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Buenas intenciones por exerodri

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Notas del capitulo:

Buenas! Felices pascuas a todos. Aquí el capitulo numero 18 para uds. Creo no equivocarme en decir que es el más "random" o aleatorio de los que vengo publicando, ya se darán cuenta el porqué. Supongo que es un capitulo de "transición" más que nada. En mi opinión es importante el contexto en donde se desarrolla la historia y la relación de nuestros dos tórtolos. Ya lo venía tratando de plasmar en otros capítulos, y en este creo que ahondo un poco más en ese aspecto, principalmente en la primera parte.   

 

Antes de dejarlos con el cap, quisiera agradecer a todos los que leyeron y leen mis historias. Hace poco me metí en mi perfil después de mucho tiempo y vi la cantidad de visitas de cada uno de mis cuentos... y mi reacción fue, como diría el chavo, ¡chanfle!

"El Iberium" llegó a las 26500 visitas. El numero me petrifica, nunca pensé que llegaría a tantas. "Mi suerte" alcanzó las 8500, "Pásame el hielo" las 2300, que me parece mucho para una historia de solo dos capítulos. Y esta llegó a las 8300. Simplemente quiero dar las gracias a quienes hicieron clic en mis fics y me siguen, aunque sea en silencio. 

Ahora si, lean jeje

Sin embargo, cuando se sacó los auriculares, aquel placer fue cortado por las tijeras de un llanto proveniente de la cocina.

Tai se reincorporó súbitamente, mientras la paz que le habían inyectado las canciones era eyectada de su cuerpo, y el dolor en el cuello y la cabeza retomaban su lugar.

Como si necesitara auto convencerse que lo que oía era real, escuchó atentamente en el silencio el entrecortado llanto que se colaba por la puerta cerrada de su cuarto. Era su mamá.

Leona dormida

La escena que encontró al correr a la cocina, fue la de su hermana consolando con torpeza a su madre, sentadas en la mesa del comedor. Esta había sido despedida esa tarde, y sin previo aviso, del empleo que había estado realizando con eficacia y trabajo de hormiga por 13 años. La excusa de la compañía fue que la crisis económica de la ciudad no permitía seguir respetando el contrato de trabajo de ella y otros 34 empleados, y usando artimañas y vericuetos legales, lograron el penoso logro de no pagar indemnización de ninguna clase.

-Esos pobres empleados, algunas eran mujeres embarazadas que pronto comenzarían sus licencias por maternidad- sollozó Yuuko Yagami mientras se recomponía poco a poco del golpe del llanto inicial- las echaron como perros.

La habían despedido en un momento donde las deudas por pagar se habían acumulado en números escalofriantes, los precios de los servicios de toda la vida se habían tornado agresivos tan gradualmente que era difícil darse cuenta en qué momento todo se había vuelto tan caro, Susumu trabajaba más horas de las soportables para aumentar las esperanzas de no ser despedido también.

Lo que sus hijos no sabían, era que Yuuko ya había derramado las lágrimas necesarias para drenar el dolor, el miedo y la desazón de haber de sido despedida sin causa y de una manera tan cobarde. El motivo de su llanto era otro: impotencia.

Lo que Tai y Kari desconocían, era que desde el momento en que entendió cómo funciona el mundo real, siendo un poco más que una niña, Yuuko Yagami había luchado por toda causa que le pareciera justa y necesitara ayuda.

Comenzó en la secundaria. Impulsada por la fuerza de su ánimo, a fuerza de convencimientos, creó en la escuela un club improvisado de alumnos que se oponían al bullyng, que en ese momento no se le decía bullyng, y ayudaban a los chicos que lo padecían. Esos fueron los primeros momentos en los que comenzó a encontrar satisfacción en ayudar desinteresadamente a otros.

Ella no lo supo en ese entonces, pero aquel fuego por la justicia marcaría el resto de su vida estudiantil.

Una vez ingresada a la universidad, y estudiando una carrera que nada tenía que ver con ayudar a los demás, se inscribió en todas las organizaciones humanitarias en las que pudo, sabiendo siempre cuidarse de aquellas con fines políticos que disfrazaban de buenas intenciones sus verdaderos propósitos.

Depositando su fuerza de cambio y lucha en la comunidad, una comunidad no acostumbrada a cambiar ni luchar, obtuvo sus primeras victorias y derrotas en su búsqueda incesante de justicia e igualdad, siempre sin descuidar sus estudios. Con los valores que de niña la impulsaron a luchar contra el malestar ajeno, ahora respaldada por organizaciones sociales, trató de ayudar a todo aquel que era merecedor de ayuda: profesionales recién graduados que perdían oportunidades de trabajo contra otros de peor promedio o capacitación, solo por los arcaicos prejuicios sobre sus orígenes humildes, mujeres que ganaban menos que sus colegas hombres que trabajaban en los mismos puestos, explotación y precarización laboral, salarios por debajo de la mínimo establecido por ley, y otras causas que desconcertaban que siguieran sucediendo a vísperas de comenzar un nuevo milenio.

