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Un juego entre dos sinsajos por ErickDraven666

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Segunda parte

La traición

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En el transcurso de la noche, tanto Gale como Peeta se despertaron sumergidos en un deseo que los estaba consumiendo internamente. El joven soldado, a pesar de la ducha fría y una rápida masturbación, no logró controlar su curiosidad, sentía enormes deseos por saber qué se sentía estar con Peeta, el cual por más que lo intentó, no pudo conciliar el sueño hasta altas horas de la madrugada, después de conseguir que Katniss se durmiera, sin tan siquiera darse cuenta de la ausencia de su pareja, siendo Effie quien le inventara a la chica una mentira blanca sobre Peeta, notificándole que el chico había salido de la casa por petición suya.

—Esto no puedo soportarlo más —se dijo a sí mismo Gale, después de sacudir violentamente las sábanas, incorporándose de la desaliñada cama, la cual había quedado hecha un completo revoltijo ante las interminables vueltas de un lado y del otro, intentando conciliar el sueño—. Quiero verte. —Se colocó su pantalón de algodón engomado en la cintura y una remera blanca, la cual contrastó con el color verde olivo de sus pantalones.

Se colocó los tenis y salió sigilosamente por la ventana, rodeando la casa de Haymitch por la parte de enfrente, ya que sentía que la puerta trasera daba más visibilidad al exterior que la principal, llegando hasta una de las ventanas frente a la casa del ex–mentor, temiendo que no fuese la del cuarto de Peeta sino la de Katniss.

Intentó recordar las posiciones de las alcobas en el interior de la casa, imaginando que aquella ventana era exactamente la de la habitación de Katniss en la época en que ellos habían recibido la casa en la aldea como premio, recordando que ahora era Peeta quien ocupaba dicha habitación y Katniss la de su madre, dejando la de Prim completamente clausurada.

Pensó en tocar el vidrio, pero al ver que se encontraba unos cuantos centímetros abierta, decidió abrirla por completo, intentando no hacer mucho ruido, apartando las cortinas, justo cuando Peeta se incorporó de la cama, caminando hacia la puerta.

—¿Peeta?... —llamó en voz baja el joven soldado, intentando mantener las cortinas apartadas—. ¿Peeta?... soy yo... —Pero el chico no se detuvo, saliendo a paso lento de la habitación, mientras Gale pretendía introducirse en la alcoba, tratando de no enredarse entre las cortinas—. Maldición —soltó por lo bajo al caer al suelo, intentando quitarse las cortinas de encima, cerrando, después de incorporase del suelo, tanto la ventana como las cortinas, acercándose lentamente a la puerta de la recamara.

Se asomó en busca de Peeta sin intención alguna de salir de la habitación, ya que al lado de esta se encontraba la alcoba que ahora ocupaba la joven Everdeen, temiendo que esta se hubiese despertado y Peeta hubiese acudido a su llamado.

Agudizó la vista en la oscuridad de la casa, intentando ver si había ido al baño, pero la puerta se encontraba abierta y el escusado vacío, enfocando sus ojos en la cocina, donde vio la espalda del rubio muchacho frente a la encimera, observando detenidamente un punto sobre esta.

—¡Maldita sea!, Peeta… ¿Qué haces? —Dijo más para sí mismo que para Peeta, al ver el extraño comportamiento del muchacho, el cual no se movió de su puesto—. ¿Estará dormido?... A lo mejor es sonámbulo —susurró en voz baja, observando como el chico al fin se movió, levantando el brazo derecho para tomar algo entre sus manos, lo cual Gale no pudo distinguir desde aquella distancia.

“Vamos, Vamos… ven aquí, regresa”, pensó como si tuviese una especie de poder mental que lograse transmitir sus pensamientos al alelado muchacho, el cual comenzó a caminar de regreso a la salida de la cocina, donde la luz  que se coló desde la calle, dejó relucir lo que Peeta había tomado entre sus manos.

Un enorme cuchillo de carnicero resplandecía entre las manos del joven Mellark, el cual en vez de dirigirse a su alcoba, se encaminó al cuarto de Katniss, con la mirada pérdida, completamente inconsciente de sus actos de sonambulismo.

—No… no, no, no… ¿Peeta? —llamó nuevamente un poco más audible el asustado soldado, quien pudo ver en los ojos de aquel chico, al muto que había creado Snow, para destruir a Katniss—. ¡Maldición! —exclamó, pensando en lo que podría decir Katniss si lo encontraba en la casa a esas horas de la noche, pero aquello importaba menos al ver que la vida de la chica corría peligro, y peor aún, que Peeta fuese el culpable de dicho asesinato sin tan siquiera estar consciente de ello.

Gale se acercó sigilosamente hacia la puerta del cuarto de Katniss, observando como Peeta le miraba dormir, colocando el rostro en diferentes ángulos, como si estudiara el cuerpo de la chica y las posibles formas de matarla. Gale se introdujo lenta y silenciosamente en la alcoba, y justo cuando el chico alzó la mano para enterrarle el cuchillo a la inconsciente muchacha, Gale le tomó por el cuello, sosteniéndole la muñeca, intentando que Peeta soltara el arma punzo cortante, batallando con el chico, arrastrándole a las afueras de la habitación, justo cuando el cuchillo cayó de sus manos, golpeando la puerta de la habitación de Katniss, mientras el capitán Hawthorne, siguió arrastrando a Peeta hasta su alcoba, a pesar de la renuencia del enajenado joven.

—Despierta. —Le abofeteó, después de cerrar la puerta, intentando traerlo a la realidad, pero el alterado muchacho se le arrojó encima y Gale no le quedó más remedio que reducirlo sobre la cama con una llave de lucha, hasta lograr acceder a sus labios y besarlo una vez más como el primer día en el que el muto, que al parecer aún vivía dentro de Peeta, hiciese su aparición delante de Gale.

Peeta dejó de forcejear, dejándose abrazar y besar por aquel intruso, abriendo lentamente los ojos, justo cuando Gale comenzó a apartar sus labios de los del chico, el cual no pudo creer que el joven soldado se encontrara en su alcoba, besándole como lo hacía.

—¿Gale?.. ¿Qué...?, ¿Qué haces aquí?... —preguntó sin dejar de ver el congestionado rostro de Gale, el cual había enrojecido ante el forcejeo y los besos.

—No vas a creer lo que ocurrió. —Ambos escucharon la manilla de la puerta rechinar, volteando al mismo tiempo, escuchando la voz de Katniss llamando a Peeta, el cual se quedó petrificado sobre las sábanas, siendo Gale el que rodara por el colchón, cayendo del otro lado de la cama, escondiéndose debajo de esta.

