acariciar de ese mismo modo dentro de su ano, explicándole dónde se encontraba el punto G de un hombre, justo en la próstata.

—¡Oh, Dios!… ¿Qué haces? —preguntó Peeta sobresaltándose un poco.

—Dándote placer… —Siguió acariciando con movimientos circulares aquella zona, mientras Peeta no dejó de contemplarle con el rostro ruborizado, al darse cuenta de cómo Gale era todo un experto en el arte de amar, pero lo que el chico no sabía era que el joven soldado había cursado la intensa maestría sexual con la joven ex tributo del distrito siete, la cual era toda una profesional en la materia.

—¿Dónde aprendes tanto? —Gale sonrió, alzando una ceja de forma sugestiva.

—¿No te haces una idea? —Peeta le permitió a su cabeza reposar nuevamente sobre el pequeño cojín, mirando al techo sin dejar de acariciarse el pene.

—¿Johanna te hace estas cosas? —Gale no quería responder, era más que obvio que así era, pero no quería afirmárselo del todo a Peeta.

—Digamos que es bastante curiosa. —Peeta sonrió, imaginándose a Johanna hurgándole el trasero a Gale, explicándole científicamente dónde un hombre obtenía mayor placer.

—¿Y cómo sabe ella todas estas cosas? —Gale se encogió de hombros, alegando que no sabía dónde había obtenido tanta información, siendo Peeta el que recordara las reveladoras palabras de Finnick sobre la exigencia de ciertos compradores de tributos, adquiriendo de ellos noches de placer con el vencedor, o eso le había comentado Annie en una de sus cartas, ya que cuando el fallecido tributo del distrito cuatro lo hizo público en uno de los propos, tanto él como Johanna y Annie estaban siendo rescatados—. Mmm… creo imaginar donde.

Gale se incorporó de su incómoda postura, después de sacar sus dedos del palpitante trasero del muchacho, el cual se contrajo una y otra vez ante el vacío que había dejado las atenciones del muchacho, deseando más de ellas.

—Eso no importa ahora. —Peeta soltó su sexo al ver como Gale pretendía acoplarse a su cuerpo, sosteniéndole tan solo una de sus piernas, mientras que la otra, la que se encontraba cerca de la pared, la mantuvo recostada en aquel lugar, colocando la punta de su pene muy cerca del aun encogido agujero—. Ahora tú y yo vamos a hornear pan. —Peeta asintió, sonriendo ampliamente al ver como Gale también lo hacía—. Ya calentamos el horno y amasamos bastante el pan. —Peeta no pudo evitar reír, acomodándose mejor sobre la incómoda cama.

—Ahora a hornear —argumentó Peeta, sintiendo como justo en ese momento, Gale comenzó a empujar su húmedo, duro y excitado pene dentro de él, lo que hizo que el chico se sobresaltara apretando sus músculos.

—Relájate, si tienes miedo, no podré acceder a ti. —Peeta asintió algo asustado, ya que en verdad disfrutaba de las atenciones en aquella zona, pero el solo imaginarse el grueso y largo pene de su amante dentro de él, era suficiente para hacerlo sentir por demás aterrado y cohibido.

—Lo siento. —Gale le pidió que no se disculpara, ya que él entendía perfectamente su miedo ante la penetración—. Hazlo —exigió Peeta cerrando los ojos, intentando mantener su cuerpo relajado, sintiendo como Gale intentó empujar por segunda vez su anhelante falo, inclinándose para poder besar, lamer y chupar los pezones de Peeta y lograr que el joven panadero se excitara aún más y se distendiera.

Poco a poco y con mucha paciencia, fue empujando y alejando rítmicamente su sexo, ya que no pretendía ser brusco con Peeta y que el muchacho, más que sentir placer, terminara con un intenso dolor en su cavidad anal, lo que conseguiría la total negativa del joven Mellark ante una segunda vez.

—Hazlo de una vez, Gale —le exigió Peeta con el rostro desdoblado ante el dolor.

—No quiero herirte.

—Ya lo estás haciendo. —Llevó ambas manos hasta sus glúteos, apartándoles lo más que pudo, el uno del otro—. Si arrancas de a poco una curita, esta dolerá el doble de lo que dolería si la jalas de un solo tajo. —Gale asintió, acercando su rostro al de Peeta, besándole y jugueteando seductoramente con sus labios, intentando entretener al tembloroso muchacho, percibiendo como su cuerpo se fue relajando, pretendiendo tomarle la palabras, empujando raudo su hombría hasta introducirla por completo en su interior.

Un estruendoso grito junto a un bofetón por parte de Peeta fue lo único que se dejó escuchar en la nave, rogando porque aquello no hubiese traspasado las paredes del aerodeslizador hasta el exterior.

—¡Auch!… —Fue lo único que soltó Gale, sin dejar de aferrar las caderas de Peeta como lo hacía, mientras que el tembloroso y al mismo tiempo avergonzado panadero, se cubrió la boca con su mano izquierda, mientras que con la derecha, acariciaba el bofetón que él mismo le había propinado al soldado ante su inesperada reacción.

—Lo siento. —Gale sonrió.

—Yo también lo siento, no quería hacerte gritar de ese modo. —Peeta apartó la mano que cubría su boca, para acariciar las dos mejillas del apuesto y sonriente soldado—. Tú me distes la idea, yo solo la ejecuté. —Ambos se sonrieron, pero ninguno quiso moverse, imaginando que si lo hacían, el insistente ardor que surcaba el trasero del joven Mellark se incrementaría considerablemente.

