Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

49 Theurgy Chains por Kaiku_kun

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

He vuelto :) he tardado lo mío, pero ya estoy aquí con la conti del fic jeje musiquilla para leer:

Jeremy Zuckerman - Chi Blockers

Triptykon - Goetia

Capítulo 4: Sombras invasoras

 

Shindou salió de su habitación, al día siguiente. Era mediodía. Después de muchas horas usando toda la energía, emoción y poder que estuvo en su mano para crear las teúrgias, ya estaban listas y guardadas en lugar seguro, aunque llevaba algunas encima. Estaba agotado, pero quería ir a ver a Kirino. De camino, se encontró con Hinano y Anemiya, que caminaban cabizbajos.

—¿Qué os pasa?
—Taiyo ha hecho algo que no debería. Todo el templo está enterado ya.
—¿Qué ha pasado? —les apremió Shindou.
—Entré en la estancia de Kirino. Quería hablar con él.
—Pero… ¡Qué tontería has hecho!
—Ya lo sé, no debería…
—¡No, no te haces a la idea! ¡Las teúrgias están en su estado más débil ahora mismo!

Echó a correr hacia el núcleo de cadenas casi sin terminar la frase. Después de tantas horas trabajando con su propia energía se había dado cuenta de lo peligrosa que estaba la situación. Las teúrgias ya solamente se sostenían con la ayuda de los monjes más cercanos al círculo y la paz dependía casi por exclusivo en Shindou y el Maestro de Cadenas.

Irrumpió en la estancia cuando tres monjes de rango menor estaban aportando su energía. Uno de ellos se giró hacia él:

—¿Qué ocurre?
—Llama al consejo y al Maestro de Cadenas inmediatamente.
—Pero si todo va…
—¡Llámalo!

Por detrás, Anemiya e Hinano aparecieron. Era el peor momento posible.

—¿Qué hacéis aquí? ¡Marchaos!
—¡Shindou! —le llamó uno de los monjes—. ¡Mira!

El núcleo de cadenas estaba empezando a metamorfosear. Ya no era una bruma oscura que ocultaba lo que había en el centro. Esa bruma empezaba a mezclarse con el resto de la estancia y del centro empezaba a emanar una sustancia roja que empezaba a encenderse como fuego.
Entonces el Maestro de Cadenas y el consejo aparecieron y rodearon el núcleo para intentar contener con las teúrgias a Kirino.

—El resto, ¡marchaos! ¡Evacuad el templo! —ordenó el Maestro.

Shindou no vio si le hacían caso, porque él solamente se fijaba en la prisión de Kirino. Se sentó para intentar evocar sus sentimientos y hacer ver al alma maldita que él estaba allí, pero se encontró con una barrera de energía muy importante. La empatía no le llegaba.

Entonces intentó una locura. Acercarse a Kirino físicamente.

—¡¿Shindou, qué haces?! ¡Sal de ahí!

El monje cruzó las teúrgias exteriores sin ningún miedo y hundió sus manos en la niebla oscura, hasta encontrar el lugar exacto donde las cadenas se agolpaban. Agarró ese punto con los dos manos.

—Kirino. Por favor. No hagas esto. Sé que puedes aguantar un poco más. Por favor.
—Aléjate —dijo, sencillamente. No era la voz de siempre. Era una voz débil, una voz vencida.
—¿Qué?
—¡Aléjate!

Shindou dio un salto atrás, tan rápido como pudo, y que sacara una teúrgia de su manga fue señal suficiente para todos los presentes para que hicieran lo mismo.

Al mismo instante que Shindou murmuraba “protección” con la teúrgia en alto, toda la sustancia que Kirino había vertido por la estancia se inflamó y estalló como una gran explosión de gas. Todo el edificio saltó por los aires en una nube negra y roja de humo y escombros.

Shindou abrió los ojos. Se había salvado, excepto por alguna herida leve. Seguía de pie, en la posición de invocar la teúrgia, pero el papel de esta se había volatilizado con la explosión. La protección había resultado.

Nada tenía que ver el aspecto del edificio hace unos segundos con el de ahora. Apenas quedaba metro y medio de alto del edificio. Estaba casi todo carbonizado, troceado, ardiendo. Muchos de los miembros del consejo no habían conseguido sacar a tiempo la teúrgia y habían muerto al instante, igual de carbonizados que el edificio. Apenas quedaban sus esqueletos ennegrecidos. El Maestro de Cadenas había conseguido salvar a tres de los miembros por sí mismo y se acercaba corriendo a Shindou.

