Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Buenas intenciones por exerodri

[Reviews - 59]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

HOLA A TODOS!!! Lo sé, lo sé. No me aparecí la semana pasada. No tenía planeado irme a ningún lado de vacaciones este año, la pobreza no me lo permitía jaja, pero muy de la nada salió la oportunidad de ir a las montañas, y lo que al principio era un viajecito de fin de semana se transformó en una semana entera jaja. Disculpen, pero tenía que aprovechar jeje. A pesar de haberlo pasado genial, me enoja un poco el hecho de que no pude escribir nada durante la semana y teniendo en cuenta de que en febrero empiezo a estudiar de nuevo    , eso no está bien. Pero bueno, en fin, aquí les traigo el cuarto cap, donde la cosa ya empieza a moverse con algo más de velocidad. 

Muchas gracias por sus comentarios y mensajes, me encanta saber lo que opinan de la historia y cada consejo o pedido es escuchado para poder mejorar, les agradezco.

Tai abrió los ojos, molestado por la luz que entraba por la ventana. Bostezó, y solo después de refregarse los ojos se dio cuenta, o mejor dicho recordó, que estaba desnudo debajo de la sabana. Esta le cubría desde la cintura hacía abajo. Sin apuro, giró su cabeza hacía su izquierda. Sonrió al ver que todo lo sucedido no había sido un sueño. El día, a pesar de recién empezar, ya era inmejorable. Deslizó su brazo por debajo del cuerpo de esa persona que dormía dándole la espalda y la trajo hacía sí. La encerró en un firme pero al mismo tiempo tierno abrazo, mientras hundía su rostro en cabello rubio. Llenó sus pulmones de aquel aroma, que lo impulsó a depositar un fugaz beso en aquel cuello desprotegido.

Aquel cuerpo se movió lentamente, y con la suavidad de la somnolencia se dio media vuelta, aun encerrado en sus brazos. Tai volvió a sonreír al tener el dormido rostro de T.K en frente, que luchaba por abrir los ojos mientras un bostezo se abría paso por su boca. Se miraron mutuamente con felicidad admirándose uno al otro, como si unas horas de sueño hubiesen sido días enteros de no verse.

-Buen día- dijo el moreno perdido en los ojos azules que lo veían entrecerrados todavía luchando contra la luz.

-Buen día- le sonrió el menor, enderezándose sobre su codo derecho- ¿Qué hora es?

-8:20- respondió Tai viendo el reloj que colgaba de la pared de su cuarto- hay que ir a la escuela, que molesto- acarició la mejilla del blondo- me gustaría quedarme así por horas.

T.K sonrió cerrando los ojos, dejando que la caricia de Tai lo transportara a la noche anterior. Sin embargo, no duró mucho.

La puerta de la habitación se abrió de un solo golpe, destruyendo el cómodo silencio del cuarto.

Cabeza gacha y encorvado, como si el sueño le fuese una carga demasiada pesada, el padre de Tai entró a la habitación.

Los muchachos no tuvieron tiempo de reaccionar. Se transformaron en estatuas. Los músculos de Tai se volvieron piedra, incapaz de moverse. Ni sus pulmones se movían.

-Hijo, tu hermana está usando el baño, ya sabes cómo es- balbuceó el mayor con la voz ronca a más no poder, mientras bostezaba y se rascaba la cabeza- usaré tu baño, tengo que irme a trabajar.

Tai vio por encima de T.K, aun con su mano en la mejilla del menor, como su padre, hecho un zombi, se trasladaba lenta y pesadamente por la habitación. Bajó su mirada hacía el rostro del blondo, que también se había petrificado. Este le miraba fijamente, envuelto en la sorpresa y el pánico; sus ojos tiritaban. Las pupilas del rubio se habían dilatado tanto, que el iris azul era casi imperceptible.

El señor Yagami entró al baño y cerró la puerta.

De nuevo solos en la habitación, ninguno de los chicos se movió, no podían hacerlo. Era como si la sangre de sus cuerpos se hubiera congelado. Sosteniendo el aliento, se quedaron en la misma posición, atónitos y confundidos. Se escuchó el ruido del inodoro y luego la del agua del lavamanos fluir. La puerta del baño se volvió a abrir y el adulto emprendió el regreso a la puerta de la habitación, entre bostezos y murmullos de entresueño. Solo con el movimiento de sus ojos y aguantando la respiración, Tai siguió a la figura de su padre desplazarse por el cuarto, mientras su corazón retumbaba como un tambor.

El adulto, en su perezoso andar pisó descalzo un botín de futbol tirado en el suelo con los tapones hacía arriba.

-¡Ah!-gritó- te dije que ordenaras tu cuarto Tai, siempre lo mismo- agregó enojado pero aun dormido, pateando el calzado.

Luego, solo continuó su lenta marcha para salir del cuarto, cerrando la puerta tras de sí.

El sonido de la puerta cerrarse sonó demasiado lejano para los chicos. Ninguno de los dos menores se movió, incapaces de entender lo que había pasado. Tai, aun en la misma posición en la que lo había sorprendido la intromisión de su padre, observó la puerta, temerosamente expectante. Esperaba que esta se volviese a abrir y que el mayor entrara de nuevo, completamente despierto a causa del desconcierto y la sorpresa.

El castaño necesitó varios segundos para comprender que su padre lo había mirado sin verlo, protegido por el hechizo de la somnolencia. Los segundos pasaron, en los que no se escuchó nada más que el latir de su corazón y el del rubio. Nada sucedió, para su sorpresa y desconcierto. Extrañados, pero sobre todo aliviados, los adolecentes volvieron a cruzarse la mirada, mientras una risa nerviosa les hacía recuperar el aliento.