Supo desvincularse de todo aquel reclamo que se convertía en una tapadera para obtener beneficios indignos o inmerecidos, y también se mantuvo al margen de reclamos que exigían por exigir, o cuyo grito era ilógico y carente de sentido. Siempre su cable a tierra fue Susumu, por entonces su novio, a pesar que nunca siguió un solo consejo bien intencionado que este le dio.

Aquella sobriedad mesclada con alma de guerrera fue lo que le hizo ganar notoriedad entre ciertos dirigentes políticos y personas de influencias en la comunidad, sin embargo, nunca aceptó puestos oficiales que a veces le ofrecían sin condiciones, y fue una crítica encarnizada con aquellas personas que al obtener cierto renombre popular, escalaban posiciones políticas y se olvidaban por completo de su compromiso con la sociedad.

Fue matriarca, justo a otras compañeras de “lucha”, de una fundación en contra del maltrato contra la mujer y las desigualdades de género en el mundo laboral, que no duró mucho después de que ella la abandonara cuando nació Tai algunos años después.

La llegada del nuevo milenio trajo consigo su graduación de la universidad y su casamiento, y para cuando Tai rondaba los 20 meses de edad, consiguió por primera vez un trabajo en una compañía que le ofreció un puesto para el que ella había estudiado. Pero no duró. Al poco tiempo fue despedida por los mismos impulsos y razones que moldearon su forma de ser a través de los años. La empresa decidió no tomarse la molestia de soportar a una empleada que agitara las jornadas quejándose de las "injusticias laborales" y "abusos de autoridad" que allí se llevaban a cabo, que para los funcionarios no existían, y decidió cortar el lazo contractual con ella, aprovechando que aun no había terminado su periodo de prueba.

-A veces me olvido que me casé con una hippie revoltosa- le dijo Susumu una noche con una sonrisa cansada, meciendo en brazos a un Taichi más despierto que él y que no paraba de moverse, y que parecía haberse planteado la meta de treparse a su hombro a como diera lugar.

Ella calculaba, boletas y deudas en mano, los recortes que debían hacer para llegar a fin de mes, sentada en la mesa de la cocina de la pequeña casa en la que vivían antes de mudarse a la que ocupaban en el presente.

-Hay gente que puede ver que hay cosas que andan mal y son injustas a su alrededor y no hacer nada... yo no puedo- dijo ella, acariciando su vientre abombado que cargaba una niña de 7 meses de gestación- si nosotros no peleamos para que el mundo y la sociedad sean mejor para nuestros hijos ¿Quien lo hará?

Observó a su hijo, sacudiéndose molesto en los brazos de Susumu, queriendo trepar al hombro de su padre, y luego posó su vista en su hija aun no nacida. Sabía que ellos estaban primero que todo ahora, incluso de ella y su forma de ser.

-Pero sí... trataré de ser más cuidadosa en el futuro, no haré enojar a mis jefes lo suficiente para que me despidan, lo prometo.

A pesar de hacer esa promesa dudando de poder cumplirla, Yuuko no lo supo en ese momento, pero la cumpliría con una convicción inconsciente que nunca hubiese imaginado.

Ni bien pudo organizar su vida de nuevo luego del nacimiento de Kari, consiguió, después de muchos meses de búsqueda, el empleo que la tendría ocupada durante 13 años. El rápido paso del tiempo hizo que sus prioridades poco a poco fueran cambiando, empujadas por las responsabilidades, y no supo darse cuenta que las facilidades y comodidades de su nuevo trabajo la envolvieron lentamente en el conformismo imperceptible. El problema que encontraba para ir a las reuniones de las asociaciones o agrupaciones que tanto conocía y amaba, era la falta de tiempo. Pero al cabo de un año ese problema dejó de existir, porque el recuerdo de aquellas asociaciones o agrupaciones dejó de existir en su cabeza.

La preocupación o indignación por lo que alguna vez ella hubiese considerado “explotación laboral” o “atropello de los derechos”, fue remplazada por la preocupación de comprar pañales para Kari, el fijarse que Tai no saliera a la calle persiguiendo una pelota que había pateado mal, que sus dos niños tuviesen todas las vacunas, preparar el almuerzo y la cena, estar pendiente de que siempre hubiese leche para las mamaderas, ayudar a Tai a aprender a leer, lavar los platos… y relavarlos cuando era turno de Susumu de lavarlos, porque siempre los lavaba mal, llevar a Kari al médico cuando se enfermaba, la mudanza a su departamento actual, desparasitar y curar al gato que un día se metió a la casa siendo un cachorro y nunca más se fue, cumplir con las obligaciones del trabajo, organizarse con el dinero y las cuentas, inscribir a Kari en la primaria, lavar el equipo deportivo de Tai para que estuviese listo para los fines de semanas cuando jugaba partidos, buscar un disfraz de dama de la época colonial para la obra escolar de Kari, cocer el agujero en la ingle del pantalón que Susumu usaba para trabajar,  asistir a las reuniones de padres de la escuela, estar pendiente que Susumu le hablase con Tai sobre los cambios de la pubertad, encargarse que siempre sus hijos tuviesen los útiles escolares listos, hablar con Kari cuando llegó al momento que toda niña llega cuando su cuerpo está listo para convertirse en mujer, y explicarle como cuidar de su nuevo cuerpo, indignarse con la compañía de suministro eléctrico por algunos apagones inesperados que le costó la vida al lavarropas, indignarse aun más con la escuela cuando Tai fue golpeado por defender a un alumno menor que él, y asegurarse de que los responsables recibieran su castigo.