—No vayas a moverte.

—No lo haré hasta que estés listo. —Peeta asintió, tratando de relajar su cuerpo, pero era inevitable la tensión que sentía ante lo inesperado, aunque lo peor ya había pasado o eso pensaba él.

Gale dejó de aferrar las caderas de Peeta, llevando su mano hasta el falo del joven Mellark, el cual mantuvo sus ojos cerrados, intentando controlar el temor que le apresaba, percibiendo las caricias de su amado capitán, aquellas que le devolvieron no solo la tensión que había perdido su sexo, sino también el deseo y la calma que lo habían embargado hacía tan solo unos minutos atrás.

 —Tienes un poder sobre mí que nadie tiene, Gale. —Peeta abrió los ojos, observado como el aludido le contemplaba de soslayo con una mirada cargada de lujuria, junto a una seductora sonrisa, sin dejar de masturbar rítmicamente el tenso miembro de su amante.

—¿Cuál poder? —preguntó Gale, percibiendo como los músculos anales que apresaban su pene, se comenzaron a relajar.

—El de conseguir lo que nadie puede. —El joven Mellark comenzó a mover sus caderas, incitando a Gale a hacer lo mismo con su pelvis, la cual empezó a agitarse lentamente primero hacia delante y luego hacia atrás, mientras que ambos amantes se contemplaron con total deseo—. Excitarme al punto de desear lo que jamás imaginé que desearía.

—¿Y eso es? —preguntó Gale, manteniendo el lento pero al mismo tiempo conciso vaivén de sus caderas, introduciendo y extrayendo su enorme falo de las fauces de un, ya no tan virginal, trasero, lo cual comenzó a convertir el dolor en placer, logrando que todo el cuerpo del joven Mellark se estremeciera, dejando escapar de su garganta sonoroso jadeos de gusto y total éxtasis ante lo que sentía.

—Que me folles. —Gale se asombró ante sus impúdicas palabras, ya que Peeta jamás usaba ese tipo de frases, imaginando que el deseo que lo embargaba lo tenía completamente irracional—. Que me hagas tuyo, que me demuestres qué tanto has deseado mi cuerpo. —Aquello por supuesto enloqueció a Gale, quien enterró por completo su falo muy dentro del joven Mellark, el cual dejó escapar un ahogado pero al mismo tiempo seductor gemido, aferrando a su amante por el cuello.

—No creo que puedas soportar todo el deseo que tengo acumulado dentro de mí hacia ti. —Y sin deseo alguno de esperar una respuesta, y mucho menos su permiso, empujó incesantemente su protuberante miembro en lo más profundo de aquel ano, golpeando varias veces la próstata de Peeta hasta conseguir que el chico se corriera sin poder evitarlo.

—No puede ser. —Peeta se ruborizó al ver como su sexo rociaba tanto su abdomen como el de Gale, el cual sonrió ante aquello—. No pude evitarlo, lo siento… yo… —Pero Gale no le dejó hablar, besando apasionadamente sus labios, comenzando a embestir una y otra vez el ya dilatado trasero de Peeta, quien pudo sentir como su sexo siguió tan duro como en el principio a pesar de haber eyaculado.

—No te disculpes, esto aún no termina —soltó Gale entre jadeos, ante el incesante ejercicio, ya que su cuerpo no dejó de empujar violentamente su virilidad dentro de la íntima y por demás enrojecida piel del panadero, quien no soportaba sentirse de aquel modo, tan deseoso, tan predispuesto y tan a gusto con un falo en su interior, ruborizándose ante sus impúdicas elucubraciones sobre las mil y una posiciones en las que Gale podría llegar a acceder a su cuerpo de aquel modo tan íntimo.

—No te detengas.

—No pienso hacerlo hasta descargar todas mis ganas en tu interior. —Peeta jadeó, apretando involuntariamente su tenso y enrojecido pene, aquel que se mantuvo tan duro como el de Gale, quien no dejó de castigar impúdicamente el por demás abusado trasero del muchacho, consiguiendo una segunda descarga de semen, lo cual no fue más que un débil rocío blanquecino, aunque lo que Peeta sintió en aquel momento no se comparaba con lo que su miembro había dejado escapar.

—Oh, por Dios… haz que pare —gritó Peeta sin dejar de temblar ante el intenso orgasmo que aquella leve descarga le causó, clavando sus dedos sobre la piel de Gale, exigiéndole que se detuviera.

—No voy a detenerme. —Gale siguió empujando insistentemente su pelvis en contra del contraído y palpitante culo del panadero, el cual no podía dejar de jadear como lo hacía, al ser invadido por fuertes ráfagas de placer contenido, percatándose de cómo un segundo orgasmo devoró sus entrañas hasta conseguir de Peeta un grito ahogado y un jadeo que sobresaltó a Gale, al punto de detener sus embestidas, observando como el convulso cuerpo de su amante no podía dejar de temblar, mientras sus dedos siguieron enterrándose aún más en la piel de sus brazos.

—Esto no es real. —Alcanzó a decir Peeta, manteniendo sus dedos engarrotados alrededor de los brazos de Gale, intentando controlar su cuerpo—. Nadie puede sentir tanto placer. —Gale sonrió, ya que para él las palabras de Peeta eran un aliciente a seguir, retomando sus embestidas—. Para, por favor, para… no puedo más.

