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Buenas intenciones por exerodri

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Notas del capitulo:

Buenas! Como están? Yo feliz de poder traer el cap 10 de esta historia. A pesar del asedio del estudio, disfruté de escribirlo. Un día agarré la notebook y sin darme cuenta escribí como la mitad del cap, de un solo tirón. Días después, otra buena parte. Otro día, la parte final. Aunque me vea obligado a escribir cada tanto, cuando lo hago, lo hago con todas las ganas  , al parecer jaja.
En este cap nos distanciamos de la pareja (por lo menos al principio) para poder entender mejor los hechos relacionados con uno de los personajes en el futuro.
Me pregunto que personaje les gusta más (de la pareja)  Si Tai o T.K.
Espero que lo disfruten, o que esté pasable siquiera je.

La construcción de una estrella

La oficina de Paul Larenz era una de las más grandes y vistosas de toda la compañía que producía ropa e insumos deportivos. Exquisitos muebles, decorados en madera caoba, primorosas estatuillas de diferentes materiales preciosos de diferentes partes del mundo y demás lujos adornaban la imponente habitación. Además tenía una secretaria propia. Sin dudas, para la mayoría que visitaba la oficina por alguna circunstancia de trabajo, lo mejor era la hipnótica vista que se disfrutaba por estar en los últimos pisos de uno de los edificios más altos de la ciudad capital, aunque Paul raramente se detenía a contemplarla.

En realidad, él no había pedido nada de esa oficina. Todo se le había entregado por las máximas autoridades de la compañía como premio por sus impagables esfuerzos. Agradecía los reconocimientos, pero a Paul solo le importaba trabajar y hacer de su labor, que no era poco, cada vez más eficiente.

No era un funcionario más de la compañía. Si había que armar un top 5 de las personas más importantes de la empresa, aparte del presidente, él estaría sin dudas en esa lista. Hacía y deshacía a su voluntad, se había ganado ese poder. Sus decisiones en el pasado siempre fueron correctas y dejaron en ridículo tanto a la competencia como a propios compañeros que no creyeron en él. Y las pocas veces que se equivocó, lo supo solucionar con una audacia y un tacto que hacían pensar que él había nacido para ser un empresario de renombre. Gozaba de la tranquilidad que su propia disciplina para el trabajo le suministraba.

 Pero ese día, esa tranquilidad se veía temporalmente interrumpida. Así había sido en muchas ocasiones desde que visitó accidentalmente por primera vez esa ciudad olvidada. Un hormigueo en el estomago lo visitaba frecuentemente cuando pensaba en su posible nuevo proyecto. En la posibilidades.

Sentado en su silla de escritorio, observaba por el inmenso ventanal de su oficina en completa oscuridad. Era una de las pocas veces que Paul se dispuso a observar el paisaje urbano. Desde su privilegiada vista podía ver un importante monumento en el medio de una de las avenidas más importantes de la capital. El puerto también se lucía, adornado por imponentes rascacielos alrededor, todo bajo un purpureo atardecer otoñal.

El franco que le había regalado su padre se paseaba sobre los nudillos de su mano derecha, con una agilidad que hacía parecer que la moneda tuviera vida propia.

El chirrido del teléfono en su escritorio rompió la meditativa paz. No le molestó. Eso era lo que esperaba. Giró sobre el eje de la silla y presionó el botón del altavoz.´´'

-¿Sí?

-Señor Larenz, ya llegaron las carpetas que pidió- escuchó por el dispositivo la voz de su secretaria cincuentona. Cincuentona por solo unas cuantas semanas más.

-Perfecto, hágame el favor de acercármelas- soltó el botón.

Afuera de la oficina, la secretaria se levantó de su escritorio y carpetas en mano entró abriendo las pesadas puertas de madera. Le sorprendió ver la silueta del señor Larenz a contraluz del atardecer al otro lado de la extensa habitación en penumbras. En realidad, le sorprendía el solo hecho que el señor Larenz estuviera en su oficina siquiera. Aquel hombre vivía trabajando, pero no sentado cómodamente en esa habitación llena de lujos. No. Él solía ir de oficina en oficina, de sector en sector, de departamento en departamento de la compañía, aun cuando no le correspondía. Era como si necesitara hacer las labores correspondientes a su sector él mismo ¡Y manejaba varios sectores! Desde marketing a logística de ventas, financiamiento y administración de quien sabe qué cantidad de productos. Nunca en sus 50 años de vida había conocido a nadie con ese fervor por el trabajo y hacer dinero.

Guiándose con la luz que entraba a su espalda desde la puerta abierta que se estiraba hasta el escritorio del señor Larenz, la secretaria caminó hasta él.

-Aquí tiene- dijo depositando las carpetas en el escritorio.

-Muchas gracias, ya puede irse a casa- le contestó el peliblanco con una sonrisa, sin dejar de hacer pasear esa extraña moneda sobre los nudillos.

-Todavía falta 1 hora para que termine mi turno- dijo, no era la primera vez que el señor Larenz le hacía salir más temprano del trabajo. Lo había hecho infinidad de veces-  ¿Desea que llame al departamento de ventas para preguntar si ya tienen el informe que Ud. pidió?

-No gracias, lo haré yo mismo después.

La secretaria suspiró sonriendo. Ya sabía que su jefe iba a contestar aquello; incluso hacía las llamadas que una simple secretaría tendría que hacer, por más nimia que fuese.

-Ya sé que se lo vengo repitiendo hace 10 años- dijo ella ladeando la cabeza, sacando su lado maternal- pero tiene que depositar más tareas en sus dirigidos, incluso en mi. Ud. hace todo, señor Larenz, deje que le ayudemos.

