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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaa ! 

Lamento laa eterna tardanza. Ahora mismo no tengo mucho tiempo así que disfruten el capítulo

Capítulo 41

 


Me desperté por un movimiento brusco que hizo Terence, que estaba a mi lado. Abrí los ojos e intenté acostumbrarlos a la penumbra del lugar. No supe si ya había amanecido o no, sólo que seguíamos vivos. Él todavía dormía, pero su respiración se oía agitada y su ceño fruncido me indicó que algo andaba mal. ¿Una pesadilla otra vez? ¿Cuántas había tenido durante estos últimos días? 

Encendí una linterna. 

   —Terence… —le acaricié el rostro, no quería despertarlo de golpe—. Eh, pelirroja —susurré en su oído. Su respiración no se calmaba. Él debía estar profundamente dormido y muy atrapado en lo que sea que soñaba. Recordé todos los días días en los que le había visto dudar antes de ir a la cama y soportar el cansancio hasta el límite, tal vez para no soñar esas cosas que él no me quería contar. ¿Qué ocurría con él?—. ¿Qué te atormenta? —besé su mejilla—. Despierta. 

Abrió los ojos; los abrió bruscamente y miró fijo al techo, como si no hubiese despertado realmente. Entonces volteó el rostro hacia mí. Y noté algo en esa mirada que me hizo estremecerme en un escalofrío y una punzada de miedo me hizo pensar en retroceder. No sé por qué ocurrió, sólo me sentí inquieto por la oscuridad que alcancé a vislumbrar en esos ojos que, por un momento, me pareció que le pertenecían a otra persona y no a mi Terence. Quizás fue mi imaginación, quizás sus ojeras y su rostro empalidecido me hicieron sentir sugestionado, como en una película de terror. 

   —¿Estás bien? —le pregunté. 

   —Reed… —dijo mi nombre y entonces toda la oscuridad en sus ojos se esfumó y el rastro de miedo desapareció de mi mente. No tuvo que pedirlo, lo abracé sin saber muy bien por qué y él escondió su cabeza en mi hombro, como lo haría un niño pequeño. Me pareció oírle sollozar. 

   —¿Qué ocurre, Terence? —No quería interrogar, pero su comportamiento en estos días me volvía loco—. ¿Qué ocultas? 

   —No es nada —quiso recomponerse y separarse de mí, pero sujeté su rostro para mirarle a los ojos. Maldición, conocía a Terence, lo había estudiado durante todo este tiempo, había aprendido a leerlo. Sabía que me escondía algo—. En serio no es nada, Reed —repitió. 

   —Deja de mentirme… —me acerqué más y apoyé mi frente contra la suya—. Son las pesadillas, ¿no? Las has tenido todo este tiempo, desde que enfermaste en el Desire. 

   —¿Cómo sa…?

   —Te conozco, Terence —le interrumpí y apreté sus mejillas un poco. Necesitaba saber qué ocurría con él, necesitaba ayudarlo—. Lo he notado, así que no se te ocurra ocultarlo más.

Sus ojos oscilaron entre el azul y el gris bajo la luz de la linterna. Amaba verlos cambiar. 

   —Yo… —comenzó y puso sus manos sobre las mías, sin apartarlas de su rostro—. Sí han sido pesadillas —confesó, por fin. Suspiré y solté todo el aire que inconscientemente había contenido. Este era el primer paso, ahora podíamos hablar de ello. Las pesadillas eran algo típico en situaciones de estrés como las que vivíamos actualmente. Yo solía tenerla a veces también... pero lo de Terence era preocupante.

   —¿Qué sueñas? —pregunté—. ¿Recuerdas lo que acabas de soñar? ¿Lo que soñaste ayer? —me mordí la lengua para evitar preguntar aquello que más dudas me causaba; ¿qué era tan espeluznante para querer mantenerse despierto toda la noche? ¿qué era tan terrible para perder el deseo de dormir?—. Es un sueño recurrente, ¿no? —me aventuré a adivinar. 

   —En mis pesadillas hago atrocidades, Reed —soltó mis manos y movió la vista al suelo, para no mirarme a los ojos. Le agarré para obligarlo a hacerlo.

   —Eso no es nada —dije—. Es común, todo el mundo alguna vez ha soñado que hace cosas malas.

   —Hace cinco días soñé que torturaba a un hombre… —continuó él, sin prestar atención a mis palabras—. Hace dos, que mataba —Algo en lo que dijo hizo que mi estómago se retorciera—. Me vi en medio de los charcos de sangre que dejaban los cuerpos. 

Eso se oía escalofriante. 

   —Terence... —suspiré. Quería explicarle que no había nada de malo en eso, que tan sólo eran pesadillas; extrañas maneras que tenía el inconsciente de mostrarnos nuestros miedos más profundos. 

    —Gente que no conozco muere a mi alrededor… —interrumpió. La voz le temblaba—. Y aún peor…

   —Terence, eso no… 

   —Ayer te asesiné, Reed —soltó de pronto y olvidé lo que había estado a punto de decir—. Ayer soñé que te convertías en un maldito muerto y entonces tenía que matarte. Me mordiste y yo te clavé un cuchillo. 

Sonreí. 

   —¿Sabes lo ridículo que suena eso, no? —Él parecía aturdido y me vi obligado a burlarme para hacerle despertar y así viera lo sinsentido que se oía lo que me decía—. No voy a convertirme en un muerto, eso es imposible. Tan imposible como que tú me lastimes, o lastimes a cualquier persona. 

   —P-Pero… —balbuceó—. El resto de sueños… 

   —Son tus miedos, Terence —acaricié su cuello y le abracé para que se tranquilizara un poco—. Está bien. 

   —¿Está bien? —repitió contra mi pecho. 

