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El fin de la soledad por Fullbuster

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¿Se había confundido? Era imposible, al menos eso pensaba Akashi mientras caminaba cabizbajo por el pasillo del hospital para marcharse. Rozó con las yemas de sus dedos los labios que la noche de antes Aomine estaba besando con pasión, ese beso que no rompió en ningún momento. Recordaba perfectamente el sentimiento, cada movimiento de Aomine, cómo sus manos temblaban, cómo una lágrima resbaló por su mejilla. Le quería, había notado exactamente eso, su dolor y en parte su alegría por aquel beso.


No podía entenderlo, si tanto le quería… ¿Por qué le echaba? ¿Por qué se enfadaba tanto con él? Era algo a lo que no podía darle una explicación razonable por más vueltas que le daba. Ambos se morían por estar juntos, él mismo habría dado lo que fuera por volver a esa habitación y abrazarle hasta dejarle sin respiración. Le había preocupado. Verle en aquella cancha desmayado había revuelto todo su ser pero el muy desgraciado le había echado de su habitación.


- ¿Estás bien? – escuchó que preguntaba su padre.


- Sí, vámonos a casa.


- ¿Está bien?


- ¿Ese terco arrogante? Sí, eso parece. Tiene fuerzas suficientes para echarme de su habitación.


- Siempre fue un chico indomable, pero es lo que más te gusta de él – sonrió su padre.


- Sé que me quiere, o al menos sé que siente algo por mí pero… se niega a admitirlo y no entiendo por qué. Ya le he dicho que le quiero, ¿a qué tiene miedo?


- No lo sé, Akashi. A veces afrontar los sentimientos es complicado.


- No para Aomine. Él siempre ha sido muy sincero en todo. Lo sentí, mi corazón me lo dice, ese chico me quiere pero me está alejando de él y voy a descubrir por qué lo hace. No pienso retirarme sin darle batalla y él lo sabe.


La cena no fue todo lo que Masaomi esperaba. En su último viaje a Hong Kong se había dado cuenta de algo… la importancia de la familia y todo lo que se había despegado de su único hijo cuando perdió a su esposa. Quizá fue aquella obra de teatro que fue a ver con un cliente importante la que le hizo abrir los ojos, quizá fue la relación que tenía ese mismo cliente con su hijo pequeño, no estaba muy seguro… pero algo en él había cambiado. No podía seguir así, no podía dejar que un recuerdo le impidiese estar con su hijo. Ahora trataba de remediarlo y sabía de sobra que para Akashi, que él estuviera allí en la mansión, cenando juntos… era extraño.


Ambos se miraban en silencio. Masaomi cortaba el filete de carne cuando su hijo pasaba la mirada hacia él y elevaba el rostro cuando le veía cabizbajo jugando con sus trozos ya cortados sin probar bocado. Estaba claro que Akashi estaba sumido en sus pensamientos sobre ese chico del hospital. Le preocupaba pero ni siquiera él podía hacer algo para alegrar a su hijo en aquel extraño día.


- ¿No tienes hambre? – preguntó Masaomi al final rompiendo ese tenso silencio de la cena. Akashi le miró.


- Después de lo del hospital… se me ha quitado el apetito.


- Si no tienes dudas sobre lo que siente por ti, ¿por qué no vuelves y hablas con él?


- Porque no quiere verme. Me ha echado de su habitación.


- ¿Y ya está? ¿Te rindes así sin más?


- No me he rendido… pero estoy pensando en algo.


- ¿Tanto tienes que pensar?


- Es Aomine… es un luchador – dijo Akashi seriamente – si no quiere verme, créeme que nada ni nadie le convencerá, para conseguir que me enfrente necesito un buen plan, encontrarme con él y no dejarle ganar – sonrió Akashi – pero va a ser complicado coincidir con él ahora que deja el baloncesto.


- Come algo, Sei, y luego sube a descansar. Te vendrá bien. Mañana podríamos hacer algo juntos si quieres…


- ¿Algo… juntos? –preguntó Akashi extrañado.


- Sí. ¿Qué te extraña?


- Exactamente eso, que de repente quieras pasar tiempo conmigo. Siempre has estado muy ocupado en la empresa y…


- Me he dado cuenta de que no quiero pasarme la vida en la empresa, quiero pasar tiempo contigo, Sei.


Akashi sonrió un poco incrédulo. Que su padre dijera algo como aquello era muy extraño, también se alegraba de eso, no tenía duda alguna pero… era algo raro todo aquello. Seguramente a su padre le había pasado algo en el último viaje y por eso estaba de esa forma.


- Papá, sabes que te quiero, pero la empresa también necesita ser atendida.


- Lo sé. No he dicho que la deje a un lado, pero unas vacaciones para estar contigo creo que me van a venir bien, ¿no crees?


- Sí, supongo que sí – sonrió Akashi – creo que tienes razón, iré a descansar a mi cuarto.


- Pero… no has probado bocado.


- Pediré un vaso de leche. Quizá eso me ayude a conciliar el sueño.


Aquella semana, Akashi la pasó junto a su padre. Al principio no había llegado a creerse del todo sus palabras referentes a las vacaciones, pero tenía razón, cada vez que la empresa llamaba a su móvil privado, él colgaba y seguía pasando el tiempo con su hijo. Era la primera vez desde el fallecimiento de su madre, que ambos disfrutaban de un tiempo en familia y le gustaba, aun así, estaba muy preocupado por Aomine.


Con su equipo había seguido entrenando, pero ya no llegaban rumores sobre Aomine excepto lo que ya sabía, que no iba a volver a jugar. Hasta había pasado por su pabellón y conversó con sus antiguos compañeros, nadie sabía mucho al respecto excepto que sus pulmones necesitaban reposo y cama, así que iba a estar una temporada apartado del deporte.


No estaba muy conforme con aquello de que era una pulmonía. Era cierto que ese invierno había hecho frío, pero Aomine era fuerte, solía abrigarse bien y no creía que fuera tan idiota como para no curarse bien un resfriado, más cuando su madre trabajaba de enfermera en el hospital. Decidió aquella mañana nada más levantarse, buscar algo sobre esa enfermedad. Miró en la biblioteca y hasta en los ordenadores de la misma buscando información, pero todo parecía estar demasiado bien. O su madre mentía muy bien o realmente tenía pulmonía.


- Mierda – susurró Akashi apoyándose contra el respaldo de la silla y colocando sus brazos tras la nuca estirándose levemente.


- ¿Pulmonía? – preguntó Tetsu a su espalda, algo que asustó a un Akashi que casi se cae de la silla que ahora tenía apoyada sólo a dos patas.


- Joder – gritó ganándose un sonoro “Shh” de media biblioteca – No andes en sigilo – le dijo en susurro - ¿Qué estás haciendo aquí?


- Supongo que lo mismo que tú – le aclaró Tetsu enseñándole un libro sobre enfermedades.


Tetsu tomó asiento al lado de Akashi, dejando su enciclopedia sobre enfermedades encima de la mesa, algo que le hizo gracia al pelirrojo. Ya tenía bastante con tratar de averiguar sobre una… como para intentar adivinar entre todas lo que podía tener.


