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Perro prisionero por Fullbuster

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Notas del capitulo:

Portada (Editada por Heisabeth)

Actualización: Los lunes

Caminaba por el largo y oscuro pasillo dirección a su cuarto. Hoy la base estaba muy solitaria, sus compañeros se habían marchado a alguna misión pero él no había tenido nada que hacer. Desde donde estaba, podía ver al fondo, la puerta ligeramente entreabierta y una tenue luz que iluminaba levemente el pasillo. De aquella sala del fondo, sólo jadeos y gemidos se escuchaban. El jefe debía estar pasándoselo bien y todos sabían con quién.


La figura sonrió y se quedó unas puertas antes entrando en su habitación a mano derecha. Nadie en su sano juicio interrumpiría al jefe en una situación tan delicada y comprometida. Nunca entendió por qué el jefe se había ido a fijar en aquel chiquillo pero aquí estaba, metido en una de las mafias más prestigiosas y temidas de Japón, aquel chiquillo ya era propiedad de los Yakuza y no saldría jamás. Pain no dejaría que se marchase de su lado. Era el cebo perfecto, con su dulzura, su inteligencia, todo el mundo caía ante los encantos de ese chico. Robar y extorsionar a la gente era muy fácil una vez se les pillaba infraganti con aquel chiquillo que les seducía sin pensarlo. Era muy distinto a estar dentro de la organización, nadie en su sano juicio le tocaría, era propiedad de Pain, hijo del mayor mafioso de todos los tiempos. Tocar algo suyo suponía una muerte lenta y tortuosa.


En la habitación, Pain se deleitaba desde su silla viendo cómo aquel perfecto cuerpo subía y bajaba encima de él dándole placer. Sus manos recorrían el pecho de ese extraño chico rubio de cautivadora mirada. Era tan raro encontrar chicos con su apariencia, simplemente un extranjero aquí en Japón, un chico solitario al que sacó de un orfanato y al que le vio el beneficio para seducir a cualquier magnate que a él le interesase. Le había entrenado desde pequeño y ya era completamente suyo. Deidara sólo conocía una vida, la vida al lado de Pain.


Los jadeos de Deidara siempre habían sido intensos, excitaban demasiado a Pain. Todo comenzó como un simple entrenamiento, sólo deseaba que ese chico fuera la puta perfecta para poder extorsionar a los magnates cuando les pillasen acostándose con él. Lo había diseñado perfecto. Ahora seguía siendo esa puta perfecta pero también un gran perro obediente a su dueño.


Pain tomó con fuerza el largo cabello rubio de Deidara tirando de él hacia atrás para hundir sus labios en aquel delicado cuello besándolo con pasión. Había convertido a ese chico en algo perfecto, en el más fiel en su organización y nadie se atrevería a tocarle. Un chico descarado, osado, demasiado inteligente pero también... demasiado obediente a su auténtico dueño. Pain sabía que ese chico jamás se marcharía de su lado, así le había educado.


Deidara movió sus caderas con aquella elegancia que Pain sólo en él había visto y sonrió al ver cómo su dueño contraía el rostro tratando de no sucumbir a aquel placer. Pain sonrió al ver la sonrisa de Deidara, siempre era un chico confiado, sabía lo que quería y no paraba hasta conseguirlo.


- ¿Cuánto vas a esperar para correrte? - susurró Deidara en su oído con una gran sonrisa prepotente.


- No seas tan creído, Dei - le dijo Pain - Aún puedo aguantar.


- No por mucho tiempo - le mordió Deidara en la oreja - no podrás resistirte mucho tiempo a mí.


- Me encanta cuando me retas - le sonrió Pain - por eso eres mi preferido.


- No es cierto - sonrió Deidara - Sólo soy tu preferido porque hago cualquier guarrada que me pidas sin hacer preguntas.


- Sí, eres el más complaciente de todos. Pero te encanta ser el favorito.


- Tú siempre me protegerás.


- Por supuesto. Nadie aquí te tocará excepto yo.


- Y tus futuras extorsiones.


- Bueno... esos pobres infelices sólo te tendrán una vez en su ridícula vida. Todos acaban sucumbiendo ante ti y facilitas mucho mi trabajo.


- Eso espero.