   —Claro que sí. Sólo son sueños. Estás estresado y eso se traduce en pesadillas —besé su frente y solté una risita—. Una vez soñé que dejaba a Ada colgada a un árbol... ¡y de cabeza! —Él también rió—. En ese entonces ella me ponía muy nervioso.

   —Ada es una chica difícil de tratar. 

   —No sabes cuánto. 

Terence me miró fijo, con sus ojos tricolor bien anclados en mí, y noté que el gris predominaba por sobre el resto de las tonalidades, que oscilaban, danzaban y cambiaban bajo la poca luz que nos alumbraba a ambos.

   —Tienes los ojos más hermosos que he visto en la vida —confesé y sonreí—. Y eso que a lo largo de estos años he mirado más gente a la cara de lo que me gustaría. 

Él sonrió y topó su frente con la mía.

   —Gracias, Reed. 

Esa sonrisa me hizo saber que, al menos por ahora, la angustia de sus pesadillas había pasado a un segundo plano. 

  —No es nada —susurré. 

   —Si lo es —se acercó a mi rostro y me besó sin avisar. Un escalofrío me recorrió toda la espina dorsal. Aún no me acostumbraba a esto, a la tormenta de sensaciones que Terence causaba en mí cada vez que se acercaba de esta forma. Sus labios bajaron por mi barbilla y buscaron mi cuello. 

   —Espera… —quise apartarlo, no porque lo quisiera lejos realmente, si no por esa misma falta de costumbre que me hizo estremecer cuando él metió sus manos bajo mi camiseta. Dios, sus dedos... su tacto era fuego que me quemaba por dentro—. E-Espera, Terence. Aquí… 

   —Aquí sí —insistió y recorrió, a besos y lentamente, mi cuello. Se detuvo sobre mi clavícula y mordió con suavidad mi piel—. ¿Sabes cuánto me gusta esta cicatriz? —preguntó. Mi respuesta fue un gemido que no pude ocultar—. Ah, sí que lo sabes —intenté mover mis manos para alejarlo, pero bastó que él las tomara y las posicionara sobre mi cabeza para anular toda mi fingida resistencia. No podía hacer nada contra él y contra lo que hacía, contra este sin fin de sensaciones que él despertaba en mí. No podía hacer nada contra Terence. Él siempre ha estado fuera de mi control. 

Dejé que continuara y no me quejé cuando levantó mi camiseta y recorrió mi pecho con sus labios, húmedos y calientes, que ardían tanto como sus manos. Tampoco me resistí cuando su cuerpo se pegó al mío, como si él quisiera atravesarme o entrar en mi para ver todo mi interior. Yo quería eso, lo deseaba desde la primera vez que estuvimos juntos; quería que llegara más lejos, que me recorriera de pies a cabeza. Quería sentirlo dentro de mí. Dios, un millón de atrocidades y fantasías sucias invadían mi mente cada vez que él me tocaba... Fantasías que no se atrevían a salir de mi boca, pero que allí estaban, listas para desmoralizarme cada vez que las pensaba.

Sujeté su cabeza por acto reflejo cuando sentí que forcejeaba con mis pantalones y sus dientes mordisquearon la piel que ellos debían cubrir. Levantó la cabeza y me miró, sólo para sonreírme con una sonrisa pícara que estaba llena de muy malas intenciones. Quizás Terence también tenía estas fantasías en su cabeza, pero a él no le avergonzaba mostrarlas ni echarlas fuera. Tragué duro cuando me percaté de lo que estaba a punto de hacer. 

Bajó mis pantalones de un solo tirón. 

   —A-Ah. Espera, espera...  

   —Cállate, Reed —jadeó antes de meterse mi erección a la boca. Lo hice, no por obedecerle, sino porque el escalofrío que me recorrió desde los muslos hasta mi estómago me obligó a guardar silencio y a concentrar todos mis esfuerzos en detener los estremecimientos que le siguieron. Acaricié su cabello y enredé mis dedos en él para tirar de los mechones rojos mientras miraba la escena fijamente; sus labios subían y bajaban por mi polla, su lengua de embrollaba en ella como una serpiente que buscaba asfixiar a su presa y soltaba, de vez en cuando, palabras sucias y calientes que derretían mis oídos. Iba a volverme loco.

Gemí e intenté arquear la espalda cuando mordió la cabeza con suavidad. No sé qué fue lo que tocó, no sé precisamente qué punto exacto fue el que su lengua rozó, pero algo en lo que hizo estuvo a punto de hacerme perder el control de mí mismo. 

   —T-Terence… —gemí y los primeros indicios del éxtasis comenzaron a presentarse en mi cuerpo, más rápido de lo que habría querido. Él pareció darse cuenta y aumentó el ritmo; subió, bajó y succionó mi pene de punta a raíz como si este no estuviera hecho de piel y músculos, sino de caramelos que le devolverían la energía. Lo lamía como si la vida se le fuese a ir en ello y, por un momento, esa idea me elevó y llevó mi excitación a otro nivel. Por un momento, la idea de que él estuviese bajo mi control, que necesitara de mí, la idea de tenerle ahí, a mis pies, ansioso por alimentarse de mí, estuvo a punto de hacerme enloquecer—. A-Ah… 

   —Vamos, Reed —Terence llevó una de sus manos para masturbarme mientras él jugaba, me devoraba y me torturaba con su lengua húmeda y experta—. Déjalo salir —ordenó y clavó levemente sus uñas en mis muslos. 

