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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holiiiiiiiiiiiii x3 

Gente, no saben cuánto agradezco la paciencia santa que han tenido con el fic... las actualizaciones están cada vez irregulares y eso no va a parar hasta diciembre, por lo menos .-. así que sólo pido un poco más de su divina paciencia. 

El capítulo es un poco más largo de lo normal, de hecho, tuve que dividirlo en dos partes o si no terminaría siendo como 35 páginas de word y no quería eso xD La proxima parte llegará lo antes posible (esperemos antes del jueves) 

Por otro lado, disfruten de esta cosa nueva y maravillosa a la que -junto a una amiga- bautizamos como Branneiss

Viudas (y viudos) de Scorvo, no sufran tanto. 

Saludos n.n 

Capítulo 39





   —¿A dónde va, señor? —Un pequeño grupo de cazadores de Scorpion desacelera su paso cuando me ven caminando por el pasillo. El hombre que pregunta parece realmente interesado. 

   —Circulen, circulen, viejas metiches —me burlo y no me detengo a responder el saludo que me dirige. Tengo prisa y ellos también, así que todos seguimos nuestro camino tal y como era antes de encontrarnos. En la esquina hay un hombre de pie que se me queda viendo fijamente, pero yo evito sus ojos oscuros, que parecen tener un poco de sangre inyectada en ellos. Es una tontería, pero parece que quieren lanzarme una maldición. No sé por qué me mira y no me interesa tampoco, sólo sé que tiene una jodida cinta negra atada a su cuello y eso significa problemas. Es un cazador del Escuadrón Cero, el que recientemente vino a tomar la guarida de Scorpion para usarla como base de operaciones. Es por eso que los hombres de Noah y los míos están desalojando el lugar ahora. Pero no todos han sido evacuados.

Aún falta algo. 

Visualizo la puerta de los calabozos. Como imaginé, no hay nadie vigilándola y aun así, siendo tan fácil de forzar, los pobres miserables que están dentro no parecen haber hecho ningún esfuerzo por escapar. Pobres, el miedo debe tenerles paralizados. 

No sé exactamente qué es lo que me motiva a acercarme a la puerta y abrirla, quizás es el hecho de que ahora soy consciente de la verdadera gravedad de la situación. Es ridículo, pero de alguna forma mi última discusión con Wolfang y el descubrir los reales planes de E.L.L.O.S me ha hecho replantearme el valor de la existencia. Esto no es una guerra, es la humanidad siendo amenazada con la extinción. E.L.L.O.S planea aniquilar a la mitad de la población mundial y, joder, esos pobres miserables que están ahí encerrados podrían ser los encargados de evitarlo. 

Ahora, una vida vale mucho más de lo que valía hace algunos meses atrás. 

Poco más de una docena de rostros me ven cuando la puerta se abre, con los ojos muy abiertos; nerviosos y asustados. Tiemblan por el miedo y lloran como unas niñitas. Es una imagen deplorable.  . 

Pero desde el fondo de ese oscuro calabozo, reconozco unos ojos que no me miran tan aterrorizados como deberían, no me miran como los demás, quizás porque saben lo que estoy a punto de hacer. El dueño de esos ojos verdes sabe que no vengo a herir a nadie. 

   —Son libres —digo, mientras me apoyo contra el umbral de la puerta y me cruzo de brazos. El sentimiento es extraño y para nada cómodo; me preparé toda mi vida para atrapar gente, no para dejarla ir. Pero siempre hay una primera vez para todo—. Formen una fila y salgan en silencio, por el pasillo a la derecha hay unas escaleras que llegan a un subterráneo, las puertas estarán abiertas. Cuidado con los corredores. 

Nadie hace nada, todos están quietos. No reaccionan. 

   —¡Fuera! —grito, para despertarlos de cualquiera sea el estado en el que están—. Salgan de aquí o algo peor que Scorpion acabará con ustedes —me hago a un lado cuando veo que los cuerpos comienzan a levantarse y las piernas se mueven; lentamente, aún aturdidas y en fila, justo como se los ordené. Uno a uno pasan a mi lado, sin siquiera levantar la mirada, como un montón de borregos que van directamente hacia el matadero. Pero lo último que busco es que esta gente salga muerta de aquí. 

Lo que les pase después de esto es su responsabilidad. Pero ahora, en este preciso instante en que les estoy dejo libres, mi deuda con todo este desastre ha sido saldada.

   —Cuidado con los corredores —repito—. No sé en qué estado están las jaulas. 

Tan sólo faltan dos personas por salir; uno de ellos es el chico que Scorpion violó hace un par de horas atrás, el mismo que me miró desde el fondo del calabozo y que reconoció mis intenciones. Está destruido, apenas puede caminar y es ayudado por otro chico que está a punto de tomarlo en sus brazos para cargarlo él mismo. 

   —¿Qué son los corredores? —me pregunta cuando ambos pasan a mi lado. 

   —Infectados —le respondo y noto algo, parecido al horror puro, saliendo de los ojos del segundo chico.