Todo esto la mantuvo ocupada durante años sin que se diera cuenta, aparte de la dichosa tarea de mantener y cuidar la relación con su esposo y las personas a las que ella tomaba como amigos.

Demostrando que no siempre se dejan flores en la tumba del pasado, la parte de la sociedad que supo amarla y reconocerla en sus años rebeldes, la fue guardando poco a poco en un olvido involuntario, como así también sus compañeras y compañeros de “pelea”. Incluso las organizaciones sociales, tan presentes y luchadoras por las buenas causas en su momento, no supieron aguantar la caricia de la conformidad, alimentada por unas cuantas victorias y mejoras sindicales que saciaron ganas y objetivos que nunca más fueron renovados. Así la sociedad misma fue olvidándose de otra forma de existir que no fuera más que dejar pasar el tiempo, y fue tomando lentamente los recientes cambios y victorias de las movilizaciones sociales como algo que siempre estuvo y siempre fue así, inamovible y eterno, sin historia, pasado o futuro.

Sin embargo, el despido masivo de esa tarde no solo había dejado sin trabajo a Yuuko y a 34 empleados más, sino que despertó a una leona dormida.

El desconcierto de haber pasado de la noche a la mañana al grupo de los desempleados quedó opacado por el enojo hacía si misma por no haber sabido ver las señales y por olvidar por completo, envuelta en las cortinas de la comodidad, el fervor batallador de años anteriores.

Se levantó de la mesa del comedor y caminó decidida hacía la pequeña biblioteca de la sala de estar, ante la confundida mirada de sus hijos. Tomó una guía telefónica, de esas de la época de cuando todavía se escribía los números de los conocidos en papel, y buscó en sus últimas hojas aquellos números olvidados y escritos a mano por una Yuuko 15 años más joven.

-Esta noche no cocinaré, niños- dijo sin dejar de observar la guía telefónica, con un fuego en su mirada que hace años que no se encendía- pidan una pizza o algo, tengo mucha gente a quien llamar.

Un viejo amigo

La feria de artesanías había llegado a la ciudad el día anterior, y al día siguiente se iría, habiendo pasado desapercibida por la mayoría de la población, como una rápida brisa invernal que nadie extraña.

-No sé para qué quisiste que viniéramos- bostezó Davis, mientras caminaba de la mano con su novia por la calle cortada al tránsito, con los diferentes puestos de artesanos a cada lado de la acera- ni siquiera vas a comprar algo.

-Ya lo sé, Davis- le dijo Kari.

La castaña hubiera deseado poder comprar algún adorno en esa interminable variedad de chucherías, pero el despido de su mamá y la situación económica de su hogar no le permitió ni siquiera pedir dinero. Su madre se lo daría, haciendo de cuenta que todo estaba bien, pero ella ya no era una niña para no darse cuenta que las apariencias son solo apariencias. Las chucherías deberían esperar. 

-Pero es lindo venir a ver siquiera, la feria se irá mañana- ella se apoyó con una sonrisa en el hombro del castaño, sin detener el paso- disfruta de la caminata ¿Si?

Al moreno se le trabó la lengua y su corazón se convirtió en un redoblante.

-B-bueno, si así lo quieres- dijo al borde del balbuceo, sintiéndose tan feliz que no le importó estar en esa exposición de tonterías- ¡T.K! ¡Pecas!, no se retrasen- gritó por sobre su hombro.

Algunos metros atrás, metros controlados cuidadosamente para no cortar el flujo de amor de la pareja, T.K rabió dentro de él.

“Ya te dije que no le llames así, idiota”

-Estamos detrás de ustedes, no se preocupen- contestó Andy con una sonrisa, a su lado.

T.K estuvo a punto de recriminar a su mejor amigo el haber llamado “pecas” a Andy, pero la alegría en la voz del ojiverde le hizo olvidarse de ello. Solo sonrió ante lo que veían sus ojos.

Desde el enfrentamiento con su madre, Andy se había mostrado cada vez más alegre, entusiasta, seguro de sí mismo, y hasta algo parlanchín. Parecía otra persona. Se había hecho más sociable y amigable con los demás chicos de la escuela, y sus constantes golpes y moretones habían dejado de aparecer. Incluso sus notas habían mejorado recientemente.

Tal cambio en el ánimo del castaño, para T.K solo podía significar que las cosas en su hogar habían mejorado.

Aquello, aparte de alegría, le inyectaba cierto orgullo en secreto, ya que él había sido parte, sino el completo responsable, de aquella mejoría. El ver a Andy feliz y pasar tiempo con sus mejores amigos era un buen blindaje para aquellos sentimientos extraños que le habían quedado después del episodio con Sora y Virginia.

A pesar de ser pequeña, la feria era un verdadero viaje hacía todas las direcciones del mundo. Había artesanos de Europa, India, medio oriente, Japón, China, de todas partes de América, África. 