Pero Gale no tenía la más mínima intención de detenerse hasta no alcanzar lo que Peeta ya había probado... el máximo placer que un ser humano podía llegar a experimentar, un clímax que los llevaría a ambos a perderse entre las diversas emociones y al mismo tiempo a reencontrarse nuevamente uno en brazos del otro.

Tanto Gale como Peeta no pudieron soportar por más tiempo tanta excitación, en donde el joven soldado le permitió a su cuerpo descargar tanta tensión acumulada dentro de un trasero que no soportaría una embestida más, al ver como los ojos de Peeta dejaron escapar un par de lágrimas, lo que le hizo pensar a Gale que le estaba causando suficiente daño.

Su cuerpo se tensó y una enorme descarga de aquel cálido y espeso líquido seminal, golpeó las paredes cavernosas de un trasero adolorido, recibiéndole como un bálsamo que logró calmar tanto castigo y tanto abuso de parte de la incansable virilidad del soldado, el cual cayó sobre el cuerpo de Peeta, quien le estrechó entre sus brazos sin poder dejar de llorar ante tanta dicha, ya que las suposiciones de Gale sobre aquel llanto eran erradas, puesto que el chico del pan lloraba de puro placer.

—No puedes darme una última noche como esta y luego pretender que vuelva al distrito doce junto a Katniss después de lo que me has hecho sentir. —Gale siguió estremeciéndose entre sus brazos, aferrándose con fuerza a su cuerpo, sin dejar de sentir todo el amor que ambos se profesaban, deseando mantenerlo consigo en el Capitolio a costa de lo que fuera.

—Yo no quiero que te vayas. —Peeta no pudo dejar de llorar, contagiando a Gale en aquel doloroso vacío que ambos sentían al saber que al amanecer, debían separarse y volver a actuar como si fuesen simples amigos, cuando lo que en realidad deseaban era gritarle al mundo cuánto se amaban.

Se acomodaron mejor sobre la cama sin dejar de aferrarse el uno al otro como si una fuerza sobre humana estuviese a punto de apartarles, como si aquel simple gesto pudiese mantenerlos fundidos en un solo ser y jamás separarse ante nada ni ante nadie.

—Te necesito conmigo siempre, Gale. —El aludido le aferró con todas sus fuerzas, sintiendo como sus lágrimas siguieron surcando su rostro, intentando contenerles.

—Y estaré contigo siempre, Peeta… aquí. —Introdujo su mano entre ambos cuerpos señalando el pectoral izquierdo del muchacho—. Mientras siga aquí, dentro de tu corazón, no habrá nada que nos separe. —El rubio joven retomó con mayor fuerza su llanto, escondiendo el rostro en el cuello de Gale, quien le cobijó no solo entre sus brazos, sino también entre unas cálidas sábanas, las cuales fuero extraídas por el soldado desde un estrecho compartimento en la pared.

—¿Pase lo que pase? —preguntó Peeta, logrando que Gale volviera a pensar en Katniss y su embarazo, respondiendo a su pregunta sin titubear.

—Pase lo que pase, Peeta. —Ambos se cobijaron mientras cambiaban de tema, intentando mantenerse despiertos el mayor tiempo posible, disfrutando de la compañía del otro hasta el amanecer.

 

Gale comenzó a percibir como un par de dedos acariciaron sus cejas, como si intentaran dibujar el contorno de las mismas, sintiendo aún la pesadez de un sueño que solo fue alcanzado a altas horas de la madrugada.

Por su parte Peeta percibió como le acariciaron la frente, como alguien apartaba los mechones de su rubio cabello a un lado, sin que él tuviese la más mínima intención de moverse de aquella cómoda postura sobre el cuerpo de Gale, quien al parecer ya se había despertado o eso imaginó él.

“Duérmete, Peeta”, pensó Gale sin querer hacer verbal su deseo, ya que lo que menos quería era levantarse de la cama, sintiendo nuevamente las caricias sobre sus pobladas y oscuras cejas, percibiendo los leves movimientos de su amante sobre su cuerpo.

A su vez, Peeta no dejó de sonreír ante las caricias de aquellos hábiles dedos que dibujaron su perfil, delineando de igual modo sus seductores labios, causándole cosquillas ante el suave contacto, percibiendo justo en ese preciso momento como las dos manos del soldado le aferraron de la cintura, sin que aquellos intrusos dedos dejaran de juguetear sobre su rostro.

“¿Qué es esto?”, pensó Peeta, batallando con la pesadez en sus parpados, abriendo lentamente los ojos, encontrándose con el mordaz, lascivo y por demás sarcástico rostro de la oficial Mason, la cual les contemplaba con total desvergüenza—. ¡Johanna! —Gale se sobresaltó al escuchar el nombre de la chica, abriendo rápidamente los ojos, cubriendo no solo el cuerpo desnudo de Peeta, sino también el suyo, aunque ambos estaban perfectamente cobijados.

—Maldita sea —espetó Gale, fulminado a la chica con la mirada, aquella que tuvo el tupe de soltar una risotada que le causó úlceras gástrica al capitán, mientras que a Peeta le causó una baja de tensión ante tanta vergüenza.