   —¿E-Estás loco? —balbuceé—. N-No puedo… —me interrumpí a mí mismo en un nuevo gemido y no pude controlarlo más. No quería hacerlo, pero él me lo había ordenado y, de pronto, llegué a la conclusión de que mi control sobre él sería siempre tan sólo una ilusión. Él siempre terminaba atrapándome y esta no sería la excepción. El orgasmo llegó como un millón de sensaciones que se arremolinaron en mi estómago y subieron y bajaron hasta arrancarme el aire y hacerme estremecer en un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo—. Lo siento... —jadeé cuando me di cuenta de que me había corrido en su boca—. Lo… —Terence hundió sus uñas en mi piel con aún más fuerza y no se separó de mí, como si de verdad quisiera quedarse ahí para recibirlo todo—. A-Ah, Dios —me cubrí el rostro, avergonzado de mí mismo—. Dios, ¿te lo has…? —Terence levantó su rostro, se relamió los labios y me miró con una sonrisa burlona. Dios, él sí lo había hecho. 

Volví a cubrir mi rostro y reí.  

   —¿De qué te ríes? —preguntó él, mientras subía por mi pecho hasta dejar su rostro muy cerca de mío. Apartó mis manos—. Mírate! —se burló y soltó una risotada—. Estás todo rojo.

   —E-Eres un desvergonzado, Terence —respondí en balbuceos, sin poder detener el ataque de risa. 

   —¿Y quién no lo es en estos días? —Sus manos cayeron bajo mis axilas para comenzar a hacerme cosquillas—. Te hubieras oído, Reed. Gemiste como en una película porno.

   —¡D-Detente! —reí más fuerte—. Eres un sucio, te lo has tragado todo. 

   —Y estaba delicioso —rió en mi oído. 

A veces envidiaba la osadía de Terence. 

Ambos nos separamos cuando oímos que tocaban la puerta. 

   —¿¡Chicos!? ¿Están aquí? —Ambos cruzamos una mirada de espanto. Estaba seguro de que tanto él como yo habíamos olvidado en qué situación estábamos.

   —Deben ser los demás —mascullé. Terence se levantó y corrió hacia la puerta del pequeño edificio de dos pisos en el que nos habíamos colado cuando todos nos separamos y tuvimos que escapar. Yo subí mis pantalones y corrí tras él. Le ayudé a quitar los muebles que habíamos usado para trancar la puerta. 

Eden, Oliver y el chofer del camión entraron apenas abrimos. Todos nos miramos, nos abrazamos e intercambiamos palabras rápidas que relataban cómo cada uno de nosotros se había escapado y escondido durante toda la noche de una de las hordas más grandes con las que nos habíamos cruzado alguna vez. El reencuentro era algo que siempre disparaba mi adrenalina y suavizaba la sensación de tensión y nervios a la que había sido sometido la noche anterior. 

   —¿Han sabido algo de Cuervo y Steiss? —pregunté. 

   —Creíamos que estaban aquí con ustedes —contestó Oliver. El pelirrojo y yo cruzamos una mirada e intercambiamos una sonrisa cómplice—. ¿De qué se ríen? 

   —De haber estado ellos aquí, Reed no traería una cara tan relajada —se burló Terence. 

   —¡Cállate! —le di un golpe en el brazo. 

   —¡Dios, Terence! —Eden rió en voz alta—. No necesitábamos saber tanto —El pelinegro se acercó un poco a mí—. Él tiene razón. Tienes buena cara, Reed.  

Todos se rieron de mí.

   —Suficiente —me hice paso entre ellos para salir al exterior de ese edificio. Estaba algo molesto, lo suficiente como para devolver la broma—. Cuéntales lo último que tragaste, Terence.

   —¡Oh! ¿¡Eres de esos, pelirrojo!? —Las risas explotaron por un momento y luego bajaron su volumen a medida que los demás salían del lugar. El cielo estaba nublado, quizás demasiado para el buen tiempo que habíamos tenido en los últimos días. Las calles habían quedado desiertas; ya no había rastro de muertos que deambularan y lo único que quedaba sobre el asfalto eran los cuerpos de los que habíamos matado ayer y los hombres de Cuervo que él mismo se había encargado de terminar. Los chicos los habían apilado en una esquina, lejos del resto de cadáveres—. Mark dijo que podíamos llevarlos a La Hermandad para darles una sepultura digna —comentó Eden. 

   —No creo que a Steiss le moleste —agregó el conductor del camión, del que ahora conocía su nombre—. De hecho, es lo primero que dirá cuando lo encontremos. 

   —¿Alguien vio hacia dónde escaparon?

   —Se dirigieron hacia el norte —dijo Mark y se echó a correr en esa dirección. Los chicos le siguieron y yo también les imité, aunque cada metro que avanzaba me hacía sentir equivocado. Ahí por donde nos movíamos no había lugar donde esconderse, todos los edificios que se encontraban al norte estaban cerrados por fuera—. T-Todo está cerrado —balbuceó cuando se detuvo—. Ellos no pudieron haberse escondido sin ser mordí…

   —¡No han mordido a nadie! —gritó, entre risas, la voz de Steiss y, en un comienzo, nadie fue capaz de reconocer de dónde venía. Su grito pareció llegar de todas partes—. ¿Tan poca fe nos tienes, Mark?

Lo busqué, primero vi hacia un lado y luego al otro. No había nadie cerca.

   —¿Dónde está? —pregunté. 

   —¡Allí! —Oliver apuntó hacia arriba y todos miramos sobre nuestras cabezas—. ¿¡Es en serio!? —rió. 

¿Una antena de telefonía? 

Reconocí la figura de Steiss, seguida por Cuervo; ambos descendían cuidadosamente las escaleras de una antena que estaba justo encima de nosotros, al otro lado de unas rejas completamente destruidas. Intenté imaginar qué fue lo que ocurrió para que ambos terminasen allí arriba. Seguramente la horda se les vino encima. 

   —¿Q-Qué ocurrió? —curioseó Mark y se adelantó a mis preguntas. Los dos hombres bajaron en silencio y, cada dos o tres escalones, intercambiaban miradas cómplices en medio de sonrisas que intentaban reprimir, como si arriba de esa antena hubiesen vivido la fiesta de su vida y no la epopéyica salvada que significaba sobrevivir a una noche como la que acabábamos de pasar. Se suponía que ellos debían lucir exhaustos y nerviosos, pero ninguno de los dos mostraba alguna expresión parecida. 