Pain no aguantó más al ver aquella traviesa sonrisa de Deidara para apoderarse de su boca. Su lengua entró con gran impaciencia recorriendo sin compasión cada rincón de aquella sensual boca a la que tan bien había domesticado. Todo se lo había enseñado él. Era el arma perfecta de la seducción, nadie podría resistirse a ese chico cuando estaba trabajando. Pain cogió bajó sus manos del cabello de Deidara soltándole finalmente, para llevarlas hasta sus muslos. Agarró con fuerza aquellas tersas piernas y las separó un poco más empujando su cadera hacia dentro para introducirse aún más en ese chico que ahogaba aquellos gemidos en su boca.


- N-no... - susurró Deidara sin poder ni empezar la frase.


- Aguanta un poco más - le dijo Pain con voz entrecortada - Casi estoy. Es lo que buscabas, ¿cierto?


- Sí - le dijo Deidara sonrojado intentando aguantar sus ganas de eyacular.


- Dei... aprieta esos músculos internos, quiero más presión.


- No puedo - le dijo Deidara.


- Sí puedes. Venga, te he enseñado bien. Aprieta un poco.


Deidara hizo algo de presión tratando de contraer sus músculos cuando escuchó a Pain gemir con fuerza sintiendo aquella presión, corriéndose en su interior sin poder controlarlo más mientras Deidara se dejaba llevar también. Pain sonriendo, cogió con sus manos el cuello de Deidara apretándolo ligeramente con posesión y atrayéndole hacia él le besó con lujuria.


- Eres perfecto - le susurró sacando los colores de Deidara. Aquellas palabras eran suficientes para él.


Pain tocó el cabello de Deidara dejando que aquellos hilos dorados corrieran e hicieran cosquillas entre sus dedos sonriendo con dulzura. Quizá fuera el jefe de la mafia, quizá sólo utilizase a ese chiquillo de apenas diecisiete años para sus juegos personales y sus objetivos pero en el fondo, adoraba a ese chico. Había sido su mayor logro en todo este tiempo.


- Tengo un encargo para ti - comentó - Es un empresario de gran prestigio, controla grandes empresas de informática y quiero el acceso a sus códigos.


- Y quieres que le seduzca - comentó Deidara sonriendo - Eso es demasiado fácil.


- Lo sé - le sonrió Pain - Quiero que vayas a su hotel y lo seduzcas. Llévatelo a una habitación y cuando estés en plena faena, sólo tendremos que sorprenderle y chantajearle con sacar esas comprometidas fotografías. Asustado por la repercusión social y por los efectos en su esposa, seguro que acepta cualquier trato conmigo. Me dará esos códigos.


- De acuerdo.


- Confío en ti, Deidara.


- Siempre puedes confiar en mí.


Aquella noche, Deidara se preparó en su lujoso cuarto para ir a interceptar a su víctima. Le habían explicado todo sobre aquel hombre, lo que le gustaba, cómo llamar su atención y a qué se dedicaba. Había preparado todo su plan de seducción hasta el mínimo detalle y aunque él siempre decía que todo aquello era trabajo, en realidad, antes de seducir a un cliente, en la soledad de su habitación, no podía dejar de mirarse al espejo y preguntarse quién era realmente él. Pain lo había modelado a su gusto durante años, sólo era un crío cuando lo recogieron de la calle, de la más terrible de las miserias. Sin Pain habría muerto de frío, sólo como quien abandona a un perro sabiendo que no sobrevivirá por sí mismo. Le debía todo a ese hombre y no estaba dispuesto a fallarle así tuviera que acostarse con todo Japón para contentarle en sus negocios.


- ¿Estás listo? – preguntó Pain entrando por su habitación tras tocar con los nudillos un par de veces.


- Sí – sonrió Deidara.


- Te dejaremos en la entrada del hotel. El cliente suele tomarse una copa en el bar del hotel antes de irse a su habitación, abórdale y sedúcele, seguramente querrá compañía para esta noche. Una vez lo tengas ocupado, nosotros entraremos y sacaremos las fotografías que necesitamos para hacerle el chantaje.


- De acuerdo.


Pain salió de la habitación de Deidara y se dirigió sin demora hacia el vehículo. El rubio le siguió de cerca, observando cómo el chófer le abría la puerta a su líder y dejaba la puerta todavía abierta indicándole al joven que subiera también. Durante el camino al gran hotel, Pain y su guardaespaldas estuvieron poniendo al corriente a Deidara sobre la información del cliente. Para Deidara, no hubo mucho misterio, pocos hombres se habían resistido a sus encantos y ése no sería la excepción. Le habían enseñado bien a seducir, a ser todo lo que aquellos clientes buscaban en él, a fingir, mentir y manipular como nadie.