..................................*..............................

Susumu Yagami tragó a las apuradas su café, sentado en la mesa de su cocina, al mismo tiempo que se acomodaba la corbata. Ni siquiera sintió el gusto de la bebida caliente. En su cabeza ya se hacía la imagen de otra jornada pesada, condimentadas con horas extras de trabajo. Seguramente de nuevo volvería a su casa al final del día, teniendo que recalentar la cena en soledad y sin hacer ruido para no despertar a sus hijos y a su esposa. Pero no le quedaba otra.

Su hija, quien ya estaba preparada para la escuela a pesar de que faltaba más de una hora para ello, apoyó sobre la mesa un plato lleno de pastelillos recién hechos. Al moreno, a pesar de que no tenía mucho tiempo de sobra, le tentó probar uno. Olían como la gloria.

-No son para ti- le retó la castaña menor, pegándole en la mano con una cucharita al intentar sacar uno.

-¿Donde quedaron aquellos días donde cocinabas para tu padre?- suspiró el mayor sobándose la mano- ¿Y para quien son entonces?

En ese momento, la puerta del cuarto de Tai se abrió y apareció un chico rubio que había conocido durante las vacaciones de verano.

-¡Takeru!- exclamó el adulto sorprendido, parándose de la silla para abrazar al muchacho- No sabía que estabas aquí.

El joven, luego de recuperar el aire debido al potente abrazo, le sonrió viéndolo a los ojos.

-La semana pasada te dijimos vendría a cenar y a dormir- dijo Tai por detrás, saliendo de su cuarto.

El oji-café menor pasó a la cocina, viendo de reojo a su padre y al rubio, nervioso, todavía sin poder creer que su padre no los hubiese visto juntos en la cama. Sin embargo, la genuina sorpresa con la que el adulto había reaccionado al ver al blondo le alivió.

-Bueno hijo, tengo muchas cosas en la cabeza últimamente- contestó el señor Yagami- y dime Takeru ¿Como estas? ¿Todo bien? ¿Cómo está Hiroaki?- le preguntó al rubio tomándolo paternalmente de los hombros.

-Sí, todo bien, gracias por preguntar. Mi papá está bien también, con un poco de trabajo extra, pero todo bien- contestó el ojiazul.

-Si... todos estamos igual- dijo por lo bajo el mayor viendo hacía un costado.

-Takeru, hice pastelillos- interrumpió sonriente Kari- ¿Quieres uno?

Al oír eso, Susumu Yagami entendió el porqué esos pastelillos eran tan "especiales". Suspirando, soltó a Takeru de los hombros y agarró su portafolio. Se perfiló hacía la puerta.

-¿Ya te vas a trabajar? Pero si anoche viniste muy tarde- le dijo su hijo mayor en un tono triste, antes de que saliera por la puerta- ¿No te tocaría descansar un poco más?

-Pasa que últimamente las cosas no están bien en el trabajo, la situación está muy complicada. No depende de mí...- contestó el adulto girando su cabeza sobre su hombro, con los recientes despidos cruzándole por la mente. Volvió su rosto al frente y susurró para sí mismo-...esta ciudad se está yendo al carajo- salió y cerró la puerta.

Andy

Era el primer recreo de la jornada. T.K observó el cielo una vez salió al patio de la escuela. El día había amanecido lúgubre, con las nubes dominando el cielo por completo. Aquello le hizo recordar aún con más cariño el hermoso atardecer que había compartido con Tai el día anterior. Sonrió mentalmente para evitar que sus compañeros se dieran cuenta de su secreto motivo de felicidad.

Caminaba junto a Davis y otros compañeros al kiosco interno de la escuela, con la desilusión ya implanta por saber que no vendían esas bolitas de chocolate que tanto le gustaban; su golosina favorita. Se rió de las ocurrencias de sus compañeros, como prácticamente todos los días, hasta que vio una figura a la distancia entre todo el alboroto del patio. Sus piernas se detuvieron por si solas.

-¿T.K? ¿Qué sucede?- le preguntó Davis, deteniéndose también.

-Ah…nada- respondió- vayan ustedes al kiosco, recordé que tengo que ir a hablar un asunto con el profesor de química. 

Eligió al profesor de química sabiendo que así ninguno se ofrecería para acompañarlo. Todos odiaban a ese dinosaurio de lentes. Y efectivamente su plan funcionó. Los muchachos hicieron una mueca indicando que querían desentenderse completamente del tema. Le desearon “buena suerte” y siguieron hacía el kiosco.

Solo Davis se dio media vuelta a la vez que el rubio caminaba hacía la sala de profesores.

Cuando vio de reojo que sus compañeros se habían alejado lo suficiente, T.K cambió su rumbo con un giro rápido de cintura. Se escondió detrás de uno de los pilares más gruesos del patio y desde allí lo espió, preso de su propio miedo y curiosidad. Sentado en un cantero, apartado del recreo que se desarrollaba con normalidad, el “Enano” veía a la gente pasar, inadvertido por completo por todos, invisible al resto.

El rubio le observó detenidamente, sorprendido de como ese chico con su sola presencia, sin hacer nada en particular, le asesinaba la calma. Con solo verlo le asfixiaba una sensación de peligro, haciéndole pensar que algo malo pasaría solo porque aquel castaño estuviera allí, en su escuela. Pensó que en cualquier momento aparecería otro de los imbéciles de la pandilla para hacerle compañía, confirmando por desgracia sus sospechas. Pero nada pasó.

