Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

49 Theurgy Chains por Kaiku_kun

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

El nombre del capítulo proviene de una técnica de pintura nacida en Italia hacia finales de siglo XVI. Particularmente, el experto en esta técnica era Caravaggio, uno de mis pintores favoritos. Podéis buscarlo en google. Cuando leáis el capítulo entenderéis el porqué del nombre del título.

Música:

Linkin Park - Until it's Gone (Final battle)
Devin Townsend Project - Fly (Nubes Doradas)

 

Capítulo 6: Claroscuro

 

Había pasado la segunda noche desde que Kirino se liberó de sus cadenas. Parecía que hacía mucho más, sin embargo, pues lo que había logrado el alma maldita en ese tiempo era aterrador a la par que mostraba su eficacia: había logrado reunir su ejército con casi cada muerte que había provocado; había saqueado los alrededores de una gran ciudad, dejándola totalmente aislada de cualquier comunicación con el exterior por tierra o mar; hasta ese momento, el ejército había estado incapaz de detener a Kirino y su recién formado ejército y, cuanto más lo intentaran, más fuerte se haría.

Los monjes llegaron a los alrededores de la ciudad hacia la noche. Se quedaron cerca de las ruinas de un edificio discreto, entre otros bloques más grandes, esperando poder descansar un poco antes de hacer frente a Kirino.

—No se oyen explosiones ni estruendos —dijo uno de los monjes—. Esperaba que Kirino no cesara de pelear hasta que tuviera a toda la ciudad bajo su control.
—Aunque no lo parezca, Kirino es humano, en parte —aclaró el Maestro—. En algún momento debe descansar. Probablemente lo esté haciendo ahora. Nosotros deberíamos hacer lo mismo. Mañana va a ser un día duro.

Los pocos monjes que quedaban se acomodaron como pudieron entre las ruinas, buscando puntos donde reclinarse y dormir más fácilmente. Anemiya se puso al lado de donde estaba la puerta.

Él no esperaba dormirse. Desde la entrada de esa casa se podían ver los rascacielos de la ciudad, algunos de los edificios altos cercanos y el cielo tapado por el humo que arrastraba el viento. Anemiya no podía dormir pensando en lo cerca que estaba de volver a enfrentarse a su enemigo. Solamente encontraría la calma cuando supiera con certeza que Kirino había sido exterminado tal y como lo conocían. Hasta entonces, el odio y el rencor que sentía por las barbaridades que el alma maldita había hecho eran lo único que le animaba a seguir adelante. Ni tan siquiera el amor que sentía por Hinano le proporcionaba la suficiente energía.

Todo por ese maldito tatuaje que Kirino le había implantado. Creaba un bucle en su interior que le hacía sentir más odio y eso alimentaba a la propia teúrgia. Solamente se detenía cuando notaba la empatía de Shindou o cuando recordaba a su amado Kinsuke en sus mejores momentos. Entonces lloraba y notaba algo de paz en su interior. Pero desde la posesión que había sufrido esa mañana, había decidido negarse ese privilegio. Lo último que quería era causar más daño a los que le rodeaban. Fue una coincidencia que precisamente Shindou decidiera retirarse a la meditación a solas ese mismo día.

Anemiya se quedó dormido, reclinado en el marco de la puerta. El cansancio pudo con él. No supo cuánto tiempo durmió, pero no fue agradable: soñaba una y otra vez con los momentos en los que Kirino escapaba de su prisión y había decidido arrebatarle la luz de sus ojos. Esos sueños siempre acababan de la misma manera: todo su alrededor ardiendo, o haciendo sufrir más a los supervivientes, a Shindou, o al Maestro de Cadenas, pero él siempre quedaba libre para que lo sufriera todo en sus carnes, para que la culpabilidad lo fuera matando lentamente. Pero no esa vez, esa vez parecía que Kirino lo fuera hacer estallar por dentro, que fuera a crear una bomba…

Temiendo por su vida, Anemiya despertó de un sobresalto. La ciudad retumbaba de nuevo. Kirino ya había descansado lo suficiente y había pillado desprevenido al ejército que, supusieron los monjes, estaba apostado en los edificios altos para disparar al ejército oscuro de Kirino.

