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Veneno y antídoto por LadyBondage

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Notas del capitulo:

Hola chicas hermosas, gracias por esperar y comentar. Sé que demoré, la verdad he estado ocupada. También quiero decirles que si no he respondido sus comentarios es por escases de tiempo mas no me olvido de ello, asi que lo hare, lento pero seguro.

 

Vamos a terminar finalmente esta historia y estoy proxima a cumplir un año con ustedes, eso me hace feliz de verdad.

Abrazos y besos a todos y todas.

 

Advertencias: Insinuaciones lesbicas, angst, drama, recuerdos.

 

A leer.

Desesperación

[1]

 

Una ligera llama danzante moría en sus manos húmedas, frías por el Invierno en Konohagakure. Un invierno seco, duro, con brisas de nieva que azotaban la ciudadela sin oposición ni remordimiento.

Itachi suelta un suspiro, puede ver su aliento nuboso y la frialdad que siente en los huesos lo dejan entumecido por completo.

 

A las afueras, donde el calor de una chimenea no podía acobijarlo, sólo mantenía un pensamiento caliente en su cabeza.

 

Naruto.

 

Hace tres noches que tuvo una conversación con Naruto que lo dejó pensativo. El mismo rubio había aceptado su propuesta. Un pensamiento fugaz aunado a la desesperación que él mismo percibió en el príncipe.

 

Aunque Tsunade lo odiara, su propia familia y el mismo rey, todos sabían que lo mejor para un reino era tener dos reyes en vez de uno. Jóvenes y fuertes, con decisiones determinantes. Acababan de pasar por una guerra que dejó miles de heridos y arrebató cientos de vidas.

Naruto era el rey que Konohagakure esperaba. Itachi no pretendía obligarlo a tomar una decisión repentina, empero, el tiempo apremiaba y conforme fuesen pasando los días y las noches, nada cambiaria.

 

Le dolía aceptar la muerte de Sasuke. En lo más profundo de su corazón Itachi había decidido enterrar el recuerdo de su hermano para trabajar con la cabeza fría.

Quería proteger al reino de otro ataque y al propio Naruto de alguna decisión estúpida, provocada por la inestabilidad emocional.

 

—Sigues aquí —Gaara adopta una pose taciturna frente a él. Casi ausente, sus ojos vislumbran el horizonte plasmado de neblina, la luz del sol se ha extinguido para darle paso a un infernal invierno. —Nunca habíamos vivido una época tan fría como esta. Supongo que los Dioses lloran la ausencia de los vivos, de los que se fueron.

—Yo no creo en sus Dioses.

— ¿En qué creen ustedes entonces? Los del Reino del Hielo deben tener corazón bombeando sangre dentro de esos cuerpos crasos y tumefactos.

 

Itachi ríe socarrón. Gaara posa ambas manos sobre el alfeizar de roca gris, algunas gotas congeladas derramadas en la piedra.

Echa un vistazo al vacío. Un estremecimiento le azota la columna, una caída desde su altura sería mortal.

 

—Nosotros no creemos en nada. No tenemos un Dios al cual venerar.

—En este Reino hay muchos Dioses para todo. Tantos que ni yo mismo recuerdo cuantos son y para que nos benefician, sólo sé que la gente les rinde tributo y se aferra a ellos con el mismo ahínco con el que nosotros peleamos en las guerras.

—Qué no han sido muchas, los habitantes de Konoha son personas pacíficas, así como sus monarcas.

—Tsunade rigió bien mientras el rey Dan vivió. Tras su muerte, ella delegó su lugar al Rey Minato. Su reinado ha sido —

—Formidable —interrumpe Itachi, convencido por las palabras del pelirrojo.

—Es así.

—Admiré a Minato desde la niñez. Mi nodriza solía contarme sus canciones cuando no podía dormir. Luego yo se las contaba a mi hermano para apaciguarlo en las tormentas. Los dos admirábamos al Rey de Fuego, como solíamos decirle en el más absoluto silencio. Crecimos con su leyenda viviente y añoramos convertirnos en sus guerreros, después nos dimos cuenta que el Mar era una tierra desconocida, danzante, que se movía a nuestro paso. Yo lo dejé para buscar establecerme con alguna princesa o doncella bonita que cumpliera mis expectativas. Sasuke siguió esa vida. Le gustaba el mar, le gustaba porque le recordaba al aroma de mamá. Ella olía a sal, a arena, a sol, a mar.

—Tu madre debió ser una mujer sumamente hermosa.