Castaño y rubio caminaron uno a la par del otro por detrás de la parejita, siempre preservando algunos metros de distancia para darles cierta privacidad, observando puesto por puesto las diferentes baratijas exóticas del mundo, intentando sacar las manos de los bolsillos lo menos posible para protegerlas del frio.

T.K solo caminaba, pasando puesto por puesto sin darle mucha importancia a las artesanías y sin intenciones de gastar dinero, disfrutando de la compañía de sus amigos. Le alegraba la alegría con la que Andy se dejaba sorprender por lo que ofrecía la feria; revoloteando y preguntando absolutamente de todo a los artesanos de tierras lejanas, quienes respondían con acentos chistosos.

Uno de los puestos llamó su atención: uno donde vendían artesanías con temática africana. No había nadie atendiéndolo. No supo que fue lo que le atrajo, lo que se exhibía allí no era diferente a los demás puestos, sin embargo, desprendían un magnetismo que no pudo resistir. Dejándose guiar por la imprevista curiosidad, se detuvo al frente de la mesa donde ceniceros, pulseras, llaveros y otras chucherías esperaban ser compradas. Como si le llamaran en silencio, revisó cada una de los artículos, reconociendo la sencillez de estos, pero al mismo tiempo el amor con el que fueron creados.

-¿Te gusta lo que ves, T.K?

Aquella voz con acento raro fue repentina, pero no le sorprendió; alzó la vista. Detrás del mostrador, le sonreía un sujeto de color, con restas tan largas que no se veían donde terminaban por debajo de la mesa. Parecía pasar los 50s.

-Están muy buenas.

Dijo sonriendo, observando de nuevo las artesanías; algunas titilaban al ser acariciadas por el viento.

 Frunció el seño de inmediato.     

-¿Cómo sabe que me dicen T.K?- preguntó sorprendido, irguiéndose y observando con más detenimiento a aquel tipo que llevaba el color de la noche sobre la piel.

Viendo esos impasibles ojos negros, no le tomó ni un segundo confirmar que nunca lo había visto en su vida.

-La pulsera de tu mano izquierda.

T.K se arremangó la campera como si fuera un reflejo, exponiendo la pulsera que desde hace meses adornaba su muñeca de forma ininterrumpida.

“Vaya, este tipo tiene una muy buena visión” pensó para sí mismo, sorprendido que el sujeto pudiera haberla visto aun con la manga de la campera tapándola.

-Es una bonita pulsera- le dijo el hombre, esbozando una sonrisa. Sus dientes amarillentos resaltaban entre su frondosa y larga barba.    

Aquellas palabras llenaron repentinamente al rubio de amoroso orgullo por su sencillo adorno. No pudo evitar sonreír mientras acariciaba con la punta de los dedos la leyenda en relieve de la pequeña chapita de metal de su pulsera.

-No es la gran cosa- dijo, mientras admiraba con la mirada adormilada por el cariño a su pulsera- la tuve que rehacer porque las tiras originales se rompieron, pero es muy importante para mí.

-Un regalo no es importante por el regalo en sí, sino por las manos que lo entregan- le contestó el adulto, pasándose la mano por la barba- ¿Quién te lo regaló?

-Mi no…- T.K volvió a fruncir el rostro en sorpresa- ¿Cómo sabe que es un regalo?

-Porque la chapita dice “Siempre te recordaré, T.K”, se ve que lo hizo alguien muy hábil.

El hecho que aquel sujeto pudiera leer la leyenda escrita en letras diminutas, desde tan lejos, le chocó por unos segundos… pero aquellos ojos negros le tranquilizaban de una manera que no entendía, como si ya los conociera desde hace mucho tiempo y fueran algo familiar.

-Seguro quien te la regaló es una persona muy especial- agregó el hombre de rastas.

T.K volvió a observar su pulsera, dejándose llevar en la calidez del recuerdo. Observó a Tai frente suyo, adentro del cobertizo en aquella mañana de verano, atándole la pulsera a la muñeca con más temblores que movimientos eficientes, y la cara completamente enrojecida por el pudor.

Sonrió. El corazón le volvió a latir como en aquella vez.

-Muy especial- contestó el blondo, sin darse cuenta que sus ojos se habían adornado de amor.

 -“Lokho okuthandayo kuhlale kuseduze

-Disculpe ¿Qué dijo?- preguntó T.K, volviéndose a bajar la manga del abrigo y fijando la vista a frente.

La sonrisa que le había tallado los recuerdos se le desfiguró. Su mandíbula inferior quedó suspendida, y un reflejo involuntario le hizo dar un paso hacia atrás.

Ya no había nadie detrás del mostrador. No solo el sujeto había desaparecido en un parpadeo, las artesanías y demás artículos se evaporaron, dejando una mesa de madera vacía, como si nunca hubieran existido.

-T.K, te estuve buscando- le dijo Andy acercándose por detrás- es hora de irnos.

-Ah, sí, me distraje por un momento, perdón- contestó el rubio, sobreponiéndose del desconcierto, observando con disimulo a su alrededor- vámonos.