Nos agrupamos alrededor de la antena hasta que bajaron. Sólo entonces Cuervo habló: 

   —Nos acorralaron —fue todo lo que dijo. Eso mató mis expectativas. Por algún motivo deseaba oír más—. Nuestra única salida fue escalar esa antena.

   —Casi nos congelamos allí arriba —agregó Steiss. 

   —No quiero saber cómo mantuvieron el calor —se burló Eden y todos los demás rieron. Todos menos yo. No pude reír cuando vi la mirada que intercambiaron Cuervo y Steiss; una mirada que me hizo sentir incómodo o inseguro, quizás. No me gustaba la forma en que ambos se llevaban. Sabía que ellos se conocían de antes, sabía que debían compartir una historia, pero Steiss era el líder de La Hermandad, la comunidad que intentó asesinarnos desde el momento en que llegamos aquí. Y sabía que Cuervo no tenía nada que ver en esto, y eso era lo que más me asustaba. Durante estos días, de alguna forma me había sentido respaldado por Cuervo. Él intentó ayudarnos cuando fuimos capturados por Scorpion y parecía siempre querer mantenerlo a raya. Pero en ese momento entendí que él y yo, ellos y nosotros, no teníamos nada en común, no había ningún lazo que nos uniera. El simplemente podría traicionarnos y entregarnos a La Hermandad, o lanzarnos como carne de cañón durante un conflicto si lo necesitaba. Sin darme cuenta, había depositado parte de mi confianza en Cuervo. Ahora dependía de él, todos dependíamos de él. Eso no me gustaba. 

Me quedé atrás cuando el grupo empezó a avanzar de vuelta al camión, que seguía estacionado en medio de la calle, y caminé más lentamente, solo con mis nuevos pensamientos que comenzaron a atormentar mi cabeza. Hasta que Terence se dio cuenta y bajó su paso para alcanzarme.

   —¿Qué pasa, Reed? —susurró.

   —Nada —mentí. 

   —¿No dijiste hace un rato que no debía mentirte? —dijo, entre risas, pero en sus palabras noté una acusación seria—. Puedes decirme. 

    —Me incomoda la relación que tiene Cuervo con el líder de La Hermandad —solté, muy bajito. 

  —Ellos parecen llevarse muy bien. 

   —Por eso mismo —dije—. ¿Qué tal si él nos traiciona? ¿Qué tal si nos regala a La Hermandad? De todas formas de él depende que ellos nos perdonen la vida o no—Terence me dirigió una mirada de confusión cuando dije eso. Él no iba a entender mi punto—. Sí, sé lo que vas a decir. Sé que él no podría… 

   —No, no. Tienes razón —me interrumpió y, por un momento, me pareció que algo de mi pánico se contagió en su rostro que empalideció un poco—. Él es un cazador, después de todo. Y todos los cazadores son unos bastardos. El problema es que a veces olvido que él es uno de ellos —dijo. 

   —Yo también —confesé. Delante de nosotros, el resto del grupo se detuvo y empezó a cargar los cuerpos de los hombres de Cuervo, para meterlos al camión uno por uno, junto a los otros. Era bien sabido que los muertos no se comían a otros muertos, ellos sólo devoraban carne de algo que había estado vivo, pero esta gente había muerto hace días ya, así que no habría problema con eso. Ellos ni siquiera se acercarían a los cadáveres. Cuervo tomaba los cuerpos con cuidado, como si esas personas sólo estuvieran dormidas y la escena, por algún motivo, me hizo estremecer—. Y es que a veces parece demasiado bueno para ser uno de ellos —dije. Terence me dedicó una mirada de desaprobación y avanzó hacia los demás para ayudarles en la tarea. Él podía estar o no de acuerdo conmigo, él tenía todos los motivos del mundo para desconfiar de Cuervo y yo también, yo también lo hacía. Sólo que me costaba creer que una persona como él pudiese llegar a traicionarnos. Pero de todas formas iría con cuidado. 

Metimos los cuerpos al camión y luego volvimos por nuestras cosas, que habíamos dejado a un lado para hacer el traslado más cómodo. Cuervo y Steiss se quedaron de pie frente al lugar donde antes habían estado los cazadores fallecidos. Sin quererlo realmente, yo también me quedé junto a ellos y luego Terence y el resto se nos unieron. Todos guardamos silencio. Un largo silencio. Un minuto o poco más, como correspondía en estos casos. 

En ese pequeño momento recordé que los cazadores también eran personas y eso me hizo sentir mal. Sí, ellos solían ser unos bastardos crueles sin remordimientos, y sí, cabía la posibilidad de que Cuervo también lo fuera. Pero hasta ahora nos había demostrado lo contrario; lo hizo al sentirse responsable de sus hombres y al darles una muerte digna. Y lo hacía ahora, mientras nos daba el ejemplo.

   —Siempre es difícil —murmuró Steiss, pasado un rato. 

   —Ya lo creo —reafirmó Cuervo. 

   —No conocí a ninguno de ellos lo suficiente como para hacer un juicio… —expresó Eden—. Pero lo siento mucho, Cuer… —se detuvo y guardó silencio, no porque se hubiese arrepentido de lo que había estado a punto de decir si no porque escuchó lo mismo que yo. 

Se me erizó la piel de los brazos y mi vista se movió hacia todas partes, de un lado a otro. Habíamos oído un gruñido, pero no cualquier gruñido. Retrocedí unos pasos y busqué. Tenía buena vista, debía encontrarlos. 