—Lo fue, ella era una hechicera de bellos ojos negros y piel lechosa. Padre la amaba, y la amó hasta su muerte. Sasuke es su vivo retrato. O más bien, lo era.

—Naruto…—

—Lo sé, sigue amándolo  y lo amará hasta la muerte. Tal como mi padre hizo con mi madre.

 

Gaara quiere decir algo, más lo calla por lo imprudente que podría sonar. Él había sido de los primeros en conocer la resolución de Tsunade respecto a la situación actual de su pueblo. Y él no figuraba en las futuras acciones de la Reina Madre.

Por lo que sólo le quedaba pensar en una manera de ayudar a Naruto a no condenarse de por vida por los caprichos de otros. Porque para él, que Naruto se tuviera que casar con Itachi significaba eso; un capricho.

 

Naruto no amaba al Uchiha y estaba seguro que había otra solución.

Tal vez si él…

 

—Estás enamorado de Naruto —el rostro de Gaara se descompone debido a la impresión generada por esa simple afirmación. Itachi tiene una sonrisa discreta en el rostro. —Con sólo mirarte a los ojos puedo saberlo.

—… Él significa mucho para mí —finalmente dice, después de unos instantes en silencio.

 

Itachi acomoda su capa negra tomando los cintos largos que la atan desde el cuello. Gaara lo mira a los ojos al tiempo que el Uchiha anuda los cintos.

 

—Y crees que soy una mala opción. ¿No es así?, has venido a eso. Quieres convencerme de que retroceda el matrimonio con Naruto.

—Está herida, aprovecharse de una situación como esta no —

—No lo hago por mí, lo hago por Naruto y el niño que viene en camino.

 

Gaara desencaja la mandíbula a más no poder. Sus pálidos ojos adoptan un color obscuro, menos sereno que su aparente carácter. Sin dilación, toma las solapas de la capa y golpea bruscamente la espalda de Itachi contra el muro de piedra.

 

No hay nadie a los alrededores, hace tanto frío que los habitantes del castillo se resguardan en sus habitaciones. Si quisiera acabar con Itachi en esos momentos no habría testigos que lo acusaran de homicidio.

 

—Vamos, hazlo. Arrójame al vacío, deshazte de mí. Pero eso no cambiara el hecho de que Naruto está en cinta.

 

La frente de Gaara es un relieve de tres líneas rectas y sus ojos brillan de advertencia.

 

— ¿Qué le has hecho malnacido? ¿Acaso no te importa nada en absoluto? ¡Es el esposo de tu hermano muerto! Y tú le has violado para embarazarlo. Es por eso que quieren casarlo contigo, porque Naruto espera un hijo tuyo. —Su voz desdeñosa sale desde lo más hondo de su garganta.

 

Itachi sonríe abiertamente, las comisuras de sus labios extendiéndose cada vez más.

 

—Ese niño no es mío —sus macilentas manos se posan en las muñecas del pelirrojo, ejerciendo presión suficiente para lastimar los huesos.

 

Gaara lo suelta debido al dolor provocado.

 

— ¿Qué has dicho?

—Sasuke dejó su semilla en el vientre de Naruto. Ese hijo no es mío pero no lo hace menos Uchiha. Nos pertenece, y por ende, Naruto es mío. Voy a protegerlo, así lo haga con mi propia vida. —Hay decisión en los ojos negros que destilan posesividad.

 

Gaara no profiere ninguna replica. Pensativo, alejándose de Itachi como un autómata, sus pasos llevándolo hasta los aposentos del rubio. Su primer y único amor.

 

Cuando Gaara era niño su padre lo llevó a las huestes de los Namikaze para fungir como pupilo. Algún día iba a crecer y se convertiría en un noble hecho y derecho, con el poder que sólo los Sabaku poseían.

Conoció a Naruto detrás de las faldas de Shizune, un niño tímido y pequeño, rubio como las hebras del sol y escuálido. No aparentaba fuerza y a Gaara le pareció divertida la expresión en su rostro.

Cada vez que hablaban, Naruto abría sus enormes ojos azules y mostraba un brillo expectante, lo idolatraba y adulaba con una inocencia tan pura que Gaara se sintió un ingrato cuando Naruto lo abrazaba y él pensaba en Naruto de maneras poco apropiadas.

La noche en la que su padre le dijo que tenía que comprometerse, Gaara pensó en Naruto inmediatamente. Y estuvo a punto de soltar el nombre del blondo cuando su padre se adelantó y le anuncio lo que para él sería su calvario eternamente:

 

Naruto ha sido comprometido formalmente con Itachi Uchiha.