Para su sorpresa, a medida que pasaba el tiempo, otra serie de sentimientos se presentaron en el interior del blondo. Mientras más lo veía, aquella soledad del oji-verde parecía cada vez más a una soledad triste que a una soledad buscada. El miedo y el repudio lentamente comenzaron a parecerse más a la lastima y a la compasión. Solo en ese momento recordó, como si antes hubiera quedado sepultado por el olvido y solo recién allí era develado de nuevo, la mirada de aquel chico al momento de encontrarse en la escuela por primera vez. Recordó aquellos ojos verdes viéndolo, no como una mirada de odio o de amenaza, como recordaba o creía recordar, sino como ojos de miedo y sorpresa.

 Le continuó observando con más curiosidad que miedo, preguntándose varias cosas.

El corazón se le salió por la boca cuando unas chicas pasaron por detrás de él, saludándolo. T.K les devolvió el saludo aparentando normalidad, deseando desesperadamente que se alejaran para evitar que lo delataran. Una vez las chicas se fueron, el ojiazul volvió a asomarse por un costado del pilar, con la certeza de que el “Enano” ya no estaría allí.

Pero no. El castaño seguía allí sentado con su rostro en el suelo, inmerso en su propia soledad y aparente tristeza.  

A T.K se le hizo aun más lejana aquella imagen del “Enano” peligroso o amenazante. Comprendió que seguir espiándolo sería inútil y decidió acabar con el misterio. Sabiendo que era una mala idea, pero sin otra que se le ocurriese, salió de su escondite y caminó con las piernas temblorosas al ojiverde. El recuerdo de esa banda de estúpidos palpitándole en la cabeza le dio ganas de correr lejos de aquel chico, gritándose a sí mismo ser un idiota por siquiera pensar en acercársele. Pero sabía que su curiosidad lo seguiría como una sombra si no hacía esa estupidez, si no se arriesgaba. Se sintió como un tren que solo podía ir donde los rieles lo llevaran. Y los rieles lo llevaban hacía aquel castaño.

Con cada paso que daba, el pecho le retumbaba de miedo con más fuerza. Al llegar estar a unos pocos metros, se sorprendió de que aquel chico no hubiese levantado la vista del suelo ni una sola vez para ver a su alrededor. Sin poder creer que se había acercado tan fácil, se sentó en el cantero a un poco más de un metro del castaño, sin saber que decir o que hacer. Tan solo miró el suelo.

Cualquier idea que se le cruzara por la mente de cómo proceder le parecía pésima. No sabía cómo reaccionaría aquel chico. ¿Y si se había equivocado? ¿Y si por ese estúpido impulso de acercarse a ese chico salía lastimado? ¿Y si estaba poniendo a Tai en peligro por volver a entrelazar a ese grupo de idiotas con ellos? De igual manera, a pesar del miedo que le invadió de nuevo, supo que ya era demasiada tarde para volverse atrás.

Pasaron unos largos segundos, en los que uno fue el reflejo del otro, inertes viendo el suelo. Continuando con el hechizo falso de la imitación, los dos muchachos levantaron su mirada del piso y la posaron sobre su compañía en el cantero. Atolondrados por la sorpresa de verse tan de cerca, como si hubieran visto un fantasma o un demonio, ambos se levantaron asustados de la maseta. Sincrónicos, los dos levantaron sus manos con las palmas para abajo en un intento de calmar al otro. Sorprendidos pero sobre todo confundidos por esa reacción del otro, como si aquello hubiese sido lo que menos esperaban, los dos adolecentes se miraron a los ojos, permitiéndose estar un poco más tranquilos. Comprendiendo que la vergüenza los unía, se volvieron a sentar en el cantero, esta vez más cerca uno del otro.

Viendo hacía diferentes direcciones, dejaron pasar unos segundos en silencio para que se drenase la exaltación y se normalizara la extraña sensación de estar sentados juntos.

Aun con el corazón galopándole en el pecho, T.K se quedó pensando en la reacción de aquel chico hace un momento. Repasándola una y otra vez en su mente, llegó a una conclusión: aquel muchacho no era una amenaza. Incluso, llegó a pensar que el oji-verde estaba tan o más asustado y sorprendido que él. Sin el peso del miedo estorbándole como antes, el rubio giró su rostro hacía el “Enano”. El castaño le devolvió la mirada. T.K le observó detenidamente. La forma en que el chico lo veía le hizo recordar a la expresión de un niño que espera ser retado y un castigo.

Todavía sin saber cómo romper ese silencio, decidió hablar a pesar de no estar listo.

-Hola- dijo, sorprendiéndose de lo temblorosa que le había salido la voz.

El “Enano” abrió sus ojos sin disimulo, como si esa palabra le hubiera tomado por sorpresa.

-Ho-hola.

Otra vez el silencio los enmudeció, sin saber cómo seguir. Ambos fijaron sus ojos en dos chicos a unos cuantos metros, que rompieron la monotonía del bullicio del recreo con risas estruendosas mientras veían un video en un celular.

-Lamento si te asusté recién- dijo el blondo en un intento de no dejar morir el acercamiento que tanto le había costado hacer.

-No, está bien, perdona por asustarte también- contestó el chico de pecas.

T.K estuvo a punto de decirle que no lo había asustado, pero se dio cuenta que no podría justificar su reacción de levantarse de un brinco del cantero.

