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Por favor... déjame entrar a tu vida por Sakura015

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Kirishima estaba acostado, contemplando el rostro dormido de Yokozawa. Cuando terminaron de hacerlo, el menor cayó rendido, pero Kirishima no podía dormir muy bien. Seguía intranquilo por el hecho de que Yokozawa los iba a acompañar. No podía estar tranquilo por ello.

—Me preocupa eso. No quisiera que algo le pasara—pensaba viéndolo fijamente.

Jamás se había preocupado así, además de los tres chicos que fueron secuestrados. Según él, seguía diciendo que fue por su culpa. Decía que siendo el más fuerte, debía protegerlos a todos ellos. Muchas veces, sentía cierto dolor en su pecho, pero no era tan fuerte como el que sintió cuando Yokozawa fue golpeado por su padre.  Ese había sido casi insoportable.

—Dios. ¿Por qué debíamos ser nosotros? Entre millones de personas, teníamos que ser nosotros “parte de ellos”—pensaba con las manos en la cabeza.

¿No es esa la pregunta que muchos se hacen cuando les pasa algo malo? Entre tantas personas, siempre le toca a uno mismo. Es lo peor que podría pasar.
Por extraño que puede ser, él extrañaba ser un Sin poderes. Poder caminar por las calles sin tener que preocuparse de las fuerzas armadas trataran de arrestarlo...
Se dejó caer en la almohada, sin dejar de ver al menor.

—Nunca dejaré que ellos te lleven. Te protegeré sin importan qué—susurró.

Luego de unos minutos, se durmió. Pero parecía que hasta sus sueños querían joderlo con la situación. No podía dejar de ver situaciones horribles. Cada tanto, se despertaba sobresaltado por las pesadillas. Pero cuando miraba a su lado y veía que Yokozawa dormía tranquilo, se calmaba un poco. Sólo le quedaba... esperar y ver qué pasaría.

Por fin, el día en que debían irse llegó. Los tres chicos fueron a la casa y llevaron una maleta grande, donde estaba la ropa de los tres. Y Kirishima y Yokozawa dejaron la suya también.

—Ok, como no queremos andar por ahí con maletas, Hatori consiguió más de esos polvos extraños. Por más raro que suene...

— ¿Podrías dejar de decir eso? O sea, hay humanos con poderes. Unos polvos no son más extraños—dijo Takano a Yukina.

—Lo siento, pero se me escapa—contestó el menor de todos—. Como decía, esos polvos... ¿Cómo lo digo?... Transformaran las maletas en el tamaño de una píldora.

—No pregunten como los consigo—dijo Hatori. Tiró ese polvito en las dos maletas, y éstas se hicieron diminutas. Las tomó y las guardó en su bolsillo—. Creo que ya deberíamos salir.

Ellos tres salieron, pero Yokozawa se quedó de pie, sin poder moverse. Estaba nervioso, todo había que decirlo. No se arrepentía de acompañarlos, pero...
Zen lo notó y tomó su mano. Le sonrió tiernamente.

—Ya te dije: estaré para protegerte—aseguró. Puso su otra mano en la mejilla izquierda de Yokozawa  y le besó la otra. (¿Se entiende?)

 Salieron y los demás estaban esperando. Pero al salir, los tres usaban unas pelucas y tenían unas cosas en el rostro.
Kirishima hizo un esfuerzo sobrehumano para tragarse la risa, y Yokozawa sólo arqueó una ceja.

—En la habitación del tren nos quitaremos todo—avisó Yukina—. A mí no me molestan las perforaciones.

—Para ti es fácil, ya que tienen una oreja toda perforada—se quejó Takano.

—Pero si los de ustedes son falsos.

—Bueno, ya, no discutan—pidió Yokozawa—. ¡Sorata!

—Dime—exclamó el gato mientras salió del departamento.

—Entra en tu jaulita.

El gato puso mala cara y se metió en ella.

—Que incomodo—murmuró.

—En el tren te sacaremos—dijo Kirishima.

Todos tomaron un taxi para llegar más rápido. En el camino, decidieron no decir nada para que no sospechara nada el taxista.
Eso sí, Yukina tuvo que sentarse en las piernas de Hatori por la falta de lugar. Kirishima iba adelante y Takano en el medio de Yokozawa y Hatori. Yokozawa tenía la jaula con el gato.

—Yukina, no es por nada, pero no siento mis piernas.

—No soy tan pesado—contestó el menor, mirándolo por encima de su hombro.

—Cálmense, ya estamos cerca—avisó Kirishima.

—Es fácil para ti decirlo... Me siento incomodo en el medio—dijo Takano.

— ¿Te importa? Yo estoy tratando de que no se me vaya la jaula en los topes—exclamó Yokozawa, sosteniendo más fuerte esa cosa.

