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49 Theurgy Chains por Kaiku_kun

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Notas del capitulo:

He vuelto rapidito porque sino, los pocos que seguís el fic os perdéis rapido y no mola jaja


Música: dedicada (redundando XD) a la dedicación de Shindou.


- Billy Talent - Cure for the Enemy


- Jethro tull - Broadsword

Capítulo 5: La llama del odio

 

Kirino caminaba con paso calmado pero firme por las calles de un pueblo desierto. Miraba un tanto aburrido el cielo, que estaba cubierto de ceniza del incendio que había provocado en varias casas. Se estaba extendiendo.

—Estos pueblos no han cambiado en mis mil años encerrado —suspiró. Se giró a ver a sus desalmados pero fieles guerreros, que cada vez se volvían más oscuros. Cuando lo estuvieran, podrían moverse igual de rápido que él, con la ayuda del poder divino—. Sí, ya sé, nunca decís nada. Es lo malo de no tener vivos en tus filas.

Este era el quinto pueblo que Kirino arrasaba. Por alguna razón, todos ellos estaban casi vacíos. Los pocos habitantes que había se habían sorprendido y habían reconocido al instante a Kirino, justo antes de morir y sumarse a las filas de su enemigo. Esos monjes pesados llevaban siglos advirtiendo de su huida.

Lo que él necesitaba era demostrar lo poderoso que era, no solamente ir reclutando su ejército. Quería ejercitarse, tener que esforzarse para vencer a sus rivales, pero hasta ahora no había encontrado nada que lo satisficiera del todo.

Durante la noche anterior, mientras estaba saqueando el cuarto pueblo, había visto el verdadero poder y también la forma en la que sus enemigos querían pelear con él.

Nada más llegar, se encontró con un camión con colores marrones que se paró delante de él. Del camión salieron un montón de tipos forzudos con unas armas grandes y de metal que le recordaban a ballestas modernas. Ya no le gustó no ver espadas, pero le gustó aún menos cuando todos esos humanos empezaron a disparar a sus muertos más recientes, haciendo que la sombra que les invadía se desvaneciera y no le sirvieran más a Kirino.

—Estás rodeado —le dijeron esos soldados—. Ríndete.
—¿Solamente hacéis eso? ¿Disparar? Ya veo que en este mundo el honor y la valentía ha desaparecido completamente. Ni os atrevéis a acercaros a mí. Patético.

Los soldados se vieron provocados y dispararon contra él, pero la armadura oscura le procuró una defensa contra proyectiles idónea, por muy rápidas que fueran las balas. Y las balas que iban a por su cabeza, quedaron desviadas por la energía oscura, que las frenó en el aire como si fuera cemento líquido.

Contra ellos decidió que se lo pasaría bien. Se lanzó con sus dos espadas en el aire, a la velocidad del rayo, y fue inutilizando las extremidades de todos y cada uno de los soldados, con tajos que transmitían la oscuridad de sus poderes. Dos de ellos murieron al cabo de poco. Otros dos empezaban a horrorizarse por las visiones que el poder de Kirino les otorgaba y salieron corriendo, con sus brazos y sus piernas sangrando en abundancia. El último de ellos, que ya estaba sin arma y se estaba contagiando de la energía oscura, se arrodilló ante Kirino, agotado. El alma maldita no pudo evitarlo:

—Sois una vergüenza. Os atrevéis a atacar desde la distancia con vuestros juguetitos si nada más que os defienda. ¡No lo dais todo! ¡No entregáis vuestra energía, no os esforzáis para demostrar quién es el más fuerte! Por lo menos los monjes son un rival digno, aunque sea a distancia, porque usan su energía interior y su fuerza de voluntad para hacerme frente. En cambio, vosotros… no sois más que basura cobarde que solamente aprieta un gatillo. Es frío y desapasionado, no tiene el mínimo honor. Hasta los arcos y las ballestas tienen algo. —Suspiró, cansado. Le aburría tener tan poca resistencia por el camino—. Mira, te voy a…

El soldado ya se estaba temiendo lo peor, cuando de repente vio que su enemigo se agarraba con fuerza la cabeza, que gemía y cerraba sus ojos, doblado de dolor. Entonces aprovechó para sacar un cuchillo e intentar apuñalarlo, pero la energía maldita de los dioses se tragó su cuchillo en una nube oscura.