—¡Peeta! —Katniss se asomó por la puerta, sin dejar de aferrar el pomo de la manilla, observando al interior de la alcoba algo dubitativa—. Oí ruidos… ¿Estás bien? —Peeta volteó a ver en dónde se encontraba Gale, observando que el fugaz muchacho había desaparecido sin saber a ciencia cierta dónde estaba.

—Sí, sí… —titubeó—. Estoy bien… Aammm… Creo que tuve una de mis pesadillas. —Katniss asintió levantando la otra mano, la cual había estado manteniendo detrás de ella, mostrándole el cuchillo a Peeta.

—Encontré esto en la puerta de mi recamara. —Encendió la luz de la habitación, mostrándole lo que había conseguido, logrando que Gale cerrara los ojos al darse cuenta de que la chica había dado con la filosa arma—. ¿Sabes algo al respecto? —Peeta miró asombrado el cuchillo, negando lentamente con la cabeza, pensando en Gale y su presencia en la casa a tan altas horas de la noche.

—No… ni idea… —respondió tratando de incorporarse de la cama, pero lo único que hizo fue recostarse del espaldar de esta, intentando controlar tanto sus temblores como sus vagas elucubraciones, mientras Katniss sonreía.

—Debió ser Buttercup, aún no me perdona lo de Prim —comentó intentando sonar graciosa, lo que hizo que Peeta sonriera con desgano y Gale negara con la cabeza ante las tonterías de Katniss—. En fin… ¿Quieres que me quede contigo? —El joven debajo de la cama negó con la cabeza, mientras que el que se encontraba sobre el colchón, hizo verbal aquel deseo de Gale.

—No… No hace falta… Estoy bien, solo fue una tonta pesadilla, de hecho ya ni sé sobre qué demonios estaba soñando. —Katniss asintió, despidiéndose de Peeta, cerrando al fin la puerta, justo cuando Peeta se incorporó de la cama y Gale salió debajo de esta, sacudiéndose el polvo—. ¿Qué demonios haces aquí? —preguntó el joven Mellark después de colocarle seguro a la puerta, intentando hablar en voz baja.

—No podía dormir. —Se acercó a Peeta, quien intentó apartarse de él, pero Gale logró atenazarle el brazo, llevándoselo hasta la cama—. Debemos hablar. —El asustado panadero sacudió su brazo, tratando de soltarse de su agarre, sin dejar de darle vueltas en su cabeza al asunto del cuchillo—. Debes alejarte de Katniss o saldrá lastimada. —Peeta malinterpretó por completo sus palabras, alejándose un poco de él, sin dejar de verle recriminatoriamente.

—¿Y me lo dices así? —preguntó Peeta, sin poder creer tanto descaro, mientras Gale no supo a qué se refería—. Por un momento pensé que lo nuestro era algo que podríamos llevar con calma, pero tus sentimientos me están asustando. —El joven soldado frunció el ceño sin saber qué decir a ello—. No sabía que eras capaz de lastimar a Katniss para alejarla de mí y así no quiero seguir con esto, Gale. —El aludido miró por unos segundos a Peeta, intentando asimilar sus culposas palabras, soltando una risotada, lo cual intentó callar cubriéndose raudo la boca.

—¿Estás hablando en serio? —Peeta le miró tan molesto, que por una fracción de segundos, Gale pudo ver un leve indicio de que el muto aún seguía rondando en la mente de Peeta, quien sin duda alguna, estaba padeciendo de una especie de trastorno de personalidad—. Lamento decirte que has sido tú quien ha intentando matar a Katniss. —El joven Mellark negó con la cabeza, incorporándose de la cama.

—No mientas. —Gale le imitó.

—No tengo por qué mentirte. —Peeta levantó el rostro, ya que Gale le ganaba en altura y porte al joven Mellark—. Puedes preguntarle a Haymitch. —La respiración agitada de Peeta, le mostró a Gale lo alterado que este se encontraba—. Vine hasta acá porque no podía dejar de pensar en ti. —Se acercó a Peeta, pero al ver que el tembloroso muchacho se apartó de él, decidió sencillamente, hacer lo mismo—. Pero veo que el sentimiento no es mutuo, lo siento. —Miró por última vez a Peeta, y apartándose de él, se encaminó hacia la ventana para irse a su casa.

—Espera —exigió Peeta, pero al parecer Gale se encontraba tan indignado, que no tuvo la menor intención de quedarse, abriendo raudo la ventana—. Por favor… Gale… ¿Qué quieres que piense, si te encuentro aquí en la casa mientras duermo y de repente llega Katniss notificándome que ha escuchado ruidos y que ha conseguido un cuchillo en su alcoba? —A lo que Gale respondió, después de sacar una de sus piernas por la ventana.

—Yo hubiese preferido creer lo de Buttercup a desconfiar de ti... —Peeta bajó apenado la cara—. Pero tranquilo, sé que no es fácil que me creas… —Apartó las molestas cortinas a un lado, las cuales se mecían ante el suave viento nocturno—. El muto de Snow sigue vivo dentro de ti, Peeta, y esta es la segunda vez que aparece. —Salió por completo del cuarto, terminando su argumento, apartando una vez más las insistentes cortinas—. Haymitch y yo no queríamos decírtelo, pero… —Miró al suelo y luego prosiguió—… no sabes lo que me ha dolido tu acusación… Buenas noches, Peeta. —Cerró la ventana y rodeó nuevamente la casa que había entre la de Katniss y la de Peeta, introduciéndose rápidamente en su recamara.

Tanto Gale como Peeta tomaron asiento en sus respetivas camas, el primero arrojándose sobre el colchón con gran ímpetu, mientras que el segundo lo hizo con tanta lentitud, que sintió que el tiempo se había detenido para él. Ambos sostuvieron sus cabezas con las dos manos mirando al suelo, completamente consternados.

Gale por haberle tenido que restregar la verdad a Peeta ante sus dolientes acusaciones, y el joven Mellark sin poder creer aún en las palabras del joven soldado, el cual comenzó a maldecir, arrojándose sobre la cama, sintiendo que de algún modo, le había fallado al chico.

—Lo siento —soltó comenzando a llorar, mientras Peeta ya se había hecho un mohín sobre su cama, llorando igual que Gale lo hacía en su recamara con todo el dolor de su alma.

—Te amo… no fue mi intención herirte, Gale. —Y mientras que el uno sufría igual que el otro, Katniss lo hacía por ambos hombres, quienes ya no podían seguir ocultando sus sentimientos, mientras la joven Everdeen no sabía qué hacer con los suyos, si seguir amando a Gale o intentar olvidarle y hacer todo lo posible por amar a Peeta.