   —Vámonos, Steiss —le dice. Pero el chico destrozado camina aún más lento. 

   —¿Para qué tienen infectados aquí? 

   —No sabes lo útiles que pueden llegar a ser —espero a que ambos salgan y cierro la puerta tras de mí, el otro joven asustadizo se impacienta y carga al chico de ojos verdes sobre su espalda para alcanzar al resto. Al parecer en ningún momento pensó en dejarlo atrás—. Tienes un buen amigo ahí —le digo, cuando están a punto de doblar por el pasillo—. Creí que no existían. 

 

 

 

 

Abrí los ojos de golpe. Había sido un sueño. Me senté sobre el suelo metálico en el que estábamos y tragué saliva para traer algo de humedad a mi garganta que estaba seca como un maldito desierto. A mi alrededor, todos mis hombres dormían como unos jodidos bebés y luché contra las ganas de despertarles a gritos. Estaban cansados, habíamos llegado ayer a La Hermandad y los cabrones nos habrían matado si no hubiese sido por la intervención de su líder, al que por alguna suerte extraordinaria que no alcanzaba a comprender, conocía. Él fue un prisionero de Scorpion y yo le ayudé hace algunos años. 

Quizás por eso había soñado con el día en que los liberé. Todo esto había estado dando vueltas en mi cabeza durante la noche anterior. 

Una de las paredes de acero del contenedor de carga en el que estábamos sonó dos veces. Sí, nuestras habitaciones temporales mientras solucionábamos todo este lío eran un par de contenedores que podían albergar al menos unas quince o veinte personas cada uno. No me quejaba, había dormido en lugares peores antes y no estábamos en posición de discutir ni pelear por nada. Quería paz entre La Hermandad y mi gente, sobre todo después de lo ocurrido ayer. Estaba seguro de que podía convencer a Steiss de romper su trato con Cobra y volverlo en su contra. Sabía que la gente de La Hermandad no era precisamente guerrera, pero conocían lo básico en armas y ellos eran muchos. Además, tenían un ejército de infectados a su disposición.

Con ellos de nuestro lado la guerra estaba ganada.  

Empujé la puerta con cuidado; esas cosas hacían demasiado ruido cuando se abrían y algo en el cielo me indicó que aún era demasiado temprano como para despertar a todo el mundo. Cerré mi chaqueta apenas salí. Afuera estaba frío.  

   —¿No prefieres quitarte eso? —tardé en reconocer de dónde venía esa voz. Estábamos en un campo abierto, mis hombres y la gente de Grey no iban a dormir seguros bajo tierra. No, eso era algo que ningún líder podía permitir y este hombre era un líder indiscutible, eso no podía negarlo. Quizás por eso estaba tan seguro de que tenerlo de nuestro lado mejoraría las cosas para nosotros—. Está muy caluroso para una chaqueta de cuero, ¿no? —lo encontré, estaba sentado sobre el techo del segundo contenedor. Bajó de un salto cuando toda mi atención se centró en él y algo extraño ocurrió conmigo cuando le vi en el suelo otra vez. 

Joder, él estaba bueno. 

   —Estoy acostumbrado a lugares más calientes, como esa caja infernal de allá atrás… —dije y di un par de palmadas sobre el armazón metálico. 

   —Lugares calientes… —sonrió y caminó hasta mí—, me gusta eso —me tendió una mano para saludar, un gesto demasiado formal para el contexto en el que estábamos y demasiado anticuado para la situación general del mundo actual—. Conozco un par de lugares calientes que me encantaría mostrarte. 

   —¿Me das la mano y luego me coqueteas? —inquirí.

   —¿Vas a sentirte ofendido? 

   —Me ofendería que pensaras que voy a ofenderme por eso. 

   —Bien… —cortó nuestro saludo y su mano dejó una especie de vacío en mi piel. No me había dado cuenta lo firme y tenso que había sido su agarre hasta que me soltó—. Caminemos un rato, aún no acabamos nuestra conversación de ayer. 

   —¿No es muy temprano para caminar? —dije, medio en burla, y empecé a marchar a su lado. 

   —He oído que ustedes los cazadores hacen fiestas que duran hasta el otro día y se levantan cuando el culo se los ordena —Ni siquiera intentó disimularlo, él estaba a punto de romper en una carcajada. No me extrañó que el resto de las comunidades tuviera esa imagen de nosotros, que, seamos sinceros, tampoco era muy alejada de la realidad—. Pero, por el amor de Dios, son las nueve de la mañana. Es una hora prudente.

   —¿Le llamas una hora prudente a las nueve de la mañana? —le seguí y llegamos a una especie de invernadero; su base era de madera y las murallas y el techo de plástico transparente servían como un toldo que cubría toda la estructura. En el interior había un montón de plantas, aparentemente ordenadas, y dos mujeres con mascarillas trabajaban dentro—. Olvídalo, las nueve de la mañana está bien —dije y no pude evitar sonar asombrado cuando vi que había más gente trabajando al interior de dos invernaderos más que estaban repartidos por lo que antes debió haber sido una calle, que ahora había sido transformada en un verdadero campo de cultivo. Nosotros también teníamos algo parecido; a las afueras de la guarida había algunas plantas, tomates, zanahorias y otras chucherías más, pero esto era muchísimo más grande y organizado—. Joder, ¿cómo hicieron todo esto? 