—¡Maldita sea! —gritó Kirino, intentando enderezarse—. ¡No deberías hacer esto! ¡Hago lo que me da la gana! Él no se ha ido, sigue aquí, esperando. ¡Ingenuo! ¡Acabará igual que hace mil años! No. ¡Sí! ¡No quiero pudrirme allí dentro otra vez!

Al herido soldado le dio la impresión de que dos personas se peleaban en la boca de su enemigo para controlarla y controlar el resto del cuerpo. Era una batalla interna, un diálogo.

Entonces Kirino calló y se reincorporó. Vio que el soldado estaba intentando huir para coger el camión y volver a la ciudad. Sonrió. Era justo lo que quería: un mensajero del miedo.

—¡Suerte con tu viaje, cobarde! —le gritó, mientras veía cómo el camión se alejaba, haciendo un gran estruendo y moviéndose lastimosamente, por la salud de su conductor.

Cuando se encontró a solas con sus fieles servidores, Kirino volvió a flaquear y cayó al suelo, retorciéndose de dolor. Nunca hubiera pensado que la energía de Shindou fuera tan poderosa, a tanta distancia. “Ese maldito debe de creer que puede contactar con lo poco que quede de mi corazón cuando y como quiera”, se dijo mentalmente. Lo peor era que tenía razón. La potente energía empática de Shindou le llegaba como una ola gigante y le bloqueaba, pero no por ser su energía, sino porque el Kirino débil y sensible que había ido reapareciendo durante esos siglos luchaba contra la maldición divina. Y él, el Kirino destructor, solamente él, era la propia maldición.

—¡Esto es ridículo! —exclamó Kirino, cuando recobró el control de su cuerpo, aplastando a su parte débil de nuevo—. ¡Es mi cuerpo! ¡Mi energía! ¡Es imposible que un puto cuento de hadas, con tanto amor y bondad, pueda conmigo! ¡¿Me oyes, Shindou?! ¡¡ESTO NO ES UN CUENTO DE HADAS!!

Con sus fuerzas renovadas por la ira y el odio a todo el daño que el monje y sus predecesores habían hecho, salió volando en la oscuridad de la noche, con su ejército siguiéndole al ritmo que podía. Quería más destrucción.

Pero había quedado decepcionado con el quinto pueblo, que arrasó por la mañana. Su odio y era mayor, pero el enfado se había volatilizado ante tal falta de resistencia por parte de los habitantes. Aun así, sonrió.

—A estas horas, puede que aquel desgraciado ya haya llegado con su camión a donde sea que estén sus amigos. Espero que vengan con todo lo que tienen.

Sin embargo, había visto que el verdadero poder no lo tenían ellos, sino Shindou. Eso le molestaba profundamente, porque ya estaba harto de ese crío, tantos sentimientos positivos y tonterías, tanta luz. Pero debía admitir que su energía era respetable y digna de él.

Decidió dejarse de tonterías e ir directamente a la ciudad. Allí se pegaría un buen banquete de muerte y oscuridad y tendría un buen ejército a cambio. Sus muertos, por suerte, ya se habían oscurecido completamente y ya podían volar todos como una bandada de cuervos hasta la ciudad.

Pese a eso, Kirino se tomó un tiempo para juguetear con el remolino de odio, ira y depresión que tenía su monje marcado por la oscuridad, Anemiya. La teúrgia oscura estaba dando sus frutos y observaba complacido cómo se consumía lentamente en su dolor. Se lo merecía. Nada en el mundo puede ir intrínsecamente bien y alguien tenía que enseñárselo cuanto antes.

Entonces notó en su víctima una oleada de calma. Duró muy poco, pero fue suficiente para sacar a Kirino de sus casillas de nuevo.

—Conque te resistes, ¿eh? Vamos a ver qué piensan tus amiguitos santurrones de esto…

Igual como Shindou había hecho con su parte débil, Kirino alimentó a distancia la energía de su teúrgia oscura, tatuada en su cuerpo, para que tomara el control de la situación. Iba a sufrir, y todos los que estuvieran con él lo sufrirían también.

Sintió la energía oscura saliéndose del control del monje, la violencia aumentar por momentos, notar su remolino negativo hacerse más grande durante varios minutos. Ojalá pudiera ver lo que estaba provocando, lo disfrutaría más.