- No he encontrado mucho al respecto – dijo Tetsu – aunque es cierto que la pulmonía concuerda con sus síntomas.


- Su madre es enfermera – dijo Akashi – si quiere ocultar algo mayor… sabe cómo hacerlo.


- ¿No crees que sea una pulmonía?


- Creo que es algo malo, algo tan malo como para echarme de su habitación.


- ¿Te echó de su habitación?


- Sí. No le he visto en toda la semana. ¿Has conseguido verle tú?


- No – dijo Tetsu – está en su casa encerrado o eso creo. Cuando llamo, su madre dice que está descansando y no consigo hablar con él. Creo que también me está evitando.


- ¿Y sigues pensando que es sólo una pulmonía? Nos evita por algún motivo y quiero saber qué es.


- Puede que sea una tontería pero… ¿Recuerdas el parque Chiyoda? No queda lejos de la casa de Aomine, en el barrio Minato.


- Sí. Recuerdo que jugábamos antes allí a baloncesto.


- Cerca del palacio imperial, justo detrás hay un estanque, no va mucha gente. Entre los árboles hay un columpio que queda sobre el agua.


- Lo recuerdo – dijo Akashi sonriendo – Aomine siempre iba allí, recuerdo que se metía con el agua hasta la rodilla para columpiarse en ése, no quería otro.


- Cuando se encuentra triste suele ir allí. Estar sobre el agua le relaja o eso decía al menos.


- Pero pillarle será complicado.


- Al atardecer – comentó Tetsu – seguramente estará al atardecer. Le gusta ver la puesta del sol, ver cómo refleja el cielo anaranjado sobre el agua y además… su madre tiene turno esta tarde en el hospital. Si va a escaparse de casa, será al atardecer.


- No pierdo nada por probar. Me pasaré por allí – comentó Akashi al final.


Era cierto que no perdía nada por intentar localizarle. Aomine no era de los chicos que aguantaban encerrados mucho tiempo en su casa, en algún momento debería salir y posiblemente ésa sería una buena opción. Toda la tarde esperó allí frente al inmóvil columpio encima del agua. Los recuerdos de aquel columpio le inundaban. A su mente sólo llegaba la imagen de aquel adolescente moreno con su amplia sonrisa, con las zapatillas y los pantalones mojados hasta la rodilla pero subido en su columpio, impulsándose sobre el agua. Parecía tan feliz en aquel tiempo que ahora… le resultaba tan lejano viendo a este nuevo Aomine triste, cabizbajo y algo ausente.


A las diez de la noche, Akashi decidió marcharse. Estaba claro que Aomine no iría a ese lugar pese a que era uno de sus lugares favoritos. ¿Qué estaba ocurriendo? Todo le parecía tan surrealista, no podía creerse que Aomine… su Aomine Daiki, tuviera un problema serio y en vez de acudir por ayuda, se refugiara en su casa y se alejase de todos. Necesitaba saber qué era lo que pasaba.


Ya estaba atravesando el parque para buscar la estación de metro e irse a su casa, cuando su móvil sonó. ¿Quién podía llamarle a esas horas? Eran las diez y treinta y ocho, tendría que ser alguien de su casa, su mayordomo preocupado o incluso su padre, pero no, cuando sacó el teléfono del bolsillo, se dio cuenta de que era el número de la madre de Daiki. Aquello no podía ser nada bueno. Contestó con rapidez.


- ¿Sí? – preguntó alarmado.


- ¿Akashi? Soy Kyoko, necesito que me hagas un favor enorme.


- ¿Qué ocurre? ¿Daiki está bien?


- Creo que no. Estoy saliendo ahora mismo del trabajo.


- Creí… que tenías turno de noche.


- Y lo tengo, pero cuando he llamado a Daiki para saber cómo estaba, no sé… creo que le pasa algo. Necesito que te quedes esta noche allí con él si es que puedes.


- Claro, llamaré a mi padre para que no se preocupe. Estoy cerca de tu casa, puedo pasarme.


- Gracias, Akashi. Llegaré enseguida y te explicaré algunas cosas.


- Vale.


Aquella llamada hizo que Akashi apresurase el paso. Prácticamente corrió hasta salir del parque mientras llamaba a su padre por teléfono para explicarle que no le esperase a dormir. Estaba claro que la madre de Daiki venía adrede para explicarle a él las cosas, pero debería volver al trabajo cuanto antes. Masaomi, al escuchar la voz preocupada de su hijo, intentó tranquilizarle y le mintió comentando que tenía algunos papeles importantes que revisar de la empresa, pero era lo mejor, así no se sentiría mal por dejarle tirado aquella noche.


Al llegar a la casa de Daiki, tuvo que esperar unos cinco minutos hasta que el coche de su madre apareció por la calle. Ni siquiera se molestó en aparcarlo mejor, lo dejó en un lateral y le pidió a Akashi que entrase con ella a la casa. Fue su madre quien subió a comprobar cómo estaba su hijo mientras Sei esperaba en el salón con los nervios a flor de piel.


Cuando Kyoko bajó, traía la bandeja con la comida intacta. Estaba claro que Aomine no había querido comer absolutamente nada. Todo estaba ya frío, era muy seguro que le hubiera dejado la cena antes de irse a trabajar y en todas esas horas, Aomine ni habría mirado aquella bandeja. Kyoko hizo algo de té y le sirvió una taza a Akashi mientras intentaba encontrar en aquel tenso silencio, las palabras adecuadas para hablar con el pelirrojo.


- No… no es una pulmonía – le aclaró Kyoko.


- Sí, algo así me lo olía – le aclaró Akashi – quiero ayudar a tu hijo, sabes que le quiero pero no puedo hacer nada por él si no deja de apartarme.


- Ya sabes cómo es Aomine, él nunca quiere preocupar a nadie – suspiró su madre girando la taza de barro con el té entre sus nerviosos dedos – su padre… su padre está en una misión como agente encubierto, así que no puede venir por casa hasta que termine, eso podría ponernos en peligro a todos. Lleva seis meses en esa misión y creo… que a Aomine le hace falta su padre en estos momentos, pero no puedo contactar con él.


- Algo me contó Dai de su padre.


- Tiene cáncer, Akashi – le dijo Kyoko sin dilación observando cómo Akashi abría los ojos ante la sorpresa – lleva… seis meses de tratamiento, entre pastillas y quimioterapia. Los médicos son optimistas, piensan que el tumor en sus pulmones está reduciendo, nos cuentan que la caída del cabello es algo bueno, que eso significa que la quimioterapia realmente está surgiendo efecto pero… esta última semana ha sido muy dura, creo que Aomine se está poniendo en lo peor. Está agotado, ha perdido las ganas de seguir luchando y los dos necesitamos a su padre, porque era el apoyo de la familia. Sé que es un imposible, que su padre no sabrá nada de esto hasta que acabe la misión y sus compañeros le expliquen lo que ocurre, por eso te he llamado a ti. Aomine lleva años enamorado de ti, creo que eres otro pilar fuerte en su vida y ahora mismo necesita un pilar fuerte que le anime a seguir adelante. Lamento pedirte algo así, Akashi, no queríamos meterte en esto.