El hombre sonrió como hacía siempre, ya habían tenido esa charla cientos de veces.

-Lo único que hago es recibir llamados y tomar mensajes por Ud.- agregó- si bien gano lo mismo que si hiciera mil tareas, me siento inútil.

El peliblanco carcajeó.

-Le agradezco su predisposición al trabajo, en serio- le dijo sin dejar de sonreír y guardando la moneda en el bolsillo de su saco- se necesitan más personas así en este país- mencionó como si fuese un afectuoso cumplido- pero sabe como soy ¿No? no debería sorprenderse después de 10 años trabajando juntos.

La mujer sonrió condescendientemente.   

-No se quede durmiendo en la oficina, es lo único que le pido- dijo la secretaria.

-Jeje no lo haré de nuevo, ya se lo dije muchas veces- rió el hombre- vaya con cuidado.

La mujer saludó con una sonrisa y se dio media vuelta, de nuevo hacía la luz. Sabía que el señor Larenz era muy estricto y mandón con sus subordinados, e incluso iracundo con los que cometían algún error. Pero con ella siempre se había portado amable. Agradecía conocer el lado humano de ese hombre de pelo blanco que todos temían y admiraban al mismo tiempo.

La secretaria abandonó la oficina cerrando la puerta tras de sí. Solo de nuevo, con la tenue luz natural que regalaba el atardecer entrando por el ventanal, Paul observó las dos carpetas. Al fin las tenía en su poder. Su posible nuevo proyecto.

Se levantó y tomó la que más le interesaba. Se acercó al cristal para que pudiera leer mejor su contenido con la luz del día que a esa hora comenzaba a escasear. Al abrirla, se topó con una foto de archivo que evidentemente necesitaba actualizarse, pero eso no era importante.

-Takeru Takaishi- dijo leyendo el nombre que encabezaba el archivo.

Había obtenido esa carpeta gracias a la escuela adonde asistía el chico. Si bien al principio se negaron, diciendo que brindar información de sus alumnos a terceros no estaba permitido, el abrumador poder del dinero había logrado persuadirlos. Nada era demasiado caro para él cuando se disponía a lograr sus metas. Y esta era una importante, sino la más importante de los últimos años.

Ojeó el resto de información que le brindaba la primera de las pocas páginas de ese expediente. Pudo leer el nombre de la madre, la tutora legal de Takeru, y su número de teléfono. Aparecía el numero del padre como otra opción de contacto, pero nada más. "Evidentemente sus padres están separados" pensó mientras seguía leyendo, ya que no había otra información del padre. Tenía su dirección. El registro de sus notas: un poco más arriba que el promedio. No era un estudiante brillante pero tampoco uno de los peores. Sus aficiones escolares. Los clubes donde había participado, que no eran muchos pero de seguro era debido a su corta edad. Un historial de los chequeos médicos realizados en la escuela a lo largo de los años: todo normal.

Paul sonrió al tener esa información en sus manos, aunque fuese poca. Necesitaba conocer a ese chico lo mejor posible, era su obligación si deseaba llevar a cabo lo que planeaba. Nada era demasiado en esas circunstancias. Había mucho en  juego.

Desde que vio jugar al rubio por primera vez hacía dos meses, no se había perdido ni un solo juego. No importaba aplazar temporalmente sus obligaciones y tomar un vuelo todos los fines de semana desde la capital hasta aquella horrenda ciudad. Aquello era más importante que cualquier cosa.

Preguntando en la escuela del muchacho, siempre supo donde ir para presenciar el partido si no era que jugaban en el micro estadio municipal de la ciudad. Y si necesitaba tomar un bus para viajar a otra localidad cercana porque jugaban de visitante, no había ningún problema. Lo hacía. No podía perderse el ver al ojiazul jugar. Cada partido se la pasó en la grada, solo, en silencio, observando únicamente al chico de 14 años.

Necesitaba sacarse la duda de que si lo que había presenciado la primera vez no había sido un hecho aislado. Y para su tranquilidad, se dio cuenta que no lo había sido. Muy lejos de eso. Cada partido que presenció, Takeru brilló como en la primera vez que lo vio. El rubio, aparte de demostrar habilidades que lo distinguía del resto, mostraba esa presencia, esa impronta y ese carisma que atrapaba al publico de momento. Aquello era lo que a Paul le fascinaba, como una polilla atraída por la luz de un foco.

Cerró la carpeta y se apoyó sobre el cristal del ventanal, viendo como las luces de un edificio cercano poco a poco iban prendiéndose, a la vez que el sol se apagaba en el horizonte. El hormigueo seguía en su estomago.

Los recuerdos lo invadieron. Cerró los ojos y se dejó llevar por las imágenes del pasado que volvieron a su mente. Imágenes de hace 15 años.

Recordó cuando era un don nadie, quejándose de su mala suerte apoyado sobre su destartalado auto,  en la costanera de una ciudad costera lejana de la capital del país. Había viajado hasta allí en representación de la empresa para cerrar un trato con inversionistas, pero había fallado. Llorando sobre la leche derramada veía como la gente se divertía en la playa mientras caía el sol.

"Y así es como se pierde un trabajo" pensó, mientras veía el cielo anaranjado, cuya belleza no lograba mitigar la tristeza en su interior.

Cuando estuvo a punto de subirse al auto para volver a casa y seguramente ser despedido cuando llegara, un distante sonido llegó a sus oídos: exclamación de una multitud. Sin entender porque aquello le llamó tanto la atención, se dejó guiar por la curiosidad y se dirigió al tumulto de personas que se encontraba ladera abajo, en el límite del concreto y la playa. Abriéndose paso entre el grueso de personas, desentonando a más no poder por ser el único que usaba camisa y corbata en la playa, llegó al núcleo de la muchedumbre.