   —Allí… —quise gritar, pero mi voz sólo escapó como un susurro atemorizado. Una jauría de perros se acercaba por nuestra izquierda—. S-Son… —balbuceé y mi garganta se secó. Los tejidos de sus músculos estaban expuestos y de sus mandíbulas goteaba sangre. Nos veían directamente y parecían estar a punto de echarse a correr para cazarnos.

   —M-Mierda… —Cuervo titubeó, no era para menos. Todos nos agrupamos en un movimiento instintivo, lo más cerca posible los unos de los otros. Debíamos estar juntos ahora. Levanté mi cuchillo sin saber muy bien qué hacer—. Prepárense —ordenó. Los cuatro perros corrieron hacia nosotros y tuve que hacer un gran esfuerzo para mantenerme en mi posición y no huir de ahí como alma que lleva el diablo. Todos levantaron sus armas. Esas cosas podrían saltar sobre cualquiera de nosotros. Mantuve el cuchillo delante de mí y esperé, esperé porque vi que los ojos, completamente blancos, de uno de ellos se posaron fijamente sobre mí—. ¡Aquí vienen! —gritó y ese grito me sirvió como un empuje que disparó mi adrenalina hasta las nubes y me hizo correr hacia la bestia para clavarle el cuchillo en el cuello. La piel del animal era dura, a pesar de que sus músculos estaban casi completamente expuestos y llenos de sangre. Fue como enterrar el filo en tierra seca y tuve que volver a clavarlo una segunda vez para llegar a su cabeza. Me aparté de un salto cuando el perro gruñó y, aún con el cuchillo clavado, intentó morderme y abalanzarse sobre mí. Por suerte logré esquivarlo.

La bestia tambaleó unos segundos y finalmente cayó al suelo... muerta. 

Respiré agitado. Por un momento lo tuve demasiado cerca. 

   —¿Están todos bien? —preguntó Steiss, notablemente alarmado, mientras veía hacia todas partes—. Creo que deberíamos irnos ahora, esos perros suelen andar en manadas más numeros… —El líder de La Hermandad calló y se detuvo a escuchar. No fue un gruñido, ni dos, ni tres, si no muchísimos más que parecían venir de muchos sitios a la vez. Lo dije una vez y lo diré siempre; luchar contra gente muerta que quería devorarte era una cosa, tener que hacerlo con animales salvajes de cuatro patas y que parecían estar hechos para matar, era algo distinto. 

   —¡Estamos jodidos! ¡Corran al camión! —gritó Cuervo, pero para entonces ya lo habíamos hecho. Oí una decena de ladridos y un montón de esas bestias que salieron de los callejones que nos rodeaban. Ni siquiera intentamos dispararles, ni siquiera intentamos pelear contra ellos; eran simplemente demasiados y no teníamos a Ethan para que nos ayudara. Steiss, Cuervo y Terence eran muy fuertes, pero eso no sería suficiente esta vez. Esos perros eran más rápidos, más feroces y de seguro en manada tendrían más fuerza que todos nosotros juntos—. ¡Corran, demonios! —Ellos ladraban y gruñían tras nosotros. Podía sentir la respiración animal y agitada sobre mi espalda, a punto de alcanzarme—. ¡Reed! ¡Cuidado! —sentí un tirón brusco que me detuvo en seco y me tiró al suelo violentamente. Me retorcí y sujeté en mis manos la cabeza de uno que intentó morderme la pierna y que, por suerte, no logró agarrar más que ropa. Forcejeé con él y pude ver, con horror, los filosos dientes de su mandíbula expuesta y escuchar los feroces gruñidos que esta soltaba. Una bala atravesó su cabeza y estuvo a punto de darme en la pierna. La bestia me soltó. 

   —¿Estás bien? —Mark estiró la mano hacia mí para ayudarme a ponerme de pie. Él le había disparado al perro. 

   —¡Detrás de ti! —grité, demasiado tarde y otro perro se le abalanzó y atrapó su pie. Quise ayudarlo, pero mi primera reacción fue arrastrarme hacia atrás y esa vacilación de mi parte dio el tiempo suficiente para que un segundo perro le saltara encima—. ¡No, no! —me levanté e intenté lanzarme sobre ellos, pero unos brazos sobre mi pecho me sujetaron con fuerza y volvieron a jalarme hacia atrás—. ¡Espera! 

   —¡A-Ah! ¡Ayuda! —Un tercer animal saltó encima de Mark, y un cuarto y un quinto. Se lo iban a comer vivo. 

   —¡Déjame, Cuervo! —grité e intenté darle un codazo para que me soltara—. ¡Yo puedo…! —Cuervo enterró su rodilla en mi espalda, para obligarme a callar. 

   —¿Vas a delatarte por alguien a quien acabas de conocer? —gruñó sobre mi oído—. ¿Sabes lo que harán contigo cuando se enteren que eres la cura? —me dio un tirón hacia atrás para que corriera—. ¡Muévete! ¡Corre! —me empujó. 

No pude hacer nada más que obedecer.

Los chicos estaban sobre el techo del camión. Terence estiró la mano hacia mí y me ayudó a subir. Me abracé a él apenas me vi a su lado e intenté contener la emoción.

   —Ya… está bien —musitó un intento por tranquilizarme. Quise hablar, pero no fui capaz de soltar una palabra. Estas cosas todavía me afectaban, a pesar del paso del tiempo. ¿De qué servía tener la cura en la sangre si no podía ayudar a nadie?—. Está bien, Reed. Tranquilo.

Cuervo subió al camión ayudado por Eden y Oliver.  