- Lo haré – dijo Akashi pese a que seguía tratando de asimilarlo todo – si necesita alguien que esté a su lado y le anime a no rendirse, puedo hacerlo. Por él haría lo que fuese.


- Gracias, Akashi – sonrió su madre pese a que era una sonrisa que reflejaba una absoluta tristeza.


¡Seis meses! Durante seis meses Aomine le había ocultado que se moría lentamente de cáncer de pulmón, se lo había ocultado a todos, había pasado por todos los tratamientos él solo, en la más absoluta de las soledades y, aun así, seguía jugando al baloncesto, seguía sonriéndoles a todos y ahora por primera vez… Seijuurou empezaba a entenderlo todo. Se moría en secreto y lo único que quería ese chico solitario era que le recordasen tal y como era. Les mentía y pasaba por todo él sólo porque no quería causarles tristeza a los demás.


- Idiota Daiki – susurró Akashi al ver que Kyoko se iba hacia la cocina – Eres un maldito idiota.


La noticia no era nada fácil de asimilar, quizá aún no se había hecho completamente a esa idea, ni siquiera sabía cómo iba a tratar a Daiki después de enterarse de aquello. Ahora mismo, no tenía nada en mente, no se podía hacer a la idea de que Aomine estuviera grave. Una parte de él quería salir de allí y llorar, otra parte quería ser fuerte, subir arriba y abrazar a ese asustado chico.


- ¿Quieres subir a verle? – escuchó que preguntaba la madre de Aomine desde la puerta del pasillo.


- Dame unos segundos a que asimile todo esto – le aclaró – no sé si soy capaz de subir en este momento y enfrentarme a él sin ponerme a llorar.


- Vale. Tómate tu tiempo.


Tardó casi media hora en hacerse a la idea, era demasiado para asimilar. Kyoko trató de amenizar la cosa hablando de cosas triviales y explicándole las dudas que le asaltaban a ese chico sobre la enfermedad, sobre cómo estaba reaccionando y el proceso que llevaba. Seguramente si el tumor seguía remitiendo, acabarían por operarle y extirparle esa pequeña parte del pulmón afectado para sanearlo. Al menos Akashi se alegraba de saber que lo habían cogido a tiempo.


- Ve a trabajar si quieres – acabó diciendo Akashi – creo que ya puedo subir a verle.


- ¿Estás seguro?


- Sí. Espero que no se ponga muy terco – sonrió Akashi tratando de aparentar que todo estaba bien, cuando por dentro… era un manojo de nervios, dudas e incertidumbre.


- Llámame si necesitas algo. Tienes mi número. Saldré de trabajar a las ocho, así que por la mañana estaré aquí.


- De acuerdo.


- Si consigues que cene algo, te lo agradeceré. Coge lo que quieras de la nevera y come algo tú también, ¿vale? – le sonrió la mujer – no quiero que ahora te enfermes tú por estar al cuidado de Aomine.


- No, tranquila – sonrió Akashi - Intentaré que coma algo.


Kyoko cogió las cosas una vez más para volver a su turno, dejando a Akashi solo en la casa.  Decidió entonces preparar algo de cena puesto que lo que había en la bandeja ya estaba frío. Tras tener todo preparado y en la bandeja, miró la escalera y apoyó su espalda contra la pared suspirando un segundo. Necesitaba un segundo para calmar su angustiado corazón.


- Vale… vamos allá – se mentalizó él mismo.


Subió la escalera con la bandeja en las manos y respiró hondo una vez más. Tocó a la puerta con los nudillos pero no obtuvo respuesta, era posible que Aomine estuviera durmiendo. Decidió entrar, abriendo la puerta muy despacio, asegurándose de que todo estaba bien dentro, de que no iba a meter la pata. Dejó la bandeja en la mesilla y se acercó para comprobar si de verdad dormía, pero al escucharle toser, enseguida se percató de que continuaba despierto.


- ¿Dai? – preguntó, consiguiendo así que Aomine se girase de golpe sorprendido al escuchar la voz de Akashi.


- ¿Qué…? ¿Qué haces tú en mi casa a estas horas? – preguntó sorprendido.


- Tu madre me llamó. Estaba preocupada por ti.


- Tonterías. Estoy bien – le dijo volviendo a apartar la mirada de Akashi.


- Te quiero, Dai.


- No me digas chorradas – se quejó Aomine a punto de llorar – no puedes quererme.


- ¿Por qué no? ¿Es todo porque piensas que estás moribundo?


Aquellas palabras sorprendieron a Aomine, quien ahora entendía claramente que Akashi sabía todo lo que estaba ocurriendo. Seguramente su madre se lo había contado. Tantos meses guardando el secreto y ahora… todo estaba al descubierto.


- No estás solo, Dai.


- No te atrevas a decir eso. Tú no tenías que enterarte de nada.


- ¿Por qué? ¿Por qué quieres llevar el sufrimiento tú solo?


- Porque te quiero demasiado como para verte sufrir, no quiero verte sufrir y es lo que harás a mi lado – le gritó Aomine derramando lágrimas.


Akashi se lanzó hacia el futón abrazándole con fuerza, intentando trasmitirle esa seguridad que él tenía, esa fuerza que ahora le faltaba a ese chico y tanto necesitaba.


- No me apartes de ti – le susurró Seijuurou – no lo hagas. Te quiero y te necesito. Es duro por lo que estás pasando y lamento no poder entenderlo, pero… haré todo lo que pueda por ti. Sólo… déjame estar a tu lado.


- Vete ahora que puedes, Sei – le susurró Aomine aun llorando – es posible que esto no se solucione. ¿Qué harás si ocurre eso?


- Habré aprovechado cada segundo de mi vida a tu lado pero sigo pensando… que te vas a poner bien, los médicos están viendo una oportunidad, necesito que tú luches un poco más.


- Estoy cansado. No sabes lo que es esta enfermedad, no sabes el agotamiento que provoca. Tengo que sufrirla solo, es un combate en solitario, Sei.


- No, no lo es – intentó sonreír Akashi – no puedo ayudar a tu cuerpo a defenderse de esta enfermedad pero sí puedo aliviar tu mente, puedo darte la fuerza que necesitas. Dame una oportunidad, puedo hacerte feliz.


- Pero yo no puedo hacerte feliz. Estos seis meses han sido un tratamiento tras otro, ha sido un infierno, sin saber si realmente voy a sobrevivir o no, nadie está seguro. ¿Has visto a mi madre? Ya puedes hacerte una idea de cómo afecta esta enfermedad a los que me rodean, no quiero eso para ti.


- Voy a estar a tu lado, quieras o no – le aclaró Akashi – me basta con saber que me quieres. Porque espero que me quieras.


- Claro que te quiero, pero esto no es vida para ti.


- No voy a dejarte solo con esto. ¿Qué clase de amor sería el que sentiría por ti si te dejase en el peor de tus momentos? Quiero que confíes en mí tanto como yo lo hago en ti. No quiero más mentiras, Dai, quiero estar a tu lado, en lo bueno y en lo malo. Siempre.