 

Después del almuerzo junto a Katniss, Peeta había decidido a ir a la casa de Haymitch, donde el por demás molesto hombre, se paseaba de un lado a otro en la estancia con los brazos cruzados, mientras Effie abrazaba y acariciaba el rubio cabello de Peeta, quien no podía dejar de llorar, ante la verdad de lo que había ocurrido anoche en su casa.

—Entonces sabes lo que eso significa, ¿no es así, Haymitch? —El aludido detuvo su ir y venir, observándole fijamente—. Que sigo siendo una amenaza para Katniss. —El serio ex–mentor rodó los ojos con cierto hastío, descruzando los brazos.

—No seas melodramático, niño.

—¿Haymitch? —soltó con cierto reproche en su voz la molesta mujer, la cual hoy vestía diferentes tonalidades naranja, haciendo juego con su cabello.

—No la has matado en todos estos meses… No creo que lo hagas ahora.

—Pues habrá que preguntarle a Gale qué fue lo que en realidad pasó anoche —contestó el lloroso muchacho.

—Pues ve y pregúntale, a lo mejor agrandó aún más las cosas de lo que en realidad son —comentó Effie, sonriéndole maternalmente al muchacho.

—Eso haré. —Se incorporó del sofá, el cual compartía junto a la sonriente mujer, acercándose a la puerta—. Y aprovecharé a darle una disculpa. —Abrió la puerta, volteando a ver a Haymitch—. Lo culpe a él de todo.

—Pues a lo mejor es su culpa.

—Pero, Haymitch, por amor a Dios —retó una vez más Effie las duras palabras de su pareja.

—¡Oh… vamos!... Eso que te está ocurriendo revivió a raíz de su regreso. —Peeta comenzó a analizar la situación—. Todo estaba bien hasta que Gale volvió, creo que es su culpa.

—Pues yo no lo creo así —argumentó Effie a favor del capitán Hawthorne—. Anoche me di cuenta de que Katniss está algo cambiada, molesta… cada vez que lograba controlar sus nauseas y sus mareos maldecía a los hombres, decía cosas como que los odiaba a todos, no sé… siento que algo le pasa y a lo mejor por eso ha maltratado tanto a Peeta, el cual a su vez está reflejando una especie de resentimiento hacia ella, yo creo que debemos llamar a su madre. —Peeta se quedó mirando a Effie, al igual que lo hacía Haymitch, tan sorprendido como el joven panadero ante las elocuentes palabras de la estrafalaria mujer.

—¡Vaya!... Me dejas pasmado. —Ella sonrió con coquetería—. Tal vez tengas razón, contactaremos a la señora Everdeen. —A lo que Peeta respondió, apartándose de la puerta.

—Katniss no quiere…

—Katniss me la puede chupar —interrumpió Haymitch, dejándose escuchar una vez más los reproches de Effie ante su grotesca forma de ser—. Que la cuide su mamita, anoche no pude dormir y entre los jueguitos amorosos de estos dos sinsajos de laguna... —Señaló a Peeta y luego hacia la casa de la familia Hawthorne, haciendo alusión a que el otro del que hablaba era Gale, prosiguiendo su parloteo—… Y la irritabilidad de Katniss, me tienen la vida hecha un guiñapo. Así que de hoy no pasa que la madre de esa chica este aquí. —Effie se cubrió el rostro en un gesto de indignación y Peeta decidió irse antes de tener que decir algo a su favor, gracias a las fuertes y muy reveladoras palabras de Haymitch, quien había dejado más que claro que sabía lo que había entre él y Gale.

—Me retiro, iré a buscar a Gale. —Y sin esperar una respuesta, abandonó la casa de su ex–mentor, quien siguió despotricando en contra de todos a la molesta mujer.

 

Peeta estaba a punto de llegar a las ruinas del bosque, ya que al pretender ir por Gale a su casa, la madre del muchacho le había notificado que a tempranas horas de la mañana su hijo se había marchado con varios utensilios de carpintería y unos cuantos bizcochos rellenos de queso fundido.

“Debes estar aquí, sin duda eres de los que no deja nada inconcluso”, pensó Peeta, enfocando su visión entre la maleza, percatándose de que estaba cada vez más cerca del lugar. “Espero que no estés molesto”. Suspiró para dejar escapar la tensión en su cuerpo ante lo que se le avecinaba, tener que hablar con Gale sobre lo de anoche y disculparse con él.

Entró sigilosamente, percatándose de que tanto el techo como las paredes habían recibido la debida atención, donde un perfecto techo de madera resguardaba la maltrecha vivienda, y las paredes se encontraban frisadas en un rudimentario trabajo que dejó más que claro, que Gale había hecho lo humanamente posible por reacomodar aquel lugar.

—Solo le falta una buena mano de pintura y quedará estupenda. —Se dijo a sí mismo Peeta, percatándose de que el uniforme de Gale se encontraba sobre la mesa, donde también descansaban unas cuantas herramientas y unas migas de lo que el soldado había desayunado en aquel lugar—. Debes estar en el lago. —Salió de entre las ruinas, rumbo al interior del bosque, dejando dentro tanto su chaqueta como el enorme tazón de comida que Hazelle le había enviado a su hijo, aunque Peeta pensó que aquello era absurdo, conociendo a Gale, este de seguro ya se habría improvisado un sustancioso almuerzo.

Caminó decididamente hacia aquel lugar, zigzagueando entre los árboles, recordando la primera vez que habían ido juntos a cazar, teniendo que quedar dentro de las ruinas, donde había comenzado todo entre ambos.

Sonrió negando con la cabeza, aún no asimilaba todo lo que había ocurrido y como habían sucedido las cosas, pero a pesar de todo lo loco del asunto, Peeta sabía en su interior que esto que seguía naciendo entre Gale y él no era algo de una noche y tenía miedo de descubrirlo de un momento a otro, ante un posible nuevo roce.

A distancias Peeta se percató de la presencia de Gale, quien a cada tanto salía a la superficie y se volvía a perder de vista, nadando como todo un experto, mientras que Peeta recordaba lo difícil que había sido para él, el participar en los segundos Juegos del Hambre, los cuales habían comenzado en el agua.

—¡Vaya!... Sabía que existían especímenes extraños en estos bosques —gritó Peeta alzando la voz para que Gale le escuchara, logrando que el muchacho se sobresaltara dentro del agua en busca de su interlocutor—. Pero jamás pensé en llegar a conseguir tritones en este lago. —Gale sonrió, intentando echar su húmedo cabello hacia atrás, comenzando a nadar hasta la orilla entre largas brazadas.