—Oh, por todos los demonios, pero ustedes dos son tan jodidamente sexies y tiernos que tengo la piel de gallina. —La chica acercó su brazo al malhumorado rostro de Gale para que este corroborara como tenía la piel erizada al verlos juntos y desnudos.

—¿Qué diantres haces aquí, Johanna? —preguntó tan molesto el soldado, que su voz sonó autoritaria y déspota a pesar del aturdimiento.

—¿Yo?... Recreándome la vista con este par de sementales. —Johanna nalgueó desvergonzadamente a Peeta, ya que era quien se encontraba más accesible a ella, al estar de espaldas sobre el cuerpo de Gale. Peeta gritó ante el dolor que aquello le causó, no solo por la brusquedad del golpe, sino también al estar aún bastante maltratado ante su primera vez.

—Johanna comportarte, te estás pasando de la raya. —Gale la empujó, consiguiendo que la chica cayera de culo al suelo, ya que se encontraba recostada a orillas de la cama, manteniendo un arriesgado equilibrio.

Tanto Johanna como Peeta clavaron sus ojos sobre el molesto rostro de Gale, ante su mal proceder para con la chica, ya que si bien era cierto que se estaba propasando, tampoco era para que la tratara como si fuese un simple perro que se le bajaba bruscamente de la cama.

—Bájale dos a tu mal humor, Gale —le exigió Peeta, recostándose sobre la cama, pegando su espalda en contra de la pared, intentando apartar su desnudo cuerpo del de Gale, ante la vergüenza que le embargab—. Tampoco es para que la trates de ese modo.

—Por supuesto que no —gritó ella, levantándose del suelo—. Y menos después de lo que hice por ustedes anoche. —Ambos se miraron a las caras, preguntándole algo extrañados, qué era lo que ella había hecho por ellos a parte de colarlos al interior de la nave sin ser detectados—. Esta mañana me eché la culpa del grito que se escuchó en la madrugada. —Gale miró el pálido rostro de Peeta, aquel que poco a poco fue cambiado la palidez por un intenso color escarlata ante tanta vergüenza—. Mmm… esa carita me dice que fuiste tú el del grito.

Peeta cubrió su rostro con las sábanas, sintiéndose tan avergonzado, que estuvo a punto de desfallecer, mientras Gale intentó permanecer molesto, pero las acertadas elucubraciones de la chica lo hicieron sonreír, abrazando al apenado joven a su lado, pidiéndole que saliera de entre las sabanas.

—No… —gritó Peeta, sacudiéndose como niño malcriado, intentando soltarse de los brazos de Gale—. No saldré nunca de aquí. —El sonriente soldado siguió batallando con él, siendo Johanna quien hablara.

—Pues eso no va a ser posible, mi pancito adolorido. —Gale dejó de forcejear con Peeta, preguntándole a la oficial a qué se refería—. Plutarch está afuera, esperándote para escoltarte hasta la estación del tren. —Tanto Gale como Peeta le miraron completamente asombrados, donde este último asomó los ojos entre las sábanas sin dejar de cubrirse el rostro.

—¿Cómo? —preguntó Gale, sentándose a orillas de la angosta cama, tomando su ropa interior, y por consiguiente, su pantalón camuflado.

—Lo que oyes —acotó ella gesticulando los brazos—. Al parecer la presidenta quiere que Peeta deje lo más pronto posible el Capitolio y ya que son más de las diez de la mañana, pues… —Peeta apartó raudo las sábanas de su rostro, mientras Gale observaba su reloj de pulso percatándose de que habían dormido más de la cuenta.

—¡Rayos! —exclamó Gale después de ponerse el bóxer y el pantalón, tomando rápidamente la ropa civil de Peeta, aquella que el chico había traído puesta desde el distrito y la cual Johanna había dejado sobre la encimera—. Vístete, seré yo quien te lleve a la estación. —La joven oficial sonrió, observando como Peeta comenzó a vestirse, intentando ver más allá de lo que las sábanas le dejaban—. Tú sal de aquí. —Tomó a la chica del brazo, sacándola rápidamente del camarote.

—Cretino —le gritó la malhumorada oficial, pateando la puerta que Gale le había arrojado a la cara—. Espero que en el próximo encuentro sea Peeta quien te haga gritar, idiota. —Johanna pudo escuchar como el joven Mellark rió ante aquello, mientras que Gale la maldijo a todo pulmón.

Salió de la nave con un rictus serio, encaminándose hasta el lujoso auto de Plutarch, sonriéndole con cierta socarronería, acomodándole la solapa del saco de vestir, mientras el imperturbable hombre le miraba.

—Ya vienen, Plutarcito. —El serio hombre asintió, sin dejar de mirarle como lo hacía—. ¿No me vas a dar un beso como la última vez que nos vimos? —Johanna se refería al beso en la mejilla que el hombre le había dado en la casa de gobierno ante su llegada.

—Tú sabes muy bien que yo actuaba delante de Peeta. —La oficial Mason asintió, mirándole con cierta perversión en sus ojos.

—Es extraño como cambian las cosas… ¿No? —Plutarch le miró fijamente por sobre su hombro con cierta altanería—. Cuando eras tan solo un vigilante te gustaba pagar por el placer de tener intimidad con uno de los tributos ganadores... —El jefe de gabinete rodó los ojos de mala gana—… y ahora me ignoras. —El serio e imperturbable hombre le miró fijamente a los ojos, preguntándole de mala gana.

