Han pasado dos semanas desde que Doffy no está, y eso significa que no falta demasiado para que vuelva.
Dejo el libro que había estado leyendo y abro uno de los cajones del escritorio para tomar un dulce. Hoy el cielo está nublado y muy gris, casi negro, parece que habrá una tormenta muy pronto.
Me gustan los días así, cuando las nubes tapan los rayos del sol y el día es oscuro, como si la promesa de algo amenazador estuviera en el aire. Es en días así que me gusta tomar café y comer dulces mientras leo o veo el jardín, que luce algo tenebroso a través de la ventana.
Es una suerte que me permitan tomar café cuando quiero, y que Doffy siempre me traiga dulces de los lugares a los que va. A pesar de que no puedo salir de mi habitación, tengo un Den Den Mushi que sólo me permite llamar a la cocina, donde siempre habrá alguien que pueda atender lo que pida. Además de los dulces, él siempre suele traerme algunas otras cosas de sus viajes, usualmente son libros de medicina de diferentes islas, pues sabe que no tolero los estúpidos libros para niños.
Muchas veces le he preguntado el porque me trata tan diferente de los demás. Al principio no me daba ninguna respuesta y le molestaba sobremanera el que le cuestionara, pero ahora, cuando le pregunto solamente ríe un poco y me revuelve el cabello, diciendo que algún día me lo explicara y que sólo disfrute lo que me da. Muchas veces esas palabras son seguidas por un beso.
Antes de que yo estuviera encerrado aquí también intentaba preguntárselo a los empleados o a los otros niños que están en la mansión, pero parece que todos tenían prohibido decirme el porqué.
Sí, no todo el tiempo que llevo aquí he estado encerrado. ¿La razón de que ahora viva entre estas cuatro paredes, y a veces un pasillo y la habitación de Doffy? Intenté escapar.
Cuando llegué aquí también lo hicieron Baby 5 y Buffalo, sin embargo, yo no estuve con ellos por demasiado tiempo. Me dieron una enorme habitación y todo lo que cualquier niño hubiera querido, a pesar de que me daba igual todo porque sólo deseaba estar con mi familia yo intentaba adaptarme a mi nueva vida.
Todo se fue al carajo la primera vez que él me ordenó ir a su habitación.
Intenté resistirme en cuanto empezó a besarme y a tocar mi piel bajo la ropa, pero qué puede hacer un niño contra alguien más fuerte, y con esa maldita habilidad de su fruta del diablo. Así fue como terminé amarrado con esos extraños hilos mientras él saciaba su deseo en mí.
Cuando hubo terminado de hacer con mi cuerpo lo que quisiera, y después de unos cuantos golpes por no obedecer lo que él quería, tuve que hacerme a la idea de que yo sería un juguete para su diversión.
No diré que con eso asumí las cosas en un momento, pues las siguientes veces también opuse resistencia. Así que Doffy le ordenaba a Vergo castigarme hasta que aprendiera a acatar sus órdenes cuando quería jugar conmigo. Al final decidí que sería mejor comportarme hasta que encontrara cómo salir de aquella casa, y después, de la isla.
Ese momento llego una noche luego de unos cuantos meses de mi llegada.
Me aseguré de esperar a que todos estuvieran dormidos. Doffy había salido esa mañana de viaje y se suponía que no volvería hasta una semana después, Vergo siempre iba con él y no tenía que preocuparme si alguien me veía fuera de mi habitación a tan altas horas de la noche pues siempre podía decir que quería un vaso con agua (antes me cercioré de vaciar la jarra con agua que las sirvientas dejaban siempre en mi buró) o que quería jugar porque me había cansado de leer.
Al ser el consentido del jefe no había nada que le personal pudiera negarme si él no daba la orden de hacerlo, y estar despierto tan tarde solamente resultaría en un pequeño llamado de atención por parte de Doffy, porque no le gusta que no duerma bien.