   —Inventas sistemas más ingeniosos cuando tú eres el cazado, cazador. 

Quizás él tenía razón. A nosotros nunca nos tocó escapar ni defendernos de nadie, nuestra supervivencia siempre se debió a la fuerza y a las armas. Joder, siempre habíamos estado arriba. 

Sólo ahora comenzaba a experimentar lo que significada la caída. Y era jodidamente molesto.  

   —Es increíble —fue todo lo que respondí. 

   —¿Es tan fácil impresionar al cazador? —se burló.

   —Hay pocas cosas que me impresionan… —respondí—. Supongo que un montón de plantas comestibles es una de ellas. 

   —¿Quieres entrar a uno? —preguntó y apuntó hacia el invernadero donde trabajaban las dos mujeres—. Te sorprenderán las cosas que encontrarás ahí. 

Me encogí de hombros. 

   —Bien. ¿Qué más se puede hacer a las nueve de la mañana? 

   —Muchas cosas se pueden hacer a las nueve, cazador.  

   —Deja de llamarme cazador. 

   —¿Cómo te llamo, entonces? —preguntó, mientras abría la puerta y la sostenía, dejándome el camino libre para entrar. Ese gesto me molestó; yo no era una puta señorita que necesitaba muestras de caballerosidad. Mis labios picaron por soltarle una grosería, una maldición, una ofensa lo suficientemente burda como para dejarle en claro que ya me había dado cuenta del jueguito que jugaba. Pero no lo hice y sólo entré al invernadero. 

Dos podíamos jugar ese juego. 

   —Sólo llámame Branwen. Tú dijiste que ese nombre me quedaba bien. 

   —Perfecto… —corrigió mientras cerraba la puerta y sus ojos me recorrían de arriba abajo con una lentitud inquietante—. Perfecto es mucho más que bien.

   —¿Estás coqueteándome otra vez? 

   —¿Mi cabeza correría peligro si fuese así?

   —Seguramente. 

   —Entonces no, no estoy coqueteándote —rió y tomó un pequeño macetero en sus manos y lo levantó para inspeccionarlo—. Buenos días, señoras —saludó a las mujeres que trabajaban y ellas contestaron con un animado saludo al unísono:  

   —Buenos días, Steiss… —Y los tres comenzaron una conversación a la cual no me pude mantener lo suficientemente atento. Estaba demasiado ensimismado mirando todo lo que tenían ahí. Muchas de las plantas que tenían no las veía hace siglos; laurel, patatas, lechugas de colores e incluso había algunos lirios. Pero hubo una planta que llamó toda mi atención; era grande, muy alta, incluso más alta que yo, y era horrible. Parecía una especie de maíz gigante con sus hojas que apenas comenzaban a abrirse y que por dentro parecían pintarse de un color rojizo. Jamás había visto algo como eso. Esa planta, que estaba sola en un rincón del invernadero, como si la hubiesen apartado a propósito del resto, estaba lejos de ser normal. Caminé hasta ella y algo me revolvió el estómago cuando tuve la estúpida idea de acercar mi nariz a sus hojas para ver qué tenía en su interior. 

   —¡Joder! —gruñí y me cubrí la nariz con el antebrazo para alejarme—. ¿Qué demonios es esta cosa? —Esa planta olía como a…

   —Cuidado —Steiss se acercó rápidamente y me alejó aún más de la planta—. Es un aro gigante —inspeccionó esa cosa, que parecía salida del infierno, para asegurarse que yo no le había hecho nada—. También la llaman flor cadáver, ¿quieres adivinar por qué? 

   —No tengo idea, pero huele como un jodido zombie —contesté... y entonces lo entendí. 

   —Exacto —Steiss ni siquiera hizo una mueca cuando se acercó a ella. Imaginé que debía estar acostumbrado al olor de la muerte—. Estaba aquí cuando llegamos, alguien la estaba cultivando antes del Desastre. ¿Y sabes cuánto tardan en florecer estas bellezas? 

   —¿Bellezas? —reí. No estaba de acuerdo con eso. 

   —Entre diez y quince años —Él ignoró mi sarcasmo—. Si tenemos suerte, ésta florecerá hoy. Son más hermosas cuando florecen. 

   —Hermosas o no, nadie se le acercará mientras suelte ese olor a podrido. 

   —La flor desprende ese olor justamente para atraer a moscas y abejas que puedan polinizarla. Será más fuerte cuando haya florecido por completo —Sus dedos recorrieron una de las hojas que estaban a punto de abrirse—. La naturaleza hace funcionar las cosas de maneras muy extrañas. 

   —¿Aún no termina de florecer? Esa cosa nos matará a todos.

El rió, una carcajada auténtica y algo infantil, casi adorable. 