Y las explosiones y los disparos se acercaban a ellos.

—Es hora de marcharnos —anunció el Maestro, cuando estuvieron todos forzosamente despiertos—. No es seguro estar aquí.
—No es seguro estar en ninguna parte de esta ciudad —dijo sombríamente Anemiya—. Deberíamos estar luchando contra Kirino.
—Debemos esperar a que Shindou vuelva.
—Ya volverá. Pero yo quiero luchar. Estoy harto de esconderme y perseguirle entre las sombras. Quiero verme cara a cara con él.
—Esto va contra la filosofía de nuestro templo —señaló uno de los monjes.
—¡La filosofía de nuestro templo ya no existe! ¡Consistía en tener sujeto a Kirino y ahora está destruyendo todo lo que nos es querido, toda vida inocente!

Entonces una explosión tremendamente cercana barrió del mapa las ruinas de todos los edificios de su alrededor. Se había abierto un campo ennegrecido por el fuego, la pólvora y la ceniza.

Todos los monjes salieron del edificio a ver qué había ocurrido. El ejército de Kirino estaba rodeando la ciudad, con su general delante del todo. En cambio, los tanques del ejército japonés estaban disparando prácticamente sin mirar qué estaban destruyendo. Casi les vuelan la cabeza a todos los monjes, pues cuando salieron y vieron el llano nuevo, se dieron cuenta que algunos de los cañonazos habían barrido el edificio de justamente la calle de enfrente.

Anemiya fijó su vista en el ejército de Kirino, que estaba detrás de los últimos edificios, protegido por éstos. Esa posición era apenas cincuenta metros de donde estaban los monjes.

—¡Es ahora o nunca! —les apremió el de pelo naranja—. ¡Hay que ir a por él!

El resto de monjes no estaban de acuerdo. Además, algunos se quejaban de estar en línea de tiro de los tanques y lanzamisiles japoneses, y obviamente no se atrevían a salir.

Pero, al parecer, la suerte no estaba en su favor, pues entonces cesaron los bombardeos. La razón era simple: Kirino se había situado en un llano detrás de los edificios donde era difícil de localizar. Los monjes no sabían cómo funcionaban las maniobras, pero el ejército necesitaría un tiempo para recolocarse y volver a disparar, y si Kirino era retenido en ese sitio, aún tardarían más en volver a disparar.

Anemiya lo tenía todo de cara sin saberlo. Por eso no le pasó absolutamente cuando huyó del grupo en busca del ejecutor de la persona que más había amado en el mundo.

—¡Anemiya! ¡Vuelve! —le llamaron algunos de los monjes.
—No puede él solo con Kirino, ¡vamos! —les apremió su maestro.

Aunque los monjes no estaban dispuestos a atacar directamente, a riesgo de que les alcanzara el fuego amigo, sí lo estaban cuando se trataba de proteger o apoyar a uno de los suyos. Era un pensamiento un tanto ambiguo.

—¡¡Kirino!! —le gritó Anemiya de lejos. Kirino marchaba con su ejército de lado, no de cara a Anemiya, así que el general tuvo que girarse para verle venir—. ¡Vamos a zanjar esto!
—Como tú digas —dijo desde lejos Kirino, sonriendo complacido.

Su ejército no se percató del cambio, y él apenas hizo un gesto para que detuvieran su marcha. Kirino vio que los demás monjes seguían a su atormentada víctima y decidió que se lo pasaría bien. La lástima era que no se encontraba el más fuerte de ellos entre el grupo, Shindou. Eso le decepcionó un tanto, pero no tuvo demasiado tiempo para sentirlo. Anemiya tenía ganas de pelea.

—¡Rayo de luz! —exclamó este, dándole un puñetazo a la teúrgia con toda su rabia.
—¡Estás contaminado por mi teúrgia, no me vas a hacer nada!

El rayo de luz bajó del cielo como si viniera del sol, con la potencia de un misil, pero fue suficiente para Kirino juntar sus manos en forma de lanza para desviar el rayo a ambos lados, arrancando la tierra del suelo e hiriendo a numerosos soldados de su ejército de muertos. Y sus manos solamente echaron un poco de humo.