Abejas asesinas

Después de despedirse de sus amigos, T.K tomó el bus que lo llevaría a la casa de Tai. Fue solo, sin Kari, ya que esta iría con Davis al centro de la ciudad a disfrutar de su mutua compañía, esta vez a solas. El rubio entendió esa necesidad de los dos castaños de no querer separarse. Él iba a encontrarse con el “suyo” para ir al cine.

Entró al complejo habitacional, subió las escaleras y tocó la puerta de los Yagami. Se le hizo extraño que tuviera que tocar de nuevo; supuestamente Tai estaría dentro.

“Que tonto fui al olvidarme el celular en casa” pensó mientras se achataba con la mano los cabellos que el viento de la calle había desordenado.

Cuando estuvo a punto de golpear la puerta por tercera vez, esta se abrió.

-Hola- le dijo un despeinado Tai, aun más de lo habitual- perdona que haya tardado, estaba acostado.

-No hay problema- contestó el rubio.

Cuando vio al castaño con más detalle, no pudo evitar reír.

-Pfff ¿Qué llevas puesto? Jaja.

 El moreno vestía un pantalón de jogging que le quedaría grande incluso a un basquetbolista profesional, pero lo llamativo a los ojos, a sus ojos, era la camiseta blanca y de mangas largas; le andaba chica, demasiado chica, dejándole todo el estomago y la parte baja de la espalda al descubierto.

-Ah ¿Esto? Es la última moda en parís en cuanto a pijamas ¿Te gusta?- dijo dando una vuelta entera sobre si.

-jeje si, te queda bien.

T.K se acercó y sin pedir permiso apoyó una mano en ese tibio abdomen al que siempre le gustaba tocar, y sonriendo en complicidad con Tai, se besaron mientras el moreno cerraba la puerta.

-Pasa, ponte cómodo.

El rubio caminó por detrás del mayor en la sala, bajándose la cremallera de la campera, pero enseguida notó la frialdad en su pecho. Miró a su alrededor, algo desorientado. El hogar de los Yagami siempre había sido acogedor y tibio, pero no esa tarde de sábado. El mismo frio molesto que reinaba en las calles se paseaba ahora en el interior de esa casa que no parecía la siempre cálida casa de Tai, y eso se le hizo extraño.

-Me sacaría la campera, pero está algo fresco aquí dentro- rió, intentado tocar el tema sin demostrar su repentina curiosidad.

-Ah sí… decidimos entre todos que no prenderíamos la calefacción a no ser que fuese muy necesario, para ahorrar dinero- le dijo Tai, tratando inútilmente de no mostrarse incomodo- vamos a mi habitación, allí está más a gusto.

T.K bajó la mirada y el sabor amargo de la culpa le impregnó el interior. Tai ya le había contado lo sucedido con su mamá, y que las cosas no andaban del todo bien en su casa. Mientras caminaba siguiendo al castaño hacía su cuarto, dijo:

-Tai, no es necesario que vayamos al cine hoy, podemos hacer otra cosa en la que no gastemos dinero- dijo, inseguro de no haber sonado despectivo y que sus buenas intenciones hayan herido el orgullo de su persona especial.

-No, T.K, no te hagas drama- le dijo el mayor dándose media vuelta, sonriendo- aunque suene raro, tengo ahorros- abrió la puerta de su cuarto- ¿En qué los gastaría si no es contigo? Vamos, estuvimos esperando esta película por mucho tiempo, disfrutemos de una buena tarde juntos.

T.K asintió sabiendo que Tai no cambiaría de opinión, dijese lo que le dijese, ya sea por la verdadera convicción de que todo estaba bien, o por orgullo, quizás. Cualquiera que fuese la razón, sabía que así era la personalidad del oji-café.

Entraron a la habitación del moreno, y a T.K le gustó reencontrarse con el habitual desorden que significaba Tai: su bolso de futbol tirado despreocupadamente a un costado en el suelo, un pantalón de jean a punto de caerse del respaldar de la silla, el escritorio con cuadernos y tareas eternamente a semi-terminar, y algunos calzados sin su pareja por aquí y por allá.

-¿Qué hiciste hoy?- preguntó, sentándose en la desordenada cama de Tai. Estaba tibia- ¿Cómo te fue en el entrenamiento?

-Muy bien- contestó el castaño cerrando la puerta del cuarto para que no escapara el calor- nada fuera de lo común. Llegué a casa, me bañé y me sentí con algo de sueño, así que me vestí con lo primero que encontré y me acosté algunos minutos.

-Sabes...- dijo T.K desviando la mirada. El calor de la cama había escalado por su cuerpo hacía la cara-... si quieres podemos quedarnos acurrucados aquí, hace frio afuera.

Sus miradas se encontraron. Tai le miró con esa media sonrisa típica de él; ya la conocía: esa media sonrisa que indicaba que los pensamientos del castaño no podían quedar solo en pensamientos, sino que tenían que materializarse. Lentamente caminó hacía él, sentado en la cama. El interior de T.K comenzó a alborotarse, como si fuese una pava al fuego cuya agua hierve poco a poco. El mayor, sin dejar de mirarle a los ojos, apoyó las manos sobre sus rodillas y sus rostros quedaron tan cerca que sus respiraciones acariciaban el rostro del otro.

-Es una idea genial, señor Takaishi- le susurró a milímetros de la boca.