—¿Y eso?... ¿Qué haces aquí? —preguntó Gale, recostando su pecho sobre las rocas de la orilla, muy cerca de donde Peeta había tomado asiento—. Pensé que no te vería hoy.

—No podía dejar de pensar en ti —citó las mismas palabras que Gale le había dicho anoche, antes de que el chico se marchara—. Vine a disculparme —argumentó, bajando la mirada.

—¿Fuiste a hablar con Haymitch? —Peeta asintió—. Me alegra que por lo menos me dieras el beneficio de la duda. —Ambos intercambiaron miradas—. Acepto tus disculpas. —Los dos se sonrieron y Peeta no pudo controlar el impulso de apartar los mechones de cabello que se habían adherido a su húmeda frente, mientras Gale se dejó hacer, mirándole fijamente a los ojos—. ¿Quieres nadar conmigo? —Peeta apartó su mano del rostro de Gale, quien no dejó de verle como lo hacía.

—No sé nadar.

—Ya me di cuenta el día que caímos al lago. —Peeta sonrió recordando aquel embarazoso momento, en el que él parecía un felino dentro del agua, montado sobre Gale, quien estuvo a punto de ahogarse por su culpa—. Vamos, yo te enseño.

—No traje bañador.

—Yo tampoco. —Gale alzó una ceja sugestivamente, sonriendo de medio lado.

—¿Quieres pervertirme?

—Tú ya estás pervertido, solo te gusta hacerte el mosquito muerto… —Peeta le miró con un gesto de indignación—. Anda, vamos… si te da vergüenza, te daré tiempo a desvestirte. —Se arrojó hacia atrás, cayendo nuevamente dentro del enorme estanque, alejándose de él, cual ágil pez en el agua.

Peeta se lo pensó por unos segundos, él sabía que tarde o temprano ocurriría lo que se había estado postergando durante tanto tiempo, el joven Mellark sintió que el destino se lo debía a ambos, y si ahora estaban solos, ¿por qué no dejarse llevar?

Comenzó a desatar sus botas, quitándose rápidamente la remera, comenzando a desabotonar sus pantalones, observando cómo Gale se zambullía y salía nuevamente a flote, presumiendo de sus dotes histriónicos de nadador profesional, mientras Peeta terminaba de quitarse los calcetines, bajándose rápidamente el bóxer, sin dejar de permanecer agachado, dejando su ropa interior al lado de la de Gale, aquella que descansaban sobre una de las grandes rocas.

—¿No estamos rompiendo ninguna regla? —gritó Peeta, introduciéndose lentamente en el agua, la cual estaba agradablemente cálida.

—En el bosque no hay reglas, los animales andan desnudos —respondió Gale con su típica naturalidad.

—Pues yo no soy un animal acuático... —alegó el joven Mellark, aferrándose a las rocas, con el agua hasta la cintura—. Soy terrestre y no creo que… —El pie de Peeta resbaló, soltándose de las rocas, comenzando a manotear el agua, intentando aferrarse de algún lugar, pero no pudo sentir absolutamente nada que le diera apoyo, empezando a sentir pánico.

—Te tengo —respondió Gale, justo cuando le aferraba del torso, y Peeta instintivamente le abrazaba, intentando salir a flote, aspirando dolorosamente el aire, ya que unas cuantas bocanadas de agua habían entrado en sus pulmones, lastimándole interiormente sus órganos respiratorios—. Cálmate.

—Maldita sea. —Comenzó a toser y a ruborizarse, no solo ante el susto la respiración agitada y la tos, sino también ante la vergüenza de haber quedado como un completo idiota delante de Gale—. Te dije que no era un animal acuático. —Gale sonrió, intentado apartar los húmedos cabellos del rostro de Peeta.

—Primera regla, Mellark —acotó Gale—. No temerle al agua, si dejas que el temor se apodere de ti, jamás aprenderás.

—¿Y la segunda? —preguntó Peeta sin dejar de aferrar a Gale como lo hacía, con brazos y piernas, intentando no verle a la cara.

—No ahorques al instructor. —Peeta dejó de apretar el cuello de Gale, donde ambos lograron al fin mirarse a los ojos—. Así está mejor.

—¿Hay una tercera regla? —El joven soldado asintió—. ¿Cuál? —A lo que Gale respondió, sin dejar de mirar a Peeta como lo hacía, como si el chico fuese algo de comer y él estuviese padeciendo de una gula infinita.

—Debes dejarte besar por el instructor cada vez que él lo desee. —El corazón de Peeta volvió a sentir una fuerte taquicardia, ya que había sufrido una anteriormente a causa del susto, percibiendo cómo la amplia boca de Gale, cubrió en su totalidad los delgados y suaves labios de Peeta, quien correspondió al beso, volviendo a aferrase del cuerpo del joven soldado, el cual le sostuvo agarrándose de las nalgas, sintiendo como el miembro de Peeta acariciaba sus abdominales.

—Eso es coacción —alegó Peeta, apartando sus labios de los de Gale.

—Es mi precio, no te pienso enseñar de gratis. —Peeta intentó no sonreír ante eso—. Tómalo o déjalo.

—Pero estás haciendo algo más que besarme. —Gale acariciaba las bien torneadas nalgas del joven Mellark, quien se estremeció ante el contacto, sintiendo como su sexo cabeceaba sobre el duro abdomen del soldado.

—Pues también me debes las clases de caza. —Peeta le miró con una fingida molestia.

—¿Ah, sí?... —Gale asintió intentando permanecer serio—. Pues yo te enseñé a pescar.

—Eso no cuenta.

—¿Por qué no? —preguntó Peeta intentando no reír.

—Porque aún me debes las clases de cocina.

—Pero… —Peeta no había terminado de hablar, cuando Gale le empujó para que cayera una vez más en el agua, logrando que el muchacho comenzara nuevamente a patalear.

—No dejes que el miedo te controle —gritó Gale, pero al ver que el chico siguió manoteando y hundiéndose, se acercó a él, abrazándole nuevamente como lo hacía tan solo unos instantes.

—Eres un bastardo… —escupió Peeta tanto las palabras como el agua que había entrado en su boca—. No me vuelvas a soltar.

—¿Cuál es la primera regla? —Peeta lo abrazó, temblando entre sus brazos—. Contéstame, Peeta.

—No tener miedo —respondió, escondiendo su avergonzado rostro en el cuello de Gale.