—Maldito… —rechistó Anemiya.
—Sí, me lo dicen mucho —se rio Kirino.

Entonces llegaron el resto de monjes para empezar un segundo ataque.

—¡Número uno! — anunció el Maestro de Cadenas—. ¡Cadena de hierro!

Todos los monjes, incluido Anemiya, usaron una teúrgia como la que nombró su maestro. Como consecuencia, más de una docena de cadenas enormes surgieron del suelo, parecidas a las que retuvieron a Kirino tiempo atrás.

—Vaya, el monje original no estaba tan organizado —dijo Kirino, enterrado en cadenas enormes—. Aunque era más poderoso que el doble de vosotros todos juntos.

Una nube oscura salió de Kirino y engulló las cadenas, corrompiéndolas, volviéndolas de color negro y desintegrándose por la bipolaridad de ambas energías.

—Hay que provocar a su ejército —decidió el Maestro, susurrando a su grupo compacto—. Tenemos que lanzar teúrgias que obliguen a Kirino a usar sus tropas. Igual como hizo el primero de nosotros. Así estará indefenso para nuestras mejores teúrgias.

Con el sol empezando a molestar la cara de los combatientes, empezó una batalla de grados de potencia de las teúrgias. El segundo grado, las cadenas de luz, actuaban de la misma manera que las de hierro, pero se basaban en la fuerza de voluntad de los monjes. El problema de ese tipo de teúrgias era que cada monje tenía sus miedos y sus temores al estar en frente de semejante enemigo, así que, a excepción del Maestro y los miembros del consejo, todas las cadenas se deshicieron con un movimiento de mano de Kirino.

—¡Ejército! ¡Formad! —ordenó Kirino.

Cada soldado oscuro se movió como una sombra hasta recolocarse en diferentes batallones justo detrás de Kirino.

—¡Número cuatro! —ordenó a su tiempo el Maestro—. ¡Flechas divinas!

Las teúrgias se activaron bastante más rápido que lo que Kirino ordenó a los suyos detener o recibirlas flechas por él. El alma maldita se vio obligado a usar parte de su energía oscura para detener las flechas de Anemiya, que eran las que más rápido y más poderosas habían estado. Un montón de cuerpos sin vida empezaron a descomponerse rápidamente, juntamente a la oscuridad que los ocupaba. Pero los que habían sobrevivido se habían lanzado contra el pequeño grupo de monjes en una ola inmensa de oscuridad.

—¡Protección! —gritaron muchos de los monjes.

Una docena de esferas de luz se crearon al instante, las unas sobre las otras, en las que las sombras más débiles o recientes del ejército de Kirino se desintegraron casi al instante. Las otras salieron rebotadas, buscando algún tipo de brecha para llevarse por delante a alguno de los monjes.

—¡Con firmeza! ¡No cedáis un milímetro! —les alentó su maestro.

Y pese a eso se oyeron gritos desgarradores de dos monjes, ambos jóvenes, a los cuales las esferas de protección se les debilitaban y, al estar más al exterior del círculo, eran víctimas de las sombras, que se inmolaban para llevar a esos pobres al más allá.

Cuando la ola negra acabó, todos mantuvieron sus esferas, esperando el siguiente ataque. Todos menos Anemiya, que la ira que sentía al ver cómo almas inocentes eran usadas para luchar contra la propia inocencia le estaba matando. Cabreado, y recordando con horror que Hinano podría haber sido una de ellas, convirtió la energía de su teúrgia de protección en un ataque directo a Kirino, en forma de otro rayo de luz.

—¡No me hagas reír! ¡No puedes creer en serio que tu energía es la correcta para venceme! —le gritó Kirino, a medias entre riendo y cabreado.
—¿De qué coño hablas?

El rayo de luz impactó en la armadura de Kirino pero, cuando lo hizo, el metal oscuro fue contagiando su moder maligno a través del rayo hasta redirigirlo de nuevo a Anemiya, quien lo absorbió involuntariamente.