- Eres idiota – intentó sonreír Aomine agarrándose a su cuello con fuerza, hundiendo su rostro en la clavícula del pelirrojo sin poder dejar de llorar – eres un maldito idiota.


Akashi no se movió. Dejó que Aomine derramase las lágrimas que durante meses había derramado en silencio, y hasta él mismo tuvo que aguantar como pudo para evitar que ese chico le viera flaquear, no podía permitirse ahora aparentar debilidad, no cuando Aomine necesitaba que le insuflaran fuerza y valentía una vez más. Estaba convencido de que saldrían de ésa, los médicos eran optimistas y, así tuviera que contratar él a los mejores especialistas, jamás abandonaría a ese chico. Sabía perfectamente que ambos flaquearían a lo largo del tratamiento, que tendrían que apoyarse constantemente, pero estaba dispuesto a lo que fuera por él, incluso estaba dispuesto a sufrir la peor de las condenas si el tratamiento no funcionase, algo… en lo que ni siquiera quería pensar.


- Siempre eres tú – escuchó que decía Aomine – tú eres el final de mi soledad.


- Yo nunca dejaré que estés solo.


La cara camisa de Akashi empezaba a dejar pasar la humedad de las lágrimas de aquel chico, Akashi podía sentir perfectamente cómo se mojaba su ropa pero le dio igual, no soltó el abrazo. Permaneció allí, en aquella posición, derramando una silenciosa lágrima que Aomine no llegó a ver al tener su rostro hundido en el pecho del pelirrojo. Para cuando Akashi pudo moverse, Aomine se había quedado dormido.


Sólo en aquel momento, Seijuurou decidió moverse y colocar mejor a Daiki para que durmiera. Sus ojos se cruzaron con el frasco de pastillas de la mesilla de su amigo y lo cogió entre sus ágiles dedos leyendo el contenido. ¡Eso podía tumbar hasta a un caballo! No le extrañaba que Aomine hubiera caído casi al instante.


Dejó el bote de nuevo en la mesilla y se tumbó al lado del moreno, acariciando con sus yemas la palma abierta del chico hasta que también él se quedó dormido. La noche fue lo que menos… tranquila. Aomine se movía más que un pulpo en un garaje, se agarraba a él con fuerza a cada giro y, para colmo, notaba su respiración en la nuca haciéndole cosquillas. Ese chico era como un oso, cuando te abrazaba, ya no te soltaba. Akashi durmió como pudo y es que no quería ni siquiera intentar despertar al joven que a punto estuvo de tirarle del futón un par de veces. Ni siquiera entendió cómo se pudo dormir al final.


Para cuando despertó, Aomine no estaba en la habitación ni tampoco la bandeja que anoche había traído para que comiera algo. Abrió los ojos pese al cansancio que tenía y se incorporó descubriendo que aún estaba vestido con la ropa con la que había llegado. Buscó con la mirada a Aomine por toda la habitación, pero al no encontrarle, se levantó corriendo y salió del cuarto para bajar al salón.


Kyoko estaba preparando el desayuno, pero no había ni rastro de Aomine por ningún lado, algo que le extrañaba demasiado a Seijuurou. Se acercó hasta la cocina dando los buenos días y la mujer respondió con una gran sonrisa. Al menos la casa de Aomine parecía más hogareña que la suya, donde casi nunca había nadie para pasar tiempo con él.


- ¿Qué tal has dormido? – preguntó la mujer.


- No muy bien. Aomine es…


- Oh… - se dio por entendida al dar una cálida sonrisa – es como un oso grandullón, le gusta cogerse a algo para dormir.


- Ya lo he visto y menudo calor me ha dado.


- Es muy caluroso – sonrió la mujer de nuevo.


- Por cierto… ¿Dónde está?


- Verás… tenía quimioterapia. Ha salido ya hacia el hospital.


- ¿Sin mí?


- No le gusta que nadie le acompañe a la quimio. Le da vergüenza que le vean vomitar y se suele poner triste al ver al resto de pacientes. Ya sabes cómo es Daiki… no le gusta mostrar sus debilidades.


- Pues va a tener que mostrármela porque voy a ir con él. No va a pasar por esto solo.


- Akashi… es duro entrar ahí.


- Me imagino, pero no voy a retirar mis palabras. Voy a ir. ¿Ha desayunado?


- No ha querido probar bocado.


- Le llevaré el desayuno entonces – sonrió Akashi cogiendo en una bolsa algo de bollería que su madre estaba preparando y un termo con leche como le gustaba a Aomine.


Por suerte para Akashi, sabía adónde iba Aomine, al hospital y sobre todo… tenía la moto fuera, así que cogió el casco que dejó la noche anterior en el hall principal y se marchó guardando los termos con el desayuno en una mochila que Kyoko le prestó. Subió la cremallera de su chaqueta negra y bajó el casco oscuro arrancando la moto de carretera para intentar llegar antes que Aomine. Él aún debería coger el metro, era posible que llegase a tiempo.


El metro estaba lleno a esas horas, era hora punta y los ejecutivos cargaban sus maletines para ir a las oficinas, pero Aomine se centraba en la música que salía de su mp3 mientras miraba por las ventanillas las luces del túnel pasando a gran velocidad. Ni siquiera había tenido sitio para sentarse y a duras penas se mantenía de pie sujeto a la barra alta del techo tratando de mantener el poco equilibrio que últimamente tenía.


Bajó en la quinta estación, frente al hospital, y caminó con lentitud buscando la entrada. Un día más de quimioterapia tras seis largos meses. Los médicos decían que pronto terminaría, que el tumor se estaba reduciendo pero… Aomine sólo podía pensar en lo mal que se sentía cada vez que entraba en aquella sala y veía el rostro de los familiares de la gente que se sometía al tratamiento. Él nunca quiso que nadie le acompañase, no quería ver a nadie afectado por su enfermedad, ni siquiera a su madre. Aquel recinto no era un plato de buen gusto para nadie, era mejor mantener a todos alejados de ese infierno.


- Te he traído el desayuno – escuchó que alguien decía frente a él, un chico sentado en su moto con una bolsa de papel marrón en sus manos y un casco apoyado en el metal en medio de sus piernas.


- ¿Qué haces aquí, Akashi? – preguntó malhumorado.


- Traerte el desayuno, ya te lo he dicho. Te has ido sin desayunar.


- No tengo hambre. Lamento que te hayas tomado la molestia pero… ya puedes volver a tu casa.


- ¿Ya? ¿Te han cancelado la quimioterapia?


- No – dijo Aomine.


- Entonces me quedo. Voy a entrar contigo.


- No, no vas a entrar conmigo. Lárgate – le dijo Aomine enfadado intentando pasar por su lado sin mucho éxito.


- No pienso apartarme de aquí – le dijo Akashi poniéndose en medio de su camino.


- ¿En serio intentas bloquearme el paso? – sonrió Aomine – aparta de ahí, enano – le gritó Aomine empujándolo con firmeza y quitándolo de su camino.