—¡Shindou! ¿Estás bien?
—Sí, sí, lo estoy.

No prestaba atención. Tenía la mirada clavada en el núcleo de cadenas. Todas las teúrgias se habían roto a la vez. Las cadenas estaban todas en el suelo, carbonizadas, rotas o simplemente sueltas. Algunas que habían resistido más habían arrancado de cuajo algunas partes del edificio, como si alguien tirara de ellas desde el aire como una raíz. El núcleo oscuro estaba flotando en el aire y, como si fuera un portal, de entre esas sombras apareció poco a poco el cuerpo de un joven, completamente armado con dos espadas negras y una armadura de metal muy fino del mismo color que le cubría por todos lados. Tenía una parte de la cara toda negra, incluso el pelo. La otra parte era una piel casi del color de la nieve y el pelo rosa. Lo único que parecía quedar a salvo de esa extraña apariencia eran unos más que aterradores ojos de azul claro, fríos como el hielo.

Kirino inspiró con tranquilidad, soltó el aire y luego sonrió de forma macabra mientras observaba la humareda resultante de la explosión que él había provocado.

—Kirino, por favor, no hagas esto —se atrevió a pedirle Shindou, dando un paso.
—Claro que lo voy a hacer —dijo sonriendo, mirando cómo había quedado el edificio—. Oh mira, eso buscaba.

En cuestión de un segundo se transformó en un pájaro hecho de sombras y atravesó a Shindou y al resto de supervivientes de la explosión como una ola. Los monjes pudieron sentir en sus carnes todo el odio y las ansias de matar que tenía el alma maldita, pues quedaron pedazos de su maldad en sus interiores, por unos segundos.

Shindou se giró hacia donde Kirino se había dirigido. Había un montón de monjes aún, intentando huir, y entre ellos estaban Anemiya e Hinano. Mientras todos huían de Kirino, su confidente y el Maestro de Cadenas corrieron hacia él.

—¡Kirino, no hagas esto! —le gritó Shindou.

Sin embargo, el guerrero oscuro no le escuchaba. Había visto el temor en ojos de la pareja y se estaba recreando mientras caminaba despacio hacia la habitación donde se habían escondido Hinano y Anemiya. De una sola cuchillada en el aire, un tajo oscuro barrió toda la habitación, destrozando el techo y las paredes casi hasta los cimientos.

—Cuántas ganas tenía de esto… —suspiró Kirino, entrando en la habitación.
—¡No te saldrás con la tuya! —le gritó Taiyo.

El chico lanzó una teúrgia de cadena, seguida de una de luz divina, pero Kirino tuvo suficiente con levantar la mano para que ambos poderes se detuvieran en el aire y se desviaran a su espalda, contrarrestándose la una con la otra. Entonces sacó de su interior su propia teúrgia, en papel negro y letras rojas, y sin decir nada, una sombra agarró al de pelo naranja por el cuello y lo sostuvo en el aire.

—¡Déjale en paz, monstruo!

Hinano saltó a por él con una teúrgia de protección contra el metal, pero de nuevo una bruma oscura frenó la teúrgia y acercó a Hinano lo justo para que recibiera un golpe con el mango de una de las espadas de Kirino. El rubio quedó arrodillado ante el maldito, tosiendo violentamente. Kirino le dio una patada, arrinconándole en una de las destrozadas esquinas.

—¡No te atrevas… a tocarlo! —le gritó Taiyo, con voz ahogada por la teúrgia oscura.
—No lo voy a tocar, tranquilo —se rio de buena gana Kirino, mirando al aterrorizado Hinano—. Es tu chico, ¿no? Me dijiste que no le hiciera daño. Pero voy a hacerle algo mucho peor.
—¡Alto! —Shindou y el Maestro por fin se habían abierto paso entre los monjes y los escombros. Ambos usaron una de sus teúrgias de cadenas, para sujetarlo. Cuatro cadenas le agarraron por los brazos, tirando de ellos violentamente y sosteniéndolo—. Es hora de acabar esto.
—Oh, no, no —dijo con falsa voz lastimosa el villano—. Tan pronto no, ¡si tengo muchas cosas con las que jugar!

Nada más acabar de decir eso, se agarró a sus propias cadenas y éstas empezaron a tornarse oscuras, rompiéndose al final por la mitad. De un solo latigazo, ambos monjes salieron disparados hacia el patio.