El viaje fue un poco largo. Ninguno esperaba que Kirishima viviera lejos de la estación de trenes. Al menos tenían los malditos boletos. Sorata tenía ganas de hablar, pero no podía o el taxista se asustaría por eso. El pobre gato se aguantaba los golpes que se daba por los topes en los que pasaba el taxi.
Finalmente, luego de un viaje de quién sabe cuánto tiempo, llegaron. Yukina se bajó del regazo de Hatori, y éste suspiró de alivio. Aunque casi no podía sentir sus piernas. Salió rápido y miró con determinación el lugar.
Takano y Yokozawa bajaron y miraron a todos lados, buscando a Yukina que había desaparecido como si nada.
Kirishima le pagó el viaje al hombre y fue con los demás.

— ¿Y Yukina?—preguntó.

—Ni idea. Sólo salió y luego... creo que se lo tragó la tierra—respondió Takano.

—Hatori...

—Ya sé.

El castaño se puso en trance y vio a Yukina. No podía definir bien el lugar, pero no parecía ser donde ellos estaban. En eso, algo le cayó en la cabeza, haciendo que “despertara”.
Todos miraron arriba y vieron al menor.

— ¿Qué haces ahí?—preguntó Yokozawa.

—Suban. Esto les va interesar—dijo desde el techo de ese lugar—. Allá hay una escalera.

Los cuatro se encogieron de hombros y  subieron al techo. Lo que vieron a lo lejos sí que los sorprendió.

—Por Dios... Esa es...

—La cárcel de protección civil.

Era increíble lo ENORME que era. Si estaba a cuatro días, y podían verla de ahí... Había que ver como era de cerca.

—Esto va a ser la leche—pensó Takano.

Ninguno podía creer que fuera tan grande esa cárcel. Eso también podía significar que había más de lo que ellos pensaban. Y también significaba que tardarían mucho en poder encontrar  a los tres chicos.
Vieron la estación y ya debían subir al tren. Se bajaron del techo, siendo seguidos por las miradas extrañadas de las personas, y subieron rápidamente.
¿Una ironía o casualidad? Hatori, Yukina y Takano estaban en una habitación, y Kirishima y Yokozawa en otra. Igual, pensaban pasar por la otra para ver si tenían algún plan.
Kirishima y Yokozawa fueron a su habitación y dejaron salir al gato.

— ¡Al fin! Me estaba comenzando a impacientar—exclamó el gato, subiendo a una cama.

—Que exagerado—contestó Kirishima.

—En fin, creo que debemos ir a ver a los demás—comentó Yokozawa.

—Yo preferiría quedarme un rato—dijo con sonrisa pícara, tomando de la cintura al menor.

—No... No creo que... sea el momento—contestó el menor, sonrojado.

—Sólo un poco—dijo con el rostro en el cuello de Yokozawa.

—No respires en mi cuello—dijo tratando de empujarlo. Si Kirishima seguía, él iba a caer en el deseo—. Kirishima...

En eso, tocaron la puerta del cuarto.

—Te salvaste... por ahora.

Los tres chicos entraron, siendo seguidos por la mirada algo fulminante del mayor.

—Venimos a dar algo de información que acabamos de descubrir—avisó Yukina.

—Verán, estábamos peleando con Yukina—comenzó Takano—, y cuando me estaba por hacer invisible, él tocó mi brazo y... se hizo invisible conmigo.

—Yo no lo podía creer—dijo Hatori—. Muéstrenles para que vean.

Yukina puso su mano en el hombro de Takano y éste los hizo invisibles. Luego volvieron a verse.

—Increíble—dijo Kirishima, sin salir de su sorpresa.

—Y lo más sorprendente es que nos vemos, aun siendo invisibles—dijo Takano.

— ¿Cómo?—preguntaron los otros tres.

—Si los hago invisibles a todos, nos vamos a ver. No sé por qué, pero lo haremos.

Decidieron probar eso. Hatori y Yukina pusieron las manos en los hombros de Takano, y Kirishima y Yokozawa en los dos últimos. El azabache hizo su movimiento y todos desaparecieron.

—Si los veo—dijo Hatori.

—También nosotros—dijo Kirishima, viendo a todos.

—Siendo un gato, siento sus presencias—comentó Sorata desde la cama.

—Muy bien. Pongan sus manos en mí de nuevo—pidió Takano.

Al hacerlo, volvieron  a ser visibles.

—Nada mal, ¿eh?—dijo el azabache con semblante orgulloso.

—Sí, es bastante... Ahg...—se quejó Hatori, poniendo una mano en su frente.

— ¡Hatori! ¿Qué te ocurre?—preguntó Yukina, preocupado.

