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Errores por MikaShier

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Capítulo 11. El precio de mi culpa

 

Según Aristóteles, la felicidad del hombre se encuentra en la virtud. Si el hombre vive bien y obra bien, es feliz. Eso se basaba en el eudemonismo: la autorrealización, alcanzar nuestras propias metas. El ser humano establecía una serie de condiciones, ya sea de forma consciente o inconsciente y alcanzaba la felicidad en cuanto sus dichosas metas y condiciones se cumplían. Fue su teoría de la felicidad la que se consideró capaz de contestar la eterna constante “¿cuál es el propósito de la vida?” La vida, en sí, se trata de ser feliz y es eso lo que mueve a cada ser humano en el planeta. Se buscan amigos, riquezas, conocimientos, parejas, salud, y son esos bienes los que conforman la perfección de la naturaleza humana, el conjunto de condiciones y metas que se establecen como base a nuestra existencia.

 

Sin embargo, para Epicuro, la felicidad es placer. Todos los motivos, todas las razones que orillan al ser humano a actuar en beneficio de algo o alguien, es la obtención del placer. La satisfacción de conseguir lo propuesto es placer, eso que Aristóteles defiende como felicidad, es placer. Entonces, siendo los dos uno mismo, la felicidad tiene su contra y no es la tristeza, sino el sufrimiento.

 

Porque la felicidad tenía que ser considerada como un inhibidor de sufrimientos, porque si eres feliz, entonces no estás sufriendo. Y Epicuro estableció que existen tres tipos de apetitos que buscan satisfacer nuestra felicidad: los que son tanto naturales como necesarios; los que son naturales, pero no necesarios; y los que no son ni naturales ni necesarios. Y entonces, hay placeres que tiene el cuerpo y otros que tiene el alma.

 

Todo es división tras división que se enmaraña en el pensamiento de cientos de filósofos cuyas teorías solo se conocen por su grado de relevancia e impacto en el mundo antiguo, actual y futuro. Y esa relevancia se establece de acuerdo al nivel de positivismo que recibe cada teoría conforme el tiempo pasa y los hechos se descartan.

 

Y si se quería comprender lo que sucedía en ese lapso de tiempo en el espacio, donde existía el mundo, donde existía Tokio, donde existían ellos y existía Rin, entonces tenía que entender lo que era felicidad, para después darle cabida al sufrimiento.

 

Porque la felicidad también es cinismo y estoicismo. Autosatisfacción.

 

¿Y qué sucedía cuando la condición que promovía la felicidad en una persona estaba corrupta? La felicidad se volvía sufrimiento y se entraba en un bucle constante, porque los autocastigos eran así y por eso las personas se guiaban a la perdición. Entonces, la felicidad y el sufrimiento, como uno mismo, conllevaban a resultados caóticos y la frase «La felicidad es ignorancia» cobraba tanto sentido que se convertía en algo deprimente.

 

Porque la vida sucede frente a nosotros y la ignoramos para sentirnos felices y esa felicidad está más relacionada con el cinismo que con el eudemonismo y el epicureísmo.

Y Rei necesitó toda esa verborrea para darse cuenta de que Rin estaba enfermo por una felicidad corrupta de culpabilidad.

 

Entonces comprendía la blancura de la habitación, que quizá traía paz y desahogo a los pensamientos revueltos del paciente. Entonces, comprendía esas vendas en esas muñecas delgadas y dañadas. Entonces, comprendía las ataduras, los gruñidos lastimeros y el llanto incesante. Comprendía la lucha contra sí mismo, la desesperación por ser libre y el sufrimiento que una vez intentó significar felicidad. Las súplicas que lanzaba entre sollozos, la mirada dolida, traicionada y llena de tristeza con la que rogaba que, por favor, oh, por favor sáquenme de aquí.

 

Y «No estoy loco, no estoy loco, no estoy loco».

 

Pero sí estaba loco, la locura era relativa. La locura era perturbación patológica de facultades mentales y por eso Rin gritaba, se revolvía, suplicaba e intentaba quitarse la vida. Porque la cordura era un hilo tan fino que, si lo perdían, pasaban por muchas cosas antes de encontrarlo. Considerándose capaces de encontrarlo y en muchas ocasiones no podían lograrlo. La desintoxicación lo estaba volviendo loco. Y la cordura precedía de la locura.