—Ahora sé mi títere, mi odioso amigo.

El tatuaje de Anemiya brilló en un rojo intenso a través de su kimono.

—¡Apartaos y protegeos! —alertó el Maestro de Cadenas.

Pero fue tarde, Anemiya soltó un grito de rabia por la posesión y su batalla interna contra la maldición, e involuntariamente creó una ola de bruma oscura que apenas pudieron resistir el Maestro y los tres miembros del consejo. Ellos crearon unas débiles protecciones que no alcanzaron al resto.

—Enséñales cómo funciona el poder de los dioses —le dijo Kirino.

Anemiya le escuchó y sacó una de sus teúrgias. Al contacto con la maldición, se tornó oscura, negra y roja, pero la usó igual. Sacó un montón de cadenas de hierro del suelo, que fueron a por los monjes más débiles. El Maestro de Cadenas estuvo a tiempo de anularlas con una de sus protecciones.

—¡Anemiya! ¡Recuerda con quién luchas! ¡Para quién luchas! ¡Por qué luchas!

Kirino vio con indignación cómo su títere se retorcía en su batalla interna. Si seguía así o podría saturar el cuerpo y morir, o podría volvérsele en su contra. Antes de que eso pasara, decidió invocar desde el tatuaje de Anemiya una de las más peligrosas teúrgias que existían: la liberación de energía. Era el último recurso para quien la usara, pues extraía toda la energía de un cuerpo para un ataque final del que no era posible que el usuario saliera vivo.

—Lástima que no hayamos compartido más momentos juntos, dulzura naranja —dijo el alma maldita, en falso tono triste—. ¡El resto, atacad!

Todas las sombras se lanzaron a la vez que Anemiya empezaba a desprender toda su energía, tanto lumínica como oscura, en forma de onda expansiva que contagiaría a los otros monjes. Éstos empezaron a formar nuevas protecciones contra los restos del ejército de Kirino, pero los rayos de luz que soltaba Anemiya simplemente atravesaban esas protecciones, puesto que era el mismo tipo de energía.

Gran parte del ejército de Kirino fue aniquilado a causa del poder desatado de Anemiya, incluso su general tuvo que protegerse varias veces de los rayos de luz que lanzaba mientras la onda expansiva se preparaba para ser lanzada. Si llegaba a ese punto, Anemiya moriría al instante.

—¡Anemiya! —le llamó su maestro, acercándose a él—. ¡Taiyo!
—A-aléjate… ¡Aléjate! —le advirtió Anemiya, en un momento de autocontrol.

Sin embargo, el Maestro de Cadenas llegó hasta él y consiguió abrazarle y envolverle en una protección muy poderosa, que evitaba que la parte oscura saliera de su cuerpo y la lumínica alimentara la misma protección.

—Estamos aquí, contigo, Taiyo. Kinsuke se ha ido, pero lo hizo amándote. Él no querría que perdieras el control. Él no permitiría que Kirino te dominara y daría la vida de nuevo para protegerte.
—¡Llegas tarde, monje! ¡Tu amigo está perdido! —le aseguró Kirino, desde lejos.
—No es tarde, Taiyo.

Cada vez había menos liberación oscura. El tatuaje de Anemiya empezaba a flaquear con fuerza y el chico empezó a llorar, levemente. Eso acabó de romper la posesión de Kirino. Entonces apartó con fuerza a su maestro, se levantó y gritó con todas sus fuerzas, invocando un potente rayo de luz, más potente que todos los que el grupo de monjes habían invocado juntos.

—¡Maldita sea! —rezongó Kirino—. ¡Agujero negro!

Kirino tuvo que servirse de una de sus teúrgias más poderosas para absorber el rayo de luz sin que le hiciera nada. La potencia del rayo le había hecho retroceder varios metros y había acabado de desgarrar el poco ejército que quedaba. Pero, al final, el rayo desapareció y Kirino sonrió al ver que Anemiya se desplomaba.

—¡Has fallado, alma maldita! ¡Taiyo sigue vivo!
—No por mucho tiempo —dijo, mientras se acercaba—. Estáis agotados, os falta vuestro querido Shindou y yo apenas me he tenido que despeinar.