Entonces lo vio.

En una cancha callejera al borde la playa, un joven jugando al basquetbol humillaba a sujetos mayores a él, además de más altos. Paul se quedó shockeado. No solo por los movimientos, sino por como ese chico cautivaba a la gente que se había juntado espontáneamente a presenciar el encuentro. Se lo podía sentir. La gente no estaba allí por el partido en sí, estaba por él.

Paul sacó su franco del bolsillo del pantalón y lo paseó entre sus nudillos, sin dejar de presenciar el encuentro.

Aparte de la habilidad y el carisma, estaba la imagen. Aquel chico, de cuerpo torneado y pelo negro, corto y en puntas, atraía las mirada. Aun siendo un hombre casado que ya había pasado la barrera de los 30, Paul pudo reconocer que aquel era un mocoso atractivo. Los rasgos rectos y varoniles del chico, pero a la vez armoniosos y suaves, le daban una apariencia de alguien sacado de una revista de adolecentes. Reía, disfrutaba de jugar, de su juego, y así hacía disfrutar a los que lo miraban.

Entonces, mientras observaba a ese muchacho de ojos oscuros y sonrisa resplandeciente, a Paul Larenz se le ocurrió la idea que le cambiaría la vida. A él y a ese muchacho que todavía no conocía.

Los referentes deportivos existían desde el principio del deporte. Siempre hubo algún líder que sobresalía en los equipos de diferentes deportes: futbol, hockey, rugby, vóley. Pero con el fervor del capitalismo, aparte de demostrar su talento dentro del campo de juego, los referentes, los lideres, también adquirieron otra función producto de su fama: ser la imagen de las marcas deportivas.

En ese momento, durante esos años, el puesto de referentes importantes estaba cubierto en los diferentes deportes. Pero en basquetbol... ¿Había alguien que se pudiese denominar una estrella? Al preguntarse eso, Paul se dio cuenta que no. No por lo menos en el ámbito nacional. El básquet había sido dejado de lado por parte de las grandes empresas y marcas del deporte. Al parecer, no veían un terreno productivo para invertir. Pero eso podía cambiar, pensó Paul. Y en ese momento, él estaba ante ese posible "cambio".

Una vez el partido terminó, Paul se quedó parado al borde de la cancha, mientras el viento le llenaba de arena los zapatos. Sostenía su saco por sobre su hombro. En silencio, observó como el chico que había llamado su atención tomaba agua de una botella, mientras hablaba con sus compañeros de equipo improvisado. El pelinegro cruzó la mirada con él por un segundo. Paul no perdió tiempo y le llamó con su mano, mostrando una sonrisa. El muchacho al principio dudó, pero la curiosidad pudo más y este se acercó.

-Chico, buen partido- dijo Larenz una vez el muchacho estuvo lo suficientemente cerca.

-Gracias- le contestó el pelinegro, tomando otro trago de su botella- estuvo reñido.

-Nada de eso, les pasaste por encima- contestó Paul, con la intención de despertar intriga en el chico. Por la mirada que este puso, supo que lo había logrado- tu eres demasiado bueno para desperdiciar tu talento aquí, mereces algo mejor.

Ni siquiera el mismo Paul se reconocía. El fugaz pero poderoso presentimiento de estar ante una gran oportunidad le había dado una energía y una vitalidad impropios. Se olvidó por completo de la reunión fallida con los inversionistas y de sus penas.

-¿Y tú eres algún tipo de cazatalentos o algo?- le preguntó el muchacho sin entender que significaban esas palabras.

-Puedo ser más que eso, si me das la oportunidad- los ojos del joven mostraron todavía más curiosidad- trabajo para una empresa de ropa deportiva, seguramente la conoces- dijo entregándole una tarjeta con el logo de la marca.

"¡Pero claro que la conozco!" Fue la expresión del chico al ver el logo en el papel. Eso era lo que Paul justamente quiso lograr, que el muchacho se sorprendiera. ¿Cómo era posible que alguien joven no conociera esa marca?  Paul se había dado cuenta que las zapatillas del muchacho eran de esa marca, al igual que su short. Sus calzoncillos seguramente eran de la misma marca incluso.

-Si te interesa, podría conseguirte una prueba para un equipo importante de la liga nacional ¿Te imaginas como profesional? Yo si- sonrió el peliblanco, que por aquel entonces su pelo todavía conservaba su castaño claro natural.

El muchacho se quedó catatónico, con la tarjeta en la mano, como si todo fuese demasiado irreal para ser verdad.

-Te dejo mi tarjeta, ahí está mi numero- agregó ante la cara de sorpresa del pelinegro- ¿Eres de jugar aquí seguido?

-Sí, todos los viernes- le respondió el chico como si le faltara el aire.

-Bien, si no te decides en llamarme y decirme tu decisión, vendré el próximo viernes, pero será tu última oportunidad- dijo ofreciendo estrechar la mano- me llamo Paul, tu eres...

-Manu- le dijo el muchacho estrechándole la mano y viéndolo a los ojos- Manuel Finóbili.

Solo cuando volvió a la capital, Paul Larenz se dio cuenta de la locura que había hecho. Había vuelto sin éxito de su junta con los inversionistas ¿Y para colmo tendría el descaro de pedirle a la junta directiva fondos para llevar a cabo su descabellado plan? ¿Con que cara lo haría? Si no lo despedían por haber fallado con los inversionistas era un milagro, pero no se acobardó. Estaba decidido a seguir su corazonada, era lo único que le quedaba para dejar de ser un don nadie.