Hatori no respondió y su trance comenzó.
Estaba viendo a los padres de Yokozawa. Iban en un vehículo. Amaya se quejaba y le preguntaba a su marido por qué debían ir tras “él”, si ya podía estar a kilómetros de ellos. Él bufó y la mandó a callar. Ella no lo hizo, y mientras miraba por la ventana, seguía con sus quejas.
Hatori volvió en sí, y vio que todos lo miraban preocupados.

—Yokozawa, vi a tus padres. Creo que ellos vienen a buscarte—dijo mientras sentía algo de dolor en su cabeza.

— ¡Ay, por favor! ¿Por qué no me dejan en paz de una vez?

—No, pero en serio, ¿qué le pasa a esta gente?—exclamó Takano.

—Veo que al final hicimos en bien en traerlo... Pero tengo una duda... ¿Cómo saben que te fuiste de la ciudad?—preguntó Yukina, confundido.

Hatori volvió al trance, y logró ver que... estaban rastreando su celular.

—Maldición—susurró Yokozawa entre dientes.

— ¿Me permites?—dijo Takano, pidiéndole el celular.

Yokozawa se lo dio y el azabache lo examinó determinadamente. Luego sacó la tapa y sacó un chip. Eso dejó a todos con los ojos blancos.
El peli azul pensó que tal vez, una de las veces que fueron al departamento de Kirishima, él dejó su celular y le pusieron ese chip de rastreo.
Takano lo arrojó por la ventana.

—Gracias—dijo Yokozawa.

Los tres se fueron, y Takafumi se dejó caer en la cama.

—No te sientas mal. No podías saberlo—dijo el mayor.

— ¿Por qué tienen que ser así? ¿Tan desesperados están por esos cien mil? —dijo con la almohada en la cara. Sintió que Kirishima se puso a horcajadas sobre él—. Quítate de encima.

—Vamos, mírame—pidió tratando de quitarle la almohada.

—No. Déjame en paz—apretando más la almohada para que no se la quitara del rostro.

Kirishima no quería usar su poder para quitársela o podía herirlo.

—Anda, quiero ver tu rostro—dijo aun tratando de quitársela.

—Te dije que no... Me afecta esta situación. Quienes me dieron la vida están tratando de venderme—su voz se escuchaba quebrada. Kirishima suspiró con tristeza.

—No dejes que te afecte. Ellos no merecen que estés así por ellos.

 

En aquella cárcel, tres chicos normales estaban en tres celdas diferentes. Los había separado para que no hablaran de cosas que pudieran perjudicarlos.
Un castaño de ojos verdes estaba de espaldas contra el suelo, pensando en qué hicieron para terminar ahí. Jamás les dijeron que pasaba ni tampoco los dejaban salir de esas celdas.

—Extraño tanto a los demás... Y más a Takano—pensó con una mirada desolada—. ¿Qué estarán haciendo? ¿Vendrán por nosotros?

No dejaba de decirse que tal vez ellos los salvarían. Algo en él se lo repetía constantemente.
Amaba al azabache como a nadie. Ritsu lo era todo para él, a pesar de que no le había dicho “te amo”... (¬_¬)

—Quisiera volver a ese día y evitar que nos secuestren.

En una celda no muy lejana, otro castaño de ojos azules estaba sentado en el suelo, con la espalda contra la cama. Estaba abrazado a sus piernas y final lágrimas salían de sus ojos.

—Tori, te necesito—susurró.

Él siempre pudo depender algo del mayor. Incluso antes de que tuviera sus poderes, Hatori casi siempre lo cuidaba de muchas cosas. Jamás lo dejó solo.
Chiaki también extrañaba a los demás. Siempre la pasaban genial cuando iban a la casa de Kirishima. Levantó un poco la cabeza y se quedó mirando al frente. ¿Por qué tenían que estar ahí? ¿Qué tramaba Takeo?

—Sáquennos de aquí—pensó volviendo a pegar la frente a sus rodillas.

Unas celdas más al costados, estaba un pelinegro de ojos cafés. No se había movido desde que los cambiaron de celdas. No dejaba de pensar en lo que estaba pasando. Al igual que los otros dos, estaba muy afectado por todo.

—Oh, Yukina, ¿qué estarás haciendo ahora?—pensó, dolido.

Amaba a ese chico más que a nada en el mundo. El menor solía ser muy protector con él. Nunca dejó que nada le pasara, aun si eso significaba casi exponerse a sí mismo con sus poderes. Parecía que a Yukina le daba igual. Sólo le importaba proteger a Kisa.

—Debemos salir de aquí—pensó viendo que los hombres de Takeo traían a un nuevo Humano Elegido.

Continuara...


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