En lugar de eso, recibió todo lo contrario: tuvo que detener su conexión con Anemiya. La razón era que de nuevo le estaban disparando. Dos bestias voladoras con más soldados dentro hacían llover balas de muchas dimensiones, creando explosiones a su alrededor.

—¡Guerreros oscuros! ¡A por ellos! —ordenó Kirino.

Aquellas bestias de metal con sus aspas girando a toda velocidad dejaron de disparar casi al instante cuando una oleada de oscuridad les tapó la visión e invadieron tanto las aspas como las máquinas que disparaban las balas. Ambas bestias cayeron con estrépito en el suelo, con sus ocupantes quejándose y pidiendo ayuda desesperadamente.

Los soldados de Kirino le dejaron paso cuando este llegó al primer de los aparatos.

—¡Helicóptero alfa abatido! —dijo el soldado, mientras Kirino se acercaba a la cabina—. ¡No enviéis refuerzos! ¡Defended la ciudad!
—Sí, más os vale, desgraciados, porque voy a por todos vosotros —dijo con voz lúgubre el alma maldita, justo antes de acuchillar al piloto. Los otros ya estaban muertos.

En el otro helicóptero, los guerreros oscuros ya habían terminado su trabajo y ya reclamaban el cuerpo de cada soldado para el ejército de Kirino. Pero sabiendo que tardarían en ser totalmente operativos, el líder oscuro decidió enviarlos al bosque, con las órdenes que sorprendieran a los monjes.

Así, Kirino y su ejército de muertos se convirtieron en una enorme sombra voladora y, a ras de suelo, esa sombra echó a volar rápidamente hacia la ciudad, marchitando toda la vegetación por la que cruzaba.

* * *


En su descenso en la ciudad, los monjes vieron la quinta columnata de humo alzarse, más violenta que las otras. Estaba lejos aún, y algo apartado del camino hacia la ciudad. Sus habitantes sabían que debían huir cuanto antes mejor del pueblo. De hecho, ellos no lo sabían, pero nada más oír la explosión que provocó Kirino cuando se escapó de su prisión, todos los pueblos del alrededor habían estado evacuados excepto por los pocos irresponsables o ignorantes que se quedaban.

En lugar de desviarse al quinto pueblo, salieron a campo abierto, dejando el bosque y la montaña a la izquierda, y se dirigieron al cuarto pueblo arrasado. En realidad, estaban muy cerca ya. Shindou y el Maestro de Cadenas fueron los primeros en ver gente empezando a apagar los fuegos de sus edificios. Realmente era un pueblo muy pequeñito, con pocas casas.

—¡Gracias al cielo que estáis bien! —exclamó, acercándose con prisa, uno de los habitantes que más conocía a los monjes—. El alma maldita se lo ha llevado todo por delante. Si no hubiéramos huido al ver la explosión en vuestro templo, ahora…
—Tranquilo, vamos a solucionar esto —le dijo el Maestro de Cadenas, con voz amable—. ¿Ha habido víctimas?
—Sí, cuatro soldados que vinieron a explorar la zona. Todos ellos han sido incinerados, para que el alma maldita no los pueda reclamar. Un quinto consiguió huir a la ciudad.
—¿Huyó? Eso es un descuido de parte de Kirino —dijo Shindou, aunque realmente los dejó a ellos con vida, después de la muerte de Hinano.

Una mujer se acercó corriendo, después de oír parte de la conversación.

—¡Yo lo vi! ¡Huyó porque Kirino empezó a pelearse consigo mismo!
Shindou, Anemiya y el Maestro de Cadenas se miraron entre ellos, sorprendidos, pensando que aquello sería un punto flaco de Kirino.
—¿Toda esta pelea fue por la noche? —preguntó rápidamente Shindou.
—Sí, era de madrugada.

Shindou suspiró, algo aliviado. Tenía razón, después de todo. La oleada empática le había llegado y seguía afectándole como cuando estaba encerrado, solamente que esta vez le había provocado una batalla interna, a causa de su lado maldito liberado. Cuando Shindou miró al Maestro, vio que también sonreía un tanto.

Para hacer un alto en el camino y decidir el siguiente paso, los monjes decidieron ayudar a apagar los restos de incendio que quedaban y empezar a reconstruir la aldea. Algunos de los adultos tenían mucha fuerza física (algo de lo que Shindou o Anemiya no podían enorgullecerse), así que fue un trabajo bastante rápido, a la hora de retirar los escombros.