Kirino metamorfoseó en un pájaro de sombra y poco pudieron hacer ninguno de los monjes para proteger a uno de los suyos, que desapareció en un agujero negro creado por el alma maldita.

—¡Quedáis diez! —se rio ésta.

El pájaro de sombra volvió a aparecer por un lado del grupo, intentando llevarse a Anemiya, pero se detuvo en seco en el aire cuando un aroma a resina de pino. Los monjes se descubrieron los brazos con los que se protegían, repentinamente relajados. Todos los combatientes buscaron el origen de ese aroma tan potente, hasta que vieron que del bosque cercano salía una persona.

—Ya pensaba que no vendrías, Shindou —le replicó Kirino, aún detenido en el aire—. Me estaba quedando si monjes que lanzar al vacío.
—No te preocupes, ya estoy aquí. No hará falta que les hagas más daño —dijo él, caminando tranquilamente hasta el grupo. Cerró los ojos, apenado, cuando vio todos los que faltaban desde que se fue el día anterior—. Ya no habrá más muerte.
—Yo creo que sí —le amenazó Kirino, liberándose del aroma y transformándose en humano a unos metros de Shindou—. Me tendrás que matar para que este mundo quede libre.
—No será necesario.
—¿Por qué tú lo digas?
—No. Pero tú mismo te detendrás. Yo confío en el Kirino que realmente conozco.

Kirino se disponía a atacar al monje, sabiendo lo que se le avecinaba, pero cuando recibió la oleada de empatía dejó caer las dos espadas, que se deshicieron antes de tocar el suelo, y se agarró la cabeza, intentando sobreponerse.

—Quiero ver al Kirino que vi llorando aquel día. Necesito decirle algo importante.
—¡Ya sabe qué es esa cosa importante y le da igual! —replicó él, levantándose algo recuperado—. ¡No quiere saber nada de ti!

Kirino se transformó en el ave oscura e invocó distintos agujeros negros al alrededor de Shindou, para separarle de sus amigos. Éste se puso en guardia, esperando el momento en el que su enemigo apareciera. Mientras esperaba, lanzó una teúrgia a sus amigos.

—¡Burbuja de luz! —Esta era la mejor de las protecciones de los monjes. Era una esfera que se movía esquivando la oscuridad del su alrededor y se alimentaba de la fuerza de voluntad de los que tenía resguardados dentro. Así Shindou no tendría que controlar también esa teúrgia.
—No les protejas tanto, ¡no valen la pena! —gritó Kirino, saliendo de uno de los agujeros negros. Su ataque fugaz pretendía hacer como con el otro monje y hacerlo desaparecer por el agujero negro pero, cuando quiso hacerlo, chocó contra algo muy poderoso y salió desviado, herido y tuvo que deshacer los agujeros negros para recuperarse—. ¿Qué… qué es eso?
—¡Shindou! ¿Qué te has hecho? —le recriminó su Maestro, desde lejos.
—Es una teúrgia muy antigua, tanto como tú mismo, Kirino. Es el Abrazo de Luz. Con cada elemento que se ha usado para crearla, se obtiene un poder distinto. Y yo me lo he implantado en el corazón.
—¡¿Estás loco?!
—Veo que será más fácil derrotarte, Shindou, menuda estupidez has hecho —se rio Kirino, con una pose más relajada—. Solamente que mi oscuridad te haga un rasguño, tu teúrgia se volverá en tu contra y te destruiré.
—Eso no lo voy a permitir.

Kirino no esperó a que su enemigo dijera nada más. Su armadura invocó una teúrgia que lanzó una ola de oscuridad a Shindou y surfeó en ella para lanzarse a una batalla cuerpo a cuerpo contra el monje.

—Abrazo de luz: fortaleza —nombró Shindou.

En vez del olor a resina, empezó a oler a hierba fresca. Kirino vio impotente cómo cada una de sus estocadas salía redirigida por una fuerza invisible que rodeaba a su enemigo y además le debilitaba a él. Shindou avanzó un paso, teúrgia en mano, y clavó la mano en el centro de la armadura de Kirino.

