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Buenas intenciones por exerodri

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Notas del capitulo:

Hola a todos y todas! Gracias por pasarse. Les traigo el capitulo numero 11 de la historia. Se revela algo muy importante sobre algunos personajes, que será importante para lo que se vendrá. También vuelve a la escena T.K, que pobresito se había quedado algo relegado en los últimos capítulos; o por lo menos no actuaba de forma activa en la trama. Les dejo en paz para que lean.

A Tai le daba muy mala espina la parte de la ciudad donde se adentraba por estar siguiendo al rubio. La peor zona de la ciudad. Aquellas calles en las que nadie quería estar, ni solo ni acompañado; las que alimentaban a los noticieros de noticias feas. La zona que todos evitaban transitar a toda costa, incluso el transporte público. Incluso la policía. La zona que todo político olvidaba por completo en sus discursos y entrevistas. Aquella zona.

Edificios de departamentos y oficinas abandonados, locales cerrados y rapiñados, casonas viejas que en cualquier momento se caerían y calles con más baches que asfalto, era lo que quedaba de ese barrio que en el pasado había brillado como centro industrial y económico. Ahora solo despertaba lastima y desprecio. El cada vez más oscuro y nublado cielo potenciaba lo lúgubre que llegaba a los ojos. 

Tras esquivar a un par de vagabundos durmiendo en la acera, se le hizo tentador abandonar la persecución. No valía la pena que lo asaltasen o lo matasen por seguir a ese imbécil. Aquella noche T.K iría a dormir en su casa; lo mejor sería ir a ordenar su cuarto y darse una ducha para recibir al menor. Pero ni bien ese pensamiento terminó de pasear en su cabeza, la maldita curiosidad por saber la verdad le obligó a seguir. Era como una urticaria donde uno no se puede rascar…necesitaba deshacerse de ella.

Siguió a Matt varias calles, teniendo que ser rápido para esconderse donde podía cuando el ojiazul miraba a su alrededor, cada vez con más frecuencia. Adentrándose más y más en aquel barrio de mala muerte, llegaron a un predio donde fábricas y talleres abandonados agonizaban.

El rubio se detuvo al frente de un taller, el cual era igual o más precario que el resto. Miró hacía todas direcciones una vez más y golpeó la puerta.

El castaño, desde su escondite a varios metros, observó atónito como la puerta de hierro se abrió y el blondo entró al taller, desapareciendo de su vista.

"Mierda, ¿Como hago ahora?" maldijo al sentir que la oportunidad de descubrir la verdad se le escapaba. Necesitaba saber en que estaba metido Matt.

El desconcierto que lo invadía no fue impedimento para que se acercara a la estructura y meditara en como entrar. Bordeó el taller por un callejón, que no desentonaba con la inmundicia de aquella parte de la ciudad, y pudo observar algo que le serviría: una rendija en la pared a unos 3 metros de altura. Usando algunas cajas de madera podridas desparramadas en el callejón, armó una estructura lo suficientemente alta para poder subirse y, haciendo un esfuerzo brutal para hacer equilibrio, mirar adentro.

Desde allí observó que el taller era un extenso galpón sin divisiones. La penumbra que reinaba por la falta de ventanas permitía solo ver la silueta de lo que parecía ser maquinaria abandonada. En medio de estas, la luz de un foco que colgaba a dos metros de altura se abría hacía abajo, formando un cono de luz en medio de la oscuridad. Este iluminaba a un sujeto obeso sentado solitariamente detrás de una mesa.

-Ah, Ishida- dijo el gordo, su voz gruesa retumbó en la oscuridad- que rápido, te llamé hace menos de una hora.

Matt  entró al círculo iluminado con su típica cara de perro buldog, seguido de dos sujetos que se detuvieron en el límite de la luz y la oscuridad. El ojiazul sacó el celular robado del bolsillo y lo depositó en la mesa. Con despreciable indiferencia lo deslizó hacía aquel sujeto.

-Este celular es uno de los más nuevos que hay en el mercado y se nota que no tiene ni una semana de uso, vale bastante- dijo viendo al gordo a la cara.

-Ah, sí- contestó este, examinando el móvil- este modelo solo tiene un mes en el mercado…bien, muy bien.

-Espero que con esto dejen de molestarme con estas estupideces por un largo tiempo- agregó Matt- y que la próxima vez que me llamen sea para algo importante.

“¿Algo importante? ¿De qué habla?” No pudo evitar preguntarse el moreno, observando desde su rendija.

El hombre obeso, el cual la cabeza rapada reflejaba la tenue luz del foco, rió a carcajadas como si el rubio le hubiese contado el mejor de los chistes. Se hizo hacía delante apoyándose en la mesa y dijo:

-Me parece que se te está olvidando como son las cosas…

Tai se obligó a bloquear el grito de “¡Cuidado!” en la garganta, recordando que tenía que permanecer de incognito. Uno de los sujetos al borde de la luz avanzó hacía Matt por detrás. Alguien joven, pero mucho más alto que el rubio. Este agarró al ojiazul del cabello y le hizo estrellar el rostro en la mesa, doblándole el brazo derecho en la espalda.