-Está bien, no te preocupes…- dijo el rubio con una media sonrisa-…oye, sé que es raro, pero tenía ganas de hablar contigo.

El castaño fijó sus ojos verdes en él. Sin saber porqué, aquello hizo dudar al blondo de cómo seguir.

-Bue-bueno, en primer lugar quería agradecerte por ayudarme a mí y a Tai aquel día- dijo desviando su mirada hacía un costado- sin tu ayuda, tus amigos nos hubieran demolido allí dentro del árbol.

-Ah, no es nada- le contestó el pecoso- no podía dejar que los golpearan…y… esa gente no son mis amigos.

T.K volvió a posar sus ojos en aquel muchacho, sorprendido de lo último.

-¿No?

-No… lo única razón por la que estaba con ellos era por mi hermano.

En ese momento, al ojiazul se le vino a la mente la imagen de una persona quien compartía el mismo color de ojos que ese chico.

-¿Tu hermano? Quieres decir…- dijo el rubio, sin el valor de completar la frase.

-Sí, Erick es mi hermano…- le dijo el “Enano” levantando los hombros-…medio hermano en realidad.

-¿Medio hermano?-preguntó T.K.

-Misma madre, diferentes padres.

-Ah, ya.

El rubio vio a lo lejos a sus amigos regresando del kiosco, caminando hacía el otro extremo del patio. No hizo nada para llamarles la atención ni sintió el deseo de ir con ellos. Volvió a fijar su mirada en el castaño.

-Oye, nunca te había visto en la escuela, eres nuevo ¿Verdad?

El chico de pecas abrió la boca para contestar, pero un estornudo le sorprendió. T.K metió su mano en el bolsillo y le alcanzó un pañuelito de papel de los muchos que tenía por si las dudas.

-Gracias…- dijo el muchacho tomando el pañuelito y limpiándose la nariz- …me trasladaron ayer aquí, ya que mi mamá y yo tuvimos que mudarnos de casa y esta escuela está mucho más cerca.

-Ya veo… y dime… ¿Erick también fue…- T.K vio a su alrededor, dándose cuenta que había bajado la guardia.

-No te preocupes, el va a otra escuela ya que vive con su padre- dijo el “enano”, tirando el pañuelito de papel usado en un cesto de basura a unos 6 o 7 metros.

El rubio no pudo evitar notar la precisión y la técnica con la que el castaño encestó la bola de papel en el cesto. Sus manos habían hecho los movimientos como si hubiese tirado una pelota de básquet. Movimientos perfectos.

-Estoy yo solo- suspiró el oji-verde.

T.K recordó la soledad que invadía a ese chico antes de que él se le acercara. De nuevo la compasión se hizo fuerte en él.

-No te preocupes, se seguro harás muchos amigos en esta escuela- sonrió el blondo, sin saber en realidad porqué intentaba subirle el animo a ese desconocido.

-Sinceramente no lo creo…-dijo el pecoso viendo el suelo-…siempre fui algo…malo para hacer amistades.

T.K, sintiéndose identificado, entendió a que se refería con eso.

- Yo podría… ser tu amigo- dijo, sabiendo lo raro que sonaba eso- cla-claro… si tú quieres.

El castaño levantó su mirada del suelo y lo miró fijamente, sin ocultar su sorpresa. Parpadeó varias veces, como si de a poco asimilara aquellas palabras.

-Bu-bueno- logró contestar.

T.K sonrió.

El “Enano” sacó de su bolsillo una bolsa con algunas esferas de chocolate. Los ojos del rubio brillaron cual perlas. Vio detenidamente, como si sus ojos estuvieran enmantados, como el castaño liberó la pelota marrón de su envoltorio dorado y se la mandó a la boca. Sin darse cuenta, se lamió los labios como siempre que hacía cada vez que veía ese manjar. Incluso ver el comercial de esa golosina en la televisión le provocaba eso. Ya más de uno (incluido Tai) le había dicho en forma de broma que parecía un perrito esperando ansiosamente la comida al hacer ese reflejo que parecía tener ya incorporado.

 -¿Quieres algunos?- le preguntó el pecoso ofreciéndole la bolsa.

T.K supo que no podría resistirse.

-Eh…bueno- dijo, intentando controlarse- solo dos.

El blondo cerró los ojos mientras el chocolate se le derretía en el paladar.

-Son mis favoritos- dijo mientras el placer le invadía.

-¡Los míos también!- le sonrió el oji-verde.

T.K, al ver sonreír a ese chico por primera vez, se sintió tonto por haberlo considerado una amenaza y haberlo estigmatizado como lo hizo. 

El timbre de finalización del recreo sonó. Ambos chicos se levantaron del cantero. Un papel doblado cayó del bolsillo del abrigo del castaño. El “Enano” se agachó nervioso para recogerlo, pero el rubio fue más rápido.

-¿Qué es esto?- preguntó T.K mientras desdoblaba el papel.

Era un panfleto que indicaba la apertura de las inscripciones para el equipo de básquet de la escuela. Sorprendido, fijó sus ojos en el pecoso. Este miraba el suelo con la cara notoriamente roja.

-¿Te quieres unir al equipo de básquet?- preguntó el ojiazul con una sonrisa.

-Eh…si, pero estoy seguro que no me dejarán entrar- le contestó el castaño, arrebatándole el panfleto- estaba a punto de tirar esto.

-¡Nada de eso!- le dijo T.K con energía- antes de que terminen las clases vamos a inscribirte, yo me anoté ayer.