Cuando los dos jóvenes estaban haciendo un descanso, empezaron a oírse helicópteros en la distancia.

—Van a por Kirino —dijo Shindou—. Pero son muy pocos.
—Mejor. Así le podré dar yo mismo su merecido.

De nuevo, Anemiya estaba mostrando su lado sombrío. Shindou no podía imaginar por lo que estaba pasando su amigo. Podía entender el desgarro, el dolor intenso, las ganas de vengarse o de morir y así reunirse con su amado, pero… ¿Cómo podía reaccionar Shindou ante eso? No lo sentía con tanta intensidad como su amigo. Solamente se le ocurrió abrazarle con dulzura y dejar que él reclinara su cabeza en su hombro.

Podría decirle muchas cosas. Que la violencia y la venganza eran soluciones inadecuadas, típicas de Kirino. Que le acabarían atrapando de nuevo. Que no era tan malo como la maldición hacía ver. Pero no creía que nada de eso le sirviera para nada. Ni para Anemiya ni para él mismo, que probaba de buscar un motivo, el origen de todo este poder corrupto.

—Gracias. —Anemiya siempre agradecía los abrazos. Le hacían sentir mejor.

Entonces el tatuaje de la teúrgia oscura empezó a brillar con un color rojo intenso, por debajo la ropa de Anemiya.

—¿Taiyo? —dudó Shindou. Sabía que algo malo iba a pasar en ese momento. Notaba una oleada negativa y un temblequeo intenso en su amigo —. Por favor, Taiyo, escúchame, ¡no le escuches, no le hagas caso!
—¡¡NO ME LLAMES TAIYO!!

Primero fue un empujón y luego fue una patada en el estómago. Shindou quedó en el suelo, doblado de dolor, mientras un poseído Anemiya empezaba a perder el control a causa de sus emociones negativas.

—Por favor, Anemiya, somos nosotros, ¡somos tus amigos! —intentó hacerle ver su Maestro. El atormentado monje le miró con furia, mientras empezaba a irradiar energía oscura por el tatuaje—. ¡No, espera!

El Maestro no llegó a sacar una teúrgia de protección. Un latigazo de esa energía oscura le dio de arriba a abajo, desde el hombro hasta la cintura, lanzándole contra la pared de uno de los pocos edificios intactos del pueblo.

—Po-por favor… —dijo lastimosa Shindou, intentando recuperar el aire y agarrando de un brazo a Anemiya. Éste sonrió y le dio un golpe en la espalda que lo volvió a dejar en el suelo, dolorido—. ¡Agh…!

Un montón de monjes de los forzudos se lanzaron a inmovilizar al chico poseído pero, cuando le tuvieron sujeto, la energía oscura les rodeó. Temieron contagiarse de esa energía oscura de Anemiya, pero su temor fue infundado, pues esa creciente esfera negra solamente les lanzó lejos de él… como si les intentara salvar con su último ápice de cordura.

Y como si el parásito abandonara su nueva casa, la energía oscura se deshizo en el aire y Anemiya se desplomó con estruendo. Shindou y el Maestro, los más cercanos en ese momento del monje, se acercaron corriendo como pudieron.

—Taiyo. Taiyo, ¿me oyes? —le zarandeó Shindou, mientras intentaba poner su cuerpo en su regazo. Miró a su Maestro—. Está consciente.
—Shindou… ¿qué ha pasado?

Uno de los monjes se apresuró a conseguir una toalla húmeda y se la pasó a su maestro, y éste a Shindou, quien se la puso en la cabeza de Anemiya.

—Kirino ha usado su teúrgia para poseerte.
—Recuerdo solamente haberte gritado y… ¡Lo siento!
—Tranquilo, no es culpa tuya —le dijo, abrazándole como podía, mientras el pobre chico sollozaba de nuevo.

Al cabo de poco, el sonido de los helicópteros cesó de repente. Todos miraron al cielo, buscándolos, excepto Shindou y el Maestro, que ya sabían que no eran rival para Kirino.