-Nosotros decidimos cuando hay que dar ofrendas y cuando no- dijo el gordo mirando fijamente a Matt, deslizando el celular hacía un costado- ¿Entendiste?

El rubio no contestó. El que lo sostenía le dobló aun más el brazo sobre la espalda. El alarido de Matt indicó que llegaba al límite de su resistencia.

-¿Eh? No te escucho- dijo el adulto, con el malicioso disfrute en su voz.

-Sí… ¡Ah! ¡Sí! ¡Sí! ¡Entiendo!

El gordo hizo una seña y el sujeto alto soltó a Matt.

-Ahora vete- dijo, recostándose en la silla, la cual crujió pidiendo clemencia- antes de que cambie de idea.

El blondo, tomándose el hombro, salió de la zona iluminada, no sin antes recibir un empujón por parte del tipo alto que lo hizo caer. Matt desapareció en la oscuridad. El rechinar de una puerta abriéndose y cerrándose le indicó a Tai que este había salido del taller.

Se bajó de la improvisada estructura que había armado, cuidadosa pero rápidamente. Echó un vistazo antes de salir del callejón. Matt ya caminaba de nuevo la calle por donde habían venido, a un paso endiabladamente veloz.

La persecución continuó. Tai aun tenía muchas dudas por aclarar.

Madre e hijo

T.K nunca había estado en esa situación, nunca había visto a Davis así.

El castaño se juntaba cada vez más y más con Kari, en salidas donde el rubio sabía muy bien que solo estorbaría. Su mejor amigo y su “cuñada” necesitaban estar a solas; se notaba en la forma en cómo se miraban uno al otro, como quien desea devorarse un manjar con la vista. Si bien el ojiazul sentía la más sincera felicidad por el inesperado enamoramiento entre Davis y Kari, la otra cara de la moneda era la incómoda sensación de haber sido dejado de lado. Aquello dolía, y lo más raro era que no sabía qué hacer.

A pesar que el amor de Tai le quitaba la necesidad del contacto con alguien más y le hacía olvidar del resto de las personas, cuando este no estaba con él, el involuntario despego de su mejor amigo le pesaba.      

De esa manera, la relación con Andy se le hizo cada vez más necesaria para sentirse menos solitario. Si bien T.K llevaba una relación normal con el resto de sus compañeros de clase, con el ojiverde estableció un vínculo que no logró con ningún otro, aparte de Davis. No sabía si su nueva amistad era por una profunda empatía o por despecho, pero disfrutaba de la compañía de ese castaño. Se sentía cómodo con él, sus personalidades congeniaban y compartían varios gustos de los cuales extraían temas de conversación interminables. Los unía el amor ciego a las bolitas de chocolate, así que juntando el dinero de ambos se compraban la mayor cantidad posible y se dejaban llevar por el placer en cada oportunidad que tenían.

Además, Andy era el único que sabía de su relación con Tai, así que aprovechaba para hablar del tema con el ojiverde, aunque este no supiera nada de relaciones. Era agradable el poder conversar de su felicidad con el moreno con alguien.

Un día en el que Tai le había dicho que iría a visitar a su entrenador en el hospital, y, por otro lado, Davis saldría con Kari, invitó a Andy a probar un nuevo juego de basquetbol en el local de videojuegos en el centro de la ciudad. Primero este dudó, pero a base de suplicas terminó aceptando. De esa manera ambos vivieron una tarde donde las risas no escasearon y que les permitió olvidarse por un momento de la rutina diaria.

Mientras volvían a sus casas, al llegar a la esquina donde se separarían, T.K se ofreció acompañar al pecoso a volver a su hogar. Este se negó. No fue el que se negara, sino el cómo se negó lo que le llamó la atención. En dos segundos Andy había cambiado una sonrisa amena por una expresión de miedo, para después despedirse de él torpe y presurosamente, sin darle tiempo siquiera de responder.

T.K observó como el castaño se alejó veloz.

¿Por qué Andy había reaccionado así? Pensó en un motivo, y no tardó mucho para que los nuevos moretones que Andy había intentado ocultar esa tarde saltaran a su mente. Inmediatamente, unió ambos factores: los moretones y el que Andy no quisiera que lo acompañara a su casa. Así como su cerebro unió los dos factores automáticamente, también ordenó a sus piernas correr lo más rápido posible. Sin pensarlo, bordeó la manzana y esperó escondido detrás de un arbusto. Cuando el castaño pasó, le siguió procurando que no se diera cuenta. En realidad no quería hacerlo, quería ir la casa de su papá para buscar ropa e ir después a pasar la noche en lo de Tai;... pero la forma en que el ojiverde se alteró le había quemado con el hierro caliente de la curiosidad.

A medida que perseguía a su amigo, la zona a su alrededor se tornó cada vez menos amigable. Aparte de no saber adónde se metía, las desoladas y descuidadas calles le hacían recordar cuando veía las noticias… o mejor dicho, las malas noticias en la televisión. Con la paranoia de consejera, miró a todos lados en vista de alguien o algo sospechoso mientras caminaba. No quería figurar en la sección de policiales en los noticieros nocturnos. El corazón le bailaba de los nervios.