El “Enano” le vio a los ojos y entendió que por lo determinado que sonó aquel rubio, no podía decir “No” como respuesta. Se sorprendió al darse cuenta que no tenía deseos de decir “No”.

-Está bien- sonrió sinceramente, como hace mucho no lo había hecho.

Los dos muchachos caminaron alejándose del cantero unos cuentos metros, dispuestos a volver a sus respectivos cursos.

-Oye…- dijo el ojiazul deteniendo la marcha-… nunca me presenté, me llamo Takeru, pero puedes decirme T.K. ¿Cómo quieres te llame? Escuché que te decían “Enano”, pero no quiero decirte así.

-Andy- sonrió el oji-verde- me llamo Andy.

-Ok, Andy suena mejor que “Enano”. No entiendo porque te llamaban así, si tenemos la misma estatura- dijo el rubio riendo.

Pero de repente, y repitiendo lo último que había dicho en su cabeza, T.K paró de reír y abrió sus ojos como dos lunas llenas. 

 “¿Y si yo también soy un enano?” Se preguntó mentalmente, congojándose en su interior.

-Tranquilo, no eres un enano- le dijo Andy, como si le hubiese leído la mente- mi hermano me llama así desde que era pequeño, no es que seamos bajos…o eso creo.

Los dos muchachos rieron intentando alejar así las dudas que habían quedado flotando en el aire. Se despidieron y se apresuraron al llegar a sus respectivos salones de clase antes de ser retados por el retraso. T.K llegó justo antes de que el profesor ingresara al curso.

El rubio sonreía. En su interior estaba presente la extraña pero agradable sensación de que había hecho algo importante por sí solo. Se había sacado la sensación de peligro de encima, además de hacerse un nuevo amigo. No sabía porque, pero de algún modo le emocionaba la idea de tener de amigo a ese chico.

Sin poder dejar de sonreír, pensó que no podía esperar a decirle a Tai sobre lo ocurrido.

Aparenta

Tai cerró la canilla del agua, descolgó su toalla del perchero y se la ató a la cintura. Había sido un entrenamiento muy duro expuestos al frio viento, por ende esa ducha caliente se había sentido aún mejor. Afortunadamente el vestuario y las duchas de la escuela andaban de maravilla, a diferencia del resto de la institución.

Caminó entre el vapor por el vestuario, esquivando a sus demás compañeros de equipo vistiéndose. Al llegar al banco donde había dejado su bolso, se desató la toalla de la cintura y se secó el resto del cuerpo: sus piernas, su pecho, el cabello. A su derecha, un compañero suyo, desnudo y mojado, renegaba de qué le habían escondido su bolso. No pudo evitar reírse. No lo hizo por maldad, sino porque todos los del equipo estaban tan acostumbrados a aquellas bromas, que rara vez provocaban verdadero disgusto a sus víctimas. Y todos eran victimas alguna vez, era una rueda que no paraba de girar.

Una vez seco, aventó su toalla a su compañero para que por lo menos se secase, hasta que la broma se acabara como pasaba siempre…o casi siempre. Se sentó en el banco y revisó sus piernas en busca de algún raspón, lastimado o moretón nuevo producto del fervor del futbol. Ya era una costumbre después de las prácticas. Abrió su bolso y lo primero que sacó fue el colgante que T.K le había regalado en su primera cita. Lo observó sonriente. A pesar de que había pasado más de una semana, todavía ese objeto le embobaba como si lo viese por primera vez. Tocó con las yemas de sus dedos el relieve del escudo azul y amarillo. Luego, vio detrás de este. El mensaje que T.K había hecho grabar en la parte trasera del pendiente le cosquilleaba el alma de amor y hacía que se le agrandara el pecho, sintiéndose la persona más importante del mundo.

Con orgullo se lo colgó en el cuello. Un compañero sentado a su lado en el banco notó el accesorio.

-¿Y eso, Tai?- le preguntó- déjame ver.

El muchacho tomó el colgante con su mano y lo acercó a su rostro, con Tai y todo incluido, demostrando de paso la calidad de la cadenita que enlazaba el escudo. Lo analizó con detenimiento.

-Vaya, que bien hecho que está…- dijo el chico viendo el colgante, sin darse cuenta que estrangulaba al castaño-…y tiene un mensaje atrás: “Te recuerdo a cada momento, Tai” ¡AAAHHWWW! Taichi está enamorado- agregó en voz alta, soltando al moreno permitiéndole volver a respirar.

-Jaja este Tai, siempre se las arregla para tener a alguna chica revoloteándole alrededor- dijo un compañero sentado en frente, secándose el cuerpo­- ¿Quién te lo regaló?

-De seguro fue Jennifer- dijo un compañero a unos metros, mientras se terminaba de vestir.

-A que fue Penélope- intuyó el chico que había visto el colgante de cerca.

-Quizás fue Sora- agregó otro muchacho desde las duchas.

Tai solo se masajeó el cuello con una mano, mientras con la otra sostenía el colgante al frente de su cara. Sonrió con timidez mientras sentía como su rostro se calentaba producto del sonrojamiento que provocaba el que sus compañeros intentasen adivinar quién le había hecho ese regalo. El mejor regalo de su vida.

-No adivinarán nunca- dijo, sabiendo por dentro que tenía razón.

Buscó en el desorden de su bolso su calzoncillo y se lo puso. Mientras buscaba su pantalón, de entre el ruido del agua fluyendo en las duchas, algunos canticos desafinados de sus compañeros bañándose, de conversaciones cercanas y ajenas de los que se vestían alrededor, sobresalió para su oído:

-"...seguro que quieres agarrarlo, se te ve en la cara"

Inmediatamente, buscó con la mirada a quien había dicho eso. A unos cuantos metros, dos compañeros de él aun desnudos se decían burlas entre sí.