—Teúrgia de destino activada: purga de demonios.
—¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAARRRGGH!!

El alarido de Kirino se vio complementado con un chillido intensísimo proveniente de la armadura del alma maldita, que empezó a quebrarse hasta que se rompió en mil pedazos sombríos, desapareciendo como humo. Kirino cayó arrodillado a los pies de Shindou.

—Kirino, escúchame —le dijo Shindou, con voz compasiva, poniéndose a su nivel—. Puedes detener esto ahora. Libérate de tu propia maldición.
—¡¡NO ES UNA MALDICIÓN!! ¡SOY YO!!

Su segunda capa de armadura, de aspecto menos poderosa, sacó una teúrgia de rebote, que hizo retroceder a Shindou como si un huracán le estuviera plantando cara. Kirino también salió despedido, pero él se transformó en el pájaro oscuro, guiando de nuevo una ola de bruma negra hacia el monje.

—¡Por favor, Kirino, recapacita! —le gritó Shindou, mientras la ola le cubría, sin hacerle nada gracias a su Abrazo de Luz—. Yo sé quién está ahí dentro realmente.
—¡Tú no sabes nada!
—No es verdad.
—¡Cállate!

Kirino usó todo su poder para crecer en su forma de pájaro y con la velocidad y la presión que la oscuridad ejercía sobre su alrededor, el suelo empezó a arrancarse como si tirasen de una gran raíz.

—Abrazo de Luz: sacrificio —nombró Shindou, con voz queda.

El olor de resina volvió a hacer acto de presencia y todas las sombras, incluido el propio Kirino, quedaron bloqueadas en el aire.

—¡O-otra vez! ¡¿Qué me has hecho?!
—Todos aquellos que han sufrido y están sufriendo por tu culpa te detienen a través de mí. Igual que la resina, tus movimientos son pegajosos, lentos y carentes de fuerza.

Kirino se resistió con todas sus fuerzas cuando vio que Shindou se acercaba a él. El Maestro de Cadenas y sus otros compañeros le dijeron que se alejara, pero el monje no hizo caso.

—Sigo creyendo en ti, Kirino. Da igual las veces que ataques. —La fuerza de su teúrgia obligó a Kirino a volver a ser humano, con su armadura y sus armas algo quebradas. Quedó sujetado en el suelo—. Abrazo de Luz: cambio.

El potente olor a resina se mezcló con un ambiente húmedo y fresco. Kirino puso cara de sorpresa, pero no en su pose de enfadado, sino como si estuviera algo hechizado. Las sombras a su alrededor empezaron a recluirse hasta circular al alrededor de ambos, como una capa muy débil, pero que bloqueaba la visión del exterior, a excepción del cielo.

—¿Qué es esto? —preguntó de nuevo Kirino, con esa voz suave y ceniza a la vez de cuando estaba prisionero—. Shindou…
—El cambio es parte de la vida. Y la vida es agua. Y el agua es cambio. Es todo un ciclo y todo lo que se va vuelve. Por eso ahora no tengo delante al Kirino de las sombras, sino al auténtico.

La mirada, su postura, su actitud ante las sombras, todo él se sentía distinto que cuando la maldición le oprimía el alma. Kirino seguía paralizado por el efecto de fortaleza del Abrazo del Alma, pero no se quejó en absoluto cuando sintió un suave y cariñoso abrazo por parte de su enemigo.

—Echabas de menos lo que era sentirse querido, ¿verdad? Nunca más tendrás que preocuparte de eso. Te quiero.

Con esa revelación, la última de las armaduras oscuras cayó por su propio peso. Dejó entrever el cuerpo pálido de Kirino, mezclado con la maldición, aún persistente en su cuerpo. Era un blanco y negro dividiendo el cuerpo en dos. Además, en ambas partes había grabadas un montón de teúrgias en rojo, en esos momentos apagadas. La maldición divina era muy potente en él, aún.