   —Lo siento, Steiss —fue lo primero que dijo cuando subió al techo—. No pudimos hacer na… 

   —Lo vi —interrumpió él. Se oía tranquilo—. Nadie pudo haber hecho nada...esas cosas le saltaron encima —me miró cuando yo volteé el rostro hacia él—. Ésta vida se reduce sólo a elegir; en ese momento, Mark eligió salvarte en lugar de huir —Sus ojos verdes me lanzaron una mirada dura, intensa y punzante—. No sé en qué demonios pensó, pero espero que sepas valorarlo —Sus palabras estaban cargadas de veneno y no era para menos, él acababa de perder a uno de sus hombres por mi culpa. Terence cubrió mi cabeza con su brazo, seguramente para forzar el corte de la conversación, y yo sólo me quedé allí, apoyado contra su pecho. No quería ver lo que ocurría bajo el camión. A pesar de que él había dejado de gritar hace mucho, aún podía oír los ruidos y gruñidos que hacían los perros al devorar la carne de Mark. 

   —¿Quieres esperar para dispararle? —preguntó Cuervo. 

   —¿Dispararle? —La voz de Steiss respondió cargada de burla—. ¡No habrá a qué dispararle! Ellos no dejarán nada de él, se lo comerán hasta los huesos. Siempre es así —me estremecí en un escalofrío cuando dijo eso—. Manejaré yo. No podrán volver al camión por razones obvias, no querrán que se los coman a ustedes también. Sujétense bien de las barras y traten de disfrutar del viaje —Steiss bajó desde el techo del camión hasta la ventana del conductor para instalarse en el asiento que ayer había sido ocupado por otra persona, alguien que ya no estaba, otro por quien no pude hacer absolutamente nada.  

Terence y yo nos separamos cuando escuchamos el motor encendido y nos sentamos sobre el techo del camión que tenía dos hileras de barras que nos ayudarían a mantenernos sujetos allí arriba. El vehículo partió, junto a un ruidoso estruendo y una vibración que nos hizo saltar y me hizo sentir como en una montaña rusa, pero entre nosotros no hubo ánimos para reírse o hacer algún comentario sobre ello.

Fijé mi vista en mis zapatillas y no quise mirar atrás, para no comprobar que lo que había dicho Steiss sobre lo que esas bestias le harían a Mark era verdad. Quizás sobre reaccionaba, o tal vez el resto jamás iba a entender cómo se sentía esto. Sí, puede que yo sea un exagerado, pero me sentía responsable. No conocía a Mark, apenas sabía su nombre, pero supuse que él tenía una familia y amigos que ahora lo extrañarían. Pude haberlo ayudado, pude haber hecho algo y ni siquiera fui capaz de reaccionar a tiempo. 

La cura no servía de nada si se mantenía en mi sangre sin que nadie pudiese aprovecharla. 

   —Ellos en serio no dejaron nada... —comentó Oliver. Él si veía el espectáculo, porque no lo sentía como yo. Contuve un escalofrío y Cuervo se dio cuenta. 

   —¿De verdad querías ayudarle? —preguntó, pero yo no le miré y mantuve mis ojos fijos en mis pies—. ¿En serio ibas a arriesgarte? ¿Acaso eres idiota? 

   —Cuervo, no debe…. —intentó decir Terence. 

   —¿¡No debería qué!? —gritó él, pero enseguida controló el tono de su voz—. ¿Acaso sabes lo que va a hacerle esta gente si se entera? ¿¡Acaso sabes lo que les harían a ustedes!? ¡Tenemos que ganar una guerra contra Cobra y Reed piensa en delatarse! ¡Por una persona que ni siquiera conocía! 

   —¿¡No estás haciendo tú lo mismo!?—le gritó Terence, y estuvo a punto de levantarse—. Lo único que haces es hablar sobre atacar a ese-tal-cobra para salvar a no-sé-quién, que estoy seguro apenas conoces también. Pero claro, seguramente esta guerra no se trata de él. 

   —¿¡Qué insinúas, pelirrojo!? 

   —Que de seguro quieres rescatarlo porque te hirió el orgullo saber que Scorpion te vio la cara de idiota por quién sabe cuánto tiempo. 

   —¡No tienes idea de lo que hablas!

   —¡Y ni tú ni yo tenemos idea de la carga que lleva Reed! ¡Deja de criticarlo cuando tú estás a punto de cometer la misma estupidez! ¡Y nos arrastrarás a todos contigo! ¡Por las peleas entre Scorpion y tú acabaremos en una guerra contra gente que ni siquiera conocemos! —Terence se levantó y yo le agarré de la chaqueta para volverlo a su lugar. Cuervo también intentó ponerse de pie, pero fue detenido por Eden. Si comenzaban una pelea ambos podrían caer. 

   —¡No sabes una mierda! —gritó el cazador—. ¡Una cosa no tiene nada que ver con la otra! ¡Si se comen a tu noviecito nos joderemos todos y nos quedaremos sin cura! 

   —¿¡Desde cuándo te importa el resto del mundo!? ¡Admite que todo esto es una cosa de orgullo!  ¡Ustedes, los cazadores, son todos unos…!

   —¿¡Por qué hablas cómo si me conocieras!? 

   —¡Basta! —grité, con todas mis fuerzas, e incluso el camión se detuvo de golpe—. Basta, los dos… —bajé la voz. 

   —¿Todo bien allá arriba, Branwen? —preguntó Steiss desde la ventana del conductor. 

   —Todo bien, Steiss —respondió Cuervo—. Sólo discutíamos sobre los errores tácticos de Reed. 

   —Bien… —El motor volvió a encenderse y el camión siguió.

Nadie más habló en todo el camino. 

Una hora más tarde, el camión entraba a La Hermandad por una entrada que no había visto antes. ¿Cuántos puntos de acceso tenía esta comunidad? ¿Qué tan grandes eran ellos? Ingresamos por una especie de patio trasero, no tan bien cuidado como los huertos e invernaderos que tenían junto a los contenedores donde dormíamos y no tan protegido como la entrada por la que habíamos llegado la primera vez, capturados por la gente de este lugar, la misma que ansiosa esperaba la llegada del camión al otro lado de las puertas. Me sentí nervioso con todos esos ojos puestos sobre mí y pensé en lo que dijo Cuervo durante la discusión con Terence. 