La limusina negra se detuvo frente al gran hotel de cinco estrellas. Los elegantes vehículos se detenían unos segundos, permitiendo al hombre de la entrada abrirles las puertas a la gente poderosa que bajaba para ir a la gran celebración de aquella noche. Ellos no fueron una excepción. Cuando la puerta se abrió, bajó primero el guardaespaldas seguido por Pain y tras ellos, el joven Deidara.


Entraron juntos, pero una vez allí, Pain le indicó con la mirada a Deidara que fuera en busca de su víctima. Caminó por el salón mezclándose entre los importantes presentes, sonriendo y saludando a gente conocida que fingían saber quién era él, pese a que nadie le conocía. A veces esa alta sociedad le parecía demasiado frívola y falsa, pero él tenía un objetivo.


Se acercó sin tapujos al hombre de elegante traje que hablaba de pie con otro empresario sosteniendo una copa de vino y riendo con las tontas y poco graciosas bromas del hombre frente a él. Deidara se acercó hacia ellos y chocó sin querer contra el hombre que le interesaba disculpándose enseguida al ver que el líquido de la copa se derramaba sobre su elegante chaqueta de Armani.


- Oh, cuánto lo siento. Mil disculpas – comentó Deidara intentando limpiar al hombre aunque cuando levantó la vista, sonrió con dulzura e inocencia sonrojando al empresario - ¿Señor Yamamoto? – preguntó Deidara – pero si es usted. ¡Dios mío! No le veía desde… aquella reunión en Nueva York, ¿la recuerda? Fue usted todo un galán y su discurso… una maravilla.


El hombre se quedó atónito. No reconocía al chico pero estaba claro que ese chico sí le reconocía a él. Fingió conocerle y Deidara supo enseguida que había caído en su trampa. Desde luego, debía ser mucho más entretenida la presencia de un jovencito como Deidara a la de ese hombre mayor que le gastaba absurdas bromas. Lo supo en el momento en que decidió apartar a Deidara del resto de los presentes y se disculpaba para ponerse al día con él sobre aquella conferencia, a la que por supuesto… Deidara no había asistido, pero se había informado para poder apartar a ese hombre del resto.


Ambos hablaron muy amenamente en la barra del bar, bebiendo un par de copas del mejor champán y bromeando. Deidara era de risa fácil, fingida... por supuesto, pero así se ganaba la confianza de sus víctimas. Se mostraba interesado en todos los temas que hablaban hasta que al final… Deidara o el mismo cliente exigían ir a un lugar más personal y privado, la habitación. No había que ser muy inteligente para ver las segundas intenciones.


Ya en el pasillo, el gran empresario atrapó los seductores labios de Deidara mientras le empujaba hacia la pared. Deidara correspondió el beso con pasión, como siempre hacía, esperando que en poco tiempo entrasen sus compañeros a arruinarle la reputación a aquel hombre, a chantajearle.


El empresario abrió la puerta con rapidez entrando en ella, pero Deidara, colocando ágilmente el pie, impidió que la puerta se cerrase por completo para que sus compañeros pudieran entrar.


Cayeron en la cama entre risas, besándose con pasión mientras Deidara acariciaba la nuca de aquel hombre que le superaba en edad, enredando sus dedos en aquel cabello pese a que sus ojos estaban fijos en aquella puerta. No tardaron en llegar sus compañeros, en el momento justo en el que empezaban a desnudarse. Estaban tomando las fotografías que necesitaban, cuando la sirena de la policía sonó por el recinto.


Todos echaron a correr y por supuesto, Deidara no iba a ser menos pero para su desgracia, el mismo empresario fue quien le retuvo y le obligó a quedarse allí hasta que la policía entró en su ayuda, consiguiendo así una detención aquella noche. Lo único que pudo hacer Deidara para defenderse, fue decir que no tenía nada que ver en aquello… y que su intento de huida era por miedo a posibles represalias, puesto que el empresario era un hombre casado. Nada le libró del calabozo aquella noche, pero aún tenía esperanzas de que Pain y los suyos acudieran a ayudarle.


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