Nunca supo porque, si fue por su desmedido entusiasmo, por su seguridad al momento de exponer su proyecto, por su desesperación, o si los funcionarios estuvieron de buen humor ese día, pero aprobaron su idea. Paul se los agradeció como si le hubieran dado la mejor última oportunidad de la historia, sabiendo que si fallaba, él mismo debía presentar la renuncia.

Los días pasaron y la llamada del muchacho nunca ocurrió, sin embargo no se permitió desilusionarse.  

Llegado el viernes, llenó el tanque de gasolina con su propio dinero y viajó de nuevo a la ciudad costera, sin siquiera saber si su destartalado auto soportaría el viaje. No le importó conducir 5 horas de ida para consumar su idea, sabía muy bien que debía presentarse como había prometido para hacerle entender al joven que su propuesta iba en serio.           

Al llegar a la costanera, vio otro amontonamiento de gente en la misma canchita al borde la playa. No necesitó preguntárselo, supo que allí estaría el pelinegro. Y así fue. Paul vio durante todo el partido a Manu, confirmándose a sí mismo que ese chico tenía algo que era justo lo que él necesitaba. No supo ponerle un nombre, tan solo le llamó Eso. Sí, Manu tenía Eso. No había sido una casualidad su actuación el viernes anterior.

Cuando el partido terminó, el muchacho le buscó con la vista entre la multitud que se dispersaba. Ni bien lo vio, caminó hacía él sin titubear.

-Hagámoslo- le dijo viéndolo a los ojos.

Paul sonrió.

Así comenzó su historia juntos.

Primero, Paul se encargó de conseguirle al chico un contrato profesional. No fue difícil. Un equipo de la liga nacional de básquet tenía a la empresa de ropa como principal sponsor y proveedor de indumentaria . Solo necesitó de la ayuda de algunos contactos para "obligar" a la institución a contratar al joven de 17 años como jugador. Era eso, o el club se vería privado de una buena parte de dinero proveniente de publicidad. Con la presión de esa misma amenaza, el entrenador del equipo no tuvo otra opción de hacerlo debutar en el campeonato.

En su primer partido, el cual jugó contados minutos, Manu no defraudó a Paul. No hizo una gran diferencia, pero había causado un efecto en la gente. La había cautivado. Eso era lo importante. Y con la ayuda de la televisión, Larenz supo que la cosa ya se había puesto en marcha.

A su vez, Paul movió sus demás piezas. Sabía que solo con el talento no alcanzaba. Manu necesitaría una ayuda, y él y sus contactos (o mejor dicho, los contactos de la empresa) serían los encargados de brindársela.

 Muchos diarios y radios tenían a la empresa de ropa deportiva como importante sponsor y apoyo económico. Aprovechando eso, esta no se privó de influir lo más que pudo en la información que esas cadenas de noticias brindaba al público.

"Joven promesa del básquet"

"¿Nace una estrella?"

"Finóbili ¿Quién es este chico?"

Fueron algunos de los encabezados en los diarios, que poco a poco fueron incrementando sus palabras de elogio para el juvenil. Lo mismo con los relatores de los partidos. Estos entendieron rápido lo que tenían que hacer si deseaban conservar sus trabajos. Los elogios hacía el chico no se hicieron esperar. Así, bajo la meticulosa y benefactora vigía y tutela de Paul, Manuel Finóbili se fue ganando el visto bueno de la opinión popular, sin siquiera saber porque.

Su popularidad creció y creció. La prensa influía en la gente, y la gente influía en el entrenador del equipo, obligándolo a poner a Manu cada vez más minutos. Un circulo vicioso, el circulo que la empresa quiso establecer. En tan solo 5 meses de haberse convertido en profesional, el juvenil ya era titular. Incluso los propios jugadores de su equipo y los equipos contrincantes comenzaron a pensar en Finóbili como un jugador "diferente", como una especie de flamante estrella a la cual tener respeto. Después de todo ¿Algo tenía que tener para que todo el mundo estuviera hablando de él? ¿No?

Paul nunca se perdió ni un solo partido de su "proyecto". Estaba atento, pendiente de cualquier circunstancia que podía pasar. Se encargaba todos los días de llevarlo a las practicas, de su alimentación, de que no se enfermase, de sus chequeos médicos, incluso de que terminara el colegio. Fue su sombra, nada malo podía pasarle. Cumpliendo varios roles a la vez, siempre estuvo al lado de Manuel, cuidándolo de los peligros que la repentina fama podría traer. E incluso cuidándolo de sí mismo, de que no hiciera alguna estupidez propia de la juventud. Supo lidiar con berrinches y provocaciones de adolecente malcriado, prohibiéndole fumar o emborracharse en fiestas. Por lo menos lo más que pudo. No iba a dejar que nada, ni siquiera el propio Manu, le arruinara su plan.

Con el tiempo, influenciado por los elogios y el calor de la gente, Manuel Finóbili fue ganando seguridad en sí mismo: comenzó a ser más audaz en la cancha; tal como lo había sido toda su vida jugando al borde de la playa con sus amigos, con la brisa proveniente del mar como compañera. Poco a poco fue creyéndose el mejor, tal como lo pintaban los diarios y el clamor popular, lo que hizo que sus habilidades mejoraran. Tal vez no era el mejor jugador de basquetbol del país, pero para todos ya lo era, con tan solo 18 años. Eso era lo que importaba.

Así, comenzó lo que Paul Larenz había predicho aquel día que encontró a Manu en la playa. Las ventas de las camisetas de Manu Finóbili explotaron. Los locales comerciales reclamaban desesperados nuevos pedidos a la empresa, por que se acababan en cuestión de días. Igual con el modelo de tenis que usaba el muchacho. Igual las muñequeras. Todo lo que tenía el nombre de Manu Finóbili era comercializable.