Kinsuke había conseguido huir unos metros para ir a buscar sus teúrgias, pero no llegó a cogerlas. Kirino le agarró con su sombra estranguladora y lo estampó contra la pared.

—Es una verdadera lástima… De verdad que entiendo a tu chico, eres una preciosidad… Pero hay que enseñar a los buenos quién manda aquí. Ahora veremos si de verdad quieres tanto a tu novio.
—¡No le toques!
—¡Tú a callar! —ordenó Kirino, tapándole la boca con una nube de sombra. Luego, su mano derecha hizo desaparecer su espada y luego la propia mano—. Vamos a ver qué hay aquí dentro.

La mano, convertida en mera bruma negra, se hundió en el pecho de Hinano, provocando unos gritos horripilantes por parte del rubio. Anemiya estaba intentando liberarse, pataleando en el aire.

—¡¡POR FAVOR PARA!! ¡¡AAAAAAAGGH!!
—Mm… vaya, estoy decepcionado. Tu amor es verdadero, no hay manera de contaminarlo. Pensaba que la pequeña súplica de tu chico era una mera distracción… Qué pena —acabó, sacando su brazo oscuro del pecho de Hinano—. En casos como este es mejor cortarlo de raíz.

Antes de que nadie pudiera coger aire, ni protestar, Kirino recuperó su espada y la hundió en el corazón del chico. El corte le silenció de inmediato, pero seguía vivo, milagrosamente.

—¡¡NO!! ¡¡KINSUKE!! —gritó Taiyo, que se vio liberado de toda bruma oscura.
—Puedes despedirte de él, si quieres —se burló Kirino—. Pero te aconsejaría que lo remataras con una de tus teúrgias.
—¡¿Qué le has hecho?!
—La sombra que emana mi espada le invadirá hasta que su alma muera en completa agonía y pase a ser el primer soldado de mi ejército —dijo, tan contento. Luego vio que Shindou y el Maestro volvían a entrar en la habitación, con cara de horror por lo que estaban viendo. Para evitar su intervención, Kirino lanzó una ola de sombras, para que estuvieran distraídos protegiéndose—. Mátalo. Si lo quieres de verdad, mátalo.
—¡Eres un monstruo!
—Dime algo que no sepa. Mátalo.

Hinano respiraba con dificultad. Su cara estaba chupada y empezaba a oscurecerse.

—Te… Te quiero —susurró el rubio, con el poco aliento que tenía.
—Yo también te quiero —le correspondió Taiyo, llorando irremediablemente. Luego sacó una teúrgia de luz purificadora y se la puso entre las manos, en el pecho—. Adiós, Kinsuke…

Antes de que la teúrgia se activase, Taiyo vio desesperado cómo su chico sonreía por última vez. Luego una luz potente invadió el cuerpo de Hinano, cegando tanto a Anemiya como a Kirino, y cuando abrieron los ojos, de Hinano solamente quedaba ceniza.

—Mátame. Haz lo que quieras conmigo —dijo, sollozando sin cesar, sobre las cenizas de su novio.
—¿Qué dices? Ahora quieres morir, no serviría de nada. Quiero ver cómo sufres. —Y le lanzó una teúrgia que se tatuó en la piel de Taiyo—. Ahora sabré en todo momento qué sientes y podré evitar que te mates si lo deseo. O que me ataques.

Taiyo maldijo y se lanzó de nuevo contra el villano, pero con un solo movimiento de su mano izquierda, el pobre monje quedó arrodillado, como si le estuvieran aplastando contra el suelo.

—Eres mi títere —le dijo Kirino, susurrándole a la oreja—. Me lo voy a pasar en grande contigo.

Luego, el alma maldita se transformó en ese pájaro de sombras de nuevo y se alzó en el aire, huyendo del templo. Hasta entonces, ni Shindou ni ninguno de los otros monjes pudieron penetrar en las sombras invocadas al alrededor de esa habitación.

—¡Taiyo…! —advirtió Shindou, cuando él y el Maestro de Cadenas pudieron pasar. El chico solamente se encontraba llorando delante de esas cenizas con una forma sospechosamente humana. Ambos comprendieron al instante. Shindou también se echó a llorar—. Taiyo… Lo siento…

Ambos se abrazaron, allí en el suelo, mientras el Maestro ponía una mano en cada hombro.