—Así es… ¿y por qué no debes sentir miedo? —le preguntó esta vez el joven soldado usando un tono de voz más cariñoso, acariciándole la espalda para que se calmara.

—¿Por qué tú estás conmigo? —Gale esperaba otra respuesta, esperaba que el chico le dijera que no debía sentir miedo o se ahogaría más rápido aún, pero aquella respuesta hizo que el corazón de Gale galopara en su pecho, haciéndole sonreír, asintiendo a sus palabras.

—Así es, Peeta, porque siempre estaré contigo y jamás dejaré que el miedo te venza y termine ahogándote. —Peeta levantó el rostro y Gale alzó la mirada, donde ambos parecían buscar en los ojos del otro algo que faltaba en ese preciso instante, siendo Gale quien lo dijera—. Porque te amo. —Peeta no pudo aguantarse más, besó los carnosos labios de Gale, el cual le aferró con fuerzas, logrando que ambos sexos se rozaran.

—También te amo… —respondió Peeta—. Perdóname por haber desconfiado de ti.

—Eso ya pasó. —Pretendió besar los labios de Peeta, pero un estruendoso trueno logró que ambos miraran al cielo, bajando al mismo tiempo sus caras, justo cuando el sol se comenzó a ocultar entre los nubarrones grises que se cernieron sobre ellos de golpe—. No puede ser… ¿Otra vez? —Un segundo trueno parecía haber respondido la pregunta de Gale, mientras Peeta reía, logrando que ambos salieran del estanque natural, colocándose raudo los bóxers, uno a espaldas del otro, corriendo rumbo a las ruinas.

 

Peeta no paró de reír, mientras Gale intentaba cerrar todo el lugar ante el fuerte aguacero, clausurando la puerta y las ventanas, comenzando a llenar la chimenea con trozos de madera que él mismo había recolectado días atrás.

—¿De que te ríes, hombre? Ven aquí y ayúdame. —El joven Mellark dejó sus ropas sobre la mesa, ayudándole a colocar los troncos, mientras Gale extraía de los bolsillos de su pantalón un encendedor, logrando que la madera comenzara a arder, y que un cálido y brillante fuego vistiera todo el lugar de color ocre y de sombras que se mecían al compás de las llamas.

—Me causa gracia tu frustración. —Gale se había agachado para lograr avivar las llamas, incorporándose lentamente del suelo, observando el cuerpo semidesnudo de Peeta, el cual tembló al percibir la lasciva mirada del joven soldado, aunque este pensó que su estremecimiento lo causaba el frío, estirando el brazo hacia la mesa en busca de su chaqueta.

—Es que pareciera que todo estuviera en nuestras contra.

—Al contrario —respondió Peeta, sin dejar de mirar a Gale a los ojos, quien había cubierto el torso del joven panadero con la prenda—. Era lo que yo quería. —Gale no supo a qué se refería—. Me sentía cohibido estando a la intemperie, pero aquí… —Alzó los brazos dejando que la chaqueta cayera al suelo—... me siento a gusto.

La curiosa lengua de Peeta comenzó a hurgar entre los labios de Gale, quien dejó que el chico le besara como él mejor lo disfrutara, pensando que la primera vez que el joven panadero le había besado, había usado demasiado su lengua, pero ahora, aquella forma tan seductora de besarle, estaba causando estragos en él.

—¿Quieres? —preguntó Gale entre beso y beso, observando como Peeta se apartó de él, sin responder a su pregunta, mirando al suelo.

—Lo que te faltó poner en este lugar fue una cama. —Peeta no había terminando de decir aquello, cuando Gale comenzó a hurgar en el interior de su bolso, extrayendo de este lo que parecía ser un saco para dormir, el cual extendió a lo largo del piso, justo donde ambos habían dormido la primera vez, muy cerca de la chimenea.

Gale haló con fuerza un pequeño cordón que guindaba de una de las esquinas, logrado que el saco se inflara automáticamente como lo hacían los salvavidas, incorporándose rápidamente del suelo, observando como Peeta sonreía al ver que el joven soldado tenía todo cubierto, sentándose sobre el largo y amplio saco, recostándose sobre él, mirando fijamente a Gale, respondiendo la pregunta que había quedado sin respuesta.

—Sí, quiero. —La manzana de Adán de Gale subió y bajó lentamente, mostrándole a Peeta que el chico tenía cierto temor ante lo que estaba ocurriendo—. Primera regla, instructor… No tener miedo. —Gale sonrió asintiendo a las palabras de Peeta, recostándose junto a él, donde ambos hombres se miraron fijamente a los ojos, el uno al lado del otro, postrados de frente al techo sobre el saco.

—No sé qué hacer.

—Ni yo… —respondió Peeta, sonriéndole dulcemente—. Pero podríamos comenzar por terminar de quitarnos la ropa, ¿no te parece? —Gale asintió, comenzando a quitarse el bóxer, mientras Peeta hizo lo mismo con el suyo, sin dejar de verse a los ojos.

Cada uno arrojó su ropa interior al suelo, sin poder quitarse la mirada el uno del otro, siendo Gale el primero en romper la conexión visual, guiando sus ojos hasta el semi-erecto pene del joven Mellark, ya que ante el frío había logrado perder cierta tensión, mientras que Peeta dejó que el chico le observara, sin dejar de verle al rostro.

—Puedes tocarme, si gustas —notificó Peeta, acariciándose a sí mismo desde el pecho hasta su abdomen, jugueteando con los vellos púbicos, los cuales nacían desde su vientre hasta su pene, logrando que Gale sintiera envidia de sus dedos, alzando lentamente la mirada, percatándose de cómo Peeta no dejó de mirarle el rostro, aquel que se encontraba tan rojo y acalorado, que el mismo Gale sintió vergüenza de sí mismo.

Se colocó de medio lado, sosteniendo el peso de su cabeza sobre su mano izquierda, guiando la derecha hasta donde se encontraba el semi-erecto miembro, el cual le invitaba a tocarle.

“¿Qué estás haciendo, Gale?”, se preguntó a sí mismo el joven soldado, mirando una vez más el sexo del muchacho. “¿Cuándo perdiste la perspectiva?... ¿Desde cuándo otro cuerpo igual al tuyo te excita de este modo?”. Gale pudo sentir cómo su sexo se endureció aún más, al sentir los suaves y rubios vellos púbicos del joven Mellark entre sus dedos, observando el ruborizado rostro de Peeta, quien había cerrado los ojos al percibir sus caricias.