   —No seas escandaloso, el olor no llegará a tu contenedor —pasó por mi lado y tomó una planta que estaba en uno de los mesones. La reconocí inmediatamente—. De seguro te gustará oler esto después de tu encuentro con la señorita Cadáver —arrancó con cuidado una hoja y la pasó cerca de mi nariz. El olor dulce y penetrante, con toques de madera y tierra, me inundó todo los sentidos. Sonreí. 

   —No puedo creerlo. 

   —¿No puedes creer que no se te haya ocurrido antes? —rió y volvió a la planta para cortarla un poco más. Molió las hojas un poco entre sus manos y sacó un pape de su bolsillo con el que envolvió el molido—. Bien, salgamos de aquí —caminó hasta la puerta pero yo me adelanté para sujetarla y dejarle pasar. 

Dos podíamos jugar este juego. 

   —Entrez, monsieur!—dije.

   —¡Ah! El cazador también conoce el idioma del amor… —canturreó cuando pasó por mi lado—. Merci. 

   —Sólo un poco. 

   —¿Dónde aprendiste? —preguntó y, por alguna razón, no supe cómo responder esa pregunta. Sabía algunas frases en francés gracias a Scorpion. Algunas veces hablaba o maldecía en su lengua materna. Con el paso de los años había memorizado algunas palabras y su significado. 

Pero algo me dijo que no debía mencionar a Scorpion frente a este hombre. 

  —Noah, un amigo francés —fue todo lo que dije. De todas formas Steiss nunca sabría su verdadero nombre. Para él y para todos él era sólo Scorpion. 

Era sólo Scorpion para mí ahora. 

   —Hoy recordé el día en que los liberé de la guarida… —continué, para cambiar de tema—. Ese día estabas con un chico, ¿qué tal está él? 

   —¿Brent? —Él sonrió—. No lo he ido a ver en algún tiempo. 

   —Creí que vivía aquí contigo. 

   —Claro que sí, pero he estado algo ocupado.  

   —Te dije que cuidaras a ese amigo. 

  —Lo sé, capitán —bromeó—. Eso es justamente lo que hago —A medida que atravesábamos el campo de cultivo, más gente se iba sumando a las labores diarias. Estas personas se despertaban realmente temprano—. Más tarde le haré una visita. 

Me reí. En realidad no esperaba que él respondiera a mis burlas. 

Dejamos la superficie y otra vez me encontré frente a las rejas que antes fueron el acceso a la línea del metro, sólo que ahora no estaba atado de manos y no había un fusil apuntando directamente hacia mi nuca. La reja estaba abierta, hombres salían y entraban al lugar. Por lo que había visto, arriba se centraba la actividad; los cultivos, los trabajos y seguramente la recolección de todo lo que esta gente necesitaba para sobrevivir. No había visto la iglesia. Sabía que su campo de concentración de muertos debía estar cerca, pero el cambio brutal que habían sufrido estas calles a manos de esta gente que la había amoldado a su propio gusto me tenía algo desorientado. La última vez que pisé este lugar fue hace muchos años, cuando no pertenecía a nadie. Ahora era un jodido asentamiento y uno muy organizado. 

   —Adelante —me dijo. Esta vez no se quedó a sujetar la puerta. 

El andén, la línea y toda la estación también habían sido modificadas a gusto, tanto que casi no dejaba pista de lo que todo este lugar fue antes. 

   —¿Te parece una segunda ronda de ron? ¿O es demasiado temprano para eso? 

   —¿Quién dijo que las nueve de la mañana era temprano? —reí, mientras nos adentrábamos por un pasillo. En realidad no tenía ganas de beber, pero las cosas iban bien, demasiado bien, mucho mejor de lo que pude haber imaginado. Hablaría con Steiss ahora, le contaría lo que Cobra le ha estado haciendo a su hermano y pondría a este hombre de mi lado. No sería complicado, ahora lo veía mucho más fácil que antes. Al parecer, la suerte me sonreía esta vez. 

Estornudé. Fue algo inevitable. 

   —Salud —dijo Steiss. Estornudé otra vez y él rió—. ¿Estás bien? 

El olor a desinfectante, el maldito y picante hedor a limpieza me inundó la nariz; flores químicas y un aroma cítrico tan falso como las intenciones que tenía de beberme una botella de ron en ese momento. Volví a estornudar. 

   —Creí que algo tan demoniaco como los productos de limpieza habían desaparecido durante el apocalipsis. 

Steiss rió más fuerte. 

   —¿Alérgico? 

Apreté el puente de mi nariz, en un desesperado intento por detener la inflamación que empecé a sentir al interior.

   —Mierda, sí. 

   —Lo lamento. Me gusta mantener limpio este lugar. 

   —Sí… —estornudé otra vez. Él intentó contener sus carcajadas, pero al parecer no era muy bueno disimulando—. Lo noté. 

Entró a su despacho y yo le seguí. Cerré la puerta con una especie de desesperación que presionaba las paredes de mi garganta. El olor y los estornudos desaparecieron en cuanto entramos ahí. El despacho de Steiss era neutro, no olía a nada. Eso me relajó. 