—No podré mantener durante mucho tiempo más esta calma —le dio Shindou, separándose del calmado Kirino—. Tu parte maldita tomará tu cuerpo de nuevo y me atacará. Quiero que lo mantengas a raya ahora que está tan débil.
—¿Qué quieres hacer?
—Voy a curarte desde dentro, pero no puedes saber cómo. Sino, la maldición lo sabrá también.

Shindou vio como Kirino se disponía a decirle algo, pero entonces la oscuridad a su alrededor empezó a girar más rápido y perdió el control de su cuerpo. La capa se convirtió en una nueva ola que arrastró a Shindou casi hasta el grupo de monjes. Anemiya estaba despierto en esos instantes.

—¡Shindou! —dijo éste—. ¿Qué ha pasado?
—No hay tiempo para explicaciones. Kirino está muy débil ahora. Necesito que le atéis con cadenas de luz. Necesito acercarme a él de nuevo.
—Shindou, yo…
—Tranquilo, todo estará bien. Te ruego que nunca pierdas la fe. Sé feliz. Puede que yo no esté ahí para disfrutarlo tanto como tú.
—¿Qué dices? ¡Shindou…!

Pero él ya se había dirigido de nuevo a la ola oscura para buscar a Kirino entre la bruma. Su Abrazo de Luz le seguía protegiendo, pues los monjes pudieron ver cómo la bruma se apartaba a su alrededor.

—Shindou va a dar algo más que la vida para salvarnos a todos. No podemos defraudarle —se levantó el Maestro de Cadenas—. Tenemos que hacer que no sea en vano. Usemos las cadenas de luz todos juntos.

Los monjes dieron un par de pasos adelante y buscaron la energía de Kirino. Cuando vieron un cambio en la bruma de Kirino, supieron dónde estaba y lanzaron todos a la vez la teúrgia de cadenas de luz.

—Rezad para que salga bien.

Dentro de la bruma, pasaron apenas unos segundos de posesión en Kirino antes de que se viera con las piernas y el cuerpo atrapados en cadenas que mostraban la posición del alma maldita. Shindou apareció al cabo de unos segundos.

—¡Nunca podrás acabar conmigo! —le gritó el Kirino poseído—. ¡Los dioses ocuparon esta alma para siempre! ¡El mundo está condenado! ¡No puedes hacer nada!
—Eso no es verdad. El poder de los dioses no es permanente. Sólo hace falta la energía correcta para deshacerla. —Cuando estuvo lo suficientemente cerca para que la energía del Abrazo de Alma dañara directamente a Kirino, le obligó a sujetar una teúrgia escrita de un color distinto—. ¿Sabes qué es esto?
—¡No te atreverás! ¡Es imposible que te atrevas!
—Claro que me atreveré.

Kirino se resistió con todas sus fuerzas, con toda la oscuridad que quedaba a su alrededor y toda la energía divina que pudiera invocar, pero ninguna atravesó el Abrazo de Alma.

—¡No debería existir ese Kirino! ¡No debería! —gritaba el alma maldita, en pleno delirio.
—No te preocupes. Pronto te curarás. —dijo. Y procedió a usar su último as en la manga—. Teúrgia activada: Nubes Doradas.

Una luz verde y blanca apareció entre los dos y se fue expandiendo. Kirino chilló con intensidad durante unos segundos, por el poder de la teúrgia que echaba a la oscuridad de su camino, pero pronto el grito desapareció.

Durante un rato de silencio, ambos se sintieron incorpóreos, sin nada más que sus sentimientos como guía de que seguían vivos. Luego, ambos volvieron a sentir sus cuerpos y el de quien tenían al lado. Shindou supo de inmediato que la teúrgia había funcionado. Notaba a Kirino, el que había visto llorar, el sensible. Lo sentía lleno de oscuridad, pero no cargaba ya con ninguna maldición. No tenía poder alguno.

La luz obligó a ambos a tener los ojos cerrados durante un rato, pero cuando Shindou se sintió seguro, apremió a Kirino que los abriera.

—No te pasará nada. Ahora estás a salvo —le aseguró. Se notaba que el Kirino que tenía delante ya no era el maldito, pues no se rebotaba, ni probaba de luchar, ni le insultaba. Solamente tenía miedo—. Estamos en un sitio mucho mejor.