—¿No me digas que disfrutaste tener mi pene en tu boca? —Johanna clavó sus coléricos ojos sobre Plutarch, el cual dejó su postura imperturbable y su desdeñosa mirada a un lado, al ver como ambos hombres salieron del aerodeslizador, cubriéndose el rostro ante el brillante sol—. Caramba, los sinsajos al fin despiertan. —El polifacético hombre les regaló una afable sonrisa, cambiando el odioso semblante de hacía tan solo unos instantes por otro completamente distinto.

—Deja de llamarnos sinsajos, Plutarch —le exigió Gale, acercándose al jefe de gabinete, clavando sus molestos ojos sobre él—. Si no quieres que te borre esa hipócrita sonrisa.

Johanna sonrió al percatarse de cómo su superior olfateaba a kilómetros de distancia la hipocresía de aquel hombre, restregándosela en la cara sin miramientos, mientras Gale se ganaba de parte del incrédulo panadero, un fuerte manotazo exigiéndole que no fuese tan directo.

—Déjalo, Peeta… El capitán Hawthorne y yo nos hemos llevado así desde que tengo mi puesto y él el suyo… ¿No es así? —Johanna no dejó de sonreír, mientras Peeta le observaba, esperando una respuesta afirmativa o negativa de parte de Gale, consiguiendo tan solo una mirada cargada de desprecio hacia Plutarch, notificándole en un tono desdeñoso.

—Dije que yo lo llevaría a la estación. —Plutarch miró su reloj de pulso.

—A tempranas horas de la mañana y ya son las diez.

—Se nos pegaron las sábanas —respondió Peeta un poco avergonzado.

—Lo imagino. —Plutarch les sonrió con picardía, mirando la ropa de Peeta de arriba hacia abajo—. Por cierto… ¿Dónde está tu broche? —preguntó en un tono serio, dándole de vez en cuando miradas furtivas a Gale, el cual no le quitaba los ojos de encima.

—¡Oh, por Dios!... —Peeta se tanteó la ropa—. Lo dejé en el uniforme. —Pretendió correr de vuelta al aerodeslizador, sintiendo como la mano de Gale le atenazó el brazo, sin dejar de mirar a Plutarch.

—¿Por qué tanto empeño con el maldito broche? —preguntó tan molesto, que le saltaba la vena de la frente.

—Es solo un símbolo, capitán. —Peeta se soltó bruscamente del agarre de Gale, exigiéndole que se calmara, corriendo de vuelta a la nave, mientras el molesto soldado se acercó a Plutarch, aferrándolo de la solapa de su costoso traje.

—Más te vale que solo sea eso, Plutarch. —El aludido miró las manos de Gale sobre su traje, sonriendo con ironía, mientras Johanna rogaba porque a su capitán se le soltara la bestia interna y le volara todos los dientes al cretino de un puñetazo.

—¿Sino que, Gale? —preguntó, esperando a que el molesto soldado le soltara.

—Voy a… —Gale no pudo continuar sus amenazas al ver como el hombre sonrió nuevamente al ver aparecer a Peeta, soltándole rápidamente el traje al jefe de gabinete, alisándole la arrugada solapa, con cierta brusquedad al hacerlo.

—Rayos… se estropeó. —Gale giró sobre sus pies, observando el apesadumbrado rostro de Peeta, quien traía entre sus manos el broche partido a la mitad—. Creo que la culata de tu fusil lo rompió —le comentó a Gale, mostrándole a todos el dañado broche—. Al parecer una cuerdita es lo único que mantiene unido un aro del otro. —Plutarch pretendió tomar rápidamente el broche, siendo Gale quien se lo arrebata, examinándole detenidamente.

—Hijo de puta —le espetó Gale con los ojos cargado de ira, pretendiendo arrojársele encima a Plutarch, lo que consiguió que tanto Peeta como una de las escoltas del jefe de gabinete se arrojaran sobre el enajenado soldado, intentando quitárselo de encima—. Le pusiste un micrófono al broche. —Peeta no pudo creer aquello, soltando rápidamente a Gale, el cual empujó bruscamente al guardia.

—¿Eso es cierto? —preguntó Peeta sin poder creer aún en las culposas palabras de Gale.

—No fue mi intención, fueron órdenes de la presidenta. —Gale volvió a alterarse, pretendiendo romperle la cara a Plutarch pero tanto el guardaespaldas como Peeta se lo impidieron—. Yo solo acato órdenes.

—Pensé que estabas de nuestro lado —comentó Peeta completamente asombrado.

—Y lo estoy —respondió el molesto hombre, intentando acomodarse las fachas, ya que la sacudida que Gale le había propinado lo dejó bastante desaliñado—. Pero a veces es prudente no llevarle la contraria. —Gale desprendió con fuerza un sinsajo del otro, reventando el cable del micrófono insertado entre ambos aros de oro, devolviéndoselo a Peeta.

—¿Te das cuenta por qué no confío en él? —Peeta bajó la mirada, observando el destrozado broche, deseando arrojárselo en la cara a Plutarch, levantando rápidamente el rostro, contemplando el sonriente semblante de aquel hombre, quien intentó verse amigable.