“¿Por qué no sientes así con Katniss?... ¿Acaso siempre fuiste homosexual y no lo sabías?... ¿O simplemente no es cuestión de gustos sino de sentimientos?”, se cuestionó a sí mismo el joven panadero al desear más de aquella gélida caricia, abriendo lentamente los ojos, observando como la luz de la chimenea, bañaba el bronceado rostro de Gale, iluminando la mitad de su cuerpo, dejándole ver una vez más, el peculiar lunar que había visto minutos atrás en el lago cuando Gale intentaba enseñarle a nadar.

—Me gusta tu lunar. —Gale estuvo a punto de tomar entre sus manos el, ahora, erecto pene, deteniéndose al escucharle hablar, contemplando como Peeta estiró su mano, acariciándole, muy cerca del pezón derecho, aquel peculiar lunar en forma de lágrima.

—Es un lunar hereditario. —Peeta levantó la mirada, sin dejar de acariciar el lunar con el pulgar—. Mi padre lo tenía y lo tienen mis hermanos. —Peeta sonrió, asintiéndole para que prosiguiera—. Aunque mis hermanos menores lo tienen en lugares distintos, mi padre me contó que solo el primogénito hereda el lunar justo donde su progenitor lo tiene. —Peeta se incorporó, sobresaltando a Gale, el cual apartó la mano del vientre del muchacho.

—Me gusta… ¿Puedo? —preguntó Peeta, y antes de que Gale pudiese responder, o más bien preguntar a qué se refería, el chico besó aquel lunar, logrando que todo el cuerpo del joven soldado convulsionara, ya que el lunar estaba tan cerca del pezón, que Peeta terminó cubriendo con sus labios tanto la marca de nacimiento como la erecta tetilla, la cual se endureció aún más, lo que hizo que Gale dejara escapar un sonoro gemido, indicándole a Peeta lo mucho que aquello le había excitado.

“No puedo sentir tanto placer con tan poco, esto es imposible”, se dijo a sí mismo Gale, sin poder creer las descargar eléctricas que recorrían su cuerpo desde el endurecido pezón hasta su miembro, el cual estaba tan duro y lleno de protuberantes venas, que era doloroso tan solo el tocarle—. ¡Dios mío!... —exclamó Gale, recostándose nuevamente sobre la cama, mientras Peeta no dejó de devorar sus pezones, primero uno y luego el otro, levantando un poco el rostro para ver al fin el preponderante sexo del soldado, aquel que se mantuvo orgullosamente erguido en medio de una prominente mata de obscuros vellos.

—Me alegra que te guste. —Besó nuevamente sus pezones, subiendo hasta el cuello sin dejar de besar toda su erizada piel, llegando hasta el lóbulo de la oreja, la cual Peeta mordisqueó, y Gale sintió que sus carnes quemaban y pedían a gritos toda la atención del joven Mellark.

—Tócame, te lo ruego —imploró Gale con los ojos brillosos ante tanta lujuria contenida, intentando contener sus ansias.

—¿Dónde?... —Peeta no había terminado de formular la pregunta, cuando Gale atenazó la mano del joven panadero, posándola sobre su cavernoso sexo, el cual dejó escapar una leve descarga de semen, demostrándole a Peeta lo deseoso  que estaba Gale por sus atenciones—. ¡Wow!... Sí que estás duro y con ganas de terminar. —Gale negó con la cabeza, sin dejar de apretar la inmóvil mano sobre su propio sexo.

—Te equivocas. —Tomó a Peeta por el cuello, acercándole a sus labios—. Aún no he comenzado. —Besó, mordisqueó y aferró al joven con ambas manos sobre su rostro, dejando que fuese Peeta quien decidiera si acariciarle o apartar la mano de su sexo, el cual cabeceó sobre la temblorosa mano del muchacho, incitándole a jugar con él.

Peeta decidió al fin intervenir en los profundos deseos de Gale, acariciándole el empalmado miembro, logrando que Gale gimiera sobre la boca de Peeta, el cual bebió de su lujuria, satisfaciendo la propia en un interminable beso que los mantuvo a ambos gimiendo y acariciándose, ya que el capitán Hawthorne había dejado que sus ganas le dominaran, apretando entre sus dedos no solo el firme sexo del muchacho, sino también sus tensos testículos, los cuales le demostraron a Gale la proximidad de una descarga contenida, bastante tiempo acumulada.

—Quiero tenerte.

—Me tienes, Gale —respondió Peeta sin dejar de temblar.

—Sabes a lo que me refiero. —Peeta le miró fijamente, sintiendo como Gale dejó de acariciar su sexo, llevando sus manos hacia sus caderas y luego hasta su trasero, apretando con fuerza sus redondas nalgas.

Peeta sonrió a sus lascivas caricias; no al entender lo que Gale deseaba, sino al malinterpretara sus deseos, dejando su postura de lado para posarse sobre el cuerpo del soldado, logrando que ambos sexos quedaran uno sobre el otro, frotándose entre sus velludos vientres, mientras Gale siguió acariciando sus bien torneados glúteos, al creer que Peeta había comprendido muy bien sus intenciones.

Ambos cerraron sus ojos, percibiendo como el sexo del uno frotaba el del otro, dejando que sus gargantas expresaran lo que sus cuerpos estaban padeciendo, donde Gale no dejó de apretar las nalgas de Peeta y el chico no paró de frotar con vigor su sexo en contra del de Gale, ya que con solo aquel simple gesto, el joven panadero sintió que podía llegar a la liberación de sus propios deseos, anhelando que Gale pudiese conseguir la suya del mismo modo.

—No podré contenerme más.

—Yo tampoco —respondió Gale, intentando acceder a la entrada posterior del excitado muchacho, el cual detuvo la fricción de ambos sexos, al sentir como Gale pretendía introducir un dedo dentro de su trasero.

—¿Qué haces? —Peeta se detuvo de ipso facto, apartándose de él.

—¡Quiero poseerte!... pensé que… —Gale miró el consternado y ruborizado rostro de Peeta, el cual parecía sentirse tan apenado como estúpido, al no haber comprendido los deseos de su amigo y amante—… Lo siento. —El joven soldado pretendió apartarse de él, pero Peeta le detuvo.

—No… no, soy yo quien lo lamenta, no creí que te referías a eso. —Tanto Gale como Peeta intentaron acompasar sus respiraciones, sintiendo que el momento se había arruinado.

—Está bien. —Gale intentó reparar el daño—. Yo quiero lo que tú quieras. —Peeta sonrió más que complacido, ya que sentía que no estaba listo para algo como lo que Gale pretendía hacer, él solo deseaba acariciarse desnudo contra su amigo/amante y lograr que ambos cuerpos saciaran la curiosidad de tocar al otro.