El departamento de la empresa encargado de hacer todo lo referido al basquetbol tuvo que cuadruplicar su personal para cumplir con la demanda. El dinero entraba a caudales gracias al chico, mientras Paul Larenz se llenaba de elogios y reconocimientos por parte de sus superiores.

La empresa exploró nuevos horizontes. Mochilas, bolsos deportivos, útiles escolares, camperas, gorras; todo lo que podía tener la cara o el nombre de Manuel, servía para ser vendido, y se vendía mejor que todo. La empresa se había asegurado de conservar el derecho de imagen de su estrella, así que todo los ingresos iban a parar a la marca.

Paul se encargaba de manejar la agenda del muchacho. Era su consejero, manager, asesor de imagen, publicista, amigo y hasta padre en algunas ocasiones. Le indicaba a que emisora de radio aceptar una entrevista, a cual no. A que programa de televisión asistir, a cual no. Sabía que su éxito personal dependía de que tan bien le fuera a Manu, y este todavía no tenía techo que detuviera su crecimiento.

Sabiendo que Manu tenía potencial para traspasar el ámbito del deporte y llegar a otro tipo de público (y con eso a otros mercados), Paul no desaprovechó la buena apariencia del muchacho. Las revistas para adolecentes se peleaban por hacerle notas y sesiones de fotos para sus ejemplares. Toda y cada una de las ediciones que lograron hacer un nota o una sesión de fotos a Manuel fueron un éxito de ventas. Rumores de un romance con una estrella pop juvenil catapultaron al joven a estar en todos los programas de chimentos y farándula en general.

Manu había entrado en el grueso de la cultura general. Las chicas lo amaban, los chicos querían ser como él.

A los 19 años Manu ganó su primer título: su equipo se alzó con el campeonato nacional de Basquetbol después de muchos años de sequía. Si bien todo el equipo había logrado un buen rendimiento, los ojos del mundo deportivo se posaron sobre le juvenil. Todo había sido "gracias a él", ya sea por lo hecho adentro del campo, como por el envión anímico que significaba tener a Finóbili en el equipo. La rueda tomó aun más impulso.

A los 20 años, Manuel Finóbili se había convertido en lo primero que aparecía en el inconsciente colectivo cuando alguien escuchaba la palabra "básquet". A su vez, el deporte en sí se benefició de aquella "fiebre" que la popularidad de Manu trajo. Creció a nivel nacional. La gente se interesaba más por esa actividad, que hace unos años solo era un deporte más a la sombra de otros deportes más populares. El ministro de deporte de la nación lo nombró "Ciudadano ilustre".  

A los 21 años de edad, llegó la primera convocatoria a la selección nacional. Si bien el entrenador creía que había otros jugadores con más habilidad o trayectoria que Finóbili para ser convocados, no pudo negar que el joven era "el jugador de la gente". Ese título tenía peso.

A los 23 años, el rostro de Manu ya estaba por toda la ciudad capital. Las diferentes empresas se peleaban para que fuera la imagen de algún producto nuevo; desde dentífrico, pasando por ropa interior, cremas para dolores musculares, aceite de motor, hasta electrodomésticos. Si Manuel aparecía en la publicidad del producto, cualquiera que fuese, entonces era bueno. Así lo percibía la gente y se reflejaba en el mercado. La fiebre por Finóbili parecía no tener fin.

Otro título con el club potenciaron de nuevo la imagen del jugador. Del campeón. Del mejor.

El arte audiovisual también supo aprovechar la fuerza de la ola. Apariciones cortas en películas, series o video clips musicales hicieron de Manuel alguien aun más conocido.

La empresa ya no solo vendía sus productos deportivos en el país, sino también en los países limítrofes. Esta se posicionó como una de las marcas más importantes del continente, mientras Paul Larenz era ascendido y recibía una nueva oficina.

Entonces, a los 24 años de Manu, Paul logró lo más trascendental en la carrera de su jugador y en la suya. Había logrado que un equipo de la NBA quisiera fichar a Manuel Finóbili. El contrato por dos años se firmó y el pelinegro fue noticia nacional otra vez. Había entrado en la historia del deporte nacional.

Era la primera vez en muchos años que un compatriota lograba tener el talento  suficiente para jugar en la NBA. El boom de ventas de todo lo que tuviese algo que ver con Manu Finóbili no tuvo precedentes. Pocos meses luego de que Manu fuese fichado, otros jugadores más jóvenes fueron fichados también por diferentes equipos de la NBA. Pero Manu había sido el primero, él había abierto el camino. De eso nadie se olvidada.

Durante el tiempo que el jugador formó parte del plantel en el equipo de la NBA, Paul Larenz tuvo su propio palco en cada encuentro, de vez en cuando acompañado de empresarios y representantes de todas partes del mundo. Se codeaba con los grandes. Aun así, nunca dispuso que otro hiciera su trabajo. Él mismo se encargaba de todo lo que tuviese que ver Finóbili, tal como desde el primer día. No podía relajarse, necesitaba controlar todo. Y supo que todo su esfuerzo no había sido en vano cuando logró alejar a Manuel de algunos excesos que la exuberancia de la NBA trajo.

Los 5 años en los que Finóbili jugó en la liga de básquet más importante del mundo, pasó sin pena ni gloria. Cumplió con lo mínimo y necesario para que el equipo norteamericano no le rescindiera el contrato y se molestara a buscar otro que completara la planilla de profesionales. En ningún momento fue titular indiscutible ni muy influyente en su equipo, pero eso no importaba para Paul y la empresa. En su país de origen, la figura de Manu, el compatriota que había logrado sus sueños, se acrecentó.