—No sé por qué Haymitch confió tanto en ti como para decirte lo que pasa entre Gale y yo. —El capitán Hawthorne se había apartado de ellos, exigiéndole a uno de sus hombres la llave de su motodeslizador—. Pero esto que has hecho, deja mucho que desear de ti, Plutarch. —El rostro del carismático hombre dejó de sonreír, mirándole a los ojos—. Confío en Haymitch y por eso confié en ti. —Peeta se guardó el broche en el bolsillo de su pantalón, percatándose de cómo el oficial le arrojaba sus llaves a Gale, el cual subió raudo al vehículo—. Iba a devolvértelo, pero me quedaré con él, eso me recordará que no debo ser tan confiado.

Gale encendió el motodeslizador, acercando el vehículo hacia donde se encontraba Johanna, dándole instrucciones sobre lo que tenía que hacer, dejándola al mando hasta que él volviera, mientras Plutarch respondía a las duras palabras de Peeta.

—En el puesto que piensas tomar, la desconfianza es un plato que debes aprender a degustar todos los días, Peeta. —El chico se apartó de Plutarch, al ver como Gale se acercaba a ellos, deteniendo el vehículo que flotaba en el aire—. A veces de quien menos esperamos la puñalada, es de donde proviene. —Tanto Gale como Plutarch se miraron fijamente a los ojos, retándose el uno al otro para ver quién decía algo, mientras Peeta subió al motodeslizador, aferrándose al imperturbable soldado.

 —Pues poco a poco me iré dando cuenta en quién debo confiar y en quién no. —Gale pisó a fondo el acelerador y salió a toda velocidad del cuartel militar, sintiendo como Peeta se abrazaba con fuerzas de su torso, acelerando aun más el vehículo, esquivando los diversos autos y naves que transitaban por el lugar, escurriéndose por una pequeña vía de servicios, la cual era poco transitada, intentando acortar camino o hacerlo más largo.

—¿Crees que escuchó todo lo que pasó anoche? —preguntó Peeta intentando hablar lo más alto que pudo.

—No lo creo —respondió Gale—. A lo mejor todo lo que hablamos en la cena y al comienzo de nuestro arribo al aerodeslizador, pero de seguro el fusil ya lo había dañado antes de que comenzáramos todo. —Peeta rogó porque así fuera, ya que no podía imaginar lo que Plutarch podría hacer con aquella grabación, si en realidad los había logrado grabar.

Siguieron varias calles y avenidas más allá, hasta llegar a la estación del Capitolio, aquella que Peeta había logrado ver por primera vez en los septuagésimos cuartos Juegos del Hambre, mostrando una afable sonrisa de triunfador, a pesar de sentirse como todo un perdedor. Gale se estacionó, percatándose de que el tren aún no pasaba por el Capitolio, ya que tenía diferentes horas de arribo, donde la primera ya la habían perdido, teniendo que esperar la segunda.

—Faltan cuarenta y cinco minutos para que pase el tren nuevamente por el Capitolio —notificó Gale, mirando la cartelera informativa de la estación, mientras Peeta se bajaba del vehículo.

—No sé si quiera seguir con todo esto —comentó mientras se apartaba de Gale, el cual apagó el motodeslizador, bajando de igual modo del vehículo.

—Por eso se llama política, Peeta… estarás rodeado de lamebotas como Plutarch, gente doble cara que te mostrará una de frente y otra de espaldas.

—¿Y tú? —preguntó Peeta, girándose para encararle—. ¿Tu jugarás este juego también? —Gale asintió, acercándose lentamente al muchacho.

—Lo jugaré a tu favor siempre, Peeta. —El chico bajó la mirada algo dubitativo, sintiendo que el temor que le embargaba ante lo que Plutarch y Haymitch había hecho, lo tenían un poco incrédulo de todo lo relacionado con la fidelidad—. Confiarás en mí pase lo que pase… ¿Cierto?

“Ahí va de nuevo”, pensó Peeta, ante las interrogantes que siempre le arrojaba Gale, sobre si confiaría en el pasara lo que pasara—. ¿Qué significa eso, Gale?... ¿Por qué siempre me haces la misma pregunta?... ¿Acaso hay algo que yo no sé y de lo que deba enterarme? —Gale sintió deseoso de decirle la verdad, pero… ¿Y si aquello no era necesario?... Si Peeta en realidad era el padre de ese bebé que Katniss esperaba, ¿para que contarle el desliz que ambos habían tenido?... Bajó la mirada y observó las llaves del vehículo cuestionándose todas aquellas preguntas, justo cuando Peeta se percató del arribo del lujoso auto de Plutarch, el cual se estacionó a una distancia consideraba de ellos—. Ya quiero que ese maldito tren llegue.

Se apartó de Gale, encaminándose hacia uno de los andenes, mientras el pensativo soldado se percató de la presencia de Plutarch, negando de muy mal humor con la cabeza, caminando tras Peeta, quien se sentó en uno de los bancos de espera, observando el ir y venir de los transeúntes.

Ninguno de los dos habló, ambos se encontraban pensativos y distantes en sus propias elucubraciones sobre todo lo que ocurría. Gale se debatía en decirle o no la verdad mientras Peeta pensaba en lo que le diría a Katniss a su regreso, sin saber qué demonios le había dicho Hazelle a la chica.

—Te amo, Peeta. —El aludido levantó el rostro, enfocando sus ojos en el serio y triste rostro de Gale—. Es lo único que puedo decirte, que te amo y no quiero perderte. —Peeta sonrió, sintiéndose un poco culpable ante todo aquel repentino distanciamiento entre ellos, palmeándole la pierna.