“Tranquilo T.K, tranquilo. No pasa nada” se dio ánimos a la vez que apresuraba el paso para no perder el rastro del pecoso.

-Oye hijo…- llegó a su oído derecho una voz lamentosa, como la de un fantasma en pena.

Se obligó taparse la boca para no gritar del susto. Por poco trastabilló. Al girar su cabeza, el vagabundo más harapiento que había visto en su vida le veía fijamente, acostado en el pórtico de un edificio deplorable y envuelto en mantas tan mugrientas como él.

-Niño, una moneda por favor…- agonizó el vagabundo extendiendo su mano, arrastrándose hacía él con manta y todo, -…ayuda a este viejo, una moneda, hijo…una moneda.

Aun con los sentidos aturdidos y al borde de la taquicardia, T.K se hizo para atrás, buscando torpemente algo de cambio en sus bolsillos. Quiso decirle a ese hombre que se callara, que le daría algunas monedas pero que no hiciera tanto ruido, pero las palabras se le congelaban en la boca. Los descoloridos ojos bien abiertos de ese sujeto, como si no tuviesen vida, le impresionaban a medida que este se arrastraba hacía él. El olor era repulsivo.

-Unas monedas…unas monedas- le imploró el anciano otra vez.

Con más miedo que lastima, depositó todas las monedas que pudo agarrar de su bolsillo en el rotoso guante del vagabundo.

Echó a correr, Andy ya había doblado en la esquina.

Apenas pudo contactar visualmente al castaño antes de que este se introdujera en una vivienda, con terrenos baldíos a ambos lados.

Tratando de regular su respiración, se acercó caminando por la acera. Observó la casita. Era pequeña, modesta, algo descolorida. Por lo aprendido con su padre en el verano, pudo determinar que las maderas del exterior necesitaban ser cambiadas y pintadas de nuevo. Se necesitaban varias atenciones a decir verdad. Además del descuido de la pequeña estructura, se sumaba el hecho de que el patio delantero no lucía ninguna flor o adorno; solo malezas.

-¿Será que sientes vergüenza, Andy?- preguntó T.K en voz baja, permitiéndose sonreír al darse cuenta de la tonta posible causa del nerviosismo de su amigo.

“Que tonto eres, ni que fuera alguien superficial o que se fijara en las cosas materiales” le recriminó mentalmente al ojiverde, dispuesto a hacerle entender que no tenía nada de qué avergonzarse la próxima vez que lo viera.

Con las manos en los bolsillos y el helado viento congelándole las mejillas, caminó por el frente de la vivienda, deseoso de salir de allí.

Algo le detuvo, un grito de mujer:

-¡¿Dónde mierda estuviste?!

Giró automáticamente hacía la casita, jurando que ese grito pelado vino de ahí. Deseaba equivocarse.

-¡¿Quién te crees que eres?!- otra vez.

Con ese segundo alarido no quedó duda alguna: los gritos escapaban de la casa de Andy. Aquello le ahuyentó, le gritó que se fuera, que corriera lejos; pero como si fuese el día de seguir los impulsos, saltó la rotosa cerca que le llegaba a las rodillas y se asomó por una ventana. La ventana de la cocina

Vio a una mujer de unos treinta y tantos años con un cucharon metálico en la mano y blandeándolo en el aire.

-¡Trabajo 10 horas diarias para poder mantenerte y tratar de darte lo mejor, y llego a casa y no estás! ¡Ni una nota o algo!- gritaba la señora de pelo negro y con los mismos ojos de Andy y Erick, solo que estos, aparte de un color verde manzana, también portaban el aterrorizador color de la cólera… y T.K no supo confirmar si también, el de la locura.

-¡Con lo peligrosas que están las calles, Andrew! ¡Solo buscas matarme de preocupación!-continuó la mujer a los gritos, a pesar que la cocina era tan pequeña que solo con susurrar bastaría para tener una conversación cómoda.

-Ya mamá, estas exagerando.

Apoyado sobre una pared, su amigo resistía los gritos con las manos en los bolsillos y la mirada de alguien ya acostumbrado a esas situaciones, pero que aun así tenía miedo.

-Te mandé un mensaje antes de irme, que iría al centro de la ciudad con un amigo- contestó el castaño.

-¡Sabes que los mensajes a veces no me entran al celular! ¡Lo sabes!- gritó la mujer, sin intenciones de calmarse.

-Está bien, como digas...-dijo Andy notoriamente cansado, como sabiendo que aquello no llegaría a ninguna parte.

Se dio media vuelta, dispuesto a salir de la cocina.

-Ah, te haré entender como son las cosas…

La mujer tomó al castaño de la campera, sorprendiéndolo. Sin que el ojiverde pudiera reaccionar de alguna forma, su madre le golpeó reiteradas veces con el cucharon de metal, en los brazos y las costillas.

-¡Eres un desconsiderado! Yo no te eduqué así, pero no me rendiré- la voz de la mujer desbordaba ira- ¡No piensas en tu madre enferma, solo piensas en ti mismo!