 

Luego desapareció por un tiempo de las inmediaciones Namikaze, sopesando la noticia. Abrazándose a la esperanza de encontrar la respuesta correcta. No podía impedir el casamiento, más podía intentar ganarse el corazón de su amigo.

 

Fue demasiado tarde. Naruto se había enamorado profundamente de alguien a quien no conocía. Itachi fue un fantasma de carne y hueso a la espera de llevarse lo único valioso de Konoha.

Empero, la tarde en la que Naruto debía estar casado, azoró en todo el pueblo el trágico desenlace. Deidara, el primo cercano a la familia había huido con el prometido. A partir de ese momento, lo que Gaara vio como una oportunidad se convirtió en una tortura, Naruto terminó casándose con otro Uchiha, el peor de todos.

 

— ¿Gaara? —Naruto sostiene la puerta con las dos manos y Gaara está ahí mirándole sin prestar realmente atención a la profundidad de ese azul de océano.

 

La mano tibia del blondo se escabulle en la mejilla pálida y fría del pelirrojo. Gaara despierta de su lapso ensoñador para trasladarse a la incomprensión que esa mirada le regala. Naruto parece confundido.

 

—Oh, yo…

—Iba a la sala común por un poco de leche con miel. No esperaba encontrarte aquí. —Naruto lo toma del cuello de la capa y lo obliga a adentrarse en la soledad de su recamara.

 

Gaara trastabilla, con cuidado cierra la puerta detrás de él. Naruto se aleja lo suficiente para acomodarse en una silla de madera vieja, junto a una mesa alta donde yace un bonito candelabro.

 

—Tengo que hablar contigo. Es sobre Itachi.

 

 

 

[2]

 

—Él quiere irse, maestra.

 

Azahara, una criada a cargo de los Haruno era la única sobreviviente luego de que el nuevo rey ordenara la aniquilación de todos los consanguíneos y sirvientes de la familia ninfa de Sakura.

Una jovencita pálida, de piernas largas y sonrisa discreta. Su largo cabello platinado convergía perfectamente con sus ojos violetas.

 

— ¿Qué has escuchado, Azahara?

 

La criada baja la mirada, sumisa y asustada. Los ojos esmeraldas de su maestra sobre ella. Sakura es hermosa y difícilmente puede ignorarlo.

 

—No lo suficiente, maestra. Él clama un nombre por las noches, se inquieta. La Madre lo cobija de los malos sueños, estoy segura. Pero el Padre lo ahuyenta, atormentándolo con esa remembranza.

 

Sakura deja ir un suspiro pesado. Sasuke había expresado su deseo de partir, y ella no estaba segura de querer soltarlo. Había encontrado en él al hombre indicado para entregarse. Pertenecerle a alguien nunca había sido un deseo tan profundo desde que los ojos negros como la noche la atraparon entre la confusión y la fiebre.

 

—No le dejes ir al Río de la Madre. Mis hermanas podrían alejarlo de mí. No quiero que nadie lo auxilie. Su gracia encontraría la forma de volverlo al lugar de donde vino. —Azahara se acerca a su maestra, tímida como una niña pequeña.

 

Sakura la recibe con los brazos abiertos, la piel desnuda de la sirvienta se envuelve en el aroma cálido que desprende la de cabellos rosas.

 

—Sí, maestra.

 

A cambio de su obediencia recibe un beso húmedo, largo, donde lenguas se entrelazan. Los dedos de Sakura se internan en el recóndito lugar donde Azahara esconde el placer. Y ahí, con la luna acariciándolas, vuelve a entregarse a un sentimiento que no quiere dejarla ir.

 

 

 

[3]

 

Sasuke atraviesa campos verdes, en un terreno agreste, con las ramas de los arboles enarbolándose sobre su cabeza. La noche es su aliada, lo esconde de bestias desconocidas y lo guía por un sendero rocoso. Su condición no es la adecuada para una aventura donde podría llevarse la vida.

 

Empero, necesita volver a casa, con Naruto. Han pasado los amaneceres sin su príncipe, el silencio que lo acompaña ya no es suficiente. En cada uno de sus pensamientos es Naruto quien se cuela con su gran sonrisa de anís y los brazos de miel envolviéndolo.

 

— ¿Quién anda ahí? —una voz irritada se abre paso en medio de la obscuridad imperante.

 

Sasuke detiene el paso, gira con sumo cuidado, apenas puede ver nada. Una blanca mano de dedos huesudos descansa sobre su hombro derecho.

 

 


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