   —Este lugar está libre de esa cosa diabólica que yo llamo desinfectantes… —se burló y me lanzó un pañuelo que atrapé en el aire y llevé inmediatamente a mi nariz—. Brent también decía ser alérgico a los productos de limpieza, pero nunca le creí.

   —Pues esa alergia existe —Mi voz se oyó divertida por culpa del pañuelo en mi nariz—. Y creí que no la tendría nunca más. 

   —Pues aquí estamos —dijo, mientras se sentaba frente a su su escritorio y servía sólo un sólo vaso de ron—. Tú sufres una vez más y yo compruebo en lo que no creía... —dudó un segundo—. Supongo que no vas a querer ron. 

   —No, paso. Gracias. 

   —Bien… —Le dio un sorbo a su vaso y carraspeó un poco la garganta—. Ahora sí me dirás qué es lo que pretendían antes de que los atrapáramos —dejé el pañuelo en mi bolsillo y caminé hasta la silla que estaba frente a su escritorio, la tomé y la giré para sentarme. Apoyé los brazos en el respaldo. Él me miró de arriba abajo e hizo un gesto de aprobación—. ¿Entonces? 

   —Queríamos atacar a Cobra… —comencé y mis ojos se quedaron fijos mirando cómo él mordía el borde del vaso, en un gesto inconsciente del que no parecía darse cuenta. Sabía que debía mantenerme concentrado en nuestra conversación, pero maldición, su boca era sexy—. Hace cinco años, ayudamos a un grupo de sobrevivientes a explotar la base de E.L.L.O.S y Cobra estaba en contra nuestra…

   —Como ya debes saber, nosotros le pedimos ayuda a Cobra para invadir a Scorpion —interrumpió y mi concentración volvió cuando le oí decir eso. Mi sentido de alerta se disparó por las nubes. 

   —¿Es por lo de su iglesia? —interrogué. 

   —Algo así. Cobra también dijo tener ganas de destrozarlo… —le dio otro sorbo a su vaso—. No te ofendas, Branwen, pero Scorpion ha estado en la cima por mucho tiempo y sabes que un bastardo como él no merece nada de lo que tiene… —me miró directamente, como si quisiese leer mis pensamiento, como si estuviera analizando mis movimientos y mis reacciones. Pero yo no hice nada que levantara sus sospechas—. Mi único problema durante todo este tiempo ha sido que tú trabajabas con él, pero ahora… 

   —Olvídate de Scorpion —interrumpí yo esta vez—. Hay algo que necesitas saber. —Él detuvo el vaso en sus labios antes de dar otro sorbo. Otra vez mordió el borde.

   —¿Qué? 

   —Hace cinco años, después de asaltar la base de E.L.L.O.S, Cobra hizo un trato de paz con Scorpion y éste lo dejó ir. 

   —¿Scorpion había atrapado a Cobra? 

   —No importa cómo pasó, lo importante es que el hombre con el que hiciste el acuerdo es un monstruo. ¿Sabías que tiene secuestrado a su propio hermano? 

   —¿Q-Qué? 

   —¿Sabías que fue un hombre de Cobra el que me contó todo esto? El pobre parecía desesperado… —mentí. El hombre de Cobra que habíamos capturado parecía estar muy seguro de que le ayudaríamos, pero debía agregarle más dramatismo al asunto para ganarme completamente a Steiss—. Durante cinco años, Cobra ha estado torturando y violando a su propio hermano. 

La mano de Steiss presionó con tanta fuerza el vaso que creí iba a romperlo. Bingo, esa es la reacción que necesitaba. 

   —Si mi gente y yo nos enfrentamos a ustedes fue sólo porque sabíamos que no podíamos llegar a Cobra sin pasar por La Hermandad... —estiré mi brazo para arrebatarle el vaso de las manos y bebí un poco del ron que contenía. Necesitaba llevarme algo a la garganta aunque fuese alcohol—. Pero te encontré. Y pienso que quizás no sea necesario matarnos entre nosotros. 

   —¿Es verdad todo lo que me has dicho? 

   —Lo juro, Steiss… —sostuve mi mirada en la suya y me levanté de la silla y apoyé ambas manos sobre la mesa—. Hace cinco años, le prometí a ese grupo de sobrevivientes que encontraría a Steve, el hermano de Cobra. Sólo ahora me enteré de que Cobra logró escapar y que ha torturado a su hermano todos estos años. 

   —¿Estás haciendo esto sólo para salvar a un hombre? —se levantó de su silla y rodeó el escritorio para llegar a mi lado.  

   —Joder, sí. Fue una promesa. Y tú puedes ayudarme a cumplirla. 

   —Cazador… —tuve una especie de escalofrío cuando tocó mi rostro para acariciarlo y puso una mano en mi cintura—. Eres increíble. 

   —¿Qué estás haciendo, Steiss? 