—Deberíamos descansar antes de volver a seguir a Kirino —sugirió Shindou, preocupado por su amigo.
—No creo que podamos perder tiempo, ahora mismo —le contradijo uno de los del consejo que quedaban—. Cada momento que pasa, Kirino es más fuerte y está más lejos de nosotros.
—Nosotros podríamos cuidar de vuestro amigo hasta que se recupere —se ofreció uno de los aldeanos.
—¡No! ¡Ni hablar! —exclamó Anemiya, intentando levantarse de golpe—. ¡Quiero estar allí cuando peleéis contra esa bestia! ¡No pienso quedarme de brazos cruzados!
—Estás herido y cansado, no puedes…
—¡He dicho que no! Si es cierto lo que ese bastardo dijo que me hizo, ahora mismo soy inmortal, ¡no puedo quedarme aquí consumiéndome!

Anemiya ya había tomado su decisión. Y, dado que la teúrgia de Kirino era lo suficientemente poderosa para controlarle a voluntad, hiciera lo que hiciera, sobreviviría. Eso fue suficiente para convencer a todos, incluso a Shindou, en contra de su propia opinión al respecto.

Mientras los monjes se preparaban de nuevo para ponerse en camino, Shindou reflexionó sobre ese poder que tenía Kirino sobre sus propias teúrgias. En ningún momento había pensado (ni él ni nadie en el templo) que una teúrgia pudiera quedar en el interior de una persona y alimentarse de sus emociones. Muy distinta era esa teúrgia de las cadenas que retuvieron a Kirino durante casi mil años.

¿Y si pudiera hacer él algo similar para protegerse? Una teúrgia así sería muy efectiva tanto para proteger como para hacer más fuerte una ola de empatía contra Kirino. Pero, para llegar a eso, debía encontrar un lugar tranquilo donde meditar, sin distracciones.

—Necesito meditar —le comunicó a su Maestro. Anemiya y el consejo estaban cerca también—. Creo haber descubierto una manera de protegernos de Kirino, pero necesito hacerlo solo.
—No creo que sea el mejor momento para abandonar el grupo —le dijo francamente su maestro, mirando de reojo a Anemiya.
—Ya lo sé, pero no tardaré mucho, os alcanzaré en un día…
—Yo también creo que es buena idea —intervino Anemiya, sorprendentemente. Todos le miraron esperando una explicación—. Creo que ha sido porque Shindou me ha querido calmar que el alma maldita ha poseído mi cuerpo. No le ha gustado.
—Así que piensas que si te mantienes alejado del único que te consuela, nos ahorraremos más sustos —dedujo uno de los miembros del consejo.
—Exacto.

Shindou se sintió mal por su amigo en el acto, porque era precisamente el momento que más le necesitaba. Estaba pasando sus peores días, Hinano se había ido y Anemiya debía de sentirse tan perdido sin él… Pero lo que había dicho tenía sentido. Si Kirino detectaba a un Taiyo permanentemente destrozado y malhumorado, no le prestaría atención.

—Gracias Taiyo —le dijo sinceramente Shindou, abrazándole como si fueran a pasar años antes no se vieran de nuevo—. Volveré muy pronto para darte la lata.

Anemiya no sonrió, pero su amigo podía sentir que le había gustado ese comentario, siendo todo lo bromista que era el de pelo naranja.

—Ve con cuidado.
—Vosotros también.

Y se encaminó hacia el bosque cercano al quinto pueblo, dejando al resto de monjes preparándose para seguir el camino a la ciudad.

Se movió discretamente entre las lindes del bosque para no estar expuesto a un posible ataque de Kirino. Observaba siempre los altos rascacielos de la ciudad, esperando ver llegar refuerzos que distrajeran al enemigo durante un rato, pero no vio nada.

Tardó una hora en ver de más de cerca el quinto pueblo. Se veía la columnata de humo, los helicópteros derribados y algunas víctimas que Kirino no había escogido para su ejército. El pueblo estaba desierto, aún. Sus pobladores debían de estar escondiéndose por los alrededores, como él mismo estaba haciendo, así que decidió no arriesgarse a entrar al pueblo y encontrarse con los soldados de Kirino.

Anduvo otra hora, rodeando el pueblo. El bosque se hacía cada vez más oscuro, pese a que era mediodía, y cada vez se oía menos el ruido del fuego crepitando, las ambulancias y la policía y más la naturaleza, los pájaros, las hojas mecerse con el viento. Al final, encontró un riachuelo, escondido detrás de un pequeñito montículo.

—Me alegro de encontrarme aquí —dijo, suspirando. Era el primer momento de calma desde que fue a hablar con Kirino por última vez en el núcleo de cadenas.