—Pues esto es lo que quiero. —Tomó la mano de Gale, colocándola sobre su propio sexo, y a su vez, aferró todo el largo del duro falo del joven soldado, mirándole fijamente a los ojos, al igual que él—. ¿Te gusta? —Gale asintió, aunque hubiese deseado mucho más que eso, pero luego pensó que aquello era una buena idea, intentar llevar las cosas lentamente y no a las apuradas, donde pudiesen terminar incómodos, adoloridos, o peor aún, insatisfechos.

—Eres especial, Peeta. —El aludido sonrió, acoplando sus caricias con la de Gale, quien masturbaba el húmedo y venoso sexo de Peeta con cierta rapidez, como si intentara mostrarle al joven Mellark cómo él deseaba ser masturbado—. Quiero correrme sobre ti.

—¿Quién te lo impide? —preguntó Peeta, recostándose sobre el saco de dormir, que más que saco, era realmente un colchón inflable—. Ven… colócate sobre mí y haz lo que quieras. —Gale no pudo dejar de sentir un intenso cosquilleo en su cuerpo, acomodándose sobre Peeta—. Menos poseerme… ¿Está bien? —El joven soldado asintió apartando la mano de Peeta de su propio sexo, entrelazando los dedos entre ambos miembros, masturbándoles al mismo tiempo—. Mmm… Eso es genial… me gusta.

Gale no supo por qué Peeta hablaba tanto, a lo mejor eran los nervios o simplemente le gustaba conversar mientras lo hacía, el punto era que a él le gustaba, Joanna no era conversadora, salvo en el preámbulo y el final, y Katniss ni siquiera habló después del apasionado beso que se habían dado, simplemente se había limitado a entregarse a él, pero Peeta parecía no poder dejar de hablar, y aunque pasó por su mente una vaga manera de hacerle callar, el joven militar adoraba escuchar su voz.

—Ven aquí —exigió Peeta aferrándole del rostro, acercando su sedienta boca a la de Gale, mientras el chico no dejó de masturbar ambos falos, los cuales a cada tanto se humedecían ante una nueva oleada de placer.

Peeta relamió los cálidos labios de Gale, quien correspondió sediento de deseo, las atenciones que la boca del joven Mellark le entregaba, perdiéndose en un interminable beso de nunca acabar, hasta que la necesidad del aire en sus pulmones, y la descarga de ambos cuerpos, se hicieron presentes, siendo Peeta el primero en culminar y Gale le siguiera después de unas cuantas sacudidas más de su sexo, el cual se deslizó con mayor facilidad entre sus dedos ante la descarga de semen de parte del joven panadero, irrigando su aún tenso miembro.

Ninguno de los dos ocultó sus fuertes gemidos y sus incesantes jadeos, tampoco las palabras que soltó Peeta ante el potente orgasmo, seguido de intensos espasmos y temblores que el chico no logró dominar por más que lo intentara, mientras que Gale no pudo dejar de mirar el estado de lujuria y embriaguez en el que se encontraba su amigo y amante, el cual apretaba con fuerza las piernas del joven que aún se encontraba sobre él, clavando sus dedos en los bien torneados muslos.

—Esto es irreal. —Gale sonrió a la palabras de Peeta, dejando que su cuerpo se escurriera hacia el costado derecho del muchacho, el cual dejó se asirse a su piel como lo hacía—. No quiero volver. —Peeta siguió con los ojos cerrados, mientras Gale intentó limpiar sus manos con una de las prendas que habían dejado sobre el suelo—. No quiero irme.

—Aún llueve —comentó Gale, como si eso pudiese calmar el deseo de Peeta de no volver a la Aldea de los Vencedores—. Podemos quedarnos el tiempo que quieras.

—Para siempre. —Gale se estremeció ante las palabras de Peeta, quien había volteado el rostro para verle, abriendo raudo los ojos, enfocándolos en el pasmado soldado.

—No pensemos en eso —acotó Gale, tomándole del rostro para besarle nuevamente—. Ven aquí y disfrutemos del momento que acabamos de pasar y dejemos que la lluvia decida por nosotros… ¿Te parece? —Peeta no dijo nada, aferrándose del desnudo torso de Gale, observando una vez más el lunar en forma de lágrima que tanto le había agradado, acariciándole con el dedo índice.

—Me gusta.

—Es tuyo, Peeta Mellark. —Ambos se sonrieron y abrazaron fuertemente, mientras la lluvia siguió bañando todo el bosque, cubriéndoles y dándoles tiempo a disfrutar el uno del otro, sin preocuparse de nada.

 

A eso de las siete de la noche había dejado de llover, ambos se habían dormido y despertado un par de horas más tarde, siendo Gale quien le dejara a Peeta decidir si quedarse hasta mañana o volver a la aldea, después de haber compartido los bizcochos que habían quedado del desayuno con el joven panadero, al igual que el almuerzo que Hazelle le había enviado a su hijo.

Por supuesto Peeta se pensó los pros y los contras de todo aquello, prefiriendo volver a pesar de ser tan tarde y de imaginarse el camino fangoso que debían recorrer desde las ruinas hasta donde terminaba el bosque y comenzaba el distrito doce, sin más remedio que empezar a recoger las cosas, vestirse y regresar a la realidad.

—¿Crees que siempre será así? —preguntó Peeta limpiándose las botas en un charco de agua muy cerca del alambrado sobre suelo asfáltico, intentando deshacerse del exceso de barro y mugre.

—¿Qué cosa?

—Esto… Esto que tenemos… ¿Será siempre así?... es decir, ¿nunca tendremos suficiente el uno del otro? —Gale se acercó a Peeta, después de haber hecho lo mismo con sus botas militares, las cuales habían logrado arrastrar una gran cantidad de lodo y hojas secas.

—Supongo. —Peeta no respondió, simplemente comenzó a caminar, después de sacudir enérgicamente sus pies, sosteniendo uno de los bolsos de Gale, mientras que el soldado le siguió, intentando llevarle el ritmo con el otro bolso a sus espaldas.

A cada tanto Gale le daba miradas furtivas a Peeta, pero el chico parecía estar elucubrando sobre aquel asunto, sin que el joven soldado pudiese decir a ciencia cierta, qué se podría estar maquinando aquel muchacho.

—¿Todo está bien? —preguntó Gale, observando como Peeta le miró con una amplia sonrisa, cambiando por completo su ensombrecido semblante de hacía tan solo unos instantes.