Así que me dirigí a la salida de la casa, llevando los zapatos en mano para evitar hacer ruido al caminar, escabulléndome en las sombras de los rincones y procurando ser silencioso. Una vez que llegué a la puerta decidí que sería mejor no salir por ésta, ya que los vigilantes podían verme. Fui directo a la cocina, con la intención de salir por la puerta trasera de la mansión. Sólo tenía que legar al puerto y robar un barco o subir a cualquiera de los buques que llevaban mercancía. No me importaba a qué isla fuera a parar, sólo quería ser libre.
Salí rápidamente de la mansión y, luego de constatar que no había nadie que pudiera verme en el jardín corrí a toda prisa hacia la enorme puerta trasera. No sabía si podría abrirla, pero tenía la opción de subir a un árbol que estaba a un lado de la entrada y que era tan alto como el muro que rodea la casa, después me las ingeniaría para bajar a la calle sin matarme.
Estaba a punto de intentar abrir la puerta cuando, gracias a los dioses o a quien sea, la puerta comenzó a abrirse para dar paso al vehículo que se encarga de recoger la basura. Me apresuré a salir de la mansión y una vez que pisé el adoquín de la calle corrí lo más rápido que pude.
Tenía miedo, pues debía darme prisa si quería llegar al puerto sin ser descubierto, aunque eso era un gran problema ya que la mansión está en lo más alto de la isla. Sabía que estaba jugándome la vida en ese momento, pues por más que Doflamingo me quisiera no perdonaría el que yo intentara escapar de su poder.
Seguí corriendo hasta que no pude más y tuve que detenerme en un oscuro callejón. Me recargué en la pared e intenté controlar mi respiración mientras me recordaba que debía seguir mi camino si quería salir de ese lugar.
De pronto algo se movió en mi campo de visión. Estaba demasiado oscuro por lo que no pude saber si fue mi imaginación motivada por los nervios, o si fue real, todo lo que pude atinar a sentir fue un fuerte golpe en mi cabeza y es todo lo que recuerdo.
Cuando desperté estaba encadenado a un poste de concreto, en un lugar que parecía ser un sótano con una pequeña ventana protegida por barrotes. Mi cabeza dolía de la peor manera y tenía sangre saliendo de mi nariz y boca, además de muchos otros golpes por todo el cuerpo, y si mis conocimientos en medicina no me engañaban, probablemente tenía las muñecas y una pierna fracturadas.
Escuché unos pasos acercarse lentamente y levanté la vista.
—Vergo —dije entre jadeos, procurando parecer inocente.
Pero él no contestó, y se limitó a patearme directo en el estómago, dejándome sin aire y luchando por mantenerme consciente.
Comencé a pensar que ese era mi final, aunque también me quedaba la duda del por qué él estaba en la isla, cuando se suponía que había acompañado a Doflamingo en su viaje, como era su costumbre.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté con un hilo de voz, mientras la sangre continuaba escurriendo sobre mi ropa.
Me golpeó varías veces más con una vara de bambú, hasta que finalmente habló.
—Debes hablarme con más respeto —ordenó, golpeándome una vez más, grité—. El jefe supuso que intentarías hacer algo en su ausencia y me dejó vigilándote.
Me dio la espalda mientras comenzaba a caminar. Entonces fue cuando lo escuché, esa maldita risa.
—Fu fu fu, y no me equivoqué, ¿verdad Law?
Mierda.
Doflamingo me golpeó algunas veces más, y decidió que no se arriesgaría a que yo me intentara escapar de nuevo, por lo que me encerraron en esa habitación después de recibir castigos hasta que Vergo consideró que fue suficiente. Tuve que curar mis heridas yo mismo y apenas comía. Él me mantuvo en ese estado aproximadamente un mes, y después siguió siendo tan amable como siempre, y creamos la rutina en la que vivo ahora; él viniendo a verme cuando tiene tiempo, dándome regalos de vez en cuando, consintiendo lo que pido. Y yo, siendo su juguete cuando quiere.