Ni siquiera cuando el equipo de la NBA no quiso renovarle más el contrato fue algo negativo para su transcendental imagen. Volvió a su país como un héroe. La fuerza de la ola todavía seguía intacta. Los titulares de los diarios en vez de decir: "Finóbili ya no tiene lo que se necesita para jugar en la NBA" o "Fin de camino", decían: "Vuelve Manu por amor a su país"  o "La liga nacional se llenará de magia otra vez".

Manuel Finóbili firmó un nuevo contrato con el club donde debutó y continuó su carrera, ya establecido como una leyenda viviente del basquetbol.

Pero Paul Larenz sabía que todo ciclo tiene un final. Si bien Manu todavía generaba mucho dinero para la empresa por toda la indumentaria con su nombre que se vendía, la cosa parecía haberse estancado. Y era lógico, pensó Paul. Manu ya había pasado los 30. Cada vez se distanciaba más y más de la nueva juventud. Los adolecentes y jóvenes podían tenerlo de referente, de ídolo, pero ya no se identificaban con él. Además, su equipo hacía mucho tiempo que no peleaba cosas importantes en lo deportivo. Todo el peso que el apellido Finóbili poseía, era producto de lo que había sido, no por su presente. Ni que hablar de su futuro. La fiebre que despertó Manu Finóbili había tocado techo, y solo tenía una dirección de ahí en más: hacía abajo.

Si bien Paul sabía que no podía detener el debacle natural de su estrella, no podía ver aquello con pasividad y resignación. Necesitaba focalizarse, apuntar hacia el futuro.

Con el dinero que había ganado podía retirarse y no volver a trabajar en su vida, pero eso a Paul no le interesaba. No estaba en sus planes dejar de trabajar, era una locura. Un pecado. Su personalidad, su esencia era la de un trabajador. Tenía que lograr que la rueda siguiera girando, por lo menos por otros 15 años más. Allí es donde Takeru entraría.

Para Larenz no era casualidad el haberse encontrado con Takeru en ese momento de su vida. Encontrarse por accidente con alguien joven, con la misma chispa (aunque el chico todavía no lo supiese) que Manu, no podía ser coincidencia. Incluso el rubio era igual o más apuesto que Manu en su juventud. Demasiada coincidencia. Demasiado potencial para ser ignorado.

La llama de Manuel Finóbili se apagaba, pero la de Takeru Takaishi podía encenderse y continuar con aquella luz, con esa euforia popular. Takeru tomaría el lugar que Manuel dejaría vacio al momento de retirarse. Paul ya se imaginaba los titulares de los diarios, con la foto de Manuel y Takeru juntos en el último partido del pelinegro. El encabezado diría "Pupilo y maestro" o "El heredero", o "Hay talento para rato". Seguramente alguna babosada se les ocurriría a los del diario, las posibilidades eran infinitas.

A Paul le emocionaba la idea. En caso de que el ojiazul aceptara, haría todo lo que hizo con Manu de nuevo, pero incluso mejor. Ya tenía experiencia, había aprendido del pasado. No cometería los mismos errores, aunque pocos, que hizo con Manu.

El futuro se veía demasiado prometedor. El boom de la informática, de los dispositivos móviles, de las redes sociales, de la híper conectividad, mostraban una nueva y fascinante oportunidad de implantar al "nuevo astro del deporte" en la sociedad. Lograría que la imagen de Takeru Takaishi estuviera aun más presente en la gente de lo que estuvo Manuel Finóbili.

Si bien el rubio aun era muy chico para hacerlo debutar en la liga y exponerlo de esa manera, Paul sabía que tenía que "atraparlo" desde ahora. Lo tendría bajo su ala, enseñándole de modo disimulado como es el mundo al cual entraría cuando estuviese listo. Haría que entrenase duro mientras dure su anonimato, para mejorar aún más sus habilidades, mejorar su físico, y de esa forma facilitar su "Boom" al momento de saltar a la fama.

Tanto potencial.

Un avión cruzando el ya oscuro cielo sacó a Paul Larenz de su sueño despierto. Todavía inmerso en el apetitoso futuro, dio un suspiro y dejó la carpeta de nuevo el escritorio.

Aun apoyado en el cristal, se quedó observando la otra carpeta que le habían traído.

Paul no podía creer su suerte. Durante varios meses se había paseado por las canteras y equipos juveniles de los principales equipos de la liga nacional de basquetbol, buscando sin éxito lo más parecido a un sucesor de Manu. Y cuando lo consiguió, no solo encontró al “indicado”, sino también a una posible segunda opción. Un plan B.

Tomó la otra carpeta y la abrió, aprovechando la ya casi inexistente luz del sol para leer.

-Andrew Ivanovic- susurró.

Aquel chico pecoso, de la misma estatura y edad de Takeru, también le había llamado la atención. Aunque la primera opción era el rubio, aquel castaño también poseía “Eso”, además de también ser atractivo. Si bien Larenz al principio no creía que el destino le había mostrado dos posibles reemplazantes de Finóbili a la vez, a medida que fue pasando el tiempo y los partidos, fue aceptándolo. No estaba de más hacerle también un seguimiento al muchacho de ojos verdes. No todos los días se encontraba con alguien que reuniera los requisitos para ser parte del proyecto.

Mientras leía los datos en el papel, Paul sintió pena por el castaño. Si no fuera por el ojiazul, de seguro él hubiese sido el elegido. Andrew  hubiese sido el afortunado de recibir tan grandiosa oportunidad, tan inigualable regalo. Cambiar su ordinaria vida y obtener lo que todo el mundo quiere: fama, reconocimiento, dinero… todo. Pero eso ya estaba reservado para Takeru.

Pero… ¿Había algo más sobre aquel joven de pelo castaño y pecas?