- A mí no me llames enano – le dijo Akashi volviendo a ponerse en medio.


- Oh, vamos, Akashi… no tengo tiempo para tus juegos. Apártate de una maldita vez – volvió a empujarle sacándolo de la trayectoria que llevaba, pero Akashi, enfadado, saltó subiéndose a su espalda y enganchándose a él, casi tirándole al suelo por el poco equilibrio que tenía el chico.


- Vas a tener que llevarme aunque sea a rastras, ¿me oyes?


- Akashi, por dios… deja de hacer el ridículo, tú no eres así.


- Pues cambiaré, pero no te dejaré solo.


La gente que salía del edificio no dejaba de mirarles. Akashi… el chico recto que siempre llevaba su elegante camisa y su corbata, estaba allí, subiéndose a la espalda de Aomine Daiki, agarrándose con fuerza a su cuello para que le llevase con él.


- Suéltame, mosca cojonera – le dijo Daiki.


- ¿Mosca cojonera? – preguntó Akashi.


- Sí… eres tan débil como para apartarte pero siempre vuelves a molestar, ¿Qué hago para que te largues?


- Compra un buen insecticida – le dijo Akashi sonriendo sin soltarse de su cuello – voy a entrar a esa habitación contigo.


Aomine resopló frustrado al darse cuenta de que no podría quitarlo de su camino. Ese chico estaba dispuesto a ir donde fuera y a hacer cualquier ridículo con tal de estar allí con él, así que no le quedó más remedio que aceptar y dejar que le acompañase.


El rostro de Akashi cambió radicalmente al entrar en la sala, pero no dijo nada. Permaneció en silencio observando cómo las enfermeras clavaban la aguja en el brazo de Aomine y salían de allí dejando un cubo cerca de la camilla.


Aomine se tumbó mejor y trató de relajarse pese al rostro preocupado que Akashi mostraba a su lado. Miraba de un lado a otro, viendo al resto de pacientes, a los familiares y volvía a mirar a ese chico moreno allí tumbado con los ojos cerrados. Ninguno de los dos parecía muy dispuesto a iniciar la conversación, ni siquiera sabían qué decirse en aquellos instantes.


- Sal de aquí – le aclaró Aomine cerrando los ojos.


- No voy a irme.


- Venga… se te saltarán las lágrimas enseguida. Ya sé que no es plato de buen gusto estar aquí, yo estoy obligado pero tú puedes marcharte. No hace falta que los dos lo pasemos mal.


- Sí hace falta – le aclaró Akashi – porque tienes razón, es duro estar aquí y ver todo esto, se nota la tristeza y la desesperación de todos, pero yo no voy a dejar que pases solo por esto, así que sí, es necesario que me quede contigo.


- Bonito discurso, ahora lárgate – le repitió Aomine pero Akashi lejos de marcharse, cogió una silla y se sentó al lado de la camilla.


- No, y da igual las veces que me lo digas, no me moveré.


- Eres un maldito terco.


- Igual que tú – le aclaró Akashi – pero así es cómo me enamoré de ti y así es cómo tú te enamoraste de mí.


Aomine se echó a reír llamando la atención de todos los allí presentes. Estaba claro que nadie había escuchado risas en aquel lugar pero hoy… hoy todo era diferente porque Akashi estaba allí a su lado.


- No me hagas reír, pedazo de egocéntrico – aclaró Aomine – yo no estoy enamorado de un enano controlador como tú.


- ¿Cómo que no? Te mueres por mis huesos – sonrió Akashi – y cuando salgas de aquí, iremos a comernos una hamburguesa.


- No tengo hambre.


- Claro que sí, te he traído el desayuno y no me gusta desayunar solo. Me recuerda a mi casa. Come – le dijo Akashi sacando las cosas allí para desayunar juntos.


- ¿Vas en serio, Akashi? ¿Te parece un buen lugar para desayunar?


- No es un buen sitio, pero no puedo llevarte a la playa con una aguja en el brazo, así que es lo que hay. Cuando salgas de aquí te llevaré donde quieras.


- ¿Con tu moto? – preguntó Aomine mirando el vaso con la leche que le había preparado su madre.


- Con lo que quieras.


- Me gusta cuando vas en la moto – aclaró Aomine tumbándose una vez más y dejando el vaso a un lado. Para Akashi no pasó desapercibido aquel bajón en su tono de voz, se había suavizado demasiado.


- ¿Estás bien?


- No… creo que voy a vomitar.


Akashi le acercó el cubo que la enfermera había dejado a su lado y aguantó como pudo aquel desagradable momento, sabiendo que sería mucho peor para un Aomine nada acostumbrado a que le vieran en su momento más débil.


- Creo que tienes razón… mejor no desayunamos – aclaró tras quitársele a él también las ganas, algo que consiguió sonrojar pero, a la vez, sacar una leve sonrisa de Aomine.


- Lo siento.


- No te preocupes. Esto es algo normal.


La sesión fue dura para ambos chicos, pero Akashi trató de convencer a Aomine, cuando salieron, de ir a comer algo o dar una vuelta, pero Aomine estaba demasiado cansado y mareado como para ir a otro lugar. Tan sólo volver a su habitación le resultaba una idea atrayente en aquel momento.


- Si me prometes que comerás algo… te llevo a la habitación y podemos poner una película o algo.


- ¿No te importa? – preguntó Aomine extrañado.


- No. Un plan tranquilo también está bien. Mientras pueda estar a tu lado, cualquier cosa me parece bien.


- No me gusta que estés todo el día encerrado conmigo entre cuatro paredes, deberías salir con los demás a jugar a baloncesto o algo.


- No. Prefiero estar contigo aunque sea en esas cuatro paredes sin ver la luz del sol – sonrió Akashi.


Iban de camino al ascensor cuando la puerta de éste se abrió dejando ver a un hombre de mediana edad que venía con rostro preocupado. Aomine se paralizó al instante y Akashi también al darse cuenta de que el moreno le apretaba el brazo con fuerza.


- ¿Qué ocurre? – preguntó mirándole.


- Es… es mi padre – le aclaró soltando el brazo de Akashi para ir hacia su padre, que al verle, aceleró el paso lanzándose a abrazar a su hijo con lágrimas en los ojos – papá – se agarró Aomine a él con fuerza.


- Ey, mi niño… ya estoy aquí, estoy contigo.


- Pero… ¿Y la misión?


- Ha terminado. No volveré a irme, ¿vale? Pero deberías haberme avisado y habría venido.


- No podías dejar la misión.


- Tú eres más importante, Dai.


- ¿No vas a volver de infiltrado?


- No por ahora, estaré patrullando. Voy a quedarme a tu lado todo lo que haga falta.


- ¿Los atrapaste?


- Sí – sonrió su padre – están pendientes de juicio. Mi compañero hará de infiltrado en las siguientes misiones.