T.K cerró los ojos. Sus labios temblaban de ganas, expectantes, deseosos, excitados.

-Pero no creo que podamos disfrutarlo mucho, mis padres llegan en 10 minutos- continuó el castaño enderezándose- iremos al cine.

El blondo abrió los ojos y sintió como toda la lujuria retrocedía y se ocultaba dentro de él, expectante a que Tai volviera a llamarla.

-Sin embargo no creas que me olvidaré de esa propuesta- le dijo Tai, acariciándole una mejilla- ese día no me despegaré de ti.

Por la mente del menor planeó la convicción de que no sería mala idea esperar entre los brazos de Tai a que pasase el invierno. La cara volvió a arderle. Antes de que el moreno pudiera percatarlo, desvió la mirada y le apartó la mano con calma, mientras con una sonrisa más nerviosa que natural dijo:

-A veces eres muy meloso y cursi, Yagami.

Tai rió, y T.K supo de inmediato que este ya le había leído las expresiones y los pensamientos, como quien lee un manual de uso.

-Es tu culpa, a veces eres jodidamente lindo, Takeru.

La caricia en su mejilla se convirtió en un pellizco voluntariamente doloroso, y unas cachetaditas burlonas.

-¿Ah sí?- dijo el ojiazul, mirando al castaño con malicia mientras se sobaba la mejilla adolorida- aquí tienes tu “lindo”.

Sin despegar el trasero del colchón, lanzó una patada que dio justo al costado del muslo de Tai, que lo hizo tambalear.

-¿Con qué así lo quieres, no?- contestó el moreno, con una sonrisa que anunciaba que aceptaba la pelea.

T.K no tuvo tiempo de prepararse, y antes de que pudiera levantarse de la cama, ya lo tenía a Tai encima de él, riendo y agarrándole de los brazos para dominarle.

Ambos rieron mientras dejaban que el juego fluyera entre ellos, ese juego que era más que un juego, donde más que intentar ganarse en fuerza, se comunicaban con el cuerpo, con los movimientos y los roces accidentales y no tan accidentales; donde ambos disfrutaban de ser hombres, amigos, rudos y jóvenes, pero sin descuidar el cariño y la dulzura que se profanaban en el escudo de la intimidad.

-Estoy muy adormilado para vencerte ahora- dijo el oji-café para después bostezar, cuando el rubio estaba ya prácticamente sometido debajo de él- me iré a hacer un café, sino me dormiré en el cine- le soltó y se perfiló hacía la puerta- ¿Quieres un poco?

-No gracias, no me gusta el café- contestó T.K, sentándose en la cama mientras se peinaba con los dedos.

-A mi tampoco, pero me mantendrá despierto- dijo el moreno yendo hacía la cocina.

T.K se acomodó la ropa, que por la “pelea” le había quedado toda desorganizada, y no salió del cuarto para ir a la cocina con Tai porque reconoció al instante la letra de Matt en un CD arriba del escritorio.

-¿Este es el CD demo de la banda de Matt?- preguntó el rubio en voz alta para que Tai lo escuchara desde la cocina, sorprendido de que aquello estuviese allí.

¿Tai escuchando a su hermano cantar? Eso si era difícil de creer, aunque por algún motivo, aquello le alegraba el corazón.

-Ah, sí…-le gritó Tai-…suenan… bien, supongo.

-¿”Bien”?- se mofó TK, sosteniendo el CD- ¿Acaso no escuchaste la pista N°6? Me vas a decir que esa línea del bajo no es genial, además, Eduardo, el que toca la batería, hace un solo que…

Un zumbido le interrumpió los pensamientos y las palabras de cuajo. Su cuerpo se quedó estático por el miedo mezclado con el desconcierto. Sus ojos claros giraron, tan lento y dubitativamente, como si quisieran evitar hacer ruido,  hacía la izquierda.

Dos abejas monstruosas, del tamaño de toronjas, le vigilaban desde la ventana, y el terror en el rubio se abultó al darse cuenta que se encontraban del lado de adentro. T.K ni siquiera se preguntó cómo habían hecho para pasar desapercibidas todo aquel tiempo, ni que hacían allí o porque eran tan grotescamente grandes. Aquellos ojos extraños lo empujaron hacia atrás, dejando caer el CD de Matt y emitiendo un grito de asustada sorpresa. Cayó al piso sobre el trasero, y sin dejar de rebotar retrocedió como un cangrejo hasta la puerta, sin despegar su vista de los insectos. Cuando llegó, se enderezó y salió del cuarto con tanta rapidez y torpeza, cerrando la puerta con desesperación tras de sí, que no se dio cuenta que Tai corría por el pasillo hacía el cuarto. Ambos chocaron entre sí, y T.K volvió a caer de trasero al suelo.

-¡¿Qué pasó?!- preguntó Tai con el corazón saliéndole por la boca y una mancha de café aun caliente en el medio del pecho.

-U-unas abejas en tu cuarto- contestó el rubio, levantándose a la vez que intentaba recuperar el ritmo normal de la respiración que el susto le había arrebatado.

-¿Unas abejas?- la cara de Tai no podía reflejar toda su confusión- ¿Casi me mato corriendo hasta aquí… por unas abejas?