—Yo también te amo —susurró mirando a todos lados, lo que hizo que Gale sonriera ante sus temores—. Lamento el presionarte de ese modo. —Gale negó con la cabeza.

—Estás en todo tu derecho. —Los dos se miraron fijamente al rostro, escuchando a la distancia el arribo del tren, lo que logró que ambos bajaran la mirada, sin deseo alguno de que aquel trasporte llegara hasta ellos, apartándolos una vez más, como siempre ocurría cuando Gale debía marcharse dejando a Peeta solo y triste—. Ya es hora.

Peeta asintió incorporándose de su puesto, mientras el tren comenzó a detenerse, sintiendo una fuerte opresión en su pecho, mirando la mano de Gale guindando a uno de los costados de su cuerpo, deseando tomarla como el par de enamorados que se despedían a su izquierda, aferrándose con fuerza de ambas manos, besándose sin ningún miramiento.

—Odio todo esto —comentó Peeta.

—Y yo… —soltó Gale, percatándose de lo que el muchacho veía—. Me encantaría besarte delante de todos sin que me importara nada. —Por supuesto aquello lo dijo en voz baja, regalándole una dulce sonrisa a su chico para que se calmara.

Las puertas del tren se abrieron, dejando salir a varios pasajeros, mientras que otros entraron a trompicones al imponente transporte de carga masiva, en el que tanto Peeta como Gale se percataron de la presencia de Haymitch intentando salir del tren.

—¿Pero acaso la gente del Capitolio ya no tiene modales? —Peeta rió ante las palabras del ex mentor, quien empujó a un hombre de estrafalarios cabellos rosa, aquel que le dio una irritada mirada de soslayo—. Lo siento, capullo… pero me estabas estorbando. —Se sacudió la ropa de la mala gana, acercándose a los muchachos, quienes le miraron expectantes—. He viajado dos veces en este maldito tren, si tenía que venir una tercera vez el día de hoy, juro que me iba a quedar mudo ante la estruendosa maldición que soltaría a viva voz.

—No creo que tengamos tanta suerte —comentó Gale haciendo alusión a lo de quedarse mudo, lo que consiguió que tanto Haymitch como Peeta lo miraran de mala gana—. Ok, lo siento… solo bromeaba —alegó el joven soldado a su favor—. ¿Puedo saber por qué demonios le fuiste con el chisme a Plutarch sobre la relación que tenemos Peeta y yo? —Haymitch abrió grande los ojos, sin poder creer que el ex vigilante hubiese soltado la sopa.

—Aaamm… Yo pensé que eso les ayudaría, Plutarch es el creador del programa de las parejas disparejas, así que me imagine que…

—¿Te imaginaste? —preguntó Peeta frunciendo el ceño—. Me puso un micrófono. —Sacó el destrozado broche, mostrándoselo a Haymitch—. Menos mal que Gale lo rompió sin querer, pero no sé qué tanto habrá escuchado, aunque imagino que lo suficiente como para tenernos en sus manos. —Haymitch negó con la cabeza.

—No, no… si de algo estoy seguro, es que Plutarch no usará eso en su contra sino a su favor.

—Pues más te vale que no te equivoques, Haymitch —espetó de mala gana el capitán Hawthorne—. Porque lo que le pensaba hacer a Plutarch cuando lo insinuó, te lo haré a ti. —El serio hombre le miró por unos segundos, para luego enfocar sus ojos en Peeta, comentándole apremiante.

—Deberías ser más cariñoso con él, a ver si deja tanta antipatía a un lado. —Peeta dejó escapar una nerviosa sonrisa, mientras Gale giraba la cabeza para ver donde se encontraba Plutarch, el cual estaba recostado de su auto, esperando a que el joven Mellark abordara el tren—. Debo decir que lo que pasó en la prisión de máxima seguridad ha revolucionado todo. —Tanto Gale como Peeta se miraron el uno al otro a la cara, enfocando raudos sus ojos sobre Haymitch—. La prensa fue al doce y nos entrevistó a todos.

—¿También a Katniss? —preguntó Peeta algo consternado.

—Así es —respondió el excitado hombre al recordar todo lo que había pasado—. Ella estuvo magistral, siempre estuvo a tu favor. —Aquello sorprendió tanto a Gale como a Peeta—. Y los distritos han enviando cartas de apoyo a Caesar, la presidenta se encuentra entre la espada y la pared, es por eso que no te quiere aquí. —Peeta jamás se imaginó todo aquel revuelo, preguntándole rápidamente a Haymitch.

—¿Por qué Plutarch no nos dijo nada? —Gale asintió a la pregunta de Peeta, esperando una contundente respuesta de parte de Haymitch.

—Supongo que no quería que ustedes par de dos, se metieran en más problemas por ese asunto, ya hicieron bastante por Caesar y lo mejor es que tanto tú como Gale abandonen el Capitolio. —El capitán Hawthorne se asombró ante aquella sugerencia hacia su persona, preguntándole por qué debería él de abandonar el Capitolio—. La presidenta ya no confía en ti, Gale, han habido revueltas y varios disturbios de los que tú no te has enterado.

Gale pensó en todo aquello, volteando a ver nuevamente a Plutarch, preguntándole una vez más a Haymitch por qué confiaba tanto en aquel hombre.