   —No tengo miedo a perder la cabeza —me levantó por las caderas y caí sentado sobre la mesa. Abrió mis piernas para posicionarse entre ellas y enredar sus brazos en mi cuello. Sus dedos acariciaron mi nuca, su boca se acercó a la mía y su respiración golpeó sobre mis labios. 

No se sintió tan mal. 

Tomé sus hombros para atraerlo hacia mí y besarlo. Algo hizo que nos detuviéramos. Unos pasos, en el pasillo. 

Nos separamos. 

Alguien tocó la puerta. 

   —¿Estás aquí, Steiss? 

   —No hemos terminado, cazador —susurró él. 

   —Estoy seguro de eso —bromeé yo también. Era parte del juego. 

Steiss abrió la puerta y un hombre apareció frente a él. Por la cara que tenía, supe que traía noticias importantes. 

   —¿Qué ocurre? 

   —Tenemos un foco de infectados que avanza en nuestra dirección. ¿Quieres que vayamos por algunos? —El hombre habló fuerte y claro, pero yo entendí la mitad de lo que dijo. Infectados e ir por ellos, dos conceptos que no debían estar juntos en una misma oración. 

   —Iremos nosotros —dijo Steiss y me miró para guiñarme un ojo. 

   —Está bien. Prepararé algunas armas entonces… —El hombre salió. 

   —¿Ir hacia un foco de infectados? —repetí e intenté procesar lo que él había dicho. Una cosa era que a esta gente le gustara coleccionar muertos, «guardar» a sus familiares convertidos en una maldita iglesia y usarlos como armas si era necesario. Pero, ¿en serio quería ir a meterse en una horda de infectados fuera de su refugio?—. ¿Ustedes cazan zombies? 

   —Algo así —me sonrió—. ¿Acaso tienes miedo? 

   —¿Miedo? —negué con la cabeza—. Claro que no, pero esto es una locura.

   —Mira quién viene a hablar de locura… —se burló—. “Loco”  es poco para definir las maniobras que algunas personas te han visto hacer… —caminó hasta la puerta y me hizo un gesto para que saliera. Le seguí por el pasillo, no sabía a dónde nos dirigíamos ahora pero me dejé llevar—. Sé que sólo son rumores, pero algo me dice que la mayoría de las cosas que dicen sobre ti son ciertas. 

   —¿Qué dicen sobre mí? 

   —Bueno, una vez oí que caíste de un techo de vidrio para irrumpir en la guarida de otro cazador. 

   —Cazadora —corregí—. Sí, esa mujer y su escuadrón eran diabólicas —estornudé al terminar la frase.

   —De seguro no tan diabólicas como mis productos de limpieza —se rió, descaradamente—. Lo siento, suenas como un gatito cuando haces eso. 

   —¿Un… gatito? —gruñí. 

   —¿Acaso los gatos no caen de pie desde los techos? —continuó burlándose—. Miau. 

   —No me jodas… —estornudé otra vez y él rió más fuerte—. Demonios. 

   —Ya, ya… —Otra vez estábamos frente al portón de acceso a la estación, y agradecí el haber caminado tan rápido. Afuera, el maldito olor a desinfectante no iba a torturarme—. Ya llegamos —salimos y apreté los ojos. El sol comenzaba a golpear con fuerza—. Será divertido, no te preocupes —dijo, mientras pasábamos rápidamente por los invernaderos. Él parecía tener prisa—. Y lo haremos rápido, quiero estar ahí cuando la flor cadáver florezca por completo. 

   —¿Quieres estar ahí cuando esa cosa se pudra? 

   —Por supuesto que sí —rió—. Si llegas a pasar más tiempo aquí después de que todo esto termine… —dijo, y por un momento pareció titubear en sus palabras—. Digo, suponiendo que te ayudaré con Cobra y que luego de acabar con él nuestras comunidades podrán estar en paz... de seguro aprenderás a amar todas las plantas que tenemos aquí. 

   —¿Vas a ayudarnos con Cobra? 

   —Aún no lo decido, pero supongo que sí. Lo único que sé es que no ayudaremos a ése imbécil. No después de lo que me has dicho —se detuvo cuando llegamos otra vez al punto donde nos habíamos encontrado esa mañana, frente a los contenedores—. ¿Seguro que no quieres quitarte esa chaqueta? —rió—. El sol parece querer darte una patada en el culo. 

Suspiré. 

   —Tienes razón —me la quité y la cargué sobre un brazo. Él se me quedó mirando—. ¿Qué? 

   —E-Esas marcas…—hizo el ademán de acercarse, pero su mano se detuvo a pocos centímetros de uno de mis brazos—. Demonios, ¿qué ocurrió contigo? 

   —Marcas de guerra —dije y me encogí de hombros para restarle importancia—. No es como que hayan dolido. 

   —Yo no le llamaría a esto marcas de guerra… —hundió uno de sus dedos en mi cuello—. Branwen… ¿acaso…? 