El peliblanco observó la foto registro del ojiverde, que a diferencia de la de Takeru si estaba actualizada. A pesar de que una parte de su mente se obligaba a no mesclar los asuntos personales con el trabajo, a Paul se le cerró el pecho. Analizó la foto con un empeño que le dolía. No quería hurgar en los recuerdos, en su pena…pero no pudo evitarlo.

Ese pelo marrón claro, esas pecas, esas facciones. Ya lo había notado antes, al ver a Andrew por primera vez. Si no fuera por los ojos claros, aquel muchacho era una copia exacta de… era idéntico a… 

 “Alan…hijo”

Cuando los ojos se le humedecieron demasiado y los recuerdos fueron un golpe muy duro, Paul cerró rápidamente la carpeta y la tiró junto a la otra sobre el escritorio. Peinándose con una mano, bordeó el escritorio y caminó de manera firme y apresurada hacía la puerta. Se obligó a enseriar su rostro.

Estaba cansado, no tenía que hacerse caso. No había que mesclar lo personal con el trabajo. Nunca.

   El turista

Tai tenía sus ojos fijos en aquel rubio, que caminaba entre la gente sin saber que era seguido. Guardaba una distancia prudente, pero se encargaba de tenerlo siempre a la vista. Sabía que esa era la oportunidad de saber el secreto de aquel idiota, no podía desaprovecharla.

Su propia curiosidad fue ganando terreno con cada minuto que perseguía al blondo. Este se dirigía a la zona más pintoresca de la ciudad; el lugar donde vivían los políticos, los empresarios y toda la gente con suficiente dinero para poder costearse vivir en los presumidos edificios del centro.

Cuando vio que el ojiazul se metió en una mercería, Tai esperó, disimulando ver la vidriera de un local de celulares al otro lado de la acera. Siempre pendiente. Cuando pasaron algunos minutos, dudó si acercarse al local donde había entrado Matt o seguir esperando ¿Y si lo perdía? ¿Y si Matt salía por otra salida de la mercería? No, no podía permitirlo.

Sin embargo, cuando estuvo a punto de cruzar la calle, el rubio salió del local. El moreno giró sobre sí y se pegó desesperadamente de nuevo a la vidriera de los celulares, maldiciéndose por casi estropear todo. El susto le había hecho transpirar en frio.

Contó unos segundos y se animó a ver sobre su hombro. El hermano de su novio seguía parado al frente de la mercería, abrochándose algo en su campera a la altura del corazón. Tai se apoyó sobre un poste de luz para poder estar más cerca y ver mejor. Cuando el rubio apartó sus manos del pecho, el oji-café pudo ver que era: una banderita, aparentemente de plástico. No supo ubicar de que país exacto era esa banderita, la geografía no era su fuerte, pero supo con seguridad que era de algunos de esos países al norte de Europa. De esos países donde la gran mayoría de la gente era rubia y de ojos claros. Tai no entendía nada.

Matt se acomodó la banderita en su pecho y continuó su caminata. Mientras le perseguía, el moreno intentó imaginar una posible explicación para lo que Matt hacía, pero no se le ocurría nada. Solo supo con seguridad que su curiosidad crecía y crecía.

La próxima parada del blondo fue uno de los innecesarios puestos de  información turística que los funcionarios del gobierno esparcieron por la ciudad para los turistas que nunca fueron y que nunca irían. El ojiazul tomó un mapa de la ciudad del mostrador ante la mirada aburrida de una promotora, que no hizo ni el mínimo intento de hablarle, y continuó caminando. Mientras abría el mapa con una mano, se acomodó el pelo con la otra, cambiándose el peinado a uno completamente diferente al que solía usar.

 "¿Que mierda estás haciendo, Matt?" preguntó Tai en su mente, mientras seguía al rubio de cerca, esquivando a las personas.

Llegaron a la plaza en el corazón de la zona adinerada de la ciudad, en donde Tai usó un árbol como escondite. A unos metros, algunos niños jugaban en el césped. Observaba fijamente a Matt, quien, en la acera que bordeaba la plaza, sostenía el mapa de la ciudad desplegado y lo examinaba minuciosamente. El ojiazul observó a su alrededor, tranquila y lentamente.

"Algo busca" pensó el castaño, asomando su cabeza por un costado del árbol, siempre listo a esconderse rápidamente para cuando Matt viese hacía él.

Matt dio una segunda pasada con su vista a su alrededor, con el rostro más serio que una estatua. La fijó en una pareja que se había detenido en la esquina de la plaza.

Tai observó con curiosidad a esas personas que parecían haberse robado la atención de aquel idiota.

El hombre era un sujeto mayor, con el bigote igual de blanco que su pelo. Vestía su obeso cuerpo con un traje que a simple vista parecía ser lo suficientemente caro como para ser de diseñador. A pesar de la distancia, el moreno pudo ver detalles, como el reloj dorado que adornaba la muñeca de aquel sujeto, los adornos del mismo color en su corbata y muñecas. Estaba acompañado de una mujer que parecía tener 40 años menos que él, pero que aun así, tenía más cirugías en la cara y el cuerpo que neuronas en la cabeza. A pesar de que Tai no tenía idea sobre el tema, calculó que solo los zapatos de esa mujer costaban más que todo lo que él llevaba puesto en ese momento. Ni que hablar de la chaqueta de piel que la rubia presumía.

El ojiazul caminó hacía esa pareja.

Tai, ante la atenta mirada de un niño que jugaba con sus muñecos en el césped, se cambió de árbol por uno peligrosamente más cercano a la escena, pero donde podría ver y oír todo.

-Unnskyld meg…disculpe- dijo Matt con un acento muy marcado, mientras le tocaba el hombro a aquel sujeto- poder…ehh… ¿poder ayudarme?… estoy… ¿Cómo decir? estoy…- mencionó mientras chasqueaba los dedos, como si no supiera cómo seguir hablando- tilgivelse, no soy de aquí.