—Tú estás en el puesto que tienes ahora por él, Gale. —El aludido se asombró ante aquello—. Y Paylor quiere tu despido de las tropas, es por Plutarch que sigues siendo capitán. —Tanto Gale como Peeta quedaron pasmados ante las reveladoras palabras de Haymitch—. Él sabe que tú harás lo que sea por Peeta y Plutarch quiere que el chico del pan sea el nuevo gobernador del doce.

—¿Por qué? —preguntó Peeta.

—Porque tú serás el primer engranaje que moverá la nueva democracia en Panem y no es precisamente la que gobierna ahora nuestro país, aquella que esta disfrazada de igualdad para todos, cuando solo unos pocos disfrutan de ella. —Peeta sintió un poco de miedo, pero no se detendría ahora a pensar en las consecuencias de sus actos—- En un par de meses a lo mejor antes, Paylor nombrará a los nuevos gobernadores de cada distrito, esperemos que todo esto haya valido la pena. —Ambos jóvenes asintieron—. Ahora será mejor que nos vayamos y tú deberías hacer lo mismo, Gale.

Haymitch comenzó a explicarle que lo más prudente era que regresara al distrito dos a esperar nuevas órdenes de Paylor, dándole a entender a la presidenta que él no se había enterado de nada de lo ocurrido tanto en el Capitolio como en los distritos.

—Habla con Plutarch —le exigió Haymitch a Gale, escuchando como el tren encendió su sistema de arranque, a punto de cerrar las compuertas y comenzar un nuevo viaje—. Sé que no confías en él, pero te pondrá al tanto y te dará el permiso para dejar el Capitolio sin que Paylor sospeche de tu repentina retirada. —El joven soldado asintió, justo cuando Peeta le abrazó, despidiéndose de él.

—Hasta pronto. —Se despidió el muchacho con un hilo de voz en su garganta—. Cuídate y haz lo que Haymitch te dice, por favor. —Gale asintió, apartando su cuerpo del de Peeta—. Te contactaré por el holográfono a eso de las doce de la noche. —El joven soldado asintió, exigiéndole que se calmara, prometiéndole que todo estaría bien.

—Es hora de irnos, Peeta. —Haymitch aferró por los hombros al temeroso muchacho, quien no pudo dejar de ver a Gale como lo hacía, mientras él le prometía a Peeta que estaría bien y haría todo lo que Haymitch le había exigido sin rezongar.

—Voy a extrañarte.

—Y yo… —respondió acercándose a la puerta, ya que tanto Haymitch como Peeta habían entrado al tren—. Cuídate, seguiré hiendo a llevar suministros, aunque no siempre pueda acercarme a la Aldea de Los Vencedores. —Peeta asintió prometiéndole que estaría atento—. Adiós, Peeta. —La puerta se cerró bruscamente, consiguiendo que el joven Mellark se recostara sobre esta para ver mejor a Gale, el cual hizo aquel típico saludo del distrito doce, donde besaban el dedo índice y el medio, alzándolos al frente en señal de apoyo, posando la yema de los dedos sobre el vidrio.

La respuesta de Peeta no se hizo esperar, imitando aquel saludo oriundo del distrito doce, pegando de igual modo la yema de sus dedos sobre el vidrio de la puerta, justo cuando el tren comenzó a andar, consiguiendo que Gale apartara sus dedos del cristal.

—No… —gritó Peeta golpeando la puerta—. No, no… no… —Peeta comenzó a llorar, sintiendo el dolor que las despedidas siempre le causaban, rogando porque ya no hubiesen tantas después de que fuera gobernador y Katniss diera a luz a su hijo.

—Ven aquí —le exigió Haymitch aferrándole por los hombros—. Él va a estar bien. —Le apartó de la puerta, llevándoselo a uno de los camarotes, abrazándole por los hombros—. Siéntate aquí —le pidió acercándolo a un amplio sofá de tres plazas—. Muéstrame ese broche. —Peeta introdujo su mano derecha en el bolsillo de sus jean, entregándole la peculiar bisutería, mientras se limpiaba las lágrimas.

—¿Crees que sea un mal presagio? —Haymitch contempló el broche, el cual se había dividido en dos aros de oro, cada uno con un sinsajo en su interior—. Temo que nos separen y que no volvamos a vernos nunca más. —El sonriente hombre negó con la cabeza, aferrándole aún más por los hombros.

—No seas tonto. —Fue la respuesta del ex mentor, devolviéndole el broche dañado—. Ya verás que lo vas a tener de vuelta en el doce, dándome lata a mí y lenguazos a ti. —Peeta se ruborizó, golpeándole el hombro para que no dijera semejantes barbaridades—. No te preocupes por nada. —Se levantó del sofá, acercándose a la mesa de las bebidas, sirviendo un trago de whisky para él y un vaso de chocolate espeso y caliente a Peeta como al muchacho tanto le gustaba, entregándoselo—. Ten… —Se sentó nuevamente a su lado—. Disfruta del viaje y no pienses en nada malo.

Peeta bebió de su vaso de chocolate, sin dejar de mirar el broche, mientras Haymitch lo contemplaba con disimulo, imaginando que muy pronto se sabría quién era el verdadero padre de aquella criatura que Katniss llevaba en su vientre, rogando porque el chico no tuviese razón ante sus propias elucubraciones de algún mal presagio, sintiendo que de algún modo, Peeta podría no estar errado.


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