—Todo bien… —La amplia sonrisa iluminó el rostro de Peeta, quien intentaba hacerle ver al soldado que nada ocurría, aunque en su interior un mar de confusiones se hizo presente, sin decir nada más al respecto, caminando lo más rápido que pudo hasta la aldea, ya que lo único que deseaba era encerrase en su habitación y pensar en lo que había ocurrido entre él y Gale hacía tan solo unas cuantas horas.

Llegaron hasta la aldea, en la que al parecer había una reunión en casa de Katniss, donde tanto Gale como Peeta se vieron a las caras, enfocando algo extrañados, sus ojos sobre la iluminada vivienda, la cual tenía las puertas abiertas dejando ver a los presentes.

—Buenas noches —saludó Peeta, observando a la madre de Gale junto a Haymitch y Effie, quienes saludaron con una amplia sonrisa.

—¡Vaya!... al fin aparecen… —Haymitch les miró de arriba hacia abajo—. ¿Qué ocurrió?... ¿Perdieron la noción del tiempo? —Alzó una ceja sugestivamente, lo que le hizo acreedor de un codazo por parte de Effie, mientras Hazelle, miraba sin comprender al impertinente hombre.

—El cambio de clima nos mantuvo atrapados en las ruinas —notificó Gale, dejando su bolso en el suelo, mientras Peeta se acercó aún más a ellos, preguntándoles apremiante.

—¿Ocurrió algo? —Siendo la voz calma y dulce de la señora Everdeen, la que respondiera a su pregunta.

—Pues sí… ha ocurrido algo. —Tanto Gale como Peeta voltearon al mismo tiempo para verle, sin poder creer que la madre de Katniss se hubiese dignando a volver al distrito, saliendo lentamente de la cocina—. Hola Peeta —saludó la seria mujer al muchacho, depositando un fugaz beso en su mejilla—. ¡Gale!... —El aludido se acercó rápidamente a ella, saludándole con un fuerte abrazo.

—Hola… ¿Qué haces aquí? —preguntó el soldado, manteniendo a la imperturbable mujer aferrada por los hombros, mientras Peeta pudo divisar a Katniss asomándose por la puerta de su alcoba, observando a los presentes.

—Haymitch me llamó por teléfono, me dijo que no sabía qué tenía Katniss y que se encontraba extremadamente mal, y ya que no hay médicos capaces en este distrito, pues no me quedó más remedio que volver… es mi hija y no puedo dejarla morir.  —Gale soltó a la señora Everdeen, mientras Katniss se recostaba del marco de la puerta, dándole una mirada furtiva a Peeta, bajando el rostro, cruzándose de brazos.

—¿Y qué es lo que tiene? —preguntó Peeta, sin dejar de ver a Katniss, siendo el único que pudiese verla desde aquel ángulo.

—Kats está embarazada, Peeta. —Tanto el rostro de Peeta como el de Gale se ensombrecieron, al punto de palidecer ante la noticia, siendo Haymitch quien soltara una de sus impertinencias.

—¡Oh, mi Dios!... Un día somos pequeños sinsajos temiendo volar fuera del nido, y al otro somos aves que intentan volar alto, pero resulta que el nido está lleno de huevecillos… ¡Que contrariedad! —Effie cubrió su pálido rostro con su mano derecha, mientras que la señora Everdeen le restó importancia al malsano comentario, ya que sabía de sobra que Haymitch estaba medio loco a causa de consumir tanto licor, pero lo que nadie supo en aquel momento era que aquellas palabras iban dirigidas tanto a Gale como a Peeta y al mismo tiempo a Katniss, ya que él sabía en lo que podría estar pensando la chica… ¿De quién era el niño que ella llevaba en sus entrañas?... Ya que había estado con ambos la misma semana.

—Felicidades, Peeta —soltó Hazelle, incorporándose del sofá, abrazando al joven Mellark, el cual aún estaba pasmado ante la noticia, sin saber qué responder, y sin poder dejar de mirar a Katniss como lo hacía, mientras la chica comenzó a llorar—. Gale… ¿No vas a felicitar a los muchachos? —Al escuchar el nombre del soldado, tanto Peeta como Katniss, observaron al petrificado hombre, el cual levantó la mirada al ver como la chica salió de su recamara, donde los tres se contemplaron completamente estupefactos, siendo Gale quien rompiera aquella unión visual, tomando su bolso, saliendo rápidamente de la asfixiante casa sin decir ni una sola palabra—. Aamm… Con permiso.

La avergonzada mujer salió detrás de su hijo, mientras Katniss pretendía volver a su recamara, pero Peeta, después de dejar caer el bolso al suelo, corrió hacia la alcoba de la muchacha, la cual había logrado encerrase en la recamara antes de que Peeta pudiera acceder a ella, comenzando a tocar la puerta.

—¿Katniss?... abre la puerta. —Golpeó una y otra vez, intentando conseguir que le abrieran la puerta, pero la señora Everdeen se acercó al aturdido, y al mismo tiempo sorprendido muchacho, exigiéndole en un tono calmo.

—Déjala, está  en estado de negación, sabes que ella no deseaba ser madre… ¿Cierto? —Peeta asintió, dejando de golpear la puerta—. Pues será mejor darle su espacio, hasta que lo acepte. —El joven Mellark volteó a ver Haymitch y a Effie, quienes le miraron completamente serios, esperando a que el chico dijera algo al respecto, pero Peeta simplemente se acercó a su cuarto, y abriendo raudo la puerta, se encerró en la oscura alcoba, comenzando a llorar abrazado a la almohada, tal y como lo estaba haciendo Katniss y Gale en ese preciso momento.

—Nosotros nos retiramos. —Tanto Haymitch como Effie se despidieron de la rubia mujer, la cual se despidió de ellos con total empatía, observando cómo ambos se retiraban cerrando la puesta tras de sí.

La señora Everdeen, se introdujo en la cocina, después de apagar la estufa, tomando rápidamente la tetera, la cual había comenzado a silbar con insistencia, colocando unas cuantas hojas de hierbas dentro de una taza de porcelana, mientras vertía en esta el agua caliente.

—Estos tres siguen enredados sentimentalmente —comentó para sí misma, dejando la tetera sobre la hornilla—. Lo extraño es la creciente y repentina amistad entre ambos chicos. —Tomó una pequeña cucharilla vertiendo un poco de azúcar a la infusión, observando a la distancia por la ventana de la cocina—. Amanecerá y veremos. —Salió de la cocina con la taza en la mano, dejando la pequeña cucharilla sobre la encimera, tomando asiento en el sofá de dos plazas de su sala, intentando que los recuerdos de aquel lugar, junto a los acontecimientos de aquella noche, no aturdieran aún más sus pensamientos de lo que ya se encontraban, intentando simplemente, relajarse y olvidar.


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