¿De qué sería capaz esta gente si se enterase de que en mi sangre estaba la cura? ¿Me matarían? ¿Intentarían utilizarme para curar a sus muertos? ¿Intentarían evitarlo? No sabía, no sabía qué pasaba por la cabeza de esta gente. Ellos adoraban a los muertos, pero no sabía hasta qué punto. Tal vez ellos sólo se acostumbraron a vivir con infectados, quizás ellos sólo hacían lo mejor que podían, nada más. 

Cuando Steiss bajó, se pudieron oír algunos murmullos y cuchicheos entre toda la gente que estaba en el lugar. Una mujer y su hijo, que no debía superar los quince años, corrieron hasta su líder. 

   —¿Dónde está Mark? —preguntó la mujer y de inmediato los murmullos se hicieron más fuertes y ruidosos. La gente comenzó a hacer preguntas rápidas que apenas podía entender entre tantas voces—. ¿Dónde está? —repitió, angustiada. 

Steiss miró hacia atrás y clavó los ojos fijos sobre mí. Me estremecí. Iba a delatarme. Iba a decir que lo habían matado por mi culpa y tenía toda la razón. De seguro esta gente me lanzaría a sus muertos después de enterarse.

   —Fue Cobra… —respondió Steiss, con voz seria. Terence y yo intercambiamos una mirada, ambos sorprendidos con esa respuesta. Entonces miré a Cuervo, quien tenía una sonrisa dibujada en el rostro, como si hubiese esperado a que Steiss dijera eso—. Nos cruzamos con uno de sus grupos y nos atacaron deliberadamente. 

¿Por qué mentía? ¡No nos habíamos cruzado con ninguno de los hombres de Cobra! 

   —¡Pero teníamos un trato con Cobra! —gritó alguien entre la multitud. 

   —Exacto —Steiss apoyó sus manos sobre los hombros de la mujer, que ya había comenzado a llorar—. Y él nos traicionó… —volvió a dirigir la vista en nuestra dirección—. Y esta gente me ha contado atrocidades de él. ¿Sabían que el bastardo tiene secuestrado a su propio hermano y lo tortura diariamente? —Los gritos de asombro cubrieron todo el lugar—. Sí, el maldito es un desalmado. Sus hombres fueron desalmados cuando mataron a Mark —Steiss se apartó de la mujer y acarició la cabeza del chico que estaba junto a ella, que supuse era el hijo del hombre al que no había podido salvar hace unas horas atrás. Pude reconocer un odio que se me hizo familiar en los ojos de ese chico, que apenas era un crío. Reconocí ese odio, sabía cómo se sentía. Yo mismo lo experimenté cuando Shark acabó con la vida de mi hermana. Sólo que en este caso el rencor de ese niño estaba mal enfocado. Él no debía odiar a Cobra, él no había matado a su padre. Había sido yo, de cierta forma—. Pero no se preocupen, no voy a quedarme de brazos cruzados… —continuó Steiss—. No vamos a quedarnos de brazos cruzados —repitió—. Le declararemos la guerra a Cobra, vengaremos a Mark y nuestros nuevos amigos nos ayudarán —apuntó en nuestra dirección—. Desde ahora, ellos y su gente serán parte de La Hermandad. Desde ahora, ellos serán libres aquí. 

   —Espera, ¿q-qué? —balbuceó Terence. 

   —Sígueles el juego —susurró Eden. 

Nadie cuestionó la decisión de Steiss, nadie se opuso a la declaración de guerra, es más, todos parecieron celebrarla. Esta gente lo escuchaba y obedecía como un rebaño de ovejas a su pastor. Este hombre tenía una capacidad enorme, podía controlar la voluntad de un centenar de personas y eso era peligroso. Por nuestro bien, era mejor mantenerlo de nuestro lado, confiáramos o no en él. 

Steiss nos hizo un gesto para que bajáramos del techo. Obedecimos sin dudar, quizás porque en ese momento todos lo entendimos; era mejor tener a Steiss de nuestra parte, era mejor que él creyera que nos tenía bajo su poder también. 

   —Vayan a comunicarle la noticia al resto de su grupo… —ordenó, pero me agarró del brazo antes de que yo partiera—. Branwen y tú...ayúdenme con el camión —Terence y yo nos miramos y tuve que forzar una sonrisa para tranquilizarle. Iba a estar bien. 

Todos obedecimos, los chicos se fueron y tan sólo Cuervo y yo quedamos ahí. 

   —Descargaré el camión y luego comenzaremos a armar esta guerra —declaró Steiss—. Júntense con sus familias, discutan si están dispuestos a acompañarme y reunámonos todos más tarde a hablarlo —La gente empezó a dispersarse en cuanto dijo eso. Él no obligaba a nadie, él les daba la oportunidad de rehusarse, de no armarse y de no participar en esta guerra. Pero algo en los rostros de todas esas personas que estaban a su mando, y que adoraban cada palabra que él decía, me indicó que nadie iba a negarse esta noche a luchar. Cuervo había dicho que él era un buen líder y que por eso esta gente le seguía, pero en ese momento me pareció que él no era más que un ilusionista, alguien que los tenía hipnotizados, alguien que no temía en elaborar una mentira porque sabía que ellos la creerían. Y eso daba un poco de miedo. Si había algo que me enseñó este desastre fue el poder de las masas. Los muertos y las personas eran recursos poderosos. Y él dominaba ambos. 

Seguimos a Steiss de vuelta al camión y los tres nos las arreglamos para entrar en la parte delantera. La máquina se encendió y volvimos a andar por un camino de tierra que nos llevaría a nuestro destino, fuese cual fuese. Nadie habló durante esos diez minutos que duró el viaje, nadie mencionó la mentira que Steiss le dijo a su gente, nadie habló sobre lo que verdaderamente le pasó a Mark, ni de la noche a la que habíamos sobrevivido. Quizás porque a todos nos convenía no hablar de ello.  