* * *


Poco después de irse Kirino, todo el templo ya estaba vacío. La mayoría de los monjes habían huido a tiempo, y los que no habían visto horrorizados cómo aquel animal arrasaba medio templo en apenas unos segundos. Ninguno de ellos sabía qué había pasado con Hinano. El Maestro de Cadenas había ordenado a los pocos miembros del consejo que quedaban que encontraran a los monjes y los pusieran a salvo para poder hacer frente a Kirino en otra ocasión.

Taiyo quiso enterrar las cenizas de Hinano en una vasija, en el cementerio que había detrás del templo, cara la montaña.

—Sabes que no tendremos la suerte de volver a encerrar a Kirino en el mismo sitio —le dijo el Maestro de Cadenas.
—Lo sé. Pero cuando todo esto haya acabado y Kirino vuelva estar encerrado, o muerto, volveré aquí, recuperaré sus cenizas y las lanzaré donde yo sé que le gustaría estar.

Anemiya pronunció esas palabras de forma tan queda que cuando salió la palabra “muerto”, el énfasis asustó a Shindou.

Los tres enterraron en silencio la vasija de Hinano en un punto concreto, bajo un arbusto en la periferia del cementerio. Era fácil de localizar. Anemiya no quiso decir nada, aunque su amigo pensaba que sí lo haría. Estaban ambos demasiado dolidos y apenados para decir nada.

Cuando hicieron el camino de vuelta hasta el templo, los tres pudieron ver lo que en unos pocos segundos había hecho Kirino: toda la estancia del núcleo de cadenas, arrasada. Estaba en una esquina del templo, así que no había causado tantos daños. El patio central tenía muchas baldosas levantadas. Era un milagro que la fuente siguiera funcionando. Toda la franja sur del templo (pues el edificio era rectangular y cerrado) había quedado arrasada también, de cuando Kirino estaba buscando a la pareja. Como quien dice, solamente quedaba el lado este intacto.

—Deberíamos irnos cuanto antes —dijo el Maestro, con voz apagada—. Id a vuestros cuartos a coger lo que necesitéis.

Los discípulos avanzaron en silencio hasta sus cuartos, que estaban el uno al lado del otro. Shindou prefirió no dejar solo a su amigo cuando tuvo que entrar de nuevo en la estancia donde Hinano había muerto esa misma tarde, así que entró con él y se aseguró de que no mirara demasiado hacia esa esquina funesta.

Prácticamente saltaron entre los escombros para llegar a la habitación de Shindou. Ni falta que hizo salir al patio para luego volver a entrar. El castaño se apresuró a sacar de un cofre bajo el tatami las teúrgias más poderosas que había creado y las puso a salvo en otro de sus kimonos que iba a cargar a cuestas en su mochila de viaje.

Fuera, el Maestro de Cadenas ya les esperaba.

—Supongo que ya no soy maestro de nada —dijo, haciendo broma, como despidiéndose del lugar.
—Nos ha enseñado todo sobre las teúrgias —dijo Shindou—. Yo creo que sí lo es.

Anemiya no dijo nada, solamente siguió con mala cara a su maestro. En su mente solamente había una cosa, y era hacer pagar a ese malnacido todo lo que le había hecho a él y a Kinsuke.

A medio camino del primer pueblo, el humor de Anemiya empeoró. Estaba odiando sentirse lejos de donde Hinano se había quedado y no tenía ningunas ganas de seguir avanzando más que la que el odio y la venganza le proporcionaban. Pero, además de eso, encontraron restos de más monjes que habían perecido huyendo de Kirino.

—Hay más mochilas que monjes —dijo con mala cara el Maestro—. Kirino ha reclutado a sus primeros soldados.

No se dijo una palabra más. Pasaron otro buen rato reuniendo piedras para enterrar bajo ellas a los monjes fallecidos. Un total de cinco, y dos desaparecidos. Ya apenas quedaban dos docenas de monjes para encontrar.

El camino se perdía por el bosque. Allí era fácil ocultarse, así que el Maestro y Shindou esperaron encontrar en algún momento a los pocos monjes que quedaban.

—Se está haciendo de noche. Hay que encontrar un sitio para acampar.

Estuvieron dando vueltas, esperando encontrar un claro, durante un buen rato. Curiosamente, el sitio para acampar los encontró a ellos, pues encontraron a los tres miembros del consejo y una docena de monjes más acampados allí, con un fuego encendido.

—¡Gracias a los dioses, estáis vivos! —exclamó uno de los miembros del consejo—. Pensábamos que éramos los últimos. ¿Cómo habéis sobrevivido al ataque de Kirino?
—Porque así lo quiso él —dijo con voz cortante Anemiya.