   —¿Para qué estamos aquí? —interrumpí. Mi adicción al dolor y las heridas que este provocaba no era algo que le pudiese explicar simplemente a una persona como él. Prefería dejar ese tema en secreto. En el fondo, muy en el fondo sabía que era una locura y que para la mayoría del mundo era incorrecto. Y me importaba una mierda, pero en estos momentos no quería tener tropezones morales con el resto del mundo. En estos momentos, ese resto del mundo era él. 

   —Claro… —caminó hasta el contenedor donde dormía la gente de Ethan y, sin ninguna suavidad, golpeó la puerta varias veces—. ¡Despierten ya, dormilones! ¡Necesito a cuatro de ustedes conmigo ahora! —volvió a golpear cuando no escuchó respuesta—. ¡Ahora, dije! 

«Vaya, él puede ser un hijo de puta cuando quiere», pensé.

La puerta se abrió con un sonido metálico y chillón y un adormecido pelirrojo salió al exterior, con el cabello hecho un desastre y unas ojeras que casi le bordeaban las mejillas. 

   —Mierda, algunos no durmieron bien, al parecer —me burlé. Steiss sonrió. 

El pelirrojo se quedó mirando a Steiss por algunos segundos, como si el rostro de ese chico lo confundiera. Luego, me miró a mí, en búsqueda de las respuestas a las preguntas que seguramente se habían formado en su cabeza. Pero no había tiempo para explicar nada, ni siquiera yo sabía muy bien qué ocurría aquí. Sólo sabía que, si le seguíamos la corriente a Steiss, las cosas terminarían bien para nosotros. 

   —Pelirrojo… —comencé. 

   —Terence…  —me interrumpió él—. Mi nombre es Terence, podrías comenzar a llamarme así. 

   —Terence… —Steiss aclaró la garganta—. Necesito que cuatro de ustedes me acompañen a… una actividad. 

   —¿Una actividad? —Terence sacudió su cabello e intentó peinarlo con sus manos—. ¿Por qué deberíamos…? 

   —No les queda de otra, ¿no? —interrumpió el castaño. El pelirrojo me miró, como si buscara mi aprobación y yo asentí con la cabeza. 

   —Iremos… —Reed se asomó por la espalda de Terence y salió del contenedor segundos después—. Claro que iremos… —Él y yo cruzamos una mirada. Este niño era listo y astuto. Captó toda la situación ayer, cuando Steiss mató al supuesto violador que estaba entre su gente y estoy seguro de que, de alguna forma, había captado mis intenciones con el líder de La Hermandad también. Sabía que yo querría ponerlo de nuestro lado, y también sabía que él era necesario. Joder, por eso este chico me caía bien—. Sólo dinos en cuánto partimos.  

   —Cinco minutos —sentenció Steiss y yo mismo me sorprendí. Él no mintió cuando dijo que quería hacer esto rápido—. Así que échenlo a la suerte o no sé, pero decidan quiénes irán. 

   —Nosotros iremos… —dijo Terence en un bostezo.

   —Yo también iré… —Aiden salió. Steiss y él cruzaron una mirada y por un momento adiviné lo que se quisieron decirse el uno al otro. 

Mierda, claro que ellos sí se parecían. Sus rasgos eran semejantes y el color de cabello y ojos era prácticamente iguales. Pero tampoco era para tanto, yo lograba ver claramente las grandes diferencias que tenían; ellos miraban distinto, caminaban distinto e incluso sus posturas corporales eran diferentes. 

Quizás, lo único que ellos tenían verdaderamente en común era que el mismo hombre los había violado. 

Penosa coincidencia.

   —No, tú no —lo que dijo Steiss se escuchó como una orden—. Tú eres el novio del hombre que aún tenemos en los calabozos, ¿no? —preguntó y Aiden asintió con la cabeza—. Sí…, yo… siento que mi gente lo haya empujado hasta ese punto. No habíamos visto infectados que pudieran controlarse desde el Escuadrón Cero. Todo esto es más fascinante para nosotros de lo que crees. Quiero que te quedes aquí y cuides de él en el caso de que vuelva a salirse de control. De seguro conoces alguna forma de cómo calmarlo. 

   —Pero… —Aiden no parecía muy convencido. 

   —Además, quiero asegurarme de que estarás con vida cuando vuelva. Hay mucho que quiero preguntarte sobre ese hombre —Aiden levantó una ceja y Steiss pareció molestarse con ese gesto—. ¿O acaso prefieres que lo lance a luchar con un grupo de mis infectados para comprobar cuánta fuerza tiene? 

   —¿¡Estás loco!? —Aiden enfureció—. ¿¡Piensas matarlo!? 

   —Claro que no quiero matarlo, y tú tampoco. A sí que sólo hazme caso y quédate aquí. 

   —Está bien…está bien —Otro de los chicos asomó su cabeza por sobre el hombro de Reed y levantó la mano infantilmente—. Si a nadie le molesta, puedo ir yo también, pero basta de peleas, Aiden. No quiero que nos terminen matando a todos. 

   —¿Oliver? ¿Estás seguro? —Reed no parecía muy feliz de que ese chico los acompañara—. No tienes que… 

   —Es mi decisión, Reed. 