-¡Ya, mamá! ¡Para!- rogó el menor, cubriéndose la cabeza con los brazos, mientras recibía aquel castigo contra la pared de la cocina.

T.K se congeló. Solo se congeló. No podía procesar aquello, como si el hacerlo significara herirse a sí mismo. ¿Cómo una madre podría hacer eso?

Nunca había presenciado algo parecido. Lo escuchó en las noticias, vio informes sobre violencia domestica, pero eran personas desconocidas… ajenas, personas que nunca conocería o cruzaría. No un conocido. No un amigo. Cada golpe que recibía Andy le dolía a él y con ello su desesperación crecía. No podía reaccionar. No quería seguir viendo, no quería que esa desquiciada golpeara a su amigo. Pero estaba paralizado. La garganta se le cerró y los ojos se le humedecieron mientras aquella escena seguía lastimándole desde la ventana. Era demasiado. Ver eso era demasiado.

Agitó las manos en un inútil gesto de desesperación. Luchando contra el llanto, observó desesperadamente a todos lados en busca de alguien, de algún adulto que le ayudara y salvara a Andy. Quiso gritar a todo pulmón “¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude!” y así terminar eso. Pero lo único que lo rodeaba era aquel barrio deprimente, sin ningún alma humana cerca. Entendió automáticamente que nadie saldría de sus casas, que nadie querría involucrarse aun si escucharan sus gritos de ayuda.

De repente, Andy alzó una mano y detuvo el descenso del cucharon, sorprendiendo a su madre. Se lo arrebató y, como si fuera una especie de objeto maldito e impuro, lo aventó con miedo hacía un costado.

-¿Te atreves a levantarme la mano? Mi hijo me levanta la mano ¡Bien!- gritó la peli azabache, como si aquel acto instintivo del castaño de protegerse hubiese sido la más baja ofensa -¡Golpéame, vamos! Eres igual a tu padre, eres igual a todos los hombres.

Sin siquiera dudarlo, agarró de un estante cercano el utensilio pesado de madera que se usa para amasar, y sin que el menor pudiera reaccionar se lo impactó en la rodilla.

Envuelto en un aura de irrealidad y horror, T.K vio como Andy cayó al suelo. Del bolsillo del pecoso, contrastando con la violencia del ambiente, se deslizó suavemente hacía el piso un envoltorio de las bolitas de chocolate que habían comido juntos a la tarde.

-Te dije que no comieras esas basuras- dijo la madre respirando pesadamente- Anda, sigue sin hacerme caso ¡Total, la estúpida que se preocupa y paga dentista y médicos soy yo!- gritó para arremeter de nuevo contra el castaño, que se hizo una pelota en el suelo protegiendo su cabeza- solo me usas, todos los hombres son iguales, me usan y luego me abandonan ¡Eres igual a tu padre!

El rubio no soportó más. Apretó sus puños sin darse cuenta y todo su cuerpo se tensó.

Si bien las lagrimas recorrían sus mejillas como indicadores involuntarios del dolor  por saber el origen de los moretones de su amigo, le invadió la ira. Aceptó no ceder. No podía dejar que la impotencia ganase y que aquella injusticia siguiese ¿Qué clase de amigo sería? ¿Qué clase de basura inhumana sería? No, aquello debía parar.

Respirando como un toro enardecido caminó hacia la puerta y reventó contra esta sus nudillos tres veces. Solo cuando el retumbar del golpe pasó y el dolor le hizo temblar la mano, se dio cuenta lo que había hecho. Un escalofrió le comprimió la respiración, y de repente se sintió pequeño, un enano. La puerta pasó de medir 2 metros a medir 5, y al segundo siguiente, 7.

La peli azabache se detuvo sorprendida al escuchar esos golpes que en vez de intentar llamar a la puerta parecían querer voltearla. Su hijo aprovechó y se escabulló saliendo de la cocina para encerrarse en su habitación con seguro. Shockeada, dejó el utensilio en la mesa y caminó hacia la puerta, acomodándose los desordenados mechones tras sus orejas para intentar disimular su estado. Sus temblorosos dedos sacaron el seguro de la puerta y con lentitud la abrió. Nadie.

Confundida, miró hacía todas direcciones. Solo el movimiento de un gato cruzando la calle a toda velocidad llegó a sus ojos. Normalizando su agitada respiración, se preguntó la razón de los golpes en la puerta, pero no buscó una respuesta. Tenía que preparar la cena antes de irse a trabajar de nuevo.

Al escuchar la puerta cerrarse, T.K respiró agitado a un costado de la casa. Correr y esconderse fue lo único que su cuerpo pudo hacer al oír los pasos al otro lado de la puerta. En lo que su pecho se expandía y contraía como acordeón, no su supo si odiarse o felicitarse por lo hecho. Solo supo que por lo menos le había dado la chance a Andy de huir de la cocina: debido a la delgadez de las maderas de la casa, pudo escuchar al castaño cerrar una puerta con seguro. Andy estaba a salvo, por el momento.