Akashi miró desde la distancia la escena. Sabía de sobra que Aomine adoraba a su padre, que quería ser policía como él, seguir sus pasos. No pudo evitar emocionarse por la relación que ambos compartían. Puede que su padre hubiera estado meses infiltrado sin poder volver a casa, sin enterarse de nada de lo que ocurría con tal de mantener a salvo a su familia, teniendo una tapadera y la esperanza de que su compañero haría lo posible por animar a su familia y mantenerles informados de la misión. Ahora tras finalizar su misión, volvía para enterarse del problema de su hijo, y pese a las lágrimas en sus ojos, no quiso soltar a Daiki tratando de calmarle y pasarle parte de su fuerza para que continuase luchando.


***


Un año después


La iluminación no era muy buena en aquella cancha, nunca lo había sido, pero a esos chicos les daba igual. Kise dribló con la pelota en sus manos, pasándola bajo sus piernas y metiéndola bajo las de Kagami para sortearle y seguir hacia canasta, pero cuando iba a saltar, la mano de Akashi se interpuso en su camino arrebatándole la pelota y corriendo con rapidez hacia la canasta encestando los dos puntos.


Tetsu miró con nostalgia el número cinco en la camiseta que llevaba su antiguo capitán, la camiseta del equipo de “Vorpal sword” con el número cinco que había pertenecido a Aomine Daiki y con la que ahora se limpiaba levemente el sudor un agotado Akashi que no había parado ni un segundo a descansar desde que habían empezado el juego.


La luz de la farola encima de Akashi centelleó hasta apagarse. Era normal últimamente que las bombillas de la cancha se fundieran, apenas quedaban tres encendidas, pero a Akashi le dio igual, buscó la pelota y quiso continuar hasta que vio cómo Kagami frente a él no se movía para impedirle el paso.


- ¿Qué ocurre? – preguntó Akashi.


- Se está haciendo tarde, Akashi, deberíamos dejarlo por hoy – dijo con seriedad preocupado por cómo el capitán del equipo se estaba centrando demasiado en el deporte para olvidar sus preocupaciones – déjalo ya, Akashi, todos estamos agotados, hasta tú. Es tarde.


Akashi miró al resto de sus compañeros, tanto Kise como Tetsu le miraban con ojos preocupados mientras se limpiaban el sudor con sus camisetas.


- Yo… - intentó articular Akashi, pero estaba claro que nada saldría de sus labios. En lo único en lo que pensaba cuando soltaba la pelota de baloncesto era en Aomine y en que no estaba allí.


- Vamos, te acompañaremos a casa.


- No quiero ir a casa – dijo Akashi al final – no quiero irme aún. Iros vosotros.


- Akashi… vamos. No puedes mitigar tu dolor y tu frustración con el baloncesto, no puedes jugar todo el tiempo.


- Sí puedo – dijo Akashi – marchaos ya.


Todos se dirigieron a paso lento hacia sus bolsas tiradas en un lateral contra la valla metálica del fondo. Miraron una última vez a Akashi con la preocupación en sus ojos, no podían evitar estar tensos ante la situación, observando cómo Akashi permanecía allí haciendo lanzamientos él sólo, entrando a canasta sin que nadie le defendiera y con la camiseta de Daiki.


- ¿Estará bien? – preguntó Murasakibara.


- No – dijo Kise – no está bien, pero cada cual lo lleva como puede.


Kise agachó el rostro. Tampoco él podía mentir, era un dolor terrible, Daiki era su meta a seguir, su mejor amigo, su rival, lo era todo para él y no sabía cómo superar ese día. Entendía que Akashi tampoco pudiera hacerlo y evitase pensar en él.


- ¿Kise? – preguntó Murasakibara casi en un susurro al ver cómo el rubio se abrochaba la chaqueta encima de la sudorosa camiseta de “Vorpal Sword” con el número siete y empezaba a caminar para irse a su casa.


Tan sólo Tetsu miró una última vez hacia Akashi, que seguía entrando a canasta. Kagami le llamó preocupado, pero su compañero enseguida reaccionó siguiéndole hacia fuera del parque. El pelirrojo siempre le acompañaba a su casa. En el cruce, todos se despidieron pese a que Kise estaba muy preocupado y no dejaba de mirar el teléfono, quizá por eso ni se enteró cuando todos se despidieron de él.


- Kise… nos vemos mañana – le remarcó Tetsu poniendo la mano para tapar la pantalla de su móvil.


- ¿Eh? Oh, sí… lo siento – intentó sonreír – Aomine siempre se metía conmigo por mi manía de estar siempre con el móvil.


- Lo sé – dijo Tetsu intentando calmar a su amigo.


- Joder… yo le contaba todo. ¿Por qué no me contó que tenía cáncer? – preguntó Kise derrumbándose finalmente.


- Porque no quería que le viéramos mal – le aclaró Tetsu.


- Pero… él siempre sonreía y yo… yo creí que estaba bien.


- Ya… Aomine siempre ha sabido mentir muy bien – aclaró Tetsu – pero saldremos de esta, ¿vale? Siempre vamos a tener presente la sonrisa de Daiki porque es lo que él quería, que siempre le viéramos con esa sonrisa.


- Maldito terco testarudo – gritó Kise golpeando uno de sus puños contra la pared.


- Cálmate, Kise – le dijo Kagami abrazándole, dejando que llorase en su pecho durante unos largos minutos en los que Tetsu también estuvo muy tenso por la situación - ¿Estás mejor? – le preguntó Kagami al cabo de unos minutos.


- Sí.


- Será mejor que le acompañemos a casa – le comentó Tetsu hacia Kagami.


- Me parece buena idea.


Los tres se marcharon juntos, dejando a Murasakibara acompañando a Midorima. En la cancha, las cosas no iban mucho mejor, Akashi no quería detenerse, porque hacerlo era volver a pensar en ese chico que durante un año entero compartió su dolor, en ese chico al que amaba y al que veía deteriorarse lentamente pero sin rendirse contra una enfermedad que le consumía en el tiempo. Había sufrido los días de agotamiento extremo con él, tirados en la cama viendo una película que al final… sólo Akashi terminaba de ver, llevándole a los médicos que exhalaban palabras de ánimo a un chico que sólo se aferraba a la esperanza que Akashi tenía depositada en la medicina y en su fuerza de voluntad. Los dos habían llegado al máximo agotamiento durante todo aquel año, fingiendo estar bien, compartiendo las pocas alegrías que tenían con sus compañeros, aguantando las bromas de ellos cuando les explicaron que eran pareja sin que nadie supiera el aterrador secreto que ambos guardaron durante los trescientos sesenta y cinco días de aquel infernal año.


Al final, la pelota resbaló de las manos de Akashi rebotando varias veces en el suelo, dejando ver finalmente un par de lágrimas dejar sus mejillas marcadas y perderse en el hormigón del suelo. Se limpió con el dorso de la mano como pudo antes de escuchar a alguien tras él.


- ¿Por qué lloras? – preguntó Daiki abrigado con una chaqueta.


- Porque soy idiota – le dijo Akashi fingiendo una sonrisa.


- ¿Estabas preocupado por mí?


- ¿Cómo no iba a estarlo? Eres un idiota. Nos tenías preocupados. ¿Qué te han dicho los médicos?


- Bueno… - dijo sacando el informe con mala cara.