 

Y Rei estaba sentado en una silla de visita, viendo a Rin de reojo y fingiendo que leía. Pero joder, ¿quién podía leer en una situación así? Sin embargo, Rin sí creía que estaba leyendo y, como le dijeron los doctores antes de entrar, ignorarle le haría calmarse paulatinamente. Cuando no se escucharon más sollozos, ni más gruñidos, ni maldiciones, ni súplicas, ni lamentos, entonces Rei habló.

 

— ¿Está bien si te hago preguntas? —Rin, quien miraba el blanco del techo como una infinidad cósmica y con la respiración agitada como si hubiese corrido un maratón, susurró un escueto sí. Y Rei se alegraba por un momento de que el hilo de la cordura aún no se perdiera por completo— Bien, muchas gracias… Solo quería saber, ¿desde hace cuánto consumes drogas?

 

—Desde que me di cuenta de que jamás volvería a nadar —susurró. Y se recordó a sí mismo tomando un camino diferente a su “trabajo nocturno”. Recordó sus caderas bamboleándose y «te daré una pastilla por cada gemido». Recordó que la primera pastilla, rosácea, le hizo sentir tan sensible que incluso llegó a excitarse y, «joder, el placer es felicidad». Gimió mucho. Y de pronto, ya no tuvo el control—. Nada me haría más infeliz que nadar —continuó. Tiró de sus ataduras y se removió. Sudando, apestando, sucio hasta el alma—. Ya no voy a poder nadar nunca y papá estaría tan decepcionado de mí…

 

Y la felicidad te hacía tan infeliz.

 

—Puedes volver a hacerlo —convino Rei. Rin lo miró, con esos ojos carmesí incrédulos y húmedos, con esa desesperanza tan palpable que el de lentes también quiso tomarse una píldora.

 

—No tengo ningún derecho —y se cohibió. Rei decidió ir por otra parte.

 

— ¿Por qué dejaste a Asahi? Él dice que creyó que tú le darías una oportunidad —pasó la página del libro en sus manos, sin dejar de fingir que estaba leyendo.

 

—Todo lo que toco lo contamino. Asahi me dio muchas cosas que yo me negué desde hace tiempo, Asahi lucía tan feliz cuando yo fingía que estaba feliz, me sentí hipócrita y lo hice hipócrita, porque sé que él sabía lo que yo hacía, y sé que él fingía estar feliz cuando estaba conmigo.

 

Rei cerró el libro y se levantó, con el corazón llorándole por dentro. Si Haru y Asahi querían respuestas, que las buscaran ellos mismos. Rei quería ser feliz en su ignorancia, quería creer que ese día lluvioso no habían perdido a Rin.

 

Porque la realidad era cruel, distinta y fría. Haru había tenido el accidente, pero quien había muerto había sido Rin.

 

_______________________

 

Haru no creía en el cristianismo. Apenas y creía en la existencia de los dioses después de todo lo que había pasado, pero bien era cierto que la esperanza te llevaba a muchas cosas. Visitó muchos templos, visitó todo tipo de templos, todo tipo de dioses. Y rezó, oró, suplicó. El perdón necesario e innecesario del capricho mundano. Y el resultado, fuese con padres, hermanos, monjes, sacerdotes, pastores, etcétera, era igual: El perdón estaba en uno mismo.

 

Así que básicamente todo rondaba un «No existe culpa que perdón no encuentre» y «no puedes pedir perdón si tú mismo no estás arrepentido» más «el perdón solo te lo puedes dar tú mismo».

 

Y joder, Haru no era un maldito intérprete. ¿Dios cristiano quería que suplicara de rodillas y abrazara un rosario? ¿Y para qué quería que hiciera eso? ¿De qué le servía? ¿De eso iba la fe cristiana? Y, bueno, cualquiera de los dioses, ¿de verdad lo escuchaban?

 

Abandonó su esperanza y su creencia, centrándose en lo que en realidad era importante. Al menos, en su punto de vista. Todos estaban de acuerdo en una sola cosa: el perdón ajeno no se obtiene si no hay perdón propio.

 

¿Y cómo podía perdonarse por haberle hecho eso a Rin?

 

No lo dejaban entrar, ni a él ni a Asahi, a visitarlo porque «perturban el ambiente del paciente», pero varias veces le permitieron observarlo desde el monitor de la cámara en su habitación. Demacrado, perdido, muerto y Haru le había llevado a eso. Haru creía que la madre de Rin no le permitía el acceso, y comprendía si era así. Asahi solo fue admitido una vez, y Rin lloró tanto y de pronto arrojaba cosas en la habitación. Lo entendía, de verdad.