Pensó en asomarse ventana por ventana para encontrar al castaño y hablarle, apoyarle en ese momento de mierda. Pero se dio cuenta que no sería una buena idea ya que probablemente, en vez de transmitir serenidad y esperanza, quebraría a llorar peor que una marica, agobiando aun más al pecoso. Él no era Tai. Además, podía meter a su amigo en más problemas con su madre por tener visitas imprevistas. No, en ese momento su compañía no sería de mucha ayuda, lo mejor era irse. 

Solo al sentir el viento helado en la cara de nuevo, se dio cuenta del rastro húmedo que habían dejado las lágrimas en sus mejillas. Se limpió con la manga de la campera. Volvió a la acera y caminó rumbo a su casa, todavía sin creer lo que había visto.

Amenaza, charla y café

Tai subió las escaleras lo más rápido que pudo. Para su desgracia, el ascensor del edificio donde vivían los Ishida había sido reparado. No podía dejar que Matt llegara primero a su casa, sabía de sobra que este no le abriría la puerta. Necesitaba interceptarlo antes de que entrase.

Cuando llegó al piso correspondiente, vio al rubio abriendo la puerta de su departamento. Este giró su vista hacía él.

-T.K no está ahora, no sé a qué hora volverá- le dijo el  ojiazul a la distancia al notar su presencia, para luego entrar a la vivienda.

El castaño no supo como hizo para correr tan rápido desde las escaleras hasta la puerta, pero logró meter un pie antes de que Matt la cerrara.

-No vine…-dijo jadeante, luchando por introducir aire en sus pulmones, deslizando la mitad del cuerpo por entre la puerta entre abierta ante la estupefacta mirada del blondo-…no vine…por T.K…quiero hablar contigo.

-¿Qué?- le preguntó el ojiazul confundido- ¡No!

Matt le dio un portazo que le quitó otra vez el aire, pero cuando el rubio abrió la puerta para darle otro golpe, Tai aprovechó y se adentró en el departamento.

-Vete- dijo Matt, abriendo la puerta.

-Espera…-contestó Tai apoyándose sobre las rodillas, intentando recuperar el aire- …solo…quiero hablar.

-No, vete.

-Fiuuu- silbó el oji-café sentándose pesadamente en un sillón.

Matt suspiró y cerró la puerta.

-¿Qué quieres?- le preguntó cruzándose de brazos y apoyándose en la puerta.

Tai se reincorporó, con la respiración más normalizada para poder hablar.

-¿Hiroaki no está?

-No, está trabajando- le contestó el blondo, como si ya estuviera arto de esa conversación- dime a que viniste.

-Ah, nada importante- dijo el moreno caminando por la sala, paseando su vista por algunas fotos de los dos rubios y  Hiroaki en lo que parecía un viaje hace muchos años- solo quería preguntarte…-giró su vista hacía Matt-…como se dice “ladrón” en noruego.

De todas las posibles reacciones del rubio, sucedió la que Tai menos esperó. Matt se petrificó, con su vista perdida en la sorpresa y su boca entre abierta.

-¿Cuanto viste?- le preguntó el blondo viéndolo a los ojos, intentando disimular el desconcierto y obligándose a volver a la realidad.

-Todo- dijo Tai, apoyándose en la pared al otro lado de la sala- incluso adonde fuiste y con quienes hablaste en esa fábrica abandonada.

Pudo notar por la respiración del rubio, que el desconcierto le crecía y crecía debajo de esa mascara de indiferencia y agresión. Al darse cuenta que el ojiazul no hablaría, preguntó:

-Matt ¿En qué andas metido? ¿Quiénes son esas personas?

-No te interesa lo que yo haga- le contestó el blondo al instante, frunciendo el seño- metete en tus asuntos... y si eso era lo que querías decirme, ya te puedes ir.

Tai se quedó viendo al rubio a los ojos sin cambiar la expresión del rostro. Por la personalidad de aquel idiota, se esperaba una respuesta de ese estilo. Aun así, no había planeado otra forma de sacarle información. Improvisaría.

Con calma, observó a su alrededor buscando algo que pudiera usar o que le diera una idea de cómo conseguir que Matt se abriera; aun si fuese en contra de su voluntad.

No tardó mucho en encontrar ese algo.

-Vete ya- repitió el ojiazul.

El castaño evitó sonreír para no alertar al rubio de lo que se le había ocurrido.

-Está bien... está bien- dijo en un tono relajado, caminando, pero no hacía la puerta-... me iré.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, sabiendo que solo tendría pocos segundos vitales, se abalanzó sobre el bajo que descansaba en un soporte en el suelo. Abrió la ventana antes de que el ojiazul pudiera reaccionar,  .

-Dime en que andas- exigió, sosteniendo el bajo desde el mástil con ambas manos por fuera de la ventana- o tu bajo caerá al vacio.

Matt corrió hacía él, desarmándose de la desesperación.

-¡Un paso más y lo suelto!- amenazó Tai de un grito.

Como si lo hubiera puesto en "pausa", el blondo se detuvo, con sus ojos azules abiertos como lunas mirando el bajo.