- ¿Ha vuelto a salir el tumor? – preguntó preocupado cogiendo el papel.


- Estoy bien – le afirmó mientras Akashi leía el informe donde explicaban que ya no había síntomas de ningún tumor en su cuerpo.


- Gracias a Dios – expresó Akashi dejándose caer al suelo. Se quedó sentado unos segundos y le dio igual estar completamente sudado con el frío que iba a levantarse – menos mal – susurró aliviado dejando escapar las lágrimas, esta vez de felicidad.


- ¿Menos mal? Me han extirpado medio pulmón – dijo Aomine sonriendo.


- Pero estás bien, ya no tienes nada.


- Pero si no puedo apenas jugar sin ahogarme – aclaró Aomine sonriendo, pero Akashi le dio un manotazo en la chaqueta para que se callase.


- Idiota, eso se te pasará con rehabilitación.


- Llevo seis meses en rehabilitación, Sei – le aclaró Daiki – toma esto – comentó dándole otro papel.


- ¿Qué es eso?


- El informe de rehabilitación.


Akashi lo cogió con  rapidez para leerlo mientras Aomine mandaba un mensaje a Kise y al resto del equipo para que se quedasen tranquilos y supieran… que ya no tenía que volver al hospital, que estaba en perfectas condiciones.


- ¿Puedes jugar?


- Me han dado el alta, sí. Me han aconsejado que no fuerce al principio pero… me dejan volver a jugar. Ahora sólo falta que mi capitán acepte a un pobre lisiado sin medio pulmón.


- Imbécil, claro que te acepto. ¿Qué haces? – preguntó al ver que Aomine se quitaba la chaqueta para dejarla en un lateral.


- Jugar un uno contra uno.


- No – dijo Akashi.


- Te lo debo. Por todo lo que no he podido hacer este año. He sido un novio horrible, acéptalo.


- Estabas enfermo, no contaba.


- Admítelo, cuesta poco. Yo acepto que he sido un fracaso como novio. Ni siquiera he podido ver una película completa contigo sin dormirme.


- Por la medicación. Eso no cuenta – sonrió Akashi.


- No hemos ido al cine, ni a la playa porque me daba vergüenza salir con la peluca y que se perdiera en el mar – sonrió Aomine haciendo sonreír también a Akashi – sólo… he podido ofrecerte mis besos, sesiones eternas de quimioterapia, malos momentos y sufrimiento. Siempre pensando que podías perderme en cualquier momento, eso no es una buena relación.


- Pero estoy convencido de que me compensarás por ello y además… me alegro de haber estado a tu lado, en lo bueno y en lo malo, Aomine, te quiero tal y como eres. No me habría gustado que me hubieras mantenido al margen.


- Siempre tan romántico pese a tu coraza de sarcasmo y terror que infundas a los demás – sonrió Aomine acercándose a él con la pelota – venga, te daré ventaja, tú empiezas.


Akashi cogió la pelota que Daiki le pasó y empezó a botarla frente a él. Dribló la primera vez a la izquierda y luego realizó su famoso movimiento hacia la derecha de forma tan rápida, que todos se paralizaban y caían al suelo, pero en aquella ocasión, Aomine no cayó al suelo. Akashi abrió los ojos perplejo de encontrarlo frente a él impidiéndole el paso, pero aún más sorprendido cuando Aomine le quitó la pelota frente a él y cuando trató de recuperarla echando su cuerpo hacia delante, Daiki cogió la muñeca de la mano que casi tocaba el balón y que él apartaba, uniendo sus labios a un sorprendido Akashi que no se esperó la rapidez con la que había actuado Aomine.


- Te quiero – le susurró Aomine haciendo sonreír a Akashi.


- Eres un buen novio – le susurró esta vez Akashi – créeme… eres el mejor que podía pedir.


Akashi volvió a unir sus labios a los de su novio, esta vez siendo él quien tomaba la iniciativa frente a un Aomine poco acostumbrado a dejarse dominar. Ni siquiera llevaban dos segundos besándose, cuando Daiki empezó a reírse sin poder parar.


- ¿Qué pasa? – preguntó Akashi.


- Es que… de verdad que eres mi garrapatilla – dijo en forma más suave tratando de amenizar aquella palabra.


- Oye…


- Te pegas a mí como una – dijo Aomine riéndose – te agarras a mi labio y ya no te sueltas ni con agua hirviendo.


- Te quejarás… encima que soy un portento besando.


Aquello hizo sonreír aún más a Aomine. Ahí volvía a estar el carácter altanero de ese emperador, ese carácter que tanto le gustaba a él y que no le había dejado rendirse ni uno de los días de su enfermedad, que no se permitió tampoco rendirse él mismo y estuvo allí a su lado y es que… Akashi sí que era el novio perfecto. En aquel momento, Daiki se puso serio abrazándose al pelirrojo.


- Te quiero, te quiero de verdad, Sei.


- ¿A qué viene esto ahora? – preguntó extrañado – ya no te vas a morir ni nada por el estilo.


- Te agradezco que estuvieras a mi lado, que jamás te rindieses y que no me dejases rendirme, agradezco todo lo que aguantaste en aquellas sesiones por no dejarme solo. Nunca imaginé que fueras capaz de algo así.


- Por ti haría lo que fuese, Dai.


- Y yo – dijo Aomine quitándose la camiseta antes de besar a un sorprendido Akashi que intuyó por dónde iba su novio.


Durante aquel año… sólo una vez habían tenido sexo, el día antes de su operación de pulmón y todo… porque Aomine y todos… temían que pudiera quedarse en aquel quirófano. Daiki no quería irse así sin más, sin haber estar ni una vez con su novio, aquella fue la única vez que realmente pudieron tener sexo, porque después con las rehabilitaciones y las pruebas, les había sido imposible.


- ¿Aquí? – preguntó Akashi desconcertado.


- ¿Por qué no? – sonrió Aomine – eras tú el que me decía que había que hacer locuras en la vida antes de morir, como la vez que me obligaste a meterme desnudo en la piscina de tu vecino – sonrió de nuevo Aomine haciendo reír a Akashi.


- Creía que te morías, quería retarte y conseguir que quisieras tener ganas de vivir. Esto es diferente.


- ¿Por qué? Sigo siendo el mismo y sé que por tu mente siguen pasando ideas morbosas y divertidas. Eres Akashi Seijuurou.


- De acuerdo… sígueme – le dijo Akashi cogiéndole de la mano para llevarlo hacia otra parte del parque.


Aomine tuvo el tiempo justo de coger su camiseta y la pelota de baloncesto antes de ser arrastrado por Akashi hacia la oscuridad del parque, justo a la zona donde los niños jugaban.


- ¿Quieres hacerlo ahí? – preguntó Aomine con una sonrisa juguetona – qué mala influencia eres para los niños.


- Estoy convencido de que nunca lo has hecho en un tobogán – le dijo con una gran sonrisa empujándole hasta que quedó tumbado en la rampa del tobogán con un Akashi encima de él besándole con pasión.