 

Y fue lo mismo siempre, y no había esperanza y no había fe, porque todo era un ciclo de tortura y se llamaba humanidad. La humanidad era débil y estúpida, sin razón dentro de la razón y todo era jodidamente una estupidez, ¿y qué si era redundante? ¡La vida era una redundancia eterna! Cuando todo cobra sentido, entonces el sentido absoluto se pierde, que lo entendiese quien pudiera.

 

Estaba triste por Rin, por sus actos, por su culpa, pero la vida continuaba y, tres meses después de que Rin fuese internado, Haru se acopló al equipo de natación y siguió con sus estudios. Había un precio que pagar, pero Haru aún no sabía cuál. Y, sinceramente, ojalá nunca supiera cuál era el precio por sus actos.

 

Sucedió una mañana de marzo.

 

Haru caminaba hacia su casa, después de entrenar en el club, cuando recibió una llamada de Gou. Se escuchaba algo nerviosa, pero su voz ya no cargaba la preocupación de siempre. Su madre quería verlos. Así, en plural. A todos los amigos de Rin. Haru temió lo peor. Voz nerviosa, pero no más preocupada. ¿Afligida? ¿Rin murió?

 

Dos horas después, la señora Matsuoka suspiraba y les pedía que fueran a la habitación de Rin, donde solo podían entrar dos personas además de los doctores. Rei no quiso entrar, él había tenido suficiente de visitas esa semana y decía creer que era mejor que Sousuke y Asahi fuesen quienes entraran. Pero Sousuke también se negó, porque él también había estado ahí cuanto tiempo le fue posible y veía conveniente que los problemas se arrancasen de raíz. Así que entraron Asahi y Haru, con un sentimiento de aprensión que se despertaban el uno al otro.

 

Rin, tal parecía, no había sido notificado de la visita. Se encontraba junto a la ventana y deslizaba un pincel en la superficie de un lienzo blanco. Haru sabía que Rin no dibujaba muy bien, al menos eso recordaba. Pero los trazos parecían precisos, como alguien que llevaba tiempo practicando. Escuchó a Asahi jadear y vio a Rin girarse hacia la puerta.

 

Haru se dedicó a mirar la pintura, sintiendo su corazón bombeando decepción y dolor mientras Asahi acortaba la distancia y abrazaba a Rin con fuerza. Intentó ignorar cómo los brazos de Rin se ceñían a él, sus sonrisas correspondidas y el alivio que emanaban.

 

Rin había dibujado un árbol de Sakura, y las flores caían y se perdían en el viento. Haru sonrió con tristeza, escuchando los susurros.

 

—Tenía tantas ganas de verte —decía Asahi. Haru, observando de reojo, le vio acariciar las hebras rojizas que escapaban de la coleta de Rin. Y las flores de Sakura tocaban el césped que Rin dibujó en el lienzo.

 

—No quería que me vieras así —contestaba Rin, con la voz cargada de cariño. Y Haru no existía, no hablaba, no respiraba, no sentía, no vivía. El árbol ya no tenía flores.

 

—Le dijiste a tu madre que no me dejara pasar —y Haru reía en su interior, porque ese era un reproche.

 

—Lo siento, es que no estaba seguro, no quería hacerte sufrir. Lo siento, pero creo que yo… —y Haru lloraba en su interior, porque esa era una disculpa.

 

Y ellos unos tontos enamorados.

 

Haru escuchaba, pero no existía, no hablaba, no respiraba, no sentía, no vivía. No hacía nada hasta que salió de esa habitación. Y comenzó a existir, comenzó a respirar, y a sentir y seguía sin vivir, porque dolía, dolía como nunca había imaginado. Y estaba tan feliz, estaba sufriendo y eso estaba bien, porque lo merecía y al mismo tiempo estaba feliz. Porque Rin tenía color, parecía sano, tenía cariño, existía, revivía. Y amaba y era amado. Se perdonó y lo perdonaron. Y los árboles de Sakura solo florecían en abril, la fe era hipócrita y la vida condicional.

 

Y ese era el precio de su culpa.

 

Notas finales:

 

N/A: Okay, quizá haya una pequeña variación en el tiempo. Haru despertó en febrero, seis meses de recuperación, varios meses AsaRin, varios meses internado, en resumen: Haru lleva un año y cuatro dos despierto. Rin, unos cuatro meses internado. No sé, no soy buena en rehabilitación, así que el tiempo que usé en el fic no promete ser correcto.


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