-¿Estás perdido?- le preguntó el hombre del bigote con una sonrisa, a lo que el rubio contestó con un “Ja”- ¿De dónde eres?

-De Noruega, Mr.

“Mierda, es bueno” pensó Tai “si no lo conociera y me dijese esas palabras raras y hablase así de mal, creería que es extranjero

-Bebé, no visitamos Noruega cuando hicimos el tour por Europa- dijo la rubia que acompañaba al viejo en un tono infantil, haciendo un puchero y dando saltitos que hacían rebotar sus enormes senos.

-Podemos ir cuando tú quieras, bebé- le contestó el del bigote, dándole un beso en la mejilla. Volvió su vista hacía Matt- pero primero debemos ayudar a nuestro amigo ¿Adonde quieres ir?

-Ja…si, no sé donde está la iglesia…este mapa es… difícil- respondió Matt con “dificultad”, extendiendo el mapa.

-Mira, es fácil, solo tienes que hacer así y así…- le dijo el hombre mientras le señalaba las calles en el mapa.

-Deretter… ¿Tener que ir para allá?- dijo el ojiazul señalando hacía la esquina de la plaza, como para confirmar haber entendido las instrucciones.

-Claro, tienes que ir hacía esa esquina, doblar a la derecha…- le contestó enérgicamente el bigotón mientras le señalaba y le nombraba las calles por donde tendría que caminar. El rubio se apegó a él.

Entonces Tai observó, como si su atención se hubiera colocado automáticamente en las manos de Matt por alguna razón, algo que lo dejó tieso de la sorpresa.

Mientras el hombre señalaba hacía la esquina y le indicaba cómo hacer para ubicarse, "el turista" deslizó suavemente una mano por dentro del costoso saco y extrajo el celular del sujeto, para luego guardárselo en el bolsillo. El mapa había ayudado a esconder sus movimientos. Lo había hecho con una discreción y una rapidez, que cuando Tai quiso volver a mirar para confirmar lo que vio, el rubio ya había acabado y fingía prestar atención a lo que el adulto le decía.

-Muchas gracias señor, ya sé donde ir- dijo el rubio cerrando el mapa- muchas gracias, takk, tusen takk- agregó para luego alejarse hacía la dirección que el sujeto le había señalado, mientras el bigotón y la rubia de plástico le saludaban para luego subirse a un auto que parecía salido de una exageradamente lujosa exhibición.

Tai salió de su escondite y le siguió, todavía sin poder creer como el blondo había engañado y robado a esa pareja, en menos de 3 minutos y sin despertar ni la más mínima sospecha.

Mientras caminaba a paso ligero, Matt se desabrochó la banderita del pecho y la envolvió con el mapa. Lo arrugó sin cuidado y lo tiró en un bote de basura a la pasada. Cuando pasó por una vidriera, usó el reflejo para acomodarse el cabello sin detenerse.

Tai pensó que el rubio caminaría hacía su casa, así que se sorprendió al ver que este giró en una esquina en la dirección opuesta.

"¿Adónde va? ¿Acaso seguirá robando?" Se preguntó Tai, apresurándose para aprovechar la luz roja de un semáforo.

Persiguió presuroso a Matt por 4 calles; el rubio parecía tener en claro muy bien adónde ir y no quería perder tiempo. Pero de repente, el ojiazul detuvo su ligero andar.

Sorprendido, y temiendo que el blondo se hubiera dado cuenta de su presencia, Tai se escondió de un salto detrás de una vieja camioneta estacionada. Lo que notó al ver por un costado se le hizo muy extraño.

El blondo parecía muy nervioso de repente, con movimientos que rozaban la desesperación. Parecía haber visto al mismo demonio a la distancia entre la gente que caminaba en aquella acera. Trastabillando, volvió sobre sus pasos y se paró al frente de un puesto callejero de diarios y revistas, el cual ignoró por completo cuando pasó pero que ahora parecía ser lo más interesante del mundo. Tomó una revista sin siquiera fijarse de que se trataba y la abrió al frente de su rostro, para después casi hundir la cara en el papel, dándole la espalda al grueso de la gente que caminaba por la acera.

A Tai le tomó algunos segundos descifrar que veían sus ojos, y lo que dedujo le hizo poner nervioso.

"¿De quién te ocultas, idiota?"

Permitiéndose estar más expuesto, se separó de la camioneta y trató de adivinar quién era la persona de quien el rubio se escondía. No vio a nadie en particular entre la muchedumbre, nadie que le diera una pista. ¿Un policía? No, no había ningún policía cerca, por lo menos no de uniforme. ¿Alguna clase de enemigo?

Por la forma en cómo Matt se tapaba la cara, fuese quien fuese el que rondaba cerca entre la gente que iba y venía, no debía ser alguien muy ameno para el ojiazul. Incluso la forma en cómo fruncía los hombros daba la impresión que el blondo quería desaparecer dentro de la revista.

Pasado unos segundos, Matt separó sus ojos del papel y miró tímidamente hacía su alrededor mientras Tai se escondía de nuevo tras la camioneta. El rubio dejó la revista de nuevo en el puesto y continuó.

Frustrado por no saber de quién se ocultó su "cuñado", Tai lo siguió. Tenía el presentimiento que tarde o temprano lo descubriría...  

Notas finales:

Bueno hasta aquí nomas. Gracias por leerme, espero que haya estado pasable. Una ayudita por si se perdieron: recuerden que el diminutivo del nombre Andrew es Andy.

En el proximo cap ya volvemos de lleno a los personajes principales. Hasta la proxima!


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