-Ponlo adentro- le dijo tartamudeando, con las manos extendidas hacía delante con las palmas hacía abajo, como si quisiera calmarlo.

-Lo soltaré si no hablas ahora- contestó firmemente el oji-café.

Se miraron a los ojos, estudiándose.

-Te mataré si lo sueltas- dijo el rubio, sin sacar la vista de su instrumento.

Un temblor sacudió los nervios del castaño. Esos ojos azules no mentían.

-Puede ser, pero eso no resucitará a tu bajo- contestó el moreno.

No sabía mucho de instrumentos musicales, pero si sabía que no estaban hechos para soportar una caída desde un 4° piso.

Se volvieron a observar a los ojos, buscando en el otro una señal de debilidad.

"Vamos idiota, habla" rogó Tai en su mente. No quería destruir esa cosa, pero los brazos se le acalambraban. El bajo era más pesado de lo que había creído.

De repente, el entumecimiento por el cansancio hizo que el bajo resbalara entre sus manos varios centímetros, antes de que pudiera volver a agarrarlo firmemente, sorprendido.

-¡No!-gritó Matt. Sus ojos y su voz emanaban terror- está bien está bien está bien- dijo de manera inentendible por la rapidez y agitando sus brazos- hablaré.

-Empieza, vamos- contestó el oji-café, recuperándose de la sorpresa y simulando haber deslizado el bajo a propósito- ¿Las heridas con las que te apareces, son producto de tus robos? ¿O te lo hicieron esos tipos, los de la fábrica abandonada?

El blondo frunció los labios, como si se reprochase el haber cedido. Una mueca de impotencia y rabia le desfiguró la cara. Como si se supiese vencido, dio un suspiró normalizando su rostro.

-En parte por escapar apresuradamente y herirme en la huida, otras porque me atraparon robando y me dieron una paliza- el ojiazul desvió su mirada hacía un costado- a veces fueron los de la fábrica, por faltar el respeto o no cumplir con lo que me pidieron.

-¿Quiénes son esos tipos, Matt? ¿Una mafia?

-Se podría decir que sí- contestó el rubio, sin mucha energía para hablar- son criminales organizados que se manejan por toda la ciudad, sé que tienen contactos poderosos y que manejan mucho dinero.

Matt suspiró de cansancio.

-A veces, a los miembros de jerarquía más baja como yo, nos piden una especie de ofrenda, de tributo. Eso es lo que tú viste.

-¿Acaso te divierte hacer eso? ¿Quieres ser parte de esos criminales?- exclamó Tai con desprecio- Ellos te usan y te maltratan ¡Estúpido! ¿Acaso no te das cuenta? Ellos no te respetan ¿Para qué quieres estar en esa mafia?

El rubio frunció el seño.

-Claro que no me divierte ¿Crees que soy idiota?- le contestó- no me interesa caerles bien o tener su respeto, esas basuras son solo un medio para un fin- Tai se sorprendió - de vez en cuando, ellos reclutan gente para hacer ciertos atracos grandes o cosas por el estilo, y pagan mejor de lo que imaginas. Solo lo hago por el dinero… estoy juntando dinero.

Silencio

-Sigue- ordenó el castaño. Eso no era suficiente- ¿Dinero para qué?

-Para irme de aquí, de este basurero- le dijo el rubio- mi idea es irme a la capital con mi banda ni bien cumpla los 18 años, grabar profesionalmente un disco… poder ser reconocido…- Matt dio unos pasos hacia atrás, y giró sobre sí. Sonaba sereno, lo que decía salía de muy adentro-…ser alguien.

Tai aprovechó para volver a meter al instrumento adentro de la casa y descansar los brazos entumecidos. Por si el ojiazul se opacaba y necesitaba amenazarlo de nuevo, se quedó al lado de la ventana y mantuvo el bajo cerca.

-¿Y planeas llevar a cabo tu plan robándole a la gente, siendo cómplice de esos delincuentes?- dijo, más como un sermón que una pregunta- ¡Eres un ladrón!

 -Oye, yo no armé esa organización de lacras, solo aprovecho su existencia- le contestó el ojiazul, con una calma desorientadora - además, si no lo hiciera yo, otra persona lo haría en mi lugar… y seguramente gastaría el dinero ganado en comprar drogas que esos mismos imbéciles venden. Todos están podridos en esa organización.

El rubio hizo un silencio, que Tai aprovechó para digerir la información.

-El dinero inevitablemente circularía, así yo esté involucrado o no, así sea yo el que haga las fechorías o fuese otro- Matt fijó sus ojos en los de Tai- ¿Acaso no es mejor que rescate ese dinero y le dé un fin productivo, en vez de dejar que sea gastado en drogas u otras porquerías por algún otro imbécil?

La forma en la que el hermano mayor de T.K le preguntaba eso, tan calmada y natural, dejó a Tai sin palabras. ¿Acaso ese estúpido intentaba convencerlo de que no estaba haciendo nada malo? ¿Intentaba racionalizar la situación y así justificar sus acciones? Observó al rubio varios segundos, mientras las palabras de este rebotaban de aquí a allá en su cabeza. Se horrorizó consigo mismo al darse cuenta que una parte de su mente le había dado la razón.