   —Bien —murmuró Steiss—. ¿Dónde está el otro? —El hermano de Ethan salió y no dijo nada, sólo se quedó de pie junto a los otros tres—. ¿Gemelos? —Steiss le miró de arriba abajo, algo sorprendido. 

   —Sí. 

   —¿Tú también estás infectado? 

   —No lo estoy. Soy tan normal como tú.   

   —¡Steiss! —El mismo hombre que nos había interrumpido en el despacho llegó corriendo junto a otros seis. Traían mochilas, algunas armas y unas lanzas extrañas que inspeccioné rápidamente; eran unas especies de bidentes, básicamente unas lanzas con dos puntas unidas por una clase de alambre que se veía duro. Desde la distancia en la que estaba, pude suponer que un cuello entraba perfectamente en el espacio que generaba la unión entre las puntas y ese alambre. 

  —Bien…., voy a creerte —Steiss comenzó a caminar hacia sus hombres—. Acompáñenme todos —ordenó. Me adelanté y troté para alcanzarlo antes que el resto. 

   —¿No quieres llevar a algunos de mis hombres también? —pregunté en un susurro para que los demás no me escucharan. No podía decir que confiaba completamente en la gente de Ethan, ellos siempre acababan metidos en problemas—. De seguro serán útiles. 

   —Claro que tu gente será más útil que los que están atrás… —respondió él—. Por eso mismo no los arrastraré junto a nosotros ahora. Verás, acostumbramos a hacer esto, pero de vez en cuando las personas son mordidas. Yo o alguno de ellos podría ser atacado hoy… —dijo, y su dedo pulgar apuntó a Reed y a sus amigos. Entonces, sus ojos verdes me recorrieron de arriba abajo, con lentitud, y la lujuria que soltó esa mirada hizo que una erección tirara de mi pantalón—. Tú pareces escurridizo. De seguro has burlado a la muerte más de una vez. Y por eso, si es que no logro volver siendo yo mismo, me gustaría que les informaras a mi gente a quién quiero al poder después de transformarme —terminó y su voz ni siquiera tembló ante la idea de que él pudiese convertirse en un jodido zombie. 

Este hombre no le temía a la muerte, en ninguna de sus formas. Y eso me gustaba. 

   —No van a morderte a ti ni a ninguno de nosotros. Y no vas a convertirte… —dije, mientras me mordía los labios para contener una sonrisa inevitable, de esas que se forman al saber algo que el resto desconoce. Yo tenía la seguridad de que todos volveríamos vivos de a dónde diablos fuera que nos dirigíamos: A nuestras espaldas, la jodida cura a este virus maldito caminaba con pasos torpes e inseguros. Pero no podía decírselo a Steiss, aún no confiaba en él y, si él llegaba a enterarse del secreto que Reed guardaba, seguramente todo cambiaría—. De todas formas… —continué, para no delatarme a mí mismo—. ¿A quién quieres dejar al mando en caso de que…? 

   —Greco, el tipo del ron —sonrió y su vista volvió delante, sobre sus hombres que nos esperaban metros más allá—. Quizás a mi gente les moleste en un comienzo, porque el hombre llegó hace muy poco aquí… pero sé reconocer a alguien de valor cuando lo veo —me estudió otra vez en una mirada rápida—. Sé que es el único que tendrá cabeza fría suficiente para asumir el poder sin que todo por lo que tanto hemos trabajado se derrumbe como una torre de Jenga. 

   —Comprendo —fue todo lo que dije. Ya habíamos llegado junto a los demás. 

   —Bien… —Steiss esperó a que cada uno de nosotros recibiera una mochila, un cuchillo y una de esas lanzas extrañas. Cuando tomé la mía entendí inmediatamente su utilidad. Esas mierdas servían para amarrar zombies.

«Mierda. Esta gente de verdad caza infectados».

—Tomaremos un camión. El foco de infectados está a unas tres o cuatro millas —continuó Steiss—. Llegaremos ahí, formaremos un perímetro, los capturaremos uno a uno y los meteremos al camión—me miró y, por algún motivo, no pude despegar mi mirada de la suya—. Alguien alguna vez me dijo que los infectados podrían llegar a ser muy útiles —sonrió—. Tú quieres ganar una guerra. Yo te daré soldados que la peleen por ti.

Notas finales:

Si encuentran algún error, háganmelo saber mediante un review please, por muy más mínimo que sea (ultimamente no reviso los capítulos por querer actualizar rápido) 

¿Hay alguien aquí que no haya leído la primera temporada y que tenga alguna duda respecto a todo el rollo Cuervo/Steiss? Con gusto le haré un breve resumen para contextualizarlo. 

Para los que se preguntaron qué carajos fue la planta que Steiss tomó y metió a un papelito, sí, fue marihuana

La Flor Cadáver existe amigos, y es tan fétida como la pinta Brann.

Por último... No odien a Cuervo por lo que está haciendo y pónganse un poco en su lugar. El chico tiene el corazón roto :( 

Pueden shippear el Scorvo y el Branneiss al mismo tiempo
Abrazos :) 


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