El tobogán de metal estaba frío, pero Aomine ya no podía pensar en aquello. Tan sólo las manos de Akashi rozando su desnuda cintura, aquel abdomen que había perdido algo de tonificación debido al poco ejercicio que había hecho en ese último año y medio. Desde que dejó el equipo hacía un año… desde que Akashi se enteró de todo, se acabó el deporte para él. Fue el mismo Akashi quien cogió su propia camiseta por la nuca y tiró de ella para quitársela también.


Daiki sonrió al ver el pequeño pero perfecto cuerpo esculpido de Seijuurou. Se notaba que él no había dejado el deporte. La mano de Akashi pasó tras la nuca de Aomine, permitiéndole profundizar el beso que había iniciado.


Los dedos de Seijuurou eran tan suaves que volvían loco a Aomine, jamás había deseado las caricias de alguien tanto como lo hacía con las de ese chico que rozaba con sus yemas sus mejillas y bajaban por su cuello, clavícula y cintura en dirección a su zona íntima. Pese a que Daiki trató de aguantar el primer gemido al sentir los ágiles dedos de Akashi en su miembro, no pudo retenerlo, dejando que escapase y se ahogase en la boca del pelirrojo, que recogió gustoso aquel gemido que le incitó a seguir acariciando al chico al que amaba.


Aomine aprovechó también para pasar su mano hasta el abdomen de Akashi, acariciándolo pese a la incertidumbre que tenía de seguir bajando tal y como ese pelirrojo había hecho con él. Sabía perfectamente el carácter de Akashi y aunque él siempre había sido muy decidido, Akashi era de esos chicos que pese a ser bajito, tenía un carácter endemoniado.


Al ver Seijuurou lo parado que estaba Daiki, decidió sacar la mano de su entrepierna para meterla en la boca del moreno, pidiéndole y casi exigiéndole con una gran y perversa sonrisa, que lamiera aquellos labios, porque hoy sin falta, iba a ser suyo. Aquello no le terminó de cuadrar a Daiki, puesto que, la última vez, él fue quien entró en el arrogante y altanero Akashi, pero hoy… ese pelirrojo no parecía por la labor de ceder su posición dominante como había hecho la otra vez.


- ¿Qué haces? – le preguntó Daiki cogiendo la muñeca de Akashi.


- Prepararte – dijo Akashi intentando soltarse para llevar la mano hacia la entrada de Aomine.


- No, eso es mi trabajo.


- Si quieres prepararte tú mismo, por mí está bien, me encantará ver cómo lo haces – sonrió Akashi divertido.


- Ni de coña, no era eso lo que quería decir.


- No vas a entrar en mí, no esta vez.


- ¿Por qué no?


- Porque ya lo hiciste la otra vez, me toca a mí ahora.


- No vas a entrar en mí – se quejó Daiki – mi trasero está reservado.


- Sí, para mí – le besó Akashi.


- Serás descarado…


- No, tú eres el descarado. Yo cedí la otra vez porque querías probar  el sexo y te iban a operar, ahora ya no tienes excusa, vas a ceder como yo cedí. Además… tú mismo lo has dicho… soy el novio perfecto, ¿no merezco una recompensa?


- Eres un imbécil – le dijo Aomine pero Akashi sonrió.


- Sí, pero un imbécil que te va a hacer suyo y no quiero quejas.


Aomine fue a quejarse pero sentir los dedos de Akashi introducirse en él hizo que sólo saliera un gemido de sus labios, un gemido que pronto fue seguido por un ceño fruncido y nada de acuerdo con lo que Akashi estaba a punto de hacer, pero ya no había vuelta atrás, sabía perfectamente que Seijuurou no cedería en aquella decisión ya tomada.


- De verdad que eres insoportable – le dijo Aomine, pero Akashi cogió la mano de Daiki llevándola hasta su entrepierna.


- Ponte a trabajar, Dai – le dijo Akashi sin más.


Una sonrisa se escapó también de los sensuales labios del moreno acercando su rostro aún más al de un sorprendido Akashi cuando sintió cómo Aomine cogía su miembro con cierta rudeza.


- No me des órdenes, enano – le susurró Aomine rozando sus labios a los de un sonriente pelirrojo.


- Bésame y cállate – le ordenó nuevamente sacando una sonrisa juguetona de un Daiki que quiso quejarse antes de sentir cómo Akashi devoraba su boca una vez más, metiendo la lengua a jugar con la de ese fogoso moreno.


Los dedos de Akashi no dejaron de introducirse en un Daiki al que cada vez le costaba más aguantar y retener los gemidos que luchaban por salir de su boca. Seijuurou detuvo la mano de Aomine y se colocó mejor sobre él sin soltar su boca, sacando sus dedos de él y metiendo su miembro con lentitud. Los dedos de Aomine se intentaron agarrar con fuerza a la espalda de Akashi, arañándole sutilmente, algo que excitó aún más al pelirrojo en lugar de conseguir que aminorase. No se detuvo hasta que estuvo completamente en su interior y empezó a moverse con sensualidad y rapidez, buscando el placer tanto para él como para su pareja.


Los dos gimieron, cerrando los ojos y dejándose llevar por la oleada de placer que sentían al estar juntos, en completo contacto, con sus pechos rozándose y dándose aún más placer sin que Akashi cesase en sus embistes. Ninguno de los dos habría pensado jamás que su segunda vez sería en un tobogán para niños, pero allí estaban, disfrutando del riesgo de ser pillados pese a la oscuridad de aquella noche que les mantenía ocultos de todo el mundo. Tan sólo sus gemidos eran audibles hasta que ambos llegaron al máximo clímax, corriéndose el uno en el otro, llenando Aomine tanto su abdomen como el de su novio con aquel blanquecino líquido que Akashi había depositado en su interior, dejándole suspirar al fin por el placer que cesaba.


Los dos sonrieron al abrir los ojos y encontrar sus apasionadas miradas. Fue Akashi el primero en salir del moreno, buscando unos pañuelos en los bolsillos de su pantalón para limpiarse antes de empezar ambos a vestirse. Aquella noche, Akashi acompañó a su novio a casa y aunque trató de irse, sus padres le invitaron a quedarse a cenar con ellos. No tuvo más remedio que ducharse antes que nada y ponerse algo de ropa de Aomine. Un pantalón de baloncesto de su antiguo equipo del Tôô y una camiseta que le venía grande por todos lados, pero que le encantaba por el olor que desprendía de su chico.


Todos cenaron como una verdadera familia. A Akashi siempre le gustó estar con ellos, era todo lo que siempre había deseado, estar simplemente en familia y pasar ratos agradables con ellos. Mantener una relación con Aomine le había dado todo lo que siempre deseó. Se sentía querido y eso era lo más importante para él.


A la mañana siguiente, Aomine tuvo que abrazar a un preocupado Kise en la cancha que no quería soltarle por el miedo que había pasado la noche anterior pensando que el cáncer podía haber resurgido. Ahora, el rubio se calmaba igual que el resto de los amigos al descubrir que Daiki… volvía al equipo completamente recuperado para jugar con ellos. Las sonrisas de aquel equipo eran algo que jamás se desvanecerían y todos lo sabían.


Fin


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