Yokozawa abrió los ojos al sentir los rayos del sol golpeando su cara. Arrugó la nariz y le dio la espalda a su ventana. Miró el reloj de su mesita y vio que ya debía bajar para desayunar e irse a la escuela. Siempre debía hacerse algo él mismo, puesto que sabía que sus padres jamás lo esperarían con algo en la mesa más que con botellas y latas vacías de cerveza.
Bajó a la cocina y se preparó un café con pan tostado. Mientras comía, miró hacía la sala y vio que sus padres estaban, como casi una costumbre, en el suelo. Seguramente estarían borrachos y/o drogados.
Suspiró y salió de la casa. Fue a paso lento, ya que los profesores jamás le ponían la falta si no llegaba. Y siempre que llegaba, si iba a su rincón a esperar que sonara la campana para entrar al aula. Nadie pasaba por ahí si estaba él. Y si algunos se acercaban para hablar ahí, hablaban en susurros.
— ¿Qué saben ellos de mí para juzgarme?—se preguntó con la frente pegada a sus rodillas, mientras finas lágrimas caían por sus mejillas.
Nadie nunca pudo imaginar que ese chico tan serio y solitario alguna vez sonrió en su vida. Nadie nunca pudo ver una sonrisa de su parte. Y jamás supieron si sus padres lo habrían amado cuando era pequeño. Nunca supo que es el amor de una familia, ya que sus abuelos maternos murieron, y los paternos nunca lo visitaban. Tíos no tenía. No tenía nada más que a sus padres negligentes.
—Hubiera preferido ser huérfano.
La campana por fin sonó. Se levantó y fue al aula. Se sentó en su lugar, que era a un lado de la ventana. Siempre que daban ejercicios de alguna materia, los hacía, los entregaba, y luego se quedaba el resto del día mirando por la ventana. Cuando iba la directora para sacarlos y que fueran al patio, él iba a su rincón y se quedaba sentado, viendo a los demás. Charlaban animadamente o planeaban salir juntos a algún lugar. Jamás le importó mucho eso, pero últimamente estaba más entristecido al escuchar las conversaciones como esas.
Nuevamente, pegó su frente a sus rodillas. Quería dejar de sufrir por eso. Sólo quería que los tres años pasaran rápido para poder irse de esa casa y comenzar una nueva vida.
—Bueno, si me pongo a pensar, ellos en cualquier momento pueden ser arrestados por posesión de drogas. Sólo me pregunto qué sería de mí—pensó.
Cuando las clases terminaron, fue a su casa. Sólo quería llegar, comer algo y hacer la tarea para poder salir a caminar hasta que el sol se ocultara.
Llegó a su casa y sus padres no estaban. Seguramente habían ido a vender drogas o matar a quien les debía dinero. Se preparó algo de arroz y se fue a comer a su cuarto. Mientras comía, terminaba la tarea. No era difícil para él. Siempre leyó mucho y le encantaban los libros de ficción. Le encantaban esas historias. Además, él escribía un libro basado en su vida. Con cada doloroso detalle y desgracia que vivía. Siempre se dijo a si mismo que él fue un embarazo no deseado, y por eso sus padres no lo querían ni un poco.
En fin, terminó de hacer lo suyo y salió de la casa. Fue a caminar por el parque para despejar su mente. Siempre le gustó caminar por ahí hasta tarde. Era un buen lugar para despejar su mente. Se sentó en una banca y se quedó mirando el cielo. Sintió que algo se frotaba contra su pierna. Miró y era un gatito. Era negro y blanco. Decidió acariciarlo. El minino frotó su cabeza en la mano del chico. Yokozawa lo tomó en sus brazos y lo abrazó.
—Quisiera poder llevarte. Pero mis padres te harían daño-habló en voz muy baja.
Estuvo casi todo el día sentado en la banca con el felino entre sus brazos. Al caer el sol, bajó al gato, le dio una caricia más y volvió a su casa. La noche era fría, como todas las otras. Siempre caminaba tranquilo a esas horas. Apenas llegó a su casa, vio que sus padres no habían regresado. Se encogió de hombros y se preparó la cena. Al menos estaba bien alimentado. A sus progenitores les daba igual lo que hiciera, siempre y cuando no los perjudique a ellos y su “negocio”. Jamás tuvo interés en meterse en eso de ser traficante y asesino.
Cuando su madre regresó, él estaba en la cocina. Ella comenzó a fumar y usar su celular.
—Se bueno y pídele a mamá una pizza—dijo ella sin apartar la vista del aparato.
—Sí, ahora lo hago—respondió. Sabía que si decía que no, se llevaría una buena. Tomó la cartera para sacar dinero—. No hay nada de dinero aquí.
—Págalo de tu bolsillo entonces, pero pide la maldita pizza.
Tomó el teléfono y pidió la pizza para su madre. Una pizza que él tendría que pagar porque se habían gastado el dinero en quién sabe qué. La entrega fue en treinta minutos. Le pagó al chico y le dejó la pizza en frente a la mujer. Ella comió casi todo.
—Si quieres come la última porción, pero hazlo antes de que me arrepienta—dijo ella como si nada.
Yokozawa tomó la última porción y se fue a su cuarto. Está drogada sin duda, pensó. Ella jamás dejaba que tocaran su comida. Se acostó y dejó que el sueño lo dominara. En pocos minutos ya estaba dormido. Siempre dormía tranquilo en las noches, ya que sus padres nunca iban a su habitación de noche debido que estaban muy ocupados con sus cosas.
No sabía por qué, pero esa noche, tuvo un sueño extraño. Estaba en el parque, como era costumbre, pero esta vez había un tiroteo. Y sus padres estaban ahí. Obvio que ellos tenían armas. No sabía por qué se había formado, pero en ese momento, él presenció todo en su sueño. En cierto punto, un disparo iba directo hacia él. Pero nunca llegó a darle, puesto que alguien estaba delante de él.
Abrió los ojos y se sentó en la cama de golpe. ¿Qué había sido eso?
— ¿Por qué diablos tengo estos sueños? Ya van tres noches que son los mismos. Todo lo que espero es que no sean como de película.
Extraño. Era todo lo que pensaba.
Continuara...