No. No podía ser. Lo que hacía Matt estaba mal, no importara como este maquillase la realidad.

-Pero le robas a la gente- reclamó, dispuesto a hacerle entender al blondo que viese como lo viese, estaba delinquiendo- ¿No sientes lastima por la gente a la que robas? ¿Cómo puedes estar bien contigo mismo sabiendo que esas personas perdieron sus pertenencias por tu culpa?

-Es verdad, le robo a la gente- dijo Matt con pesadez, pero sin reflejar ni el más mínimo de atisbo de culpa. Se levantó del respaldar del sillón y caminó hacía la cocina.

Tai se apartó de la ventana y del bajo al sentir que el rubio se había abierto y ya no era necesaria la amenaza para hacerlo hablar. Caminó por detrás del blondo y se apoyó en la pared de la cocina.

-Pero no le robo a cualquier persona- continuó Matt, mientras ponía a calentar una jarra con leche en la hornalla- tu viste a la persona a la que le robé ¿Cierto? Viste como estaba vestido, él y esa chica de plástico, el auto en el que se subieron ¿No?

Tai recordó esos detalles, intentando entender el punto.

-¿Tú crees que a ese tipo de personas le duele económicamente perder un celular?-le preguntó el blondo- ¿Piensas que ellos necesitan hacer cálculos para poder llegar a fin de mes y pagar las cuentas de la luz, el gas o el agua? ¿En serio crees que esa gente se amarga ante la pérdida de algo material?

Tai no supo que responder ante esas preguntas que no esperaba.

-Ellos no saben de eso, van y se lo compran de nuevo, Taichi- Matt le miró a los ojos- Le robo al tipo de persona que cambia su celular cada 3 meses porque salió otro mejor en el mercado, al que cambia de auto porque se aburrió del que tiene desde hace 1 año, del que gasta más de lo que gana un maestro común en años de trabajo solo para hacerse operaciones estéticas. Le robo a gente a quienes que le roben cosas pequeñas no les afecta…

-… la leche está por rebalsar, Matt- interrumpió el castaño.

Matt se giró sobre la cocina, viendo la leche.

-Sería muy diferente si le robara a gente común como tu familia o mi padre, gente que trabaja y trabaja y a pesar de haber estudiado o capacitarse, no son reconocidos o no tienen el sueldo que merecen- el blondo apagó la hornalla- gente que si quieren comprarse algo, se tiene que endeudar por un año porque el dinero no les alcanza, gente que no puede darse ningún gusto, porque eso significaría no llegar a fin de mes…

Tai pudo sentir el creciente enojo en la voz del blondo, a la vez que las palabras salían de su boca como si dolieran.

-… gente a quienes sus adinerados jefes tratan como se les plazca, sin ninguna consideración, pero que no pueden hacer nada más que soportarlo, porque no hay otra salida…gente que no puede disfrutar de la vida, porque el trabajo los absorbe en contra de su voluntad, y tan solo reciben lo justo y necesario para sobrevivir- Matt giró su vista hacía él- ¿Sentir lástima por las personas a las que robo? Más siento lastima por nosotros mismos.

 Tai observó como el rubio mesclaba la leche con café y se servía una taza, aun con las palabras de este recorriéndole cada rincón de la mente. Por frente de sus ojos pasó el recuerdo de su padre volviendo del trabajo bien avanzada la noche, o el de este haciendo cuentas para pagar los servicios, con cara desmoralizadora. O el recuerdo de su madre conversando con una vecina, confesando el cada vez más creciente miedo por la pérdida de puestos de trabajo.

Aunque no se diera cuenta, algo en su interior le daba una cierta lógica a lo dicho por el rubio. Aun así, su corazón no podía aceptar ese punto de vista, por más argumentos que inventara su “cuñado”.

-Eso es solo una excusa, y lo sabes- dijo cruzando los brazos- sabes que lo que haces está mal, pero te repites eso para hacerte sentir mejor.

Matt solo se sentó en la mesa, mientras le daba los primeros sorbos a su tasa, mirando hacía un costado.

-Pero… ¿Por qué tienes que irte a la capital?- preguntó el moreno, a aquello no le encontraba sentido- ¿Acaso no puedes quedarte en esta ciudad y seguir con tu banda?

-Pff, no seas idiota- le rabió el blondo, antes de soplar su bebida para enfriarla- aquí no hay forma de poder progresar, los estudios de grabación son una basura- Matt dio otro sorbo a su tasa- en la capital uno puede hacer un disco de calidad, hay 10 veces más lugares donde las bandas nuevas pueden presentarse, uno tiene muchas más chances de ser escuchado por alguien importante del entorno de la música, todas las firmas discográficas están allí… sí, para triunfar hay que ir allí.

Tai analizó todo en su mente. No conocía nada sobre el negocio musical, pero si sabía que entre su ciudad y la capital había un mundo de diferencias, en cualquier aspecto.