-¿Qué dices? si al único que le gusta mirar y tocar las cosas de otros a ti...-le contestó el otro chico, ladeando su desnudez de manera burlona-...¿Ves? no puedes dejar de mirarlo, maricón.

Los dos muchachos siguieron con bromas de ese estilo, bromas que adjudicaban al otro un carácter homosexual. Bromas que eran moneda corriente todos los días, bromas clásicas entre chicos. Todos los que escuchaban el ida y vuelta de insultos y apodos homofóbicos originales y ocurrentes rieron, como cada vez se desataban esas inocentes batallas de ingenio para ridiculizar al otro.

Todos rieron, menos Tai.

Al moreno, como nunca antes, le cayó un baldazo de incomodidad ante esas palabras. Por primera vez en su vida las encontró hirientes, dolorosas. Inevitablemente se identificó con lo que aquellos chicos se decían entre sí. Mientras escuchaba lo que a todos los demás le parecía gracioso, se le vino a la mente lo que había hecho con T.K la noche anterior. Él había apreciado con la vista el miembro de otro chico, lo había tocado, había acariciado la piel de aquel rubio con tanto placer que todavía tenía la suavidad de esta en la memoria. Lo masturbó, como había dejado que el blondo lo masturbara.

Todo lo que esos dos chicos se decían entre sí, sabiendo que eran mentira y que solo lo decían para divertirse y divertir a los otros, él lo había hecho. Le costó creer que esas bromas que no afectaban a nadie allí presente, le tocaban las fibras más intimas de su autoestima y su confianza en sí mismo. Era insólitamente ilógico ¡Él vivió diciendo esa clase de chistes en el pasado! Siempre fue uno de los más ingeniosos al momento de ridiculizar o molestar inocentemente a sus compañeros. Pero ahora era muy distinto.       

Aun sabiendo que esas palabras no eran para él, no pudo evitar sentirse desprotegido y expuesto antes todos. Sintió como si todos le observasen, aun sin mirarlo, como si de alguna forma le pudiesen leer la mente, o como si tuviese escrito en la piel la verdad de lo que le pasaba en ese momento. Tragó saliva con tanto esfuerzo que le costó disimular, aumentando aun más esa sensación de ser el foco de atención.

“No están hablando de ti, Tai” pensó para sí mismo en un intento de alejar esa sensación de estar siendo atacado de alguna forma “solo tienes que actuar como siempre lo hiciste, nada más. Aparenta, aparenta”

No sabía si sentirse enojado, ofendido o triste por darse cuenta de lo naturalizado que estaba en su grupo esas bromas y burlas hacía lo que él era. ¿Y si lo supieran? ¿Seguirían con esa clase de chistes? ¿Los usarían contra él?

Se le cerró el pecho al darse cuenta que si así se sentía al ser discriminado sin serlo realmente, cuando fuese de verdad seguramente sería mucho peor. Se preguntó si el cariño y respeto que el grupo de futbol tenía para con él, el capitán del  equipo, serviría de algo al momento de ser marcado como alguien diferente.

Un grito que portaba su nombre le hizo salir de su trance:

-¡Tai!

-¿Q-q-qué?- contestó sin saber a quién, todavía perdido en ese mar de sensaciones raras en el que se había sumergido.

El chico a quien le había prestado la toalla se la aventó de nuevo, su bolso había reaparecido.

Tai, con la toalla en la mano, intentó centrarse de nuevo. Aun con el gusto amargo de la incomodidad en el paladar, decidió pasar ese mal momento vistiéndose rápido y salir de allí lo más pronto posible.

Mientras se ponía su pantalón, entró al vestuario el profesor de educación física, quien era también el que se encargaba de entrenar al equipo de futbol. 

-Vamos chicos, vístanse que no tenemos todo el día- dijo el adulto elevando la voz sobre las conversaciones de los adolecentes.

Se acercó al castaño y le dijo:

-Taichi, recuerda que después de clases tenemos que ir al acto en el ayuntamiento.

El menor suspiró.

-Lo sé- dijo mientras se ponía su camiseta- espere… ¿“Tenemos”?- preguntó viendo al entrenador a la cara- ¿Ud. también irá?

El entrenador suspiró de igual manera como lo había hecho él hace unos segundos.

-Lamentablemente si…- le contestó en un tono que demostraba que la idea no le interesaba para nada-…fui uno de los profesores elegidos para acompañar a los alumnos…maldito director- se quejó por lo bajo.

Tai rió de manera burlista. La confianza que tenía con el entrenador lo permitía.

-Más te vale que no te estés riendo de mí, si es que no quieres correr 10 vueltas más al predio- le amenazó el adulto con una sonrisa- además, recuerda que tú serás el que tenga decir el discurso y saludar a todos los políticos, así que apresúrate.

El moreno admitió mentalmente que el entrenador tenía razón, y se volvió a maldecir por su mala suerte, por haber sido elegido para ser parte de esa farsa protocolar y hueca. Terminó de vestirse y salió junto al mayor del vestuario, preparándose para una tarde aburrida y agobiante.

Desolación

El acto en el ayuntamiento había sido tan aburrido como Tai pensó que sería, o más inclusive. Fue como se lo había imaginado: políticos gordos, viejos y de trajes caros hablando durante horas, creyendo que alguien en realidad les creía, alabándose a sí mismos de las pocas cosas que habían cumplido de la larga lista de promesas electorales ya olvidadas por todos.