Kirino abrió los ojos tímidamente para encontrarse con la luz del sol, tenue como en un atardecer, sin hacerle daño en los ojos. A su alrededor había montones de nubes grumosas bañadas por ese atardecer eterno, dándoles unos colores anaranjados muy relajantes. Ambos estaban sobre una de esas nubes.

—Esto es…
—El mundo de los sueños —dijo Shindou, para dejarlo claro—. Esto es muy distinto de aquella prisión en la que estuviste. He puesto todo lo que siento por ti en este sitio para que tu corazón aprenda de nuevo qué es amar, que es soñar, recordar todos los buenos sentimientos y emociones que perdiste mientras la maldición te mantuvo sujeto. Esperaremos la eternidad entera, si hace falta, para que vuelvas a ser el Kirino que yo sé que llegaste a ser. Y toda esa oscuridad que te ocupa el cuerpo, que interfiere incluso en tu aspecto, desaparecerá.

Kirino se sentó delante de Shindou, quien hizo lo mismo, y le tomó la mano con suavidad, sonriendo sinceramente por primera vez en mucho tiempo.

* * *


De vuelta a la tierra, la oscuridad que había tapado de la vista de los monjes los últimos momentos de aquella pesadilla había desaparecido. En su lugar, había una especie de esfera intangible de luz, como un pequeño sol, de donde nacía una bruma blanca. A su alrededor, la vegetación estaba creciendo cientos de veces más rápido de lo normal, creando un pequeño bosque que cubría la destrucción de Kirino.

—¿Qué ha pasado? —peguntó Anemiya—. ¿Dónde están Shindou y Kirino?
—Están allí dentro, dentro del haz de luz —le explicó el Maestro de Cadenas—. Es una teúrgia que nunca había visto usar. Se llama Nubes Doradas, y crea un mundo alternativo simple, pero efectivo, que purifica las almas de quienes han entrado. Shindou ha sacrificado su alma para acompañar a Kirino a un lugar donde nunca esté solo y pueda recuperar el equilibrio.
—Es muy bonito —dijo Anemiya sin pensar—. ¿Nunca le volveré a ver?
—No lo creo. Pero igual que con la antigua prisión, se puede probar de contactar con él. Y en algún punto de la historia de la humanidad, ambos saldrán de nuevo, libres de cualquier mal.

A partir de ese día, Japón protegió con toda norma legal el lugar donde había tenido lugar la batalla entre Shindou y Kirino, pues creció un pequeño bosque, como un parque en una ciudad, que se consideró sagrado.

En el centro, al alrededor del jardincito que ocultaba la luz de la teúrgia de Shindou, se construyó un templo en honor a la pareja y también a los caídos durante esos tres fatídicos días. Anemiya enterró las cenizas de su amado debajo, como vínculo místico.

El Maestro de Cadenas, que se retiró como tal cuando acabaron de construir el templo, el resto de monjes y Anemiya decidieron que todo el mundo debería saber lo que sucedió durante esos tres días y permitieron la entrada al parque a todo aquél que quisiera saber y rendir homenaje y culto.

Anemiya probó muchísimas veces contactar con su viejo amigo Shindou, pero pasaron veinte años antes no fuera capaz de oír una respuesta que siempre había estado allí. Fue el mismo tiempo que tardó en realmente superar la muerte de Hinano y el tiempo en que la oscuridad que el Kirino maldito le había infligido tardó en disiparse del todo. A partir de entonces, Anemiya fue el mejor amigo de la pareja, perdonándoles por absolutamente todo.

Shindou y Kirino, felices en su propio mundo, nunca dejaron de amarse a cualquier coste, contra la oscuridad que aún persistía.

FIN

Notas finales:

Espero que os haya gustado este final, porque debo decir que en mi mente, este final no existe XD me he guardado el derecho de tener el verdadero final escrito y en mis manos porque sino la historia se alargaría mucho. Sí, sé que estáis deseando más de esto, pero la mitad de la historia no sería posible si hubiera usado el final largo XD

¡¡Nos vemos en otro fic o en mi página de facebook "Kaiku-kun Fanfics"!!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).