   —Haremos una pequeña parada antes de controlar a estos muertos y llevar a los tuyos al cementerio para ser enterrados —comentó Steiss y detuvo el camión—. Tengo que visitar a un amigo —y se bajó. Cuervo descendió a los pocos segundos y yo me vi obligado a seguirle. 

Me vi de pie en un lugar solitario,  no había nada ahí salvo algunas gallinas y animales menores que picoteaban el pasto, algunos árboles y un solo camino estrecho que Steiss y Cuervo comenzaron a andar, uno detrás del otro. En ese lugar abandonado no había nadie salvo nosotros tres. No había rastros de civilización. ¿Qué persona viviría tan apartado si a tan sólo diez minutos estaba toda una comunidad bajo tierra reunida?   

Caminamos hasta una reja que separaba el terreno. Me quedé de piedra cuando Steiss se detuvo, cogió una gallina del cuello y lo torció en un movimiento rápido. El animal murió instantáneamente. 

   —¿Prepararás el almuerzo? —se burló Cuervo. 

   —Claro que sí. 

Un mal presentimiento oprimió en mi pecho cuando abrimos la reja y llegamos al otro lado. El camino estrecho seguía, pero podía ver su fin y podía ver la estructura que estaba al final de él. La reconocía, de alguna parte. Se parecía a algo que había visto antes y eso me causó escalofríos. Steiss aceleró el paso y nos dejó a Cuervo y a mí atrás. Me vi tentado a detenerme cuando estábamos a punto de llegar a la estructura, un edificio que se asemejaba a una iglesia. 

Cuervo se detuvo delante de mí, pero fue por tan sólo unos segundos, como si algo lo hubiese desconcertado por un momento. Entonces se movió de nuevo, aproveché y troté hasta llegar a su lado. 

   —¿Qué hacemos aquí? —susurré, muy bajo, con cuidado de que Steiss no me escuchara. 

   —Ya lo oíste… —respondió él, con la mirada clavada fijamente sobre la espalda de Steiss. Su rostro estaba serio e inexpresivo, más sombrío incluso que el día en que le conocí, cuando fuimos capturados por los cazadores de Scorpion, cuando no sabía quién era ni cómo se comportaba. ¿Qué pasaba por su cabeza ahora?—. Steiss dijo, que pasaría a visitar a su amigo. 

   —P-Pero este lugar… —me temblaron las manos al oír los característicos sonidos de la muerte; los jadeos agitados ante la presencia de algo vivo, los gruñidos y los golpes contra las barreras que los contenían. Conocía esto, lo había visto antes; quizás el lugar era distinto, ya no estaba en medio de la calle si no que estaba apartado de la civilización y lejos de los intrusos, pero sabía lo que era. Había cambiado desde la última vez que lo vi y ya casi no parecía lo que era antes. Lo habían mejorado, la estructura que habían construido era más firme, habían reforzado las puertas con rejas metálicas y jaulas para mantenerlos encerrados—. Estamos en una iglesia… 

   —¡Qué observador! —se burló él y se detuvo a mirar una de las tantas jaulas que había en ese lugar. Sí, porque a esta gente no le bastaba con mantener a un gran número de muertos encerrados entre las cuatro paredes de una iglesia, ellos también tenían algunos fuera, la mayoría encerrados en pequeños grupos dentro de jaulas hechas de madera y alambres, lo suficientemente fuertes como para soportarlos. Pero había una jaula que tan sólo tenía un habitante dentro. Steiss se quedó de pie frente a la reja y Cuervo pareció quedarse helado cuando vio al único muerto que había en su interior—. M-Mierda —murmuró—. Ese es… 

   —¿Su amigo? —pregunté, pero él no respondió y no necesitaba hacerlo tampoco. Yo ya sabía la respuesta.

   —¿Cómo estás, Brent? —Steiss abrió un poco la reja y entonces entendí para qué había matado a ese animal. Él deslizó la gallina hacia el interior y el muerto no tardó en agarrarla entre sus manos para devorársela. Un escalofrío me recorrió, más lento de lo que debería, y me estremeció paulatinamente de pies a cabeza. El temblor llegó acompañado por un asco que me revolvió el estómago. Esto era… 

Cuervo alejó la vista de la escena que ambos presenciábamos y volteó hacia mí un segundo. Entonces me lanzó una mirada que me perturbó. Estaba pálido, él parecía afectado de alguna forma por lo que acabábamos de ver. 

   —Esto es retorcido —me dijo. 

Y me impresionó que una persona como él hiciera un comentario como ese. Pero le encontré toda la razón. 

   —E-Este tipo está loco —balbuceé.

   —¿Acaso vas a culparlo?

   —Pero… —No dije nada más, Cuervo se volvió hacia Steiss y caminó hacia él, para acompañarlo en su “visita”. Yo no pude acercarme, no iba acercarme aunque me obligaran. «Retorcido» era poco para lo que esta gente hacía con los muertos. Él había dicho que era su amigo. ¿Qué clase de amigo deja a sus seres queridos transformarse en monstruos para encerrados en una jaula y conservarlos como botín de guerra? Esta gente era peligrosa, Steiss era peligroso, había algo muy oscuro en él; lo noté cuando mató a ese hombre inocente, sin siquiera escucharlo, y lo notaba ahora en esta clase de comportamientos. Y Cuervo parecía no darse cuenta de ello. Era eso o quería jugar con fuego. 

Y algo me dijo que acabaría quemándose.

 

Notas finales:

¿Críticas? ¿Comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review 

En teoría desde ahora las actualizaciones deberían ser más seguidas :D ya estoy de vacaciones! 

Abrazos


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