-Y necesito hacer mucho dinero, Yagami, no solo para grabar el disco, sino para sobrevivir. Rentar un lugar donde vivir, comprar comida, viajar de aquí para allá para tocar en diferentes localidades. Necesito ahorrar mucho. Sé que no se nos dará el éxito de manera automática, así que tengo que asegurarme tener el suficiente capital para poder afrontar lo que pueda suceder.

El moreno se quedó viendo a ese rubio, cuyo descabellado plan le había sorprendido a un nivel impensado.

-Crees que estoy loco ¿verdad?- le preguntó el blondo, fijando sus ojos en él desde la mesa.

Tai sonrió compasivamente, observando a Matt con una mirada que decía “¿Para qué te voy a decir que no, si sí?”

-Me da igual- le dijo el rubio, viendo por la ventana- eres igual a todos, hablan y balbucean sobre la vida, pero cuando ven a alguien que quiere vivirla en serio, se aterrorizan y se asustan.

-Wow, que profundo, deberías poner esa frase en una de tus canciones- dijo Tai con una media sonrisa.

-Ya lo hice- le contestó Matt, cerrando los ojos y tomando un buen sorbo de su bebida caliente.

-Matt, ya estoy aquí- irrumpió una voz joven desde la sala de estar, sorprendiendo al rubio y al moreno, quienes no habían escuchado el abrir y cerrar de la puerta- vine a buscar algo de ropa, esta noche dormiré en lo de Ta…

El asombro no tuvo cupo en el cuerpo del menor, que casi se cae de espaldas al entrar a la cocina y ver a su hermano y su novio en la misma habitación sin intentar matarse mutuamente.

-¿Qué pasa aquí?- preguntó con los ojos abiertos a más no poder desbordados de sorpresa.

-Nada…- contestó Tai con una sonrisa-…quise esperarte aquí así vayamos juntos a mi casa, y me puse a conversar con tu hermano.

Pasaron unos segundos en los que ninguno de los tres dijo nada. Al parecer, el menor necesitaba digerir aquella sorpresiva imagen.

-¿Qué?- dijo T.K anonadado, como si la paz entre ellos dos fuese algo que su joven mente no podía ni siquiera imaginarse.

-Sí T.K, solo estamos hablando, en serio- agregó Matt levantándose de su silla.

-Ah…que bueno- contestó el menor intentando sonreír, la incertidumbre y la sorpresa no podían dejarlo.

-Sí, ve a buscar tu ropa - se apresuró a decir Tai, tomando de los hombros al menor y encaminándolo hacía el pasillo- yo te espero aquí

-Está bien- contestó T.K mansamente, y aun anestesiado caminó por el corto pasillo para ir a su cuarto.

Ni bien se escuchó la puerta de la habitación del menor cerrarse, Tai enserió su rostro y caminó hasta Matt para estar cara a cara.

-¿T.K lo sabe?- preguntó susurrando.

-Por supuesto que no- le respondió Matt en el mismo volumen, frunciendo el seño- y no tiene que saberlo.

-Es tu hermano, se preocupa por ti.

-Sabes cómo es, de seguro me seguiría para detenerme, es muy peligroso.

-Tiene que saberlo.

-No, si le pasa algo serás tan responsable como yo- le amenazó el rubio, sus frentes casi se tocaban- así que no hagas ninguna idiotez.               

Sin cambiar de posición se miraron a los ojos con mutuo desprecio. Matt hizo una mueca como si ya estuviera harto de intercambiar palabras con él, dejó la tasa ya vacía en el lava trastes y salió de la cocina hacía el pasillo que llevaba a las habitaciones.

Tai se dejó caer en la silla donde antes se había sentado Matt, y suspiró pasándose la mano por los mechones castaños. Se tomó unos segundos para intentar comprender la situación en la que se había metido, mientras se preguntaba si lo que sucedía era real o un sueño muy realista ¿Qué debía hacer? se preguntó. Tomar una decisión no era nada fácil, teniendo en cuenta el gran cariño que T.K sentía por ese idiota que tenía de hermano.

Mientras meditaba, T.K volvió a aparecerse en la cocina, ahora con una mochila en la espalda, seguido por Matt.

-¿Vamos?- le preguntó el menor, arqueando la comisura de los labios en una sonrisa sin mostrar los dientes.

El ver eso despejó la mente del castaño y la puso en blanco, liberándolo de toda preocupación. Como si el solo ver esa sonrisa solucionara todos los problemas del mundo.

La belleza de T.K merecía toda su atención. Se levantó  y caminó hasta este.

-Vamos- contestó sin poder dejar de sonreír.

Acarició esa cabeza rubia, peinando unos cuantos cabellos que el viento había despeinado armoniosamente. Pero se contuvo de seguir: la mirada de Matt le quemaba la nuca.

-Mejor nos vamos ahora- dijo, antes que Matt le destrozara el bajo que tanto amaba en la cabeza. 

Notas finales:

Hasta aquí el 11. Díganme que onda, que les pareció. Si tienen una queja o una duda, no duden (cuak) en decírmelo. Hasta el mes que viene!


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