Ante la amenazante mirada de Shiffer, la profesora de matemáticas, el moreno tuvo que decir su discurso ante toda la gente del ayuntamiento cuando le llegó su turno. Sonrió al ver la cara de sorpresa y de incredulidad de aquella tipa al terminar con su oratoria y recibir los aplausos protocolares. Sabía que la docente no esperaba eso de él, como no lo hacía ninguna de las autoridades de la escuela. Disfrutó de sentir que los dejaba con las ganas en la garganta de retarle y  castigarle por incumplir, sobre todo porque aquel discurso no lo había hecho él. Había juntado los conceptos que pidió a su amigo Izzy por teléfono, con la facilidad de palabra de Sora para terminar con un discurso corto pero bonito en sus manos.

“Shiffer dijo que no podía sacarlo de internet” le había dicho sonriendo a la peli naranja esa mañana “pero nunca dijo que lo tenía que hacer yo mismo”. Sora, que al principio se había indignado y parloteó sobre la ética y la moral, terminó accediendo, sabiendo dentro de sí que apreciaba demasiado a su amigo para dejar que pasara vergüenza en la ceremonia y ser castigado después.

El único alivio que salvaba a Tai del total y más deprimente aburrimiento fue la presencia de su profesor de educación física/ entrenador entre las pocas autoridades de la escuela que fueron. Los demás chicos de la delegación de alumnos, 1 de cada curso, no eran de la clase de personas con las que el moreno se juntaría. Inteligentes pero fríos, callados, alargados y soberbios, hacían a Tai pensar que estaba al frente de mini-Shiffers, Shiffers en formación. Jóvenes que habían perdido la chispa propia de la juventud y se habían sumergido en el mar de la adultez y seriedad prematura. En cambio con su entrenador tuvo un cómplice para burlarse entre susurros de los peluquines de algunos de los políticos, de reírse en mínimo volumen del nerviosismo de algunos de los chicos que tenían que hablar por los micrófonos, entre otras cosas. Además  podía charlar sobre los diferentes partidos de futbol de los diferentes campeonatos alrededor del mundo. La pasión por el futbol lo unía.

Tai aprovechó siempre que pudo, cuando Shiffer o las demás autoridades de la escuela no los veían, para conversar de cualquier cosa que lo alejara mentalmente de ese bodrio. Sí, en su entrenador había encontrado un refugio para la formalidad y el aburrimiento de aquel acto municipal. Agradeció haber tenido la compañía de aquel adulto, que si bien no eran amigos, para el oji-café era el único docente el cual tenía su respeto, e incluso hasta algo de admiración.

Cuando el acto terminó y por fin fue libre, Tai salió del ayuntamiento, esquivando a toda la gente, dispuesto a ir a la parada de ómnibus donde tomaría el colectivo para ir a la casa de T.K. Al doblar en la esquina se detuvo y admiró sorprendido lo desolación que azotaba aquella calle. El bullicio de la gente saliendo del ayuntamiento, a mitad de cuadra, parecía estar a kilómetros. Ni una persona, ni un auto estacionado, nada bajo el gris y desanimado cielo. Las veredas eran la soledad misma, donde solo la basura y los papeles se animaban a estar, movidos por la brisa. Los edificios de departamentos a ambos lados de la calle parecían deshabitados, con sus cortinas tristes cubriendo las ventanas, como si las personas que pudieran estar adentro no quisieran saber nada con el mundo exterior. A dos calles de distancia pudo ver la estructura de la parada de ómnibus, solitaria en el triste paisaje urbano.

Fugazmente se le pasó por la cabeza aquella charla de su padre hacía algunos días durante el desayuno, antes de que su horario de trabajo se intensificara y podía desayunar con ellos. “La ciudad se está volviendo muy peligrosa” le había dicho a él y a Kari “no caminen solos por lugares desolados, miren a todas partes siempre, si ven algo o alguien sospechoso, se alejan”.

Sin embargo, aquella advertencia le pareció tan innecesaria y superflua a su edad, como si le hubieran dicho “no hables con extraños” o “no comas cosas que encuentres tiradas en el suelo”.

Confiado de que nada ocurriría, caminó en dirección a la parada. Mientras contemplaba la extraña soledad de esa calle, donde no pasaba ni un auto o una moto que le hiciera recordar que eso era una ciudad y no un pueblo fantasma, escuchó dos bocinazos detrás suyo. Al girar su cabeza, curioso, vio a su entrenador en auto, conduciendo despacio para ir su misma velocidad.

-Taichi- le dijo sacando su brazo y su cabeza por la ventana - ¿Adónde vas?

-Aquí nomas, a aquella parada- contestó el castaño, señalando hacia delante sin dejar de caminar.

-Sube, te acerco- le ofreció el mayor amablemente.

-Jeje no es necesario, profe- sonrió Tai- son solo dos calles.

-Vamos, sube- le dijo el adulto con un rostro serio, demostrando que no aceptaría un “no” como respuesta- la ciudad está muy peligrosa últimamente.

-Está bien- dijo Tai, sabiendo que no se libraría del mayor.

Rodeó al auto detenido y se subió en el asiento del acompañante.

-No tienes que caminar solo por zonas así, desoladas- le dijo el entrenador viendo al frente mientras volvía a poner el vehículo en movimiento- ni un solo policía en cuadras ¡Y estamos a la vuelta del ayuntamiento! Que bárbaro, que desastre.