-¡Pero son gigantescas!- el blondo intentó defenderse al ver que el rostro del mayor había cambiado- y muy peludas, y… una es negra con líneas naranjas, y la otra naranja con líneas negras ¡Son horribles!

Tai suspiró, pasándose una mano por el cabello.

-¿Estás seguro? ¿Abejas andando por aquí… en invierno? Quizás te las imaginaste.

-No estoy loco.

-Está bien, me tendré que encargar de ellas- contestó el castaño, agarrando el picaporte de la puerta del cuarto.

-Espera, es peligroso- le detuvo el rubio, tomándole del brazo- son muy grandes, en serio.

-Está bien, espera un momento- Tai se dirigió a la cocina y volvió con un insecticida en aerosol, y se sacó una pantufla- listo, un insecticida y una pantufla, soy la peor pesadilla de cualquier insecto.

T.K no pudo reírse del comentario; estrujaba los bordes inferiores de su abrigo con los dedos. No quería quedar como un cobarde, pero ¡Dios! ¡Como odiaba a esos insectos!

Cuando Tai volvió a sujetar el picaporte de la puerta, instintivamente dio un paso atrás.

-¿Quieres entrar conmigo a batallar contra las abejas, o tienes miedo?

-No tengo miedo, es solo que… pasa que…

Tai rió.

-Está bien, supuse esa respuesta ¿Por qué no haces una cosa?- el mayor le tomó de los hombros y le perfiló a la puerta al frente en el pasillo- mientras yo destruyo a esos monstruos- Tai abrió la puerta y le señaló la computadora del estudio del señor Yagami- fíjate en internet a qué hora exacta es la película, yo no me acuerdo bien.

Con suaves palmaditas en el trasero, el moreno le hizo ingresar al cuarto.

-Después de matar a esos bichos, me cambiaré y estaremos listos para irnos- dijo para luego cerrar la puerta.

T.K, una vez solo en ese cuarto, se dio cuenta que Tai le había tratado como un niño asustadizo. En otras circunstancias se hubiera enojado y reprochado, pero el recuerdo de esos insectos alados, con sus aguijones listos para lastimar, y esas alas que emiten ese zumbido perturbador, le hizo entender que a veces no era tan malo tragarse el orgullo.

Se sentó al frente de la PC y presionó el botón para prenderla, pero no pasó nada. Confundido, se fijó que era lo que fallaba y no tardó mucho en descubrir que estaba desenchufada. La enchufó.

El polvo que se asentaba con timidez sobre el teclado y el monitor dejaba ver que aquella computadora no se usaba hace algún tiempo.

Una vez iniciado el sistema operativo, cliqueó en el navegador de internet, pero antes de que pudiera escribir la pagina del cine al cual irían para fijarse el horario exacto de la película, un cartel saltó al frente de la nada.

“Parece que el navegador se cerró de forma abrupta durante la última vez ¿Desea restaurar la sesión anterior?”

Unas opciones de “Si” y “No” se mostraban como únicas salidas.

Indiferente, posicionó el cursor en “No”, pero antes de hacer clic, se detuvo a secas.

“¿Y si fue el padre de Tai quien usó la computadora para el trabajo?” pensó, temiendo meter la pata “Si escojo “No”, posiblemente estaré arruinando lo que fuese que estuvo haciendo aquí”.

Aliviado de no haber hecho clic en “No”, y hasta algo orgulloso de sí mismo por ser capaz de pensar rápidamente antes de cometer un error tonto, presionó “Si”.

Sus ojos claros esperaban encontrarse con páginas web sobre cuestiones administrativas, enredadas con números y porcentajes, o con datos empresariales y económicos de los cuales él no entendería nada.

Pero lo que apareció en la pantalla, lo cual le dejó con la boca abierta y completamente petrificado, fue muy diferente:

“Los secretos del sexo oral”

“Enamora a tu hombre con tus habilidades con la boca”

T.K no podía creer lo que leía. Releía una y otra vez esos títulos de páginas, creyendo que su mente le hacía una broma.

-¿“Todo lo que tienes que saber del sexo oral”?- leyó sin darse cuenta, con los ojos hipnotizados en la pantalla.

Un torbellino de sensaciones parecidas a la vergüenza, pudor y nerviosismo se desató dentro de él. Se tocó la cara, ardía.

“¿Qué es esto? ¿Esto lo buscó Tai?” se preguntó, sin poder dejar de ver aquellas imágenes ilustrativas, ni aquellas explicaciones desvergonzadas.

Era imposible que un chico de su edad, a esta altura del siglo XXI, no supiera lo que es el sexo oral, ni como hacían el amor dos hombres. Pero… nunca había imaginado que el proseguir de su existencia llegase a ese plano de intimidad. No porque le disgustase, sino porque la vida siempre había ido por otros carriles, lejos de ese umbral. Ni siquiera los besos, las caricias y las masturbadas mutuas se acercaban, en su mente, a lo que significaba esas acciones que la pantalla le mostraba.

Una de las páginas ofrecía un video. T.K, a pesar de la vergüenza y la sorpresa, ni siquiera lo dudó y su dedo le dio “play”.