El resto de los monjes, que sabían lo apegado que estaba el chico a su amigo rubio, se dieron cuenta de lo que había pasado realmente y callaron. El Maestro rompió el silencio:

—¿Sólo quedamos nosotros?
—Sí, solamente nosotros. El resto… —el anciano se interrumpió, dolido y enfadado— se los llevó ese bastardo.

Durante la cena, todos rezaron unas oraciones por los compañeros caídos. Ninguno evitó llorar. Anemiya lloró desconsoladamente durante un buen rato y hasta que no se durmió, no fue capaz de contenerse. Shindou pensó que se había dormido más por puro agotamiento que no porque tuviera sueño.

El Maestro de cadenas pasó buena parte de la noche acompañando a los que estaban más dolidos. Anemiya no se dejó, ni siquiera por Shindou.

—No tienes que obligarte a pasar por esto solo. Hinano era mi amigo también —le dijo éste, con voz triste, antes de que su amigo se durmiera.
—Si necesito algo te lo diré —dijo Taiyo, ya tumbado.

Shindou fue incapaz de dormirse. Se sentía bastante culpable por todo lo que había causado, porque no había llegado a tiempo a comprender qué era lo que conseguía frenar a Kirino. Ahora no podía hablar con él, tampoco podía consolar a su amigo, echaba de menos a Hinano, a su hogar… Hundido entre sus rodillas, ocultaba su tristeza y su culpabilidad.

Cuando se empezó a calmar, pensó en Kirino. No tenía dudas sobre lo que había visto y lo que había sentido de él. Tenía un lado sensible, uno que estaba triste y que necesitaba a un amigo. Echaba de menos hablarle y transmitirle su energía y sus emociones.

Entonces recordó algo importante: en su prisión, Kirino fue capaz de desarrollar un nivel de percepción muy alto de su entorno. ¿Y si esa percepción ahora estaba potenciada? Podía sentir el dolor de Anemiya con su teúrgia oscura, ¿por qué no podría sentir su oleada empática de siempre?

Se irguió y se puso a meditar. Algunos de los monjes le preguntaron que qué hacía, pero él no contestó. Simplemente empezó a concentrarse, recordando lo que había percibido del propio Kirino tanto a través de las cadenas como cuando quedó liberado de ellas.

“Sigo creyendo en ti, Kirino”, pensó, como si se hablara telepáticamente con él. “Sé que acabarás haciendo lo correcto y sé que conseguirás liberarte de tu propia maldición. Me advertiste que me apartara, que me protegiera. Querías ayudarme. Y yo te voy a ayudar a ti”.

Sus pensamientos no tenían un atisbo de duda, porque estaba seguro de ellos. Kirino le había salvado una vez y había huido del combate contra él hasta tres veces. Creía firmemente que era porque no quería hacerle daño de ningún tipo. Solamente había que hacerle creer de nuevo en la amistad, la felicidad y en el amor y Shindou confiaba plenamente en que lo acabaría aprendiendo de nuevo. Confiaba en que ambos pudieran explorar ese camino juntos.

Cuando acabó de meditar, ya se había hecho de día. La luz del sol rayaba las copas de los árboles, que se mecían en un baile suave y relajante.
Todo el grupo se puso en marcha a la ciudad más cercana, donde siempre enviaban a los monjes a por provisiones.

—¿Cómo estás? —le preguntó Shindou a su amigo. No recibió respuesta—. No he conseguido dormirme. Has tenido suerte.
—Creo que no. He tenido pesadillas toda la noche. —Su voz temblequeó con furia, por la rabia y porque estaba a punto de llorar de nuevo. Shindou le acompañó con una mano en su hombro—. Gracias.
—No se merecen.

Cuando salieron del bosque se detuvieron unos instantes. Empezaba un descenso, pues el templo se hallaba en un altiplano en el centro y en esos momentos se estaban acercando a la costa. A lo lejos, pudieron ver distintos incendios. Había pueblos rurales cerca, y muchos de ellos estaban en llamas. La ciudad, en cambio, parecía ser un lugar seguro por el momento.

—No parece que tengamos muchas opciones —señaló el Maestro de Cadenas, reanudando la lenta marcha hasta la ciudad.

Notas finales:

Espero que os haya gustado mucho (y que no me odiéis por todo esto xdddd). Si queréis, podéis buscar en facebook la página Kaiku-kun Fanfics, allí cuelgo todas mis historias además de esta. También podéis mirar en mi perfil :)


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).