Tai solo asintió con su cabeza viendo por la ventana, reconociendo que el adulto tenía razón, pero sin darle importancia realmente.

-Uno se da cuenta viendo los noticieros, a pesar de lo digan los políticos- continuó el entrenador- la ciudad cada vez está peor y más violenta… todo pasó tan de repente- suspiró, como si recordara tiempos mejores.

Cuando terminó de decir eso, detuvo el auto al frente de la parada de ómnibus desierta, del otro lado de la calle. A la distancia, sobresaliendo entre el desolado paisaje urbano, se veía venir el colectivo.

-Ahora sí, ve. Yo me quedaré hasta que tomes el colectivo- le dijo el docente al moreno con una sonrisa.

-Gracias profe, nos estamos viendo mañana- saludó el castaño, saliendo el auto.

Cruzó la calle y le hizo seña al ómnibus para que se detuviese. Antes de que llegase volvió a observar a su entrenador al otro lado de la calle, levantando su mano en señal de saludo. El adulto le devolvió el gesto desde adentro del auto. Tai le sonrió, pero inmediatamente la sonrisa se le borró y la cambió por una expresión de perplejidad. Detrás del auto, saliendo de un estrechísimo callejón que separaba dos viviendas de 2 pisos cada una, aparecieron 5 tipos. Se acercaban al auto, caminando pero al mismo tiempo apurados. Tai los miró con sorpresa. Por la repentina aparición de estos, su cerebro no tuvo tiempo de ocuparse de ellos, de clasificarlos como algo normal o anormal, de algo que necesitaba atención o no. No fue hasta que uno de los sujetos reventó el parabrisas con un bate para que Tai reaccionara. Los 5 tipos rodearon el auto en tan solo un segundo.

El entrenador salió del auto y esquivó un puñetazo de uno de los sujetos, para contraatacar con un certero golpe en el estomago del atacante. Otro lo intentó tomar por detrás, pero el adulto se lo quitó con un movimiento brusco y lo golpeó en la cara. El mismo tipo que había roto el parabrisas le pegó con el bate en la rodilla, haciendo que se arrodillara en el pavimento por el dolor, pero logró recomponerse y evitar otro golpe que hubiese sido fulminante. Devolvió la atención en la rodilla con un puñetazo en la cara de aquel tipo.

-¡Profe!- gritó Tai al ver la escena que se había desencadenado en tan solo 2 segundos.

Intentó cruzar la calle, pero tuvo que echarse para atrás de un salto para evitar que el colectivo, que ante el peligro de la situación aumentó la velocidad olvidándose por completo que tenía que detenerse recoger a un pasajero, lo atropellara cual mosca contra el parabrisas.

Cuando el vehículo pasó, Tai cruzó la calle hacía la pelea sin siquiera pensarlo, solo lo hizo. Cuando estuvo a menos de 4 metros, se dio cuenta que los malhechores tenían su misma estatura y los gritos y exclamaciones que liberaban durante la pelea sonaban con el color de la juventud en sus timbres de voces. Eran adolecentes.

-¡No Taichi, vete!- le gritó el entrenador cuando le vio allí.

Cuando el entrenador giró para él, uno de los tipos se le acercó por detrás y le clavó un puñal por la espalda, haciendo que el adulto gritara de dolor.

Tai detuvo su carrera petrificado. La sangre comenzaba a manchar todo. Su cuerpo y mente no reaccionaban. Aquel grito del mayor, aquel alarido de agonía había entrado por su oído y rebotó en cada parte de su cerebro, de su ser, adornado con un eco horrible que lo único que hacía era aumentar su efecto. En tan solo 1 segundo, sus buenas intenciones, toda la enérgica voluntad de ayudar y el instinto de solidaridad murieron, desaparecieron, sin dejar nada que los sustituyera adentro del moreno. Ni siquiera miedo, o temor por su propia vida. Nada, como si se desentendiese de la situación, o del mundo en general. Tai quedó allí parado, apagado, mientras sus ojos miraban pero no procesaban al entrenador deslizarse lentamente sobre el auto hasta quedar sentado en el piso, tiñendo de sangre el vehículo.

Al levantar su mirada, no porque quisiera, sino porque su anulada percepción notó que algo se le acercaba al rostro, sintió como lo que parecía un puño cerrado impactaba contra su cara. El impacto fue tal, que voló sin resistencia alguna hasta chocar contra la parte interna de la puerta abierta del auto, que crujió al límite de su resistencia. Cayó sentado al pavimento, con la espalda apoyada en la puerta. La visión se le nubló de inmediato, mientras todo alrededor se tambaleaba. La noción de donde estaba o que hacía allí salió eyectada de su cabeza. Un liquido caliente le recorrió el rostro. Sin que se su cerebro lo ordenara, se pasó la mano por la cara y su nublada visión, que cada vez era más y más borrosa, logró ver sangre. Se preguntó si la sangre le salía por la nariz, por el ojo o si el golpe le había abierto la mejilla, pero sin preocuparse realmente.     

 Cerró los ojos y un pesado y repentino sueño se apoderó de él. Aquello le gustó, ya su alrededor no giraba ni se tambaleaba. 

Notas finales:

Bueno hasta aquí nomas, espero que les haya gustado. Ya saben, cualquier duda, pedido, queja, amenaza o consejo me lo dejan en los comentarios jajajaja. Bueno solo eso, espero poder terminar el cap siguiente esta semana para poder publicarlo el próximo sábado. Nos leemos luego, hasta pronto!!

En esta ocación no hay canción jaja.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).