Una señora de mediana edad, piel morena, y acento caribeño le dio la bienvenida.

“Todo normal hasta ahora” pensó el rubio, sin poder despegar los ojos del monitor.

Después, señora explicó que lo que iba a hacer era “enseñar todo lo necesario para satisfacer a su hombre en la intimidad” mientras sacaba de debajo de la mesa el pene de goma más grande que había visto en su vida. Inmediatamente pausó el video.

El ojiazul se tapó la cara del pudor y miró hacia abajo, no esperaba que existiese tanta información para “eso”.

“Cálmate T.K, pareces una colegiada púber ¿Por qué te avergüenzas tanto, idiota?” se dijo sin cambiar de posición.

Un sonido cercano que rozaba la imperceptibilidad le golpeó en el tímpano como una maza, que lo catapultó hacía la pantalla, intentando cubrirla lo más posible con sus manos. Sosteniendo la respiración, movió sus ojos hacía todos lados, imaginándose ver a cualquier miembro de la familia Yagami parado en la puerta, mientras él veía esas “cosas”. Pero no. Seguía solo en el estudio, con la puerta cerrada. Al dar otra revisión, esta vez más serena, se dio cuenta que el sonido lo había hecho el gato, acostado sobre algunas carpetas en un escritorio.

Suspiró más aire que los que sus pulmones podían exhalar, tranquilizándose, pero no sacó sus manos del monitor.

-¿Tai?- preguntó por sobre su hombro, lo suficientemente fuerte para que su voz traspasara las dos puestas y el angosto pasillo que lo separaban.

-¿Sí?- se escuchó débilmente.

-¿Mataste a las abejas?

-No encuentro ninguna abeja, no están por ningún lado.

Esa repuesta le hizo tambalear en cuanto a su seguridad sobre su salud mental. Primero aquel artesano misterioso se evaporó al frente de sus ojos ¿Y ahora esto? ¿Acaso sufría de alucinaciones?

-Estoy buscando la ropa para vestirme, en un rato salgo- le gritó el moreno.

T.K se volvió a sentar y observó la pantalla, pensativo.

“Esto es lo que Tai quiere” Meditó agarrando el mouse y dándole una nueva ojeada a ese material inédito para él. Se dio cuenta que había aun más pestañas abiertas, esperándolo. Pensando que ya nada le haría ruborizarse más, entró dispuesto a conocer todo lo que Tai había estado “investigando”.

No le tomó ni un segundo darse cuenta que se había equivocado y que era posible alborotarse aun más. Sus ojos volvieron a leer los títulos con un pudor inimaginable.

"Como practicar sexo anal sin dañar a tu pareja"

"El ABC del sexo anal"

"Cuidados y consejos a tener en cuenta cuando la diversión viene por detrás"

Las imágenes explicativas y “consejos” que mostraba la pantalla eran todavía más sugerentes que las anteriores, y a T.K se le vino la sensación que hace mucho tiempo que no leía algo con tanta atención. Cada dato era nuevo para él, y se había adentrado en la lectura de tal forma, que solo cuando se reacomodó en la silla se dio cuenta que su pene estaba duro como una roca.

Impulsado por la repentina curiosidad, continuó ojeando aquellas informaciones inesperadas, hasta que el sonido de la puerta de entrada de la casa abriéndose, y la voz de la mamá de Tai, le indicaron que ya no estaban solos en la casa. A la velocidad de la luz, cerró todas las pestañas y borró el historial del navegador sin miramientos, para después fijarse finalmente el horario de la película y apagar la computadora. Se levantó de la silla y rápidamente se acomodó la ropa para que la erección no se le notara.

Cuando abrió la puerta del estudio, la puerta del cuarto de Tai, al frente el pasillo, se abrió también.

-Ya estoy listo- le dijo un Tai ya vestido para la frialdad del día- ¿Por qué estás tan rojo, te hizo calor?

T.K, aun con las imágenes que acababa de ver girándole en la cabeza, vio al castaño a los ojos y se extrañó de sentir que la presión aumentaba en su entrepierna.

-Sí, de repente me hizo calor- mintió- ¿Mataste a las abejas?- preguntó en un intento de cambiar de tema y poder encausar su mente de nuevo.

-No sé qué fue lo que viste, T.K, pero no hay ninguna abeja en mi cuarto, me fijé por todos lados - le contestó el castaño, abriendo la puerta de la habitación para que lo viera con sus propios ojos: no había nada fuera de lo normal- por las dudas eché insecticida por todos lados, pero sinceramente creo que te las imaginaste.

El ojiazul ya no estaba seguro de nada. De igual manera, no podía concentrarse en intentar recordar si aquellos bichos habían sido producto de su imaginación o no, al igual que el artesano africano de la feria; su mente estaba plagada de nuevas imágenes sexuales.

-jeje posiblemente lo imaginé- rió falsamente.

-Vamos al cine entonces.

-Sí, vayamos.

Notas finales:

Ya que no tengo nada que decir en estas notas finales, supongo que es buen momento para invitarlos a leer (por si ya no lo hicieron) mi primer fic "original", se llama Borja y es un "one shot"... por ahora. 

https://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=194869

Hasta la proxima!! y gracias por leer.


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