Se sentó con tranquilidad sobre un lecho de hojas húmedas y procuró relajarse, sin pensar en nada, ni en Kirino, ni en su maestro, ni en Anemiya, ni en Hinano. Solamente necesitaba sentirse parte de la naturaleza.

Con delicadeza, sacó de su mochila la cajita con todas sus teúrgias más poderosas que había hecho para transmitir todo lo bueno que sentía a Kirino. Algunas de ellas eran también dañinas contra la maldición, o le protegían de la misma.

Encima del todo de las teúrgias había uno de los papeles en blanco que le habían sobrado. Lo cogió y lo posó encima de la caja, cerrada de nuevo. No tenía tinta para escribir los kanjis apropiados, así que tuvo que improvisar. Buscó por sus alrededores con la mirada.

—Resina… —dijo en voz alta.

Se levantó para buscar un árbol que tuviera bastante resina. Cerca de él había un arce viejo que tenía una pequeña piscina de resina en uno de sus agujeros. Con un cuenco recogió un poco y luego se acercó al río. La resina por sí sola no serviría, se quedaría pegada y no vería si estaba escribiendo la teúrgia adecuadamente, así que añadió un poco de agua fresca y tierra mojada para mezclarlo todo y crear una pasta algo viscosa que sirviera de puente con la naturaleza.

Aquella mezcla no era casual: aprendiendo a congeniar con las emociones en el templo, a Shindou le habían enseñado desde muy pequeño que todas los sentimientos, buenos y malos, podían ser encontrados en la naturaleza si uno sabía buscar bien. Podía encontrar la libertad en el viento, la armonía en el bosque, la ira en los volcanes, y así en muchos ambientes posibles.

Por eso había escogido esos tres componentes. El agua era la vida y era el cambio: creía firmemente que Kirino podía mejorar como persona y dejar su camino maldito hacia la paz. La tierra fresca era la fortaleza, la que permitía hacer crecer a todo ser vivo: esa misma fortaleza era la que tenía él y la que daba fuerza a sus sentimientos positivos. Y la resina era el sacrificio y la sangre como esencia de cada persona, cada aportación: esa parte estaba dedicado al esfuerzo de todos aquellos, incluido la parte sensible de Kirino, para mantener a salvo al mundo de la maldición. Esa parte en especial iba dedicada a Hinano y a aquellos que habían dado sus vidas en esos dos días para frenar a su enemigo.

Mezcló bien esos ingredientes cargados de simbolismo y mojó el dedo en esa pasta. Shindou cerró los ojos, serio, para ir hasta el fondo de su corazón. Allí sobrepasó los sentimientos empáticos que había usado anteriormente y llegó hasta el más puro de todos, uno con el que había escrito solamente otra teúrgia. Shindou sonreír al notar la oleada feliz y caliente de su propio sentimiento y puso el dedo sobre el papel. A la velocidad del rayo, su dedo se arrastró por dicho papel, dejando unas marcas precisas, exactas, de lo que quería transmitir. Antes de que la oleada feliz acabara, la teúrgia estaba acabada.

Ahora venía la parte más peligrosa: invocarla en su propio cuerpo. No le tembló el pulso cuando puso el papel sagrado encima de su corazón, pero éste latía con fiereza ahora que estaba a punto de hacer lo que solamente Kirino había podido.

—Teúrgia de Abrazo de Luz: actívate —dijo solemnemente.

Los caracteres de la teúrgia se iluminaron en un tono claro de verde y expandieron esa luz hasta ser como una vela natural. Al cabo de unos segundos, la luz desapareció. Debajo de esa luz, el papel también se había volatilizado y a Shindou solamente le quedaba la sensación de contener un gran poder en su pecho. Se deshizo los pliegues del kimono por el pecho para asegurarse de que había salido bien.

Allí estaba: en color verde hoja, todos y cada uno de los caracteres que había escrito en el papel sagrado, tatuados en su piel, igual como Anemiya los había sufrido por parte de Kirino.

Inspiró profundamente y proporcionó una ola de empatía a Anemiya, quien no podría llegar a notarlo esta vez. Como consecuencia, el tatuaje brilló de nuevo por las emociones de su portador, emitiendo una luz cálida y débil.

—Estoy listo, Kirino. Voy a salvarte.

Notas finales:

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